Untitled - Escuela Militar de Cadetes

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La Daga
EDITORIAL
La daga es uno de los símbolos más representativos y queridos por los
cadetes y alféreces de la Escuela Militar. Desde que la toman en sus
manos se convierte en la fiel compañera de momentos inolvidables,
es por eso que como homenaje a lo que ella representa se creó esta
publicación, ya tradicional, de la institución encargada de formar a los
futuros oficiales del Ejército Nacional.
La daga es una revista digital hecha por oficiales, cadetes y
alféreces, con la que se busca mostrar las anécdotas y experiencias
enriquecedoras que forman y marcan la vida de quienes hacen parte
de nuestra amada Escuela.
Los invitamos a que conozcan qué hay detrás de nuestros héroes de
camuflado.
Oficina de Comunicaciones Estratégicas
EL SÁBADO QUE ME MARCÓ
LA VIDA
Coronel Miguel Eduardo David Bastidas
Subdirector Escuela Militar de Cadetes
C
orría el año de 1989, era un sábado, pero no cualquier sábado,
durante los últimos cinco largos días había deseado como
nunca que llegara el momento de la salida. Esta salida no
sería como las demás en las que normalmente iba a ver a mis
papás, permiso que se transformaba en una jornada de sueño
interminable que muchas veces ellos me reprochaban, pues
pasaba gran parte del “tiempo familiar” pegado a una almohada
recuperando el sueño, que en ese entonces, era por demás muy
escaso en la Escuela Militar.
Ese fin de semana mi plan sería diferente, tenía
una cita con una hermosa mujer de ojos grandes
y expresivos, piernas torneadas y una figura que
bien le hacía honor al cuerpo de una guitarra y a
quien había conocido durante los juegos inter compañías de ese año. No fue fácil convencerla
y mucho menos a su, poco amable, padre, quien
cuidaba a su hija como su más fino tesoro.
Pero para un alférez como yo, cualquier obstáculo
era una oportunidad para demostrarme que
todo en la vida se puede lograr y mi constancia
me llevó a obtener el anhelado y muchas veces
esquivo: sí…
Durante toda la semana hice planes, primero
la invitaría a cenar, luego iríamos a bailar
y después, quién sabe, esperaba que nos
dejáramos llevar por la complicidad de una
helada noche bogotana.
Ese sábado me levanté con más energía que
de costumbre, fui a la misa como siempre y
puse todo mi esfuerzo para garantizar que el
alojamiento y la Escuela estuvieran relucientes.
Terminadas las labores me cambié en uniforme
de salida junto al resto de mi compañía.
El oficial de semana de mi compañía para ese
fin de semana, era un hombre muy exigente,
bien presentado, brotaba milicia por sus poros,
su tablero de condecoraciones y los cursos que
portaba en su pecho lo describían como un
oficial ejemplar. Él nos llevó hasta la guardia
marchando y cantando el himno a la Escuela
Militar, allí nos esperaba, como siempre, el
busto de mi General José María Córdova, en
ese mismo donde mi teniente tradicionalmente
nos pasaba la revista final, antes de salir.
Como siempre se paró frente a cada uno de
nosotros, mientras yo contaba los segundos
para salir por la guardia y soñaba despierto
con el encuentro que había planeado durante
semanas. De repente lo vi frente a mí, y en
forma pausada pero con la energía que lo
caracterizaba, soltó una frase que 26 años
después todavía la recuerdo como si fuera hoy,
Brigadier Mayor: ¿usted no se acuerda que esta
semana leyó muy mal la orden día?
Dicen que cuando uno está muriendo pequeños
fragmentos de su vida pasan por la mente,
algo así me pasó en ese instante, comencé a
recordar en cámara rápida mis última semana
en la Escuela Militar. Nunca llegué tarde
a la formación, el alojamiento permaneció
impecablemente organizado, las aulas asignadas
a mi compañía estuvieron bien presentadas, en
fin, cualquier falla en esos pequeños detalles
era imperdonable y desencadenaba uno de los
castigos más temidos, quedarnos sin salida.
Pero a pesar de que todo había estado en
orden un pequeño lunar me hizo sudar frío, mis
recuerdos se detuvieron en el día que cometí
un error leyendo la orden del día en la relación
de la compañía, una falla inadmisible para un
Brigadier Mayor como yo.
Mi respuesta, escueta, como el sentimiento que
en ese momento se apoderaba de mí fue: “sí mi
teniente”.
La voz de mi teniente de manera estrepitosa
soltó las dos palabras más temidas en la
Escuela, que aunque cortas, hicieron que me
terminara de derrumbar: “Sin salida”, prosiguió,
“un Brigadier Mayor no puede cometer errores”,
y lo decía con autoridad moral pues él mismo
fue Brigadier Mayor en esta misma Escuela tan
solo unos años atrás.
En ese momento se desbarataron todas mis
ilusiones. Cancelar una cita en los años 80 no
era tan fácil como ahora, que solo basta con
oprimir el botón de llamada. En esa época no
existían los celulares, las llamadas se hacían
en cabinas telefónicas y no era fácil acceder a
ellas. Todo se planeaba desde el fin de semana
anterior, porque entrar a la Escuela significaba
quedar incomunicado, tanto que muchos padres
se enteraban que sus hijos no salían justo en el
momento en el que iban a recogerlos, cuando
un cadete más afortunado les daba el mensaje.
La siguiente orden de mi teniente fue: “girar a la
derecha, mar al alojamiento y se me presenta en
camuflado”, ahí se terminó de acabar el mundo
para mí.
26 años después, mi teniente Jorge Arturo
Salgado Restrepo, hoy director de la Escuela
Militar, y yo, brigadier mayor Miguel Eduardo
David Bastidas hoy subdirector de la Escuela
Militar, nos volvimos a encontrar en medio
de recuerdos y anécdotas como la primera e
inolvidable vez que él me dejó sin salida.
Este hecho más allá de un simple recuerdo,
nos sirvió para reflexionar sobre lo que significa
castigar a un alumno quitándole su salida, algo
sagrado para quienes día y noche permanecen
en la Escuela Militar. Por eso una de las medidas
implementadas durante estos dos años fue
respetar el tiempo libre de nuestros cadetes
y alféreces, y que seguramente de haberlo
tenido yo, habría significado un fin de semana
inolvidable al lado de esa mujer de ojos grandes
y piernas torneadas a la que desde ese día le
perdí el rastro para siempre.
MOMENTOS ESMIC
¿Será que me
rinde más irme
en caballo?
UNA
DAGA DE TRADICIONES
Autor cadete MAXIMILIANO URIBE CATAÑO
Comandante de curso aula 8
L
a daga, aquel símbolo de honor, orgullo y valor que reciben los
cadetes, futuros oficiales del Ejército; no es más, que la base de
toda tradición militar. d antiore Esta daga es el orgullo de aquellos
afortunados que la portan, la confianza entregada por parte de nuestros
oficiales, hacia los futuros libertadores y la esperanza, de una vida llena
de servicio y sacrificio, para aquellos nuevos cadetes, que ingresan a la
escuela y ven en este símbolo, el comienzo de un sueño.
Esta tradición nunca se debe perder, pues estas tradiciones son las
que llenan de valor y orgullo el pecho de todo militar, convirtiéndolos,
en invencibles guerreros, que nunca perderán la fuerza para luchar
por la libertad, la misma libertad que todos gozan sin pensar en los
sacrificios que hacen estos patriotas para mantenerla. Para muchos,
esta daga parece una simple arma, pero para todo cadete, incluyendo
el más recluta, esta daga es aquella insignia que nos hace diferentes,
y que en algún momento, el deseo de recibirla, sumada con el ansia de
honrar a nuestras familias, nos ayudó como reclutas, a superar las más
duras pruebas.
Es por esta y más razones que nosotros, los cadetes de la Escuela
Militar de Cadetes, juramos portar con honor, valor y lealtad a la
institución esta daga, que representa todo lo que somos y aspiramos
ser.
MOMENTOS ESMIC
PERDÍ
LA
DAGA
N
inguno de nosotros olvidaremos aquel
memorable día en el que recibimos la daga,
primer símbolo de mando de nuestra carrera
militar. Yo no olvidaré el día que la perdí.
Era domingo, día que debía regresar a
la Escuela Militar para empezar una
nueva semana. Me despedí de mi
mamá quien siempre llora cuando
me ve salir, aun me extraña, pero
sobre todo, sus lágrimas son de
orgullo porque su gran sueño era
ver a su hijo convertido en héroe.
Pedí un taxi y llegué a la Escuela,
justo a tiempo para presentarme
ante mi superior.
Noté que el comandante de
guardia me miró raro
y de
inmediato me preguntó: ¿dónde está
su daga, cadete? Sentí un susto que
no puedo describir, mi reacción fue dar
la vuelta y salir para detener el taxi que me
:(
había traído. Corrí, corrí y seguí corriendo
mientras veía como la mancha amarilla iba
desapareciendo, igual como desaparecía
la esperanza de recuperar la daga.
Casi lloro,
la daga y yo vivimos
momentos inolvidables, como darle
muchas vueltas a la cancha de
tenis, entre otros tantos.
No me quedó más que
presentarme ante mi capitán
y mi mayor, sin la daga, y
buscando una solución para
lo sucedido.
Pero como fiel compañera, la
daga regresó a mí. El taxista
fue “madre” y me la devolvió,
sentí que también me volvió el
alma al cuerpo. Yo a cambió le
di las gracias, acompañadas de
30.000 pesos y me prometí nunca
más separarme de ella.
SER
UN CADETE DE LA
ESCUELA MILITAR
Autor Alferez VALO SAMUEL OVALLE OLIVEROS
E
l día que entré a la Escuela
Militar, el 22 de junio del
2012, lo hice por el arco del
triunfo. Era muy temprano, en la
guardia me estaban esperando
los señores alféreces que en ese
entonces, no sabía quiénes eran,
porque utilizaban las botas altas,
solamente nos ayudaban a cargar
las maletas al bus para luego
llevarnos al alojamiento.
La ceremonia de incorporación
que hace la Escuela a los alumnos
que recién ingresan es inolvidable.
El sol de ese día brilla más que
nunca, es impresionante, tanto
que todos salimos quemados,
pero es justo esa ceremonia la
que jamás olvidaremos. Fue la
primera como futuros oficiales de
nuestro gran Ejército.
El primer año en la Escuela es
muy bonito, son 365 días de
una transformación que se va
dando poco a poco, es el cambio
que tenemos de ser civil para
convertimos en militares, hombres
y mujeres con valores, principios,
personas íntegras y de la mejor
calidad humana posible.
Ingresar a la Escuela Militar es
como estar en una nueva casa,
con reglas y comportamientos que
poco a poco vamos asimilando.
Los señores oficiales y alférez
nos enseñan desde cómo tender
una cama, brillar una chapa hasta
cómo desarmar y armar un fusil.
Las primeras noches ninguno
dormimos, hacíamos nuevos
amigos de diferentes regiones
del país. Sin embargo para
sorpresa nuestra, cada día la
exigencia aumentaba, las dianas
eran de 15 minutos controladas,
el aseo de las noches eran
totalmente
supervisado
por
nuestros alféreces y la revista de
presentación personal cada vez
era más exigente. Esto nos hizo
adquirir más responsabilidad, nos
acostumbramos a ser ordenados,
disciplinados,
respetuosos,
todas esas virtudes que nos
caracterizan a los cadetes de la
Escuela Militar.
L
as primeras campañas y terrenos
como alumno de la Escuela son muy
enriquecedoras. Es estar en bonaca
(terreno), tiritando del frio con esos
equipos de campaña gigantes, sin que les
quepa un tinto, sin saber cómo armar una
carpa, cómo guindar una cintela. Nuestra
única alternativa era acudir a los señores
alféreces para que nos dijeran cómo se
hacían estas tareas nuevas para nosotros,
pero a la vez corríamos contra el tiempo al
escuchar a los señores oficiales dándonos
tan solo cinco minutos para que el vivac
estuviera armado.
Esos momentos son inolvidables, momentos
de estrés, de crisis, de deserte, pero poco
a poco fui cogiendo experiencia y
conocimiento sobre todas las cosas
nuevas que a diario iba aprendiendo.
Otro de mis grandes recuerdos fueron
los turnos de centinela, eran de una a
tres de la mañana con un frio enorme,
estaba solo y en una oscuridad
absoluta. Los pensamientos de miedo
eran impresionantes, los ruidos de
la naturaleza hacia tenebrosas las
jornadas, aprendí a manejar estas
situaciones que posiblemente más
adelante voy a tener que pasar,
todas estas cosas son experiencias
enriquecedoras para nosotros como
futuros oficiales.
A patrullar
Las patrullas que hicimos desde tercer
nivel eran aventuras como las películas,
nos metíamos en el papel de que era una
misión, comíamos ración de campaña,
cuidamos el agua como si fuera el último
trozo de oro del planeta, nos embarramos,
hacíamos nuestro propio planeamiento y
los más satisfactorio era llegar al punto
del objetivo para efectuar el asalto y con
munición de fogueo, intentar hacer lo
más real posible el ejercicio del ataque.
La Escuela Militar es muy bonita y la
carrera de las armas es la mejor. Yo como
cadete de sexto nivel de la “Pesada”
la compañía de cadetes más antigua
de la Escuela, a punto de ascender al
grado de alféreces, les expreso que
soy inmensamente feliz como cadete
de la mejor Escuela Militar, he conocido
amigos que ahora son como mi familia
de todas las regiones del país, he podido
aprender de todos los oficiales y alféreces
que han pasado por la compañía, he
tenido las mejores aventuras y vivencias
que cualquier joven quisiera tener, he
tenido frio, calor, miedo, alegría, tristeza,
motivación, cansancio, e innumerables
sentimientos que solo los pude obtener
haciendo lo que más me gusta: ser
un militar, un futuro oficial del Ejército.
Quiero terminar expresando que ser un
Para contrastar,
otra parte de nuestro
entrenamiento lo hacíamos en Tolemaida, donde
vivimos en un calor infernal durante casi un mes.
Recuerdo las primeras campañas, todos nuestros
equipos eran desatalajados, el vivac no alineaba ni
cubría, éramos como recién nacidos sin saber nada
sobre qué hacer y mucho menos cómo hacerlo.
Esto hace parte de una dura pero satisfactoria
preparación que incluyó instrucciones, errores,
caídas, raspones y decisiones nos han hecho
excelentes militares, íntegros en todo concepto, el
tiempo fue pasando y nos hacíamos más antiguos,
con mayores conocimientos y experiencias.
cadete de la Escuela Militar es la mejor
experiencia que me ha podido pasar en
mi vida, ver ese cambio que he tenido,
de ser un joven inmaduro y convertirme
en un cadete del Ejército con principios
y valores, esto es lo más grande que
he vivido como persona. Le agradezco
inmensamente a mi Escuela por todas
esas cosas tan bonitas que me ha
enseñado y por formarme para ser un futuro
oficial del glorioso Ejército de Colombia.
MOMENTOS ESMIC
A ver, la foto
p'al face
EL POLLO
RADIACTIVO
Autor mayor ALEJANDRO PARRA MURILLO
U
n día al establecimiento de sanidad militar llegaron varios cadetes que
presentaban los mismos síntomas, un dolor de estómago intenso y la
necesidad de tener un baño a escasos metros.
Mientras les hacía el respectivo chequeo me contaron que en uno de sus
ratos libres estuvieron departiendo y degustando un delicioso pollo al que
desde ese momento apordaron “el pollo radioactivo”. Llegamos a la conclusión de que este alimento, por sus características nutritivas y forma de
cocción, fue el causante del malestar.
Claro, hay que tener en cuenta la capacidad gastronómica de los cadetes,
quienes acompañaron el pollo con arroz chino y Coca Cola, ¡qué bomba!
Esta forma de comer, a veces desmedida, es razonable pues el esfuerzo
físico que a diario realizan los jóvenes, exige una muy buena alimentación
que es suministrada en el comedor de cadetes. Pero a pesar de eso, deciden reforzar su habitual comida con buenos nutrientes, proteínas y sobre
todo, calorías, que según ellos, las encuentran en una buena porción del
pollo frito “radioactivo”, el cual, sin importar las consecuencias, seguirán
consumiendo.
Buen apetito para los cadetes, yo por mi parte prefiero una buena porción
de fruta.
BRUJAS
DE QUE LAS HAY... LAS
Autor capitán HAMILTON CERÓN TOLE
E
ra el año 2004 de un día que muchos no
quisieran recordar. Estaba en el sector
de Jamaica, en nuestro Curso Básico
de Combate y debía cumplir con mi turno de
centinela desde las 21:00 hasta las 23:00.
En medio de un silencio casi ensordecedor,
empecé a sentir un ruido poco usual en el sitio
donde estábamos, me llamó la atención por lo
que no dejé de mirar alrededor del frondoso
árbol de dónde provenía pero no pude ver nada,
simplemente pensé que era un animal que
acompañaba mi vigilancia nocturna, aunque en
mi interior pensaba que los sonidos que emitía
no eran normales.
Cuando le entregué el turno a mi curso Barragán
le dije que tuviera cuidado con la bruja del
árbol y aunque lo tomé como chiste tengo que
confesar que pasó por mi cabeza que podría
ser cierto.
Estaba descansando cuando entre sueños
empecé a escuchar a mi compañero preguntar
quién andaba ahí, en repetidas ocasiones, no
dejaba de mirar el árbol. Fue tal su susto que
me pidió que fuéramos a ver qué había.
Nos acercamos juntos, algo asustados, pero
con toda la intención de descubrir lo que
guardaba el misterioso árbol. Cuando llegamos
vimos una sombra que se desvaneció por
entre las ramas, con tal fuerza que hizo mover
fuertemente la copa del árbol mientras soltaba
una risa que nos espantó y nos dejó helados
hasta los huesos.
S HAY
EDO
Corrimos con toda la velocidad que nos daban nuestras temblorosas
piernas, el corazón parecía salirse del camuflado, hasta que llegamos a
la base de patrulla móvil para despertar a todos y solicitarle a mi teniente
Perdomo irnos de ese sitio, no podíamos quedarnos en un cerro donde
se aparecían las brujas.
Mi teniente accedió y en medio de la penumbra y del sueño que fue
espantado por el temor, decidimos irnos del lugar y dejar lo sobrenatural
quieto, pero cuando llegamos a la parte de abajo nos dimos cuenta que
nuestro curso Vergara se había quedado
arriba, solo, dormido, sin saber que
las brujas podrían estar cuidando su
sueño.
Todos nos negamos a subir, nadie
quería regresar a enfrentarse con lo
desconocido, a volver a escuchar esa
risa maliciosa nuevamente, el miedo era
colectivo. Pero también era cierto que no íbamos
a dejar a nuestro curso en medio
de la nada, así que bastó
una orden de mi teniente
Perdomo, quien con voz
enojada
mandó a
todos los comandantes
de equipos, escuadra
y pelotón a ir por
nuestro curso y unirlo
al grupo.
Orden es orden y los
militares estamos para
cumplirlas por lo que a los
pocos minutos Vergara
estaba
con
nosotros,
quienes huimos como alma que lleva
el diablo y nunca más quisimos regresar.
MOMENTOS ESMIC
Practicando
nuestro deporte
favorito: el foco
LAS MASCOTAS DE LA ESCUELA MILITAR
REVIVEN EL NIÑO QUE SE ESCONDE TRAS
NUESTRO UNIFORME CAMUFLADO.
Autor capitán SANTIAGO CORTÉS FERNÁNDEZ
Decano Facultad de Educación Física Militar
A
nualmente en la Escuela Militar de Cadetes
se llevan a cabo los torneos deportivos
de hasta 17 diversas disciplinas, que
en conjunto constituyen los clásicos Juegos
Intercompañías.
Este evento hace parte de los mejores recuerdos
que tienen los oficiales ya graduados y los cadetes
durante su formación, debido a que durante sus
días de ejecución, se rompen la mayoría de los
esquemas disciplinares existentes y como los
mismos cadetes dicen “llegó el momento para
descuadrarnos”
Ese “descuadre” permite la proliferación de unos
especímenes muy particulares que representan
a cada una de las compañías y son su soporte
moral en la medida que asumen su papel con
entusiasmo, son las tradicionales MASCOTAS.
Valiéndose de las casas de alquiler de disfraces
los cadetes encuentran en ellas, una figura con
la cual ocultar los traviesos comportamientos
del encargado de vestirlas y que en ocasiones
resulta ser durante la semana de competencias,
un juego de relevos entre quien no se inscribió
en ningún equipo, o el cadete “chancleta” o el
más vivaz de los cadetes.
Sorprender a nuestro comandante con un parte
de personal que incluye a Tribilín, Shrek, el pato
Donald, un marciano o Tiger, da buena cuenta del
espíritu alegre con que se lleva a cabo el evento.
Tratar de robarse la cabeza de la mascota de otra
compañía es la siguiente travesura en el orden
de operaciones de estos divertidos personajes
y combatir cuerpo a cuerpo amistosamente o
“ponerlas a voltear”, bajo el mando de la que se
reconoce como la más antigua, son las acciones
que inevitablemente rompen el ceremonial y
ponen en los rostros de todos la más amplia de
las sonrisas y hasta carcajadas masivas.
Gloria a nuestras Mascotas, Gloria a nuestros
Juegos Intercompañías, Gloria a nuestra
Escuela Militar.
EL ALFÉREZ
SIN CABEZA
Autor cadete JUAN MANUEL MONTOYA OCHOA
Compañía Galán
M
uchos han escuchado sus pasos, otros
han sentido su presencia y todos han
oído hablar de él. Se trata del alférez
sin cabeza un personaje que, aunque parezca
sacado de la imaginación, fue y sigue siendo
tan real como nosotros mismos.
Fue esa tenebrosa fama la que nos hizo
dedicarle nuestro primer video, un cortometraje
que debíamos hacer para estrenar la sala de
nuevas tecnologías que desde ahora tenemos
en la Escuela Militar.
Su historia se remonta al año 1958, cuando un
joven alférez salió al permiso habitual de cada
fin de semana. A su regreso debía prestar
servicio de control aulas, todos vieron su
firma en el libro de ingreso pero lo que en ese
momento no sabían era que la noche anterior
había fallecido en un accidente de tránsito.
Nadie pudo explicar cómo apareció su nombre
escrito, para muchos fue la despedida de su
gloriosa Escuela Militar.
Y aunque para algunos esta trágica historia
terminó ahí, son muchos quienes dicen que
aún lo ven deambular por las aulas, el sonido
de las botas se escucha cuando todos están
dormidos e incluso una foto registra una
borrosa imagen de su fantasmal presencia.
La foto que aparece al
final del cortometraje
es real, fue tomada
en 1958 en uno de
los alojamientos de la
Escuela Militar.
La grabación
Recrear este episodio que hace parte de la historia
de la Escuela fue una tarea agotadora. Para las
grabaciones todo debía estar oscuro, en silencio y
lograr eso con 1632 alumnos es misión imposible.
Por eso nuestra única alternativa fue grabar en
la madrugada, a veces nos quedábamos hasta
las 3 de la mañana haciendo las escenas más
aterradoras.
Fue una semana entera de ensayos, de repetición
tras repetición hasta que la escena quedara
perfecta y ni qué decir de la edición. Una jornada de
6 de la mañana a 4 de la mañana del día siguiente,
22 horas seguidas para un video de dos minutos.
Llegó la hora de la proyección, “esas son las historias
de la Escuela que no se deben dejar perder”, nos
dijo mi General Suárez. Los aplausos finales y las
decenas de felicitaciones nos demostraron que
el esfuerzo de mis 10 compañeros y el mío valió
la pena. Gracias a ellos y al alférez sin cabeza,
porque sin su historia esta gratificante experiencia
no habría sido posible.
Datos curiosos
La iluminación fue uno de los temas
más complicados. Para una de las
escenas fue necesario utilizar 15
extensiones, incluyendo una que los
cadetes se “robaron” de la brilladora.
La
escena
grabada
en
los
alojamientos tuvo que repetirse 16
veces pues siempre se generaban
sombras que no debían aparecer en
el video. Cuadrar las luces fue una
labor de varias horas y mucha, mucha
paciencia.
A la 1 am nada mejor que comerse
un “espichado” (perro caliente), que
por la hora no solo estaba estripado
sino frío, pero con el hambre sabía a
gloria.
LA PRIMERA VEZ
QUE…
… Conocí al cadete de chocolate
… Me cortaron el pelo
Autor cadete Andrés Malagón Ramírez
Compañía D’Elhuyar
Autor cadete ORJUELA
U
n día cometí una infracción a la disciplina
militar que prefiero no recordar y mi superior
me mandó a darle una vuelta al cadete
de chocolate. ¿El cadete de chocolate?, me
pregunté. Era nuevo en la Escuela Militar y no
tenía ni idea para dónde coger.
Empecé a mirar para todos lados buscando al
famoso cadete, no sabía quién era y mucho
menos por qué le decían así. Di vueltas sin
éxito, ya la había embarrado lo suficiente como
para ahora tener que pedir explicaciones sobre
cómo cumplir mi castigo. Me acerqué a mis
compañeros de curso para preguntarles, pero
ellos lo único que hicieron fue darme indicaciones
que cada vez me confundían más.
Cansado de dar vueltas y de sentirme
completamente perdido decidí preguntarle a mi
alférez donde podía encontrar a la persona a
la que me habían mandado a buscar. Me dijo
que fuera justo a la mitad de la Escuela que fijo
estaría allí.
Al llegar, fatigado de tanto correr y sin ni siquiera
haber cumplido mi castigo, lo vi. Era más grande
de lo que imaginé y por fin supe por qué era
tan famoso. Se trataba del busto de un cadete
vestido de gala cuyo apodo achocolatado se lo
daba el color del material del que estaba hecho.
C
uando iba a ingresar a la Escuela Militar de
Cadetes asumí que lo más duro iba a ser
el entrenamiento, estar lejos de mi familia o
acomodarme a un régimen fuerte. Y sí, todo eso
es difícil, pero una de las cosas que más me ha
dolido fue cuando el día que entré me cortaron
el pelo.
Yo acostumbraba a
llevarlo largo, suelto,
completamente libre y de repente sentí como un
tijeretazo acabó con mi melena. Los hombres
tal vez no entiendan, pero para las mujeres
nuestro cabello es indispensable, lo cuidamos,
los arreglamos y vivimos pendiente de él. Tras
verme al espejo, me sentí extraña, por un
momento me vi como si no fuera yo.
Cuando miré a mi alrededor me di cuenta que
mi reacción fue más normal que la de algunas
cursos mías, muchas se atacaron a llorar y
hasta estaban a punto de pedir la baja solo por
el corte.
Ese día aprendí que todo en la vida pasa, si me
cortaron el pelo al tiempo vuelve a crecer y al
final hay cosas más importantes de las que sí
debemos preocuparnos.
… Arreglé mi penacho
N
os estábamos preparando para la primera
ceremonia en la Escuela Militar y ese
día debíamos vestirnos con el traje más
elegante que tenemos los cadetes.
De repente me entregan un casco con un
penacho y un porta penacho. Quedé en
shock, porque nunca creí que me fuera a
tocar peinar, lo que para mí en ese momento,
era una peluca.
Miré a mis compañeros y me sentí extraño
al ver cómo arreglaban su penacho. Algunos
lo peluqueaban, otros lo peinaban y hasta le
echaban gel.
Hoy es una práctica normal para mí, pero
nunca imaginé que en la Escuela Militar, iba
a aprender a arreglar lo más parecido a una
lacia cabellera.
… Pasé de cabo a cadete de la ESMIC
… Quedé fuera de la marcha del 20 de julio
Autor cadete Diego Andrés Lozano Duarte
Compañía D’Elhuyar
Autor
cadete
EDWARD
RODRÍGUEZ BLANCO
D
espués de varios años vuelvo a ser recluta
otra vez. Ya se me había olvidado qué
era ser tratado como alumno, qué era ser
controlado hasta en la comida, qué era empezar
de cero. Ese primer día en la Escuela Militar fue
duro, no lo puedo negar, tanto que estaba entre
la risa y el arrepentimiento al enfrentarme a un
estilo de vida al que ya no estaba acostumbrado.
Pero en el momento más duro de mis dudas,
pensé nada me podía quedar grande y mucho
menos prepararme para defender a mi patria
como oficial del Ejército Nacional.
Mi primera noche en la Escuela Militar la
recuerdo muy bien, hasta estrené piyama, un
detalle que me hizo reafirmar que en el Ejército
todo siempre está bajo control. A las cinco de la
mañana sonó la diana y todos de pie, a sacar
los útiles de aseo y “mar”, a bañarse, me indicó
mi alférez.
Hice caso en todo, pero lo único que no caí en
cuenta fue en el tiempo para estar listo, solo
nos dieron 15 minutos, muy poco para lo que
estaba acostumbrado. En medio de mi afán
vi que no era el único que corría, muchos de
mis compañeros lo hacían, incluso algunos se
cayeron en su intento de estar listos a tiempo,
definitivamente era otro estilo de vida.
Fue ese día, un 16 de enero, que empezó
esta aventura en la que ya llevo inmerso nueve
meses, tiempo en el que he conocido más la
Escuela, su ritmo y la disciplina que requiere un
oficial del Ejército Nacional, un oficial del futuro,
un oficial como el que seré en un futuro no muy
lejano.
HUMBERTO
N
uestros señores alférez nos hablaban de lo
grandioso y emocionante que era participar
en el desfile del 20 de julio, por lo que no
veía la hora de que llegara ese grandioso día.
Durante varias jornadas nos preparamos en la
Escuela Militar para que todo saliera perfecto.
Pero de repente fue como si nos echaran un
baldado de agua fría para despertarnos de ese
sueño que muchos teníamos. Como éramos
muy nuevos no pudimos marchar bien, por lo
que nos sacaron del gran desfile.
El
desconcierto
fue
general,
ya
no
representaríamos a la Escuela, no podríamos
escuchar los aplausos de la gente, las palabras
de orgullo que suelen decirnos a los futuros
oficiales.
Decidieron darnos una nueva oportunidad que
no pensábamos desaprovechar, fueron muchas
las ganas pero pocos los resultados, por lo que
definitivamente quedamos fuera de la marcha.
La compañía se sintió desanimada por la noticia
y nos conformarnos y prepararnos para el
próximo año, para poder vivir verdaderamente
qué es sentir el orgullo de pertenecer a nuestro
glorioso Ejército Nacional.
SOBREVIVIENDO
A LA SELVA
E
l día antes de terminar una agotadora
campana, mi compañía realizó el ejercicio
de supervivencia en el que, como la palabra
lo dice, toca “sobrevivir” ante las adversidades
del terreno y del clima. Terminando todas las
instrucciones de este día agotador, nos dieron la
orden de aplicar todo lo que habíamos visto para
armar un cambuche, pero llegando la noche me
di cuenta que estábamos cerca a nuestra área
de vivac en la que teníamos repelo, que por
obvias razones habían prohibido llevar para este
ejercicio. Fui a verificar y efectivamente sí era
nuestra área de vivac y al darme cuenta, regresé
donde se encontraban mis cursos armando el
cambuche y les conté, se nos ocurrió una idea, ir
hasta el área de vivac para traer repelo y poder
comer y así estar mejor.
Decidimos irnos dos cursos y yo y lo interesante
de esto es que mientras más íbamos avanzando
al área de vivac, aplicábamos todo lo que vimos
durante la instrucción. Realizamos todas las
instrucciones de campaña, hicimos arrastre
bajo, arrastre alto, también cubierta y protección,
el sigilo para no dejarnos detectar era muy
importante y al fin después de un agotador
camino hasta el área de vivac, logramos llegar y
llevar algunas cosas.
Nos pudo más las ganas de comer que el susto
de que nos descubrieran, por eso al darnos
cuenta de que había más repelo que se nos
había quedado, decidimos devolvernos pero
esta vez no contamos con tanta “suerte” porque
ya llegando a el área de vivac nos detectó
un señor alférez. El susto fue indescriptible,
decidimos correr o saltar loma abajo hasta llegar
a un río, en unos minutos no supimos dónde
estábamos, buscábamos el camino y nada,
hasta que bajando por el río encontramos unas
telas que habíamos dejado en algunos árboles
para ubicarnos, entonces cuando llegamos al
cambuche ya todos se habían dado cuenta que
nos habíamos evadido para traer repelo.
MOMENTOS ESMIC
NOSOTROS
EN EL UNIVERSO
CD. Moya Ramírez
Compañía. D’ELHUYAR
El ser humano siempre ha tratado de ser la especie dominante
en la tierra, alcanzando los montes más altos, los desiertos más
áridos, los mares más profundos, el frío más hostil, incluso hemos
llegado a la luna, pero alguna vez se han puesto a pensar ¿qué
tan grandes somos?
Hagamos una comparación
el sol tiene 1.000.000 de veces el tamaño
El sol tiene 1.000.000 de veces
el tamaño de la tierra, si bien
para los que no saben el sol es
una estrella de tamaño medio
conformada por millones de
toneladas de helio e hidrogeno,
en la via láctea “nuestra
galaxia” hay aproximadamente
100.000.000.000 de estrellas
“soles”, o sea que cada vez
somos mas pequeños,
Peso Tierra 6.000.000.000.000.000.000.000.000 de kg
es algo extraordinario pero es cierto,
no somos tan grades como creemos,
ahora vamos más allá,
Peso hombre promedio 80 kg
sigamos un poco más allá, en el universo
hay más de 100.000 cúmulos de galaxias
“grupos de galaxias”, que cada uno tiene
más de 200.000 galaxias, o sea que en sí
somos muy diminutos, demasiado.
o de la tierra
Ahora miremos qué tan poderosos somos. Cuando el
sol termine su proceso de fisión en aproximadamente
4.500.000.000 de años por falta de helio, este empezará
a crecer hasta convertirse en una gigante bola roja,
alcanzando la órbita terrestre y evaporando nuestro
planeta y su luna.
Así que no somos más que una raza de vida, que así como
logró surgir en el universo, este mismo nos condenará a
nuestro fin. Por eso de qué te preocupas, deja el orgullo,
y sirve a los demás, extiende tu brazo cuando alguien
necesite tu ayuda, pues eso es lo único que de verdad
vale la pena en la vida, haz feliz a la persona que te hagan
feliz, y siempre ayuda sin esperar más que un gracias.
El resto ya es anexo, reflexiona, y conviértete en alguien
que de verdad emane grandeza por sus acciones y no por
las propiedades capitalistas. Sigue adelante, abraza a tu
familia cada vez que puedas y disfruta cada día como si
fuera el último.
LA AMISTAD
EN NUESTRA FUERZA
Autor cadetes MICHAEL PANTOJA PASTRANA y
HÉCTOR PEREA GUERRERO
Compañía D’elhuyar
En el 2012, Héctor Perea Guerrero y Michael
Lenin Pantoja, iniciamos nuestra vida en el
Ejército Nacional, en la Escuela de Suboficiales
Sargento Inocencio Chinca. Desde ese momento
compartimos momentos difíciles, de amargura,
de alegría y gran suspenso, afrontando las
más difíciles pruebas y desafíos, pero siempre
apoyándonos mutuamente. En esta primera
imagen tomada 14 de noviembre de 2012, se
muestra este gran lazo de amistad que nos llevó
a culminar nuestra carrera como suboficiales del
Ejército Nacional, convirtiéndonos así en cabos
terceros el 29 de agosto del 2014.
Dicen por ahí “actúa con rectitud y humildad
y la vida algún día te lo recompensará`”, y fue
así cuando Dios, la vida y el Ejército Nacional
nos dieron la gran oportunidad de volvernos
a encontrar en esta grandiosa Escuela Militar
de Cadetes. Sin perder ese lazo de amistad,
nos reunimos de nuevo para seguir adelante y
superarnos cada día más, y así lograr nuestro
objetivo de ser ahora unos orgullosos oficiales
del Ejército, sin dejar a un lado lo más importante
y lo que nos hace de verdad unas excelentes
personas, el respeto, la humildad y la amistad.
Espero en unos años seguir contando esta
historia pero con un nuevo capítulo sin cambiar
de personajes.
MOMENTOS ESMIC
Con semejante
peso no le creo
que coma poquito
SENTADA
SOBRE LAS MALETAS
Autor: Tc. Sara Conztanza López Moreno
Directora Centro de Investigación de la Cultura Física
D
e repente me encontré allí en ese cuarto desolado, sentada sobre
mis maletas con los ojos llenos de lágrimas, preguntándome
si en realidad había tomado la decisión correcta, porque el
hecho de estar irremediablemente sola, significaba sin ninguna
duda la renuncia a mi vida anterior, a mi libertad, en cierta forma una
renuncia callada a algunos sueños y lo más doloroso, el silencioso y
frágil adiós a mi cálida familia, para enfrentarme sola a una nueva y
difícil forma de vida… ser oficial del Ejército de mi país.
Había sido preparada en los quehaceres de ser militar durante
tres efímeros meses, aprendiendo a dormir con más mujeres en
un alojamiento, a la realización de entrenamiento físico intenso, a
estudiar con hombres y mujeres profesionales que ahora debían
aprender a empuñar un arma, debían saber portar un uniforme,
marchar y decir “como ordene” ante cualquier orden, pero que a la
vez debían continuar con los atributos propios de su profesión. Y al
final, toda esta maraña de conocimientos debía llevarme a pensar, a
comportarme y a sentir como militar.
Sentada sobre mis maletas, en esa primera
unidad en el Batallón de Apoyos y Servicios
para el Combate No. 3, con el alma hecha
pedazos, empecé a reflexionar sobre el hecho
de enfrentar mi nueva realidad, y por mi
mente pasaron los últimos años de mi vida en
donde llegaron los hermosos recuerdos de la
universidad, interminables horas de estudio
y prácticas en diferentes hospitales y en los
pocos tiempos de esparcimiento, mi círculo
de amigos escuchando las contestatarias
canciones de Silvio Rodríguez, Pablo Milanés,
Mercedes Sosa, Luis Eduardo Aute, hipnotizada
por noches de bohemia, poesía, rock
y salsa, participando incansable en el
ensueño que era el grupo de teatro
que me permitió ser otras mujeres,
unas buenas, otras malas, pero otras.
Parada y eterna en el escenario,
siendo totalmente libre para ser alguien
más, siendo presa únicamente de mis
emociones y de los libretos.
Mi
sensibilidad
ante
estas
acciones
demenciales, hizo que me doliera mi país, hizo
que me doliera ver viudas, huérfanos, rostros
de horror y dolor inmensos, reflejados en
cada compatriota, víctima de tantas tragedias
originadas en la terrible crueldad de algunos
colombianos, equivocados en sus concepciones
del mundo, sin embargo yo seguía allí como una
simple y fría espectadora. Si a este maremoto
de sensaciones, se le sumaba una relación
amorosa de cinco años, tormentosa, feliz y
triste, cercana y lejana, sin principio ni fin, que
producía más dolor que dicha, entonces sentí
Pero la madurez llega y la vida te
aterriza, cuando miras hacia atrás y
hacia adelante buscando un sentido
para tu vida y te encuentras que lo que
haces no es suficiente para cambiar el
mundo.
Cuando decidí incorporarme al Ejército
Nacional, tenía dos excelentes trabajos
en clínicas muy bien posicionadas en
Bogotá y me desempeñaba como fisioterapeuta
con total plenitud, sin embargo sentía que quería
participar activamente en la historia de mi país
y la mejor forma de hacerlo era trabajando en
la rehabilitación de los soldados que sufrían los
horrores de la guerra.
En ese 1997, el país atravesaba un capítulo de su
historia muy difícil, porque la actividad terrorista
reinaba en todos los rincones del país, ataques a
los puestos de policía en la mayoría del territorio
colombiano, ejecuciones y decapitaciones a
los colaboradores de los grupos paramilitares,
asesinatos de líderes indígenas y alcaldes,
aparición de las Convivir, masacres perpetradas
por los grupos de autodefensas, secuestros,
asesinato de observadores de la OEA por parte
del ELN, y un sinnúmero de actos llenos de
barbarie.
que había llegado el momento de hacer algo
con mi vida, eso que le diera un vuelco total y
que me permitiera saltar hacia lo desconocido
para intentar cambiar mi vida y por qué no…el
mundo.
Fue así, que decidí cambiar mi libertad por dar
libertad a otros, escondí algunos sueños para
que otros pudieran hacer los suyos, cambié a
Silvio Rodríguez por himnos militares, cambié
mis jeans por un uniforme, mis tenis por
botas masculinas, mi discurso libertario por la
constitución y las leyes, y desde hace 18 años
se me ha quebrado el alma por los militares que
han dado su vida o partes de sus cuerpos, para
que Colombia sea un país mejor, he llorado
de rabia por las circunstancias incambiables y
dejé de vivir con mi familia como parte de mi
sacrificio.
El Ejército cada día se fue convirtiendo en mi todo, las unidades militares
se transformaron en mi hogar, y el desempeño en los diferentes cargos a
lo largo de mi carrera militar me ha brindado la plenitud de la felicidad de
amar lo que hago.
Al Ejército le debo todo lo que soy actualmente, me brindó oportunidades
únicas, como por ejemplo: rehabilitar a los soldados y todos los militares que
necesitaron de mi quehacer profesional; conocer el amor de mi vida, quien
vive y muere por esta institución; trabajar al lado de uno de los presidentes
que pasará a la historia por los maravillosos cambios que realizó en
Colombia en momentos de desesperanza; vivir en otro país mejorando
mi preparación académica y actualmente la alegría y el honor de
pertenecer al alma mater del Ejército Nacional, ese corazón
latiente que da vida y transforma nuestra Institución a
través de la formación de los futuros oficiales.
Es así que en mi mente y en mi corazón,
sólo tengo sentimientos de gratitud
hacia esta maravillosa Institución,
columna vertebral de nuestra
democracia, que me lo ha
dado absolutamente todo
y de la cual me siento
orgullosa
de
pertenecer.
A h o r a
sé
que
todos estos 18
años han valido la
pena, cuando recuerdo
la sonrisa de los niños que
respetan a quienes llevamos
como segunda piel un uniforme militar,
representando la patria en carne viva,
cuando he visto el rostro del horror de la guerra
en los soldados amputados y que a pesar de su
nuevo presente, tienen el valor de sonreír con el alma y
mirar al horizonte con gran esperanza en el futuro, cuando
veo los ojos juveniles de los cadetes con ansias de beberse
el mundo de un sorbo y con el anhelo ferviente de ser un militar
colombiano y alcanzar esa estrella que los convertirá en comandantes
líderes de pelotón...es en esos inmensos momentos que reafirmo que todo
ha valido la pena, porque solo el militar lo da todo por otros, así que mi madre,
mi padre desde el cielo, mi hermana, mi esposo y mi hijo al mirarme se sienten
orgullosos de lo que hace su hija, su hermana, su esposa y su mamá.
Autor alférez ANDRÉS FELIPE PRADA MANTILLA
“Quien no haya sido atrapado por el control aulas, no fue cadete”
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