Miguel Ángel Pérez Maldonado Mendoza

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Revista de Estudios Cervantinos No. 8 / agosto-septiembre 2008 / www.estudioscervantinos.org
Miguel Ángel Pérez Maldonado Mendoza
La cosmovisión presente en los dichos y hechos de Don Quijote de la Mancha
Tesis de Licenciatura
Centro de Estudios Filosóficos “Tomás de Aquino”
I.- Introducción.
El sentido español del humanismo lo formuló Don Quijote cuando dijo: "Repara,
hermano Sancho, que nadie es más que otro sino hace más que otro". Es un dicho que viene
del lenguaje popular.
En gallego reza: "Un home non e mais que outro, si non fai mais que outro". Los
catalanes expresan lo mismo con su proverbio: "Les obres fan els mestres". Estos dichos no
son de borrón y cuenta nueva. Dan por descontado que unos hombres hacen más que otros,
que unos se encuentran en posición de hacer más que otros y que hay obras maestras y otras
que no lo son; hay ríos caudales y chicos; hay Infantes de Aragón y pecheros; y así se
acepta la desigualdad en las posiciones sociales y en los actos, que es aceptar el mundo y la
civilización. Yo puedo ser duque, y tú, criado.
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Aquí hay una diferencia de posición. Pero en lo que se dice "ser", en lo que afecta a
la esencia, nadie es más que otro sino hace más que otro más que otro, teniendo en cuenta
la diferencia de posibilidades, lo que quiere decir, en el fondo, que no se es más que otro,
porque son las obras las que son mejores o peores, y el que hoy las hace buenas, mañana
puede hacerlas malas, y nadie ha de erigirse en juez del otro excepto Dios.
Los hombres hemos de contentarnos con juzgar de las obras. Yo seré duque, y tú,
criado; pero yo puedo ser mal duque, y tú, buen criado. En lo esencial somos iguales, y no
sabemos cuál de los dos ha de ir al cielo, pero sí, que por encima de las diferencias de las
clases sociales, están la caridad y la piedad, que todo lo nivelan. Este espíritu de esencial
igualdad, no quiere decir que la virtud característica de los españoles sea la caridad, aunque
tampoco creo que nos falte. Hay pueblos más ricos que el nuestro y mejor organizados, en
que el espíritu de servicio social es más activo y que han hecho por los pobres mucho más
que nosotros.
Pero hay algo anterior al amor al prójimo, y es que al prójimo se le reconozca como
tal, es decir, como próximo. Una caridad que le considere como un animal doméstico
mimado no será caridad, aunque le trate generosamente. Es preciso que el pobre no se tenga
por algo distinto e inferior a los demás hombres. Y esto es lo que han hecho los españoles
como ningún otro pueblo.
Han sabido hacer sentir al más humilde que entre hombre y hombre no hay
diferencia esencial, y que entre el hombre y el animal media un abismo que no salvarán
nunca las leyes naturales. Todos los viajeros perspicaces han observado en España la
dignidad de las clases menesterosas y la campechanía de la aristocracia. Es característico el
aire señoril del mendigo español.
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El hidalgo podrá no serlo en sus negocios. Es seguro, en cambio, que en un presidio
español no se apelará en vano a la caballerosidad de sus inquilinos. Cuando se preguntaba a
los voluntarios ingleses de la gran guerra por qué se habían alistado, respondían muchos de
ellos: " We follow our betters".(Seguimos a los que son mejores que nosotros.) Reconozco
toda la magnífica disciplina que hay en esta frase, pero labios españoles no podrían
pronunciarla. Menéndez y Pelayo dice que hemos sido una democracia frailuna. En los
conventos, en efecto, se reúnen en pie de igualdad hombres de distintas procedencias: uno
ha sido militar, otro paisano, uno rico, otro pobre, aquel ignorante, este letrado. Todos han
de seguir la misma regla.
En la vida española las diferencias de clase solían expresarse en los distintos trajes:
la levita, la chaqueta, la blusa; el sombrero, la mantilla, el pañuelo; pero la regla de
igualdad está en las almas.
Por eso Don Quijote compara a los hombres con los actores de la comedia, en que
unos hacen de emperadores y otros de pontífices y otros de sirvientes, pero al llegar al fin
se igualan todos, mientras que Sancho nos asimila a las distintas piezas del ajedrez, que
todas van al mismo saco en acabando la partida.
Este humanismo explica la gran indulgencia que campea en todos los órdenes de la
vida española. En Inglaterra se castigaban con la pena de muerte, hasta 1830, cerca de
trescientas formas de hurto.
En España no se penan delitos análogos sino con unas cuantas semanas de prisión.
Y es que no creemos que el alma de un hombre esté perdida por haber pecado. Todos
somos pecadores. Todos podemos redimirnos. A ninguno deberán cerrársenos los caminos
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del mundo. Si tenemos cárceles es por pura necesidad. Pero nuestras instituciones favoritas,
pasada la cólera primera, son el indulto y el perdón.
Se dirá que todo esto no es sino catolicismo. Pero lo curioso es que en España es lo
mismo la persuasión de los descreídos que la de los creyentes. Parece que los descreídos
debieran ser seleccionistas, es decir, partidarios de penas rigurosas para la eliminación de
las gentes nocivas.
Aun lo son menos que los creyentes. Están más lejos que la España católica y
popular del aristocratismo protestante. Y así como los pueblos que se creen de selección, se
alzan sobre un bajo fondo social de ex hombres, incapaces de redención, en España no hay
ese mundo de gentes caídas sin remedio. No se consentiría que lo hubiera, porque los
españoles les dirían: "¡Arriba, hermanos, que sois como nosotros!"*
II.- Algunas consideraciones sobre el autor, la obra y el personaje.
1) Los tiempos del “Quijote”[1].
a) Contexto Histórico:
El Siglo de Oro literario, cuyo más espléndido fruto fue el Quijote del que se celebra
el IV Centenario, alargó la Edad de Oro de la Historia de España, un período de doscientos
años en que los españoles estuvieron a la cabeza del mundo. ¿En qué creían y cómo
pensaban, aquellos ibéricos del siglo XVI?; ¿cómo acercarnos a ellos nosotros, hombres y
mujeres del s. XXI, para conocerles y comprender su modo de vivir y de morir?
Pretendemos ofrecer una atmósfera introductoria al inmenso mundo cervantino, partiendo
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de las aproximaciones primarias, la tierra, la cultura, la historia y los hechos que permearon
al autor del Quijote en la producción vasta de sus escritos, no aspiramos a recrear la época,
tarea fuera de nuestro alcance, pero sí a recoger algo de su atmósfera; a ofrecer
posibilidades de acercamiento y de comprensión del ancho mundo cervantino tan cercano y
tan lejano. La España de Miguel de Cervantes (1547-1616) es un país que, en el contexto
europeo y occidental, tuvo la fortuna histórica de vivir su Edad de Oro. La creación del
Estado moderno por parte de los Reyes Católicos, la exportación lanera, la influencia en el
Mediterráneo, los descubrimientos geográficos y la posterior colonización americana (y de
otras zonas del mundo), el auge que tanto la Corte madrileña como determinadas ciudades
portuarias experimentan..., unido todo ello a otra serie de factores, hacen que se termine
creando un Imperio con un potencial no desdeñable en todo el mundo entonces conocido.
Pero, en el transcurso de su vida, a Cervantes le toca conocer –como a los demás
españoles de su época- ese paso que va del auge o plenitud de tal Imperio a una decadencia
de la que, a finales del siglo XVI y principios del XVII, aparecen ya no pocos síntomas. La
riqueza que llega de las Indias no se emplea para modernizar el país, sino que se pierde en
financiar las interminables guerras europeas de religión en las que los monarcas españoles
se embarcan y en la que España termina atrapada. Los sectores campesinos se empobrecen
y se debilitan, al tener que soportar las excesivas cargas del Estado y al tener que mantener
a los sectores sociales no productivos (nobleza, clero...). Y todo ello va minando el
potencial de un país, el que le tocó vivir a Cervantes, que termina perdiendo una
oportunidad histórica para ponerse a la hora de modernidad que el reloj de Europa marca.
Es un momento histórico de luces y de sombras. La cultura española experimenta un
gran auge, vive en una auténtica Edad de Oro. Nunca como entonces ha existido en España
un diálogo tan fluido entre cultura y pueblo. Los descubrimientos geográficos y la
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colonización del Nuevo Mundo traen consigo el desarrollo de la cartografía (nuevos mapas
del mundo, planos de las nuevas ciudades...) y la aparición de un nuevo tipo de literatura:
las Crónicas de Indias, esos deliciosos libros en prosa en los que se nos da puntual noticia
de los descubrimientos, de la colonización y cristianización, desde perspectivas históricas,
geográficas, antropológicas, jurídicas, de respeto y de defensa de la dignidad de los indios,
elementos todos ellos que testimonian muy bien la aventura americana de los españoles.
Los humanistas, fieles a la herencia de Erasmo de Rótterdam (sobre todo, con sus Adagia),
recogen y publican la sabiduría del pueblo, expresada en refranes y paremias, tarea que
realizan, entre otros, Hernán Núñez –el Comendador Griego-, el maestro Gonzalo Correas
o el sevillano Juan de Mal Lara.
La renovación de la vivencia religiosa (el erasmismo tuvo una gran influencia en España y,
particularmente en la obra de Cervantes), la creación de nuevas órdenes (carmelitas
descalzos, jesuitas) y el alineamiento español con la Contrarreforma católica, impulsada
desde Roma por el Concilio de Trento, traen consigo una literatura espiritual, expresada a
través de la ascética y de la mística, en la que participaron las distintas órdenes religiosas –
carmelitas, agustinos, dominicos, franciscanos...-, con figuras tan emblemáticas como Santa
Teresa de Jesús, Fray Luis de León, San Juan de la Cruz , Fray Luis de Granada, Fray
Francisco de Osuna y toda una serie de autores, que llegan hasta el aragonés Miguel de
Molinos, que cierra, con su Guía espiritual, el cultivo de este tipo de literatura.
La poesía experimenta un gran auge, tanto a través de la renovación de la lírica que
se afianza con el italianismo poético (soneto, verso endecasílabo, etc.), cultivado por
Gracilazo de la Vega y, después, con influencias en Fray Luis de León, San Juan de la Cruz
, Fernando de Herrera, Francisco de Quevedo o Luis de Góngora, como del vigor que
adquieren los metros populares, particularmente el llamado Romancero Nuevo, en el que
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participan no sólo los ya indicados Quevedo y Góngora, sino también Lope de Vega y el
propio Miguel de Cervantes, hábil en el uso tanto de las formas métricas italianistas como
en el de las populares. Tanto en unos metros como en otros, los asuntos amorosos,
mitológicos, moriscos, clásicos, existenciales o religiosos, van a verse expresados ya sea en
la creación del poeta genial o del discípulo que sigue los pasos de determinada escuela. A
Cervantes le toca asistir también a ese paso imperceptible que en su época se da del
Renacimiento al Barroco. Tal paso, en el terreno poético, da lugar al nacimiento de dos
escuelas literarias: culteranismo y conceptismo, que, encabezadas por Góngora y Quevedo
respectivamente, someten al lenguaje a determinados procesos retóricos que lo alejan de la
naturalidad y de la armonía, para llevarlo ya sea a exquisitos territorios de belleza o a
significaciones desacostumbradas.
La novela y el relato cobran también un gran auge en nuestra literatura. No en vano,
España es el país europeo en el que se crea la novela como género moderno que es. Sus dos
pilares son el Lazarillo y la novela picaresca (de Mateo Alemán, Quevedo y otros), por una
parte, y toda la obra narrativa de Cervantes, por la otra. Miguel de Cervantes tiene el talento
de recoger, reunir y recrear, de un modo genial siempre, todos los diversos tipos de la
novela de su tiempo, tanto los idealistas (libros de caballerías, novelas pastoril, morisca,
sentimental y bizantina), como los realistas (picaresca, que recrea a su modo, y relato corto
italiano –novella- que utiliza tanto en sus Novelas ejemplares como en los relatos
intercalados dentro de El Quijote, muy presentes, sobre todo, en la primera parte de esta
genial obra). Tampoco fue ajeno Cervantes al teatro, aunque él fue deudor de una
concepción cortesana y clasicista del género que no llegó a triunfar nunca entre el pueblo.
Sería la fórmula de la comedia, anti-aristotélica y anti-normativa, genialmente formulada y
llevada a la práctica por Lope de Vega, la que se impondría en el público. La comedia
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española, el teatro barroco, de la mano de autores como Lope de Vega, Tirso de Molina,
Calderón de la Barca y tantos otros dramaturgos de aquel momento español, cumple
sobradamente distintas funciones y cometidos, escenificado día a día en los llamados
“corrales de comedias”: entretener y deleitar, enseñar, así como transmitir la ideología de la
monarquía española de la Contrarreforma , un país encerrado en sí mismo ante la
comprobación de su decadencia y vuelto al pasado; la ideología de una sociedad piramidal,
en cuya cúspide se encuentran la monarquía y la religión, en cuyo centro se halla la
nobleza, con el pueblo en su base. Los asuntos religiosos, mitológicos, históricos y
legendarios tienen cumplida representación en nuestro teatro barroco. También la tiene el
tema del honor, pues, en una sociedad dominada por los cristianos viejos y en la que tan
importante es el prurito de la limpieza de sangre (judíos y moriscos, no lo olvidemos, no
tuvieron cabida en ella), vigilada por la Inquisición celosamente, las genealogías para
demostrarlas tuvieron no poca importancia.
Pero Cervantes tiene la fortuna de dar en el clavo teatral, mediante la creación de
unas breves obras –los entremeses- en las que, siguiendo el modelo de los pasos de Lope de
Rueda, realiza unas sagaces observaciones sobre la vida española, mediante la alianza de
una fina ironía y de una sutil captación de escenas y de tipos populares. Y ésta es, trazada a
grandes pinceladas, a grandes rasgos, la España de Cervantes, una sociedad de luces y de
sombras, de cúspides y de caídas, que alcanzó geniales logros –El Quijote, entre ellos- en el
campo de la cultura, pero que desaprovechó una muy favorable coyuntura histórica para
ponerse en el primer plano europeo en el arranque de la modernidad.
La vida de Cervantes es bien conocida en sus líneas generales. En cualquier
enciclopedia se pueden encontrar los hechos importantes de su vida. Nació en 1547 en la
ciudad universitaria de Alcalá de Henares de un padre cirujano, cuya vida no fue
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acomodada. Estudió con el humanista Juan López de Hoyos, en el "Estudio de Madrid".
Tras una riña cuyos detalles no conocemos, fue desterrado y se marchó a Italia, donde
sirvió a un cardenal. Sin volver a España, entró en la marina, y participó en la batalla de
Lepanto, en la cual fue herido y una mano destrozada. Fue preso por corsarios musulmanes,
y se quedó en el "baño" o prisión de Argel. (La palabra "baño" en este contexto no tiene
nada que ver con agua o limpieza; es trascripción de una palabra turca que quiere decir
"prisión".) Tuvo que esperar cinco años hasta que se reunieran los fondos para pagar su
rescate. De vueltas a España, tuvo una amante, una hija natural, publicó su primer libro, La
Galatea , y se casó. Su matrimonio fue estéril. Por unos años sirvió como comisario de la
Armada y recaudador de impuestos; por estos trabajos pasó mucho tiempo en Andalucía, de
donde eran sus ascendientes. Quedó encarcelado tras la quiebra de un banco sevillano
adonde había depositado fondos de la corona. De allí hay años vacíos; sólo hay
suposiciones sobre sus actividades hacia 1600. En 1604 le encontramos en la corte,
Valladolid. Conoce éxito con la primera parte de Don Quijote. Vuelve a Madrid, y consigue
el apoyo financiero de un mecenas, el Conde de Lemos. Dentro de pocos años publica el
resto de sus obras: las Novelas ejemplares, Ocho comedias y ocho entremeses, Viaje del
Parnaso, la segunda parte de Don Quijote. Se muere en 1616 casi con la pluma en la mano,
corriendo para acabar Persiles y Sigismunda, publicado póstumamente.
b) Aproximaciones Filosóficas sobre el Quijote[2].
Basave en el primer capítulo de su obra menciona algunos párrafos que necesitamos
considerar especialmente, a saber: “Sea tratado de hacer una filosofía de don Quijote. En
libros no exentos de mérito, aunque estén muy lejos de cumplir sus propósitos […], se ha
pretendido construir la filosofía implícita que yace en la genial obra de Cervantes. Pero el
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intento ha resultado fallido. Cervantes no se afana ni corre en pos de la sabiduría. No hay
en toda la obra El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ninguna investigación
metodológica de la realidad universal en su puro ser en sí o como es en sí. El autor de don
Quijote no se muestra preocupado por darnos una cosmovisión –aunque la tenga-, por
brindarnos una explicación del universo por sus causas. Expresa, simplemente, una visión
de la vida y del destino del hombre[3]”. Es pues interesante considerar que el autor de la
obra citada parte del supuesto de que la obra de Cervantes es de carácter literario como ya
es sabido por tal motivo el sentido filosófico de la misma tendrá que ser abordado desde
otro punto de vista a colación Basave nos dice: “En cambio, cabe muy bien, a nuestro
juicio, hacer una filosofía sobre el Quijote como obra de arte. El Quijote es una actividad
expresiva y cristalizada que ha sido producida por el espíritu. […] La figura del hidalgo
manchego tiene una cierta perfección ideal adecuada a los valores del espíritu. Percepción
sensible, memoria, fantasía y gusto están gobernados en el proceso creador de Cervantes
por una peculiar voluntad artística. […] El caballero de la Mancha no es una creación de
la fantasía divergente de la vida. El Quijote sólo se aparta de la vida para henchirla y
enaltecerla. Y esto se realiza a través de ese caballero andante que se convierte en
símbolo, es decir, en una figura que, además de lo que ella es en sí y por sí misma,
desempeña la función de descifrar y evocar una constante humana. […] El Quijote como
obra de arte vive por sí sólo y ostenta un sustrato material que está en el libro. Pero desde
que salió de las manos de Cervantes empezó a tener una entidad ideal propia, cobrando
existencia cada vez que se refleja en el espíritu de un lector comprensivo. El Quijote trae
consigo un eco de realidad, pero no debe su sentido artístico a lo que es como puro libro
sino a un “algo” virtual que representa o expresa. En él se da una transposición del
sentido”[4]. Es pues un amplio panorama el ofrecido en esta magnificente obra, cúmulo
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grandioso de ideas, tesis, propuestas y demás aspectos presentes en la España del siglo XVI
y en las vivencias del manco de Lepanto; de tal manera como dice Basave es un universo
que se basta así mismo con una significación exclusivamente suya. Hay de tal suerte una
variación cuasi exponencial de quijotes, ¿por qué decimos esto? simple y sencillamente
porque el Quijote de Cervantes genera el Quijote de cada lector entre estos estará siempre
esa obra de vida humana objetivada, plasmada, cristalizada, que cabe contemplar desde
diversas perspectivas y ofrece muchos aspectos a nuestra consideración; podremos hablar
en cierto modo de un quijotismo. “Don Quijote es un personaje con una vocación
claramente definida y acatada. Es caballero andante porque quiere combatir la acción
perversa de los malos; inspirado en los ideales góticos se enfrenta a un mundo de
transición. Quiere ser un paladín de la justicia, no en las aulas sino en las llanuras y en las
aldeas, a cielo abierto, aunque su amada permanece invisible siempre es el más casto de
los enamorados. Se aferra a sus sueños y cree en ellos, como niño que juega con sus
inventos; confía, siego, en todos, porque los cree dotados de una hombría de bien
equivalente a la suya […], implacablemente golpeado por el destino, don Quijote es digno
hasta en la locura”[5]. Toda aproximación filosófica debe al menos presentarnos los
linderos incipientes de la cosmovisión del autor o del protagonista la obra de Cervantes no
es extraña a esta situación, ciertamente que no pretende ofrecernos eso como arriba
mencionamos pero si, en el devenir de la historia quijotesca podemos vislumbrar la visión
del mundo del creador y su criatura; a lo cual Basave dice: “Todo hombre tiene una
cosmovisión más o menos larvada o más o menos explícita. No se trata tan solo de una
concepción racional del universo. Tratase de algo más: creencias y convicciones sobre la
existencia humana y sobre el mundo, tendencias y hábitos emocionales, sistema de
preferencias y finalidades ante el enigma de la vida… y es sobre la base de esta
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cosmovisión como decimos acerca del significado y sentido del mundo sobre el ideal de
nuestra existencia concreta. La cosmovisión sirve, en consecuencia, para vivir y hasta para
morir. Aunque no pertenece al orden intelectual, cuenta con elementos intelectuales y se
procura justificarla racionalmente. […] El hombre no es pura razón. De ahí que cada
hombre construya su cosmovisión también a base de emociones e instintos vinculados con
la práctica. […] No nos basta saber como es el universo, ansiamos saber que sentido tiene.
La cosmovisión de don Quijote lleva en sí mucho más de lo que Cervantes deliberadamente
pone. A la cosmovisión cervantina se incorpora la cosmovisión de un pueblo. La
sensibilidad, la conciencia y la cultura de una nación desbordan la creación del Quijote
[…]. Su cosmovisión está hecha de todos estos ingredientes tan hispánicos: celo de la
propia honra, ritmo estoico de la vida, sed de valores absolutos, voluntad de grandeza…
[…]. Don Quijote no es un simple especulativo, ni un puro hombre de fantasía; que quiere
unir el mundo fantástico de la andante caballería con la realidad de su circunstancia. No
le basta con pensar lo extraordinario; quiere vivirlo. El ideal del amor le lleva a la proeza
física. Traza, inventa y trabaja de sol a sol por vivir sus hazañas. Aunque reconozca
teóricamente que la experiencia es “madre de las ciencias todas”, trata siempre de
encapsular la realidad en sus lecturas caballeriles […]. Como simbolización del homo
hispanicus, don Quijote es el antitibio por antonomasia. Su fe apasionada y enérgica se
combina con su intensidad imaginativa y hacen que en su idealismo monte a caballo”[6].
2) Motivaciones literarias que inspiraron a Cervantes en la creación del Quijote[7].
El manejo que de los refranes se hace en el Quijote nos muestra obviamente hasta qué
punto había hecho preso de Cervantes la típica afición de los humanistas españoles a la
literatura paremiológica. No es arriesgado postular que debió frecuentar con fruición las
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principales colecciones de proverbios que circulaban en su tiempo, y en este campo nos
atrevemos a decir que no se hizo en todo el siglo XVI ninguna tan importante como el libro
de proverbios o refranes glosados que recopiló Horozco[8]. El caso es que las semejanzas
que se advierten entre Cervantes y Horozco no se agotan, pues el Quijote mismo presenta
varias coincidencias curiosas con las glosas de refranes incluidos en la colección del citado
autor.
Una de estas semejanzas puede referirse al mismo Don Quijote, cuya
caracterización como pobre Hidalgo campesino coincide en algunos rasgos notables
contenida en la parte inédita del Libro de proverbios, Hidalgo como un gavilán, mas no hay
un pan:
“Oy día no tiene algo
sino quien barbulla y trata,
más el pobre del hidalgo
un rocín biejo y un galgo
con que alguna liebre mata”.
Coincide también con cierto momento de la aventura de los galeotes, cuyos guardas
remiten a los propios forzados la información de don Quijote, la glosa del refrán: andá que
allá os lo dirán:
“Preguntan siempre el por qué
cuando algunos presos van,
y el alguacil que los ve,
responde: «Yo no lo sé,
más id, que allá os lo dirán»[9].
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En la parte inédita de la misma obra se encuentran también dos refranes que hacen
mención de Sancho como personaje proverbial. La glosa de uno de ellos, “Topado ha
Sancho con horma de su çapato”, responde bien a la idea expresada por Rodríguez Marín
en sus anotaciones de ser éste Sancho tradicional «símbolo de la gramática parda y
rusticidad maliciosa»[10].
La sospecha de que dulcinea pueda derivar también, en cierto modo, del venero
refranesco, se acentúa notablemente si tenemos en cuenta el enunciado y la moraleja de
otro de los proverbios glosados por Horozco, “diez años la seguía y ella no lo sabía”, en
que hasta el lapso de tiempo viene a coincidir, poco más o menos, con el tímido
enamoramiento de don Quijote. Todo este desfile de textos tiende a confirmar someramente
la posibilidad del conocimiento de Horozco por Cervantes, haciendo ver también que en el
Quijote laten más refranes que los textualmente citados. Los fragmentos de Horozco
apuntan claramente hacia una tradición literaria destinada tanto a moldear la creación
cervantina como a ser definitivamente superada por ella[11].
Del mismo modo nos comenta Márquez Villanueva la coincidencia que observó Hendrix de
la novelística cervantina, respecto al uso y manejo de ciertos artificios, con el extenso y hoy
poco valorado género de las continuaciones e imitaciones de La Celestina[12]. Puede
sernos de utilidad y referencia la Segunda Comedia de Celestina (1534) de Feliciano de
Silva, en la que se observa la semejanza con ciertos pasajes cervantinos, sobre todo en la
intencionada escena de los juramentos a que ha de someterse el mozo Loaysa de El Celoso
Extremeño[13]. La identidad de procedimiento y situaciones se hace aún más nítida si nos
concentramos en el asunto de los fanfarrones mantenidos por las desdichadas que para ellos
trabajan en la mancebía, que rara vez falta en esta literatura. También algunas figuras y
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hechos secundarios del Quijote proceden claramente del campo que venimos trazando no lo
mencionaremos, dada su universal mala prensa, de los tipos de venteros apicarados, pero en
todo caso la enumeración de focos y universidades de la picaresca, con que se hace historia
del de la armazón de caballería, es el recurso más habitual para subrayar el acento rústico
de todos los fanfarrones de las Celestinas[14]. Sancho, no se ha sustraído tampoco a esta
suerte de influjos. Su primera embajada a dulcinea ha sido relacionada, en conjunto con
otra mensajería amorosa descrita en la “Tercera Parte de la Tragicomedia de Celestina”.
La necesidad de relacionar la figura de Sancho con los tipos cómicos del teatro primitivo
equivale a rendir virtual homenaje a Torres Naharro, que es quien moldea, con sus criados
y rústicos de los introitos, el paradigma del pastor o campesino bobo, figura que lleva sobre
sí todo el peso del teatro español hasta el advenimiento de Lope de Vega […] y ha sido
Torres Naharro quién, en fecha muy temprana, establece con toda claridad tan entrañable
rasgo sanchopancesco. Insiste también el gran autor extremeño en la poca memoria de sus
villanos, que cometen por ello ridículos disparates que los hermanan o poco menos con los
simpáticos y útiles semovientes[15]. La misma comedia Aquilana vuelve a traernos a la
memoria otra de las mejores ocurrencias de todo el Quijote, concretamente los comentarios
de Sancho Panza al enterarse, con asombro, de la identidad de dulcinea con aquella
Aldonza Lorenzo conocida suya, campeona en el tiro de barra y adornada con formidable
vozarrón[16].
Mucho más interés reviste para nosotros la frecuencia con que los tipos rústicos del
teatro primitivo llevan clavada en la mente una vana esperanza en recompensas absurdas y
totalmente desproporcionadas a sus méritos. La ilusión con la ínsula o el condado
constituye así uno de los nexos más visibles entre la figura de Sancho y sus modestos
antepasados dramáticos[17]. El tema de la recompensa absurda y desproporcionada al
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mérito individual no sirve muy bien para comprobar la trascendencia ideológica de ésta
literatura dramática cuyas fórmulas todavía resuenan claramente en el Quijote. Hasta el
momento, hemos referido, basándonos en Márquez Villanueva, la comicidad de estas
caracterizaciones pero es necesario anotar que todas ellas responden a motivaciones de
orden profundamente serio. […] La inicial antipatía hacia el rústico a sido compartida por
grandes y pequeños en el sector humanista español […] La figura del creado rústico
aparece también alguna vez en la farsa francesa del siglo XVI, pero ni con tanta frecuencia
ni con semejante corazón; pero en el rústico español encontramos no sólo una acumulación
de notas negativas, sino la presencia de otras que lindan ya con un propósito infamante;
como hemos visto, el aldeano manchego permanece en conjunto, marcadamente fiel a la
caracterización del rústico. Sancho, que fue pastor y porquero en su mocedad, siente
fraternal ternura por su rucio, es dormilón, enemigo de tendencias, muy aficionado a sus
fiambres y al tinto de su bota, pero sobre todo, soñador incurable con su ínsula o
condado[18]. La máscara del rústico tenía que ser repudiada en el fondo, porque su norte
era una estética de caricatura, definida con el propósito de dar una imagen peyorativa no de
rústicos sino de rusticidad, lo cual equivale a correr detrás de abstracciones literarias. Y
Cervantes era, en cambio, el primero en perseguir la creación de individuos, hombres de
carne y hueso, de cuerpo y alma que se hicieran viviendo a través de las páginas del
libro[19]. El enraizamiento de la figura de Sancho tanto en la aceptación como en el
repudio de las fórmulas del teatro primitivo, no hace sino alienarse en armonía con otras
fuentes fundamentales del Quijote, de común naturaleza dramática todas ellas.
Como hemos de ver, la abundante presencia de Zapata en la obra cervantina, así
como la certeza humana de haber sido hojeado por el alcalaíno en fecha previa a la creación
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del Quijote y de las mejores Novelas Ejemplares, distan de ser hechos fortuitos ni carentes
de un profundo sentido. Responden al interés de Cervantes hacia cuanto su época le
brindara de experiencias aprovechables para el perfeccionamiento de su propio arte
novelístico, hacia los esfuerzos de quienes, aún remotamente, se debatían con los mismos
problemas que a el le afectaban, y, a su vez, la importancia que revisten toda suerte de
elementos dispersos llamados a fundirse y a superarse en el crisol cervantino, da nuevo y
oportuno realce a la meditación sobre la obra de Zapata[20]. Son frecuentes las ocasiones
en que la obra de Cervantes parece acusar huellas bastante claras de una atenta lectura de
Zapata; las obras de Zapata constituyen también eslabones no despreciables en la
transmisión de ciertos temas reelaborados en el Quijote. Aunque desmedrado y ramplón,
contiene la miscelánea[21] un discursillo de las armas y las letras que, si bien no constituye
una auténtica fuente, si puede avivar en Cervantes, ya en vísperas de escribir la primera
parte del Quijote, la idea de servirse del tema y refrescar viejas lecturas. Las semejanzas
que acercan a los dos escritores no son únicamente coincidencias temáticas o el
aprovechamiento de materiales extraídos de Zapata. Los paralelismos estudiados hasta el
momento no dan pie, por sí solos, para ninguna consideración más sustanciosa que la
prueba, si bien fundamental, de la atención prestada por Cervantes a la obra del autor
extremeño. Pero tales afinidades han de entenderse además como efecto de un sentido
literario más profundo; debemos reparar también, en otras semejanzas de carácter
conceptual que se multiplican a medida que consideramos ambas obras. A ésta categoría
pertenecen, por ejemplo el aborrecimiento que uno y otro profesan a las armas de fuego y la
común actitud de interés por el estado de locura, enmarcado por ambos ingenios en un
enfoque bastante similar. Y este tipo de confluencias si que nos resulta valioso en cuanto
nos proporciona prueba sólida y tangible de la afinidad intelectual de ambos,
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hermanándolos en el mismo momento evolutivo de una tradición humanista complicada por
el activo fermento de un cristianismo renovador[22]. Con esto no queremos decir que la
obra de don Luis de Zapata sea comparable con el valor artístico de Cervantes sino que
ambas proceden de una coyuntura histórico-literaria cuya significación merece ser
meditada. Por que a través de esa coherencia advertimos la madurez que iba alcanzando a
fines del siglo XVI la búsqueda de una literatura de imaginación marcada por la amplitud y
la libertad. Si a partir de Cervantes la novela es más que nada reflejo libre de actitudes y
sentimientos humanos, captación directa de sicologías y ambientes, sensibilidad para el
eterno problema de la involucración del individuo y sociedad, también era eso o algo muy
parecido lo que bordeaba Zapata en aquellas notas de su obra[23]. Salvaban estos
teorizadores (Zapata y Cervantes) la literatura de imaginación, cada vez más amenazada
por juicios de carácter moral, considerándola un subprovincia de la poesía épica,
convirtiendo el poema épico y el relato imaginado en prosa con dobles vertientes de un
mismo género literario[24].
Cervantes se encuentra en Guevara (Fray Antonio de Guevara) una mina de efectos
humorísticos, como las matizaciones ridículas de los altisonantes «nombres quimerizados»:
“… En poco menos de nueve años se podrá estar a
vista de la gran laguna Meona, digo, Meútires, que
está a poco más de cien jornadas más acá del
reino de vuestra grandeza” (1, 29).
“Tenía Obdenato en su corte y palacio a un sobrino suyo,
que había nombre Meonio, mancebo que era asaz y belicoso
y esforçado, aunque, por otra parte, era asaz envidioso y muy ambicioso”[25].
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El humor cervantino es inconfundiblemente guevariano en su aspecto de aguijón
que pincha las burbujas y engolamientos incapaces de resistir los ecos de las carcajadas. Es
lo que ocurre en el Quijote con la burla irrespetuosa del mundo caballeresco, y por eso
resulta ser el capítulo de la cueva de montesinos uno de los más afectados por los recursos
humorísticos que ya conocemos. La renuncia a las responsabilidades del poema épico
repercute en la multitud de sentidos sobre la creación del Quijote. Los preceptistas
recetaban que el protagonista épico había de ser algún paladín de tiempos remotos, lo cual
legitimaba que el poeta supliera con su fantasía el desdibujo causado por el paso del tiempo
sin atentar contra la verosimilitud, y el ejemplo inevitable eran las censuras de Lucano por
haber recaído en la historia al tratar de acontecimientos bélicos demasiado recientes. Muy a
sabiendas de lo que hace, e incluso llamando la atención a ello, Cervantes se queda muy a
gusto con la historia contemporánea de un hidalgo aldeano y labrador, no ocurrida en
Etiopía ni en Noruega, sino en los vecinos y familiares territorios de la Mancha. Y por lo
que hace el compromiso de historiador verídico y puntual, allí está no ya el escritor, sino
Cide Hamete Benengeli, dispuesto a no callar ni el menor de los infinitos palos cosechados
por nuestro hidalgo; este carácter de Guevara como precursor y aún mentor de Cervantes en
una revolución literaria se refrenda no sólo con una básica semejanza de procedimientos,
sino también de aspectos importantes del problema estilístico de éste. Es de nuevo E. C.
Riley quién acertadamente señala una característica esencial de Cervantes en su
distanciarse de la viejísima teoría de los diversos estilos y de la rigidez con que los
clasicistas exigían la adecuación del nivel estilístico al asunto y a los personajes[26]. El
gigante aparece en el libro de caballerías como parte del motivo general de la deformidad
física (enanos, jorobados, tuertos) tan caro a la literatura medieval y en el que latía un afán
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de comicidad unido por lo común a implicaciones mortales de orden peyorativo conforme
al tópico homo deformis et pravus. Muchos de estos gigantes manifiestan su naturaleza
semianimal a través de algún rasgo beluino: colmillos, garras, etc. En combate manejan
armas primitivas, sobre todo la maza, y suelen cabalgar en unicornios, alfanas, camellos o
elefantes, y nada de ello los salva de morir hechos pedazos o literalmente destripados. A
medida que el genero decae y prolifera en el siglo XVI, los libros de caballerías exageran
de modo correlativo el número y tamaño de sus gigantes, a la vez que toda una enfermiza
zoología de centauros, cíclopes, cinocéfalos, colmilludos y antropófagos, todos por sus
personajes[27], ellos cada vez más desmesurados, más feos y más ridículos. Los gigantes
del libro de caballerías presentan siempre algo sobrehumano o diabólico, su fealdad es
alegoría del pecado, pocos de ellos hacen vida social o se convierten al cristianismo, y sólo
son vencidos por especial auxilio divino invocado por los caballeros antes de trabar
desigual pelea[28]. Los gigantes del Quijote pertenecen netamente, por tanto, a la vena
medieval de las gestas y libros de caballerías, como demuestran incluso los detalles de la
Fosca Vista de Pandafilando y el armamento del atrevido Brandabarbarán de Boliche, con
su cuero de serpiente y «por escudo una puerta, que, según es fama, es una de las del
templo que derribó sansón, cuando con su muerte se vengó de sus enemigos» (1, 18). Y
discutir de «los dos gigantes [frailes] benitos» (2, 3) supone, pues, una manera poco
cáustica de adjetivar. Significa todo esto que Cervantes se muestra ajeno al nuevo
tratamiento del tema de los gigantes, decisión tanto más significativa cuando sabemos que
conocía bien el Baldus, además de la obra de Pulci, apreciada con toda claridad y donosura
en el capítulo inicial del Quijote: «decía mucho bien el gigante Morgante, porque, con ser
de aquella generación gigantea, que todos son soberbios y descomedidos, el sólo era afable
y bien criado» (1, 1).
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3) La Obra : “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ” como “hija de su
tiempo”[29].
Detrás de cada uno de los personajes del Quijote, hay una palpable realidad que se
resiste a dejar su lugar a la fantasía; esta realidad lucha tenazmente con el mundo inventado
por el creador y -muchas veces-, termina por reflejarse en los diferentes momentos en que
se articula el mensaje poético. Cuando Cervantes compuso la novela aquí analizada, su
intención prioritaria era de carácter irónico, sarcástico casi; pretendía denunciar la
hipocresía del mundo que lo rodeaba, subrayar la inevitable contradicción que existía entre
el buen decir literario y la falsa prosa de las novelas de caballería; en fin, desentrañar la
vieja polémica instaurada desde siglos entre lo cursi y lo sublime. Para lograr esto, el autor
de la Mancha se vio obligado a confrontar la realidad con la fantasía; mejor aún, se vio en
la necesidad de arrancar la verdad que estaba oculta en las raíces de lo cotidiano; por eso
logró ver gigantes donde sólo había molinos, y doncellas en la desteñida figura de pobres
rameras. Es quizá el fenómeno de la transmutación de la realidad inmediata lo que más ha
conmovido a los críticos subjetivos del Quijote, a aquellos que se sintieron profundamente
involucrados con el mensaje cervantino y que llegaron a sostener, como el propio don
Miguel de Unamuno lo hizo, que Cervantes había vislumbrado apenas el mundo simbólico
del hidalgo de la Mancha , que se había acercado tímidamente a la inmensa fuente de
poesía que representaba su tema sublime, pero que no había sido capaz de entender en lo
más profundo el sentido del sufrimiento humano, la denuncia de la miseria de cada día, la
manifestación de la necesidad de luchar por imponer una cosmovisión basada en la
búsqueda constante de los ideales perdidos. Ajeno a este profundo sentido, el autor llegó a
revelar sólo una parte, y dejó supeditada al paso del tiempo la interpretación de la otra, la
oculta, la significativa, la sublime.
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Por todo ello, Unamuno, inmerso en la cosmovisión quijotesca y lleno de la
inconmensurable locura que caracterizara al hidalgo de la Mancha , propone una nueva
empresa para los hombres contemporáneos que realmente lo sientan así:
Creo que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del
poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado. Creo
que se puede intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro del Caballero de la
Locura del poder de los hidalgos de la Razón.[30]
Si nos ubicamos en el contexto del Ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha , podremos
observar los siguientes aspectos que nos permitirán un análisis involucrado directamente
con el tema propuesto en el presente apartado. En primer lugar hablaremos de los
personajes
relacionados
con
un
doble planteamiento:
Realidad-cotidianidad
vs.
idealización.
Los personajes escogidos han sido: el ventero, encargado de armar caballero a don
Quijote; las dos rameras que estarán junto al hidalgo en este momento sublime de su
existencia (capítulo 3, de la 1a. parte); y los mercaderes toledanos que iban a comprar seda
a Murcia (capítulo IV, de la 1a. parte), Es dado observar que los términos de referencia en
que nos apoyamos en el presente contexto, responden a elementos cotidianos, que en su
necesario devenir chocan con la figura idealista del caballero. El ventero es el símbolo de
un afincamiento en su tiempo real, constituye la manifestación burlona que sólo sabe
esbozar una sonrisa irónica ante la presencia del hidalgo; las prostitutas son las tristes
mujeres del mundo de cada día que comercian con el preciado cuerpo, que lo entregan en
manos desconocidas para satisfacción del instante; en fin, los mercaderes se entronizan
como los representantes de un universo económicamente organizado, los que están
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completamente inhabilitados para acceder al perfecto mundo ideal que defiende el hidalgo
con argumentos ilógicos e irreales.
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