TEMA 3: MAL Y PECADO

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TEMA 3: MAL Y PECADO1
El problema del mal ha traído de cabeza a los pensadores de todas las épocas y está presente en todas
las religiones.
La presencia del mal es evidente. Tenemos abundante experiencia propia y ajena. Basta con ver un
periódico cualquiera o conectar la radio o la televisión a la hora de las noticias. Pero en torno al mal hay
un buen número de preguntas cuya respuesta no es fácil. ¿Por qué existe el mal en el mundo? ¿De dónde
proviene? ¿Quién dice lo que está bien y lo que está mal? Si Dios es bueno, ¿por qué permite el mal?
A lo largo del tema se da respuesta a algunas de esas cuestiones, pero poniendo el acento en una idea
central. Esa idea es la siguiente: Dios no es indiferente al mal, al contrario, le duele profundamente, y
de manera entrañable el mal del hombre. Ante ese dolor profundo Dios no permanece quieto. Dios
actúa. Lo que ocurre es que actúa a su modo, y eso es algo que suele resultarnos incomprensible y
desconcertante. ¿Cuál es ese modo de actuar de Dios que no entendemos? Ante el mal Dios actúa
amando, y a mayor mal, más amor de Dios. Pero no es un amor cualquiera, ni un amor más entre todos
los amores que conocemos: entre esposos, de padres a hijos, entre hermanos, amigos, etc. El amor de
Dios tiene un sello único y especial: es un amor de misericordia. Merece la pena conocerlo y vivirlo
porque es el único amor definitivo, el único amor que nos salva.
1. SÓLO DIOS ES BUENO
El mal nos afecta a todos. La historia del hombre sobre la Tierra viene marcada por la presencia y la
lucha entre el bien y el mal. No se trata de dos realidades opuestas, ambas de la misma categoría, una
buena y otra mala; como si el mal fuera lo mismo que el bien, pero en negativo. Lo que llamamos mal es
carencia de bien o distorsión del bien. De la misma manera que la enfermedad solo se entiende desde la
salud, el mal solo puede entenderse entendiendo lo que es el bien.
Pero el bien, todo bien, viene de Dios, que es la fuente de toda bondad. Dios es el Sumo Bien y el
principio y origen de todo bien. El mal no está en Dios, ni procede de Dios, sino de las criaturas. Solo
Dios es bueno y solo Él sabe lo que es bueno. La verdad sobre el bien y el mal es propiedad exclusiva de
Dios. El hombre no es el señor del bien, por eso a él no le corresponde decidir sobre lo que es bueno y es
malo, sino aprender de Dios, el único que posee esta “ciencia”. Esta verdad viene simbolizada por el árbol
que Dios se reservó para sí en el Paraíso, el árbol de la ciencia del bien y del mal, del cual nadie debía
comer.
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Apuntes elaborados a partir de los libros de texto de religión católica de la editorial Casals en sus distintas ediciones. Esta
redistribución de temas y contenidos se hace para facilitar el trabajo en el aula y optimizar los recursos. Se ha usado también
el Catecismo YouCat.
A lo largo de la historia del pueblo de Israel, Dios ha ido revelando qué es bueno y qué es malo, y
cuáles son los preceptos que el hombre debe cumplir para hacer el bien y evitar el mal. Esos preceptos
constituyen el Decálogo y fueron dados a Moisés en el monte Sinaí.
Jesucristo culminó esa revelación con el mandamiento nuevo del amor y la cumplió en su persona con
toda perfección.
2. EL PECADO DE LOS ÁNGELES
Dice la Sagrada Escritura que tras la creación vio Dios todo lo que había hecho y era bueno. Pero
junto a la bondad de Dios aparece, misteriosamente, el mal. Todo el mal que hay en el mundo tiene su
raíz en el apartamiento de Dios por parte de los hombres que comenzó en los inicios de la historia
humana, con Adán y Eva, según relata la Biblia. El mal entró en el mundo con su desobediencia, junto a
la cual aparece la acción de Satanás, que actúa como provocador e instigador del pecado.
Así pues, junto al bien que procede de Dios, aparece el mal cuya causa primera está en el demonio. El
primer pecado fue el pecado de los ángeles. De este pecado de los ángeles es muy poco lo que se nos ha
revelado. Sí sabemos que hubo una gran lucha en el cielo, provocada porque una parte de los ángeles,
encabezados por Luzbel, rechazaron a Dios de una manera radical e irrevocable. Porque el rechazo fue
irrevocable, las consecuencias del pecado de los ángeles también fueron irrevocables, y por este motivo,
quedaron privados para siempre de la vida del cielo, sin posibilidad de remisión. Los ángeles caídos son
los demonios y su tipo de vida es el infierno.
3. EL PECADO ENTRA EN EL MUNDO
En cuanto a los hombres, la aparición del pecado tiene lugar con Adán y Eva, los primeros seres
humanos. No eran ellos el origen del pecado, sino que fueron tentados por el demonio. Ellos, seducidos
por las palabras del tentador, aceptaron la propuesta de desobedecer a Dios y, actuando libremente,
cedieron a la tentación*.
Este primer pecado recibe el nombre de pecado original. Para sus autores fue un pecado personal,
pero además fue mucho más: fue el pecado de todo el género humano. Ningún hombre es ajeno a ese
pecado; la unidad del género humano hace que el pecado de Adán y Eva sea también el pecado de toda la
humanidad.
Por este motivo, el pecado de Adán y Eva se transmite a todos los hombres, de modo que toda persona
que viene a este mundo, por el hecho de ser hombre nace con una herencia de pecado. Por tratarse de un
pecado personal de nuestros primeros padres, no es un pecado cometido por sus descendientes, pero sí es
un pecado contraído por todos ellos. Todas las personas humanas, excepto la Virgen María, venimos a la
existencia con este pecado contraído. Porque Dios así lo dispuso, a la Virgen María le fueron aplicados
los méritos de la sangre de Jesucristo por anticipado, de manera que su existencia estuvo libre de la
herencia del pecado original desde el mismo momento de su concepción. La inmaculada concepción de la
Virgen María es un dogma de fe*.
4. EL PECADO, REALIDAD MISTERIOSA
El pecado es una realidad misteriosa por su origen. Ya hemos visto que tras la elección desobediente
de nuestros primeros padres se hallaba una voz seductora opuesta a Dios: la voz del demonio. Con la
tentación que proviene del demonio no se explica todo el pecado de Adán y Eva, pero sí se explica el
origen del mal en el hombre. Ahora bien, ¿por qué Satanás era malo?, ¿de dónde procede el mal que hay
en los demonios si Dios los había creado buenos, en un estado de altísima perfección? No poseemos
respuesta, solo podemos decir que los demonios se hicieron a sí mismos malos.
El pecado es una realidad misteriosa por su gravedad. Dios, que es infinito, es inabarcable para el
hombre; de Dios siempre será mucho más lo que ignoremos que lo que podamos saber. Cuando hablamos
del pecado como una realidad misteriosa queremos significar también que, aunque sabemos que el
pecado es una ofensa a Dios, en realidad somos incapaces de calcular el alcance de su gravedad. Siendo
Dios infinito, la ofensa del hombre tiene rango de infinitud.
Una vía de aproximación al conocimiento del pecado y su gravedad es ver las consecuencias. Un solo
pecado, el primero, cometido por Adán y Eva, desordenó toda la obra de Dios; no la anuló, pero sí la dejó
maltrecha. Por un solo pecado entraron en el mundo el sufrimiento, la enfermedad y la muerte. La luz de
Dios dejó de resplandecer en su criatura predilecta, la persona humana, que perdió su brillo original. La
creación entera se vio afectada, el hombre quedó herido en su interior, entró en un estado de confusión y
de caos y una densa ceguera envolvió a toda la humanidad.
Pero donde el pecado queda al descubierto es en la pasión de Cristo. “Cristo, en su pasión, revela
plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia” (Compendio nº 392).
El pecado en el plan de Dios. El pecado del hombre es misterioso también porque entra en los planes
de Dios para salvar al hombre. Adán y Eva quedaron sorprendidos por las consecuencias de su pecado,
pero Dios no. La obra de Dios, la creación, que parecía terminada en el día séptimo, habría quedado
incompleta sin la redención de Jesucristo. Dios ya contaba con el pecado de Adán y Eva, y con los de
todos los hombres, para completar su obra creadora. La culminación de la creación es la redención.
5. EL PECADO, ACTO PERSONAL
Solo los seres personales pueden pecar. Todo pecado es un abuso de libertad. La persona, por haber
sido creada libre, puede optar por hacer obras buenas o por no hacerlas, y también puede elegir el mal o
rechazarlo. La omisión del bien al cual está obligada o la elección directa del mal es lo que constituye el
pecado.
Todo pecado es un acto personal contrario a Dios. No se puede entender solamente como un error, ni
como un fallo involuntario o una debilidad natural, sino como un mal que se reconoce como tal y se
quiere, algo que Dios reprueba y que la criatura conoce, asume y realiza.
El pecado es una ofensa a Dios, una desobediencia de la criatura para con su Creador y una muestra
de desconfianza en su bondad.
Para que un pecado sea tal se requiere que sea un acto totalmente personal, es decir, realizado con
conocimiento de lo que se hace, libremente y consintiendo en ello.
Aunque todo pecado es un acto personal hay que distinguir, por su gravedad los pecados mortales de
los pecados veniales. Decimos que un pecado es mortal cuando reúne tres condiciones: que la materia de
pecado sea grave, que haya plena advertencia de lo que se trata y que se consienta libremente en ello. Si
falta alguna de esas condiciones puede no haber pecado, o si lo hubiere, sería pecado venial.
La materia del pecado es aquello en lo que el pecado consiste. Puede ser un acto, una palabra, un
pensamiento o una omisión malos por sí mismos.
La advertencia es la conciencia que se tiene de lo que se hace, se dice o se piensa.
El consentimiento es la decisión libre de aceptar el pecado por propia voluntad.
6. EL PECADO ANTES Y DESPUÉS DE JESUCRISTO
Dios es inmutable y sus preceptos también lo son; lo que es pecado, es pecado siempre. Pero como la
revelación ha sido gradual, la consideración del pecado en el Antiguo Testamento es diferente de la del
Nuevo. Antes de Jesucristo el pecado se entendía prioritariamente como una infracción de la Ley de Dios.
Después de la venida de Jesucristo, el pecado sigue consistiendo en lo mismo, pero Jesucristo nos hace
ver que el acento no está tanto en el incumplimiento de unas normas cuanto en la ruptura de la relación
con Dios Padre. En diversos momentos de la predicación de Jesús, y especialmente con la parábola del
hijo pródigo, el Maestro nos enseña que el pecado consiste en abandonar la casa del Padre, en despreciar
la vida de hijo de Dios, malgastando sus dones, buscándose la vida por sí mismo, como huérfano
independiente.
Después de la muerte y resurrección de Jesucristo podemos decir aún más: cada pecado supone, en su
medida, rechazar la redención de Jesucristo, haciendo vana para uno mismo toda su obra de salvación. En
este sentido, cada pecado es un acto de ingratitud porque supone un desprecio por la sangre de Cristo.
7. DIOS, PADRE MISERICORDIOSO
Dios no puede no amar. Dios no es que tenga amor o sienta amor, sino que es amor, y porque es amor,
ama siempre. En relación con sus criaturas, el amor de Dios se ha manifestado de una manera
especialísima con el hombre. De entre todo lo creado, el hombre es para Dios su criatura predilecta, la
obra de sus dedos, la niña de sus ojos.
En esta historia de amor de Dios al hombre, hay que distinguir dos momentos: antes del primer
pecado y después de él. Antes del pecado de Adán y Eva, Dios amaba infinitamente a la persona humana,
pero este amor suyo era un amor de complacencia. Dios miraba al hombre, le veía perfecto y se gozaba
viéndole, se complacía en él. En cambio, después de haber pecado, el hombre queda en estado de
necesidad; Dios le mira y ya no ve la criatura perfecta que Él hizo, sino a esa misma criatura en ruinas,
desorientada, en estado de confusión y de miseria.
El hecho de estar así, en una situación miserable, no solo no mengua el amor de Dios hacia el hombre,
sino que lo reactiva. Dios sigue amándolo, pero ahora este amor adquiere un matiz nuevo, ya no es amor
de pura complacencia, sino de misericordia. Es el mismo amor del principio, pero si antes el hombre
estaba sano, ahora está roto y herido desde su interior. El amor es el mismo amor eterno de Dios, pero la
ternura hacia los hombres se hace más patente.
- Dios habla de sí mismo. Las primeras palabras con las que Dios manifiesta sus sentimientos
respecto del hombre son dirigidas a Moisés en el monte Sinaí. En esa primera afirmación de sí mismo, lo
que Dios dice es precisamente esto: que es clemente y misericordioso. La Sagrada Escritura cuenta que
Dios pasó por delante de Moisés y exclamó: “Yahvé, Yahvé, Dios misericordioso y clemente, lento a la
cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por mil generaciones y perdona la iniquidad, la
rebeldía y el pecado”. En esta primera revelación de su corazón, Dios nos hace ver lo que le va por
dentro: una ternura infinita para con el hombre. Posteriormente, en muchos momentos aparecerá actuando
con dureza debido a las continuas desviaciones e infidelidades de su pueblo, pero en cuanto abre su
interior, siempre sale lo mismo: compasión y misericordia, inmensos deseos de perdonarlo a poco que el
hombre reconozca su pecado y se lo pida.
Toda la historia de la salvación está atravesada por esta corriente de misericordia de Dios hacia sus
hijos y alcanza su punto culminante en la muerte de Cristo en la cruz. El sacrificio que Jesús hace de sí
mismo entregándose libre y voluntariamente a su Pasión y Muerte, y la aceptación que el Padre hace de
este sacrificio, es la mayor muestra del amor de Dios a cada hombre y a todos los hombres. Las tres de la
tarde del primer Viernes Santo de la Historia fue la hora de Cristo y es también la hora de todo hombre: la
hora de la misericordia.
Después de conocer lo ocurrido con Jesucristo, la misericordia de Dios ha sido tan asombrosa y tan
evidente, que a partir de Jesucristo, la misericordia ha venido a constituirse en el concepto fundamental
para saber de Dios en relación con el hombre. Si antes de Jesucristo, la fuerza, la sabiduría o la
omnipotencia divinas eran considerados los atributos principales de Dios, ahora, en esta nueva etapa
inaugurada por Cristo, se nos ha revelado que el mayor atributo de Dios es su misericordia. Lo más
grande que podemos decir de Dios es que es misericordioso.
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