REFERÉNDUM PANEUROPEO Y MAGNA-EFICIENCIA DE LA UE (MÁS ALLÁ DE JÜRGEN HABERMAS) José Luis Egío García (Institut Européen de l’Université de Genève / Univ. Murcia) Los últimos acontecimientos en la breve historia de la UE parecen dar la razón a aquellos teóricos de lo político (de Monnet a Moravcsik pasando por Glucksmann) que hacen de los grandes líderes de las naciones de Europa los artífices de todo cambio sustancial en la estructura política continental. La firmeza con la que, según los partidarios de esta explicación y concepción de lo político, vite fait, Nicolas Sarkozy ha logrado sacar del atolladero a una Europa encallada, dando a la vez la razón al resto de líderes de la Europa europeísta (muchos de los cuales habían criticado la celebración del referéndum sobre el Tratado… querido por su antecesor) y al pueblo francés (cuyo “no” inicial Sarkozy ha reiterado respetar en público, aunque la negociación mantenida hors les flashes con sus colegas europeos se haya saldado con la integración de los contenidos básicos del polémico Tratado en el cuerpo legislativo obra y juez del pueblo francés), parece volver a relanzar la asociación de participación popular a ineficiencia, ralentización de la acción política y juicio precipitado desde el desconocimiento. Desde los círculos intelectuales funcionalistas se apunta con el dedo a unos franceses que, habiendo suscitado una discusión sin precedentes ante un tema europeo y habiendo acudido a las urnas masivamente para rechazar el texto Constitucional, se han mostrado mucho más pasivos cuando, recientemente, su nuevo líder-representante, ha abolido de un plumazo lo que meses de movilización y millones de votos habían comunicado a los órganos gubernamentales de la Unión Europea. Visto lo visto, ¿qué hacer? ¿Sumarse a la muchedumbre de aclamadores de los grandes hombres y mujeres (Merkel también ha jugado un papel decisivo en la resolución de la crisis, presentándose junto a Sarkozy como responsable del parto de una Constitución reducida y sietemesina) en cuya benevolencia bienhechora reposa el destino de Europa o seguir insistiendo, frente a esta nueva bofetada de lo empírico, en los ideales normativos que, a nuestro juicio, deben ser los puntos de referencia de toda comunidad política y, en especial, de esta Europa de la unidad en la diversidad? Demos en primer lugar al César lo que es del César y reconozcamos algún mérito a una sociedad civil francesa que fue capaz de suscitar un vivo y rico debate sobre y con Europa, en el que las posiciones enfrentadas de los detractores y los partidarios del Tratado... fueron sostenidas en equilibrio, permitiendo que circularan entre los ciudadanos contenidos fundamentales del texto a votación que estaban lejos de ser fácilmente resumibles y explicables. Aunque los críticos de la celebración de dicho referéndum se empeñaron en explicar las discusiones y el voto negativo posterior relacionándolos con cuestiones puramente nacionales y coyunturales (algunos creen que los franceses convirtieron la ratificación del Tratado en un voto sobre la figura de Chirac), lo cierto es que la transcripción de los miles de horas de actividades comunicativas suscitadas por la convocatoria de referéndum dejan entrever explicaciones y opiniones contrapuestas sobre el contenido de la Constitución abortada. El número y la calidad de los actos e intervinientes ( Jürgen Habermas, Olivier Duhamel o Jean Ziegler dieron la cara ante los medios de comunicación), los porcentajes de participación en el referéndum (69’3%) y el índice de personas que se consideraban lo suficientemente informadas en el momento de la votación sobre el Tratado (66%)1 permiten también asegurar que el empaque democrático del referéndum francés fue superior al de la consulta popular que tuvo lugar en España meses antes (la participación fue del 42’32% y el 74’4% de los ciudadanos se consideraban desinformados el día de la consulta2). La capacidad de las organizaciones ciudadanas francesas de suscitar interés e incluso apasionamiento por lo político en una época en la que las audiencias de los medios de comunicación reflejan a las claras la preferencia por otros objetos de 1 COMMISSION EUROPÉENNE, La Constitution européenne : sondage postréférendum en France,http://ec.europa.eu/public_opinion/flash/fl171_fr.pdf 2 Fuente de las cifras de participación: TORREBLANCA, José Ignacio, El referéndum sobre la Constitución Europea en España: una doble decepción, http://www.realinstitutoelcano.org/analisis/691.asp Fuente de las cifras de información con respecto a la Constitución: Extracto de COMISIÓN EUROPEA, La Constitución Europea: sondeo postreferéndum en España, divulgado en http://www.lukor.com/notesp/nacional/0504/21185043.htm Juan Carlos GARCÍA MADRONAL destaca además en su Informe de monitorización del referéndum del 20 de febrero sobre la Constitución Europea (ver site web del colectivo Más Democracia, asociación integrante de la red transnacional Democracy Internacional), importantes deficiencias en cuanto a las posibilidades de acceso a los medios de comunicación públicos y privados por parte de los grupos en liza, una actitud gubernamental nada neutral, pues la campaña Los primeros con Europa, como la misma Junta Electoral sentenció, “hizo mucho mas que únicamente informar sobre los procedimientos de voto” y un nivel argumentativo generalmente banal, llevado en ocasiones hasta la vulgaridad de la pura demagogia política: Zapatero pedía un sí junto a rockeros (Loquillo), deportistas (Cruyff) y hasta niños actores (el famoso benjamín de la serie Aquí no hay quien viva) a "a todos los que estos años han votado sí a la libertad, la democracia, al progreso, a la paz, a Europa y a la convivencia" (http://actualidad.terra.es/articulo/html/av2155040.htm), mientras que Mariano Rajoy sostenía el Tratado porque "definir a Europa es estos términos supone cerrar la puerta a delirios de autodeterminación que reabren la caja de Pandora de los nacionalismos disgregadores del pasado" (http://actualidad.terra.es/articulo/html/av294987.htm) y Josu Jon Imaz apostaba por la misma opción de voto a partir de una reflexión extremadamente inversa, al considerar que en Europa "empieza a resultar caduco, cerrado y absoluto apelar a la soberanía de los estados" (http://actualidad.terra.es/articulo/html/av2132167.htm). atención, puede ser considerada en sí misma un mérito de una política participativa que hace del referéndum uno de los instrumentos principales de la acción política3. No nos limitaremos, sin embargo, a considerar tan sólo el planteamiento ilustrado que valora en positivo la contribución individual del ciudadano a la elección de las metas o bienes de la comunidad en la que vive, su interrogación personal por la naturaleza y las posibilidades de unas metas sociales4 que, de otra forma, se ve obligado a apoyar de forma inconsciente, sin que su libertad contribuya en modo alguno a una acción política ubicada en un punto exterior a su esfera subjetiva. Antes de ligar participación ciudadana y pragmatismo o eficiencia introduzcamos el análisis habermasiano del grado de evolución que ha alcanzado la Unión Europea desde el último fin de milenio. Para el pensador alemán, los grandes objetivos que dieron origen a la Comunidad Económica Europea, a la CECA y al EURATOM (pacificación europea e integración de Alemania en Occidente) han sido ya alcanzados. Respecto al tercer objetivo que las elites directivas se proponían con la creación de las Comunidades Europeas, la creación de un mercado único de bienes, trabajadores, capitales y servicios, es posible afirmar que el impulso de Maastricht ha sido certero y la liberalización deseada por los promotores del proyecto europeo ha avanzado a pasos de gigante en la última década. Consideremos irreversible con Habermas el golpe de Maastricht y consideremos también que, aunque insatisfactoria en muchos aspectos (favorecedora de la inflación, de la concentración de capital a escala 3 Nótese que para algunos politólogos que se autopresentan como demócratas, la participación ciudadana en y el interés general por lo político son en sí mismo un peligro. Por ejemplo, Sartori considera en su Teoría de la democracia que dejar decidir a aquellos que no guían su conducta ajustando medios a fines, a quienes carecen de “entendimiento competente”, sería un suicidio, de tal forma que “una democracia de referéndum se hundiría rápida y desastrosamente en los arrecifes (…) de la incompetencia del conocimiento” (SARTORI, Giovanni, Teoría de la democracia. 1. El debate contemporáneo, Madrid, Alianza, 1988, p. 162). Para el italiano, la situación tampoco mejoraría con el tiempo, ya que, en su opinión, no existe base plausible o evidencia de que la participación aporte conocimiento. Dicho politólogo contemporáneo considera además que dado que los extremistas son los que participan más a menudo en los debates y discusiones, en una democracia participativa en la que el extremista tuviera campo libre de acción, “contribuiría al naufragio de la comunidad política democrática más efectivamente y más rápidamente que su adversario, el ciudadano apático” (Op. cit., p. 160). 4 Rechazamos desde el marxismo la teoría liberal del Estado según la cual éste no es más que un mero defensor de la libertad de cada uno, porque creemos en otra, más natural, que considera toda estructura diseñada para un fin. Tal punto de vista es también defendido por conservadores clásicos como Edmund Burke quien atribuye al Estado el fin principal de asegurar la gran propiedad. Para el británico, “las grandes masas de propiedad que suscitan la envidia y la rapacidad de otros deben de ser puestas fuera de toda posibilidad de peligro”. A tal objetivo responde el que tanto la Cámara de los Lores como la Cámara de los Comunes estén integradas por “los poseedores de una riqueza familiar y de la distinción que va aneja a la posesión hereditaria”. Desde su óptica conservadora la agitación revolucionaria en la Francia de 1790 en la que “la propiedad de Francia no gobierna el país” le lleva a señalar a sus amigos en aquel país que “ustedes se han desviado en todas las cosas del camino de la naturaleza” (BURKE, Edmund, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, Madrid, Alianza, 2003, pp. 92-94). continental, responsable del hundimiento de la pequeña explotación primaria y de la característica industria familiar continental, cerrada a las exportaciones agrícolas y ganaderas de países extracomunitarios subdesarrollados o en vías de desarrollo, manifiestamente despreocupada por la política social,…), una vuelta atrás al momento pre-UE no sería deseable (dada la configuración de las redes de producción y abastecimiento a escala continental, fuera del camino europeo encontraríamos tan sólo caos y aguda necesidad). Consideremos entonces desde un punto de vista socialdemócrata la naturaleza de los paliativos a aplicar a esta maquinaria europea confeccionada para el dinamismo económico y señalemos, desde una óptica revolucionaria, partidaria de fuentes de legitimación, estructuras políticas y metas alternativas para la comunidad política continental, algunos principios filosóficos y corolarios que podrían acelerar su integración, reforzando a la par, mediante la fidelidad a los principios normativos democráticos, la legitimidad y la coherencia filosófica del edificio europeo. En opinión de Habermas, dado que “los objetivos de la generación de los fundadores (Schumann, De Gasperi y Adenauer) han perdido gran parte de su relevancia original”, ha llegado el momento de trabajar por una UE que “apoyándose en su propia fuerza militar, hable con una sola voz en cuestiones de política exterior y de seguridad, con el fin de poder hacer valer con más eficacia sus propias ideas dentro de la OTAN y del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas”5. La apuesta ciudadana por un ejército que, yendo más allá de la ligazón tradicional entre soberanía nacional y política internacional, contribuiría, sin embargo, a reforzar la capacidad de acción exterior de la UE y, por ende, de cada uno de sus países miembros, no podrá tener lugar sin el desarrollo paralelo de instrumentos de fusión ideológica entre las sociedades europeas. Sigamos de nuevo a Habermas en su opinión de que “las expectativas económicas no bastan como motivación para movilizar entre la población el apoyo político a una Unión que merezca tal nombre” y en la consideración de que “innovaciones políticas tales como la construcción de un Estado compuesto por Estados nacionales requieren la movilización política de todos a favor de objetivos que apelen no sólo a los intereses sino también a los ánimos”6. La prosecución de la marcha integradora de la Unión requiere pues de un trabajo que podemos definir ásperamente como labor de construcción ideológica para la 5 6 HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, Madrid, Trotta, 2004, p. 114. HABERMAS, Jûrgen, Tiempo de transiciones, p. 115. movilización de multitudes a escala continental, tarea harto difícil dada la situación de desconfianza generalizada respecto a centros de decisión exteriores a la propia nación, dada la configuración nacional y el nacionalismo explícito e implícito de los medios de comunicación europeos, dado el peso en definitiva de una ideología de la nación soberana que en los sistemas políticos contemporáneos, herederos de la Modernidad, se auto-reproduce sin que la reflexión sobre los fines del Estado-nación, (por la misma naturaleza emotiva y sentimentalmente encubridora de los mismos7), pueda llevarse a cabo de forma cruda. En otros términos, la ideología nacionalista en virtud de la cual la gran burguesía europea hacía de sus respectivas naciones de origen sus feudos particulares, aparece hoy como el mayor obstáculo a sus propias ambiciones de expansión continental (la crítica a la deslocalización de empresas parte del principio de que los capitales nacionales deben emplearse preferentemente en la creación de empleo y bienestar en el país de origen del detentor de capital). Si desde los tiempos en los que Marx escribía El Capital resulta patente que el obrero no tiene patria y cae en el mayor de los sinsentidos al ligarse emotivamente a un Estado nacional concebido para su explotación, hoy es el burgués consciente de su interés de clase el que se rebela contra la asociación de capital y nación e intenta salir de una malla capaz de ligar, por su fuerza irracional, a todas las clases sociales por igual. Como resultado de todo ello, podemos afirmar que, paradójicamente, el éxito de la ambición de imperio o mando de la burguesía europea a escala planetaria pasa hoy día por la internacionalización o europeización de las masas, objetivo solamente alcanzable, en primer lugar, mediante la reproducción a escala continental del proceso de nacionalización que tuvo lugar en los grandes Estados europeos a partir del siglo XVIII. Habermas lanza en este sentido una triple apuesta: “a) Es necesario que exista una sociedad de ciudadanos europeos, b) hay que construir un espacio público político que abarque a toda Europa, y c) hay que crear una cultura política que pueda ser compartida por todos los ciudadanos de la Unión Europea”8. Mi intención en esta comunicación es intentar completar la apuesta habermasiana sugiriendo el instrumento del referéndum como el único medio verdaderamente eficaz de alcanzar los tres objetivos arriba enunciados. Resulta fácil prever el tortuoso camino de espinas que una integración federal europea debería recorrer siguiendo el laissez faire y el spill over político de los teóricos funcionalistas. 7 8 Fines ya apuntados por Burke, ver nota 4 HABERMAS, Jûrgen, Tiempo de transiciones, p. 126. Con unos organismos políticos regionales y nacionales encargados, en virtud de la subsidiaridad, del reparto de los recursos económicos de origen comunitario y nada deseosos, además, de una perdida de su capacidad real de acción e influencia política, nada hace suponer un desplazamiento de la atención mediática y ciudadana a los foros de la Unión (a la que, sin embargo, desde éstos organismos inferiores se acude o se señala ante cualquier patata caliente). Sólo instrumentos políticos no convencionales, al margen de Parlamentos, Consejos y Gabinetes en feroz competencia por la representación de las masas inertes, pueden romper la estructura nacionalista de la política europea. Ya Habermas subrayaba en la hora del lanzamiento del proyecto de Constitución Europea, que más allá del contenido constitucional había que dar una importancia crucial a la forma de validación de dicho texto. Desde el primer momento, el alemán apostaba por un “referéndum constitucional” que pusiera “en marcha un gran debate en todo el ámbito europeo” y por un “proceso constituyente” que fuera “en sí mismo un singularísimo medio de comunicación por encima de cualquier frontera”9. Completar los juicios certeros de Habermas en este punto significa apostar por el referéndum no sólo en asociación con un proceso constituyente aplazado sine die. La nuestra es una apuesta por un referéndum paneuropeo (celebrado al unísono en todas las naciones europeas) como modus vivendi de la Unión Europea. Los corolarios filosóficos de la defensa de una Unión de votantes europeos, al margen de las virtudes ilustradas (toma de conciencia con respecto a los problemas políticos de la comunidad, autoaprendizaje ligado al proceso de toma de decisiones,…) con que diversos autores han caracterizado en general la aplicación de políticas participativas10, son, en el caso específico de la Unión Europa, los siguientes: a) La creación progresiva de un mundo de la vida europeo (ver el tratamiento político de este concepto husserliano en Facticidad y validez de Jürgen Habermas11). Frente a la situación actual en la que cada ciudadano europeo forma parte de mundos de la vida o universos culturales nacionales que presentan grandes diferencias en virtud de las historias separadas de las naciones (cada nación europea se ha embarcado en guerras, conquistas, invasiones, ocupaciones y, en último término, votaciones distintas a 9 HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 127. Lars P. FELD y Gebhard KIRCHGÄSSNER hablan de esta serie de virtudes ligadas a la participación política en el interesantísimo ensayo The Role of Direct Democracy in the European Union, CESifo Working Paper No. 1083, 2003. Versión electrónica disponible en www.CESifo.de 11 HABERMAS, Jürgen, Facticidad y validez, Madrid, Trotta, 2005. 10 las de sus vecinas continentales) y que se encuentran encarnados en las diversas instituciones nacionales, sólo es posible el logro de una confraternización entre europeos similar a la fomentada por las uniones nacionales mediante la organización de estructuras políticas comunes y la participación en experiencias políticas compartidas, que permitan a una Europa de los ciudadanos el cumplimiento colectivo de gestas y (¿por qué no?) de grandes meteduras de pata. Son tales experiencias de acción política genuina y pacífica (desde estas líneas rechazamos el ideal caballeresco de la unión guerrera como agente de fusión de los ciudadanos europeos) las que pueden dar a los europeos un pasado de acción en común que, en razón de su debilidad actual, los ciudadanos rara vez tienen presente a la hora de juzgar acerca de la cosa europea. El que en toda Europa pueda discutirse algún día acerca del mismo problema al mismo tiempo contribuirá en gran medida a que las fronteras nacionales de la sociedad de la información se rebajen y se relajen, permitiendo un flujo y un intercambio de contenidos comunicacionales de gran utilidad política para el conjunto de ciudadanos de la Unión. b) Quienes ligan eficiencia a acción de cuadros políticos más o menos representativos de la ciudadanía están en lo cierto sólo en parte. Tales hombres y mujeres12 gozan en efecto de la capacidad otorgada por la ciudadanía o los gobiernos nacionales para desbloquear de un plumazo una situación de encallamiento. Sin embargo y, como dijimos hace algunos minutos, lo cierto es que para que el gigante europeo pueda aventurarse a lanzar grandes pasos en direcciones nunca antes exploradas (aquí nos hemos referido, por ejemplo, al desarrollo de sus propios instrumentos de defensa), la ciudadanía europea debe formar antes una voluntad clara y concisa de avanzar en dicho sentido, parecer que sólo puede resultar de procesos de diálogo cosmopolitas contemplados por estructuras e instrumentos políticos también cosmopolitas. La eficiencia de la mediocridad, de los pequeños proyectos parche a la erosión continua de las sociedades del bienestar europeas está garantizada con las competencias asumidas por la UE y con el modo actual de gestionarlas. En política exterior, la estructura comunitaria de los tres pilares también nos permite seguir comportándonos como el Pepito Grillo de Collodi y alternar sermones y reprimendas inútiles ante el 12 Merkel y Sarkozy: “Un gigante llama a otro a través de los intervalos desolados del tiempo y así el alto diálogo de los espíritus continúa sin que sea perturbado por los enanos inquietos y ruidosos que rastrean a sus pies”, NIETZSCHE, Friedrich, Sobre la utilidad y los perjuicios de la historia para la vida, Madrid, EDAF, 2000, P. 137. comportamiento mentiroso y las juergas sangrientas de un Pinocchio americano que persigue sus objetivos imperiales con la legítima testarudez que resulta de su cabeza y de su corazón de madera. Si lo que se pretende es, en cambio, ser verdaderamente eficiente y emular a Estados Unidos, Rusia o China en su capacidad para ser responsables de lo mejor o de lo peor, pero en cualquier caso, soberanamente, para poder hablar de esas gestas, de ese “noble ansia ideal”13 sin la cual toda organización política carece de atractivo participativo, es preciso desarrollar nuevos procedimientos de inclusión del ciudadano en las instituciones, de participación y de movilización de masas. Cabe resaltar esta línea pragmática de argumentación para hacer patente que se puede golpear al pragmatismo funcionalista donde más le duele y convertir sus argumentos en piedras que caigan sobre su propio tejado. c) Un sistema político configurado a partir de principios políticos participativos permitiría no sólo ofrecer soluciones de conjunto a los problemas que, ocasionalmente, se irían planteando a los individuos de los países miembros y avanzar en la integración de la Unión hacia objetivos más ambiciosos (como el citado proyecto de defensa europea). La maquinaria política diseñada para enfrentarse a tal sucesión de problemas temporales, sería en sí misma la solución al problema secular responsable de las grandes tragedias europeas: la división de la masa de tierra Europa en naciones artificiales. Un nuevo artificio de concepción cuasi en exclusiva racional pondría fin a la serie de excesos nacionales que constituyó la historia de las naciones románticas o reinos de taifas europeos. En efecto, el estudio de las causas de las grandes guerras continentales nos muestra que el ocultamiento generalizado de la naturaleza y fines de tales constructos nacionales dieciochescos, ligado estrechamente a una participación política restringida a las elites y basada en la representación del ciudadano pasivo por una vanguardia activa, fue en gran medida el responsable de la ciega y patética aniquilación de las masas por las masas en las dos Guerras Mundiales. d) En definitiva, y retomando el análisis marxista del papel de las clases sociales en la construcción europea es patente, que, por una vez, los intereses de la burguesía y el proletariado europeo se encuentran en este cruce de caminos que constituye la Unión a partir de Maastricht. De ahí los recelos de los intelectuales europeos a la hora de posicionarse en contra o a favor de las distintas iniciativas comunitarias y la nutrida presencia de euroescépticos o eurocríticos tanto a la izquierda 13 GANIVET, Ángel, El porvenir de España, Madrid, Espasa-Calpe, 1981, p. (BUSCAR) como a la derecha. Los conservadores temen desprenderse del concepto nación, instrumento ideológico que ha permitido el dominio de la burguesía sobre una clase obrera que, patriotizada, no ha tejido los lazos de solidaridad internacional que la defensa de su interés social exigía. La socialdemocracia clásica, parapetada en la asociación de nación y Estado del bienestar contemporánea ve también en el derrumbamiento del ídolo conceptual la perdida de su último punto de amarre y el punto de comienzo de una vorágine de perdida de derechos. En mi opinión la coyuntura actual supone un encuentro inevitable entre el interés pragmático de la burguesía europea, ansiosa por recuperar, una vez superada la catástrofe a la que abocó al continente europeo hace más de medio siglo, una posición preponderante en el mundo y el interés obrero por hacer que el ideario normativo de la nivelación social, castizamente europeo, no sea borrado del mapa mundial en esta carrera interminable de aligeramiento de cargas y apretones de cinturón en la que se ha convertido una economía mundial desregulada. La burguesía innovadora de la que surge la elite que hasta el momento ha sido la responsable de los grandes avances en la integración europea, necesita para maximizar la eficiencia de su construcción política, la participación activa de una amplia mayoría de ciudadanos europeos. Consistiendo tal europeización de las multiudes en una labor de creación de voluntad social, en una constitución de un proyecto de vida en común, como diría Ortega14, resulta difícil de imaginar que la dinámica contemporánea de funcionamiento de la Unión pueda convertirse en el torbellino integrador que la comunidad europea de naciones requiere en pro de un crecimiento de su legitimidad y eficiencia. Volviendo a Habermas, “sólo será posible ganar para el proyecto europeo a una población en la que predominan actitudes de rechazo, o al menos de vacilación, si el proyecto se desvincula de la pálida abstracción de las medidas administrativas y de las conversaciones entre expertos, esto es, si se lo politiza”15. La burguesía necesita hoy más que nunca a una clase obrera europeizada y dispuesta de forma aguerrida para la defensa del interés continental. El proletariado necesita a su vez de organismos políticos continentales en los que su voz contraria a la nivelación de derechos a la baja encuentre un eco tan internacional como la naturaleza de los conflictos que su clase social enfrenta en este comienzo de milenio. Los dos se requieren mutuamente para la construcción de unos organismos y de unos procesos de 14 15 ORTEGA Y GASSET, José, España invertebrada, Madrid, Alianza, 2004. HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 133. decisión paneuropeos y democráticos que aumentarían la “capacidad de actuar” de nuestro continente ante las tierras sin ley que lo cercan a Este y a Oeste, “sin prejuzgar (en modo alguno) las decisiones que se tomen”16. En todo caso, es preciso hablar de diferencias de naturaleza y grado en los intereses que una y otra clase social se juegan en este envite para comprender porque los asalariados tienen mucho o todo que ganar en el reto que supone la integración federal europea. La burguesía fortalecida que en la actualidad lleva las riendas de la Unión, aspira, eso es cierto, a una supremacía mundial mediante la maximización del rendimiento económico y de la capacidad de influencia global de la superestructura continental. Se trata de una aspiración a una elevación del grado de su dominio. Para el proletariado, debilitado y desunido, ausente en la fundación de las Comunidades y con una representación testimonial en la definición de unas líneas programáticas de la Unión que, hasta la fecha, han sido marcadamente liberales, no está en juego una elevación de grado, la subida de unos peldaños, sino que, la futura federalización y democratización de la estructura política europea constituye en su caso una apuesta a todo o nada. Las dudas acerca de la viabilidad de un modelo federal europeo suponen en realidad una interrogación sobre las condiciones de posibilidad de la existencia política de la clase obrera continental en el siglo XXI. Como en períodos históricos precedentes, el peso de la tradición y las formas de representación características de los diferenciados mundos de la vida europeos, hacen muy difícil que sean los trabajadores los que tomen la palabra y se coloquen a la cabeza de los cambios estructurales que deberían acontecer en la UE. Su suerte depende, más allá de cualquier esfuerzo teórico de formación de conciencia por parte de una vanguardia ilustrada, de que las ambiciones imperiales de la burguesía europea le lleven a mover ficha apostando por una jugada imprevisible17. Como si de la convocatoria de unos Estados Generales se tratará, la clase obrera debe estar atenta para hacer de la iniciativa burguesa un paso en falso capaz de remover los cimientos políticos del continente. El toque a rebato de la movilización masiva mediante procedimientos de toma de decisiones de democracia directa pondría mucho en juego y daría una libertad de acción inaudita a una multitud acostumbrada a acometer subsidiariamente los empeños incomprendidos de Bruselas. 16 HABERMAS, Jürgen, Tiempo de transiciones, p. 121. “Cuando hombres de posición sacrifican toda idea de dignidad a una ambición sin objeto definido, y ponen los medios más despreciables para alcanzar fines igualmente mezquinos, el entramado entero se hace vulgar y plebeyo”, BURKE, Edmund, Reflexiones sobre la Revolución en Francia, p. 87. 17