Capítulo I Al iniciar la preparatoria se había jurado mantener una

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Capítulo I
Al iniciar la preparatoria se había jurado mantener una correcta compostura.
Después de todo, no podía ser tan difícil. Moderar sus palabras, ser una chica
fuerte y dedicarse a los deportes, retomar la ruta al corazón de Arnold y
recuperar ese vínculo que habían estado creando entre los dos desde que estaban
en pre-escolar. Le quería enseñar poco a poco que también había cosas buenas
en ella y no estaba completamente fuera de control. Le quería enseñar que había
esperanzas para ella. Para ambos. Porque no era su culpa que su lealtad se
inclinase hacia su mejor amigo, ella tampoco le perdonaría si en un hipotético
caso le hiciera daño a Phoebe.
Y ahora todo eso se estaba yendo por la borda por una prioridad mucho más
fuerte e importante. Él. Por él mandaría todo a la borda y mostraría sus dientes y
garras. Por él.
No tenía idea de quien era ese chico, pero le calculaba unos dieciocho años o tal
vez más. Un sujeto extremadamente alto y fornido, sus brazos eran gigantescos y
sus manos parecían las de un gorila. El rostro era cuadrado, le recordaba a algún
militar, con su corte de pelo perfecto, una cicatriz en medio de la ceja y el rostro
quemado por el sol. Pero eso era lo de menos, mientras corría, lo único que podía
escuchar era que alguien, una chica, rogaba a la gente a su alrededor para que
fuesen a buscar un profesor. Helga agudizó la vista, Gerald estaba en el suelo,
inmovilizado por dos chicos mucho más delgados y con acné por todo el rostro,
debían ser los secuaces del mastodonte que golpeaba una y otra vez el vientre de
Arnold. Ella casi tropezó y su gorra salió volando por el aire, pero eso le pudo
importar menos. Arnold estaba siendo sostenido contra la pared por la mano de
ese abusivo. Una mano que se cerraba sobre su garganta y le cortaba la
respiración, mientras la otra se hundía en su vientre una y otra vez.
Una furia ciega le hizo sentir que volaba, sus pies apenas tocaban el suelo antes
de volverla a impulsar hacia adelante, su mente se mantuvo fría, curiosamente
fría y calculadora, sabiendo que había una furia caótica y la que sentía en ese
momento, depredadora y fuerte. Los planes e ideas corrían en su mente a gran
velocidad y escogió los mejores. En un segundo, había soltado su cabello del lazo
rosa, que ahora estaba entre sus manos, estirándolo como un cordón, mientras
sentía como los mechones rubios se cruzaban por su cara de vez en cuando.
- ¡Hey! ¡Asqueroso gorila! –grito. El chico detuvo sus ataques por un segundo. El
suficiente tiempo para intentar ver quien era, pero lo único que notó fue un puño
dirigirse a su rostro, directo a su nariz. Por días contarían el terrorífico sonido
que hizo la nariz del chico cuando Helga se la rompió en el primer ataque.
- ¡Big J! –gritó uno de sus secuaces.
- ¡James! –coreó el otro, sin saber si debían soltar Gerald o no.
- Maldita pu… -el gorila se ahogó con su propia sangre.
Arnold había caído al suelo, herido, tosiendo, en búsqueda de aire. James, el
gorila abusivo, ahora se fijaba directamente en Helga, pero ella corrió a él,
tacleándolo con su hombro. Él cayó al suelo con tal fuerza que su cabeza rebotó
en el duro suelo. Pero eso no era suficiente para Helga. No. Absolutamente no. Y
ella lo sabía. Si estaba lanzando por la borda todo su plan de acción, todas sus
oportunidades para estar con Arnold, para demostrarle que no era una máquina
destructiva y peligrosa, haría que valiese la pena.
Antes de que James lograra ponerse en pie, tuvo a Helga a ahorcadas sobre su
vientre y sintió algo deslizarse en su cuello. Ese algo se ajustó y comenzó a
asfixiarlo. Aquel lazo que por años había simbolizado la gentileza de Arnold,
ahora serviría para darle un castigo a quien se atrevió a lastimarlo, ahorcándolo.
Eso era una locura. Una completa locura. Al abusivo observó a la chica sobre él,
con el cabello cayendo sobre su rostro y una sonrisa tan oscura que prometía la
peor de las agonías
- Su… suel… -la voz ahogada del chico apenas se entendía, había algo hipnótico
en la manera en que la rubia se alzaba sobre él, como una amazona, orgullosa y
temible.
- ¡Quietos! –ordenó Helga, los amigos de James por fin estaban reaccionandoSuéltenlo –susurró, ladeando el rostro, su cabello cayó como una cascada de oro
a un costado y dejó ver su mirada azulada, había un goce profundo al tener la
vida de esos imbéciles a la merced de un par de palabras que viniesen de su
boca. Los dos chicos soltaron a Gerald lentamente, este al inicio no supo cómo
reaccionar, había visto a Helga golpear a otras personas antes, la había visto
enojada, pero nunca la había visto tan sumergida en el deleite de dominar algo.
La sonrisa oscura que marcaba el rostro de la chica se suavizó cuando miró al
moreno y sus ojos demostraron preocupación, señalando a Arnold, que no paraba
de toser a sus espaldas- Llévalo a la enfermería –pidió.
¡Helga estaba pidiendo algo! ¡A él! Sin insultos, sin gritos. Pero al ver el estado de
Arnold, no tuvo tiempo de decir nada, ayudó al chico a ponerse de pie, pero este
comenzó a luchar por llegar a Helga. Ella lo sabía, el buen samaritano repetía su
nombre como un ruego para intentar alcanzarla, ayudarla.
- Estaré bien –le prometió, si no fuese porque debajo de ella había un grandulón
que parecía ahogarse en su propia sangre, Arnold hubiese jurado que Helga se
veía en completa paz, se veía… feliz al verlo- Solo vete. –regresó los ojos a James,
él le lanzó un puñetazo y logró esquivarlo apenas- ¡Gerald! –ordenó, dándole otro
puñetazo al chico en la cara- Él me distrae ¡Llévatelo! –ordenó.
Gerald balbuceó algo, jalando a un atónico Arnold con él. Helga apretó el agarre
de su lazo, cortando la respiración de James para que dejara de pelear. En una
sorprendente agilidad, se deslizó sobre él hacia atrás, sentándose sobre sus
caderas y bajando el rostro muy lentamente. Por un momento, muchas personas
podían jurar que lo iba a besar, que la mirada que brillaba en Helga era de
satisfacción por lograr llegar a su boca y no por haberlo sometido.
- Escúchame bien, gorila asqueroso. Escúchame atentamente. Hay un nombre
que debes memorizarlo de por vida ¿Entendido? Helga G. Pataki ¿Lo entendiste?
Helga G. Pataki, la maldita puta que te rompió la nariz. Ese es mi nombre. No lo
olvides ¿Entendido bastardo? –se enderezó lentamente, alzando la voz para que
los secuaces de él también oyeran- Si los veo otra vez cerca de esos chicos o
cualquier novato ¡Cualquiera! Les juro que habrán deseado que nunca me
hubiese cruzado en sus vidas ¿Entendido?
Se escuchó un grito ahogado colectivo, antes de que Helga reparara en lo que
estaba ocurriendo, sintió un fuerte puñetazo en el rostro que la lanzó un par de
metros lejos de James, sintió el suelo bajo su espalda golpearla, pero el impacto
la arrastró sobre el cemento en lugar de hacerla rodar. La piel de su espalda le
comenzó a quemar y contuvo un quejido, buscó levantarse pero una patada en
las costillas la tumbaron otra vez.
Los amigos de James la había alcanzado y ahora los dos la rodeaban. El gorila se
estaba levantando y avanzó hacia ella, la nariz le sangraba pero parecía no
importarle. No ahora que la tenía a su merced, se paró sobre ella, sobre su cara y
una gota de sangre le cayó a Helga tan cerca de su ojo derecho que se le nubló
parcialmente la vista por lo que tuvo que entrecerrarla. Él se agachó, la tomó del
cabello, jalándola hasta que levantó el rostro y sonrió.
- Y tú no lo olvides Helga. Esta, me la pagas, puta. –y estrelló la cabeza de la
chica en el suelo. Eso fue todo. Las luces se apagaron y no vio nada.
Game Over. Helga había perdido.
Antes de perder el conocimiento por completo, escuchó gritos y el tacto de unas
manos sobre ella, luchó inconscientemente, pero una voz desconocida le intentó
calmar. Helga solo sintió que el dolor se iba. Y eso era bueno. El dolor
desaparecía y parecía caer en el sueño.
No supo cuánto tiempo se quedó profundamente dormida. Lentamente escuchó
un susurró que se volvió más claro, alguien decía su nombre. El tiempo se
doblaba, parecía perderse en la lógica y luego se movía lentamente hacia atrás. Lo
primero que reparó fue que le palpitaba el labio inferior. Apretó los ojos y observó
el techo o por lo menos pensó que lo hacía, tuvo que cerrar los ojos un par de
veces hasta que la imagen se aclaró. Si, era un techo desconocido, en un lugar
desconocido, parpadeó varias veces hasta poder enfocar correctamente. Oh… sus
costillas, dolían como el infierno. Y su espalda… Joder… como mil arañazos. La
mano izquierda la tenía amortiguada y sintió algo moverse contra sus dedos, algo
suave y húmedo, algo regordete, tal vez eran dos cosas que se movían al mismo
ritmo, tersas pero desconocidas. La imagen de una oruga o un gusano le motivó a
mover la mano con asco.
- ¡Helga! –lo que capturaba a su mano se cerró con fuerza y eso que se movía
sobre sus dedos se alejó. Algo mareada movió el rostro hacia la izquierda y se
sorprendió ante una mirada esmeralda, extremadamente fija sobre ella,
agonizante y que se acercaba peligrosamente a su cara- Oh, Helga –alarmada,
hizo el rostro hacia atrás y captó el cuadro completo.
Arnold. Arnold sentado junto a ella. Ella estaba recostada en una cama, con la
camiseta agujereada, recogida hasta sobre la cintura y toda esta envuelta en
vendas hasta debajo de sus senos. Arnold le estaba tomando de la mano y
observándola fijamente. Oh… sintió las mejillas ardiendo y se soltó de él por fin
¿Pero qué demonios? Él no decía nada, la miraba como si fuese un milagro, con
una fuerte emoción en su mirada y una paz en su pecho. Los ojos de la rubia
bajaron hasta la boca masculina.
Oh… él había estado apoyando sus labios contra los dedos de ella.
Oh… él había estado murmurando algo… llamándola “Helga” una y otra vez como
un mantra.
Oh…
Entonces… no se había tratado de una oruga regordeta, sino de la bien conocida
boca masculina.
Bien…
- ¿Estás bien? –ambos preguntaron al unísono y Helga se sorprendió. Por
supuesto, solo ella lucía sorprendida, él sonrió de lado y entrecerró los ojos, con
esa actitud complacida y divertida que podía ponerle la piel erizada fácilmente.
- Eres increíble. Casi te matan ahí y lo primero que quieres saber es si yo estoy
bien. –le acusó Arnold, recapturando la mano de ella, volviendo a apoyar sus
labios sobre sus dedos y esta vez no pensó en orugas o gusanos, sino en besos,
en húmedos besos sobre su piel, aunque él no la estaba besando, estaba
hablando, en un gesto agradecido- No vuelvas a hacer eso. Me preocupé de
muerte.
- Y bien… ¿Vas a responder mi pregunta? –él le observó extrañado, sin soltarla¿Estás bien, Arnoldo?
Él asintió y Helga pudo sentir un profundo alivio en su alma. Bien, podían
expulsarla, castigarla, suspenderla. Lo que sea, había valido la pena. Pero el
alivio duró poco porque otra vez él la observaba con esa adoración y esa gratitud
de San Lorenzo. Oh no… no otra vez esa gratitud del chico que se confundía con
amor y convertía todo en castillos sobre nubes que durarían un suspiro.
Adoración por la heroína, por la guerrera. No por todo el conjunto, no por ella.
Admiración interpretada por amor.
- ¡Suéltame, cabeza de balón! –ordenó, jalando su mano y sintió la punzada del
costado, se llevó las manos ahí y sintió vendas. Las vendas sobre su vientre y
cintura- Oh genial… me enojas tanto que haces que me duela el cuerpo –acusó,
fastidiada. Arnold la observó incrédulo y luego rodó los ojos, cuando la volvió a
mirar, esa fascinación se había ido.
Por suerte.
- El chico que te pateó, llevaba botas con borde de metal. El metal te cortó la
cintura, pero por suerte no te rompió nada. En realidad es un milagro que estés
bien. Solo un labio hinchado, un corte en la cintura y un chichón en la cabeza.
- También me arde la espalda –susurró, cruzándose de brazos- Estoy segura que
me quemé y me arañé contra el suelo cuando caí ¿No puedes por lo menos
escuchar todo lo que dice la enfermera mientras estoy inconsciente? ¡Inútil!
La sorpresa inundó el rostro del chico pero rápidamente se formó la molestia, la
furia que le hizo levantarse de su lugar.
- ¿Inútil? ¡Me tenías muriéndome de preocupación y lo único que haces es
gritarme! –le acusó. Ella le observó sorprendida. Increíble, realmente lo había
herido, lo había descontrolado y le gritaba. Arnold respiró hondo y se contuvo.
Siempre se contenía. Volvió a sentarse en el banco- Tienes razón, olvidé decirte
que tienes rasguños en la espalda, nada grave, es lo primero que va a curarse,
seguramente.
- Ya… ¿Y el troglodita? –preguntó, mientras se sentaba, con un evidente fastidio
de pasar por enferma cuando en realidad estaba bien, sus piernas funcionaban
realmente bien, así que podía caminar.
- En el hospital. Le rompiste la nariz –no había regaño, solo asombro. Ambos se
observaron por un momento- ¿Por qué…?
- ¿Por qué lo hice? Oh, por favor. –rodó los ojos, empujándolo lejos de ella para
sentarse. Sí, no le dolían las piernas, podía caminar- Mira, puedes pensar lo que
quieras de mí. Pero no voy a permitir que abusen de la gente que conozco. –
declaró, midiendo sus palabras, sin elevarlo a él por sobre el resto, aunque era
obvio.
- Eso oí, hiciste bastante escándalo por allá, por lo que me contaron. Todos
estaban sorprendidos que buscaras defenderlos –admitió.
- Si, debe sorprenderles que después de evadirme por tantos años, yo haga algo
por ellos –escupió, parándose lentamente, sin poder ocultar el resentimiento que
tenía dentro de su piel.
- ¡Helga! –le acusó, parándose frente a ella, sorprendido por sus palabras.
- ¿Qué? ¡Es verdad! Contándote, Arnoldo. Pasaron del temor absoluto a
simplemente pasar de mí. Eso fue estos años. Todos ustedes.
- No los culpes, Helga. –susurró, lamentando la situación, lamentando todo lo
que había ocurrido- Ellos te temían porque casi matas a esa chica y…
- ¡Helga! –ambos regresaron a ver y Arnold parecía paralizado por la sorpresa.
Y era de esperarse, era la chica que había estado con Helga en la mañana y
ahora que no estaban luchando una con la otra, podía notar una similitud
familiar. El color del cabello, la forma del rostro, la mirada. Y hasta unos gestos.
Aunque esta chica se veía mucho más alegre, mayor en actitud, pequeña en
tamaño y a la vez más delgada pero aun así, daba escalofríos mirarla demasiado
y unos escalofríos que alertaban peligro, uno desagradable.
- Gretel… no grites… tu voz me da dolor de cabeza –respondió la aludida a tan
dramático grito. Ambas se miraron, como si tuvieran una conexión sin palabras y
sonrieron- Y bien ¿Cuáles son los daños?
- Oh… tuviste suerte. Nadie te acusó, el director llegó cuando te golpeaban los
tres marsupiales a ti y asumió que tú solo te habías defendido. Ya sabes, la
suerte de ser chica –el fuerte acento alemán no pasó desapercibido para Arnold,
tenía una forma de hablar imponente y dominante que dejaba sin voz a los menos
valientes, como si se alimentara de los débiles- ¿Y quién es tu enfermero?
- Arnold –se presentó, sin atreverse a dar un solo movimiento.
En realidad, dio un paso atrás, quedando ligeramente a las espaldas de Helga. Y
ahí lo notó, la camiseta de la chica apenas se sostenía en su espalda, dejaba ver
su cintura vendada y los arañazos en su piel pero eso no era lo que había captado
su atención, entre los agujeros y retazos se veía claramente las tiras y el cierre del
sostén rosado que abrazaba su espalda. La garganta se le secó y mientras un
sonrojo le inundó, no pudo apartar la vista de la imagen, de los ganchos y del
mecanismo que mantenía la prenda junta. En realidad, pudo notar que uno de
los ganchos se había roto y colgaba, así que parecía que el sostén estaba
agarrándose apenas, atentando con caerse y liberar oscuros secretos.
- Oh, es verdad. Helga, el enfermero tiene una bellísima vista de tu sostén rosa
chicle, tu camiseta está echa un asco. Creo que es mi deber informarte.
La aludida regresó a ver hacia atrás, el movimiento le hizo darse cuenta del aire
que tocaba su espalda, el roce de las tiras sobre su espalda. Pero sus ojos
estaban sobre Arnold. Y él parecía paralizado por el miedo, sin saber qué hacer.
Eso era una buena excusa para mirarlo directamente a los ojos y no lucir
sospechosa, pensó para sus adentros.
Arnold había crecido, aún no era más alto que ella, pero no se notaba, seguía
teniendo el cabello hacia arriba y eso daba la ilusión de un par de centímetros
que él no tenía. Su rostro seguía tan inocente como siempre, lampiño, sin barba
alguna, podía apreciar su rostro y los ojos verdes siempre tan cristalinos. Pero,
mientras en la niñez se había centrado siempre en admirar su rostro, ahora se
fijaba en otras cosas. En su espalda ancha, hombros formados, sus brazos
marcados pero nada exuberantes, compactos, eran los músculos de un jugador
apasionado de básquet como lo era él, firmes y delgados. Gracias a ese deporte,
había desarrollado un vientre plano aunque sin músculos que se marcaran, En el
pasado lo había visto una vez y no se sintió decepcionada, era el cuerpo de un
intelectual, no de un obsesionado al deporte, sus piernas eran fuertes y los jeans
marcaban un tonificado trasero que en más de una ocasión había querido sentir.
Porque cuando una espalda era tan bien marcada como la de Arnold, que bajara
tan peligrosamente y en caída libre a un buen trasero, solo lo hacía lucir mejor.
Ahora el chico usaba siempre jeans, así que podía mirarle todo lo que quisiera,
usaba camisetas lizas y encima siempre llevaba camisas de cuadros que a veces
detestaba porque le tapaba la buena mercancía del chico.
Bien… las hormonas estaban haciendo estragos en ella.
Gretel contuvo una carcajada porque parecía leer a su prima y su degenerada
mente y Helga sonrió de lado por no ser acusada.
- Pervertido –acusó, simplemente. Y supo que eso fue algo que no esperaba el
chico y por ende valía mejor que cualquier grito. Extendió la mano en dirección
de él- Dame la camisa, zoquete.
- ¿Ah?
- La camisa, quítatela y te giras hasta que yo te diga que puedes ver. No planeo
salir de aquí así.
Aunque en el fondo, algo florecía. Una sensación que había creído muerta hace
mucho tiempo. La idea de que él la encontraba atractiva, algo que se removió
inquieto y pedía más. Más confirmaciones por parte de él. Más seguridad ¿Cómo
podía lograrlo? ¿Cómo podía sentir esa reconfortante seguridad que ahora
experimentaba gracias a una sola mirada de él? La idea se sembró en ella con
fuerza. Si, definitivamente quería que el chico pusiera esa mirada solo para ella.
Arnold lentamente se retiró la camisa, quedando solo en la camiseta verde que
llevaba. Y se giró, dándole la espalda a ambas.
- Oh Helga, tienes la espalda peor que una hoja de papel donde hayan jugado tres
en raya por varias horas… -alcanzó a escuchar ¿Helga se estaba desvistiendo a
unos metros de él?
- Solo me pica, es todo. No es nada.
- Por suerte no te lastimaste los senos, eso duele horrible –Arnold se congeló en
su lugar y al mismo tiempo podía sentir como le quemaba el rostro.
- Gretel… -regañó la rubia, pero era obvio que su prima tramaba algo, porque le
sonreía con astucia.
- ¿Qué? Al Cesar lo que es del Cesar. Yo puedo alegar por mi amplia experiencia
que tienes unos suaves, bonitos y bien formados senos, desgarbada.
- ¡Gretel!
Arnold se unió a ese regaño mentalmente ¿Acaso se habían olvidado que él
estaba ahí?
- Oh… -ronroneó la alemana- Me encanta como te queda la camisa del enfermero.
El cabello revuelto, los labios hinchados, la camisa de hombre… parece que en
lugar de pegarle a alguien, tuviste una sesión de sexo salvaje –Helga le observó
sorprendida, sintiendo las mejillas encendidas. No ayudaba para nada que la
colonia de Arnold la rodeara y el calor que había dejado el chico en la prenda le
abrazara entera- Eh, enfermero. Ya puedes mirar.
Arnold se giró lentamente, respirando hondo para calmar el calor que sentía. Y
perdió todo el aire al ver a Helga. Tal vez por las cosas que había dicho la
alemana desconocida, pero no podía quitarse la idea de que si, de verdad parecía
eso. Y dado que era su camisa, la idea llegó a su mente antes de que pudiese
detenerla: Helga abriendo la puerta del cuarto de Arnold, recibiéndolo usando
solo la camisa que le quedaba tan grande que dejaba ver parcialmente uno de sus
hombros y la tira rosada de su sostén, se recogía la tela en la cintura de la chica
y caía entre sus piernas como un vestido demasiado corto que solo le permitiría
usar en su habitación. A puerta cerrada.
- Helga, hoy dos chicos van a manchar las sábanas por ti. Y el enfermero más que
el otro –la reacción fue inmediata. Ambos chicos gritaron sorprendidos,
sonrojados y comenzaron a hablar al mismo tiempo, balbuceaban cosas que no
se entendían. Cosas como que eso no iba a pasar, que eso era imposible y temas
sobre las mil razones por las que no se gustaban. En realidad, esa última parte
era solo Helga, el chico estaba más bien trabado con su propia lengua. Gretel solo
se rio- Ya… ya… enfermero… ¿Qué tiene de malo? Helga es una chica a fin de
cuentas. Una bonita –se encogió de hombros.
- Yo no he dicho que no lo sea pero… -se apresuró a decir Arnold, sintiendo la
lengua pesada y las palabras escurridizas.
- Y se le ve endemoniadamente sexy en tu camisa ¿No? –Gretel se acercó un paso
a él y todas las alertas del chico se dispararon, era como ver a una leona avanzar.
Una que tenía ganas de desgarrar, rebanar y destripar solo por diversión. No era
una sensación agradable, eran alertas de supervivencia.
- Ya… pero….
- ¿Verdad? ¿Verdad que si le quitamos los pantalones y dejamos sus piernas a la
vista, se vería como un sueño hecho realidad?
- S-Si… le q-quitamos…
- Los pantalones –le recordó la alemana, animándole ha hablar, dando otro paso
hacia él.
- Si… pe-pe…
- Se los quitamos entonces… ¿Qué sería lo siguiente? Oh… abrir un par de
botones de la camisa ¿No? Algo de escote a la vista se vería bien ¿No?–otro paso
hacia él, dos más que él retrocedía.
En lugar de mirar a Helga, miraba a Gretel y en lugar de atender del todo a
Gretel, vestía y desvestía la imagen de Helga en la puerta de su habitación,
esperándole. Eso… eso era una locura ¡Y extremadamente poco caballeroso!
¡Maldita sea!
- Y ella tiene un escote que lucir a diferencia de una servidora aquí presente.
Unos senos bonitos, si se me permite decir.
- Si pero… -tropezó y cayó sobre una cama de la enfermería, cayó del todo, con
las piernas separadas, los pies tocando el suelo y el cuerpo tieso sobre la cama.
Realmente tieso.
Gretel se paró entre sus piernas, cruzándose de brazos y se inclinó ligeramente
sobre Arnold. La actitud podía parecer realmente atractiva si no fuese por el brillo
peligrosamente burlón de su rostro. En realidad, en cualquier otra chica ese acto
luciría atractivo. Pero en esta en particular no, solo producía un profundo terror.
El chico sintió la uña de la alemana deslizarse por su vientre descubierto hasta el
inicio de su pantalón, jalando el botón del mismo sin separarlo. El instinto le dijo
que corriera pero sus piernas estaban paralizadas. Sus ojos buscaron a Helga,
quien lo observaba sonrojada y sorprendida por el dialogo que había mantenido
con la otra rubia. Solo sorpresa. Sin enojo, sin nada de incomodidad por lo que
ocurría frente a sus ojos, no parecía importarle que esta desconocida pareciera
querer destriparle el vientre. O peor: Castrarlo.
- Parece que el enfermerito se levantó, Helga –ronroneó con burla cruel la chica¿Quieres ver?
- Gretel… -por fin ¡Por fin reaccionó! Pero se alarmó, para su mala suerte Helga
se encaminó a ellos y Arnold estuvo a punto de taparse las caderas para ocultar
la obviedad de su estado. Lo peor es que la alemana no retiraba su uña del botón
de su pantalón, jalando la prenda. Realmente temía ser castrado por esa chica.
Porque había temido por su vida y sabía que, aunque le contara a los otros la
situación y le dijeran que ellos hubiesen encontrado todo tremendamente erótico,
él solo recordaría los ojos sádicos y viscerales de color azul. No, esa chica no era
erótica ni atractiva. Solo era peligrosa, psicópata.
- Ya… ya… dejo de presionar –la alemana subió las manos, rindiéndose y se
apoyó contra Helga. Arnold por fin pudo sentarse. Realmente tenían un peligroso
parecido cuando estaban una junta a la otra. En realidad, por la forma de los
labios de Gretel, tan diferentes a los de Helga, hacía que en realidad su parecido
fuese mayor hacia Olga. Claro, si se quitaba sus malvadas facciones- ¡Oh!
Verdad… Helga me dijo que tienes una casa de huéspedes ¿No?
- … ¿Ah? Ah… Si. Mis abuelos en realidad –le costó darse cuenta que la alemana
hablaba con él.
- ¿Y tienes habitaciones libres?
- Si, en realidad el lugar está casi desocupado ahora. Mi padre sugirió convertirlo
en una residencia universitaria. Han estado remodelando un poco el lugar. Ya
casi terminan.
- Oh –soltaron ambas, al mismo tiempo, separando los labios suavemente.
Peligrosamente parecidas. Admirablemente diferentes.
- Estoy buscando donde quedarme ¿Me enseñarías donde es? Así hablo con tus
abuelos –tanto Arnold como Helga le observaron admirados.
El chico tenía el rostro desencajado y su instinto le dijo que no lo hiciera, que no
metiera a esa depredadora a su casa. Helga estaba sorprendida porque realmente
su prima hablaba en serio y no estaba jugando. Ese era el problema con Gretel,
nunca se sabía dónde estaba la línea entre la acción y bromear.
- Eh…. Yo… -pero Arnold era Arnold, era demasiado bueno, demasiado amable
para negarse a algo, para ayudar- Claro, yo las llevo.
- ¡Genial! Helga, debes venir conmigo, después de todo te vas a quedar mucho
tiempo en donde viva ¿No? Con suerte y convencemos a Big Bob que te deje
mudarte conmigo. En realidad, no es mala idea. Desde que me mudé he sentido
que me iría mejor y sería más responsable si estuviese con alguien que me
pusiera la correa encima.
Si, seguramente para evitar que asesinara gente por diversión, pensó Arnold y se
sorprendió por esa idea. En verdad esa chica le asustaba. Pero inmediatamente
se dio cuenta de lo que estaba oyendo…
- ¿Qué? –gritaron los dos a la par, Gretel comenzaba a notar lo sincronizados que
eran.
- Olga decidió irse a vivir de vuelta con tus padres ¿No? Bueno, cuando quieras
evitar ahorcarla, te vienes conmigo –Helga asintió, conteniendo el sonrojo.
Repentinamente. Muy repentinamente se había vuelto silenciosa.
Porque le retumbaba en los oídos el tramposo diálogo de su prima con Arnold, en
donde había empujado al chico para que dijera una variedad de cosas que le
tenían con el pulso acelerado- Entonces ¿Vamos?
- ¿Vamos? –preguntó Helga, extrañada.
- Dormiste todo el día, Helga. Hace más de una hora que las clases terminaron –
le informó Arnold. La chica se sorprendió, eso quería decir que él había velado su
sueño por horas. Eso… había sido tan lindo… y tan propio de él en general.
- Entonces, eso explica porque me aburre tu presencia más de lo normal. Has
estado pegado a mi cama todo el día. Pervertido –gruñó, mientras agarraba su
maleta y la lanzaba sobre su espalda. Soltó un gemido de dolor y dejo caer la
maleta. Tanto Gretel como Arnold avanzaron casi corriendo, pero el chico tomó la
maleta en un movimiento fluido- Maldita sea… olvidé los rasguños.
- Yo cargo esto por ti –se ofreció el chico.
- Ni hablar, cabeza de balón, lo vas a llenar de gérmenes –gruñó, intentando
quitárselo.
- Oh, déjalo, Helga. Es bueno tener un esclavo. Vamos enfermero –dijo con altivez
Gretel, tomando del brazo a Helga y saliendo del lugar, chasqueando los dedos
como si esa fuese la señal para que Arnold no se perdiera.
Genial… no sabía que era peor, la doble cantidad de insultos o alegrarse de tener
a Helga otra vez metida en su vida…
- Me alegra que golpearas a James… me hiciste un favor. –comento a mitad del
camino la alemana- El año pasado me encerró en la bodega del conserje con él e
intentó que le dijera “una mano”. –muy gráficamente la chica movió su mano
como si agitara una lata- Antes de golpearlo, el conserje abrió… me la debía el
muy tarado
- Troglodita. –corrigió Helga. Arnold se sorprendió. Realmente se sorprendió.
- La preparatoria no era lo que esperaba –admitió. Ambas chicas se detuvieron,
pero fue Helga quien habló, parecía la menos sorprendida y se dirigió a su prima
como si el chico no estuviese.
- El zopenco vive en una burbuja de felicidad. –explicó- Él nunca ve las cosas
malas que ocurren a su alrededor a menos que salten directamente sobre él. –lo
regresó a ver- Desde el pre-escolar existen los abusivos. Y los acosadores sexuales
como James, existen desde el colegio. La única diferencia es que en la
preparatoria las cosas son más reales y visibles. Ya no vale la pena esconderlo. –
comenzó a avanzar, seguía explicándole a la alemana, como si el chico no
existiera- Toda mi clase vive en una burbuja de perfección. Son inocentes, no
tienen malicia. Son empalagosos y adorables. Su problema más grande es bromas
estúpidas idénticas a las de la escuela. Esta es la primera vez que ven la realidad
tocándolos, amenazándolos. Yo lo conocí en la educación elemental.
- Increíble… tu grupo son puros corderitos, Helga… Los van a devorar en la
preparatoria –susurró su prima.
- No… no va a ser así.
- Tienes razón, te tienen a ti para cuidarlos –contestó Gretel, con cierto orgullo.
Arnold se sorprendió por esas cálidas palabras, Helga no dijo nada, solo señaló al
frente, a la construcción roja.
- Llegamos. Y Gretel… se amable –pidió.
- Yo siempre se comportarme frente a adultos.
Arnold se abrió paso entre las dos, dándose cuenta que en realidad, para llegar,
no lo habían necesitado. Helga conocía el camino muy bien. El chico sacó la llave
del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta, haciéndose a un lado. Helga jaló a
su prima para que no la atropellara la manada de animales que salió disparada.
- ¿Arnold? –los tres ingresaron y una cabellera castaña rojiza asomó desde la
sala. La mujer avanzó entre los tres, pasando de largo hasta detenerse en frente
de alguien en particular- ¿Helga?
- Eh…
- ¡Helga! –y antes de darse cuenta, la menor de los Pataki estaba entre los brazos
de la madre de Arnold- Tanto tiempo sin verte. –aseguró, acunando el rostro de la
chica entre sus manos- Has crecido muchísimo, te has vuelto una señorita muy
hermosa.
Y Helga no supo que decir ¿Qué le dices a la madre del chico que amas? ¿Qué le
dices a una mujer que te veía con esa gratitud infinita y con un cariño maternal?
¿Qué le decías a una mujer que había desaparecido tanto tiempo y habías
ayudado a que encontrara el camino a su hijo? Podía ser mandona, grosera y
hasta cruel, pero no era una maldita desgraciada.
- Buenas tardes señora Shortman –saludó como pudo, con un ligero sonrojo en
su rostro.
- Llámame Stella. Por favor –la soltó suavemente, pero sin dejar de apoyar sus
manos sobre los hombros de la chica. Y lo notó, el labio herido, la camisa de su
hijo sobre la chica- ¿Qué pasó? –consultó, alarmada.
- Helga salvó a Arnold de un brabucón que lo estaba golpeando, pero terminó ella
herida –esa fue Gretel, se había apartado de la escena como si no perteneciera a
todo eso y lucía increíblemente fuera de lugar, como si nunca hubiese visto una
familia afectuosa.
Stella se debatió entre su hijo y la chica que tenía entre sus brazos. En un
segundo los puso juntos y comenzó a tocarlos como si mágicamente adivinara al
tacto todo lo que ocurrió.
- Estoy bien mamá, lo juro. Me dolerá doblarme por unos días, pero nada más.
Helga recibió la peor parte –el chico bajo el rostro, sintiendo como la realidad lo
golpeaba- debí ser yo quien la salvara, no ella a mí.
- Oh Helga –Stella parecía a punto de llorar y la chica no tenía idea de que hacer.
Nunca había visto tanta sinceridad de emociones, tanta preocupación y afecto
sobre su persona. Stella la tomó de la mano y la guio escaleras arriba.
En el segundo piso, abrió una puerta que contenía varios frascos con flores y
hojas de todo tipo, lucía como un laboratorio. Ya adentro, se dedicó a rebuscar
por el lugar, disponiendo algunas hojas, raíces y flores en una mesita de
laboratorio.
- Mi madre es botánica y doctora. Sabe lo que hace –Arnold se adelantó un pocoTiene un corte en la cintura algo profundo. No necesitó puntadas pero la
enfermera dijo que se podría infectar.
- Oh…
- No es necesario que haga esto seño…. Digo, Stella. Estoy bien, no es la primera
vez que ocurre algo así –aseguró, visiblemente nerviosa.
- Por supuesto que sí, mi familia y yo te debemos tanto. Lo mínimo que puedo
hacer es curarte. Lo que quiero hacer, es cuidarte. –aclaró- Así que levántate la
camisa para ver tu herida. –la chica lo hizo con timidez- Las vendas, retíratelas.
Gretel se adelantó y ayudó con eso en silencio. Las dos chicas estaban
visiblemente sorprendidas y se dejaban llevar por el ambiente desconocido. A los
pocos minutos, Stella había creado un ungüento natural, se lo había puesto en la
herida, que rápidamente dejó de arderle y en lugar de vendarla, le puso un
parche. Le entregó en un frasco más del mismo ungüento perfumado- En la
noche te pones un poco en el labio también y después de bañarte, lo tienes que
hacer todos los días, también en la herida de la cintura –recetó. Repentinamente
reparó en la otra rubia y la observó extrañada. Después de que todo se calmara,
por fin notaba el rostro extraño.
- Ella es mi prima, Gretel von Bismarck. –presentó, la chica inclinó el rostro en
forma de saludo- Está buscando un cuarto estudiantil donde vivir y le comenté
que ustedes tienen una casa de huéspedes –explicó, bajando la vista, sin poder
soportar la brillante mirada de la madre de Arnold sobre ella.
- Oh… tu prima… Entonces, encantada, soy la madre de Arnold. No sé si Helga te
contó su fuerte participación en rescatarnos –les comenzó a guiar al piso de
abajo, Stella iba junto a Gretel, dejando a Helga y Arnold caminando juntos,
atrás.
- Lo hizo, realmente me quedé sorprendida. La selva amazónica es un lugar
peligroso de por sí. Aunque nuestra familia se caracteriza por ser luchadora –
aseguró, con una sonrisa de puro y sincero orgullo.
- Bueno, lo que te haya contado, te recomiendo pensar que ella fue mil veces más
admirable, valiente y maravillosa. Ella es una heroína para nosotros –Helga tapó
su rostro con sus manos y sintió la risa cómplice de Arnold junto a ella.
- ¿Qué le dijiste a tus padres de mí? –susurró, intentando no matar a Arnold en
frente de esa noble mujer.
- Nada. Lo juro. Todo lo que dice lo ha concluido ella sola. Aunque tiene razón –se
encogió de hombros, con una sonrisa ladeada.
Helga no pudo ni sentir el hormigueo, porque habían entrado a la cocina y una
voz familiar la llamaba… por lo menos sabía que era con ella.
- ¡Helena de Troya! –oh, la abuela de Arnold, la anciana avanzó, dejando las ollas
sobre la estufa. Estaba vestida como una cosechadora de arroz de Asia, con un
sombrero puntiagudo y ropa blanca y holgada.
- Mamá, ella… -Stella intentó llamar la atención de su suegra, pero esta miraba a
Helga y a Gretel, como si intentara recordar el nombre de la desconocida.
- Casandra de Troya –se presentó la chica, Helga le había hablado mucho de tan
peculiar familia- ¿Me recuerda?
- ¡Por supuesto! –tomó las manos de Gretel como si reconociera a una vieja
amiga, Stella contuvo una risa suave por la rápida mente de la chica- ¿Qué te
trae por aquí?
- Oh… esperaba que me diera hospedaje en sus dominios por una larga
temporada. Helena y yo intentamos huir del destino que fuimos forzadas a seguir,
posiblemente debamos huir. Pero Helena es muy importante para Esparta y
Troya, así que primero pensaba asentarme yo, preparar todo, para que cuando
ella pueda reunirse conmigo, en estos pacíficos dominios, este todo según sus
deseos –Arnold parecía ser el único sorprendido. Helga solo sonreía de lado,
acostumbrada a la naturalidad con que su prima improvisaba. Stella comenzó a
reír con obviedad, era indiscutible que la depredadora, es decir, Gretel, se estaba
ganando a todos ahí.
- ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! Tenemos unos aposentos libres en el segundo
piso.
- Pookie ¿Con quién hablas? –el abuelo de Arnold entró en el lugar. Helga se
sentía repentinamente atrapada, parecía que todo el mundo vinculado por sangre
con Arnold había decidido aparecer- Oh… pero si es tu amiguita, aunque ya no
tiene una sola ceja ni el lazo rosado. Hola niña.
Helga no se inmutó, aunque buscó en el bolsillo de su pantalón, confirmando que
ahí seguía su listón.
- Abuelo…
- Papá, la prima de Helga….
- Casandra de Troya –corrigió la anciana, retomando una conversación que al
parecer solo entendían Gretel y ella.
- …desea el cuarto doble de huéspedes, el que está cerca del cuarto de Arnold. –
continuó Stella, realmente contenta- Parece que primero se mudará ella y luego
Helga ¿Qué te parece?
- ¿Tienes con qué pagar? –consultó el anciano, Gretel asintió con seguridad y
retomó la conversación. Los ojos del hombre se posaron en Helga- Así que te
mudas con nosotros –bromeó.
- ¿Qué? Eh… No… mi prima –señaló- es la que se muda. Ella es alemana, lleva
un año aquí, su departamento es muy grande y quería algo más pequeño… más…
cerca de la preparatoria.
- ¿Y tú? –picó un poco más el anciano.
- Las tensiones son grandes en la casa Pataki. Así que pensaba darle acilo político
a Helga –Gretel rodeó con su brazo los hombros de su prima- ¿Le parece bien,
señor?
- Será divertido –parecía hablar con Arnold, quien lucía como si la película se
hubiese movido rápidamente frente a sus ojos y se la hubiese perdido.
- Perfecto. Entonces, enfermero ¿Nos guías a nuestro nuevo dulce hogar? –el
aludido asintió, aún sorprendido, pudo escuchar como su madre decía
emocionada que debía llamar al museo y contactarse con Miles por la gran
noticia. Arnold se sentía en otro mundo. Uno muy lejano.
- ¿Es amueblado? –consultó Gretel, Helga parecía estar en la novena nube y bien
aferrada.
Con la excusa de visitar a su prima, podría ver a Arnold. No solo eso, habrían
días que podría quedarse a dormir, con suerte, convivir con él un poco más fuera
de los estrictos muros de la preparatoria y sus normas sociales. Mejor aún, en el
muy hipotético caso que Big Bob accediera a que se fuese a vivir con Gretel,
tendría la posibilidad de verlo todos los días ¡Caminar juntos a la preparatoria!
Tantas… tantas cosas.
- ¿Eh? Si… -parecía que Arnold también estaba muy lejos de ahí- Dos cuartos
con sus respectivas camas, armarios, comedor para cuatro personas, mesón de
cocina, estufa, refrigerador, esas cosas.
- Perfecto. Aunque haremos algunos cambios. –contestó, al llegar a la puerta
indicada, Gretel tuvo que empujar a su prima dentro antes de meterse también y
quedarse justo en el marco, mirando a Arnold, solo tuvo que apoyar su dedo
índice sobre el pecho del chico y este saltó hacia atrás, mirando en dirección de
su habitación como si midiera correr hacia allá- Adiós enfermero –y cerró la
puerta.
- ¿Qué… acabas de hacer? –alcanzó a oír a sus espaldas, Gretel miró a su prima
con una sincera diversión.
- Avanzar años luz en tu plan de conquistar al corderito. Tu sabes… vas desde el
pre-escolar soñando con él. Me aburrí con esta introducción tan grande ¡Ahora
quiero acción! –respondió con obviedad- Pero que quede claro. Te ayudo porque él
tiene esperanzas, lo pude notar hoy. No es algo aburrido e inofensivo. Debajo de
esa piel de cordero… parece haber un lobo –canturreó la chica, enigmática,
lanzándole una mirada a su nuevo hogar.
El departamento era realmente sencillo y pequeño, había una cocina a su
derecha, equipada con lo necesario, un mesón y junto a este una mesa. A la
izquierda se encontraba una puerta que llevaba a un baño equipado. Existía
suficiente espacio junto a la mesa para armar una pequeña sala. Al fondo dos
puertas, ambas llevaban a habitaciones idénticas, con camas, armarios y
tocadores. La joven alemana se movió con curiosidad, estaba todo limpio, podía
sentir a Helga pisándole los talones.
- Tomo la habitación de la izquierda –comentó la alemana, con naturalidad.
- ¿Un cordero? –repitió la chica, buscando explicaciones- Maldita sea, Gretel,
habla y explícate de una buena vez.
- Oh… que malhumorada. –ambas chicas se enfrentaron- Los corderitos son
aburridos. Sueñan con castos besos bajo la luz de las estrellas, se ponen
nerviosos frente a un poco de piel descubierta. No saben que hacer, no se atreven
ni siquiera a mirar. Pero él, –su mirada señaló hacia afuera- imagina, desea,
fantasea, clava su mirada, se acalora. Él parece controlado por cadenas, por sus
buenas costumbres… es un lobo domesticado. –Helga arqueó la ceja, interesadaPero un lobo a fin de cuentas. Tú lo viste. Yo sé que piensas que estás en
desventaja porque hace años te le declaraste, porque él sabe de tus sentimientos
pero no sabes lo que él piensa de ti más que un par de cosas que has logrado
conseguir. –la aludida bajó la vista, apenada, clavando sus ojos en el suelo- Pero
te equivocas. Tienes mejor oportunidad que cualquier otra chica. Cualquier-otra.
–repitió. Helga levantó los ojos sorprendida, intrigada, porque eso no tenía
sentido- Cuando una persona sabe que alguien le ama, inconscientemente siente
que es su propiedad, que le pertenece por derecho y la tiene asegurada. El tiempo
puede pasar, pero eso no cambia, es instintivo. Tú te declaraste como su hembra
y la forma en que lo hiciste fue… muy claro que era para siempre. –la chica se
sonrojó con fuerza y Gretel contuvo las ganas de reír- Él dará por hecho que no lo
rechazarás, lo viste en la enfermería, no quería soltarte, se sentía en la confianza
de poder hacer lo que deseara. Él siente que puede tocarte, piensa que es su
derecho. Eres suya. Insinúate, caza al corderito hasta que el lobo aparezca. Y
cuando lo haga…
- Él me cazará –susurró Helga, no tan convencida de la idea.
- “Cómame señor Lobo” –fingió ser su enamorada prima, imitando medianamente
bien su voz, tuvo que dar un salto hacia un lado para que el zapato púrpura no
se le clavara en la cara. Helga podía patear muy alto. Aun así, no se inmutó- Pero
ojo… le estarás dando poder sobre ti.
- ¿Más? –casi gritó, Helga pudo sentir la alarma sobre su cuerpo, señalando hacia
la puerta del departamento- ¿Más poder sobre mí? Si solo tiene que verme… solo
tiene que mirarme para que pierda el piso –susurró, admitiendo su realidad- ¿Y
quieres que le dé más poder sobre mí?
- Temporalmente. Esto es un tira y afloja. –le explicó- Mientras lo caces tendrás
tú el poder ¿Él asume que puede tomar tu mano cuando quiera? ¿Preguntarte
todo lo que quiera solo por ser él? Bien… que sepa que tus manos no son lo único
que puede sentir entre las suyas, que sepa que hay cosas más excitantes que
podría conseguir de tu boca y no son palabras. Ponlo al límite, enséñale la
recompensa pero no le dejes obtenerla. Eso diferencia la seducción del coqueteo.
Seducir es mantener el misterio. Y tú eres muy misteriosa para él, aprovecha eso.
Cuando ya no se pueda controlar, cuando aún sin provocarlo él se descubra
deseándote junto a él. Él te cazará, él tendrá el poder.
- ¿Y qué me garantiza que después de obtener un poco de mí no se irá? –y lo
supo, al segundo que lo dijo, mientras las palabras salían de su boca, ya sabía la
respuesta. Eso no pasaría, porque Arnold no tenía mal corazón, porque era bueno
y noble, tomaba responsabilidad de sus actos. Él tomaba siempre en cuenta la
consecuencia de sus actos. Pero eso no sabía su prima. Aun así esta se veía
confiada.
- Los hombres se creen del sexo superior. La sociedad se lo ha dicho. Ya lo oíste,
él debía defenderte ¿Por qué? Porque es hombre. Aún la caballerosidad está
plagada de esa idea: el sexo superior. Pero cuando se saben queridos y son
seducidos, son vencidos y se vuelven esclavos. Cazarlo será crear la trampa, dejar
que te cace significará que caerá en la misma. Luego ámalo y sedúcelo por partes
iguales, estará tan involucrado que no podrá huir. Su corazón será tuyo. Ya será
tu responsabilidad si lo cuidas o no. –Gretel llevó a su prima afuera y cerró la
puerta- Y… se está haciendo tarde, es mejor volver ¿Te quedas a dormir conmigo
en mi antiguo departamento? Avisaré a Big Bob y de paso me envía unos
cargadores de la empresa para que traigan algunas de mis cosas mañana aquí.
- Claro… ¿Y los muebles del viejo departamento?
- Se quedan allá, lo entregaré amoblado, costará más. Aunque planeo traer
algunas cosas y poner en bodega otras de aquí, como ese comedor que no
usaremos teniendo el mesón. Todos salimos ganando –le guiñó un ojo, bajando
las gradas, justo antes de salir, las chicas se encontraron con Arnold. Gretel pudo
sentirlo, el brazo que mantenía enganchado de su prima se puso tieso contra su
tacto, pero externamente Helga lucía a la defensiva… como siempre- Mañana me
mudo, traeré mis cosas después de clases.
Lo más interesante era ver como el chico instintivamente se alejaba de la alemana
y su cuerpo se inclinaba en dirección de Helga. Todo su ser parecía reconocer a
su compañera de clase y aventuras como una mujer fuerte y un pilar en el que
apoyarse.
- C-Claro… ¿Quieren que las acompañe? Se está haciendo tarde.
- Por favor, zopenco. Nosotras tendríamos que cuidarte a ti. Si pasara algo,
estorbarías –respondió Helga, rápida, afilada, burlona.
Y brutalmente sincera, en realidad.
- Ah…
- Tengo una bolsa de boxeo que planeo traer. Te puedo enseñar unos
movimientos –Arnold miró a la alemana, su oferta sonaba sincera.
- El cabeza de balón sabe karate. –informó Helga, distraída. El chico la miró con
sincera sorpresa porque recordara algo así. Pero una vez más, la chica fue rápida
en arreglar su fallo- Te lo perdiste, andaba por todos lados en el uniforme con el
mismo orgullo que una niña con su vestido de princesa –ambas rieron, a coro.
- Bueno, bueno… La propuesta queda en pie –se despidió la alemana en nombre
de las dos, Helga parecía obviamente sin interés de reconocer a Arnold como un
ser digno de una cortesía. Ya afuera, Gretel la miró, mientras paraba un taxi y se
metían dentro- Y para cazarlo necesitarás un cambio de imagen. Algo que diga
Helga G. Pataki, eso bastará para recordarle a él constantemente que eres una
chica. Aunque hoy descubrimos que él ya es consciente de eso. Pero no voy a
permitir que andes conmigo con esa ropa tan… de chica insegura y acomplejada
¡Eres mi prima, maldita sea! Toda tú debe demostrar tu orgullo, tu fuerza y
dominio. Y al enfermerito le encantará. –ronroneó y antes que alguien lograra
protestar, sacó su celular y marcó un número- ¡Hola! ¿Olga? Que sorpresa que
contestaras tú ¿Ya te instalaste con tus padres? –ambas chicas se vieron. Helga
lo supo, estaba entre la espada y la pared. Bajo la vista, soltando un insulto que
solo hizo reír a su prima- Y yo justo llamaba para avisar que Helga se quedará
conmigo… es que debe hacer unos deberes y yo tengo los libros que necesita…
si… una lástima ¿Me pasas a Big Bob?....
Helga se tapó la cara con las manos. Quiso despertar, quiso gritar, patalear,
bajarse del taxi y negarse a toda esa locura. Pero la idea… Oh… la idea de sentir
que Arnold podía quererla. No, no solo eso, podía amarla, desearla. Como era ella,
sin dejar de ser ella. Sin esforzarse por cambiar, sin mentiras. Solo mostrarle más
de ella, literal y simbólicamente.
La idea le gustaba, le estremecía pero también le asustaba. Porque esta vez era
un salto de fe sin paracaídas. No podía echarse hacia atrás como años atrás.
Continuará…
¡Saludos Manada! ¿Cómo están mis lobos solitarios, mis alfas guerreros? Aquí,
yo hasta la noche, disfrutando de esta vida nocturna de escritora. Me alegra que
hayan recibido tan bien la re-edición ¡Bienvenidos a esta gran manada! Entre
picardías y bromas, nos unimos siempre más.
Realmente espero haberles arrancado una sonrisa con este capítulo.
Mi acto de instinto ha sido cantar a viva voz mientras caminaba en la calle ¿Y su
acto de instinto cuál va a ser? Sin pensar, solo actuar.
¡Nos leemos!
Nocturna4
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