La Daga EDITORIAL La daga es uno de los símbolos más representativos y queridos por los cadetes y alféreces de la Escuela Militar. Desde que la toman en sus manos se convierte en la fiel compañera de momentos inolvidables, es por eso que como homenaje a lo que ella representa se creó esta publicación, ya tradicional, de la institución encargada de formar a los futuros oficiales del Ejército Nacional. La daga es una revista digital hecha por oficiales, cadetes y alféreces, con la que se busca mostrar las anécdotas y experiencias enriquecedoras que forman y marcan la vida de quienes hacen parte de nuestra amada Escuela. Los invitamos a que conozcan qué hay detrás de nuestros héroes de camuflado. Oficina de Comunicaciones Estratégicas EL SÁBADO QUE ME MARCÓ LA VIDA Coronel Miguel Eduardo David Bastidas Subdirector Escuela Militar de Cadetes C orría el año de 1989, era un sábado, pero no cualquier sábado, durante los últimos cinco largos días había deseado como nunca que llegara el momento de la salida. Esta salida no sería como las demás en las que normalmente iba a ver a mis papás, permiso que se transformaba en una jornada de sueño interminable que muchas veces ellos me reprochaban, pues pasaba gran parte del “tiempo familiar” pegado a una almohada recuperando el sueño, que en ese entonces, era por demás muy escaso en la Escuela Militar. Ese fin de semana mi plan sería diferente, tenía una cita con una hermosa mujer de ojos grandes y expresivos, piernas torneadas y una figura que bien le hacía honor al cuerpo de una guitarra y a quien había conocido durante los juegos inter compañías de ese año. No fue fácil convencerla y mucho menos a su, poco amable, padre, quien cuidaba a su hija como su más fino tesoro. Pero para un alférez como yo, cualquier obstáculo era una oportunidad para demostrarme que todo en la vida se puede lograr y mi constancia me llevó a obtener el anhelado y muchas veces esquivo: sí… Durante toda la semana hice planes, primero la invitaría a cenar, luego iríamos a bailar y después, quién sabe, esperaba que nos dejáramos llevar por la complicidad de una helada noche bogotana. Ese sábado me levanté con más energía que de costumbre, fui a la misa como siempre y puse todo mi esfuerzo para garantizar que el alojamiento y la Escuela estuvieran relucientes. Terminadas las labores me cambié en uniforme de salida junto al resto de mi compañía. El oficial de semana de mi compañía para ese fin de semana, era un hombre muy exigente, bien presentado, brotaba milicia por sus poros, su tablero de condecoraciones y los cursos que portaba en su pecho lo describían como un oficial ejemplar. Él nos llevó hasta la guardia marchando y cantando el himno a la Escuela Militar, allí nos esperaba, como siempre, el busto de mi General José María Córdova, en ese mismo donde mi teniente tradicionalmente nos pasaba la revista final, antes de salir. Como siempre se paró frente a cada uno de nosotros, mientras yo contaba los segundos para salir por la guardia y soñaba despierto con el encuentro que había planeado durante semanas. De repente lo vi frente a mí, y en forma pausada pero con la energía que lo caracterizaba, soltó una frase que 26 años después todavía la recuerdo como si fuera hoy, Brigadier Mayor: ¿usted no se acuerda que esta semana leyó muy mal la orden día? Dicen que cuando uno está muriendo pequeños fragmentos de su vida pasan por la mente, algo así me pasó en ese instante, comencé a recordar en cámara rápida mis última semana en la Escuela Militar. Nunca llegué tarde a la formación, el alojamiento permaneció impecablemente organizado, las aulas asignadas a mi compañía estuvieron bien presentadas, en fin, cualquier falla en esos pequeños detalles era imperdonable y desencadenaba uno de los castigos más temidos, quedarnos sin salida. Pero a pesar de que todo había estado en orden un pequeño lunar me hizo sudar frío, mis recuerdos se detuvieron en el día que cometí un error leyendo la orden del día en la relación de la compañía, una falla inadmisible para un Brigadier Mayor como yo. Mi respuesta, escueta, como el sentimiento que en ese momento se apoderaba de mí fue: “sí mi teniente”. La voz de mi teniente de manera estrepitosa soltó las dos palabras más temidas en la Escuela, que aunque cortas, hicieron que me terminara de derrumbar: “Sin salida”, prosiguió, “un Brigadier Mayor no puede cometer errores”, y lo decía con autoridad moral pues él mismo fue Brigadier Mayor en esta misma Escuela tan solo unos años atrás. En ese momento se desbarataron todas mis ilusiones. Cancelar una cita en los años 80 no era tan fácil como ahora, que solo basta con oprimir el botón de llamada. En esa época no existían los celulares, las llamadas se hacían en cabinas telefónicas y no era fácil acceder a ellas. Todo se planeaba desde el fin de semana anterior, porque entrar a la Escuela significaba quedar incomunicado, tanto que muchos padres se enteraban que sus hijos no salían justo en el momento en el que iban a recogerlos, cuando un cadete más afortunado les daba el mensaje. La siguiente orden de mi teniente fue: “girar a la derecha, mar al alojamiento y se me presenta en camuflado”, ahí se terminó de acabar el mundo para mí. 26 años después, mi teniente Jorge Arturo Salgado Restrepo, hoy director de la Escuela Militar, y yo, brigadier mayor Miguel Eduardo David Bastidas hoy subdirector de la Escuela Militar, nos volvimos a encontrar en medio de recuerdos y anécdotas como la primera e inolvidable vez que él me dejó sin salida. Este hecho más allá de un simple recuerdo, nos sirvió para reflexionar sobre lo que significa castigar a un alumno quitándole su salida, algo sagrado para quienes día y noche permanecen en la Escuela Militar. Por eso una de las medidas implementadas durante estos dos años fue respetar el tiempo libre de nuestros cadetes y alféreces, y que seguramente de haberlo tenido yo, habría significado un fin de semana inolvidable al lado de esa mujer de ojos grandes y piernas torneadas a la que desde ese día le perdí el rastro para siempre. MOMENTOS ESMIC ¿Será que me rinde más irme en caballo? UNA DAGA DE TRADICIONES Autor cadete MAXIMILIANO URIBE CATAÑO Comandante de curso aula 8 L a daga, aquel símbolo de honor, orgullo y valor que reciben los cadetes, futuros oficiales del Ejército; no es más, que la base de toda tradición militar. d antiore Esta daga es el orgullo de aquellos afortunados que la portan, la confianza entregada por parte de nuestros oficiales, hacia los futuros libertadores y la esperanza, de una vida llena de servicio y sacrificio, para aquellos nuevos cadetes, que ingresan a la escuela y ven en este símbolo, el comienzo de un sueño. Esta tradición nunca se debe perder, pues estas tradiciones son las que llenan de valor y orgullo el pecho de todo militar, convirtiéndolos, en invencibles guerreros, que nunca perderán la fuerza para luchar por la libertad, la misma libertad que todos gozan sin pensar en los sacrificios que hacen estos patriotas para mantenerla. Para muchos, esta daga parece una simple arma, pero para todo cadete, incluyendo el más recluta, esta daga es aquella insignia que nos hace diferentes, y que en algún momento, el deseo de recibirla, sumada con el ansia de honrar a nuestras familias, nos ayudó como reclutas, a superar las más duras pruebas. Es por esta y más razones que nosotros, los cadetes de la Escuela Militar de Cadetes, juramos portar con honor, valor y lealtad a la institución esta daga, que representa todo lo que somos y aspiramos ser. MOMENTOS ESMIC PERDÍ LA DAGA N inguno de nosotros olvidaremos aquel memorable día en el que recibimos la daga, primer símbolo de mando de nuestra carrera militar. Yo no olvidaré el día que la perdí. Era domingo, día que debía regresar a la Escuela Militar para empezar una nueva semana. Me despedí de mi mamá quien siempre llora cuando me ve salir, aun me extraña, pero sobre todo, sus lágrimas son de orgullo porque su gran sueño era ver a su hijo convertido en héroe. Pedí un taxi y llegué a la Escuela, justo a tiempo para presentarme ante mi superior. Noté que el comandante de guardia me miró raro y de inmediato me preguntó: ¿dónde está su daga, cadete? Sentí un susto que no puedo describir, mi reacción fue dar la vuelta y salir para detener el taxi que me :( había traído. Corrí, corrí y seguí corriendo mientras veía como la mancha amarilla iba desapareciendo, igual como desaparecía la esperanza de recuperar la daga. Casi lloro, la daga y yo vivimos momentos inolvidables, como darle muchas vueltas a la cancha de tenis, entre otros tantos. No me quedó más que presentarme ante mi capitán y mi mayor, sin la daga, y buscando una solución para lo sucedido. Pero como fiel compañera, la daga regresó a mí. El taxista fue “madre” y me la devolvió, sentí que también me volvió el alma al cuerpo. Yo a cambió le di las gracias, acompañadas de 30.000 pesos y me prometí nunca más separarme de ella. SER UN CADETE DE LA ESCUELA MILITAR Autor Alferez VALO SAMUEL OVALLE OLIVEROS E l día que entré a la Escuela Militar, el 22 de junio del 2012, lo hice por el arco del triunfo. Era muy temprano, en la guardia me estaban esperando los señores alféreces que en ese entonces, no sabía quiénes eran, porque utilizaban las botas altas, solamente nos ayudaban a cargar las maletas al bus para luego llevarnos al alojamiento. La ceremonia de incorporación que hace la Escuela a los alumnos que recién ingresan es inolvidable. El sol de ese día brilla más que nunca, es impresionante, tanto que todos salimos quemados, pero es justo esa ceremonia la que jamás olvidaremos. Fue la primera como futuros oficiales de nuestro gran Ejército. El primer año en la Escuela es muy bonito, son 365 días de una transformación que se va dando poco a poco, es el cambio que tenemos de ser civil para convertimos en militares, hombres y mujeres con valores, principios, personas íntegras y de la mejor calidad humana posible. Ingresar a la Escuela Militar es como estar en una nueva casa, con reglas y comportamientos que poco a poco vamos asimilando. Los señores oficiales y alférez nos enseñan desde cómo tender una cama, brillar una chapa hasta cómo desarmar y armar un fusil. Las primeras noches ninguno dormimos, hacíamos nuevos amigos de diferentes regiones del país. Sin embargo para sorpresa nuestra, cada día la exigencia aumentaba, las dianas eran de 15 minutos controladas, el aseo de las noches eran totalmente supervisado por nuestros alféreces y la revista de presentación personal cada vez era más exigente. Esto nos hizo adquirir más responsabilidad, nos acostumbramos a ser ordenados, disciplinados, respetuosos, todas esas virtudes que nos caracterizan a los cadetes de la Escuela Militar. L as primeras campañas y terrenos como alumno de la Escuela son muy enriquecedoras. Es estar en bonaca (terreno), tiritando del frio con esos equipos de campaña gigantes, sin que les quepa un tinto, sin saber cómo armar una carpa, cómo guindar una cintela. Nuestra única alternativa era acudir a los señores alféreces para que nos dijeran cómo se hacían estas tareas nuevas para nosotros, pero a la vez corríamos contra el tiempo al escuchar a los señores oficiales dándonos tan solo cinco minutos para que el vivac estuviera armado. Esos momentos son inolvidables, momentos de estrés, de crisis, de deserte, pero poco a poco fui cogiendo experiencia y conocimiento sobre todas las cosas nuevas que a diario iba aprendiendo. Otro de mis grandes recuerdos fueron los turnos de centinela, eran de una a tres de la mañana con un frio enorme, estaba solo y en una oscuridad absoluta. Los pensamientos de miedo eran impresionantes, los ruidos de la naturaleza hacia tenebrosas las jornadas, aprendí a manejar estas situaciones que posiblemente más adelante voy a tener que pasar, todas estas cosas son experiencias enriquecedoras para nosotros como futuros oficiales. A patrullar Las patrullas que hicimos desde tercer nivel eran aventuras como las películas, nos metíamos en el papel de que era una misión, comíamos ración de campaña, cuidamos el agua como si fuera el último trozo de oro del planeta, nos embarramos, hacíamos nuestro propio planeamiento y los más satisfactorio era llegar al punto del objetivo para efectuar el asalto y con munición de fogueo, intentar hacer lo más real posible el ejercicio del ataque. La Escuela Militar es muy bonita y la carrera de las armas es la mejor. Yo como cadete de sexto nivel de la “Pesada” la compañía de cadetes más antigua de la Escuela, a punto de ascender al grado de alféreces, les expreso que soy inmensamente feliz como cadete de la mejor Escuela Militar, he conocido amigos que ahora son como mi familia de todas las regiones del país, he podido aprender de todos los oficiales y alféreces que han pasado por la compañía, he tenido las mejores aventuras y vivencias que cualquier joven quisiera tener, he tenido frio, calor, miedo, alegría, tristeza, motivación, cansancio, e innumerables sentimientos que solo los pude obtener haciendo lo que más me gusta: ser un militar, un futuro oficial del Ejército. Quiero terminar expresando que ser un Para contrastar, otra parte de nuestro entrenamiento lo hacíamos en Tolemaida, donde vivimos en un calor infernal durante casi un mes. Recuerdo las primeras campañas, todos nuestros equipos eran desatalajados, el vivac no alineaba ni cubría, éramos como recién nacidos sin saber nada sobre qué hacer y mucho menos cómo hacerlo. Esto hace parte de una dura pero satisfactoria preparación que incluyó instrucciones, errores, caídas, raspones y decisiones nos han hecho excelentes militares, íntegros en todo concepto, el tiempo fue pasando y nos hacíamos más antiguos, con mayores conocimientos y experiencias. cadete de la Escuela Militar es la mejor experiencia que me ha podido pasar en mi vida, ver ese cambio que he tenido, de ser un joven inmaduro y convertirme en un cadete del Ejército con principios y valores, esto es lo más grande que he vivido como persona. Le agradezco inmensamente a mi Escuela por todas esas cosas tan bonitas que me ha enseñado y por formarme para ser un futuro oficial del glorioso Ejército de Colombia. MOMENTOS ESMIC A ver, la foto p'al face EL POLLO RADIACTIVO Autor mayor ALEJANDRO PARRA MURILLO U n día al establecimiento de sanidad militar llegaron varios cadetes que presentaban los mismos síntomas, un dolor de estómago intenso y la necesidad de tener un baño a escasos metros. Mientras les hacía el respectivo chequeo me contaron que en uno de sus ratos libres estuvieron departiendo y degustando un delicioso pollo al que desde ese momento apordaron “el pollo radioactivo”. Llegamos a la conclusión de que este alimento, por sus características nutritivas y forma de cocción, fue el causante del malestar. Claro, hay que tener en cuenta la capacidad gastronómica de los cadetes, quienes acompañaron el pollo con arroz chino y Coca Cola, ¡qué bomba! Esta forma de comer, a veces desmedida, es razonable pues el esfuerzo físico que a diario realizan los jóvenes, exige una muy buena alimentación que es suministrada en el comedor de cadetes. Pero a pesar de eso, deciden reforzar su habitual comida con buenos nutrientes, proteínas y sobre todo, calorías, que según ellos, las encuentran en una buena porción del pollo frito “radioactivo”, el cual, sin importar las consecuencias, seguirán consumiendo. Buen apetito para los cadetes, yo por mi parte prefiero una buena porción de fruta. BRUJAS DE QUE LAS HAY... LAS Autor capitán HAMILTON CERÓN TOLE E ra el año 2004 de un día que muchos no quisieran recordar. Estaba en el sector de Jamaica, en nuestro Curso Básico de Combate y debía cumplir con mi turno de centinela desde las 21:00 hasta las 23:00. En medio de un silencio casi ensordecedor, empecé a sentir un ruido poco usual en el sitio donde estábamos, me llamó la atención por lo que no dejé de mirar alrededor del frondoso árbol de dónde provenía pero no pude ver nada, simplemente pensé que era un animal que acompañaba mi vigilancia nocturna, aunque en mi interior pensaba que los sonidos que emitía no eran normales. Cuando le entregué el turno a mi curso Barragán le dije que tuviera cuidado con la bruja del árbol y aunque lo tomé como chiste tengo que confesar que pasó por mi cabeza que podría ser cierto. Estaba descansando cuando entre sueños empecé a escuchar a mi compañero preguntar quién andaba ahí, en repetidas ocasiones, no dejaba de mirar el árbol. Fue tal su susto que me pidió que fuéramos a ver qué había. Nos acercamos juntos, algo asustados, pero con toda la intención de descubrir lo que guardaba el misterioso árbol. Cuando llegamos vimos una sombra que se desvaneció por entre las ramas, con tal fuerza que hizo mover fuertemente la copa del árbol mientras soltaba una risa que nos espantó y nos dejó helados hasta los huesos. S HAY EDO Corrimos con toda la velocidad que nos daban nuestras temblorosas piernas, el corazón parecía salirse del camuflado, hasta que llegamos a la base de patrulla móvil para despertar a todos y solicitarle a mi teniente Perdomo irnos de ese sitio, no podíamos quedarnos en un cerro donde se aparecían las brujas. Mi teniente accedió y en medio de la penumbra y del sueño que fue espantado por el temor, decidimos irnos del lugar y dejar lo sobrenatural quieto, pero cuando llegamos a la parte de abajo nos dimos cuenta que nuestro curso Vergara se había quedado arriba, solo, dormido, sin saber que las brujas podrían estar cuidando su sueño. Todos nos negamos a subir, nadie quería regresar a enfrentarse con lo desconocido, a volver a escuchar esa risa maliciosa nuevamente, el miedo era colectivo. Pero también era cierto que no íbamos a dejar a nuestro curso en medio de la nada, así que bastó una orden de mi teniente Perdomo, quien con voz enojada mandó a todos los comandantes de equipos, escuadra y pelotón a ir por nuestro curso y unirlo al grupo. Orden es orden y los militares estamos para cumplirlas por lo que a los pocos minutos Vergara estaba con nosotros, quienes huimos como alma que lleva el diablo y nunca más quisimos regresar. MOMENTOS ESMIC Practicando nuestro deporte favorito: el foco LAS MASCOTAS DE LA ESCUELA MILITAR REVIVEN EL NIÑO QUE SE ESCONDE TRAS NUESTRO UNIFORME CAMUFLADO. Autor capitán SANTIAGO CORTÉS FERNÁNDEZ Decano Facultad de Educación Física Militar A nualmente en la Escuela Militar de Cadetes se llevan a cabo los torneos deportivos de hasta 17 diversas disciplinas, que en conjunto constituyen los clásicos Juegos Intercompañías. Este evento hace parte de los mejores recuerdos que tienen los oficiales ya graduados y los cadetes durante su formación, debido a que durante sus días de ejecución, se rompen la mayoría de los esquemas disciplinares existentes y como los mismos cadetes dicen “llegó el momento para descuadrarnos” Ese “descuadre” permite la proliferación de unos especímenes muy particulares que representan a cada una de las compañías y son su soporte moral en la medida que asumen su papel con entusiasmo, son las tradicionales MASCOTAS. Valiéndose de las casas de alquiler de disfraces los cadetes encuentran en ellas, una figura con la cual ocultar los traviesos comportamientos del encargado de vestirlas y que en ocasiones resulta ser durante la semana de competencias, un juego de relevos entre quien no se inscribió en ningún equipo, o el cadete “chancleta” o el más vivaz de los cadetes. Sorprender a nuestro comandante con un parte de personal que incluye a Tribilín, Shrek, el pato Donald, un marciano o Tiger, da buena cuenta del espíritu alegre con que se lleva a cabo el evento. Tratar de robarse la cabeza de la mascota de otra compañía es la siguiente travesura en el orden de operaciones de estos divertidos personajes y combatir cuerpo a cuerpo amistosamente o “ponerlas a voltear”, bajo el mando de la que se reconoce como la más antigua, son las acciones que inevitablemente rompen el ceremonial y ponen en los rostros de todos la más amplia de las sonrisas y hasta carcajadas masivas. Gloria a nuestras Mascotas, Gloria a nuestros Juegos Intercompañías, Gloria a nuestra Escuela Militar. EL ALFÉREZ SIN CABEZA Autor cadete JUAN MANUEL MONTOYA OCHOA Compañía Galán M uchos han escuchado sus pasos, otros han sentido su presencia y todos han oído hablar de él. Se trata del alférez sin cabeza un personaje que, aunque parezca sacado de la imaginación, fue y sigue siendo tan real como nosotros mismos. Fue esa tenebrosa fama la que nos hizo dedicarle nuestro primer video, un cortometraje que debíamos hacer para estrenar la sala de nuevas tecnologías que desde ahora tenemos en la Escuela Militar. Su historia se remonta al año 1958, cuando un joven alférez salió al permiso habitual de cada fin de semana. A su regreso debía prestar servicio de control aulas, todos vieron su firma en el libro de ingreso pero lo que en ese momento no sabían era que la noche anterior había fallecido en un accidente de tránsito. Nadie pudo explicar cómo apareció su nombre escrito, para muchos fue la despedida de su gloriosa Escuela Militar. Y aunque para algunos esta trágica historia terminó ahí, son muchos quienes dicen que aún lo ven deambular por las aulas, el sonido de las botas se escucha cuando todos están dormidos e incluso una foto registra una borrosa imagen de su fantasmal presencia. La foto que aparece al final del cortometraje es real, fue tomada en 1958 en uno de los alojamientos de la Escuela Militar. La grabación Recrear este episodio que hace parte de la historia de la Escuela fue una tarea agotadora. Para las grabaciones todo debía estar oscuro, en silencio y lograr eso con 1632 alumnos es misión imposible. Por eso nuestra única alternativa fue grabar en la madrugada, a veces nos quedábamos hasta las 3 de la mañana haciendo las escenas más aterradoras. Fue una semana entera de ensayos, de repetición tras repetición hasta que la escena quedara perfecta y ni qué decir de la edición. Una jornada de 6 de la mañana a 4 de la mañana del día siguiente, 22 horas seguidas para un video de dos minutos. Llegó la hora de la proyección, “esas son las historias de la Escuela que no se deben dejar perder”, nos dijo mi General Suárez. Los aplausos finales y las decenas de felicitaciones nos demostraron que el esfuerzo de mis 10 compañeros y el mío valió la pena. Gracias a ellos y al alférez sin cabeza, porque sin su historia esta gratificante experiencia no habría sido posible. Datos curiosos La iluminación fue uno de los temas más complicados. Para una de las escenas fue necesario utilizar 15 extensiones, incluyendo una que los cadetes se “robaron” de la brilladora. La escena grabada en los alojamientos tuvo que repetirse 16 veces pues siempre se generaban sombras que no debían aparecer en el video. Cuadrar las luces fue una labor de varias horas y mucha, mucha paciencia. A la 1 am nada mejor que comerse un “espichado” (perro caliente), que por la hora no solo estaba estripado sino frío, pero con el hambre sabía a gloria. LA PRIMERA VEZ QUE… … Conocí al cadete de chocolate … Me cortaron el pelo Autor cadete Andrés Malagón Ramírez Compañía D’Elhuyar Autor cadete ORJUELA U n día cometí una infracción a la disciplina militar que prefiero no recordar y mi superior me mandó a darle una vuelta al cadete de chocolate. ¿El cadete de chocolate?, me pregunté. Era nuevo en la Escuela Militar y no tenía ni idea para dónde coger. Empecé a mirar para todos lados buscando al famoso cadete, no sabía quién era y mucho menos por qué le decían así. Di vueltas sin éxito, ya la había embarrado lo suficiente como para ahora tener que pedir explicaciones sobre cómo cumplir mi castigo. Me acerqué a mis compañeros de curso para preguntarles, pero ellos lo único que hicieron fue darme indicaciones que cada vez me confundían más. Cansado de dar vueltas y de sentirme completamente perdido decidí preguntarle a mi alférez donde podía encontrar a la persona a la que me habían mandado a buscar. Me dijo que fuera justo a la mitad de la Escuela que fijo estaría allí. Al llegar, fatigado de tanto correr y sin ni siquiera haber cumplido mi castigo, lo vi. Era más grande de lo que imaginé y por fin supe por qué era tan famoso. Se trataba del busto de un cadete vestido de gala cuyo apodo achocolatado se lo daba el color del material del que estaba hecho. C uando iba a ingresar a la Escuela Militar de Cadetes asumí que lo más duro iba a ser el entrenamiento, estar lejos de mi familia o acomodarme a un régimen fuerte. Y sí, todo eso es difícil, pero una de las cosas que más me ha dolido fue cuando el día que entré me cortaron el pelo. Yo acostumbraba a llevarlo largo, suelto, completamente libre y de repente sentí como un tijeretazo acabó con mi melena. Los hombres tal vez no entiendan, pero para las mujeres nuestro cabello es indispensable, lo cuidamos, los arreglamos y vivimos pendiente de él. Tras verme al espejo, me sentí extraña, por un momento me vi como si no fuera yo. Cuando miré a mi alrededor me di cuenta que mi reacción fue más normal que la de algunas cursos mías, muchas se atacaron a llorar y hasta estaban a punto de pedir la baja solo por el corte. Ese día aprendí que todo en la vida pasa, si me cortaron el pelo al tiempo vuelve a crecer y al final hay cosas más importantes de las que sí debemos preocuparnos. … Arreglé mi penacho N os estábamos preparando para la primera ceremonia en la Escuela Militar y ese día debíamos vestirnos con el traje más elegante que tenemos los cadetes. De repente me entregan un casco con un penacho y un porta penacho. Quedé en shock, porque nunca creí que me fuera a tocar peinar, lo que para mí en ese momento, era una peluca. Miré a mis compañeros y me sentí extraño al ver cómo arreglaban su penacho. Algunos lo peluqueaban, otros lo peinaban y hasta le echaban gel. Hoy es una práctica normal para mí, pero nunca imaginé que en la Escuela Militar, iba a aprender a arreglar lo más parecido a una lacia cabellera. … Pasé de cabo a cadete de la ESMIC … Quedé fuera de la marcha del 20 de julio Autor cadete Diego Andrés Lozano Duarte Compañía D’Elhuyar Autor cadete EDWARD RODRÍGUEZ BLANCO D espués de varios años vuelvo a ser recluta otra vez. Ya se me había olvidado qué era ser tratado como alumno, qué era ser controlado hasta en la comida, qué era empezar de cero. Ese primer día en la Escuela Militar fue duro, no lo puedo negar, tanto que estaba entre la risa y el arrepentimiento al enfrentarme a un estilo de vida al que ya no estaba acostumbrado. Pero en el momento más duro de mis dudas, pensé nada me podía quedar grande y mucho menos prepararme para defender a mi patria como oficial del Ejército Nacional. Mi primera noche en la Escuela Militar la recuerdo muy bien, hasta estrené piyama, un detalle que me hizo reafirmar que en el Ejército todo siempre está bajo control. A las cinco de la mañana sonó la diana y todos de pie, a sacar los útiles de aseo y “mar”, a bañarse, me indicó mi alférez. Hice caso en todo, pero lo único que no caí en cuenta fue en el tiempo para estar listo, solo nos dieron 15 minutos, muy poco para lo que estaba acostumbrado. En medio de mi afán vi que no era el único que corría, muchos de mis compañeros lo hacían, incluso algunos se cayeron en su intento de estar listos a tiempo, definitivamente era otro estilo de vida. Fue ese día, un 16 de enero, que empezó esta aventura en la que ya llevo inmerso nueve meses, tiempo en el que he conocido más la Escuela, su ritmo y la disciplina que requiere un oficial del Ejército Nacional, un oficial del futuro, un oficial como el que seré en un futuro no muy lejano. HUMBERTO N uestros señores alférez nos hablaban de lo grandioso y emocionante que era participar en el desfile del 20 de julio, por lo que no veía la hora de que llegara ese grandioso día. Durante varias jornadas nos preparamos en la Escuela Militar para que todo saliera perfecto. Pero de repente fue como si nos echaran un baldado de agua fría para despertarnos de ese sueño que muchos teníamos. Como éramos muy nuevos no pudimos marchar bien, por lo que nos sacaron del gran desfile. El desconcierto fue general, ya no representaríamos a la Escuela, no podríamos escuchar los aplausos de la gente, las palabras de orgullo que suelen decirnos a los futuros oficiales. Decidieron darnos una nueva oportunidad que no pensábamos desaprovechar, fueron muchas las ganas pero pocos los resultados, por lo que definitivamente quedamos fuera de la marcha. La compañía se sintió desanimada por la noticia y nos conformarnos y prepararnos para el próximo año, para poder vivir verdaderamente qué es sentir el orgullo de pertenecer a nuestro glorioso Ejército Nacional. SOBREVIVIENDO A LA SELVA E l día antes de terminar una agotadora campana, mi compañía realizó el ejercicio de supervivencia en el que, como la palabra lo dice, toca “sobrevivir” ante las adversidades del terreno y del clima. Terminando todas las instrucciones de este día agotador, nos dieron la orden de aplicar todo lo que habíamos visto para armar un cambuche, pero llegando la noche me di cuenta que estábamos cerca a nuestra área de vivac en la que teníamos repelo, que por obvias razones habían prohibido llevar para este ejercicio. Fui a verificar y efectivamente sí era nuestra área de vivac y al darme cuenta, regresé donde se encontraban mis cursos armando el cambuche y les conté, se nos ocurrió una idea, ir hasta el área de vivac para traer repelo y poder comer y así estar mejor. Decidimos irnos dos cursos y yo y lo interesante de esto es que mientras más íbamos avanzando al área de vivac, aplicábamos todo lo que vimos durante la instrucción. Realizamos todas las instrucciones de campaña, hicimos arrastre bajo, arrastre alto, también cubierta y protección, el sigilo para no dejarnos detectar era muy importante y al fin después de un agotador camino hasta el área de vivac, logramos llegar y llevar algunas cosas. Nos pudo más las ganas de comer que el susto de que nos descubrieran, por eso al darnos cuenta de que había más repelo que se nos había quedado, decidimos devolvernos pero esta vez no contamos con tanta “suerte” porque ya llegando a el área de vivac nos detectó un señor alférez. El susto fue indescriptible, decidimos correr o saltar loma abajo hasta llegar a un río, en unos minutos no supimos dónde estábamos, buscábamos el camino y nada, hasta que bajando por el río encontramos unas telas que habíamos dejado en algunos árboles para ubicarnos, entonces cuando llegamos al cambuche ya todos se habían dado cuenta que nos habíamos evadido para traer repelo. MOMENTOS ESMIC NOSOTROS EN EL UNIVERSO CD. Moya Ramírez Compañía. D’ELHUYAR El ser humano siempre ha tratado de ser la especie dominante en la tierra, alcanzando los montes más altos, los desiertos más áridos, los mares más profundos, el frío más hostil, incluso hemos llegado a la luna, pero alguna vez se han puesto a pensar ¿qué tan grandes somos? Hagamos una comparación el sol tiene 1.000.000 de veces el tamaño El sol tiene 1.000.000 de veces el tamaño de la tierra, si bien para los que no saben el sol es una estrella de tamaño medio conformada por millones de toneladas de helio e hidrogeno, en la via láctea “nuestra galaxia” hay aproximadamente 100.000.000.000 de estrellas “soles”, o sea que cada vez somos mas pequeños, Peso Tierra 6.000.000.000.000.000.000.000.000 de kg es algo extraordinario pero es cierto, no somos tan grades como creemos, ahora vamos más allá, Peso hombre promedio 80 kg sigamos un poco más allá, en el universo hay más de 100.000 cúmulos de galaxias “grupos de galaxias”, que cada uno tiene más de 200.000 galaxias, o sea que en sí somos muy diminutos, demasiado. o de la tierra Ahora miremos qué tan poderosos somos. Cuando el sol termine su proceso de fisión en aproximadamente 4.500.000.000 de años por falta de helio, este empezará a crecer hasta convertirse en una gigante bola roja, alcanzando la órbita terrestre y evaporando nuestro planeta y su luna. Así que no somos más que una raza de vida, que así como logró surgir en el universo, este mismo nos condenará a nuestro fin. Por eso de qué te preocupas, deja el orgullo, y sirve a los demás, extiende tu brazo cuando alguien necesite tu ayuda, pues eso es lo único que de verdad vale la pena en la vida, haz feliz a la persona que te hagan feliz, y siempre ayuda sin esperar más que un gracias. El resto ya es anexo, reflexiona, y conviértete en alguien que de verdad emane grandeza por sus acciones y no por las propiedades capitalistas. Sigue adelante, abraza a tu familia cada vez que puedas y disfruta cada día como si fuera el último. LA AMISTAD EN NUESTRA FUERZA Autor cadetes MICHAEL PANTOJA PASTRANA y HÉCTOR PEREA GUERRERO Compañía D’elhuyar En el 2012, Héctor Perea Guerrero y Michael Lenin Pantoja, iniciamos nuestra vida en el Ejército Nacional, en la Escuela de Suboficiales Sargento Inocencio Chinca. Desde ese momento compartimos momentos difíciles, de amargura, de alegría y gran suspenso, afrontando las más difíciles pruebas y desafíos, pero siempre apoyándonos mutuamente. En esta primera imagen tomada 14 de noviembre de 2012, se muestra este gran lazo de amistad que nos llevó a culminar nuestra carrera como suboficiales del Ejército Nacional, convirtiéndonos así en cabos terceros el 29 de agosto del 2014. Dicen por ahí “actúa con rectitud y humildad y la vida algún día te lo recompensará`”, y fue así cuando Dios, la vida y el Ejército Nacional nos dieron la gran oportunidad de volvernos a encontrar en esta grandiosa Escuela Militar de Cadetes. Sin perder ese lazo de amistad, nos reunimos de nuevo para seguir adelante y superarnos cada día más, y así lograr nuestro objetivo de ser ahora unos orgullosos oficiales del Ejército, sin dejar a un lado lo más importante y lo que nos hace de verdad unas excelentes personas, el respeto, la humildad y la amistad. Espero en unos años seguir contando esta historia pero con un nuevo capítulo sin cambiar de personajes. MOMENTOS ESMIC Con semejante peso no le creo que coma poquito SENTADA SOBRE LAS MALETAS Autor: Tc. Sara Conztanza López Moreno Directora Centro de Investigación de la Cultura Física D e repente me encontré allí en ese cuarto desolado, sentada sobre mis maletas con los ojos llenos de lágrimas, preguntándome si en realidad había tomado la decisión correcta, porque el hecho de estar irremediablemente sola, significaba sin ninguna duda la renuncia a mi vida anterior, a mi libertad, en cierta forma una renuncia callada a algunos sueños y lo más doloroso, el silencioso y frágil adiós a mi cálida familia, para enfrentarme sola a una nueva y difícil forma de vida… ser oficial del Ejército de mi país. Había sido preparada en los quehaceres de ser militar durante tres efímeros meses, aprendiendo a dormir con más mujeres en un alojamiento, a la realización de entrenamiento físico intenso, a estudiar con hombres y mujeres profesionales que ahora debían aprender a empuñar un arma, debían saber portar un uniforme, marchar y decir “como ordene” ante cualquier orden, pero que a la vez debían continuar con los atributos propios de su profesión. Y al final, toda esta maraña de conocimientos debía llevarme a pensar, a comportarme y a sentir como militar. Sentada sobre mis maletas, en esa primera unidad en el Batallón de Apoyos y Servicios para el Combate No. 3, con el alma hecha pedazos, empecé a reflexionar sobre el hecho de enfrentar mi nueva realidad, y por mi mente pasaron los últimos años de mi vida en donde llegaron los hermosos recuerdos de la universidad, interminables horas de estudio y prácticas en diferentes hospitales y en los pocos tiempos de esparcimiento, mi círculo de amigos escuchando las contestatarias canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, hipnotizada por noches de bohemia, poesía, rock y salsa, participando incansable en el ensueño que era el grupo de teatro que me permitió ser otras mujeres, unas buenas, otras malas, pero otras. Parada y eterna en el escenario, siendo totalmente libre para ser alguien más, siendo presa únicamente de mis emociones y de los libretos. Mi sensibilidad ante estas acciones demenciales, hizo que me doliera mi país, hizo que me doliera ver viudas, huérfanos, rostros de horror y dolor inmensos, reflejados en cada compatriota, víctima de tantas tragedias originadas en la terrible crueldad de algunos colombianos, equivocados en sus concepciones del mundo, sin embargo yo seguía allí como una simple y fría espectadora. Si a este maremoto de sensaciones, se le sumaba una relación amorosa de cinco años, tormentosa, feliz y triste, cercana y lejana, sin principio ni fin, que producía más dolor que dicha, entonces sentí Pero la madurez llega y la vida te aterriza, cuando miras hacia atrás y hacia adelante buscando un sentido para tu vida y te encuentras que lo que haces no es suficiente para cambiar el mundo. Cuando decidí incorporarme al Ejército Nacional, tenía dos excelentes trabajos en clínicas muy bien posicionadas en Bogotá y me desempeñaba como fisioterapeuta con total plenitud, sin embargo sentía que quería participar activamente en la historia de mi país y la mejor forma de hacerlo era trabajando en la rehabilitación de los soldados que sufrían los horrores de la guerra. En ese 1997, el país atravesaba un capítulo de su historia muy difícil, porque la actividad terrorista reinaba en todos los rincones del país, ataques a los puestos de policía en la mayoría del territorio colombiano, ejecuciones y decapitaciones a los colaboradores de los grupos paramilitares, asesinatos de líderes indígenas y alcaldes, aparición de las Convivir, masacres perpetradas por los grupos de autodefensas, secuestros, asesinato de observadores de la OEA por parte del ELN, y un sinnúmero de actos llenos de barbarie. que había llegado el momento de hacer algo con mi vida, eso que le diera un vuelco total y que me permitiera saltar hacia lo desconocido para intentar cambiar mi vida y por qué no…el mundo. Fue así, que decidí cambiar mi libertad por dar libertad a otros, escondí algunos sueños para que otros pudieran hacer los suyos, cambié a Silvio Rodríguez por himnos militares, cambié mis jeans por un uniforme, mis tenis por botas masculinas, mi discurso libertario por la constitución y las leyes, y desde hace 18 años se me ha quebrado el alma por los militares que han dado su vida o partes de sus cuerpos, para que Colombia sea un país mejor, he llorado de rabia por las circunstancias incambiables y dejé de vivir con mi familia como parte de mi sacrificio. El Ejército cada día se fue convirtiendo en mi todo, las unidades militares se transformaron en mi hogar, y el desempeño en los diferentes cargos a lo largo de mi carrera militar me ha brindado la plenitud de la felicidad de amar lo que hago. Al Ejército le debo todo lo que soy actualmente, me brindó oportunidades únicas, como por ejemplo: rehabilitar a los soldados y todos los militares que necesitaron de mi quehacer profesional; conocer el amor de mi vida, quien vive y muere por esta institución; trabajar al lado de uno de los presidentes que pasará a la historia por los maravillosos cambios que realizó en Colombia en momentos de desesperanza; vivir en otro país mejorando mi preparación académica y actualmente la alegría y el honor de pertenecer al alma mater del Ejército Nacional, ese corazón latiente que da vida y transforma nuestra Institución a través de la formación de los futuros oficiales. Es así que en mi mente y en mi corazón, sólo tengo sentimientos de gratitud hacia esta maravillosa Institución, columna vertebral de nuestra democracia, que me lo ha dado absolutamente todo y de la cual me siento orgullosa de pertenecer. A h o r a sé que todos estos 18 años han valido la pena, cuando recuerdo la sonrisa de los niños que respetan a quienes llevamos como segunda piel un uniforme militar, representando la patria en carne viva, cuando he visto el rostro del horror de la guerra en los soldados amputados y que a pesar de su nuevo presente, tienen el valor de sonreír con el alma y mirar al horizonte con gran esperanza en el futuro, cuando veo los ojos juveniles de los cadetes con ansias de beberse el mundo de un sorbo y con el anhelo ferviente de ser un militar colombiano y alcanzar esa estrella que los convertirá en comandantes líderes de pelotón...es en esos inmensos momentos que reafirmo que todo ha valido la pena, porque solo el militar lo da todo por otros, así que mi madre, mi padre desde el cielo, mi hermana, mi esposo y mi hijo al mirarme se sienten orgullosos de lo que hace su hija, su hermana, su esposa y su mamá. Autor alférez ANDRÉS FELIPE PRADA MANTILLA “Quien no haya sido atrapado por el control aulas, no fue cadete”