Camino hacia Dios El Espíritu de Dios habita en ustedes «Desde mi primera Encíclica, Redemptor hominis, he mirado hacia esta fecha (el Gran Jubileo del año 2000) con la única intención de preparar los corazones de todos a hacerse dóciles a la acción del Espíritu»1. La misión reconciliadora del Señor Jesús la condensó San Pablo de este modo: «al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo 2 que clama: ¡Abbá, Padre!» . Este Espíritu, obtenido para nosotros por la obra reconciliadora del Hijo, nos ha sido dado por el sacramento del Bautismo3: entonces, liberados del pecado y por el nacimiento «del agua y del Espíritu»4, recibimos la filiación adoptiva y desde entonces el Espíritu 5 del Hijo habita en nosotros . 76 Llamados a la santidad Una vida espiritual intensa Todo bautizado está llamado a la santidad. Ésta consiste en alcanzar la plena conformación con el Señor Jesús, el Hijo de Santa María. En palabras de San Pablo: se trata de llegar «al estado de hombre perfecto, a la madurez de la plenitud de Cris6 to» . Esta conformación, proceso dinámico y progresivo por el que quienes hemos sido hechos partícipes de su vida filial llegamos a ser cada vez más hijos en el Hijo hasta alcanzar la perfección de la caridad, es realizada —con nuestra libre y activa cooperación— por el Espíritu Santo: Él es quien nos renueva interiormente7, quien transforma nuestros corazones8, Él el principio de vida nueva y principio de santificación para nosotros, Él quien «nos conforma con Cristo Jesús y nos 9 hace partícipes de su vida filial» . Por el Espíritu, y no mediante un mero ejercicio de autoperfeccionamiento, podemos responder a la vocación a ser «santos e inmacula10 dos en su presencia, en el amor» . La presencia e inhabitación del Espíritu de Cristo en nosotros exige de nuestra parte una respuesta que corresponda al don recibido. Para ello debemos aprender a hacernos dóciles a la acción del Espíritu, de modo que podamos vivir y obrar según el Espíritu11. ¿Cómo lograr esto? De lo dicho anteriormente se desprende claramente que no podemos vivir la vida nueva, desplegarnos ni dar fruto de santidad si no tomamos en serio nuestra relación con el Espíritu Santo. Nuestra vida cristiana no puede admitir una relación con el Espíritu que sea pasiva, fría o despreocupada. ¡Todo lo contrario! Hay que trabajar por que nuestra relación con Él sea intensa y comprometida12. El fuego del Amor divino debe arder en nuestros corazones como ardió en el Corazón de la Virgen Madre, y ello no es posible si es que no nos esforzamos en construir todos los días «un universo interior, inspirado y sostenido por el Espíritu, alimentado de oración y orientado a la acción»13. Ser hombres y mujeres espirituales no consiste, como ha advertido el Santo Padre, «en llegar a ser casi “inmateriales”, desencarnados sin asumir un compromiso responsable en la historia. En efecto, la presencia del Espíritu Santo en nosotros, lejos de llevarnos a una “evasión” alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro “hombre nuevo” impregne el espacio y el tiempo de la novedad evangélica»14. Una auténtica vida espiritual lleva al recto obrar, a procurar con nuestras palabras y accio- nes que la dinámica de la Buena Nueva alcance y transforme cuanto está en contraste con la Palabra y con el designio de salvación. Dejándonos educar por María Ya hemos dicho que por el don del Espíritu Santo llegamos a ser hijos en el Hijo: hijos adoptivos por medio 15 de Jesucristo . Pero, ¿cómo hemos de vivir esta condición filial? El Señor Jesús, señalándonos a su Madre desde el madero de la cruz, nos reveló el misterio de su maternidad espiritual: ¡Ella es verdadera16 mente nuestra Madre! Como tal, el Hijo le ha encomendado una función dinámica en nuestro proceso de conformación con Él. Por tanto, de Ella hay que aprender cómo cooperar con el Espíritu de su Hijo que en nosotros habita. En efecto, aquella cuya vida entera «transcurre en presencia del Espíritu de Dios», aquella que es «la gran cooperadora, por su docilidad a la acción de la gracia»17, es excelente Maestra y Educadora. Santa María es la «que ha sido llamada antena que atrae al Espíritu de Dios»18, quien también hoy nos reúne en torno a sí, en oración, enseñándonos a preparar nuestros corazones para recibir el fuego del Amor divino que nos transforma en valientes y audaces apóstoles de su Hijo. El Espíritu nos impulsa al apostolado «El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos»19. Con estas palabras el Señor Jesús manifiesta que toda su Persona y su existencia estaba llena, invadida plenamente, en su ser y obrar, del Espíritu Santo. El Espíritu, que habita plenamente en Cristo, habita también plenamente en su Cuerpo místico, que es la Iglesia. Por tanto, todos los que por el Bautismo y la Confirmación hemos sido ungidos y consagrados por su mismo Espíritu, participamos plenamente «en la misión de Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee»20. Para cumplir con eficacia y valentía con esta misión de anunciar y llevar a todos el don de la reconciliación, no dejemos de pedir con insistencia a Santa María que Ella atraiga incesantemente el Espíritu de su Hijo sobre nosotros, para que nunca nos falte la fuerza y dinamismo apostólico necesarios para ayudar en el crecimiento de la Iglesia. Preguntas para el diálogo 1. ¿Qué es lo que el Sacramento del Bautismo nos devuelve y a qué somos llamados después de haberlo recibido? 2. ¿Cómo se describe al Espíritu Santo, cómo lo describes tú? 3. Hemos dicho que para que la fuerza del Espíritu fructifique en nosotros debemos cooperar con él, ¿cuán importante crees que sea este punto para alcanzar la santidad? ¿cómo lo vives en tu vida? 4. San Juan Pablo II nos habla sobre lo que significa ser hombres y mujeres espirituales. Comenta la cita 14. 5. ¿Por qué María es nuestra principal y mejor intercesora de las gracias del Espíritu? 6. ¿Qué tan importante es la vida interior para el apostolado? Citas para la oración Notas 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7. 8. 9. 10. 11. 12. 13. 14. 15. 16. 17. 18. 19. 20. Incarnationis Mysterium, 2. Gál 4,4-7. Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1213. Jn 3,3-5. Ver Rom 8,9.11; 1Cor 3,16; 6,19. Ef 4,13. Ver Sal 50,12. Ver Jer 36,25-27. Pastores dabo vobis, 19. Ef 1,4. Ver Gál 5, 25. Ver Luis Fernando Figari, Trinidad y Creación, FE, Lima 1992, p.35-36. S.S. Juan Pablo II, Catequesis del 21/10/98, n.8. Allí mismo, n. 4. Ver Ef 1,4-5. Ver Luis Fernando Figari, En Compañía de María, VE, Lima, 1995, p. 38. Allí mismo, p. 123. Allí mismo, p. 124. Lc 4,18. Catecismo de la Iglesia Católica, 1294. La promesa del Espíritu: Jl 3,1; Ez 36,25-27. El Don del Resucitado: Jn 20,22; Rom 8,11. El Espíritu Santo habita en nosotros: Rom 8,9.11; Somos templo del Espíritu: 1Cor 3,16; 6,19; El Espíritu realiza la filiación divina: Gál 4,5-7; Rom 8,14-16; El Espíritu nos incorpora a la Iglesia: 1Cor 12,13; realiza la unidad en la diversidad: 1Cor 12,4-11; suscita la fe: 1Cor 12, 3; derrama en los corazones la caridad: Rom 5,5; permite andar en esperanza: Rom 15,13; Los frutos del Espíritu: Gál 5,16-24. Obrar conforme al Espíritu o la primacía de lo espiritual: Gál 5,25; 6,8-10; Rom 8,4-8. La fuerza del Espíritu impulsa al anuncio: Hch 1,8; 2,1-4.