Ramón y Cajal y la doctrina de la neurona

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CEREBELOS DE POLLO, DIBUJOS Y UN SACRISTÁN FULMINADO POR UN RAYO: RAMÓN Y
CAJAL Y LA DOCTRINA DE LA NEURONA
Santi Mora
Existen grandes nombres en el vasto campo de la Neurociencia. Médicos, fisiólogos, psicólogos
y biólogos han abonado durante décadas uno de los terrenos más misteriosos de la Ciencia, lo
que nos ha permitido asomarnos dentro de nuestro cráneo pese a que, todavía, apenas
estamos empezando a recoger los frutos de tan importante esfuerzo investigador. No
obstante, hay un nombre que sobresale un escalón por encima de los demás, en tanto en
cuanto sus descubrimientos resultaron ser prerrequisito para todo el conocimiento que se ha
ido levantando después. Se trata de un médico nacido en el siglo XIX, especializado en
histología y anatomía patológica, humanista, pensador, escritor, aficionado a la fotografía y,
además, un magnífico dibujante. Y ¿adivinan? ¡Español! Se trata, ni más ni menos, que de
Santiago Ramón y Cajal.
Santiago Ramón y Cajal en su laboratorio.
Fuente: https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/e/ea/Ram%C3%B3n_y_Cajal_ca._18841887_(autorretrato).jpg
El presente artículo dista mucho de ser una descripción pormenorizada de su vida y hallazgos;
más bien, trata de dar unas pinceladas que resultan interesantes sobre las circunstancias que
llevaron a lo que considero, quizá, el mayor triunfo histórico de la investigación en
Neurociencia. La vida de Cajal da, tanto en lo científico como, sobre todo, en lo personal y
cultura, para muchísima más tinta de la que este humilde artículo quiere abarcar.
Santiago nació en 1852 en Petilla de Aragón (Navarra). Hijo de Justo Ramón y de Antonia Cajal,
vivió durante su infancia continuos cambios de residencia debido al oficio de su padre (médico
rural). De carácter fuerte y tozudo aunque curioso y brillantemente inteligente, eran
frecuentes sus problemas en el colegio, lo que le valía que su padre, a modo de advertencia, le
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pusiese esporádicamente a trabajar como ayudante de barbero (labor que él mismo había
desempeñado de pequeño), en un intento de hacerle apreciar la importancia del esfuerzo ya
desde la escuela. En estos coqueteos con el oficio adquirió una notable destreza en el manejo
de la navaja de afeitar, que años más tarde le resultaría curiosamente ventajosa.
En 1860, cuando Santiago contaba con apenas 8 años, fue testigo de tres acontecimientos que,
según diría de mayor, influenciaron críticamente en su futuro:
·En un día de fuerte tormenta, estando en el colegio con sus compañeros, el sacristán
del pueblo subió a la torre de la iglesia para hacer sonar la campana, a modo de
petición a los cielos de que cesara el temporal. Mientras tanto, los niños rezaban para
sumarse al ruego, y, en el preciso instante en el que exclamaban “…líbranos de todo
mal…”, un rayo impactó en el campanario, destrozando la torre y fulminando al
sacristán. Este hecho sembró en Santiago fuertes dudas de fe.
·El 26 de abril llegó a su fin de la guerra de África (1859-1860). La campaña en la que
habían batallado el reino de España y el sultanato de Marruecos se saldó con una
victoria ibérica, pero con un varapalo para una generación de españoles, que vio
perecer en el frente a una buena cantidad de compatriotas. La campaña de O’Donnell
impresionó al científico, que se vio convencido de que su país era merecedor de tener
un hueco en el mundo y que, en su edad adulta, llegaría a ser un buen ejemplo de
patriotismo bien entendido.
·Un día de julio, Justo llevó a su hijo al campo a contemplar un eclipse total de sol que
los astrónomos habían pronosticado. Para sorpresa de Santiago, en el preciso instante
en que los científicos habían predicho que el acontecimiento astronómico tendría
lugar, el sol quedó totalmente ocultado. Fue ese el momento en el que comprendió la
importancia de la Ciencia como herramienta para explicar y predecir la naturaleza y
decidió que era el camino que él quería tomar.
Años más tarde, se trasladó junto a su familia a Zaragoza, donde desarrolló sus estudios de
Medicina. Tras licenciarse, fue llamado a filas, siguiendo la instrucción en Zaragoza y
obteniendo luego plaza en el Cuerpo de Sanidad Militar en Lérida, para ser, por último,
enviado a la Guerra de Cuba (1868-1878) como médico militar ya con el grado de capitán. Tras
un paso por la isla con más pena que gloria, retornó a España, donde, tras sobreponerse de los
graves problemas de salud contraídos en ultramar, pudo proseguir con su labor docente y
llevar a cabo los estudios de doctorado, presentando en junio de 1877 su tesis titulada
‘Patogénesis de la inflamación’. En 1879 obtiene la plaza de director de Museos Anatómicos de
Zaragoza, y contrae matrimonio con Silveria Fañanás. Tres años más tarde, se hace con la
cátedra de Anatomía Descriptiva de la facultad de Medicina de Valencia y, después de cinco
años, en 1887, se traslada a Barcelona, donde ocupa la cátedra de Histología de la facultad de
Medicina.
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Ramón y Cajal con algunos de sus hijos en Barcelona (1989).
Fuente:
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/d/dc/Cajal_y_sus_hijos_Barcelona_1889.jpg
1888 es, según el propio Ramón y Cajal, su año cumbre. En el mismo, culmina una serie de
estudios que llevaba practicando durante varios años, empleando embriones de pollo cuyo
cerebelo diseccionaba para indagar en la morfología nerviosa. ¿Recuerda el lector la pericia
que comentábamos había adquirido Santiago gracias a sus labores como ayudante de barbero
con la navaja de afeitar? Pues bien: en una época en la que mucho distaba la tecnología de los
modernos vibratomos que hoy abundan en los laboratorios de neurociencia y que tanto
facilitan la labor de los que indagamos en el cerebro, dicha agudeza en el corte resultó vital
para que Cajal pudiese laminar con gran delicadeza el tejido y extraer finos cortes que
examinar al microscopio. Cajal había aplicado con éxito el novedoso método de tinción de
Camillo Golgi, médico y citólogo italiano, y lo había mejorado para mayor adecuación a sus
intereses mediante nitratos de plata reducidos. Lo que observó tras someter los cortes a dicha
tinción y asomarse al microscopio es ya historia: el cerebro resultaba estar compuesto por
células individuales (las que hoy conocemos como neuronas y glías), con anatomía particular y
separadas unas de otras: esta es la ‘Doctrina de la neurona’. Dichas ideas se contraponían
radicalmente a la teoría imperante hasta ese momento, conocida como ‘Teoría reticular del
cerebro’, y que consideraba dicho órgano como una retícula, es decir, como un tejido
plenamente conectado y no compuesto por células discretas, sino por una suerte de red
continua. Cajal plasmó sus descubrimientos en una serie de dibujos en los que volcaba con
pasmosa fidelidad lo que se podía observar en primer plano al microscopio y que hoy son todo
un clásico en la Ciencia y la cultura española, y casi piezas de culto y coleccionismo.
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Uno de las famosas ilustraciones de Cajal representando la organización y tipologías neuronales en un
cerebelo de pollo. Fuente: http://www.nature.com/nrn/journal/v4/n1/fig_tab/nrn1010_F2.html
Pese a que la Teoría celular de Schwann y Schleiden (que proponía que todo organismo animal
y vegetal está compuesto por células) había sido aceptada en 1839, el cerebro y los nervios se
consideraban una excepción a dicho mecanismo, por lo que los descubrimientos de Cajal, más
que una feroz oposición, despertaron una tibia indiferencia. Es por eso que, cuando Santiago
envió sus conclusiones a publicar en medios franceses, no despertó ningún interés. Pero una
personalidad tenaz como la del científico no podía simplemente asumir la falta de entusiasmo,
así que, aprovechando el Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana, celebrado en Berlín en
octubre de 1889, prepara unas muestras, empaca su microscopio y, con los pocos ahorros de
los que disponía, viaja hasta allí en un vagón de segunda clase con la intención de cautivar la
atención de los más prominentes profesionales del momento. Allí se encuentra con la
impresión que provocaba en los científicos asistentes el “encontrar un español aficionado a la
ciencia y espontáneamente entregado a las andanzas de la investigación”, pero, queriendo
que fuesen sus hallazgos quienes causaran impacto y no el hecho de un español haciendo
Ciencia, arrastra casi a la fuerza a Albert Kölliken, maestro de la Histología, hacia su
microscopio, donde le ruega que se asome, y le explica en un francés poco fluido sus
descubrimientos, y cómo deseaba divulgarlos. ¿La respuesta de Kölliken? “Le he descubierto a
usted, y deseo divulgar en Alemania mi descubrimiento”. Empieza así el periplo de Cajal por
Europa y América, que valdrá un interés cada vez mayor por la doctrina de la neurona (que
acabó siendo aceptada en el congreso) y le granjeará para siempre un nombre en la Ciencia. El
culmen de dicha aventura en la caracterización de las células que conforman el cerebro llega
en 1906 en forma de premio Nobel de Fisiología o Medicina, que comparte con Camillo Golgi
(debido a los métodos en común empleados y el cual, curiosamente, nunca llegó a aceptar las
tesis de Santiago) y cuya historia daría para otro artículo: Cajal recibió un telegrama
comunicándole que se le otorgaba el Nobel la noche del 6 de octubre, pero él creyó que se
trataba de una broma de sus estudiantes y siguió durmiendo.
Tras su paso por Barcelona, ocupó cátedra en la Universidad Central de Madrid. Logró que el
gobierno crease el Laboratorio de Investigaciones Biológicas, centro científico
extraordinariamente moderno para la época, donde trabajó hasta que se jubiló en 1922,
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pasando luego a extender su labor en el Instituto Cajal hasta que falleció el 17 de octubre de
1934.
Sin lugar a dudas, una de las personalidades más importantes de la cultura española y de la
Ciencia a nivel mundial que ha dejado una fuerte impronta tanto en académicos como en
profanos. Un último apunte: dijo nuestro hombre hace un siglo que “Al carro de la cultura
española le falta la rueda de la Ciencia”. ¿En qué sentido y medida cree el lector que ha
cambiado ese hecho?
Para saber más:
·Ramón y Cajal, S. (1923). Recuerdos de mi vida. Reeditado en 2006. Barcelona: Crítica
·Programa dedicado a Ramón y Cajal en ‘La rosa de los vientos’, por Juan Antonio Cebrián:
https://www.youtube.com/watch?v=gB2jbXXCeEM
·http://blog.neomed.es/ramon-y-cajal-y-el-premio-nobel-de-medicina/#
·http://irreductible.naukas.com/2010/04/06/albert-kolliker-el-suizo-que-descubrio-al-mundoa-santiago-ramon-y-cajal/
Santi Mora es licenciado en Psicología con master en Neurociencia cognitiva y del
comportamiento. Actualmente es FPI en el laboratorio de Psicobiología de la Universidad de
Almería, donde lleva a cabo sus trabajos de doctorado.
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