helena contadora de historias (odisea iv 233-264)

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HELENA CONTADORA DE HISTORIAS (ODISEA IV 233-264)
HELENA GUZMÁN
UNED (Madrid)
1. Tal vez la crítica filológica no se ha detenido a analizar con el suficiente detalle los
rasgos peculiares que presenta la figura de Helena en la Odisea. Está muy lejos tanto del
tipo que representa en la Ilíada como del que más tarde subirá a los escenarios de la Tragedia. Ahora, en la Odisea, nuestra heroína ha vuelto a Esparta, a su punto de partida,
al hogar que un día abandonó, y lo ha hecho en compañía de su ultrajado esposo. Este
nuevo contexto supone una diferencia radical con la tensión emocional que generaba
su existencia en Troya. Suele decirse que ahora se ha convertido en una modélica ama
de casa, pero tampoco esto es del todo cierto. Helena en toda su historia narrativa es un
personaje complejo, en el que subyace siempre una inequívoca ambigüedad, aunque a
veces, como sucede en la Odisea, aparezca de forma menos diáfana.
Su intervención directa en el Canto IV, cuando Telémaco llega a la corte de Esparta
en busca de noticias de su padre, presenta unos rasgos que merecen un análisis detenido.
En un trabajo anterior1 destacábamos su actuación como maga, como dispensadora de
drogas que provocan el olvido, lo que en cierta medida la empareja a otros personajes
femeninos odiseicos, sobre todo Circe, aunque hay otros elementos diferenciadores, en
especial su intención última positiva de “alcanzar el olvido, que libera de los pesares”.
Pues bien, en esa misma escena del poema Helena pasa a servirse de otro recurso, y
también con la misma benefactora pretensión de hacer que los entristecidos asistentes
al banquete recobren el ánimo, olvidándose de los pesares que los rodean, en especial
lógicamente el joven Telémaco que, lleno de angustia, deambula por los reinos griegos
a la búsqueda de noticias sobre el paradero, incluso la simple subsistencia, de su padre
Odiseo. Este nuevo recurso de Helena es el relato, el contar una historia pasada, que
produce deleite. Estamos, pues, ante una Helena próxima a la figura de los aedos o, de
otro lado, a la función de las Sirenas. En todos esos contextos el relato se yergue como
elemento central activo, aunque luego, claro está, hay diferencias en los detalles, que
conviene precisar con rigor para que el cuadro resultante sea lo más preciso posible.
1
H. Guzmán, “Helena la maga (Odisea IV 219-233)”, en Ad amicam amicissime scripta, Homenaje a la profesora María José López de Ayala y Genovés, UNED, Madrid 2005, pp. 69-76.
KOINÒS LÓGOS. Homenaje al profesor José García López
E. Calderón, A. Morales, M. Valverde (eds.), Murcia, 2006, pp. 405-412
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2. Primero es necesario concretar los componentes básicos de la intervención de la figura del aedo en los poemas homéricos, y es bien sabido que precisamente la Odisea nos
ofrece un material inmejorable. Si analizamos con detenimiento, por ejemplo, la escena
de Femio en el canto primero, podemos señalar algunos elementos caracterizadores de
este tipo de escenas.
En primer lugar, la intervención del aedo tiene lugar en el contexto del banquete,
donde prima la alegría de la celebración. En efecto, los pretendientes se banquetean en
el palacio de Odiseo, el cierre óptimo de una situación tal es el canto y la danza (Od.
I 150ss.):
au)ta\r e)peiì po/sioj kaiì e)dhtu/oj e)c eÃron eÀnto
mnhsth=rej, toiÍsin me\n e)niì fresiìn aÃlla memh/lei,
molph/ t o)rxhstu/j te: ta\ ga/r t a)naqh/mata daito/j.
“Después, apenas hubieron saciado su apetito de comida y bebida, los pretendientes ocuparon su atención en otras cosas: el canto y la danza, que son,
desde luego, la corona del festín2.”
Y esta situación la volvemos a encontrar en la escena del aedo Demódoco en el
Canto VIII 72ss.
El contenido del canto son las hazañas de los héroes, lo que lleva implícito que la
actividad es básicamente cosa de hombres, mientras que a las mujeres corresponde
afanarse en el telar y la rueca. Penélope define con precisión los temas objeto del relato
y sus destinatarios (I 337ss.):
“Fh/mie, polla\ ga\r aÃlla brotw½n qelkth/ria oiådaj
eÃrg a)ndrw½n te qew½n te, ta/ te klei¿ousin a)oidoi¿:
tw½n eÀn ge/ sfin aÃeide parh/menoj, oi¸ de\ siwpv=
oiånon pino/ntwn: ...”
“Femio, tú sabes, sí, muchas otras historias fascinantes de héroes, hazañas de
hombres y de dioses, que los aedos hacen famosas. Una cualquiera de ésas
canta para éstos, sentado a su lado, y que ellos en silencio beban vino ...”
Y unos versos más adelante (356ss.) Telémaco lo afirma de forma más rotunda:
“a)ll ei¹j oiåkon i¹ou=sa ta\ s au)th=j eÃrga ko/mize,
i¸sto/n t h)laka/thn te, kaiì a)mfipo/loisi ke/leue
eÃrgon e)poi¿xesqai: mu=qoj d aÃndressi melh/sei
pa=si, ma/lista d e)moi¿: ...”
2
propias.
Utilizo la traducción de C. García Gual, Madrid, Alianza, 2004, salvo aportaciones puntuales
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“Así que ve dentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de
la rueca, y ordena a las criadas que se apliquen al trabajo. El relato (mu=qoj)
estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío ...”
Un componente central en la historia que cuenta el aedo, es el binomio deleiteseducción: el relato produce deleite (te/rpw) en los asistentes, que quedan seducidos
(qe/lgw) por el encanto de la historia. En el pasaje arriba citado (v. 337) se habla de
qelkth/ria “historias seductoras”, y unos versos más adelante (346 s.):
“mh=ter e)mh/, ti¿ t aÃra fqone/eij e)ri¿hron a)oido\n
te/rpein oÀppv oi¸ no/oj oÃrnutai; ...”
“Madre mía, ¿por qué ahora le impides al muy fiel aedo que nos deleite, del
modo en que le impulsa su mente? ...”
Y en todo momento es claro que el poeta no altera el contenido de la historia que
canta, sino que realmente es sólo Zeus el responsable de los hechos de los héroes (347
ss.):
...
ouà nu/ t a)oidoiì
aiãtioi, a)lla/ poqi Zeu\j aiãtioj, oÀj te di¿dwsin
a)ndra/sin a)lfhstv=sin oÀpwj e)qe/lvsin e(ka/st%.
“No son en nada culpables los aedos, sino que en cierto modo es Zeus el
responsable, quien da a los mortales comedores de trigo lo que quiere y como
quiere, a cada uno.”
Finalmente, al menos en ocasiones, el relato que canta el aedo busca calmar la
excitación negativa del momento. En la escena que venimos tomando como patrón de
referencia, los pretendientes una vez más están inmersos en un estado de insolencia y
alboroto en el palacio de Odiseo, deseosos de acostarse con Penélope, y Telémaco en
tal situación pretende calmarlos acudiendo a la intervención del aedo (vv. 365-71):
mnhsth=rej d o(ma/dhsan a)na\ me/gara skio/enta:
pa/ntej d h)rh/santo paraiì lexe/essi kliqh=nai.
toiÍsi de\ Thle/maxoj pepnume/noj hÃrxeto mu/qwn:
“mhtro\j e)mh=j mnhsth=rej, u(pe/rbion uÀbrin eÃxontej,
nu=n me\n dainu/menoi terpw¯meqa, mhde\ bohtu\j
eÃstw, e)peiì to/ ge kalo\n a)koue/men e)stiìn a)oidou=
toiou=d oiâoj oÀd e)sti¿, qeoiÍs e)nali¿gkioj au)dh/n.
“Los pretendientes atronaron a gritos las umbrosas salas, y todos expresaron
sus deseos de acostarse con ella en su lecho. A éstos se dirigió el sagaz Telémaco con estas palabras: “¡Pretendientes de mi madre, que mantenéis una
soberbia insolencia! Ahora disfrutemos del banquete y que no haya alboroto,
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porque es hermoso el escuchar a un aedo como éste, semejante en su voz a
los dioses”.”
3. En paralelo a la función del aedo, analicemos ahora el tipo de las Sirenas en el canto
XII. Estos seres mágicos también utilizan su canto para atraer a los navegantes: Circe
avisa a Odiseo de lo que se va a encontrar en su camino de vuelta, y le advierte de que
al pasar cerca de las Sirenas tape a sus compañeros los oídos con cera para que no las
escuchen; y que si él quiere oírlas, tendrá que pedir a sus hombres que le aten al mástil
de la nave y, aunque él se lo pida, no lo suelten (XII 41-44):
oÀj tij a)i+drei¿v pela/sv kaiì fqo/ggon a)kou/sv
Seirh/nwn, t%½ d ouà ti gunh\ kaiì nh/pia te/kna
oiãkade nosth/santi pari¿statai ou)de\ ga/nuntai,
a)lla/ te Seirh=nej ligurv= qe/lgousin a)oidv=,
“Cualquiera que en su ignorancia se les acerca y escucha la voz de las Sirenas, a ése no le abrazarán de nuevo su mujer ni sus hijos contentos de su
regreso a casa. Allí las Sirenas lo hechizan con su canto fascinante.”
Y unos versos más adelante (v. 52):
oÃfra ke terpo/menoj oÃp a)kou/svj Seirh/noii+n.
“para que puedas oír para tu placer la voz de las dos Sirenas.”
De otro lado, ellas le prometen, si se detiene, un agradable relato puesto que ellas
conocen todo lo que pasa en la Tierra (XII 189-191):
iãdmen ga/r toi pa/nq, oÀs e)niì Troi¿v eu)rei¿v
¹ArgeiÍoi Trw½e/j te qew½n i¹o/thti mo/ghsan,
iãdmen d oÀssa ge/nhtai e)piì xqoniì poulubotei¿rv.
“Sabemos ciertamente todo cuanto en la amplia Troya penaron argivos y
troyanos por voluntad de los dioses. Sabemos cuanto ocurre en la tierra
prolífica.”
Cifran, pues, su poder en el saber (con la repetición del verbo i)/dmen).
En conclusión, las Sirenas poseen un canto que hechiza a los navegantes que pasan
por su isla, haciéndoles olvidar su vida terrena, es decir, a sus esposas y a sus hijos, y
lo consiguen mediante el recurso de contarles historias placenteras. Objetivamente estas
cualidades de las Sirenas no son nefastas, podemos decir que son poco atractivas para
los héroes que ansían su nóstos particular porque el agradable hechizo de sus voces y su
canto les paraliza y les impide el regreso porque les hace olvidar, de alguna manera son
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las portadoras de un Hades en vida; pero ellas no destruyen, no matan; simplemente,
eso sí, entretienen hasta la muerte. Dentro del contexto narrativo de la Odisea son una
variante nueva de ese tipo de peligro con que se va a encontrar el héroe en su camino
de vuelta: una seducción placentera supone el olvido del viaje de vuelta y, por lo tanto,
su fracaso.
De la tradición posterior sobre las Sirenas voy a detenerme sólo en un pasaje de
Jenofonte, porque tal vez aporta una reflexión útil para nuestro posterior razonamiento sobre Helena. En el libro II de Recuerdos de Sócrates trata de cómo se hacen los
amigos. Sócrates afirma que existen ciertos encantamientos y drogas que sirven para
convertir en amigos a quienes se desee, y pone como ejemplo a las Sirenas. Su interlocutor pregunta si ése es el encantamiento con el que las Sirenas retenían a la gente de
tal manera que no podían escapar de ellas, y Sócrates le contesta que no, que ellas sólo
cantaban así a los más virtuosos y, además, que hay que decir las palabras adecuadas a
cada uno3. Se trata, pues, de un “relato oportuno”.
4. A la luz de las consideraciones arriba descritas, el episodio de Helena aquí comentado adquiere tal vez una dimensión y un sentido más precisos.
El canto IV se abría con la celebración del banquete de bodas del hijo y la hija de
Menelao. En medio de la alegría festiva llegan Telémaco y Pisístrato, el hijo de Néstor, ante el palacio del Atrida en busca de información, siguiendo las indicaciones del
anciano rey de Pilos. La generosa hospitalidad de Menelao acoge a los recién llegados,
haciéndolos partícipes de la celebración. Pero a partir de ese momento la alegría de la
situación va a experimentar un cambio radical. En la conversación inicial entre los héroes Menelao celebra con regocijo las riquezas que le ha deparado la expedición contra
Troya, pero al tiempo recuerda con tristeza el penoso regreso y, en un momento dado,
se lamenta con especial énfasis del destino de Odiseo, lo que lógicamente acarrea la
tristeza inmediata de Telémaco. En este momento de tensión dramática entra en escena
Helena y, haciendo gala de una intuición admirable, identifica al punto al joven hijo
de Odiseo, lo que Menelao aún no había conseguido –una vez más nuestra heroína se
manifiesta como un personaje femenino especial; su protagonismo destacado es siempre
inevitable–. Luego, a las tristezas por Odiseo se une el recuerdo nostálgico de Antíloco,
3
X. Mem. II, 6, 10-12:
– ou)k a)lla\ toiÍj e)p a)retv= filotimoume/noij ouÀtwj e)pv=don.
– sxedo/n ti le/geij toiau=ta xrh=nai e(ka/st% e)p#/dein, oiâa mh\ nomieiÍ a)kou/wn to\n e)painou=nta
katagelw½nta le/gein;
– ouÀtw me\n ga\r e)xqi¿wn t aÄn eiãh kaiì a)pelau/noi tou\j a)nqrw¯pouj a)f e(autou=, ei¹ to\n ei¹do/ta
oÀti mikro/j te kaiì ai¹sxro\j kaiì a)sqenh/j e)stin e)painoi¿h le/gwn oÀti kalo/j te kaiì me/gaj kaiì
i¹sxuro/j e)stin.
– “No, sólo cantaban así a los que se afanaban por la virtud.”
– “¿Quieres dar a entender que hay que encantar a cada uno con palabras tales que al oírlas no
vaya a creer que el recitador se está burlando de él?”
– “Sí, porque si a quien se sabe que es bajito, feo y enclenque se le elogiara diciendo que es alto,
hermoso y fuerte, se haría uno más aborrecible y espantaría a la gente de sí.”
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héroe griego caído ante los muros de Troya y hermano de Pisístrato el acompañante de
Telémaco. Se ha pasado, pues, de la desbordante euforia del comienzo a una tristeza de
la que parece que los héroes no van a poder salir.
Menelao propone dedicarse de nuevo a la cena y posponer para el día siguiente la
conversación sobre Odiseo. Y en ese momento Helena adopta dos medidas que coadyuvan al olvido de la tristeza presente. Primero actúa como una maga: mediante bebedizos
mágicos trata de dominar la voluntad de los comensales, como ya analizamos en el trabajo aludido al comienzo de estas páginas. Y en segundo lugar acude al poder seductor
del relato, en la idea de que el recuerdo de las hazañas de Odiseo supondrá un alivio
en medio de la desesperación por su ausencia. Y, así, de forma breve narra la entrada
subrepticia del héroe en Troya para obtener información con la que poder acabar con
la resistencia troyana.
4.1. En un primer acercamiento general vemos cómo su función de “contadora de historias” se atiene a un patrón bastante próximo al descrito para la figura del aedo o las
Sirenas. También ella, dentro de un contexto de banquete, decide contar una historia
que resulte placentera para los comensales (IV 238 s.):
hÅ toi nu=n dai¿nusqe kaqh/menoi e)n mega/roisi
kaiì mu/qoij te/rpesqe:
“Así que ahora comed sentados en esta sala y gozad del relato.”
El contenido de esa historia serán hechos “notables” de Odiseo y “oportunos” a las
circunstancias de los oyentes, como dirá más tarde Jenofonte de la Sirenas, que saben
bien lo que tienen que contar a cada uno (vv. 238-243):
... e)oiko/ta ga\r katale/cw.
pa/nta me\n ou)k aÄn e)gwÜ muqh/somai ou)d o)nomh/nw,
oÀssoi ¹Odussh=oj talasi¿frono/j ei¹sin aÃeqloi:
a)ll oiâon to/d eÃrece kaiì eÃtlh kartero\j a)nh\r
dh/m% eÃni Trw¯wn, oÀqi pa/sxete ph/mat ¹Axaioi¿.
“Voy a contaros, pues, unos hechos oportunos. No podría relataros ni enumeraros todo, ¡cuántas proezas están en el haber de Odiseo! Sino ésa ―¡y de
qué categoría!― que él acometió y soportó como bravo guerrero en el campo
troyano, donde sufristeis penalidades los aqueos.”
Y tampoco se olvida Helena de mencionar a Zeus como responsable último incluso
de las hazañas de los héroes, como hacía Femio para salvaguardar la honesta fidelidad
de su relato a los hechos acaecidos (vv. 236 s.):
... a)ta\r qeo\j aÃllote aÃll%
Zeu\j a)gaqo/n te kako/n te didoiÍ: du/natai ga\r aÀpanta:
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“Pues el dios, Zeus, ora a uno ora a otro concede el bien y el mal, puesto que
lo puede todo.”
Finalmente, y aunque la heroína no lo expresa de forma explícita, el contexto general nos lleva a aceptar que la finalidad última de su relato es conseguir el olvido de
la tristeza que ha embargado el corazón de los comensales ante el recuerdo de Odiseo,
como un nuevo recurso que añadir a la aplicación de esas drogas en la bebida unos
momentos antes (v. 220 s.):
au)ti¿k aÃr ei¹j oiånon ba/le fa/rmakon, eÃnqen eÃpinon,
nhpenqe/j t aÃxolo/n te, kakw½n e)pi¿lhqon a(pa/ntwn.
“Al punto vertió en el vino que bebían una droga que borraba la pena y la
amargura y suscitaba olvido de todos los pesares.”
4.2. Hasta aquí es claro que Helena está desempeñando la función tradicional del
“contador de historias”, en paralelo al papel de los aedos y, de otro lado y con un valor
distinto, de las Sirenas. El rasgo que unifica a todos ellos es, en definitiva, el poder seductor del relato, que conduce en último extremo al olvido de los pesares que agobian
al hombre, y esto en unos casos tiene un valor positivo (los aedos, Helena) y, en otros,
negativo (las Sirenas).
Pero al lado de ese plano general del motivo está la perspectiva específica de la
elección concreta de relato a que Helena procede, así como su versión de los hechos,
lo que nos llevará a un resultado más preciso del análisis.
Nuestra heroína, lógicamente, escoge una historia en torno a Odiseo porque piensa
que el recuerdo de su valentía levantará el ánimo de los comensales, entristecidos precisamente por el héroe de Ítaca. Y en concreto cuenta la entrada secreta de Odiseo dentro
de los muros de Troya en busca de información. Pero su narración es curiosa. Empieza, lógicamente, describiendo la actuación del héroe, donde quedan de manifiesto sus
rasgos centrales, inteligencia y valentía: se disfraza, de forma que pasa desapercibido a
los troyanos; luego, intenta engañar igualmente a Helena, aunque en este punto fracasa;
finalmente, tras dar muerte a numerosos troyanos, sale de la ciudad indemne llevando
abundante información al campamento griego. Una actuación plenamente característica de Odiseo. Tras oírla todo el mundo quedaría entusiasmado ante la valía del héroe,
precisamente ahora añorado. Así, de alguna forma la tristeza por su ausencia quedaría
aliviada ante el recuerdo de su heroísmo.
Pero Helena, en medio de ese homenaje a Odiseo, no desaprovecha la oportunidad
de destacar igualmente su intervención meritoria en el episodio. Así, pone énfasis en
cómo el héroe griego consiguió pasar inadvertido a todos los troyanos menos a ella, y
a pesar de que había intentado engañarla con su característica astucia. Luego pasa al
capítulo de la complicidad con Odiseo, y en definitiva con la causa de los griegos: lo
atiende, lo encubre y bajo juramento promete no revelar los planes que él ha terminado
por confesarle. Finalmente, el amplio cierre de la narración se centra en ella misma:
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frente a las restantes troyanas, que lloraban amargamente la dureza de la guerra, ella,
sabedora de los planes futuros, se alegraba en su corazón ante el ya inminente triunfo de
las armas griegas, lo que significaba el final de un penoso episodio que había empezado
por culpa de Afrodita, cuando la diosa le infundió la locura de abandonar a los suyos.
Su intervención en esta escena es un nuevo ejemplo de la complejidad de nuestra
heroína, en permanente tensión entre el contexto griego y el troyano, como ya quedaba
bien destacado en la Ilíada.
4.3. A la luz del análisis realizado, podríamos proceder a algunas reflexiones generales.
En la escena comentada asistimos a una intervención de Helena en la que adopta el
papel de esos personajes contadores de historias, con las que se persigue deleitar a la
concurrencia a fin de conseguir el olvido, lo que va a suponer un alivio en las preocupaciones que agobian a los oyentes. Pero en este caso la puesta en práctica del recurso
corre a cargo de una mujer, lo que supone una diferencia tajante con el mundo aséptico
de los aedos pero un acercamiento al de las Sirenas, de las que a su vez se diferencia en
su intención positiva. E igualmente importante es la narración en primera persona, como
participante en la acción que ahora se cuenta, lo que abre la puerta a una intencionalidad
más concreta, de forma que el relato se vuelve un punto tendencioso.
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