CHD 076 jun2000 El Espiritu de Dios habita en ustedes

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Camino hacia Dios
El Espíritu de
Dios habita
en ustedes
«Desde mi primera
Encíclica, Redemptor
hominis, he mirado
hacia esta fecha (el
Gran Jubileo del año
2000) con la única
intención de preparar
los corazones de
todos a hacerse
dóciles a la acción del
Espíritu»1.
La misión reconciliadora del Señor
Jesús la condensó San Pablo de este
modo: «al llegar la plenitud de los
tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para
rescatar a los que se hallaban bajo la
ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. La prueba de que sois
hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo
2
que clama: ¡Abbá, Padre!» . Este
Espíritu, obtenido para nosotros por
la obra reconciliadora del Hijo, nos
ha sido dado por el sacramento del
Bautismo3: entonces, liberados del
pecado y por el nacimiento «del agua
y del Espíritu»4, recibimos la filiación
adoptiva y desde entonces el Espíritu
5
del Hijo habita en nosotros .
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Llamados a la santidad
Una vida espiritual intensa
Todo bautizado está llamado a la
santidad. Ésta consiste en alcanzar
la plena conformación con el Señor
Jesús, el Hijo de Santa María. En
palabras de San Pablo: se trata de
llegar «al estado de hombre perfecto,
a la madurez de la plenitud de Cris6
to» . Esta conformación, proceso
dinámico y progresivo por el que
quienes hemos sido hechos partícipes de su vida filial llegamos a ser
cada vez más hijos en el Hijo hasta
alcanzar la perfección de la caridad,
es realizada —con nuestra libre y
activa cooperación— por el Espíritu
Santo: Él es quien nos renueva interiormente7, quien transforma nuestros corazones8, Él el principio de
vida nueva y principio de santificación para nosotros, Él quien «nos
conforma con Cristo Jesús y nos
9
hace partícipes de su vida filial» .
Por el Espíritu, y no mediante un
mero ejercicio de autoperfeccionamiento, podemos responder a la
vocación a ser «santos e inmacula10
dos en su presencia, en el amor» .
La presencia e inhabitación del Espíritu de Cristo en nosotros exige de
nuestra parte una respuesta que
corresponda al don recibido. Para
ello debemos aprender a hacernos
dóciles a la acción del Espíritu, de
modo que podamos vivir y obrar
según el Espíritu11. ¿Cómo lograr
esto?
De lo dicho anteriormente se desprende claramente que no podemos
vivir la vida nueva, desplegarnos ni
dar fruto de santidad si no tomamos
en serio nuestra relación con el Espíritu Santo. Nuestra vida cristiana
no puede admitir una relación con
el Espíritu que sea pasiva, fría o despreocupada. ¡Todo lo contrario!
Hay que trabajar por que nuestra
relación con Él sea intensa y comprometida12. El fuego del Amor
divino debe arder en nuestros corazones como ardió en el Corazón de
la Virgen Madre, y ello no es posible
si es que no nos esforzamos en construir todos los días «un universo
interior, inspirado y sostenido por el
Espíritu, alimentado de oración y
orientado a la acción»13.
Ser hombres y mujeres espirituales
no consiste, como ha advertido el
Santo Padre, «en llegar a ser casi
“inmateriales”, desencarnados sin
asumir un compromiso responsable
en la historia. En efecto, la presencia
del Espíritu Santo en nosotros, lejos
de llevarnos a una “evasión” alienante, penetra y moviliza todo nuestro ser: inteligencia, voluntad, afectividad, corporeidad, para que nuestro “hombre nuevo” impregne el
espacio y el tiempo de la novedad
evangélica»14. Una auténtica vida
espiritual lleva al recto obrar, a procurar con nuestras palabras y accio-
nes que la dinámica de la Buena
Nueva alcance y transforme cuanto
está en contraste con la Palabra y
con el designio de salvación.
Dejándonos educar por María
Ya hemos dicho que por el don del
Espíritu Santo llegamos a ser hijos
en el Hijo: hijos adoptivos por medio
15
de Jesucristo . Pero, ¿cómo hemos
de vivir esta condición filial? El
Señor Jesús, señalándonos a su
Madre desde el madero de la cruz,
nos reveló el misterio de su maternidad espiritual: ¡Ella es verdadera16
mente nuestra Madre! Como tal,
el Hijo le ha encomendado una función dinámica en nuestro proceso de
conformación con Él. Por tanto, de
Ella hay que aprender cómo cooperar con el Espíritu de su Hijo que en
nosotros habita. En efecto, aquella
cuya vida entera «transcurre en presencia del Espíritu de Dios», aquella que es «la gran cooperadora, por
su docilidad a la acción de la gracia»17, es excelente Maestra y Educadora.
Santa María es la «que ha sido llamada antena que atrae al Espíritu
de Dios»18, quien también hoy nos
reúne en torno a sí, en oración, enseñándonos a preparar nuestros corazones para recibir el fuego del Amor
divino que nos transforma en valientes y audaces apóstoles de su Hijo.
El Espíritu nos impulsa
al apostolado
«El Espíritu del Señor sobre mí,
porque me ha ungido para anunciar
a los pobres la Buena Nueva, me ha
enviado a proclamar la liberación a
los cautivos y la vista a los ciegos,
para dar la libertad a los oprimidos»19. Con estas palabras el Señor
Jesús manifiesta que toda su Persona y su existencia estaba llena, invadida plenamente, en su ser y obrar,
del Espíritu Santo.
El Espíritu, que habita plenamente
en Cristo, habita también plenamente en su Cuerpo místico, que es
la Iglesia. Por tanto, todos los que
por el Bautismo y la Confirmación
hemos sido ungidos y consagrados
por su mismo Espíritu, participamos plenamente «en la misión de
Jesucristo y en la plenitud del Espíritu Santo que éste posee»20.
Para cumplir con eficacia y valentía
con esta misión de anunciar y llevar
a todos el don de la reconciliación,
no dejemos de pedir con insistencia
a Santa María que Ella atraiga incesantemente el Espíritu de su Hijo
sobre nosotros, para que nunca nos
falte la fuerza y dinamismo apostólico necesarios para ayudar en el
crecimiento de la Iglesia.
Preguntas para el diálogo
1. ¿Qué es lo que el Sacramento del
Bautismo nos devuelve y a qué
somos llamados después de haberlo
recibido?
2. ¿Cómo se describe al Espíritu Santo,
cómo lo describes tú?
3. Hemos dicho que para que la fuerza
del Espíritu fructifique en nosotros
debemos cooperar con él, ¿cuán
importante crees que sea este punto
para alcanzar la santidad? ¿cómo lo
vives en tu vida?
4. San Juan Pablo II nos habla sobre lo
que significa ser hombres y mujeres
espirituales. Comenta la cita 14.
5. ¿Por qué María es nuestra principal y
mejor intercesora de las gracias del
Espíritu?
6. ¿Qué tan importante es la vida interior para el apostolado?
Citas
para la oración
Notas
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
11.
12.
13.
14.
15.
16.
17.
18.
19.
20.
Incarnationis Mysterium, 2.
Gál 4,4-7.
Ver Catecismo de la Iglesia Católica, 1213.
Jn 3,3-5.
Ver Rom 8,9.11; 1Cor 3,16; 6,19.
Ef 4,13.
Ver Sal 50,12.
Ver Jer 36,25-27.
Pastores dabo vobis, 19.
Ef 1,4.
Ver Gál 5, 25.
Ver Luis Fernando Figari, Trinidad y
Creación, FE, Lima 1992, p.35-36.
S.S. Juan Pablo II, Catequesis del 21/10/98,
n.8.
Allí mismo, n. 4.
Ver Ef 1,4-5.
Ver Luis Fernando Figari, En Compañía de
María, VE, Lima, 1995, p. 38.
Allí mismo, p. 123.
Allí mismo, p. 124.
Lc 4,18.
Catecismo de la Iglesia Católica, 1294.
La promesa del Espíritu: Jl 3,1;
Ez 36,25-27.
El Don del Resucitado: Jn
20,22; Rom 8,11.
El Espíritu Santo habita en
nosotros: Rom 8,9.11; Somos
templo del Espíritu: 1Cor 3,16;
6,19; El Espíritu realiza la
filiación divina: Gál 4,5-7; Rom
8,14-16; El Espíritu nos
incorpora a la Iglesia: 1Cor
12,13; realiza la unidad en la
diversidad: 1Cor 12,4-11; suscita la fe: 1Cor 12, 3; derrama en
los corazones la caridad: Rom
5,5; permite andar en
esperanza: Rom 15,13; Los
frutos del Espíritu: Gál 5,16-24.
Obrar conforme al Espíritu o la
primacía de lo espiritual: Gál
5,25; 6,8-10; Rom 8,4-8.
La fuerza del Espíritu impulsa
al anuncio: Hch 1,8; 2,1-4.
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