modernismo y generación del 98

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EL MODERNISMO Y LA GENERACIÓN DEL 98
1. El mundo a principios del siglo XX
Los avances en la ciencia, en la industria, en los transportes y en las comunicaciones
hicieron que Europa disfrutara hacia 1900 de un nivel de vida mucho más alto que en
1800. Este desarrollo tuvo como consecuencia un gran crecimiento de las ciudades.
Los países europeos más poderosos controlaban además las materias primas y el
comercio en el resto del planeta. Por el poder mundial competían Inglaterra, Francia,
Alemania y un país en ascenso: Estados Unidos. Las disputas entre todos ellos
condujeron a la Primera Guerra Mundial.
En España, se produjo a fines del siglo XIX el llamado Desastre de 1898, cuando la
derrota militar frente a los Estados Unidos acabó con los últimos restos del antiguo
imperio español (Cuba, Puerto Rico y Filipinas).
Durante los primeros años del siglo XX el sistema político de la etapa anterior continuó
inalterado, esto es, el Partido Liberal y el Partido Conservador siguieron turnándose en
el poder, sin que hubiera apenas diferencia entre sus políticas.
La sociedad estaba dominada por una oligarquía integrada por nobles terratenientes y
por la alta burguesía financiera; era un bloque social conservador que no sólo
controlaba la economía, sino también las elecciones (recordamos aquí el caciquismo).
Por debajo se hallaba la pequeña burguesía, que se sentía marginada por el bloque
dominante pero que a la vez temía al proletariado; la mentalidad de estas clases medias
solía ser reformista; de ellas surgieron intelectuales y escritores disconformes, a veces
revolucionarios. En último término encontramos a la clase obrera (el proletariado de las
zonas industrializadas y las masas de los campesinos), que soportaba durísimas
condiciones de vida; en ellos prendieron las ideologías revolucionarias con sus
organizaciones sindicales de carácter socialista y anarquista.
2. La literatura a principios del siglo XX
Desde finales del siglo XIX surgen en Europa y América corrientes de ideas de tipo
disidente o inconformista. En las Artes y en las Letras cunden impulsos renovadores
frente a las tendencias vigentes.
En España, las ansias de renovación se producen en medio de la decadencia política y el
marasmo social. Muchos de los escritores jóvenes abominan de la realidad que ven en
torno y se alzan contra la literatura inmediatamente anterior.
Al principio se llamó modernistas a todos los escritores animados por tales impulsos
innovadores; aunque adoptaron variadas posturas estéticas e ideológicas, todos ellos
coincidían en su actitud rebelde frente a los valores burgueses, en su rechazo al
materialismo y la deshumanización del mundo capitalista. Pero con el tiempo, el
término modernista se fue reservando para designar a aquellos autores (especialmente
poetas) que se despegaron del mundo que aborrecían y encauzaron su inconformismo
hacia la búsqueda de la belleza, de lo exquisito; se proponían ante todo una
renovación estética. Y, al mismo tiempo, se creó la etiqueta de Generación del 98 para
aquellos autores españoles (especialmente prosistas) que se orientaban más bien a
profundizar en problemas humanos o a analizar críticamente la penosa realidad
española.
3. El Modernismo
La concepción más restringida del concepto de Modernismo considera a este como un
movimiento literario que se desarrolla aproximadamente entre 1885 y 1915. Tiene su
cuna en Hispanoamérica y su principal impulsor y máximo representante es el escritor
nicaragüense Rubén Darío.
En España, el Modernismo conoce dos fases: el Modernismo polémico y el Modernismo
domesticado. El primero comienza aproximadamente en 1892, con la llegada de Rubén
Darío a España, y se extiende hasta 1904; esta es su época de esplendor. Después,
cuando los autores modernistas ya ocupan un lugar central en el mercado editorial,
atenúan la actitud provocadora y combativa que los había caracterizado en la primera
etapa.
Las figuras más características del Modernismo en España son Manuel Machado,
Villaespesa y Marquina. Ahora bien, hay tres importantes autores que estuvieron
inicialmente en la órbita del Modernismo, pero que luego desbordaron sus cauces:
Valle-Inclán, Antonio Machado y Juan Ramón Jiménez.
3.1. Influencias
El Modernismo hispánico se halla fuertemente influido por la literatura francesa, en
concreto por dos movimientos de la segunda mitad del siglo XIX: el Parnasianismo y el
Simbolismo.
. El Parnasianismo está representado por poetas como Théophile Gautier o Leconte de
Lisle. Los parnasianos defienden el ideal de el arte por el arte, instauran el culto a la
perfección formal y pretenden construir una poesía serena, equilibrada (frente a la
vehemencia romántica). Len gustan temas que serán después típicamente modernistas:
la mitología griega, el exotismo oriental, las civilizaciones antiguas...
. El Simbolismo es una corriente que arranca de Baudelaire y se desarrolla con
Verlaine, Rimbaud y Mallarmé. Los simbolistas no se contentan con la belleza externa
ni con la perfección formal (aunque no las desprecien), sino que quieren ir más allá de
las apariencias. Para ellos, la realidad sensible encierra significaciones profundas y la
misión del poeta es descubrirlas; se sirve, para ello, de símbolos, esto es, de imágenes
físicas que sugieren algo no perceptible físicamente (una idea, un sentimiento...). Se
trata, en suma, de una poesía que se propone sugerir todo cuanto está oculto en el fondo
de las cosas. A este arte de la sugerencia no le convienen ya las formas escultóricas,
cinceladas, que perseguían los parnasianos, sino un lenguaje musical.
También se advierten en los modernistas huellas de la literatura española,
fundamentalmente de los poetas postrománticos: Bécquer y Rosalía de Castro.
3.2. Temas
La temática del Modernismo apunta en dos direcciones: la que atiende a la exterioridad
sensible (lo legendario y lo pagano, lo exótico, lo cosmopolita) y la que apunta a la
intimidad del poeta, con su vitalismo y su sensualidad, pero también con su melancolía
y angustia. Pues bien, a partir de este último aspecto puede explicarse la unidad temática
de la literatura modernista.
1. Desazón “romántica”. Son notables las afinidades de talante entre románticos y
modernistas: vemos análogo rechazo de una sociedad en la que no encuentra lugar la
poesía y parecida sensación de desarraigo y de soledad. La melancolía (a veces, la
angustia) es un sentimiento central. Es sintomático de este talante la presencia de lo
otoñal, lo crepuscular, la noche.
Además, la crisis espiritual que alimenta a los modernistas les lleva a exaltar por encima
de la razón las pasiones y lo irracional; el misterio, lo fantástico y el sueño vuelven a
poblar los poemas.
2. Escapismo. Como el romántico, el modernista se evade del mundo con el que está en
desacuerdo. Hay una evasión en el espacio (se trata del conocido exotismo de la
literatura modernista, cuya aspecto más notorio es el gusto por lo oriental). Y hay
también una evasión en el tiempo (hacia el pasado medieval, renacentista, dieciochesco)
que es fuente de evocaciones históricas o legendarias. En la misma línea se sitúa el
gusto por la mitología clásica, con su brillantez y su sensualidad pagana.
De acuerdo con tales preferencias, aparecen por los poemas dioses, ninfas y centauros;
vizcondes y marquesitas; Pierrots y Colombinas; mandarines y odaliscas. Es un mundo
de pagodas, de viejos castillos, de salones versallescos y de jardines perfumados; un
mundo con cisnes y libélulas, flores de lis y flores de loto, marfil, jades y perlas Todo
ello obedece a la necesidad de soñar mundos de belleza en los que refugiarse de un
ambiente mediocre.
3. Cosmopolitismo. Es un aspecto más de la necesidad de evasión, del anhelo de buscar
lo distinto. Ese cosmopolitismo desemboca, sobre todo, en la devoción por París,
inspiradora de muchos versos modernistas.
4. Amor y erotismo. Se advierte un contraste entre un amor delicado y un intenso
erotismo: así, por un lado, encontramos muchas manifestaciones de un amor ideal,
imposible, acompañado casi siempre de melancolía; por otro, vemos también numerosas
muestras de un erotismo desenfrenado, que unas veces pueden interpretarse como un
desahogo vitalista ante las citadas frustraciones y que en otros casos enlazan con las
actitudes asociales y amorales características del espíritu modernista.
5. Los temas americanos y lo hispánico. Hay también en el Modernismo
hispanoamericano un cultivo de temas indígenas. Al principio es una manifestación más
de la evasión hacia el pasado y sus mitos, pero más tarde obedece al anhelo de buscar
las raíces de una personalidad colectiva. Y esa misma búsqueda de raíces explica la
presencia de los temas hispánicos en ese periodo.
3.2. La estética modernista. El lenguaje y la métrica
El Modernismo profesa un culto casi religioso a la Belleza. La poesía se considera el
arte supremo y se concibe como la búsqueda de la armonía, de lo absoluto. Las
principales características son las siguientes:
1. Literatura de los sentidos. Los poetas pretenden sugerir con las palabras las
sensaciones que otras artes consiguen a través del sonido, el color o la luz. Por ello
aluden frecuentemente a instrumentos musicales (arpas, liras, flautas) o a colores, sea
directamente, sea por medio de objetos preciosos (azul, violeta, rubí, zafiro); o recrean
olores exquisitos, generalmente insinuados por medio de flores y plantas (nardos,
jazmines, sándalo).
Observamos dos direcciones: la de la brillantez y los grandes efectos y la de lo delicado
y delicuescente. Así ocurre con los efectos sonoros: encontramos desde los acordes
rotundos (la voz robusta de las trompas de oro) hasta la musicalidad lánguida (iban
frases vagas y tenues suspiros / entre los sollozos de los violoncelos); o, también, con
los efectos plásticos: desde lo brillante (amor lleno de púrpuras y oros) hasta lo
tenuemente matizado (diosa blanca, rosa y rubia hermana).
2. Recursos estilísticos. Los modernistas se sirven de todos aquellos recursos que se
caracterizan por su valor ornamental o su poder sugeridor.
Los frecuentes recursos fónicos responden al ideal de musicalidad: así, los simbolismos
fonéticos (las trompas guerreras resuenan), la armonía imitativa (está mudo el teclado
de su clave sonoro) o la simple aliteración (bajo el ala aleve del leve abanico).
El léxico se enriquece con cultismos, neologismos, vocablos exóticos, acumulación de
palabras esdrújulas, adjetivación ornamental, etc.: unicornio, gobelinos, pavanas,
ebúrneo cisne, sensual hiperestesia...
La preeminencia de lo sensorial se manifiesta en el abundante empleo de sinestesias:
verso azul, risa de oro, sones alados, sol sonoro...
Destaca asimismo la riqueza de imágenes: Nada más triste que un titán que llora, /
hombre montaña encadenado a un lirio; la libélula vaga de una vaga ilusión; y la
carne que tienta con sus frescos racimos...
3. Variedad métrica. Se experimenta con estrofas, versos, acentos y rimas en la
búsqueda incesante de originalidad y ritmo musical. Típicos versos modernistas son los
alejandrinos, los dodecasílabos, los eneasílabos y también los versos libres. En cuanto a
las estrofas, predominan los sonetos más diversos, las silvas, los serventesios y, dado el
interés por la lírica popular de muchos de estos poetas, las coplas, seguidillas, romances
y cuartetas.
4. La Generación del 98
4.1. Nómina del 98
Se denomina Generación del 98 a un conjunto de escritores españoles que nacen a la
vida literaria en los últimos años del siglo XIX y el despuntar del siglo XX y que se
define por una coincidencia, en el espacio histórico de un decenio, de localización
geográfica, frecuentaciones sociales, influencias, actividades profesionales e
intelectuales, inquietudes y, sobre todo, temática y enfoque de la misma. El grupo está
integrado por Unamuno, Azorín, Baroja, Maeztu y, con las matizaciones que se verán
después, Antonio Machado y Valle-Inclán.
El 98 es el año de la derrota de España en la guerra con Estados Unidos. La liquidación
de lo que fue un gran imperio hace que se tome conciencia de la debilidad del país, se
analicen sus causas y se busquen soluciones. Es lo que harán los noventayochistas, pero
había antecedentes.
4.2. Precursores: los regeneracionistas y Ganivet
Se llama regeneracionistas a un conjunto de pensadores que ya desde años antes del 98
propugnaban medidas concretas para la regeneración del país. Intentaban combatir el
caciquismo, aconsejar obras que pudieran enriquecer a campesinos y obreros, trabajar a
favor de la educación y la orientación profesional, y luchar contra el ruralismo, el
aislamiento y la cerrazón a Europa, en la que veían modelos de progreso. Entre los
regeneracionistas destaca especialmente Joaquín Costa.
Ganivet, en su Idearium español, había analizado los rasgos del alma española, las
glorias pasadas, los males contemporáneos y la necesidad de una renovación espiritual,
asentada, eso sí, en las tradiciones profundas.
Las ideas de los regeneracionistas y de Ganivet hallaron eco en los miembros de la
Generación del 98.
4.3. Evolución
La Generación del 98 no forma un bloque monolítico: es preciso atender a su evolución.
4.3.1. La juventud del 98
Antes de 1900, la labor de Unamuno, Maeztu, Azorín y Baroja se emparenta con
movimientos políticos revolucionarios: aunque procedentes de la pequeña burguesía,
adoptan un izquierdismo radical.
Es distinto el caso de Valle y de Machado. El Valle-Inclán de 1900 es ideológicamente
tradicionalista ( y estéticamente modernista). Machado no se dará a conocer hasta 1903,
con Soledades, un libro de poesía intimista; sus ideas progresistas de entonces no pasan
todavía a su obra.
4.3.2. El grupo de los Tres
Componen este grupo Azorín, Baroja y Maeztu. En 1901 publican un Manifiesto en el
que diagnostican la descomposición de la atmósfera espiritual del momento, el
hundimiento de las certezas filosóficas, de los dogmas... Sí observan entre los jóvenes
un vago ideal altruista de mejorar la vida de los miserables. Lo que queda, entonces, es
encontrar algo que canalice esa fuerza. Pero ahora ya no confían en las doctrinas
políticas. Piensan que sólo una ciencia social puede poner al descubierto todas las llagas
sociales y estudiar soluciones.
Como vemos, los Tres han abandonado las ideas revolucionarias anteriores y se han
aproximado más al reformismo de los regeneracionistas.
La campaña fue un fracaso y el episodio los condujo a un desencanto total. Y en ese
desengaño de la acción concreta les había precedido Unamuno, quien en el año del
Manifiesto confiesa que ya no le interesan demasiado los asuntos económico-sociales;
lo que le preocupan ahora son los problemas espirituales del pueblo.
4.3.2. La madurez del 98
Los escritores adoptan unas posiciones fuertemente personales, lejos del común
radicalismo juvenil. No obstante, queda en todos ellos la lucha por algo que no es lo
material, es decir, un anhelo idealista. Presentan, además, otros rasgos comunes:
a. cierto irracionalismo neorromántico (coinciden en ello con los modernistas);
b. una especial preocupación por las cuestiones existenciales (el sentido de la vida,
el destino del hombre...);
c. un enfoque subjetivo del problema de España, es decir, una mirada empañada
por los anhelos y angustias personales; además, lo que les preocupa ahora no son
tanto los problemas materiales concretos como el “alma” del país (sus valores,
sus creencias).
La evolución ideológica de los autores es curiosa. Unamuno se debatiría toda su vida
entre contradicciones y luchas íntimas. Baroja se recluye en un escepticismo radical.
Azorín derivó hacia posturas conservadoras. Finalmente, Maeztu se convierte en un
portavoz de las derechas lindantes con el fascismo.
Ahora podemos apreciar el signo inverso de las trayectorias de Antonio Machado y
Valle-Inclán. Machado, en Campos de Castilla (1912), incorpora por fin
preocupaciones noventayochistas; pero pronto las desborda y avanza hacia posiciones
que lo distancian de los típicos hombres del 98. Valle, hacia 1917, pasa de su
tradicionalismo inicial a un progresismo a veces muy radical. Por tanto, igual que
Machado, está en un plano muy distinto del que por entonces ocupaban los cuatro
primeros noventayochistas estudiados.
4.4. Temas del 98
El tema de España es central. Los noventayochistas nunca abandonaron su intensa
preocupación por el país. Rechazan el ambiente político del momento y denuncian,
sobre todo en su juventud, el espíritu de la sociedad: su ramplonería, su apatía, su
parálisis... En cambio, exaltan, especialmente en su madurez, una “España eterna y
espontánea” ; de ahí su interés por el paisaje y la vida de los pueblos y por lo que hay de
permanente en su historia.
Las tierras de España fueron recorridas y descritas por ellos con dolor y con amor: junto
a una mirada crítica que descubre la pobreza y el atraso, encontramos, cada vez más,
una exaltación lírica de los pueblos y el paisaje; sobre todo de Castilla, en la que ven la
médula de España. Su atracción por lo austero de las tierras castellanas inaugura una
nueva sensibilidad, una estética de la pobreza.
Por lo que respecta a la historia, si al principio rastreaban en el pasado las raíces de los
males presentes, cada vez más bucean en ella para descubrir los valores permanentes de
Castilla y España, sus “esencias”. Es muy significativo que, por debajo de la historia
externa (reyes, hazañas...), les atrajera lo que Unamuno llamó la intrahistoria, es decir,
“la vida callada de los millones de hombres sin historia” que con su labor diaria ha
hecho la historia más profunda.
Por último, en los hombres del 98 el amor a España se combina con un anhelo de
europeización, muy vivo en su juventud. Con el tiempo, dominará en casi todos una
exaltación casticista.
Las preocupaciones existenciales ocupan un lugar central en la temática
noventayochista. Hay que situarlas en la crisis de fin de siglo. Encontramos en estos
escritores ese malestar vital, esa desazón “romántica” que vimos en los modernistas.
Así, ellos o sus personajes se interrogan sobre el sentido de la existencia humana, sobre
el tiempo, sobre la muerte, etc. Y son frecuentes los sentimientos de hastío de vivir o de
angustia.
Estrechamente vinculado con lo anterior está el problema religioso. Los del 98 fueron
agnósticos en su juventud. Baroja se mantuvo en esta actitud toda su vida. Unamuno, en
perpetua lucha entre su razón y su sed de Dios, fue un temperamento profundamente
religioso, pero angustiado y fuera de la ortodoxia católica. Azorín y Maeztu, en cambio,
adoptaron con el tiempo posiciones católicas tradicionales.
4.5. Estilo
Al igual que los modernistas, los hombres del 98 reaccionaron contra la grandilocuencia
o el prosaísmo de la literatura anterior. Todos ellos se propusieron renovar la lengua
literaria, y aunque cada uno posee un estilo fuertemente individualizado, encontramos
algunos rasgos comunes:
a. cierto ideal de sobriedad (contra el retoricismo), pero también un gran cuidado
de la forma (contra el prosaísmo);
b. gusto por las palabras tradicionales y terruñeras: ponen en circulación un enorme
caudal léxico que recogen en los pueblos o toman de los clásicos, llevados de su
amor a lo castizo y a las raíces culturales españolas;
c. un fuerte subjetivismo, que se manifiesta en el tono lírico de muchas de sus
páginas; y de ahí que en sus visiones del paisaje sea difícil separar lo visto de la
manera de mirar.
Finalmente, hay que destacar las innovaciones en los géneros literarios. Ante todo, el
grupo del 98 configuró el ensayo moderno, dándole una flexibilidad que le permitiría
recoger por igual la reflexión literaria, histórica o filosófica, la visión lírica del paisaje,
la expresión de lo íntimo, etc. En cuanto a la novela, se abandonan las maneras de la
prosa realista. Ya no se pretende reflejar con exactitud la realidad, porque lo que
interesan son las experiencias subjetivas o los problemas de conciencia. Eso explica el
gusto por la sugerencia, por la imprecisión, por la pincelada rápida que evoca los
descrito, la tendencia a lo inconcluso, etc. Y eso explica también que sea una novela que
admite profundas novedades técnicas, de manera que caben en ella la rapidez
impresionista y la andadura libre de Baroja, el ritmo lento de Azorín, que rompe con la
preeminencia de la fábula, o la introspección y las distorsiones de la realidad de las
novelas de Unamuno.
5. Autores
5.1. Miguel de Unamuno
5.1.1 Datos biográficos
Nació en Bilbao (1864). Estudió Filosofía y Letras en Madrid. Fue catedrático de
Griego en la Universidad de Salamanca. En esta ciudad vivió hasta su muerte, salvo de
1924 a 1930, en que estuvo desterrado por su oposición a la Dictadura de Primo de
Rivera. Murió en 1936.
Su vida fue de intensa actividad intelectual y de constante lucha. Lucha consigo mismo,
debatiéndose en contradicciones, sin hallar paz. Y lucha contra la “trivialidad” de su
tiempo o la falta de inquietudes, intentando sacudir las conciencias.
5.1.2. Estilo
Su lengua es también la de un luchador: vehemente, incitante. No busca la elegancia,
sino la expresividad, la intensidad afectiva. Él mismo dijo que buscaba una lengua
“seca, precisa, rápida..., caliente”.
Su lucha con la expresión y con las ideas se manifiesta en paradojas y antítesis, o en sus
esfuerzos por revitalizar el sentido o las resonancias de ciertas palabras. Es también
máximo exponente del gusto por las palabras terruñeras.
5.1.3. Obra
Unamuno cultivó todos los géneros (ensayo, novela, poesía y teatro) y en todos
proyectó sus grandes preocupaciones.
Su primer ensayo notable fue En torno al casticismo, donde insiste en la importancia de
la intrahistoria, la vida cotidiana de los hombres, más importante que los hechos
históricos sobresalientes, que no son más que la superficie de la verdadera historia. En
Del sentimiento trágico de la vida y La agonía del cristianismo desarrolla tres ideas
básicas: el miedo a la muerte, la necesidad de creer en Dios y la certeza racional de que
Dios no existe. El ansia de inmortalidad se había advertido ya en Vida de don Quijote y
Sancho. En todos estos libros aparece un escritor agónico, impulsivo y polémico al que
le agrada agitar las conciencias. Pero hay también un Unamuno contemplativo, que
añora la paz absoluta, la entrega a la contemplación de lo eterno. Esta tendencia a la
contemplación puede espigarse en toda su obra, pero especialmente en los libros que
recogen las impresiones de sus viajes: Por tierras de Portugal y España y Andanzas y
visiones españolas.
Unamuno se preocupa también de los problemas sociales y políticos de España. Una
vez abandonadas sus ideas socialistas, insiste en sus escritos en la antigua espiritualidad
española, necesaria para la regeneración moral. Llega a darle la vuelta a su idea inicial
de europeizar España y propone españolizar esa Europa necesitada de alimento
espiritual.
Entre sus novelas destacan Niebla, en la que el propio autor llega a convertirse en
personaje de ficción, La tía Tula y San Manuel Bueno, mártir. En las narraciones de
Unamuno prácticamente no existen descripciones porque no interesa el realismo
externo, sino que lo que de verdad importa son los conflictos íntimos de los personajes.
Los monólogos y los diálogos adquieren gran relevancia, puesto que son los
mecanismos idóneos para expresar las ideas e inquietudes de los protagonistas.
Compuso varios millares de poemas. Huye de la sonoridad fácil y aborda en ellos los
mismos temas que en su prosa: la angustia existencial, el sentimiento religioso, la
familia, la contemplación del paisaje, los problemas filosóficos, etc.
Esos temas son también los de su teatro, un teatro intelectual, próximo al ensayo.
Reduce al mínimo la intriga y los personajes y no presta atención a la ornamentación
escénica. Como en las novelas, son el diálogo y el monólogo, siempre densos, los
instrumentos privilegiados para llevar al espectador o lector la vida interior de los
personajes. Los dramas más destacados son Fedra, El otro y El hermano Juan.
5.2. José Martínez Ruiz, Azorín
5.2.1. Datos biográficos
Nació en Monóvar (Alicante) en 1873. Murió en 1866.
De joven profesó ideas revolucionarias, pero más tarde derivó hacia el
conservadurismo. Paralelamente, en lo religioso, pasó de su anticlericalismo inicial a un
escepticismo sereno y posteriormente a un catolicismo firme.
Su filosofía está centrada en una obsesión por el tiempo, por la fugacidad de la vida.
Pero no hay en él el patetismo de Unamuno, sino una tristeza íntima y un anhelo de
apresar lo que permanece por debajo de lo que huye. Es, cada vez más, un espíritu
nostálgico que vive para evocar.
5.2.2. Temas
Destacan, en primer lugar, las evocaciones de su infancia y juventud y, en segundo
lugar, y sobre todo, sus evocaciones de tierras y hombres de España, fundamentalmente
de Castilla. Como nadie, Azorín proyectó sobre lo que veía su sensibilidad nostálgica.
De ahí, el lirismo de sus descripciones.
5.2.3. Estilo
Su prosa se caracteriza, además de por su lirismo, por un fluir lento, apoyado en frases
cortas. Su ideal de estilo apunta a la precisión y la claridad.
En sus descripciones emplea una técnica miniaturista: atiende al detalle revelador,
cargado de sugerencias.
Finalmente, sus textos ejemplifican ese rescate de palabras olvidadas tan característico
de los hombres del 98.
5.2.4. Obras
Aunque también escribió teatro, destaca sobre todo por sus ensayos (Los pueblos,
Castilla...) y por sus novelas (La voluntad, Antonio Azorín, etc.). En sus novelas, casi
podemos hablar de disolución de la novela tradicional por la ausencia de hilo narrativo,
la disgregación estructural, la tendencia al intelectualismo... Se trata de un discurso
fragmentario, un rasgo que se corresponde con el deseo del autor de anular el tiempo y
la acción. Lógicamente, por tanto, hay un predominio absoluto de lo descriptivo y lo
discursivo.
5.3. Pío Baroja
5.3.1. Datos biográficos
Nació en San Sebastián en 1872. Estudió Medicina, pero apenas ejerció como médico:
dedicó casi toda su vida a la literatura. A principios de siglo participó también en
política, pero, desengañado pronto, su presencia en la vida pública fue cada vez menor.
Murió en 1956.
En el carácter de Baroja llamaban la atención su hipersensibilidad y timidez. Además,
fue un inconformista radical. De su anarquismo juvenil le quedó siempre una postura
iconoclasta, hostil a la sociedad. No creyó ni en Dios ni en la vida (la considera
incompresible y dolorosa) ni en el hombre (“Creo que el hombre es un animal dañino,
envidioso, cruel...”). Sin embargo, hay también en él una inmensa ternura por los seres
desvalidos o marginados. Esto y la sinceridad son las bases de su ética.
Como hombre del 98, amó a España y le preocuparon sus problemas, pero, pasadas sus
esperanzas juveniles, no se hizo ilusiones.
5.3.2. Concepción de la novela
“Yo escribo mis libros sin ningún plan”. En efecto, las novelas de Baroja son de
construcción muy libre: en ellas se van yuxtaponiendo episodios, anécdotas,
digresiones, y aparecen y desaparecen los más variados personajes.
“Mi preocupación es hacer la novela poco aburrida”. Ese deseo de entretener al lector
justifica la acción incesante, los rápidos cambios de escenario, la profusión de
personajes, la abundancia de escenas dialogadas, los capítulos breves y los párrafos
cortos.
Quería reflejar la vida en toda su espontaneidad. La observación y la invención se
combinan perfectamente en su obra. Todo en Baroja da “la sensación de lo visto, de lo
vivido”. Pero, a la vez, de sus páginas se desprende su desencantada concepción del
mundo. Los personajes son frecuentemente seres al margen de la sociedad o en lucha
con ella. Existe en sus narraciones un constante enfrentamiento entre vida y
pensamiento, porque los seres que más piensan son los que más sufren.
5.3.4. Estilo
Baroja lleva a tal extremo la tendencia antirretórica de los noventayochistas que se le
acusó de descuidado. Pero su prosa es espontánea y vivísima, con absoluto predominio
de la frase corta y el párrafo breve.
El relato fluye rápido, ameno. Las descripciones suelen ser tan escuetas como vivas. Y
el diálogo, en el que Baroja es un maestro, destaca por su autenticidad conversacional.
Ahora bien, también es capaz de bellas evocaciones líricas que, en ocasiones,
interrumpen la narración.
5.4.5. Obras
Baroja escribe casi una decena de libros de relatos breves y más de sesenta novelas,
compuestas las más importantes antes de 1915.
Una buena parte de su narrativa se agrupa en trilogías, entre las que sobresalen La lucha
por la vida (La busca, Mala hierba y Aurora roja), Tierra vasca (La casa de Aizgorri,
El mayorazgo de Labraz y Zalacaín el aventurero) y La raza (La dama errante, La
ciudad de la niebla y El árbol de la ciencia).
Citamos sueltos otros títulos inolvidables: Camino de perfección y Las inquietudes de
Shanti Andía.
Finalmente, hay que recordar las veintidós obras que componen la serie Memorias de un
hombre de acción, novelas históricas ambientadas en la España del siglo XIX y cuyo
protagonista es Aviraneta, un dinámico personaje de ese siglo.
5.5. Antonio Machado
5.5.1. Datos biográficos
Nació en Sevilla (1875). En Soria (donde ejerció como profesor de Francés en un
instituto) conoce a la joven Leonor, con quien se casa. Leonor muere al poco tiempo.
Desesperado, deja Soria. Ejercerá en Baeza, Segovia y Madrid. Fiel partidario de la
República, tiene que exiliarse a Francia en 1939, y ese mismo año muere en Colliure.
Fue un hombre sencillo, ensimismado, de honda sensibilidad. Ideológicamente, se
formó en un liberalismo progresista; más tarde, al contacto con las desigualdades
sociales, derivará hacia un humanitarismo revolucionario.
5.5.2. Obra poética
En 1903 publica su primer libro, Soledades, que se amplía en 1907 con el título de
Soledades, galerías y otros poemas. Es una obra típicamente modernista, pero del
Modernismo intimista: Machado escribe “mirando hacia dentro”. Le interesa apresar
“los universales del sentimiento”, es decir, sentimientos universales que giran en torno
al tiempo, a la muerte, a Dios. La soledad, la melancolía o la angustia traspasan los
versos. Es muy característico el empleo de símbolos: el camino, el espejo, el agua, la
noria, las galerías, la tarde, etc. Sus significados son muy diversos y a veces cambiantes:
así, la fuente, el agua que brota, es símbolo de anhelos e ilusiones, pero también, en
algún caso, de la monotonía de la vida; la tarde es el momento propicio para la
meditación, pero muy a menudo es símbolo de decadencia, de acabamiento.
En 1912 aparece por primera vez Campos de Castilla (se reeditará después en varias
ocasiones con nuevos poemas). Se advierten cambios fundamentales con respecto a
Soledades: se atenúan el subjetivismo y la introspección y pasa a primer plano la
realidad exterior. Si en Soledades el paisaje tiene un carácter simbólico en el que se
proyecta el yo íntimo, en Campos de Castilla es ya más objetivo; aquí, antes que recrear
un atmósfera sentimental propicia a la meditación, Machado describe paisajes reales
que, muchas veces, se pueblan de presencias humanas o aluden a circunstancias
históricas. El yo del poeta pasa a segundo plano y se abre a los otros.
Conviven en la obra poemas muy diversos. Abundan los que describen los paisajes y las
gentes de Castilla. Se da cuenta del contraste entre el pasado glorioso de esas tierras y
su andrajoso presente. Cuando, después de la muerte de Leonor, recuerda Castilla desde
Baeza, el paisaje aparece otra vez teñido de subjetividad. También del periodo de Baeza
son los poemas de paisajes y tipos andaluces, en los que el autor critica la España
tradicional, religiosa y conservadora. Además, un nuevo tipo de poesía hace su
aparición en Campos de Castilla: la poesía sentenciosa y moral que integra la serie
Proverbios y cantares.
En 1924 aparece su último libro de poemas: Nuevas canciones. Si Machado había
abandonado en Campos de Castilla la introspección subjetiva, tampoco la supuesta
visión objetiva de las cosas lo satisfizo por mucho tiempo, pues comprobó que, si el
mundo exterior (el paisaje, la tierra) le interesaba, era fundamentalmente como
escenario de la vida de los demás y de la propia. A este dilema se enfrenta en Nuevas
canciones. Desvela aquí su visión de la poesía: no es un hecho sólo subjetivo ni sólo
objetivo, sino que existe en virtud de unos sentimientos que se dan históricamente como
producto de los valores que crean los hombres, y que cambian cuando lo hacen dichos
valores. La poesía es también un modo de conocimiento, pero no a la manera científica,
mediante el uso de la razón y de la lógica, sino a través de la vía de la intuición. La
misión del poeta es captar el fluir temporal al tiempo que da cuenta de la esencia
permanente de las cosas.
Hasta el final de su vida continuó componiendo textos poéticos, entre los que destacan
“Canciones a Guiomar” y las poesías escritas durante la Guerra Civil.
5.5.3. Prosa y teatro
El único libro en prosa que publicó Machado fue Juan de Mairena (1936), una
colección de escritos que aparecieron primero en prensa. Mairena es un filósofo y poeta
inventado que discurre sobre temas poéticos, filosóficos, sociales, políticos, etc. Es una
obra imprescindible para conocer el pensamiento del autor.
Finalmente, en colaboración con su hermano Manuel escribió también siete obras
teatrales.
5.6. Ramón María del Valle-Inclán
5.6.1. Datos biográficos
Nació en 1866 en Villanueva de Arosa (Pontevedra). Murió en 1936.
Su figura era inconfundible: manco, melena y barbas largas, y peculiar indumentaria.
Estos rasgos superficiales revelan su forma de ser: es un inconformista y, también, un
hombre que literaturiza su existencia.
Políticamente fue primero tradicionalista; por aversión a la civilización burguesa, que le
parecía fea, se aferraba a los viejos valores. Pero, a partir de 1915, da un giro radical: se
sigue oponiendo a lo mismo, pero ahora desde la izquierda, adoptando posturas
revolucionarias que llegan hasta el comunismo.
5.6.2. Obra
La amplia producción de Valle abarca todos los géneros. Y en todos se aprecia una
profunda evolución, paralela a su cambio ideológico. A grandes rasgos, pasa de un
modernismo refinado y nostálgico a una postura crítica expresada en un estilo
desgarrado, radicalmente nuevo.
Podemos distinguir cuatro periodos en su obra: hasta 1906, influido por el decadentismo
modernista; de 1907 a 1909, cuando escribe obras de acentuado primitivismo; de 1910 a
1920, época de las farsas y otras obras artificiosas; y a partir de 1920, etapa de los
esperpentos.
5.6.2.1. Etapa decadentista
Las obras más notables de esta etapa son las Sonatas: Sonata de otoño, Sonata de estío,
Sonata de primavera y Sonata de invierno. Estructuradas como una composición
musical en cuatro tiempos, van ligando simbólicamente la estación del año y el marco
geográfico con la edad y pasiones del protagonista, el marqués de Bradomín, típico
aristócrata decadente (elegante, exquisito, amoral, aventurero, provocador, cínico e
incluso violento a veces). En un ambiente de misterio y leyenda, entre preciosos
jardines y lujosos interiores, se exalta nostálgicamente un mundo refinado en vías de
desaparición. El esmerado lenguaje y cuidado estilo de las Sonatas hacen de su prosa la
más brillante del Modernismo español.
5.6.2.2. Etapa del primitivismo
En apenas tres años escribe Valle cinco obras muy importantes: las dos primeras
Comedias bárbaras y la trilogía de novelas de La guerra carlista. En ellas ensaya otro
camino también propio del Modernismo: el primitivismo. La violencia, la crueldad, la
barbarie, la brutalidad, las pasiones desbordadas, el mundo rural con sus leyendas,
mitos, ritos mágicos y supersticiones populares son rasgos comunes de los dos dramas y
de las tres novelas.
5.6.2.3. Etapa de las farsas y obras artificiosas
Durante la segunda década del siglo Valle escribe diversas obras teatrales, en su mayor
parte en verso. Se trata de experimentos dramáticos con los que crea un mundo
artificioso, muy literario y estilizado: Farsa infantil de la cabeza del dragón, Voces de
gesta, El embrujado...
5.6.2.4. Etapa de los esperpentos
En 1920 publica Luces de bohemia, obra capital en el teatro español contemporáneo y
primero de los esperpentos. Características de los esperpentos son la mezcla de lo
cómico y lo serio, la concepción de los personajes como títeres, la caricatura, la
deformación de la realidad, el gusto por lo grotesco, el tono de farsa, la intención
satírica y burlesca, etc. Algunos de estos rasgos ya aparecían en otra obra de 1920,
Divinas palabras, y se acentúan en las obras teatrales posteriores: Los cuernos de don
Friolera, Las galas del difunto y La hija del capitán. En todas ellas es además muy
importante la crítica social y política.
Las novelas de esta época también muestran rasgos esperpénticos: Tirano Banderas y la
serie de El ruedo ibérico. Estas obras se aproximan a los esperpentos teatrales no sólo
en estilo, lenguaje y configuración de personajes, sino también en la relevancia del
diálogo, al que se subordinan la narración y la descripción, reducidas muchas veces a
acotaciones parecidas a las de un guión cinematográfico.
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