Conducta social Por Ralph M. Lewis, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. La gente, al hablar colectivamente, a menudo pone en alto ciertos ideales, pero individualmente obran de manera distinta de cómo se expresan. Por lo tanto, la probabilidad de que una nación se convierta en benefactora de la humanidad en cosas distintas de las creaciones materiales, ha de ser determinada por medio de la conducta del ciudadano común. Observad las muchedumbres en las vías principales de las grandes ciudades. Se apresuran en su camino, empujándose unos a otros violentamente, y con frecuencia, olvidan murmurar automáticamente el trillado "Perdone usted" o "Dispense usted." A veces vuelven la cabeza, mirando con reproche a la persona que ha tropezado con ellos sea o no responsable del tropezón. En las colas formadas en las tiendas o salas de espectáculos los individuos se esfuerzan en abrirse paso, sin ninguna clase de consideración, adelantándose unos a otros, para ser servidos los primeros. Innumerables son los conductores de vehículos, que, a no ser que se sientan vigilados por la policía de tránsito, no reducen la velocidad cuando los peatones con derecho al paso se cruzan en su camino. Estas son sólo unas pocas muestras de la falta de control de los estímulos instintivos en las gentes. El hombre tiene mucho de animal. Tiene todos los apetitos y deseos fundamentales de los animales inferiores. No puede dominarlos por completo sin convertirse en subnormal o anormal. La única facultad distintiva del hombre es la razón. La razón puede y debe establecer ciertos ideales, ciertas finalidades intelectuales y emocionales, que se enfrenten con los impulsos primitivos. Un animal, como un perro, por ejemplo, no puede tener deseos intelectuales. No puede intentar saber algo acerca de los cielos que se extienden sobre él. No puede investigar sobre la naturaleza de su propia conducta. Aparte de los apetitos y deseos intelectuales, el hombre tiene también lo que podemos llamar impulsos psíquicos. Estos son, por ejemplo, la compasión, la simpatía, el deseo de tranquilidad, el amor a la justicia y a la rectitud. Estos estímulos o impulsos son sumamente sutiles. A menudo les resulta difícil a estos impulsos tan delicados del hombre hacerse sentir en su consciencia. Solamente cuando el hombre se halla sosegado, cuando las pasiones y apetitos bajos se hallan sojuzgados, es el momento en que tales impulsos pueden ser experimentados. En dichas ocasiones, estos sentimientos inmanentes son transformados por la mente en ideas y cosas que parecen representarlos. Por consiguiente, interpretamos ciertas acciones o normas de conducta como acordes con la justicia, la simpatía y la rectitud. El grado de definición que demos a estos sentimientos, depende de nuestra inteligencia, experiencia y educación. El hombre es sociable por naturaleza; desea vivir en grupos de su propia especie, para formar lo que llama sociedad. De la misma manera, muchos de los animales inferiores prefieren vivir en grupos, manadas o rebaños. Los impulsos psíquicos del hombre han hecho que su mente e intelecto confieran a la sociedad un significado característico. Aquellos de nosotros que gozamos de la sociedad humana podemos dar alguna razón por la cual nos agrada vivir en compañía de otros seres humanos. Estas razones concuerdan con los impulsos psíquicos de nuestro propio ser, hacia la compasión, justicia y rectitud. Si esto no es así, no estamos viviendo entonces como seres humanos. Estamos siendo arrastrados ciegamente por los aspectos elementales de nuestra naturaleza, a vivir como en un rebaño. Es muy sencillo: o la sociedad se convierte en una manada de animales, que funciona instintivamente en su conjunto únicamente para realizar algo que satisfaga las necesidades físicas como individuos, o bien, de manera consciente, se une para realizar algo por el bien colectivo. El individuo que en sus relaciones con los demás es desconsiderado, vil y egoísta, en el más estricto sentido de la palabra, es antisocial. Puede vivir en una comunidad con otras personas; puede gozar de las ventajas que la vida colectiva proporciona, pero no obstante es antisocial. No se encuentra contribuyendo al ideal social, dictado por los impulsos psíquicos. Sencillamente, sólo sigue el impulso de rebaño. A los lobos no les importa en absoluto la manada como conjunto. Colectivamente, atrapan su presa cuando cazan en manadas, pero seguirán destruyendo su propio rebaño, en feroces luchas entre sí. La más alta finalidad de la sociedad La más alta finalidad de la sociedad humana es la de dar, crear, hacer; la finalidad más baja es la de seguir el instinto de rebaño, valiéndose tan solo de la sociedad para el beneficio individual inmediato. Los impulsos psíquicos hacen que el hombre se dé cuenta que la más elevada finalidad social no puede ser satisfecha por medio de simples esfuerzos individuales. La creación de lo bello, el desarrollo de una atmósfera armoniosa que resulte atractiva al yo más elevado, nunca puede ser una empresa individual. Ningún artista pinta únicamente para sí solo. Su mayor alegría es la exhibición de sus talentos artísticos. Desea que los demás vean y gocen de la simetría de líneas, o de la armonía de sonido y color que él ha ejecutado. La máxima felicidad personal de un artista estriba en lograr que los demás gocen también con sus obras. La persona de mente verdaderamente sociable, por lo tanto, es aquella que manifiesta una actitud cortés. Por medio de su conducta está uniendo la sociedad con los lazos del propio comedimiento, para que pueda conservarse intacta para finalidades superiores. Ordinariamente, cuando hablamos de cortesía, lo hacemos en términos de ética, que consiste en la relación o cita de las reglas de conducta generalmente aceptadas. Sin embargo, una comparación de la ética usual de las diferentes naciones mostrará claramente una disparidad entre ellas. La cortesía necesaria para mejorar la sociedad y que sea útil al elevado aspecto de la naturaleza humana, tiene que ser algo más profundo que las simples reglas de conducta; tiene que remontarse a las causas de esa conducta. Debe consistir de aquellas causas que pueden aplicarse a todas las relaciones humanas y a todas las variables condiciones. La razón por la cual un pueblo hace algo ofensivo contra otro, sin remordimiento, es que sus éticas respectivas no se hallan basadas sobre las mismas premisas de cortesía. ¿Cómo, pues, determinaremos esta cortesía esencial? En toda empresa humana, el individuo tiene que ser el punto de partida de toda consideración. El yo es un compuesto. Es el conjunto del cuerpo con sus necesidades físicas, y la mente y el alma, o naturaleza psíquica, con sus atributos respectivos. Seguimos ahora preguntándonos: ¿Qué es lo que el yo personal desea obtener de la vida? Nuestras necesidades más insistentes son las orgánicas. Nos desagradan las sensaciones de sufrimiento como resultado del hambre, la sed, el frío y la enfermedad. La imperturbabilidad física, o ausencia de necesidades físicas o perturbaciones es, por lo tanto, una primera necesidad esencial. Decimos "primera," porque esas perturbaciones ocurren fácilmente. El ser humano normal, sin embargo, no se halla satisfecho cuando sólo sus necesidades físicas están cubiertas, o cuando su cuerpo se halla en reposo. Poseemos la facultad de hacernos conscientes de nosotros mismos. Podemos observar, reflexionar acerca de la acción de nuestra propia mente. Podemos pensar, razonar, recordar, imaginar. Incluso, cuando el cuerpo se encuentra en reposo, la mente puede ser muy activa; es capaz de deseos mentales, finalidades que desea alcanzar. Estos deseos mentales se convierten en estímulos, que son frecuentemente más fuertes que los apetitos prosaicos. ¿Qué persona de habilidad creadora, no ha sido atormentada por el deseo de experimentar ciertos hechos, de construir algo o de satisfacer su curiosidad acerca de la naturaleza de alguna cosa? Por tanto, vemos claramente que, si la vida ha de darnos tranquilidad, debe satisfacer también esos deseos mentales. Afortunadamente para la humanidad, ha habido en el mundo muchos filántropos. Ellos han dado satisfacción a su yo superior, empeñándose en corregir enfermedades sociales evidentes. Esta inclinación al altruismo y al humani- tarismo es también una necesidad psíquica o mental. Si tenemos estas inclinaciones innatas, entonces el poder satisfacerlas es también algo que deseamos de la vida. Ya que estos elementos, o sea, los deseos de nuestro ser complejo son de tal manera básicos, es relativamente sencillo el establecer ciertas reglas para reconocerlos. Las reglas que los incluyen, vienen a ser las verdaderas exigencias de un sistema ético establecido para cualquier grupo o persona, sin importar su raza o nacionalidad. Las juzgamos indudablemente necesarias para cualquier sociedad de la cual seamos miembros. Fundamentalmente, la cortesía no es completa hasta que no hemos concedido a los otros miembros de la sociedad el mismo derecho a las exigencias positivas que nosotros tenemos. Sin embargo, esto es más que una mera expresión de: “los demás pueden hacer lo que yo”. El empeñarnos obstinadamente en nuestras exigencias positivas, y en que el resto de la gente hiciera lo mismo, puede provocar un conflicto. Podría traer como resultado el que cada individuo actuase enteramente por sí solo y en su beneficio, destruyendo así la sociedad, como ya ha ocurrido frecuentemente. Por lo tanto, cada uno de nosotros debe establecer un curso negativo de acción en la vida, así como uno positivo. El curso negativo de acción El propósito del curso negativo de acción es evitar que nuestros actos positivos interfieran con esos derechos que concedemos a los demás. La única manera de que esto sea posible es asignando un orden en las relaciones humanas. Este orden se convierte en un producto del intelecto humano y consiste en una serie establecida de las demandas y los derechos del individuo. En otras palabras, el orden de las relaciones humanas debe establecerse sobre ajustes de tiempo y de espacio. Ilustremos esto más ampliamente. Supongamos que tengo una exigencia positiva, una necesidad básica que es indispensable para mi ser. Usted tiene igualmente una exigencia positiva. Quizá los medios para satisfacer esa exigencia no son suficientes para ambos, en ese momento. ¿Quién de los dos la obtendrá? Esto será determinado por el factor tiempo, es decir, la persona que primero hizo saber su necesidad; o quizá un factor especial puede aplicarse el más cercano a la fuente proveedora es el que lo obtendrá. La mente humana detesta la confusión y busca el orden. Desde el punto de vista psicológico, el orden es todo arreglo que la mente puede comprender fácilmente. Las confusiones que resultan en descortesía, rudeza y manifestación de la primitiva agresividad de los animales, puede evitarse con la aplicación del orden en nuestras relaciones con los demás. Esta aplicación del orden en nuestras necesidades o deseos, no elimina el espíritu de competencia, que contribuye al progreso. Cada uno de nosotros puede intentar ser el primero en llegar a la fuente proveedora o a los medios de satisfacer nuestras necesidades. Sin embargo, podemos reconocer la posición de otro, que nos precede, con respecto al tiempo. Si alguien nos precede en lo que concierne al tiempo o en secuencia, debemos reconocer ese orden. Este sentido del orden en las relaciones humanas se expresa incluso en las llamadas "cortesías sociales." No interrumpiremos violentamente a otro que está hablando, no importa lo que deseemos decir, hasta que no haya terminado de hablar. Reconoceremos el hecho de que nos precede. Sin una regulación del orden en el hablar, surgiría la confusión. Así, cuando varios necesitan algo, y ninguno tiene preferencia, ni de tiempo, ni de orden, entonces se aplicará el principio de la igualdad. Desde el momento que, en nuestro razonamiento original, hemos concedido a los demás el derecho de las mismas exigencias positivas, entonces, ellos deben compartir igualmente con nosotros, si el principio de orden no ha estado contra ellos. Bajo tales condiciones, tiene que haber una división, una participación equitativa de las ventajas que se han de obtener. Si todos nosotros empleamos estos factores psicológicos de orden e igualdad al regular nuestra conducta, seguiremos un código más elevado de ética. Esta mejora se reflejará en el más amplio aspecto de las relaciones humanas, o sea, los asuntos internacionales. Sin la observancia de tales principios, no tendremos otra cosa que una sociedad de individuos que viven juntos, pero que trabajan unos contra los otros.