Cómo prevenir el suicidio en niños y jóvenes Miguel de Zubiría

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Cómo prevenir el suicidio en niños y jóvenes
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Miguel de Zubiría Samper
Capítulo 1. Marco general
En la sociedad occidental, si dejamos a un lado los comportamientos delictivos contra la
infancia, los problemas más graves hoy día se refieren al desarrollo afectivo del niño. La
crisis de la familia, el aumento de divorcios (25% de los matrimonios en España, 67% en
Estados Unidos), la gran cantidad de familias monoparentales (28% en Estados Unidos y
Dinamarca), el aumento de niños nacidos de madres solteras (cerca de 50% en Suecia,
70% entre la población afro americana de Estados Unidos), la ausencia de familias
extensas, la dificultad de relación en ciudades grandes, la transferencia a la escuela de
funciones de socialización primaria, son problemas serios que afectan al bienestar de la
infancia y marcan en parte su futuro. José Antonio Marina, Crónicas de la ultra modernidad
El incremento de los suicidios juveniles es un fenómeno reciente, que viene creciendo desde mediados del siglo
XX, como lo demuestran muchos estudios epidemiológicos.
Varias teorías explican las diferentes razones por las cuales una persona decide quitarse la vida. Dichas
teorías evolucionan a lo largo de los años y varían según la cultura. Por ejemplo, en la antigüedad, en varios
países asiáticos, suicidarse podía considerarse un acto de honor.
En Occidente, a principios del siglo XIX, varios científicos identificaron el acto suicida con algún
trastorno mental, mientras que, a mediados del mismo siglo, otros encontraron relación entre la ideación suicida
y las crisis afectivas.
Como nos atañe el suicidio de jóvenes y niños, a continuación expondré mi propia teoría sobre el origen
de la oleada de suicidios juveniles que presenciamos en la actualidad en todo el mundo.
A mi modo de ver, los cambios en la familia y en su dinámica de los últimos dos siglos son el caldo de
cultivo para que este fenómeno se esté convirtiendo en una epidemia.
Antes, las familias estaban constituidas por un número grande de miembros, pues la familia extensa
vivía junta. Con las grandes migraciones de jóvenes del campo a la ciudad, las familias se hicieron muy
pequeñas y los niños se vieron abocados ya fuera a estudiar, a trabajar o a pasar mucho más tiempo solos. En
consecuencia, perdieron el apoyo de la familia extensa, armada por decenas o cientos de familiares, su
principal formador de las competencias sociales y afectivas básicas.
En años más recientes, cambios como la anticoncepción y el aumento progresivo de divorcios
impactaron las familias nucleares urbanas. La píldora anticonceptiva “liberó” la sexualidad y dio pie a la salida
masiva de las mujeres del hogar, presionadas por la creciente demanda de trabajo. Los niños tuvieron que
acostumbrarse a que sus padres no estuvieran en la casa acompañándolos en su proceso formativo. La familia
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Fragmento de libro del autor Cómo prevenir la soledad, la depresión y el suicidio en niños y jóvenes. Editorial Aguilar, Bogotá 2007
empezó a perder la preeminencia de miles de años, a la vez que surgían nuevas modalidades, como las
familias monoparentales, soportadas por ¡un adulto solo!, por lo general una madre cabeza de hogar. Hoy en
Colombia, uno de cada tres menores de edad vive sin su padre, sólo con su madre. Y en otros países es peor.
Vemos en la actualidad familias disfuncionales, incompletas, que generan fisuras en el desarrollo de las
habilidades interpersonales e intrapersonales de los niños; quienes dejaron de saberse relacionar con los
demás y con ellos mismos. Haciéndose cada vez más incompetentes en los dos oficios centrales de la
existencia, el de interactuar con los otros y el de interactuar con uno mismo.
Similar fenómeno ocurre en las instituciones educativas: sin ser culpa de ellos, los profesores y las
directivas no acompañan a los niños y a los jóvenes en este proceso formativo. A los docentes los entrenan en
la universidad para instruir a sus alumnos en un área específica; los licencian en matemáticas, ciencias,
biología, sociales, etc., pero ninguna facultad del mundo, que yo conozca, ofrece una licenciatura en formación
humana.
En consecuencia, casi nadie sabe afrontar el tema central del sentido de la vida, ningún profesional, ni
siquiera los psicólogos. Es un tema reciente que nos tomó por sorpresa. Nadie previó las consecuencias de los
tremendos cambios sociales de los últimos tiempos.
A los colegios les importa impartir conocimientos académicos, no suplir la FORMACIÓN que los niños
recibían antes en su hogar. Debido a las falencias de muchas familias actuales, los colegios tendrían que suplir
la socialización primaria. El problema es que, por lo general, no están en capacidad de hacerlo: los profesores
cuentan con poca preparación en procesos afectivos, si es que tienen alguna, o están a cargo de una cantidad
excesiva de niños, y no les queda tiempo para atender las necesidades individuales de cada uno. Además,
nadie los ha instruido en cómo enseñar a amar la vida, en cómo ver los síntomas de depresión, o en interpretar
las expresiones pesimistas de sus alumnos, mucho menos en qué hacer ante la inminencia de un intento de
suicidio.
El mayor reto que enfrentamos los padres y los profesores del siglo XXI es justamente reparar las
equivocaciones de la época. De esta manera, podremos comprometernos con una crianza que fortalezca a los
niños para enfrentar las adversidades, grandes y pequeñas de la vida. Nos corresponde, por lo tanto, identificar
y entender las consecuencias de esos cambios sociales para encontrar mecanismos que ayuden a fortalecer
sus frágiles personalidades, y a atenuar la soledad y la depresión que se cierne sobre millones de niños y
jóvenes, factores que pueden conducir al suicidio.
Como
mencioné al principio, la historia del suicidio juvenil es reciente. En 1976, los investigadores
Rutter y Colsen estudiaron a ciento ochenta y cuatro adolescentes entre catorce y quince años, mediante
entrevistas clínicas.
Comprobaron que el 41,7% de los muchachos y el 47,7% de las jóvenes tenía preocupaciones
depresivas y que el 19,8% de los chicos y el 23% de las chicas tenía ideas suicidas. En las respuestas a un
cuestionario anexo, el 20,8% de los muchachos y el 23% de las chicas reconocieron sentirse desdichados o
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deprimidos y padecer dificultades para conciliar el sueño o despertares precoces .
2
Daniel Marcelli, Ansiedad y depresión, Masson S.A., Barcelona, 1992, p. 9.
Un año más tarde, en 1977, la segunda alarma en Estados Unidos ocurrió por el reporte de que de tres
mil ochenta y seis estudiantes de colegio entre catorce y diecinueve años el 7,5% de los chicos y el 13% de las
3
chicas había realizado un acto suicida . Increíble. Nadie lo creyó. Era imposible pensar que uno de cada diez
jóvenes ya hubiera intentado suicidarse.
Trece años después, la tercera alarma vino de otro poblado estadounidense:
En una encuesta a cinco mil quinientos estudiantes de primer y último año de secundaria en Kentucky,
el 30% declaró que había considerado el suicidio seriamente en los últimos doce meses; el 19% tenía un plan
específico para suicidarse y el 11% lo había intentado4.
Esta encuesta corroboró los resultados previos, pero con un aumento en el número de jóvenes –
estudiantes de colegios normales– que durante el año pensaron en suicidarse: ¡uno de cada tres!
Estamos enfrentando un fenómeno trágico, inadvertido y silencioso que nos ganará cada vez más
terreno si no tomamos pronto las medidas necesarias.
Por su parte la Liga contra el Suicidio encontró datos aun más preocupantes. En Colombia, entre los
años 2004 y 2006, halló un 41% de ideación suicida y un 16% de intentos de suicidio en jóvenes de bachillerato
entre los diez y los dieciocho años.
Aquí no pararon las cosas. Además, los pensamientos e intentos suicidas entre jóvenes –más
preocupantes que los suicidios consumados– vienen creciendo. En el mundo cada año su número es mayor.
Otra señal de alarma se prendió en Louisville, Estados Unidos, a principios de los noventa. En sólo
cinco años los suicidios aumentaron más del 80% en preadolescentes y 100% en adolescentes. Después de los
accidentes y el cáncer, el suicidio era la tercera causa de muerte entre los jóvenes5. Hoy es la segunda.
En Colombia las cifras son igual de impactantes: según el Instituto de Medicina Legal y Ciencias
Forenses, en el 2005 hubo ciento noventa y cinco casos de suicidio de jóvenes. Entre enero y mayo de 2006,
sesenta y cuatro casos (¡en promedio doce por mes!); cuarenta y tres de estos jóvenes tenían entre quince y
diecisiete años. Estas cifras no tienen como objetivo asustarlo, sino hacer que tome conciencia de la gravedad
del riesgo de suicidio entre los niños y los jóvenes.
¿Qué causas subyacen a la decisión de quitarse la vida? Sin duda, todos los cambios en las
instituciones formativas, como la familia y los colegios, desencadenaron consecuencias directas en niños y
adolescentes. Desde entonces la soledad y la depresión se instalaron en la mente de millones de ellos, como
los grandes precursores del suicidio. ¿Por qué? Ya lo veremos.
Causas reales del suicidio
Después de haber visto las etapas del proceso suicida, entremos en sus causas reales y sus detonantes.
Para empezar, distinguiré entre las causas reales y los detonantes del suicidio. Estudiar el fenómeno
descubre que existen unos eventos, fácilmente identificables, detonantes del acto. A continuación enumero
algunos ejemplos.
3
Daniel Marcelli, op. cit., p. 8.
Jennings (1990), citado en Mohammad Shafii y Sharon Lee Shafii (eds.), Depresión en niños y adolescentes, Ediciones Martínez Roca,
Barcelona, 1992, p. 45.
5
En Mohammad Shafii y Sharon Lee Shafii, op. cit., p. 45.
4
•
Luisa se suicidó al morir su madre la persona más importante de su vida.
•
Nicolás, porque perdió el año escolar.
•
Patricia, porque le fue imposible lograr el amor de Sergio.
•
Luis, porque sus compañeros se burlaban de él de modo repetitivo.
•
Dos primas de quince y dieciocho años, porque sus padres no las dejaron asistir a una fiesta el sábado
por la noche.
Los detonantes del suicidio pueden ser muchos; son los motivos o las “causas” inmediatas que activan
el mecanismo en un proceso que regularmente lleva meses o años gestándose. Son el dedo que aprieta el
gatillo, nada más; las causas reales están en el revólver y en quien lo dispara.
Los detonantes parecen originar, sin hacerlo en realidad, el suicidio de un joven y responden la
pregunta habitual: ¿por qué decidió matarse? Muchas personas quedan satisfechas al conocer la causa
inmediata o aparente, el motivo próximo, de esta decisión: perdió un año escolar, no logró el amor de otra
persona, etc.
Me atrevo a pensar que las personas aceptan estas respuestas por evadir las causas verdaderas;
confundir los detonantes con las causas reales del suicido protege su propia integridad psicológica pues
piensan para sí mismos: “Como mi hijo no ha perdido a alguien cercano ni ha reprobado ninguna materia no
está en riesgo de suicidio”. ¡Qué suerte!... aparentemente.
Usted debe cuestionarse más a fondo y pensar que a cualquier suicidio le subyace la pregunta no
formulada ¿cuál es la causa real de que un joven decida quitarse la vida?; pregunta que se debe responder a
conciencia para entender lo que oculta el detonante y que en un proceso invisible conduce al suicidio.
Por lo general, la causa real es uno de estos tres factores fundamentales, o su combinación: la
FRAGILIDAD, la SOLEDAD o la DEPRESIÓN, los cuales se evidencian en tres rasgos característicos de quien
tiene riesgo de cometer suicidio:
•
Escasa habilidad para afrontar circunstancias difíciles (fragilidad)
•
Incompetencia interpersonal al interactuar con otros (soledad)
•
Incompetencia intrapersonal al interactuar consigo mismo (depresión)
Por ejemplo, ¿por qué se suicidó un joven a quien molestaban desde pequeño en el colegio, mientras
tantos otros a quienes les ocurre lo mismo ni siquiera piensan en hacerlo? Es probable que la respuesta sea
que el joven tenía las deficiencias que mencioné, fragilidad, soledad y depresión y, por tanto, fue incapaz de
afrontar y superar la adversidad. Estas incompetencias le hicieron al joven imposible tolerar las burlas hasta
convertirlas en el detonante de su suicidio.
Para entender mejor los tres factores estructurales y su diferencia con los detonantes le contaré el caso de
Berenice, quien ha tenido tres intentos de suicidio, cada uno más severo que el anterior, tanto en las
consecuencias como en el método elegido.
En los primeros años escolares Berenice tuvo pocas amigas. Nadie entendía la razón, menos aun sus
padres, aunque tenían la teoría de que sus compañeras la envidiaban por su belleza. A pesar de la falta de
popularidad entre sus compañeras, Berenice les caía en gracia a las profesoras: le perdonaban dejar la tarea en
casa y ella se disculpaba con una sonrisa. Era obvio que las profesoras le daban un trato preferencial y, en
general, los adultos hacían lo mismo; a todos les parecía una niña encantadora.
En el bachillerato la belleza de Berenice alcanzó su esplendor, lo que le trajo mucho éxito entre los
muchachos. Uno de sus pretendientes de esa época me dijo durante una entrevista: “Berenice era el mayor
trofeo. Quien la obtenía, alcanzaba la gloria”. Sin embargo, desde los doce años tuvo ideas suicidas y desde
entonces diseñó un plan para quitarse la vida sólo porque tuvo un serio inconveniente con una compañera de
curso.
A pesar de repetir noveno grado y de que le iba regular en matemáticas y ciencias, por fin concluyó el
bachillerato. Una vez graduada eligió la carrera de modelaje, que aparentemente encajaba a las mil maravillas
con su deseo de una vida glamorosa y de éxito rápido. Los pronósticos se cumplieron con precisión milimétrica.
La fama de su belleza creció como la espuma y, además, siguió contando con el apoyo incondicional de sus
padres, la niña de sus ojos.
El primer intento de suicidio de Berenice ocurrió cuando todavía estaba en el colegio, luego de su primera
decepción amorosa. Consideraba a un muchacho de dieciocho años su novio, pero él no a ella. Este intento
ocurrió en el apogeo de su éxito con los hombres.
Tanto sus padres como sus profesoras y compañeras de curso se sorprendieron enormemente, nadie podía
entenderlo. Berenice era la última persona que cualquiera hubiera pensado que quería morirse, pues gozaba de
una popularidad envidiable. Sin embargo, a pesar de que la admiraban, se la veía sola durante los recreos.
Lo que sucedió es que este primer fracaso amoroso reactivó la idea del suicidio. Entonces fraguó el plan:
tomar las pastillas tranquilizantes de la alcoba de su madre, decidió cómo, cuándo y dónde ingerirlas y,
finalmente, la dosis: ocho pastillas. Esa misma noche ejecutó el plan.
El segundo intento ocurrió después de que perdió un concurso para hacer una campaña de televisión en la
que había puesto todas sus esperanzas. Lo planeó más concienzudamente que el anterior durante los meses
que transcurrieron entre dos costosas cirugías estéticas que se hizo –la primera no fue exitosa–. En esta
oportunidad, además de ingerir una fuerte dosis de tranquilizantes, se cortó las venas. Su intención era
definitivamente fatal, no un simulacro; permaneció hospitalizada unas semanas en cuidados intensivos.
La decepción por el fracaso laboral tras una recuperación física extenuante, llena de dietas y exigentes
ejercicios, unida a las graves consecuencias económicas de las dos operaciones (pues tuvo que pedir un
préstamo para hacérselas), pusieron a Berenice en una encrucijada: vio todo tan perdido, sin ninguna salida,
que la única opción que le quedaba era quitarse la vida.
El tercer intento es reciente, y ocurrió luego de terminar una tormentosa relación afectiva con un hombre de
origen griego mucho mayor que ella. Fue la primera persona que no admiró su belleza y en cambio le habló de
belleza interior. Lo consideró el primer amor de su vida, por eso cuando la relación fracasó, fue un golpe grave
que la llevó al más serio de los tres intentos suicidas: ingirió un frasco de veneno precedido por la usual dosis
de tranquilizantes, lo que le ocasionó daños irreparables en el sistema digestivo. “Nunca he querido sufrir”, fue
su explicación para los tranquilizantes. Los más desconcertados por esta situación han sido sus padres,
quienes no entienden por qué su hija, su niña consentida y la menor de varios hermanos, quiere suprimirse.
Antes de analizar las diferencias entre los detonantes y las causas quiero llamarle la atención sobre las
etapas. Fíjese que los intentos de Berenice siguieron una secuencia: primero hubo ideación, después, un plan,
seguido de un evento detonante, luego la preparación y, finalmente, los intentos, que en este caso resultaron
fallidos… hasta ahora.
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