Itinerario de Champagnat ES

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Rosey, La Valla y el Hermitage
LAS TRES ESTACIONES DE MARCELINO CHAMPAGNAT
Marcelino Champagnat vive las tres estaciones -primavera, verano y otoño- en
Rosey, donde tiene su casa de primavera (nacimiento, infancia); La Valla,
donde tiene su casa de verano (cosecha enamorada); y el Hermitage, donde
tiene la casa de otoño (madurez, muerte).
Marcelino soñó siempre con hermanos para educar a los niños pobres de los
pueblos que estaban sin escuela. A su muerte, el 6 de junio de 1840, Marcelino
tenía 280 hermanos repartidos en 48 escuelas. Actualmente el número de
hermanos maristas es de 4942, repartidos en 74 países.
José Luis Santamaría
En
http://www.conferenciamarista.es/publicaciones/presencia7/50/50_paginas
/p7_n50_p36.htm#inicio%20reportaje
osey es un caserío del municipio de Marlhes
en la altiplanicie de los montes del Pilat, en el
Macizo Central. Como todas las granjas de la
montaña francesa, la casa de Marcelino forma un
conjunto de varios edificios que se cierran sobre sí
mismos creando una especie de mundo interior
donde la vida discurre en círculos concéntricos.
Más allá de las paredes de la casa están los
campos del cereal tardío, los prados que alimentan al ganado, la huerta que surte
de verduras la despensa familiar y tres o cuatro granjas más. Y un poco más allá,
a unos dos kilómetros, está el pueblo con la escuela, el Ayuntamiento, la iglesia, el
mercado, la vida social y política, y luego otros pueblos más grandes y los montes
lejanos, verdes o blancos según las estaciones.
Niñez y adolescencia
Éste es el mundo de Marcelino en sus primeros diecisiete años de vida (1789 a
1805). En estos años hay que situar las experiencias básicas que hacen de él un
trabajador incansable, creyente convencido y persona sensible a la pobreza de la
gente del campo. La granja familiar es todavía hoy la vivienda de una familia
campesina, parientes lejanos de Marcelino. Los maristas compraron una parte de
la casa, en la que se conserva la cocina con su horno y la habitación que pudo ser
de Marcelino. En la primitiva huerta que estaba junto a la casa, se ha construido
una capilla para interiorizar los primeros años de Marcelino.
Hijo de un revolucionario
Juan Bautista Champagnat, padre de Marcelino, es un hombre culto y partidario
de las nuevas ideas de la revolución. En 1791, es secretario del Ayuntamiento de
Marlhes y coronel de la guardia revolucionaria del pueblo. En 1792, la Asamblea
Nacional abolió el cristianismo e introdujo el culto al Ser Supremo; Juan Bautista
organiza la fiesta patronal del Ser Supremo en el pueblo de Marlhes, en junio de
1794. El padre de Marcelino, arenga a la población:
- Venid por aquí cantores y cantoras. Vamos a ensayar unos nuevos himnos para
nuestra marcha de hoy: «Padre del universo, suprema inteligencia, benefactor de
todos los mortales...»
Marcelino ensaya con el grupo de cantores, y participa con todo el pueblo en la
procesión. En los cruces de las calles han instalado pequeños altares con ramas y
flores.
- Los que sepan leer, decía Champagnat, leed el letrero de la pancarta: «Tu
tiempo está sobre los montes y sobre los aires...»
Los niños, entre los que se encontraba Marcelino, cantaban y arrojaban flores,
mientras soportaban el cansancio de las tres horas largas de la procesión.
Capilla de Rosey
Poco después de la beatificación de Marcelino (1955) se construyó, con la
aportación de los alumnos y ex alumnos maristas del mundo, una capilla junto a la
casa familiar de Rosey. Fue inaugurada el 3 de agosto de 1958. Monseñor Claudio
Dupuy, antiguo alumno, presidió la celebración. El granito azul de la región le da
un aire de solidez y de fortaleza que refleja muy bien el espíritu de Marcelino.
El interior, sencillo y sombrío, recibe su luz de nueve hermosas vidrieras que
representan la vida del fundador del Instituto marista. En una de ellas, un grupo de
alumnos maristas ofrece a Marcelino la capilla como gesto de amor y devoción.
Calles sin empedrar
En los últimos años, muy cerca de la granja de la familia de Marcelino, se ha
acondicionado otra casa antigua en la misma aldea de Rosey. En ella hay espacio
para una pequeña comunidad marista y salones amplios para reuniones de
grupos. Rosey es el marco ideal para viajar por el túnel del tiempo hacia el pasado
y proyectarse con más fuerza hacia el futuro. Muchos días, los campos aparecen
sembrados de jóvenes que rezan en silencio.
José Antonio, un animador marista de Zaragoza, que pasó unos días en la cuna
de Marcelino, decía el pasado verano: Marcelino es una pista esencial para
nuestro proyecto. Y hoy nos cuesta tanto como a él ver el horizonte de la justicia,
el camino de la solidaridad, la vocación de servicio. Tenemos que buscar energías
en este silencio, en esta llanura donde se juntan el verde y el azul. Todavía hay
calles sin empedrar en la aldea, donde la vida se ha parado, para que los
peregrinos puedan interiorizar las experiencias que vivió Marcelino en estos
pueblos.
Educar a los niños pobres
Marcelino llega a La Valla el 12 de agosto de 1816 recién ordenado sacerdote. La
Valla es una población de cerca de ochocientas personas, situada en la ladera del
monte a 795 m de altitud. La Valla es camino de paso para quien sube a las
cumbres del Pilat con su estación de invierno y sus diez rutas de senderismo (una
de ellas tiene el nombre de Sendero Champagnat). La Valla es la casa de la
cosecha.
Marcelino se ha preparado a lo largo de casi doce años para la misión sacerdotal;
ha soñado con hermanos que eduquen a los niños pobres de los pueblos. A los
cuatro meses de llegar a La Valla, con todo el dolor de su corazón al ver a un
joven de diecisiete años morir ignorante en sus brazos, descubre el amor de Dios
en los ojos del muchacho y funda a los hermanos maristas. Compra una casa muy
pequeña y muy pobre; construye muebles con sus manos; hace algunas
ampliaciones del edificio y reúne entusiasmado el primer grupo de los hermanos.
Los cimientos de la obra
Juan María Granjón, un joven de 23 años que frecuenta la
parroquia de La Valla, está aprendiendo a leer y escribir con
las lecciones que le da Marcelino y ha puesto su ilusión en
seguir las ideas y los proyectos del sacerdote recién
llegado.
Juan Bautista Audras es un chico de 15 años que quiere hacerse religioso, aunque
sus padres no le dan mayor importancia por ser muy joven. Un día se escapó al
pueblo cercano de Saint-Chamond para pedir su ingreso en la comunidad de los
hermanos de La Salle, pero el director le aconsejó que rezara y hablara sobre el
asunto con su confesor, mientras se hacía un poco mayor. Juan Bautista habla
con Marcelino, quien siente una voz en su interior que le dice: Te he preparado
este niño y te lo traigo para que sea un primer cimiento de la asociación que
quieres fundar.
El 2 de enero de 1817 Marcelino junta a Juan María y a Juan Bautista y los instala
muy cerca de la casa parroquial, en una casita que acaba de comprar con mil
seiscientos francos prestados.
Faltan trabajadores
La tarde-noche de la víspera de la Asunción de María, el 14 de agosto de 1998, el
pueblo de La Valla, con su párroco a la cabeza, salen de la parroquia y se dirigen
rezando y cantando a la ermita de la Virgen de la Piedad. La ermita es una
pequeña construcción del siglo XVII, enfrente del cementerio y a poco más de un
kilómetro del pueblo. En sus orígenes sirvió para dar cobijo a enfermos y
apestados. La procesión actual se parece mucho a las que hacía Marcelino
pidiendo la protección de la Virgen sobre su pueblo y vocaciones para su
fundación. La gente reza las avemarías del rosario, repite los cánticos que vienen
cantándose desde hace siglos y ya en el interior de la capilla reza la misma
oración de Marcelino: Virgen de la Piedad; ven en nuestro socorro, pues nuestra fe
puede apagarse como una lámpara sin aceite. En nuestra casa faltan
trabajadores; esta parroquia necesita que nos mandes creyentes entusiastas...
Internado
En La Valla, junto a la primera casa de los hermanos se construyó en 1889 un
edificio, que empezó siendo seminario y que hoy es un colegio de educación
primaria. En el colegio hay un ala destinada a internado para hijos de familias
desestructuradas de las ciudades cercanas. El H. Roger, director del colegio,
explica: Yo creo que al ofrecer un internado, lo primero que proponemos es un
marco de referencia. Porque me doy cuenta de que algunos niños de hoy no
tienen referencias para crecer, por motivos muy diversos. Nuestro internado es,
además de una forma social de vida, una pequeña sociedad, y permite a los niños
vivir en una familia en la que son escuchados y en la que pueden comunicarse. Lo
que nos pide hoy Marcelino es este «vivir-con»; es decir, ser capaces, en la vida
diaria, de compartir y de sentir los signos que nos transmiten muchos niños,
signos tales como la sonrisa, la palabra... «Vivir-con», porque nuestros niños
necesitan dialogar y sentir la cercanía de los adultos que los quieran y les enseñen
caminos para su vida.
El Hermitage
La casa del Hermitage se empezó a construir en mayo de 1824. Un año después,
Marcelino se traslada a ella con veinte hermanos y diez jóvenes que empiezan su
formación en la vida marista. Muy pronto, el Hermitage se convertiría en el
corazón de la nueva familia. La construyeron con entusiasmo y con sus propias
manos. Y siempre se volvía a ella para el estudio, la oración, la formación, la vida
familiar... Las tensiones y los problemas de los primeros maristas, los miedos ante
el futuro y los sueños por llegar a otros lugares de Francia y del extranjero se
vivieron entre las paredes de esta casa. Marcelino pasó en ella sus últimos quince
años de vida. Y a su muerte, el 6 de junio de 1840, Marcelino tenía 280 hermanos,
repartidos en 48 escuelas.
Una familia
El 12 de agosto de 1837, Marcelino escribía a los
hermanos: Como el año pasado, las vacaciones de este
año empezarán el 28 de septiembre. Poned, queridos
hermanos, toda la diligencia necesaria para estar aquí en el
Hermitage el primero de octubre, que trataremos de celebrar con la mayor
solemnidad posible en nuestra hermosa capilla.
Qué bueno y halagador es para mí, mis queridos hijos en Jesús y María, pensar
que dentro de algunos días tendré la dulce satisfacción de deciros con el salmista,
mientras os estrecho entre mis brazos: «¡Qué bueno y gozoso es vivir juntos los
hermanos!» Es para mí un consuelo muy dulce teneros a todos reunidos con un
solo corazón y un mismo espíritu y formando una sola familia.
Se apaga la lámpara
En la madrugada del 6 de junio de 1840, Marcelino, que está muy enfermo, dice al
hermano que le cuida:
- Hermano, se apaga la lámpara.
- Dispense, Padre, la lámpara alumbra bien.
- Sin embargo, yo no la veo. Acérquemela.
Le acercaron la lámpara, pero Marcelino no pudo verla.
- ¡Ah!, dijo entonces con voz desfallecida, ya comprendo; la que se apaga es mi
vida. Me ha llegado la hora; bendito sea Dios.
Las palabras de su Testamento espiritual adquirieron todo su sentido: Os ruego,
queridos hermanos, con todo el afecto de mi alma y por el cariño que vosotros me
tenéis a mí, que practiquéis siempre la santa caridad entre vosotros. Amaos
mutuamente como Jesucristo os ha amado. No haya entre vosotros más que un
solo corazón y un mismo espíritu. Ojalá se pueda decir de los hermanos maristas
como de los primeros cristianos: mirad cómo se aman. Tal es el más vivo deseo
de mi corazón en este último momento de mi vida.
Construcción sobre roca
En un vano de la pared de la escalera que comunica los distintos pisos del
Hermitage se ha hecho una pequeña cata del muro. Se ve en ella una gruesa
pared hecha con mortero y trozos de la roca que se fue quitando para dar espacio
al estrecho valle. La roca de los orígenes maristas. Venía del monte y llegaba
hasta el río; y a fuerza de tesón se fue cortando para que hiciese de muros de la
casa.
El Hermitage sigue siendo hoy el punto de encuentro para quienes quieren revivir
el espíritu de Marcelino siguiendo su itinerario espiritual. La huerta, la capilla, el
pequeño cementerio, las imágenes y, sobre todo, los hermanos que están en la
casa, acercan a los peregrinos las mejores vivencias de una historia que palpita en
todos los rincones. Es un privilegio rezar ante la urna que contiene los restos de
Marcelino bajo la luz multicolor de las vidrieras que representan a un Marcelino
vivo, que ha trascendido al tiempo, al espacio y a la historia.
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