EL ESTADO-NACIÓN Y LAS LITERATURAS NACIONALES: SUS

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EL ESTADO-NACIÓN Y LAS
LITERATURAS NACIONALES: SUS
PRONTERAS Y LÍMITES*
Horst Nitschack**
Resumo: as emergentes Literaturas nacionais contribuíram, durante o processo de
formação dos estados-nações europeus, para a criação de um espaço público. Este era
indispensável para a integração de diferentes atores e comunidades culturais dentro de
suas fronteiras, como também para o diálogo com outros Estados-nações. No entanto, a
consolidação da instituição da “literatura nacional” se tornou um instrumento de exclusão
e separação dentro e fora.
Palavras-chave: Literaturas nacionais europeias. Espaço público. Exclusão. Inclusão.
THE NATION STATE AND NATIONAL LITERATURE:
BORDERS AND BOUNDARIES
Abstract: during the formation of the European nation-states, emerging national literatures
contributed towards creating a public space. This was vital for the integration of the different agents and cultural communities within their borders, but also for dialogue with other
nation-states. However, the consolidation of the institution of ‘national literature’ became
an instrument of exclusion and separation both inside and outside.
A
Keywords: European national literatures. Public space. Exclusion. Inclusion.
pesar de que la idea de globalización entraña de manera aguzada la imagen de la transgresión
de lo nacional, probablemente contamos con pocos momentos históricos en los que se hayan
creado tantas nuevas fronteras nacionales como en la última década, cierto, principalmente,
si miramos al mapa europeo. Menciono esta paradoja para tomarla como punto de partida de algunas
reflexiones que quisiera exponer hoy con respecto a la relación entre estados nacionales y culturas
nacionales, o, dicho de manera más precisa, entre estados nacionales y literaturas nacionales. A partir
de este marco general, me acercaré a la cuestión de las relaciones entre literaturas nacionales y sus
límites y fronteras, discutiéndolas observaciones sobre la situación de las literaturas latinoamericanas.
El concepto de literaturas nacionales surgió junto con la idea de estado nacional en el transcurso del siglo XVIII y fue uno de los resultados y consecuencias del pensamiento ilustrado. En este
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contexto, como sabemos, la formación de estados nacionales apareció como el prerrequisito para la
introducción de la República y de una organización democrática de la sociedad. Al mismo tiempo, el
concepto de literatura nacional se constituyó como un apoyo ideológico importante para las burguesías
europeas en el proceso de su liberación de la aristocracia y de la iglesia. Así, la identidad entre estado
nacional y cultura nacional fue tomada por obvia. Esta identidad implicó que todo territorio que se
distinguía por una cultura declarada como cultura nacional debería ser integrada dentro de los límites
del estado nacional y, viceversa, todo territorio ocupado por el estado nacional debería pertenecer
a una cultura considerada nacional. Las fronteras del estado se transformaron, de esta manera, casi
automáticamente, en fronteras culturales.
La primera tarea, tarea primordial de la literatura nacional, fue unificar la diversidad cultural,
étnica y social dentro de las fronteras nacionales, ayudando así a presentar a ésta como una unidad.
La segunda tarea consistió en marcar nítidamente las diferencias con respecto a las otras culturas nacionales, especialmente las vecinas. Sin embargo, vale la pena recalcar, que no se trataba solamente de
sustancializar como diferencias ciertos rasgos sino diferentes sí diferenciables que se toparon en los
límites establecidos por los estados nacionales, confirmando de esta manera las fronteras. Se trataba,
más allá de lo anterior, que estas diferencias debían ser significadas y semantizadas.
Ahora bien, no es difícil imaginar que tales tareas – garantizar su unidad interna y marcar las
diferencias con los otros estados nacionales – debían producir conflictos y tensiones entre los intereses
de la propia literatura nacional y los del respectivo estado nacional.
Veamos lo relativo a la primera tarea mencionada, la de unificación interna. El estado nacional, a
pesar de su necesidad de legitimarse culturalmente, no ha representado ni hacia dentro ni hacia afuera
de manera automática los intereses culturales de los diversos grupos que forman la nación, sino que
normalmente ha representado los intereses políticos y económicos del grupo dominante del estadonación. Los intereses de estos grupos raramente coinciden con los ‘intereses culturales’ propios de
una literatura nacional, de los cuales uno de los más importantes es el de formar y defender el espacio
público. Un prerrequisito de su propio desarrollo. Es este espacio público, el que garantiza la posibilidad
de un diálogo entre los diversos grupos dentro del territorio nacional. En él se expresan las opiniones,
convicciones y tradiciones más distintas, y éste debe ser protegido contra cualquier limitación o censura.
Sabemos por la historia, cuántas veces la manutención del espacio público entró en choque con
los intereses del estado nacional. Pero sabemos también que una literatura que renuncia a defender
este espacio público traiciona sus propios fundamentos. Solamente en la medida en que la literatura
reacciona a las voces múltiples que se articulan en el espacio público, solamente en la medida en la cual
ella se relaciona a estas voces múltiples con la variedad de sus discursos literarios, en prosa o poesía,
comedia, sátira o drama, solamente cuando ella anima a todos grupos de la sociedad a manifestarse
en este espacio, solamente en este momento ella se confirma a sí misma como literatura.
Frecuentemente en el pasado las literaturas nacionales no cumplieron con esta tarea de garantizar
el espacio público y se perjudicaron, de este modo, a sí mismas
Lo mismo vale para su segunda tarea: marcar las fronteras con las otras culturas y literaturas
nacionales. En este contexto no se produjeron tensiones y conflictos menos dramáticos entre literaturas nacionales y el estado nacional como en el caso de la preservación y defensa del espacio público.
También en este caso la literatura se encontró desafiada en un área elemental de su derecho a ser. Un
desafío, no obstante, al que con frecuencia la respuesta fue también la connivencia con las orientaciones
marcadas por los estados nacionales.
Las fronteras marcan diferencias. Sin embargo, es evidente que las fronteras pueden ser instaladas
en cualquier parte y, consecuentemente, que las diferencias se dejan estipular arbitrariamente. Lo que
importa es siempre la semantización de la diferencia con el otro, con lo ajeno, con el más allá de las
fronteras. Esta semantización o significación de la diferencia es un acto cultural de primer orden que
lleva consigo las consecuencias políticas más decisivas. Así, cualquier colonialismo ha dependido del
hecho de que el otro fue culturalmente definido como un ser a ser colonizado. No es vano recordar en este
punto, y para subrayar el ángulo de la connivencia entre estado nación y literatura, no es vano recordar,
decía, que a partir del momento en que como consecuencia de la secularización la religión cristiana
perdió la legitimidad para discriminar entre civilizados y no civilizados, las literaturas nacionales se
encargaron de esta tarea. No hay duda que a partir de un cierto momento, estas literaturas nacionales
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europeas asumieron – salvo pocas excepciones – con gran agrado esta función. Contribuyeron con
sus semantizaciones de las diferencias a fortalecer tendencias chauvinistas entre las naciones europeas
y comportamientos de colonizadores hacia las etnias de otros continentes. No se articularon muchas
voces que criticaron tales actitudes y si lo hicieron corrieron el riesgo de encontrarse excluidas del
canon de literatura nacional.
La tarea de la semantización de las diferencias debía ser complementada por la semantización
de la propia frontera. A pesar de que las fronteras son construcciones, ellas no son completamente
arbitrarias. Se utilizan marcas geográficas, eventos históricos o diferencias étnicas para construir con
ellos fronteras, es decir, para significarlos como fronteras. Si el Rin es un río alemán o una frontera
alemana, si la Cordillera forma la frontera entre dos países como es el caso entre Chile y Argentina o
es la columna vertebral de un país, como en el caso del Perú y de Ecuador, no depende de los hechos
naturales sino de circunstancias de poder y del pasado histórico-político y de la semantización cultural
a la cual estos hechos fueron sometidos. A pesar de que esta semantización cultural depende mucho de
las constelaciones de poder, ella, no obstante, dispone de una potencialidad extraordinaria que consiste
en su contribución a la permeabilidad de las fronteras políticas y económicas.
Las fronteras culturales nunca son tan herméticas como las fronteras políticas o económicas,
porque nunca se dejan definir tan rigurosamente como las últimas. Así las artes, y entre ellas la literatura,
pueden convertirse en un medio privilegiado para facilitar el tránsito fronterizo entre diferentes culturas
nacionales. Ellas posibilitan un flujo cultural a través de recepciones, adaptaciones, transformaciones,
traducciones y otras actividades culturales que establecen lazos entre culturas nacionales diferentes.
Fronteras culturales – o mejor espacios fronterizos entre las culturas – tienen un carácter muy
distinto de las fronteras estatales. Son espacios en los cuales se producen las diferencias y donde éstas
son susceptibles de ser experimentadas como desafío o amenaza, como estímulo para la creatividad
o como material de adaptación o transformación. Estas regiones fronterizas obedecen a una historia
de larga duración, no como las fronteras estatales que están mucho más sometidas a modificaciones a
corto plazo. Estas regiones fronterizas culturales al mismo tiempo que evidencian un sólido sustrato,
revelan una mayor permeabilidad y menor hermetismo que las fronteras estatales, estas últimas más
recientes y con menor consistencia histórica. Esta aparente paradoja, entre solidez y permeabilidad
se resuelve en la medida en que se considere que este sustrato en las regiones fronterizas culturales
ha sido él mismo constituido por medio de prácticas sociales de intercambio, adaptación y de transformaciones. Si el poder estatal las controla y les quita su permeabilidad destruye su potencialidad
creativa, resultado del hecho de que en estas regiones lo diferente produce controversias y entra en
un ‘différand’ (Lyotard).
Las controversias culturales solamente producen conflictos violentos, si instituciones que disponen de poder los cargan políticamente. Fronteras lingüísticas, por ejemplo, se convierten solamente en
zonas de conflicto si agentes poderosos con intenciones políticas las funcionalizan para sus intereses. El
ejemplo de Suiza, de un lado, y el de la rivalidad entre Francia y Alemania hasta el final de la Segunda
Guerra, del otro, lo muestran claramente. La historia alemana ofrece también un buen ejemplo para
la fragilidad de las fronteras estatales en comparación con fronteras culturales: la división del imperio
alemán en un sinnúmero de estados pequeños no tuvo consecuencias negativas para el desarrollo de
la cultura alemana que experimentaba precisamente en está época un auge creativo.
La formación de fronteras políticas y económicas no produce necesariamente fronteras culturales que se reflejen en la historia literaria. Es sólo en el transcurso del siglo XIX que se produce la
identificación entre cultura y nación. No queda ninguna duda de quién estaba interesado en una tal
identificación: los estados nacionales. En el camino de obtener esta identificación, y en vista de su
propia fragilidad, ellos descubrieron rápidamente el valor del apoyo que significaba la literatura para
producir una identidad nacional entre sus ciudadanos. Los estados nacionales recién nacidos tenían
que equiparse con una historia, necesitaban mitos y héroes, tenían que presentarse como el resultado
necesario de la historia universal. El material y las estrategias de argumentación se encontraron en la
literatura. Y la literatura, transformada en literatura nacional, se sintió tan adulada por poder asumir
una tarea tan importante y por encontrase equipada por el estado con academias y bibliotecas, que se
olvidó fácilmente de sus obligaciones más honrosas que eran proteger y estimular el espacio público
dentro de la nación e intensificar el intercambio fronterizo con las otras naciones.
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Ahora bien, encontramos el caso contrario en el mismo ámbito de la falta de coincidencia entre
estados nacionales y fronteras regionales culturales. Ya no el del surgimiento de una multitud de estados que deja incólume la unidad cultural regional, sino al contrario, la existencia de un estado que
contiene en su interior diferentes fronteras regionales culturales. Se trata, en la historia de la región de
lengua alemana, de la monarquía austro-húngara. Aquí las cosas parecen más complicadas: mientras
unos citan este estado multiétnico como ejemplo de creatividad cultural y se refieren a autores como
Joseph Roth, Hofmannsthal, Musil, Rilke y por supuesto también Kafka, Canetti y Celan, es decir todos
autores de lengua alemana, otros nos recuerdan que los húngaros, checos, eslavos, serbios, croatas y
otros solicitaron su propio estado nacional como espacio donde cultivar su propia cultura.
A pesar de algunas excepciones se produjo en el transcurso del siglo XIX en Europa una lógica
fatal: cultura existe casi exclusivamente como cultura nacional y, en consecuencia, se necesita un estado
nacional para el libre desarrollo de la cultura. Así, la instalación de las fronteras no encuentra solamente
una legitimación política sino también cultural. Aún más, los intereses políticos y económicos usan
potencialidades culturales – o retomando a Bourdieu – usan el capital cultural para su realización.
Esta conexión entre política y cultura tendrá – quiero formularlo como hipótesis – consecuencias
fatales para el concepto de la cultura y consecuentemente también para el concepto de literatura nacional, en relación con el cual todas las tendencias que no se someten a esta idea de literatura nacional
corren el riesgo de ser excluidas.
Por supuesto esta identidad de las fronteras políticas con las fronteras culturales garantiza una
cierta estabilidad a las primeras que aprovechan de la historia de larga duración de las últimas. Las
guerras se transforman de pronto en guerras nacionales que ahora encuentran un respaldo en la población que las guerras antes no podían encontrar. No se lucha más por el príncipe, sino por el propio
pueblo, por la nación y todo el pasado (imaginario) que ésta incorpora. Del otro lado – para tratar
no solamente de la guerra, sino también de la paz – los autores y poetas no son más escritores que
escriben en su lengua, francés, español o alemán, sino que ellos se transforman – inclusive retroactivamente como en el caso de Shakespeare o de Schiller y Goethe, pero también Montaigne o Voltaire
– en autores nacionales.
Este proceso que resultó con certeza favorable para la formación de los estados nacionales, que
lo fuera también para las literaturas, es por lo menos cuestionable.
Uno de los motivos para la duda se afirma en el hecho de que fronteras estatales y fronteras
culturales tienen estructuras y funciones no comparables: las fronteras estatales tienen un carácter de
limitación y prohibición, – por lo menos las fronteras de los estados nacionales clásicos. Ellas ofrecen la posibilidad de controlar rígidamente cualquier tránsito fronterizo, tanto de personas como de
mercancías. Ellas pueden ser cerradas herméticamente si los estados lo deciden para garantizar su
soberanía y establecer su poder. Ellas marcan exactamente los territorios nacionales.
Las fronteras culturales por el contrario, no cuentan con límites precisos, ellas fluyen. Muchas
veces se trata de transiciones graduales, indefinidas. En la medida en que los estados se esfuerzan
para transformar sus fronteras políticas en fronteras culturales tienen que instalarlas artificialmente,
estimular divisiones que son consecuencias de decisiones políticas y no de la historia cultural.
Las culturas y aun más literaturas nacionales se forman, en el transcurso del siglo XIX, a través
de procesos de selección y de exclusión. Una literatura nacional ideal requiere homogeneidad. Las
diferencias hacia el interior tienen que ser suprimidas o eliminadas, diferencias hacia el exterior se acentúan. Las regiones fronterizas culturales tienen que someterse a la lógica del estado y de sus fronteras.
Tales procedimientos de exclusión, me parece, pueden ser también percibidos en las historias
literarias de las naciones latinoamericanas. En el siglo XIX, las tradiciones precolombinas no resultaban
muy útiles – al contrario de las literaturas nacionales europeas, a las que les gustaba referirse al medioevo como época de su fundación. Lo mismo vale para la tradiciones orales indígenas. Tradiciones
culturales que transgredieron las fronteras nacionales (p.e. las culturas quechua de los Andes o la cultura
Guaraní en la región del Brasil y del Paraguay) fueron reprimidas y divididas por fronteras nacionales.
No obstante, existen diferencias que me gustaría proponer. A diferencia de la burguesía europea
para la cual la cultura era un medio importante para independizarse de la aristocracia y de la iglesia,
las oligarquías latinoamericanas no necesitaban tanto de una literatura nacional para la legitimación
de su poder. A pesar de que los estados nacionales en América Latina se definieron como repúblicas,
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la formación de un espacio público no fue un proyecto preferencial, muy por el contrario, las oligarquías nacionales debieron considerarlo como una amenaza. Es una de las razones por las cuales las
literaturas nacionales en América Latina en el momento de su surgimiento no desarrollaron un poder
integrativo como fue el caso de la primera época de las literaturas europeas. Tampoco resultaba tan
necesario marcar las diferencias con las literaturas nacionales vecinas. En el siglo XIX las literaturas
nacionales en este continente se encontraban principalmente concentradas en las grandes ciudades, en
general en las capitales, de modo que las distancias con las literaturas vecinas fueran marcadas bastante
claramente. Hacia afuera la diferencia debía ser marcada ante todo contra las literaturas europeas.
Hacia adentro no contra la aristocracia sino contra la barbarie. Contra ella, el espacio nacional debía
presentarse como espacio armónico, como un “Edén” sin diferencias internas, hacia fuera protegida
por la “blanca montaña majestuosa”, que le “dio por baluarte el señor.”1
Si miramos las literaturas nacionales europeas y su desarrollo desde el siglo XVIII se podría
formular la tesis provocadora y al mismo tiempo paradójica: las literaturas nacionales permanecen
instituciones creadoras mientras no se encuentran tomadas a cargo por un estado nacional, o en otras
palabras, mientras el estado nacional no controla y censura su espacio público. A partir del momento
en el cual la literatura se identifica con el estado nacional y se hace cargo de las tareas de in- y exclusión
que deben garantizar la unidad de este estado, esta literatura se convierte en una institución restrictiva
formando cánones literarios que reproducen y fortalecen fronteras estatales. Cierto es que a partir del
momento en que una literatura nacional produce tales efectos, nacen nuevos corrientes y movimientos
literarios en el espacio literario nacional – al inicio excluidos de las literaturas nacionales, más tarde
en general integrados por ellas – y se forman, transgrediendo las fronteras, redes transnacionales que
no respetan las fronteras establecidas por la literatura nacional.
Antes de terminar quisiera referirme a un ejemplo para recordarles la red literaria que enlaza las
literaturas nacionales chilena y alemana, o mejor dicho de lengua alemana. No se trata de una red que
tenga gran importancia para ambas literaturas, pero es un ejemplo de que aún entre países tan lejanos,
las historias literarias se cruzan y que exactamente en el momento en que literaturas nacionales como
instituciones buscan cerrar fronteras se produce otra dinámica que las transgrede. Parece que en la
medida en que las fronteras se hacen impermeables, cada espacio o región cultural produce fuerzas
que las hacen de nuevo permeables y producen efectos de trasgresión. Así el proceso de recepción y
las influencias, los viajes, las migraciones, el exilio no deben ser considerados como algo secundario a
la formación de las literaturas nacionales sino como algo constitutivo y elemental. Así llegamos finalmente a una concepción de literatura nacional que significa un cambio de perspectiva de dimensión
copernicana: en el centro no se encuentra más nuestra literatura nacional al rededor de la cual las otras
giran – ello corresponde a la ilusión óptica que el sol gira alrededor de la tierra. Se trata de formar un
concepto de literatura que parte de la idea de una red de literaturas nacionales en la cual todos están
en movimiento sin centro definido. Estas literaturas producen contra los intereses del estado nación
sus propias dinámicas que perforan y niegan fronteras siempre cuando haya seres humanos los que
en calidad de viajeros y refugiados, perseguidos y aventureros, investigadores y científicos cruzan las
fronteras, cruzan las fronteras por necesidad o por placer, por curiosidad o por motivos profesionales.
La literatura nacional – en el mejor de los casos – se convierte en una institución – en la cual el ‘capital
literario’, que flota a través del mundo, encuentra las condiciones de una realización creadora.
Pero retomemos el ejemplo avisado: la red entre las literaturas nacionales chilenas y alemanas.
Empecemos con la propia formación del la literatura nacional chilena y el autor que aportó
probablemente la contribución más decisiva: Andrés Bello.
Ya su biografía es un ejemplo de lo difícil que son las atribuciones nacionales, pues tenemos dos
literaturas nacionales que lo reclaman para sí. Pero cuando A. Bello llegó en 1829 a Chile, no estaba
llegando de Venezuela, sino de Londres, donde vivió casi 20 años en el exilio. En Londres se encontró
con un libro prohibido en 1808 por Napoleón, quien había mandado destruir la primera edición. Este
libro fue editado de nuevo en Londres en 1813 por su propia autora. Se trata de De l’Allemagne de Mme
de Staël. Es un estudio sobre la literatura y cultura alemana, pero ante de todo – era lo que interesaba
a Mme de Staël – sobre una nueva forma de espacio público que había surgido en Alemania, el que
rompió con las limitaciones impuestas por la cultura aristocrática, y que – al mismo tiempo – constituía
un obstáculo para el imperialismo napoleónico. El libro contiene bastantes errores sobre la historia
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literaria alemana en concreto, sin embargo presenta un concepto impresionante de la importancia de
literatura en el proceso de formación de una nación independiente. Andrés Bello publicará partes de
la introducción de este libro en su revista La Biblioteca Americana (1823) (presentación y traducción
por García del Río). Esta lectura del libro de Mme de Staël no fue olvidada por A. Bello después de su
llegada en Santiago. Algunos artículos en El Araucano lo demuestran (NITSCHACK, 2003, p. 135-172).
De l’Allemagne de Mme de Stael es un buen ejemplo de cómo la literatura transgrede diferentes
fronteras: la autora francesa escribe sobre literatura alemana, publica en Londres (forzada por la censura napoleónica) y partes selectas se traducen al español y serán publicadas en la revista que prepara
las nuevas literaturas americanas.
Permítanme un gran salto temporal para mi segundo ejemplo, un salto a la próxima dictadura
incomparablemente más feroz que la napoleónica: me refiero al tiempo del socialismo nacional alemán,
el que en el nombre de la cultura nacional quemaba miles de libros antes de dedicarse a quehaceres
mucho más terribles.
Intelectuales y escritores de lengua alemana fueron expulsados en nombre de la cultura alemana de su propio país y buscaron refugio en todas partes del mundo. Algunos también en Santiago
de Chile. Es aquí, donde entre 1943 y 1946 dos intelectuales alemanes editarán una de las revistas de
exilio más importantes y la distribuyeron en el mundo no ocupado por el fascismo. La revista se llamaba Deutsche Blätter, ‘Hojas Alemanas’. Publican en esta revista autores que a partir de la dictadura
fascista no podían más ser publicados en Alemania: Thomas Mann, Stefan Zweig, Paul Zech y otros
(NITSCHACK, 2010).
Ustedes adivinarán a dónde nos lleva el próximo salto temporal: a los años del exilio chileno.
Lo que escriben cientos de autores en el exterior, en Alemania, entre otros Antonio Skármeta, Roberto
Ampuero, Omar Saavedra Santis, es ¿Literatura nacional chilena? ¿Literatura alemana? Cuando años
más tarde estos autores regresan a Chile, después de estadías prolongadas en los países los más diferentes, ¿continúan escribiendo literatura nacional chilena como antes? (NITSCHACK, 2010, p. 231-40).
Las literaturas nacionales, si logran guardar algo de su brillo utópico que les era propio en el
momento de su surgimiento – en una Europa anterior de los estados nacionales del siglo XIX – las
literaturas nacionales deberíamos imaginárnoslas – en el caso más ventajoso – como grandes espacios
de encuentro, donde los sujetos nómades (Rosi Braidotti), que existieron desde siempre, se encuentran
con los sujetos sedentarios, (ellos también tienen que hacer parte de nuestras culturas), y donde ambos
narran y escriben y encuentran su público y sus lectores.
Walter Benjamin describe en su ensayo sobre El Narrador los dos arquetipos de narradores: de
un lado el marinero, el viajero, el aventurero. Ellos viven transgrediendo las fronteras espaciales, nos
cuentan del mundo más allá de nuestras propias fronteras. Del otro lado, el campesino, el sedentario
que guarda las memorias del lugar, el que transgrede las fronteras temporales para retornar al pasado
y preservar su memoria. Estos dos arquetipos de narradores constituyen – o deberían constituir – las
literaturas nacionales, garantizando que ninguna de estas literaturas se quede aislada de la otra, sino
que mantengan un diálogo ininterrumpido, un diálogo que tal vez podría ser descrito como literatura
universal (Weltliteratur).
Este trabajo con las fronteras es, me parece, una potencialidad del propio medio de la literatura.
Es la potencialidad de semantizar y significar las fronteras de modo que las transforme en espacios
creativos y contribuya a que las diferencias no sean motivo de amenaza. Una potencialidad que debe
ser preservada del riesgo de desaparición, riesgo que aparece, como he argumentado a lo largo de
esta presentación, cuando la literatura nacional se deja atrapar prioritariamente por su función de
guardiana del estado nacional.
Nota
1
Alusión al himno nacional de Chile.
Referências
NITSCHACK, Horst. Die Rezeption Mme de Staëls in Spanien und Hispanoamerika. In: SCHÖNING, Udo; SEEMANN,
Frank (Eds.). Madame de Staël und die Internationalität der europäischen Romantik. Göttingen: Wallstein Verlag, 2003.
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NITSCHACK, Horst. Las ‘Deutsche Blätter’ (Hojas Alemanas) en Chile (1943-1946): una revista alemana del exilio en los
márgenes de la historia literaria. Revista Chilena de Literatura, Sección Miscelánea, abr. 2010. Disponível em: <www.revistaliteratura.uchile.cl>.
NITSCHACK, Horst. El sujeto del exilio. In: SANHUEZA, Carlos; PINEDO, Javier (Eds.). La patria interrumpida. Latinoamericanos en el exilio. Siglo XVII-XX, LOM-Inst. de Estudios Humanísticos Abate Molina, Santiago, 2010.
* Recebido em: 25.06.2010.
Aprovado em: 28. 07.2010.
** Coordinador del doctorado en Estudios Latinoamericanos Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos, Universidad
de Chile, Santiago de Chile.
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