Capítulo I Al iniciar la preparatoria se había jurado mantener una correcta compostura. Después de todo, no podía ser tan difícil. Moderar sus palabras, ser una chica fuerte y dedicarse a los deportes, retomar la ruta al corazón de Arnold y recuperar ese vínculo que habían estado creando entre los dos desde que estaban en pre-escolar. Le quería enseñar poco a poco que también había cosas buenas en ella y no estaba completamente fuera de control. Le quería enseñar que había esperanzas para ella. Para ambos. Porque no era su culpa que su lealtad se inclinase hacia su mejor amigo, ella tampoco le perdonaría si en un hipotético caso le hiciera daño a Phoebe. Y ahora todo eso se estaba yendo por la borda por una prioridad mucho más fuerte e importante. Él. Por él mandaría todo a la borda y mostraría sus dientes y garras. Por él. No tenía idea de quien era ese chico, pero le calculaba unos dieciocho años o tal vez más. Un sujeto extremadamente alto y fornido, sus brazos eran gigantescos y sus manos parecían las de un gorila. El rostro era cuadrado, le recordaba a algún militar, con su corte de pelo perfecto, una cicatriz en medio de la ceja y el rostro quemado por el sol. Pero eso era lo de menos, mientras corría, lo único que podía escuchar era que alguien, una chica, rogaba a la gente a su alrededor para que fuesen a buscar un profesor. Helga agudizó la vista, Gerald estaba en el suelo, inmovilizado por dos chicos mucho más delgados y con acné por todo el rostro, debían ser los secuaces del mastodonte que golpeaba una y otra vez el vientre de Arnold. Ella casi tropezó y su gorra salió volando por el aire, pero eso le pudo importar menos. Arnold estaba siendo sostenido contra la pared por la mano de ese abusivo. Una mano que se cerraba sobre su garganta y le cortaba la respiración, mientras la otra se hundía en su vientre una y otra vez. Una furia ciega le hizo sentir que volaba, sus pies apenas tocaban el suelo antes de volverla a impulsar hacia adelante, su mente se mantuvo fría, curiosamente fría y calculadora, sabiendo que había una furia caótica y la que sentía en ese momento, depredadora y fuerte. Los planes e ideas corrían en su mente a gran velocidad y escogió los mejores. En un segundo, había soltado su cabello del lazo rosa, que ahora estaba entre sus manos, estirándolo como un cordón, mientras sentía como los mechones rubios se cruzaban por su cara de vez en cuando. - ¡Hey! ¡Asqueroso gorila! –grito. El chico detuvo sus ataques por un segundo. El suficiente tiempo para intentar ver quien era, pero lo único que notó fue un puño dirigirse a su rostro, directo a su nariz. Por días contarían el terrorífico sonido que hizo la nariz del chico cuando Helga se la rompió en el primer ataque. - ¡Big J! –gritó uno de sus secuaces. - ¡James! –coreó el otro, sin saber si debían soltar Gerald o no. - Maldita pu… -el gorila se ahogó con su propia sangre. Arnold había caído al suelo, herido, tosiendo, en búsqueda de aire. James, el gorila abusivo, ahora se fijaba directamente en Helga, pero ella corrió a él, tacleándolo con su hombro. Él cayó al suelo con tal fuerza que su cabeza rebotó en el duro suelo. Pero eso no era suficiente para Helga. No. Absolutamente no. Y ella lo sabía. Si estaba lanzando por la borda todo su plan de acción, todas sus oportunidades para estar con Arnold, para demostrarle que no era una máquina destructiva y peligrosa, haría que valiese la pena. Antes de que James lograra ponerse en pie, tuvo a Helga a ahorcadas sobre su vientre y sintió algo deslizarse en su cuello. Ese algo se ajustó y comenzó a asfixiarlo. Aquel lazo que por años había simbolizado la gentileza de Arnold, ahora serviría para darle un castigo a quien se atrevió a lastimarlo, ahorcándolo. Eso era una locura. Una completa locura. Al abusivo observó a la chica sobre él, con el cabello cayendo sobre su rostro y una sonrisa tan oscura que prometía la peor de las agonías - Su… suel… -la voz ahogada del chico apenas se entendía, había algo hipnótico en la manera en que la rubia se alzaba sobre él, como una amazona, orgullosa y temible. - ¡Quietos! –ordenó Helga, los amigos de James por fin estaban reaccionandoSuéltenlo –susurró, ladeando el rostro, su cabello cayó como una cascada de oro a un costado y dejó ver su mirada azulada, había un goce profundo al tener la vida de esos imbéciles a la merced de un par de palabras que viniesen de su boca. Los dos chicos soltaron a Gerald lentamente, este al inicio no supo cómo reaccionar, había visto a Helga golpear a otras personas antes, la había visto enojada, pero nunca la había visto tan sumergida en el deleite de dominar algo. La sonrisa oscura que marcaba el rostro de la chica se suavizó cuando miró al moreno y sus ojos demostraron preocupación, señalando a Arnold, que no paraba de toser a sus espaldas- Llévalo a la enfermería –pidió. ¡Helga estaba pidiendo algo! ¡A él! Sin insultos, sin gritos. Pero al ver el estado de Arnold, no tuvo tiempo de decir nada, ayudó al chico a ponerse de pie, pero este comenzó a luchar por llegar a Helga. Ella lo sabía, el buen samaritano repetía su nombre como un ruego para intentar alcanzarla, ayudarla. - Estaré bien –le prometió, si no fuese porque debajo de ella había un grandulón que parecía ahogarse en su propia sangre, Arnold hubiese jurado que Helga se veía en completa paz, se veía… feliz al verlo- Solo vete. –regresó los ojos a James, él le lanzó un puñetazo y logró esquivarlo apenas- ¡Gerald! –ordenó, dándole otro puñetazo al chico en la cara- Él me distrae ¡Llévatelo! –ordenó. Gerald balbuceó algo, jalando a un atónico Arnold con él. Helga apretó el agarre de su lazo, cortando la respiración de James para que dejara de pelear. En una sorprendente agilidad, se deslizó sobre él hacia atrás, sentándose sobre sus caderas y bajando el rostro muy lentamente. Por un momento, muchas personas podían jurar que lo iba a besar, que la mirada que brillaba en Helga era de satisfacción por lograr llegar a su boca y no por haberlo sometido. - Escúchame bien, gorila asqueroso. Escúchame atentamente. Hay un nombre que debes memorizarlo de por vida ¿Entendido? Helga G. Pataki ¿Lo entendiste? Helga G. Pataki, la maldita puta que te rompió la nariz. Ese es mi nombre. No lo olvides ¿Entendido bastardo? –se enderezó lentamente, alzando la voz para que los secuaces de él también oyeran- Si los veo otra vez cerca de esos chicos o cualquier novato ¡Cualquiera! Les juro que habrán deseado que nunca me hubiese cruzado en sus vidas ¿Entendido? Se escuchó un grito ahogado colectivo, antes de que Helga reparara en lo que estaba ocurriendo, sintió un fuerte puñetazo en el rostro que la lanzó un par de metros lejos de James, sintió el suelo bajo su espalda golpearla, pero el impacto la arrastró sobre el cemento en lugar de hacerla rodar. La piel de su espalda le comenzó a quemar y contuvo un quejido, buscó levantarse pero una patada en las costillas la tumbaron otra vez. Los amigos de James la había alcanzado y ahora los dos la rodeaban. El gorila se estaba levantando y avanzó hacia ella, la nariz le sangraba pero parecía no importarle. No ahora que la tenía a su merced, se paró sobre ella, sobre su cara y una gota de sangre le cayó a Helga tan cerca de su ojo derecho que se le nubló parcialmente la vista por lo que tuvo que entrecerrarla. Él se agachó, la tomó del cabello, jalándola hasta que levantó el rostro y sonrió. - Y tú no lo olvides Helga. Esta, me la pagas, puta. –y estrelló la cabeza de la chica en el suelo. Eso fue todo. Las luces se apagaron y no vio nada. Game Over. Helga había perdido. Antes de perder el conocimiento por completo, escuchó gritos y el tacto de unas manos sobre ella, luchó inconscientemente, pero una voz desconocida le intentó calmar. Helga solo sintió que el dolor se iba. Y eso era bueno. El dolor desaparecía y parecía caer en el sueño. No supo cuánto tiempo se quedó profundamente dormida. Lentamente escuchó un susurró que se volvió más claro, alguien decía su nombre. El tiempo se doblaba, parecía perderse en la lógica y luego se movía lentamente hacia atrás. Lo primero que reparó fue que le palpitaba el labio inferior. Apretó los ojos y observó el techo o por lo menos pensó que lo hacía, tuvo que cerrar los ojos un par de veces hasta que la imagen se aclaró. Si, era un techo desconocido, en un lugar desconocido, parpadeó varias veces hasta poder enfocar correctamente. Oh… sus costillas, dolían como el infierno. Y su espalda… Joder… como mil arañazos. La mano izquierda la tenía amortiguada y sintió algo moverse contra sus dedos, algo suave y húmedo, algo regordete, tal vez eran dos cosas que se movían al mismo ritmo, tersas pero desconocidas. La imagen de una oruga o un gusano le motivó a mover la mano con asco. - ¡Helga! –lo que capturaba a su mano se cerró con fuerza y eso que se movía sobre sus dedos se alejó. Algo mareada movió el rostro hacia la izquierda y se sorprendió ante una mirada esmeralda, extremadamente fija sobre ella, agonizante y que se acercaba peligrosamente a su cara- Oh, Helga –alarmada, hizo el rostro hacia atrás y captó el cuadro completo. Arnold. Arnold sentado junto a ella. Ella estaba recostada en una cama, con la camiseta agujereada, recogida hasta sobre la cintura y toda esta envuelta en vendas hasta debajo de sus senos. Arnold le estaba tomando de la mano y observándola fijamente. Oh… sintió las mejillas ardiendo y se soltó de él por fin ¿Pero qué demonios? Él no decía nada, la miraba como si fuese un milagro, con una fuerte emoción en su mirada y una paz en su pecho. Los ojos de la rubia bajaron hasta la boca masculina. Oh… él había estado apoyando sus labios contra los dedos de ella. Oh… él había estado murmurando algo… llamándola “Helga” una y otra vez como un mantra. Oh… Entonces… no se había tratado de una oruga regordeta, sino de la bien conocida boca masculina. Bien… - ¿Estás bien? –ambos preguntaron al unísono y Helga se sorprendió. Por supuesto, solo ella lucía sorprendida, él sonrió de lado y entrecerró los ojos, con esa actitud complacida y divertida que podía ponerle la piel erizada fácilmente. - Eres increíble. Casi te matan ahí y lo primero que quieres saber es si yo estoy bien. –le acusó Arnold, recapturando la mano de ella, volviendo a apoyar sus labios sobre sus dedos y esta vez no pensó en orugas o gusanos, sino en besos, en húmedos besos sobre su piel, aunque él no la estaba besando, estaba hablando, en un gesto agradecido- No vuelvas a hacer eso. Me preocupé de muerte. - Y bien… ¿Vas a responder mi pregunta? –él le observó extrañado, sin soltarla¿Estás bien, Arnoldo? Él asintió y Helga pudo sentir un profundo alivio en su alma. Bien, podían expulsarla, castigarla, suspenderla. Lo que sea, había valido la pena. Pero el alivio duró poco porque otra vez él la observaba con esa adoración y esa gratitud de San Lorenzo. Oh no… no otra vez esa gratitud del chico que se confundía con amor y convertía todo en castillos sobre nubes que durarían un suspiro. Adoración por la heroína, por la guerrera. No por todo el conjunto, no por ella. Admiración interpretada por amor. - ¡Suéltame, cabeza de balón! –ordenó, jalando su mano y sintió la punzada del costado, se llevó las manos ahí y sintió vendas. Las vendas sobre su vientre y cintura- Oh genial… me enojas tanto que haces que me duela el cuerpo –acusó, fastidiada. Arnold la observó incrédulo y luego rodó los ojos, cuando la volvió a mirar, esa fascinación se había ido. Por suerte. - El chico que te pateó, llevaba botas con borde de metal. El metal te cortó la cintura, pero por suerte no te rompió nada. En realidad es un milagro que estés bien. Solo un labio hinchado, un corte en la cintura y un chichón en la cabeza. - También me arde la espalda –susurró, cruzándose de brazos- Estoy segura que me quemé y me arañé contra el suelo cuando caí ¿No puedes por lo menos escuchar todo lo que dice la enfermera mientras estoy inconsciente? ¡Inútil! La sorpresa inundó el rostro del chico pero rápidamente se formó la molestia, la furia que le hizo levantarse de su lugar. - ¿Inútil? ¡Me tenías muriéndome de preocupación y lo único que haces es gritarme! –le acusó. Ella le observó sorprendida. Increíble, realmente lo había herido, lo había descontrolado y le gritaba. Arnold respiró hondo y se contuvo. Siempre se contenía. Volvió a sentarse en el banco- Tienes razón, olvidé decirte que tienes rasguños en la espalda, nada grave, es lo primero que va a curarse, seguramente. - Ya… ¿Y el troglodita? –preguntó, mientras se sentaba, con un evidente fastidio de pasar por enferma cuando en realidad estaba bien, sus piernas funcionaban realmente bien, así que podía caminar. - En el hospital. Le rompiste la nariz –no había regaño, solo asombro. Ambos se observaron por un momento- ¿Por qué…? - ¿Por qué lo hice? Oh, por favor. –rodó los ojos, empujándolo lejos de ella para sentarse. Sí, no le dolían las piernas, podía caminar- Mira, puedes pensar lo que quieras de mí. Pero no voy a permitir que abusen de la gente que conozco. – declaró, midiendo sus palabras, sin elevarlo a él por sobre el resto, aunque era obvio. - Eso oí, hiciste bastante escándalo por allá, por lo que me contaron. Todos estaban sorprendidos que buscaras defenderlos –admitió. - Si, debe sorprenderles que después de evadirme por tantos años, yo haga algo por ellos –escupió, parándose lentamente, sin poder ocultar el resentimiento que tenía dentro de su piel. - ¡Helga! –le acusó, parándose frente a ella, sorprendido por sus palabras. - ¿Qué? ¡Es verdad! Contándote, Arnoldo. Pasaron del temor absoluto a simplemente pasar de mí. Eso fue estos años. Todos ustedes. - No los culpes, Helga. –susurró, lamentando la situación, lamentando todo lo que había ocurrido- Ellos te temían porque casi matas a esa chica y… - ¡Helga! –ambos regresaron a ver y Arnold parecía paralizado por la sorpresa. Y era de esperarse, era la chica que había estado con Helga en la mañana y ahora que no estaban luchando una con la otra, podía notar una similitud familiar. El color del cabello, la forma del rostro, la mirada. Y hasta unos gestos. Aunque esta chica se veía mucho más alegre, mayor en actitud, pequeña en tamaño y a la vez más delgada pero aun así, daba escalofríos mirarla demasiado y unos escalofríos que alertaban peligro, uno desagradable. - Gretel… no grites… tu voz me da dolor de cabeza –respondió la aludida a tan dramático grito. Ambas se miraron, como si tuvieran una conexión sin palabras y sonrieron- Y bien ¿Cuáles son los daños? - Oh… tuviste suerte. Nadie te acusó, el director llegó cuando te golpeaban los tres marsupiales a ti y asumió que tú solo te habías defendido. Ya sabes, la suerte de ser chica –el fuerte acento alemán no pasó desapercibido para Arnold, tenía una forma de hablar imponente y dominante que dejaba sin voz a los menos valientes, como si se alimentara de los débiles- ¿Y quién es tu enfermero? - Arnold –se presentó, sin atreverse a dar un solo movimiento. En realidad, dio un paso atrás, quedando ligeramente a las espaldas de Helga. Y ahí lo notó, la camiseta de la chica apenas se sostenía en su espalda, dejaba ver su cintura vendada y los arañazos en su piel pero eso no era lo que había captado su atención, entre los agujeros y retazos se veía claramente las tiras y el cierre del sostén rosado que abrazaba su espalda. La garganta se le secó y mientras un sonrojo le inundó, no pudo apartar la vista de la imagen, de los ganchos y del mecanismo que mantenía la prenda junta. En realidad, pudo notar que uno de los ganchos se había roto y colgaba, así que parecía que el sostén estaba agarrándose apenas, atentando con caerse y liberar oscuros secretos. - Oh, es verdad. Helga, el enfermero tiene una bellísima vista de tu sostén rosa chicle, tu camiseta está echa un asco. Creo que es mi deber informarte. La aludida regresó a ver hacia atrás, el movimiento le hizo darse cuenta del aire que tocaba su espalda, el roce de las tiras sobre su espalda. Pero sus ojos estaban sobre Arnold. Y él parecía paralizado por el miedo, sin saber qué hacer. Eso era una buena excusa para mirarlo directamente a los ojos y no lucir sospechosa, pensó para sus adentros. Arnold había crecido, aún no era más alto que ella, pero no se notaba, seguía teniendo el cabello hacia arriba y eso daba la ilusión de un par de centímetros que él no tenía. Su rostro seguía tan inocente como siempre, lampiño, sin barba alguna, podía apreciar su rostro y los ojos verdes siempre tan cristalinos. Pero, mientras en la niñez se había centrado siempre en admirar su rostro, ahora se fijaba en otras cosas. En su espalda ancha, hombros formados, sus brazos marcados pero nada exuberantes, compactos, eran los músculos de un jugador apasionado de básquet como lo era él, firmes y delgados. Gracias a ese deporte, había desarrollado un vientre plano aunque sin músculos que se marcaran, En el pasado lo había visto una vez y no se sintió decepcionada, era el cuerpo de un intelectual, no de un obsesionado al deporte, sus piernas eran fuertes y los jeans marcaban un tonificado trasero que en más de una ocasión había querido sentir. Porque cuando una espalda era tan bien marcada como la de Arnold, que bajara tan peligrosamente y en caída libre a un buen trasero, solo lo hacía lucir mejor. Ahora el chico usaba siempre jeans, así que podía mirarle todo lo que quisiera, usaba camisetas lizas y encima siempre llevaba camisas de cuadros que a veces detestaba porque le tapaba la buena mercancía del chico. Bien… las hormonas estaban haciendo estragos en ella. Gretel contuvo una carcajada porque parecía leer a su prima y su degenerada mente y Helga sonrió de lado por no ser acusada. - Pervertido –acusó, simplemente. Y supo que eso fue algo que no esperaba el chico y por ende valía mejor que cualquier grito. Extendió la mano en dirección de él- Dame la camisa, zoquete. - ¿Ah? - La camisa, quítatela y te giras hasta que yo te diga que puedes ver. No planeo salir de aquí así. Aunque en el fondo, algo florecía. Una sensación que había creído muerta hace mucho tiempo. La idea de que él la encontraba atractiva, algo que se removió inquieto y pedía más. Más confirmaciones por parte de él. Más seguridad ¿Cómo podía lograrlo? ¿Cómo podía sentir esa reconfortante seguridad que ahora experimentaba gracias a una sola mirada de él? La idea se sembró en ella con fuerza. Si, definitivamente quería que el chico pusiera esa mirada solo para ella. Arnold lentamente se retiró la camisa, quedando solo en la camiseta verde que llevaba. Y se giró, dándole la espalda a ambas. - Oh Helga, tienes la espalda peor que una hoja de papel donde hayan jugado tres en raya por varias horas… -alcanzó a escuchar ¿Helga se estaba desvistiendo a unos metros de él? - Solo me pica, es todo. No es nada. - Por suerte no te lastimaste los senos, eso duele horrible –Arnold se congeló en su lugar y al mismo tiempo podía sentir como le quemaba el rostro. - Gretel… -regañó la rubia, pero era obvio que su prima tramaba algo, porque le sonreía con astucia. - ¿Qué? Al Cesar lo que es del Cesar. Yo puedo alegar por mi amplia experiencia que tienes unos suaves, bonitos y bien formados senos, desgarbada. - ¡Gretel! Arnold se unió a ese regaño mentalmente ¿Acaso se habían olvidado que él estaba ahí? - Oh… -ronroneó la alemana- Me encanta como te queda la camisa del enfermero. El cabello revuelto, los labios hinchados, la camisa de hombre… parece que en lugar de pegarle a alguien, tuviste una sesión de sexo salvaje –Helga le observó sorprendida, sintiendo las mejillas encendidas. No ayudaba para nada que la colonia de Arnold la rodeara y el calor que había dejado el chico en la prenda le abrazara entera- Eh, enfermero. Ya puedes mirar. Arnold se giró lentamente, respirando hondo para calmar el calor que sentía. Y perdió todo el aire al ver a Helga. Tal vez por las cosas que había dicho la alemana desconocida, pero no podía quitarse la idea de que si, de verdad parecía eso. Y dado que era su camisa, la idea llegó a su mente antes de que pudiese detenerla: Helga abriendo la puerta del cuarto de Arnold, recibiéndolo usando solo la camisa que le quedaba tan grande que dejaba ver parcialmente uno de sus hombros y la tira rosada de su sostén, se recogía la tela en la cintura de la chica y caía entre sus piernas como un vestido demasiado corto que solo le permitiría usar en su habitación. A puerta cerrada. - Helga, hoy dos chicos van a manchar las sábanas por ti. Y el enfermero más que el otro –la reacción fue inmediata. Ambos chicos gritaron sorprendidos, sonrojados y comenzaron a hablar al mismo tiempo, balbuceaban cosas que no se entendían. Cosas como que eso no iba a pasar, que eso era imposible y temas sobre las mil razones por las que no se gustaban. En realidad, esa última parte era solo Helga, el chico estaba más bien trabado con su propia lengua. Gretel solo se rio- Ya… ya… enfermero… ¿Qué tiene de malo? Helga es una chica a fin de cuentas. Una bonita –se encogió de hombros. - Yo no he dicho que no lo sea pero… -se apresuró a decir Arnold, sintiendo la lengua pesada y las palabras escurridizas. - Y se le ve endemoniadamente sexy en tu camisa ¿No? –Gretel se acercó un paso a él y todas las alertas del chico se dispararon, era como ver a una leona avanzar. Una que tenía ganas de desgarrar, rebanar y destripar solo por diversión. No era una sensación agradable, eran alertas de supervivencia. - Ya… pero…. - ¿Verdad? ¿Verdad que si le quitamos los pantalones y dejamos sus piernas a la vista, se vería como un sueño hecho realidad? - S-Si… le q-quitamos… - Los pantalones –le recordó la alemana, animándole ha hablar, dando otro paso hacia él. - Si… pe-pe… - Se los quitamos entonces… ¿Qué sería lo siguiente? Oh… abrir un par de botones de la camisa ¿No? Algo de escote a la vista se vería bien ¿No?–otro paso hacia él, dos más que él retrocedía. En lugar de mirar a Helga, miraba a Gretel y en lugar de atender del todo a Gretel, vestía y desvestía la imagen de Helga en la puerta de su habitación, esperándole. Eso… eso era una locura ¡Y extremadamente poco caballeroso! ¡Maldita sea! - Y ella tiene un escote que lucir a diferencia de una servidora aquí presente. Unos senos bonitos, si se me permite decir. - Si pero… -tropezó y cayó sobre una cama de la enfermería, cayó del todo, con las piernas separadas, los pies tocando el suelo y el cuerpo tieso sobre la cama. Realmente tieso. Gretel se paró entre sus piernas, cruzándose de brazos y se inclinó ligeramente sobre Arnold. La actitud podía parecer realmente atractiva si no fuese por el brillo peligrosamente burlón de su rostro. En realidad, en cualquier otra chica ese acto luciría atractivo. Pero en esta en particular no, solo producía un profundo terror. El chico sintió la uña de la alemana deslizarse por su vientre descubierto hasta el inicio de su pantalón, jalando el botón del mismo sin separarlo. El instinto le dijo que corriera pero sus piernas estaban paralizadas. Sus ojos buscaron a Helga, quien lo observaba sonrojada y sorprendida por el dialogo que había mantenido con la otra rubia. Solo sorpresa. Sin enojo, sin nada de incomodidad por lo que ocurría frente a sus ojos, no parecía importarle que esta desconocida pareciera querer destriparle el vientre. O peor: Castrarlo. - Parece que el enfermerito se levantó, Helga –ronroneó con burla cruel la chica¿Quieres ver? - Gretel… -por fin ¡Por fin reaccionó! Pero se alarmó, para su mala suerte Helga se encaminó a ellos y Arnold estuvo a punto de taparse las caderas para ocultar la obviedad de su estado. Lo peor es que la alemana no retiraba su uña del botón de su pantalón, jalando la prenda. Realmente temía ser castrado por esa chica. Porque había temido por su vida y sabía que, aunque le contara a los otros la situación y le dijeran que ellos hubiesen encontrado todo tremendamente erótico, él solo recordaría los ojos sádicos y viscerales de color azul. No, esa chica no era erótica ni atractiva. Solo era peligrosa, psicópata. - Ya… ya… dejo de presionar –la alemana subió las manos, rindiéndose y se apoyó contra Helga. Arnold por fin pudo sentarse. Realmente tenían un peligroso parecido cuando estaban una junta a la otra. En realidad, por la forma de los labios de Gretel, tan diferentes a los de Helga, hacía que en realidad su parecido fuese mayor hacia Olga. Claro, si se quitaba sus malvadas facciones- ¡Oh! Verdad… Helga me dijo que tienes una casa de huéspedes ¿No? - … ¿Ah? Ah… Si. Mis abuelos en realidad –le costó darse cuenta que la alemana hablaba con él. - ¿Y tienes habitaciones libres? - Si, en realidad el lugar está casi desocupado ahora. Mi padre sugirió convertirlo en una residencia universitaria. Han estado remodelando un poco el lugar. Ya casi terminan. - Oh –soltaron ambas, al mismo tiempo, separando los labios suavemente. Peligrosamente parecidas. Admirablemente diferentes. - Estoy buscando donde quedarme ¿Me enseñarías donde es? Así hablo con tus abuelos –tanto Arnold como Helga le observaron admirados. El chico tenía el rostro desencajado y su instinto le dijo que no lo hiciera, que no metiera a esa depredadora a su casa. Helga estaba sorprendida porque realmente su prima hablaba en serio y no estaba jugando. Ese era el problema con Gretel, nunca se sabía dónde estaba la línea entre la acción y bromear. - Eh…. Yo… -pero Arnold era Arnold, era demasiado bueno, demasiado amable para negarse a algo, para ayudar- Claro, yo las llevo. - ¡Genial! Helga, debes venir conmigo, después de todo te vas a quedar mucho tiempo en donde viva ¿No? Con suerte y convencemos a Big Bob que te deje mudarte conmigo. En realidad, no es mala idea. Desde que me mudé he sentido que me iría mejor y sería más responsable si estuviese con alguien que me pusiera la correa encima. Si, seguramente para evitar que asesinara gente por diversión, pensó Arnold y se sorprendió por esa idea. En verdad esa chica le asustaba. Pero inmediatamente se dio cuenta de lo que estaba oyendo… - ¿Qué? –gritaron los dos a la par, Gretel comenzaba a notar lo sincronizados que eran. - Olga decidió irse a vivir de vuelta con tus padres ¿No? Bueno, cuando quieras evitar ahorcarla, te vienes conmigo –Helga asintió, conteniendo el sonrojo. Repentinamente. Muy repentinamente se había vuelto silenciosa. Porque le retumbaba en los oídos el tramposo diálogo de su prima con Arnold, en donde había empujado al chico para que dijera una variedad de cosas que le tenían con el pulso acelerado- Entonces ¿Vamos? - ¿Vamos? –preguntó Helga, extrañada. - Dormiste todo el día, Helga. Hace más de una hora que las clases terminaron – le informó Arnold. La chica se sorprendió, eso quería decir que él había velado su sueño por horas. Eso… había sido tan lindo… y tan propio de él en general. - Entonces, eso explica porque me aburre tu presencia más de lo normal. Has estado pegado a mi cama todo el día. Pervertido –gruñó, mientras agarraba su maleta y la lanzaba sobre su espalda. Soltó un gemido de dolor y dejo caer la maleta. Tanto Gretel como Arnold avanzaron casi corriendo, pero el chico tomó la maleta en un movimiento fluido- Maldita sea… olvidé los rasguños. - Yo cargo esto por ti –se ofreció el chico. - Ni hablar, cabeza de balón, lo vas a llenar de gérmenes –gruñó, intentando quitárselo. - Oh, déjalo, Helga. Es bueno tener un esclavo. Vamos enfermero –dijo con altivez Gretel, tomando del brazo a Helga y saliendo del lugar, chasqueando los dedos como si esa fuese la señal para que Arnold no se perdiera. Genial… no sabía que era peor, la doble cantidad de insultos o alegrarse de tener a Helga otra vez metida en su vida… - Me alegra que golpearas a James… me hiciste un favor. –comento a mitad del camino la alemana- El año pasado me encerró en la bodega del conserje con él e intentó que le dijera “una mano”. –muy gráficamente la chica movió su mano como si agitara una lata- Antes de golpearlo, el conserje abrió… me la debía el muy tarado - Troglodita. –corrigió Helga. Arnold se sorprendió. Realmente se sorprendió. - La preparatoria no era lo que esperaba –admitió. Ambas chicas se detuvieron, pero fue Helga quien habló, parecía la menos sorprendida y se dirigió a su prima como si el chico no estuviese. - El zopenco vive en una burbuja de felicidad. –explicó- Él nunca ve las cosas malas que ocurren a su alrededor a menos que salten directamente sobre él. –lo regresó a ver- Desde el pre-escolar existen los abusivos. Y los acosadores sexuales como James, existen desde el colegio. La única diferencia es que en la preparatoria las cosas son más reales y visibles. Ya no vale la pena esconderlo. – comenzó a avanzar, seguía explicándole a la alemana, como si el chico no existiera- Toda mi clase vive en una burbuja de perfección. Son inocentes, no tienen malicia. Son empalagosos y adorables. Su problema más grande es bromas estúpidas idénticas a las de la escuela. Esta es la primera vez que ven la realidad tocándolos, amenazándolos. Yo lo conocí en la educación elemental. - Increíble… tu grupo son puros corderitos, Helga… Los van a devorar en la preparatoria –susurró su prima. - No… no va a ser así. - Tienes razón, te tienen a ti para cuidarlos –contestó Gretel, con cierto orgullo. Arnold se sorprendió por esas cálidas palabras, Helga no dijo nada, solo señaló al frente, a la construcción roja. - Llegamos. Y Gretel… se amable –pidió. - Yo siempre se comportarme frente a adultos. Arnold se abrió paso entre las dos, dándose cuenta que en realidad, para llegar, no lo habían necesitado. Helga conocía el camino muy bien. El chico sacó la llave del bolsillo de su pantalón y abrió la puerta, haciéndose a un lado. Helga jaló a su prima para que no la atropellara la manada de animales que salió disparada. - ¿Arnold? –los tres ingresaron y una cabellera castaña rojiza asomó desde la sala. La mujer avanzó entre los tres, pasando de largo hasta detenerse en frente de alguien en particular- ¿Helga? - Eh… - ¡Helga! –y antes de darse cuenta, la menor de los Pataki estaba entre los brazos de la madre de Arnold- Tanto tiempo sin verte. –aseguró, acunando el rostro de la chica entre sus manos- Has crecido muchísimo, te has vuelto una señorita muy hermosa. Y Helga no supo que decir ¿Qué le dices a la madre del chico que amas? ¿Qué le dices a una mujer que te veía con esa gratitud infinita y con un cariño maternal? ¿Qué le decías a una mujer que había desaparecido tanto tiempo y habías ayudado a que encontrara el camino a su hijo? Podía ser mandona, grosera y hasta cruel, pero no era una maldita desgraciada. - Buenas tardes señora Shortman –saludó como pudo, con un ligero sonrojo en su rostro. - Llámame Stella. Por favor –la soltó suavemente, pero sin dejar de apoyar sus manos sobre los hombros de la chica. Y lo notó, el labio herido, la camisa de su hijo sobre la chica- ¿Qué pasó? –consultó, alarmada. - Helga salvó a Arnold de un brabucón que lo estaba golpeando, pero terminó ella herida –esa fue Gretel, se había apartado de la escena como si no perteneciera a todo eso y lucía increíblemente fuera de lugar, como si nunca hubiese visto una familia afectuosa. Stella se debatió entre su hijo y la chica que tenía entre sus brazos. En un segundo los puso juntos y comenzó a tocarlos como si mágicamente adivinara al tacto todo lo que ocurrió. - Estoy bien mamá, lo juro. Me dolerá doblarme por unos días, pero nada más. Helga recibió la peor parte –el chico bajo el rostro, sintiendo como la realidad lo golpeaba- debí ser yo quien la salvara, no ella a mí. - Oh Helga –Stella parecía a punto de llorar y la chica no tenía idea de que hacer. Nunca había visto tanta sinceridad de emociones, tanta preocupación y afecto sobre su persona. Stella la tomó de la mano y la guio escaleras arriba. En el segundo piso, abrió una puerta que contenía varios frascos con flores y hojas de todo tipo, lucía como un laboratorio. Ya adentro, se dedicó a rebuscar por el lugar, disponiendo algunas hojas, raíces y flores en una mesita de laboratorio. - Mi madre es botánica y doctora. Sabe lo que hace –Arnold se adelantó un pocoTiene un corte en la cintura algo profundo. No necesitó puntadas pero la enfermera dijo que se podría infectar. - Oh… - No es necesario que haga esto seño…. Digo, Stella. Estoy bien, no es la primera vez que ocurre algo así –aseguró, visiblemente nerviosa. - Por supuesto que sí, mi familia y yo te debemos tanto. Lo mínimo que puedo hacer es curarte. Lo que quiero hacer, es cuidarte. –aclaró- Así que levántate la camisa para ver tu herida. –la chica lo hizo con timidez- Las vendas, retíratelas. Gretel se adelantó y ayudó con eso en silencio. Las dos chicas estaban visiblemente sorprendidas y se dejaban llevar por el ambiente desconocido. A los pocos minutos, Stella había creado un ungüento natural, se lo había puesto en la herida, que rápidamente dejó de arderle y en lugar de vendarla, le puso un parche. Le entregó en un frasco más del mismo ungüento perfumado- En la noche te pones un poco en el labio también y después de bañarte, lo tienes que hacer todos los días, también en la herida de la cintura –recetó. Repentinamente reparó en la otra rubia y la observó extrañada. Después de que todo se calmara, por fin notaba el rostro extraño. - Ella es mi prima, Gretel von Bismarck. –presentó, la chica inclinó el rostro en forma de saludo- Está buscando un cuarto estudiantil donde vivir y le comenté que ustedes tienen una casa de huéspedes –explicó, bajando la vista, sin poder soportar la brillante mirada de la madre de Arnold sobre ella. - Oh… tu prima… Entonces, encantada, soy la madre de Arnold. No sé si Helga te contó su fuerte participación en rescatarnos –les comenzó a guiar al piso de abajo, Stella iba junto a Gretel, dejando a Helga y Arnold caminando juntos, atrás. - Lo hizo, realmente me quedé sorprendida. La selva amazónica es un lugar peligroso de por sí. Aunque nuestra familia se caracteriza por ser luchadora – aseguró, con una sonrisa de puro y sincero orgullo. - Bueno, lo que te haya contado, te recomiendo pensar que ella fue mil veces más admirable, valiente y maravillosa. Ella es una heroína para nosotros –Helga tapó su rostro con sus manos y sintió la risa cómplice de Arnold junto a ella. - ¿Qué le dijiste a tus padres de mí? –susurró, intentando no matar a Arnold en frente de esa noble mujer. - Nada. Lo juro. Todo lo que dice lo ha concluido ella sola. Aunque tiene razón –se encogió de hombros, con una sonrisa ladeada. Helga no pudo ni sentir el hormigueo, porque habían entrado a la cocina y una voz familiar la llamaba… por lo menos sabía que era con ella. - ¡Helena de Troya! –oh, la abuela de Arnold, la anciana avanzó, dejando las ollas sobre la estufa. Estaba vestida como una cosechadora de arroz de Asia, con un sombrero puntiagudo y ropa blanca y holgada. - Mamá, ella… -Stella intentó llamar la atención de su suegra, pero esta miraba a Helga y a Gretel, como si intentara recordar el nombre de la desconocida. - Casandra de Troya –se presentó la chica, Helga le había hablado mucho de tan peculiar familia- ¿Me recuerda? - ¡Por supuesto! –tomó las manos de Gretel como si reconociera a una vieja amiga, Stella contuvo una risa suave por la rápida mente de la chica- ¿Qué te trae por aquí? - Oh… esperaba que me diera hospedaje en sus dominios por una larga temporada. Helena y yo intentamos huir del destino que fuimos forzadas a seguir, posiblemente debamos huir. Pero Helena es muy importante para Esparta y Troya, así que primero pensaba asentarme yo, preparar todo, para que cuando ella pueda reunirse conmigo, en estos pacíficos dominios, este todo según sus deseos –Arnold parecía ser el único sorprendido. Helga solo sonreía de lado, acostumbrada a la naturalidad con que su prima improvisaba. Stella comenzó a reír con obviedad, era indiscutible que la depredadora, es decir, Gretel, se estaba ganando a todos ahí. - ¡Por supuesto! ¡Por supuesto! Tenemos unos aposentos libres en el segundo piso. - Pookie ¿Con quién hablas? –el abuelo de Arnold entró en el lugar. Helga se sentía repentinamente atrapada, parecía que todo el mundo vinculado por sangre con Arnold había decidido aparecer- Oh… pero si es tu amiguita, aunque ya no tiene una sola ceja ni el lazo rosado. Hola niña. Helga no se inmutó, aunque buscó en el bolsillo de su pantalón, confirmando que ahí seguía su listón. - Abuelo… - Papá, la prima de Helga…. - Casandra de Troya –corrigió la anciana, retomando una conversación que al parecer solo entendían Gretel y ella. - …desea el cuarto doble de huéspedes, el que está cerca del cuarto de Arnold. – continuó Stella, realmente contenta- Parece que primero se mudará ella y luego Helga ¿Qué te parece? - ¿Tienes con qué pagar? –consultó el anciano, Gretel asintió con seguridad y retomó la conversación. Los ojos del hombre se posaron en Helga- Así que te mudas con nosotros –bromeó. - ¿Qué? Eh… No… mi prima –señaló- es la que se muda. Ella es alemana, lleva un año aquí, su departamento es muy grande y quería algo más pequeño… más… cerca de la preparatoria. - ¿Y tú? –picó un poco más el anciano. - Las tensiones son grandes en la casa Pataki. Así que pensaba darle acilo político a Helga –Gretel rodeó con su brazo los hombros de su prima- ¿Le parece bien, señor? - Será divertido –parecía hablar con Arnold, quien lucía como si la película se hubiese movido rápidamente frente a sus ojos y se la hubiese perdido. - Perfecto. Entonces, enfermero ¿Nos guías a nuestro nuevo dulce hogar? –el aludido asintió, aún sorprendido, pudo escuchar como su madre decía emocionada que debía llamar al museo y contactarse con Miles por la gran noticia. Arnold se sentía en otro mundo. Uno muy lejano. - ¿Es amueblado? –consultó Gretel, Helga parecía estar en la novena nube y bien aferrada. Con la excusa de visitar a su prima, podría ver a Arnold. No solo eso, habrían días que podría quedarse a dormir, con suerte, convivir con él un poco más fuera de los estrictos muros de la preparatoria y sus normas sociales. Mejor aún, en el muy hipotético caso que Big Bob accediera a que se fuese a vivir con Gretel, tendría la posibilidad de verlo todos los días ¡Caminar juntos a la preparatoria! Tantas… tantas cosas. - ¿Eh? Si… -parecía que Arnold también estaba muy lejos de ahí- Dos cuartos con sus respectivas camas, armarios, comedor para cuatro personas, mesón de cocina, estufa, refrigerador, esas cosas. - Perfecto. Aunque haremos algunos cambios. –contestó, al llegar a la puerta indicada, Gretel tuvo que empujar a su prima dentro antes de meterse también y quedarse justo en el marco, mirando a Arnold, solo tuvo que apoyar su dedo índice sobre el pecho del chico y este saltó hacia atrás, mirando en dirección de su habitación como si midiera correr hacia allá- Adiós enfermero –y cerró la puerta. - ¿Qué… acabas de hacer? –alcanzó a oír a sus espaldas, Gretel miró a su prima con una sincera diversión. - Avanzar años luz en tu plan de conquistar al corderito. Tu sabes… vas desde el pre-escolar soñando con él. Me aburrí con esta introducción tan grande ¡Ahora quiero acción! –respondió con obviedad- Pero que quede claro. Te ayudo porque él tiene esperanzas, lo pude notar hoy. No es algo aburrido e inofensivo. Debajo de esa piel de cordero… parece haber un lobo –canturreó la chica, enigmática, lanzándole una mirada a su nuevo hogar. El departamento era realmente sencillo y pequeño, había una cocina a su derecha, equipada con lo necesario, un mesón y junto a este una mesa. A la izquierda se encontraba una puerta que llevaba a un baño equipado. Existía suficiente espacio junto a la mesa para armar una pequeña sala. Al fondo dos puertas, ambas llevaban a habitaciones idénticas, con camas, armarios y tocadores. La joven alemana se movió con curiosidad, estaba todo limpio, podía sentir a Helga pisándole los talones. - Tomo la habitación de la izquierda –comentó la alemana, con naturalidad. - ¿Un cordero? –repitió la chica, buscando explicaciones- Maldita sea, Gretel, habla y explícate de una buena vez. - Oh… que malhumorada. –ambas chicas se enfrentaron- Los corderitos son aburridos. Sueñan con castos besos bajo la luz de las estrellas, se ponen nerviosos frente a un poco de piel descubierta. No saben que hacer, no se atreven ni siquiera a mirar. Pero él, –su mirada señaló hacia afuera- imagina, desea, fantasea, clava su mirada, se acalora. Él parece controlado por cadenas, por sus buenas costumbres… es un lobo domesticado. –Helga arqueó la ceja, interesadaPero un lobo a fin de cuentas. Tú lo viste. Yo sé que piensas que estás en desventaja porque hace años te le declaraste, porque él sabe de tus sentimientos pero no sabes lo que él piensa de ti más que un par de cosas que has logrado conseguir. –la aludida bajó la vista, apenada, clavando sus ojos en el suelo- Pero te equivocas. Tienes mejor oportunidad que cualquier otra chica. Cualquier-otra. –repitió. Helga levantó los ojos sorprendida, intrigada, porque eso no tenía sentido- Cuando una persona sabe que alguien le ama, inconscientemente siente que es su propiedad, que le pertenece por derecho y la tiene asegurada. El tiempo puede pasar, pero eso no cambia, es instintivo. Tú te declaraste como su hembra y la forma en que lo hiciste fue… muy claro que era para siempre. –la chica se sonrojó con fuerza y Gretel contuvo las ganas de reír- Él dará por hecho que no lo rechazarás, lo viste en la enfermería, no quería soltarte, se sentía en la confianza de poder hacer lo que deseara. Él siente que puede tocarte, piensa que es su derecho. Eres suya. Insinúate, caza al corderito hasta que el lobo aparezca. Y cuando lo haga… - Él me cazará –susurró Helga, no tan convencida de la idea. - “Cómame señor Lobo” –fingió ser su enamorada prima, imitando medianamente bien su voz, tuvo que dar un salto hacia un lado para que el zapato púrpura no se le clavara en la cara. Helga podía patear muy alto. Aun así, no se inmutó- Pero ojo… le estarás dando poder sobre ti. - ¿Más? –casi gritó, Helga pudo sentir la alarma sobre su cuerpo, señalando hacia la puerta del departamento- ¿Más poder sobre mí? Si solo tiene que verme… solo tiene que mirarme para que pierda el piso –susurró, admitiendo su realidad- ¿Y quieres que le dé más poder sobre mí? - Temporalmente. Esto es un tira y afloja. –le explicó- Mientras lo caces tendrás tú el poder ¿Él asume que puede tomar tu mano cuando quiera? ¿Preguntarte todo lo que quiera solo por ser él? Bien… que sepa que tus manos no son lo único que puede sentir entre las suyas, que sepa que hay cosas más excitantes que podría conseguir de tu boca y no son palabras. Ponlo al límite, enséñale la recompensa pero no le dejes obtenerla. Eso diferencia la seducción del coqueteo. Seducir es mantener el misterio. Y tú eres muy misteriosa para él, aprovecha eso. Cuando ya no se pueda controlar, cuando aún sin provocarlo él se descubra deseándote junto a él. Él te cazará, él tendrá el poder. - ¿Y qué me garantiza que después de obtener un poco de mí no se irá? –y lo supo, al segundo que lo dijo, mientras las palabras salían de su boca, ya sabía la respuesta. Eso no pasaría, porque Arnold no tenía mal corazón, porque era bueno y noble, tomaba responsabilidad de sus actos. Él tomaba siempre en cuenta la consecuencia de sus actos. Pero eso no sabía su prima. Aun así esta se veía confiada. - Los hombres se creen del sexo superior. La sociedad se lo ha dicho. Ya lo oíste, él debía defenderte ¿Por qué? Porque es hombre. Aún la caballerosidad está plagada de esa idea: el sexo superior. Pero cuando se saben queridos y son seducidos, son vencidos y se vuelven esclavos. Cazarlo será crear la trampa, dejar que te cace significará que caerá en la misma. Luego ámalo y sedúcelo por partes iguales, estará tan involucrado que no podrá huir. Su corazón será tuyo. Ya será tu responsabilidad si lo cuidas o no. –Gretel llevó a su prima afuera y cerró la puerta- Y… se está haciendo tarde, es mejor volver ¿Te quedas a dormir conmigo en mi antiguo departamento? Avisaré a Big Bob y de paso me envía unos cargadores de la empresa para que traigan algunas de mis cosas mañana aquí. - Claro… ¿Y los muebles del viejo departamento? - Se quedan allá, lo entregaré amoblado, costará más. Aunque planeo traer algunas cosas y poner en bodega otras de aquí, como ese comedor que no usaremos teniendo el mesón. Todos salimos ganando –le guiñó un ojo, bajando las gradas, justo antes de salir, las chicas se encontraron con Arnold. Gretel pudo sentirlo, el brazo que mantenía enganchado de su prima se puso tieso contra su tacto, pero externamente Helga lucía a la defensiva… como siempre- Mañana me mudo, traeré mis cosas después de clases. Lo más interesante era ver como el chico instintivamente se alejaba de la alemana y su cuerpo se inclinaba en dirección de Helga. Todo su ser parecía reconocer a su compañera de clase y aventuras como una mujer fuerte y un pilar en el que apoyarse. - C-Claro… ¿Quieren que las acompañe? Se está haciendo tarde. - Por favor, zopenco. Nosotras tendríamos que cuidarte a ti. Si pasara algo, estorbarías –respondió Helga, rápida, afilada, burlona. Y brutalmente sincera, en realidad. - Ah… - Tengo una bolsa de boxeo que planeo traer. Te puedo enseñar unos movimientos –Arnold miró a la alemana, su oferta sonaba sincera. - El cabeza de balón sabe karate. –informó Helga, distraída. El chico la miró con sincera sorpresa porque recordara algo así. Pero una vez más, la chica fue rápida en arreglar su fallo- Te lo perdiste, andaba por todos lados en el uniforme con el mismo orgullo que una niña con su vestido de princesa –ambas rieron, a coro. - Bueno, bueno… La propuesta queda en pie –se despidió la alemana en nombre de las dos, Helga parecía obviamente sin interés de reconocer a Arnold como un ser digno de una cortesía. Ya afuera, Gretel la miró, mientras paraba un taxi y se metían dentro- Y para cazarlo necesitarás un cambio de imagen. Algo que diga Helga G. Pataki, eso bastará para recordarle a él constantemente que eres una chica. Aunque hoy descubrimos que él ya es consciente de eso. Pero no voy a permitir que andes conmigo con esa ropa tan… de chica insegura y acomplejada ¡Eres mi prima, maldita sea! Toda tú debe demostrar tu orgullo, tu fuerza y dominio. Y al enfermerito le encantará. –ronroneó y antes que alguien lograra protestar, sacó su celular y marcó un número- ¡Hola! ¿Olga? Que sorpresa que contestaras tú ¿Ya te instalaste con tus padres? –ambas chicas se vieron. Helga lo supo, estaba entre la espada y la pared. Bajo la vista, soltando un insulto que solo hizo reír a su prima- Y yo justo llamaba para avisar que Helga se quedará conmigo… es que debe hacer unos deberes y yo tengo los libros que necesita… si… una lástima ¿Me pasas a Big Bob?.... Helga se tapó la cara con las manos. Quiso despertar, quiso gritar, patalear, bajarse del taxi y negarse a toda esa locura. Pero la idea… Oh… la idea de sentir que Arnold podía quererla. No, no solo eso, podía amarla, desearla. Como era ella, sin dejar de ser ella. Sin esforzarse por cambiar, sin mentiras. Solo mostrarle más de ella, literal y simbólicamente. La idea le gustaba, le estremecía pero también le asustaba. Porque esta vez era un salto de fe sin paracaídas. No podía echarse hacia atrás como años atrás. Continuará… ¡Saludos Manada! ¿Cómo están mis lobos solitarios, mis alfas guerreros? Aquí, yo hasta la noche, disfrutando de esta vida nocturna de escritora. Me alegra que hayan recibido tan bien la re-edición ¡Bienvenidos a esta gran manada! Entre picardías y bromas, nos unimos siempre más. Realmente espero haberles arrancado una sonrisa con este capítulo. Mi acto de instinto ha sido cantar a viva voz mientras caminaba en la calle ¿Y su acto de instinto cuál va a ser? Sin pensar, solo actuar. ¡Nos leemos! Nocturna4