JORNADA DE ORACION POR LOS ENFERMOS 2015 “Yo era los ojos para los ciegos, los pies para los cojos” (Job. 29,15) ANUNCIO TEMA I HUMANIZACION Y SALUD Dr. Javier Manrique Las personas nos enfermamos y al estar enfermos, no solo sufrimos una enfermedad, sino que vivimos un estado psicológico que es consecuencia de la enfermedad que afecta todo nuestro ser. Toda enfermedad tiene un componente humano que es ineludible y que solo es posible abarcar desde la dimensión humana de la persona, negarlo, quedarse solo con la enfermedad, no es abarcar la realidad, es hablar de una atención medica desintegrad es dejar de lado al sujeto y tratarlo como un simple portados, es deshumanizar la relación, es de reducir la salud a la ausencia de enfermedad, muy contrario a la definiciones de salud propuestas La inclusión de la humanización en el salud en el ámbito pastoral se debe al valor del evangelio dando un rostro más humano a la asistencia de los enfermos en todas sus dolencias, no son acciones que solo interesan a de modo marginal a esa pastoral, sino que de hecho, demuestran que el hombre aun en estas circunstancias de desgracia física y mental conserva el valor de ser hijo de Dios, por lo tanto merece ser tratado como persona y ayudarle a recobrar su salud, está tomando en consideración, la definición que la misma OMS pone de manifiesto, la menciono “Es el bienestar biológico, psicológico y social; y no solo la ausencia de enfermedad”, espiritualmente también debe de ser atendido. Humanizar significa, hacerla digna (la salud) de la persona humana coherente con los valores que ésta siente como peculiares e inalienables. En el mundo sanitario HUMANIZAR significa hacer referencia al hombre en todo cuanto se hace para promover y proteger su salud, curar las enfermedades y garantizar un ambiente que favorezca una vida sana y armónica en los diversos planos que están claramente descritos en la definición de salud de la OMS. Para humanizar la relación con los pacientes es necesario afirma: + Ser consiente que estamos delante de una persona que sufre una enfermedad. + Las necesidades o demandas de la persona deben de ser atendidas desde la dimensión humana. Esto implica todo aquello que nos hace humanos, o dicho de otro modo, aquello que podemos definir como la esencia del ser humano y que definimos como el mundo de los valores, que a su vez determina actitudes y conductas. 1 Esta definición indica la necesidad de mantener viva la tensión entre el ser y el deber ser de la promoción de la salud y de la asistencia médica en todas sus expresiones desde el profesional hasta el mismo voluntariado. Cuando la distancia entre la realidad y el ideal excede los límites soportables, se habla de la deshumanización. Habiendo en estos numerosos aspectos como los que mencionan en su libro Ángel Brusco y Sergio Pintor, me permito hacer mención de estos: - - - La relación entre el personal de salud y el enfermo y la familia de este, que en muchas ocasiones es inadecuada. En el acompañamiento Pastoral que a menudo centrado únicamente en la administración de los sacramentos. En las condiciones inhumanas que frecuentemente el personal de salud se ve forzado a trabajar, aspecto cada día más frecuente. La forma en la que el paciente se comporta, con falsas presiones y concepto en la derechohabiencia. La tecnología médica, que a pesar de los grandes avances, empobrece la relación interpersonal. Los Hospitales que desde el punto de vista arquitectónico son obsoletos y no responden a las necesidades y exigencias de un servicio más humano. Los Pacientes crónicos y los que agonizan en muchas ocasiones son poco considerados y con poca respuesta que se la más apropiada, poca asistencia en el domicilio. La administración de la Salud pocas veces gravada por la burocracia y muchas veces usada por los interese políticos que contrastan en mucho con el bienestar de los enfermos. En muchas ocasiones las investigaciones no tienen en consideración el respeto a la persona, aun habiendo firmado la cara de consentimiento. Los aspectos que se mencionan arriba están relacionado de una sola forma: el valor de la persona humana cuya dignidad se respeta en todos y cada uno de los componentes de esta disciplina, el paciente, el médico, la enfermera, el enfermo y el administrador de los servicios de salud. Asistir y cuidar al enfermo humanamente es una necesidad actual y permanente que nos afecta a todos. La deshumanización de nuestra sociedad se refleja también en el campo sanitario: hay enfermos que se sienten tratados con frialdad, de forma impersonal, como si fueran sólo un objeto o caso clínico interesante; por otra parte, los que les asisten, sea cual fuere su profesión, se sienten con frecuencia poco valorados, reconocidos y estimulados en su quehacer. La medicina moderna ha acentuado el predominio de la técnica, que tantos beneficios han traído al enfermo, pero olvida a veces la dimensión humana. Las comunidades cristianas no pueden pasar de largo ante este problema, pero ¿qué pueden hacer hoy en orden a lograr un trato más humano al enfermo? Los obispos de la Comisión Episcopal de Pastoral, reconociendo la complejidad del 2 tema y que no pueden darse soluciones superficiales y simplistas, ofrecemos las siguientes consideraciones con el deseo de ayudar a la reflexión y toma de compromisos. Tratar humanamente al enfermo significa considerarle una persona que sufre, en su cuerpo y en su espíritu, y ha de ser atendida en su totalidad, es decir, en todas sus dimensiones y necesidades. El que está enfermo necesita ser amado y reconocido, ser escuchado y comprendido, acompañado y no abandonado, ayudado pero nunca humillado, sentirse útil, ser respetado y protegido; necesita encontrar un sentido a lo que le pasa. Tratar humanamente al enfermo significa considerarle responsable y protagonista de su salud, de su curación y de su vida, y sujeto de derechos y de obligaciones. El trato humano al enfermo implica humanizar la política sanitaria de cara a promover una salud y asistencia a la medida del hombre, autor, centro y fin de toda política y actividad sanitarias (GS 63). Implica que las instituciones sanitarias estén al servicio del enfermo y no de intereses ideológicos, políticos, económicos o sindicales; que la técnica, cuyas conquistas celebramos, sea siempre un medio al servicio efectivo de la persona enferma. El trato humano al enfermo comporta humanizar la relación que guardan con él todos los que le asisten y cuidan. La relación ha de brotar del amor a su persona. «Ninguna institución puede de suyo sustituir el corazón humano, la compasión humana, el amor humano, la iniciativa humana cuando se trata de salir al encuentro del sufrimiento ajeno» (Juan Pablo II, SD 29). La relación ha de ir unida a la competencia profesional, sin la cual no puede haber auténtica humanización. El trato humano al paciente exige humanizar nuestra propia persona y reconocer que ese trato, a su vez no humaniza. Tratar humanamente a los enfermos es una tarea de toda la sociedad y como lo menciona la comisión Episcopal de Pastoral, de los enfermos , las familias, ciudadanos, profesionales de la salud, voluntarios, instituciones públicas y privadas, los políticos y los administradores de la salud. En este mundo de la salud no solo basta con cuidar a los pacientes, sino cuidar con cuidado a las personas que se encuentran enfermas y que no pueden cuidarse por sí mismas, y que por ello recurren a los profesionales de la salud, para recibir de ellos los cuidados necesarios hasta recuperar nuevamente esas autonomía de la cual en este momento adolecen, por lo tanto los profesionales de la salud son los que deben de cuidar con cuidado a las personas que lo necesitan porque este es el objetivo que define la razón de su profesión y los hace profesionales de la salud, si se olvidan estos de esas relación con el paciente “cuidar con cuidado” se pierde algo que es intrínseco de la profesión de la salud. 3 Solo en la medida que valoro aquello que tengo que cuidado, lo voy a hacer con cuidado. Hay profesionales de la salud, que desde su realidad profesional están más abiertos a valorar a sus pacientes y a reconocerlos como personal, las enfermeras están más cerca de los paciente, tienen más contacto por lo mismo sus relación es más natural, menos idealizada porque el paciente las ve en sus capacidades y en sus defectos y con el paso del tiempo ponen en evidencia lo que son. En cambio con el medico la deshumanización se ve más en las especialidades, donde se están viviendo situaciones al límite, donde su intervención hace la diferencia entre la vida y la muerte. La humanización de la salud tiene muchas aristas con las cuales se debe de hacer precisamente un verdadero apostolado, ser más claros en el trabajo pastoral, porque algo que es muy claro es que Cristo Jesús vino a este mundo a sanar tanto física como espiritualmente, tenemos muchos ejemplos en el Evangelio que siempre trato muy humanamente a sus enfermos, sigamos pues el ejemplo de Jesús “Médico de cuerpos y almas” en su caminar por este campo de la salud y la enfermedad. TEMA II LA IGLESIA, LUGAR DE RESTAURACION Es necesario que Jesús sea conocido a través de los evangelios, primero desde una visión humana, para después, profesarlo Dios desde la fe en él, en su resurrección. Jesús, según las cartas de Pablo y la de los apóstoles, teniendo naturaleza divina se hizo carne para poder redimirnos del pecado y de la muerte, mostrándonos el rostro del Padre y su amor misericordioso. Este Jesús, vino ante todo a devolvernos la dignidad de hijos de Dios, y eso lo hizo optando por la humanización del hombre: justicia, amor, igualdad, servicio, opción por el pobre siendo uno de ellos, sanando enfermos, etc. Esa fue “la Buena Nueva del Reino de Dios”, hacerse humano para rescatar lo humano y hacerlo verdaderamente humano y elevarlo hacia Dios, lo divino. “Cómo el Padre consagró a Jesús de Nazareth con el Espíritu Santo, comunicándole su poder. Este pasó haciendo el bien y sanando a cuantos estaban dominados por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch. 10, 38). La manera de humanizar de Jesús nace de su humanidad liberada, emancipada de las reglas y estructuras que oprimían a los de su tiempo. Jesús opta por la humanización, especialmente, de los más débiles, pobres y oprimidos, y ahora es la Iglesia la que tiene esta encomienda humanizante. Jesús viene a mostrarnos un rostro diferente del Padre. No un Dios que castiga, ni juzga severamente a sus hijos, sino un Dios lleno de amor misericordioso, lleno de compasión, comprensivo, que perdona, que devuelve la dignidad y que no excluye a quien peca. De estas actitudes va a partir la misión humanizadora de Cristo. ”Pero Dios, que es rico en misericordia, nos manifestó su inmenso amor, y a los 4 que estábamos muertos por nuestras faltas nos dio vida con Cristo. ¡Por gracia han sido salvados!”(Ef 2, 4-5). Así podemos comprobar todo lo que hizo Jesús para llegar al corazón de las gentes, de cambiar sus vidas y mostrar el verdadero rostro de Dios: Zaqueo, la samaritana, el joven rico, enfermos, endemoniados, prostitutas, adulteras, ladrones, discípulos, extranjeros, Nicodemo, publicanos, los enfermos, etc. La Iglesia está llamada a responder al deseo de salud, en la variedad de sus expresiones y en la diversidad de los problemas que plantea, como comunidad sanadora, signo eficaz (sacramento) de una salvación integral. La pastoral de la salud pertenece de manera inseparable a la misión salvífica de la Iglesia y los sacramentos manifiestan en concreto esta misión 1 que es humanizante antes que santificante como lo podemos descubrir en el siguiente texto: “El corazón enfermo de la humanidad es alcanzado por el poder sanador del Resucitado y de este modo puede comenzar la curación de la criatura humana, sometida por el pecado y traicionada por su presunción. El médico divino derrama el vino y el aceite del Espíritu Santo en las heridas visibles e invisibles del hombre y lo que se verifica es mucho más que una cicatrización superficial, porque es la generación de la nueva humanidad en Cristo, una verdadera transformación o recreación de la forma viviente del hombre para que sea realmente hijo del Hijo. El Señor Jesús realiza todo esto en la Iglesia mediante el poder de su Espíritu de curación. Porque en la Iglesia todo está orientado a la sanación del hombre: la palabra, los sacramentos y los ministerios. El Espíritu suscita a la Iglesia como lugar de restauración; es como la túnica de Cristo que la hemorroisa puede tocar, como el barro que hace Jesús con su saliva y pone en los ojos del ciego de nacimiento. Es la mano que levanta al caído, el alimento que restaura las fuerzas para el camino. La Iglesia es la gran medicina del hombre por medio de la cual Cristo el Señor sigue curando a los leprosos, sanando a los enfermos, haciendo oír a los sordos y ver a los ciegos. La curación de Jesús mediante los sacramentos sigue fluyendo abundantemente y restaura al hombre. Desde el bautismo hasta la eucaristía y los sacramentos específicos de la curación y la realización última en la Pascua eterna. De ahí que el corazón mismo de la Iglesia se encuentre en el corazón de Jesús, el pastor y médico del hombre, el que se compadece del hombre y se inclina sobre él para sostenerlo, animarlo, levantarle y enjugar sus lágrimas”2. La misión es la misma: salvar humanizando a las personas, optando por los más débiles, marginados, empobrecidos. Cristo lo hizo y nosotros como seguidores radicales de su persona, estamos llamados a hacerlo. Cfr. CASTELLANO J., I sacramenti di guarigione: la dimensione sanante della penitenza e dell’unzione degli infermi alla luce del Catechismo della Chiesa Cattolica, in Camillianum 12 (1995), pp. 209 – 229. 2 PETRA B., La Chiesa del Padri. Breve introduzione all’Ortodossia, Dehoniane, Bolonia, pp. 69 – 70. 1 5 1. Evangelizar sanando La vida que la Iglesia está llamada a anunciar es la plenitud del don de la gracia que impregna el tejido entero de la vida del hombre, asumiendo su vocación a la salud para transfigurarla en salvación, así como su vocación a la salvación para convertirla en un servicio de amor a la salud del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Toda teología sacramental es teología de la caridad y remite a la caridad como a su forma propia de manifestación y realización. El peligro es separar palabras y obras. La palabra debe llevar a las obras y las obras, deben llevar a la palabra y en tercero, el agente de la pastoral de la salud hace su profesión de fe, al realizar su profesión de caridad. Evangelizar el mundo de la salud por parte de la comunidad eclesial no es algo que se añade a la acción terapéutica de sus miembros, sino que debe integrarse en los gestos de atención y curación, hasta el punto de que estos mismos gestos deban y sean evangelio, anuncio gozoso de que Dios es un Dios presente, que ama, cura, consuela e invita a acoger la salvación. En cuanto a la atención a los enfermos la actitud de cuidar debe convertirse en un signo “palpable” de esperanza y los agentes de pastoral de la salud deben ser considerados como “puentes” hacia Dios. En el servicio de cuidar a los enfermos la esperanza se compromete en el amor y es este amor quien lo nutre. Los agentes de pastoral de la salud están llamados a ser la imagen viva de Cristo y de su Iglesia con el amor a los enfermos y los que sufren, son ellos los que de algún modo actualizan, revelan y comunican al enfermo no sólo “el amor de curación y de consuelo de Jesucristo” (Christifideles laici 53), sino que expresan, de forma continua y con frecuencia silenciosa, los milagros de curación que la Iglesia tiene el poder de realizar, recibido de Cristo. Los cristianos que trabajan en el mundo de la salud, lo hacen en el nombre de la Iglesia. De tal manera que, estamos llamados a escribir día a día la parábola del buen samaritano que se acerca a quien sufre y actualizar continuamente en su relación la “caridad terapéutica de Cristo”, en favor del mismo Cristo presente en el enfermo. La salud, no es sólo un lugar donde Dios nos hace invitaciones apremiantes a leer su presencia, sino también el lugar donde los cristianos deben crear nuevos signos a través de una praxis que hable de Dios. 2. Humanización unificada Se necesita responder a la necesidad de integridad, a un deseo de sentirse considerado y tratado como persona en su totalidad, lo que no puede lograr sin su propia alma, sin la posibilidad de relacionase no sólo con un Tú trascendente, sino también, con algo que está en lo profundo de nosotros mismos y reclama atención. 6 En su misión de “centinela de la humanidad”, la Iglesia presenta al mundo una antropología de la persona creada a imagen de Dios, respetuosa de su dignidad y de los valores humanos y abierta a la trascendencia. Un interés y una atención auténticos con el enfermo como persona, así como la relación con El, es la tarea suprema de una auténtica promoción humana (de una humanización unificadora) en el ámbito sanitario. + Se necesita pasar de un modelo centrado en la enfermedad que fácilmente termina centrado en el médico o la institución, a un modelo centrado en el enfermo; de curar al de cuidar, donde el curar tiene más en cuenta las implicaciones biográficas de la persona. + Ayuda la relación empática, con la que el operador sanitario es capaz de desviar el foco de atención de sí mismo para centrarlo en el enfermo y sus vivencias, llegando así, a percibir incluso lo implícito de sus comunicaciones, de su demanda de curación y de su dolor, un mensaje codificado que no siempre se descifra y al que se responde con mucha frecuencia de manera puramente técnica, sin haber entendido antes el sentido que tiene para la persona.3 + Es necesario pasar de un modelo biomédico de salud, centrado en la dimensión corporal de la persona, a otro biopsicosocial, más respetuoso con las diversas dimensiones constitutivas de la misma. + Una visión antropológica integral de la persona lee su enfermedad como ruptura de equilibrio que, si bien tiene su origen en el ámbito somático, afecta a la persona en su globalidad y en las diversas dimensiones en las que se expresa. El proceso de humanización, no consigue sus fines si no se concede más atención al agente sanitario y a su reconocimiento como persona, cuya salud y dignidad debe ser objeto de atención. 3. El modelo de la “comunidad Eclesial” Es el modelo trinitario de la reciprocidad. Es un modelo en el que se da y recibe, en el que es sanador y sanado. Donde Cristo – samaritano es al mismo tiempo Cristo – enfermo. Es el modelo de comunidad que se convierte en espacio de evangelización recíproca porque implica la totalidad comunicativa. El modelo de servicio, de diaconía, que la Iglesia está llamada a expresar hoy en el mundo de la salud, como signo del Reino, es el modelo de la “comunión eclesial”, que tiende a la plena inserción del enfermo en la comunidad, así como la del anciano, la de la persona con capacidades diferentes, la de la persona débil y vulnerable, que son acogidas no por lo que tienen sino por lo que son, sin barreras ni prejuicios, valorando la aportación original que pueden dar como personas. 3 Cfr. SANDRIN L., Cómo afrontar el dolor. Aceptar y comprender el sufrimiento, San Pablo, Madrid 1996, p. 7 En la comunión con Cristo muerto y resucitado, que vivió significativamente el dolor y la muerte, la Iglesia se convierte en posada hospitalaria, seno acogedor, donde la vida en su totalidad es respetada, defendida, amada y servida, lugar de esperanza, donde todo peregrino cansado o enfermo, que busca sentido a todo lo que está viviendo, puede vivir de manera saludable y salvífica su sufrimiento y su muerte y escribir un capítulo significativo de la historia de la alianza con los demás y con Dios. Es la comunidad parroquial el sujeto eclesial más concreto. 8 CELEBRACION Oración inicial: “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman” (tres veces). Canto de entrada: Lectura: Lucas 24,15 – 16 “Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos, pero algo impedía que sus ojos lo reconocieran”. Meditación: Gracias Jesús porque en la Eucaristía, Tú eres el Dios Vivo y la Vida Increada en sí misma se sigues acercando a nuestra humanidad confundida y caminas junto a nosotros; Tú eres el Creador de toda vida y de todo ser viviente; por Ti todo fue hecho; de Ti recibe vida quien vive en este mundo, y todo ser humano vive porque Tú, en comunión con el Padre y el Espíritu Santo, lo creas y le das vida. Tú, con el Padre y el Espíritu Santo, utilizando al máximo la Sabiduría divina, el Amor divino y la Omnipotencia divina, creaste al hombre como imagen y semejanza de Dios vivo, y al encarnarte, te convertiste Tú en nuestro modelo y fuente de vida natural y sobrenatural; por Ti vivimos, por Ti existimos, por Ti somos; en Ti nos movemos y hacia Ti nos dirigimos. Todo ser humano viene de tus manos, porque Tú con el Padre y el Espíritu Santo lo creaste, y todo ser humano refleja la bondad, la sabiduría y la omnipotencia de Dios Trinidad. Cada ser humano, cada cigoto, cada embrión, cada niño por nacer, es una muestra viviente de la Sabiduría celestial, el Amor eterno y la Omnipotencia creadora de Dios Uno y Trino. Sin embargo, a pesar de que cada cigoto, cada embrión, cada niño por nacer, es algo más valioso que todo el universo porque es una imagen y semejanza de Dios Trino, los hombres nos empeñamos por destruir la obra de tus manos, legislando leyes perversas que buscan terminar con la vida humana que apenas se inicia, que vive o está por morir. Venimos a ofrecerte nuestra humilde adoración y reparación, pidiéndote perdón por todos aquellos que promueven leyes contra los niños por nacer, aprobando por decreto humano o mejor dicho, deshumano la destrucción y muerte de la vida salida de tus manos, buscando destruir, de todas las maneras posibles, la obra maestra de la Trinidad. ¡Oh Jesús, no les tengas en cuenta estos pecados abominables! ¡Sopla sobre sus mentes entenebrecidas, tu Espíritu Santo, para que el resplandor de su Amor los ilumine, y así se arrepientan y salven sus almas! Silencio para meditar Jesús Eucaristía, Tú sufriste la agonía en el Huerto de los Olivos, y luego la sufriste por segunda vez en la Cruz. Al sufrir nuestra muerte, mataste con tu muerte nuestra propia muerte, para darnos la Vida eterna. Con tu agonía, en el Huerto y en la Cruz, nos enseñaste y diste ejemplo de cómo nuestra muerte, unida a tu muerte en la Cruz, deja de ser castigo por el pecado, para convertirse en sacrificio agradable a Dios. 9 Unida a tu muerte en la Cruz, la muerte de todo ser humano adquiere un valor infinito, incalculable, inapreciable, porque se convierte, de muerte que era, en fuente de vida, y de vida eterna, para quien une su muerte a tu muerte en la Cruz, y para todos sus seres queridos. Morir unidos a Ti en la Cruz, es morir para vivir, es vivir la muerte y es morir a la vida terrena, para nacer y comenzar a vivir la vida eterna, la vida que triunfa sobre la muerte, la vida perfecta de Dios Trino, la vida que es amor, paz, alegría de Dios, sin fin, para siempre. Sólo en Ti, Dios crucificado y resucitado, que das la vida eterna a quien cree en Ti y recibe con amor y fe en la comunión eucarística, la muerte del hombre se convierte y adquiere todo sentido. Te pedimos perdón, oh Jesús, Dios Vivo y Autor de toda vida, por aquellos que legislan contra los enfermos terminales, propiciándoles una muerte indigna, llamándola “muerte digna”; te pedimos perdón por quienes están a favor de la eutanasia, falsamente llamada “buena muerte”, porque es una muerte que no conduce a Ti, que no es querida ni santificada por tu Cruz. Te pedimos perdón, porque quienes están a favor de la eutanasia, no saben lo que hacen, porque no han comprendido que la agonía y la muerte del hombre, y lo degrada en un momento clave de la vida, desumanizándolo, más unidas a tu Agonía y Muerte en la Cruz, se convierten en vida y fuente de vida eterna. ¡Apiádate, Jesús, de quienes asesinan a sus hermanos, privándolos, con las leyes inicuas de la eutanasia, de la alimentación y de la hidratación, provocándoles la muerte más dolorosa que pueda haber, la muerte por hambre y por sed! ¡Concédeles, oh Buen Jesús, la gracia de adorarte en la Cruz, para que iluminados por Ti, sean capaces de apreciar la buena y santa muerte, la muerte que en Ti se convierte en vida eterna! Silencio para meditar. Jesús, Tú que con el Padre y el Espíritu Santo, creaste al hombre varón y mujer, para que en la diferencia encuentren la felicidad; Jesús, Tú que siendo la Sabiduría divina quisiste que el varón encontrara el amor en la mujer, y la mujer en el varón; Tú que creaste a la mujer del costado de Adán, para que en la unión con él se convirtieran ambos en fuente de vida; Tú que pensaste al matrimonio entre el varón y la mujer como la sociedad humana perfecta en la que esposos, padres e hijos encontraran su más perfecta realización. Tú que quisiste que los hijos fueran el fruto del amor esponsal, del amor de los esposos varón y mujer, te pedimos perdón y reparamos por aquellos que legislan contra la ley natural, permitiendo falsamente uniones que jamás lograrán dar la felicidad a los hombres, uniones que sólo traerán dolor y amargura, uniones que contrarían tu designio divino y por eso están condenadas al más completo fracaso desde el inicio. Te pedimos perdón también por quienes legislan favoreciendo nacimientos de niños por fuera del acto sexual esponsal, único lugar digno para la concepción de un ser humano, porque es la expresión del amor de los esposos, y no puede nunca ser reemplazado por una fría manipulación de laboratorio. 10 Te pedimos, Jesús, que te apiades de quienes a sabiendas legislan contra la ley natural, y concédeles la gracia de poder apreciar el misterio insondable que se esconde y revela en el amor esponsal del varón y la mujer y humaniza al ser humano. Silencio para meditar. Jesús Eucaristía, te pedimos perdón y ofrecemos reparación por todos aquellos que, para justificar el pecado, inventan sus propios códigos morales y se deshumanizan, tratando vanamente de mostrar como “normal” lo que es debilidad humana y aberración antinatural. Te pedimos perdón porque el hombre se ha erigido en su propio dios, desplazándote a Ti, único Dios verdadero. El hombre se adora a sí mismo, y ha dejado de adorarte a Ti, Dios del sagrario, y enceguecido por esta falsa adoración de sí, ha llegado al colmo de la inmoralidad, del descaro, de la soberbia y de la crueldad. Te pedimos, Jesús, por quienes propician leyes inhumanas, anti-cristianas, antinaturales, que bajo un falso barniz de “derechos humanos”, lo único que traen consigo es dolor, tristeza, amargura, llanto, en esta vida y, lamentablemente, para muchos, también en la otra vida. Apiádate de ellos, Jesús, porque para muchos, estas leyes, aprobadas con el aplauso y la gloria de los hombres, se convierten en puerta abierta que conduce a las profundidades de la deshumanización, en donde la vanidad humana se convierte en dolor que no tiene fin ni consuelo. Te suplicamos, Jesús, que abras los ojos de estos hijos tuyos, ciegos espirituales, para que descubran la hermosura y perfección de la ley natural y de la ley divina y, dejando de lado las aberraciones contra la naturaleza y contra Dios, legislen a favor de los hombres, según tu Sabiduría y tu Amor. Silencio para meditar. Meditación final Jesús Eucaristía, en tu infinito Amor por nosotros, nos dejaste en la Cruz a tu Madre como Madre nuestra, para que nos cobijara bajo su manto y para que cuidara de nosotros con amor maternal. Te rogamos por aquellos hijos tuyos que promueven y practican leyes contrarias a tu designio y a la naturaleza humana; leyes falsas que sólo procuran amargura y dolor a los hombres; leyes que justifican las peores aberraciones morales; leyes que sólo son expresión de los más profundos trastornos, debilidades y maldades del corazón humano; leyes que apartan radicalmente del Amor divino, al tiempo que abren las puertas de las almas a la tenebrosa oscuridad del mal; leyes que surgidas del odio angélico, se dirigen contra el Orden, la Belleza y el Bien que Tú imprimiste en la naturaleza humana, y buscan su inversión y perversión para lograr finalmente su destrucción. Oración final: 11 “Dios mío, yo creo, espero, te adoro y te amo. Te pido perdón por los que no creen, ni esperan, ni te adoran, ni te aman en los seres humanos” (tres veces) Bendición con el Santísimo 12 FRATERNIDAD – SOLIDARIDAD La realidad actual de nuestro mundo es un tanto caótica desde la parte humana de las personas. Hay tanta moda, tecnología, progresismo, diversión, globalización, ideologías, centralismo o regionalismo que hace, inconscientemente, de las personas víctimas y consumidores de todo esto. Los seres humanos estamos envueltos de todo esto que nos ofrece nuestro mundo y que, muchas veces, la mayoría de las personas se van convirtiendo en individualistas, egoístas, superficiales, consumistas, materialistas; donde cada uno vela por lo que tiene, ya que eso es lo que le da identidad, donde cada uno busca el bien propio más no el de los demás, donde la entrega y el gastar la vida por la felicidad de los demás ya no existe, donde la igualdad no tiene lugar, donde hasta el sentido de la vida pierde valor porque no hallan el porqué ni el para qué de su existencia, donde el profundizar la vida y el buscar la felicidad interior es aburrido, y es más fácil y divertido vivir la vida como venga hasta las últimas consecuencias, morir. 1. Actitudes sanadoras Una serie de actitudes son importantes para quien hace pastoral junto a los que sufren en el amplio mundo de la salud. 1ª Una mirada contemplativa sobre la vida y una tarea profética. El agente de pastoral de la salud está llamado a hacer suya esta actitud de contemplación y respeto a la vida y la salud, pero como miembro de la comunidad de los que creen que la experiencia – salud se encuentra dentro del proyecto de salvación del hombre y de la humanidad. 2ª Ser signos de la cercanía del Padre y de su corazón “materno”. En su acompañamiento del enfermo, el agente de pastoral puede ser “huella” y “signo” de la cercanía del Padre. Es importante al respecto el modo como sabe estar cercano a quien vive en el dolor y el modo como sabe hablarle de Dios. Es sanadora la pastoral que es teo – logia porque sabe hablar de Dios “a partir del sufrimiento del inocente” sin “ofender su sufrimiento”, haciéndole incluso sentir que su grito no cae en el vacío y que Dios recoge sus lágrimas en su odre como el bien más hermoso (Cfr. Sal. 56,9). 3ª Que sepa ayudar. Ayudar quiere decir, no detener el crecimiento del otro, reconocer la iniciativa que tiene sobre su vida y saberse retirar en el momento oportuno. Significa para quien hace pastoral en el campo de la salud promover un estilo de relación basada en el servicio y no en el poder. 4ª Que de compasión. Se debe desplegar una com-pasión que dé al otro gradualmente dignidad, iniciativa y palabra, y ser capaces de una finura de intuición y de amor que son características típicas de una madre que intuye en el comportamiento de su niño las expresiones de alegría y de dolor y sabe dar las respuestas que su hijo le está pidiendo. 5ª Ser “liturgos” dentro de la experiencia – salud. Toda teología sacramental es teología de la caridad y remite a la caridad (y por tanto al servicio y al cuidador) como a su forma propia de manifestación y realización. 13 La vida eclesial, es la historia de amor que cotidianamente vivimos y debemos manifestar con opciones de justicia y de servicio como respuesta a la llamada de Dios. Y es la eucaristía la que nos prepara para esta misión, en ella, se pasa del encuentro con Cristo en el signo del pan al encuentro con Cristo en el signo de cada hombre que sufre. 2. Un ministerio Sacerdotal Humanizante Ser sacerdote no significa ser, un ser privilegiado, con poderes especiales. Sino ser consagrados como servidores de la comunidad. El ministerio sacerdotal “no es un oficio”, lo acaba de decir el Papa Francisco, sino que es un servicio. Un servicio de los pobres, más necesitados, de dignidad, consuelo, paz, tranquilidad, amor, ternura, solidaridad, y justicia. El Sacerdote es muchas veces aquel a quien se va a dirigir el enfermo o su familia para encontrar respuesta a las preguntas que le surgen a raíz de su situación. El primer acercamiento del sacerdote al mundo del sufrimiento debe de ser sencillamente humano. No le es posible al sacerdote establecer una relación auténtica con el enfermo a partir del solo ejercicio de su función sacerdotal, de unos gestos puramente ministeriales. Cuando el contacto entre el sacerdote y el enfermo no se establece más que con ocasión de la recepción de los sacramentos, podrá muy bien suceder que el ejercicio de la función sacerdotal haga como de pantalla entre el sacerdote y el enfermo. Cristo ha elegido signos humanos para intervenir en nuestra vida; por lo mismo, el encuentro entre el sacerdote y el enfermo habrá de situarse en el plano humano primeramente, habrá de ser un encuentro donde se expresan sentimientos empapados en verdad y calor humano. 3. La consagración religiosa y su valor humanizador La consagración religiosa coincide fundamentalmente con la misión que constituye al mismo hombre, porque el religioso es hombre. La Vida Religiosa tiene su raíz en la alianza de amor, de la cual viene el compromiso a trabajar por el Reino de Dios. Esta alianza nace del amor primero de Dios a nosotros en particular, que se concretiza, y obtiene una respuesta, en la vida fraterna, en la oración y la misión de los que han sido llamados, también, por el mismo amor. Esta opción de vida parte de la imagen de Cristo, verdadero hombre, que opta por ser célibe, pobre y obediente. La propuesta de Jesús es esa. “Hay más felicidad en darse…”, en compartir, en entregar lo mejor de cada uno para el bien de los demás, en saber renunciar al amor único, por el amor a todos, sabiendo que todos somos personas con derecho 14 a amar y a ser amadas, en amar sin esperar nada a cambio, en abandonarse en las manos de quien es nuestro Padre, nos ama y quiere nuestra felicidad. Del Encarnar la vida consagrada de una manera creíble, los religiosos se esmeran en ser “signos esplendidos del Reino”. La consagración religiosa solamente tendrá sentido en este mundo secularizado, si es significativa de los valores del Reino; lo cual quiere decir, que los religiosos no deben disolverse en el mundo; pero sí tienen que estar en el mundo en nombre de una vocación exigente y con un estilo de vida que sea significativo. Esta significatividad ha de ser profética: es decir, tiene que denunciar una situación inadecuada con el Reino de Dios; y tiene que anunciar un camino de salvación en medio del sufrimiento y del dolor que lleve una adecuación entre el mundo y los designios salvíficos de Dios sobre él. La consagración impulsa hoy a los religiosos a vivir el encuentro con Dios en el corazón mismo de la existencia humana. Por los tres votos de pobreza, castidad y obediencia, los religiosos y religiosas han sido llamados por Dios a situar su fidelidad evangélica en el corazón mismo de los problemas fundamentales del hombre de hoy: el problema del trabajo (pobreza), el problema del amor (castidad) y el problema de la libertad (obediencia). Como vemos, es importante que la consagración y forma de vivirla sean significativas y creíbles, si en realidad se ha optado por el Reino. No se puede ser “uno más del montón”, sino que para devolver el sentido verdadero de ser hombre, se debe vivir con libertad, amor y exigencia la vida consagrada. Ésta debe llevar a vivir para, con, como y por el hombre. 4. La misión humanizadora y la inculturación. La evangelización mira a la transformación de la cultura en aquellos que tenga de contradictorio con los valores humanos y con los valores evangélicos. Es una tarea de purificación. Sólo una evangelización que eleve al hombre, que lo haga crecer en humanidad, hará creíble la presencia del cristiano en la cultura. La evangelización de la cultura no consiste en la instauración de una única cultura cristiana en el mundo, sino en que los valores del evangelio purifiquen a todas las culturas de aquellos elementos que los contradicen, para que el evangelio pueda echar profundas raíces en ellas; para que el evangelio penetre en la interioridad misma de los hombres, en sus valores, en sus criterios; para que opere incluso un cambio en las estructuras familiares y sociales en que viven los hombres de un determinado ámbito cultural; porque solamente así alcanzarán su plenitud humana; y esto es ya inculturación del evangelio. Sin embargo, no toda evangelización es inculturación; esta está siempre en relación con el grupo social al que se quiere poner en contacto con el anuncio del evangelio. La inculturación es, pues, sinónimo de encarnación; se toca así el corazón mismo de la Iglesia y de la vida consagrada; esta se encarna en una comunidad cultural, en un pueblo concreto, y se enraíza en ellos de tal manera, que produce nuevas riquezas, nuevas formas de pensamiento, de acción y de celebración. 15