A nuestras madres espirituales

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A nuestras madres espirituales
Felices de sentirnos bendecidos con el regalo que Dios nos ha hecho en su Hijo
Jesucristo, dándonos a María como madre, celebramos durante todo el mes de mayo,
treinta y un días dedicados a la Virgen. La celebración de la Eucaristía diaria, la oración
comunitaria y personal del Rosario, junto a las iniciativas pastorales, se viven con un
marcado acento mariano. Nosotros como Juan al pie de la cruz, seguimos escuchando
hoy la voz de Jesús que nos dice: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» «Hijo, ahí tienes a tu madre.»
(Jn 19, 26 – 27)
Estamos seguros de que al darnos a María, nos dejó no solo un ejemplo de madre, sino
también de mujer creyente, fiel, obediente, servicial, atenta a las necesidades de todos,
primera discípula y misionera. Bajo su amparo experimentamos la ternura y el amor.
Confiados en su intercesión, le presentamos nuestras necesidades espirituales y
materiales. Sus actitudes nos mueven a imitarla y su santidad nos muestra un camino
seguro por el cual podemos transitar de su mano para alcanzar la nuestra.
Letanías cantamos a nuestra madre la Reina de Cielo y Tierra y con ello, también
damos gracias a Dios por nuestras madres aquí en la tierra. Providencialmente, es en
mayo cuando celebramos el día de las Madres, felicitando de manera especial a mamá,
mima o mamita, como cariñosamente le decimos a aquellas que nos han dado la vida.
Recordamos también con gozo a todas las mujeres que reconocemos como nuestras
madres espirituales.
Interminable sería la lista si quisiéramos registrar los nombres de todas aquellas
mujeres que con su oración y atención desinteresada, han contribuido de forma positiva
en el camino de discernimiento vocacional de cada uno de nosotros. Si bien es cierto que
esos nombres están guardados en el corazón de cada seminarista, hay entre ellos
algunos que quiero resaltar. Me refiero a aquellos nombres que nos son comunes a todos.
Cada día, desde bien temprano en la mañana, se levantan las mujeres que hacen
posible, con su trabajo silencioso, el buen funcionamiento de cada jornada en el
Seminario. Me refiero a las religiosas y las empleadas de servicio que de sol a sol se
esfuerzan por dar lo mejor de si en cada una de las tareas que desempeñan, con tal de
que nos sintamos a gusto como en casa. En ellas vemos el rostro de nuestra madre, con
la que muchos no podrán estar el ya tradicional segundo domingo de mayo, debido a la
distancia física que les separa.
Infinita gratitud para nuestras madres espirituales en el Seminario: las hermanas Sor
Eva-María, Sor M. Philippa y Sor M. Seraphica; la recepcionista, Yamilé, la bibliotecaria,
Elizabeth, la secretaria, Ledis; Enriqueta e Irene en el área de limpieza; Miriam y Daima
en la lavandería; Rosa, Rebeca, Ileana y María Elena en la cocina. Llegue a todas ellas el
más cálido abrazo junto al más tierno de los besos como merecido homenaje por el Día
de las Madres.
En alguna tarjeta de felicitación recuerdo haber leído hace unos años: “…El corazón de
una madre es el refugio más seguro para un hijo. Cada persona, en el mundo no tiene
más que un solo corazón de tal especie…” Mientras recordaba esta frase me venía a la
mente mi madre, al alzar la mirada y mirar a mí alrededor, no pude más que recodar los
rostros concretos de cada uno de los nombres que de manera especial he citado antes.
Se equivoca el poeta al decir que solo tenemos un corazón en el cual refugiarnos con
seguridad. Cada día el Señor nos regala en cada una de las hermanas y de las
trabajadoras de servicio del Seminario, un corazón maternal, refugio seguro. Que todos
podamos experimentar de manera especial por estos días de mayo, el amor, la cercanía y
la seguridad de nuestra Madre del cielo y de nuestras madres aquí en la tierra.
¡Felicidades Mamá!
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