Los misioneros jesuitas, traductores culturales

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Manuscrits. Revista d’Història Moderna 32, 2014 129-150
Los misioneros jesuitas, traductores culturales:
las fronteras culturales de la misión católica
en la China del siglo xviii*
Sergio Mantecón Sardiñas
Universidad de Salamanca
[email protected]
Recibido: julio de 2014
Aceptado: octubre de 2014
Resumen
La controversia de los ritos chinos conforma un tema de investigación analizable desde ópticas
tan diferentes como la historia, la sociología, la teología o las modernas teorías sobre la traducción lingüística y cultural. Este artículo se concentra no solo en la controversia en sí misma,
sino también en el contexto histórico en que se conoció, así como en el conflicto y las relaciones de poder entre diferentes misioneros y modelos de misión que dieron lugar al conflicto. Asimismo, se explican las razones y los motivos que dieron lugar a la llegada a China del
comisionado vaticano Carlo Ambrogio Mezzabarba en 1720. Se analiza, particularmente, la
figura del misionero como un mediador entre culturas y explica estrategias de traducción lingüística y cultural adoptadas por los padres jesuitas. Dichos procesos de adaptación y mediación produjeron problemas derivados de las malas interpretaciones culturales y conceptuales, y
la interpretación china del catolicismo, además del choque entre diferentes modelos de misión.
Como resultado de esta controversia, la Compañía de Jesús fue suprimida en 1773, si bien sería
restaurada en 1814. Este artículo analiza las estrategias de traducción cultural desarrollada en
dichos contextos durante los siglos xvii-xviii, un tema central para explicar la concreción y las
consecuencias de los intercambios culturales que implicaba la acción misionera en Asia, así
como su configuración como frontera cultural de la acción misionera católica.
Palabras clave: ritos chinos; traducción cultural; hibridación cultural; jesuitas; dominicos; choque cultural; misiones.
Resum. Els missioners jesuïtes, traductors culturals: les fronteres culturals de la missió catòlica a la Xina del segle xviii
La controvèrsia dels ritus xinesos conforma un tema d’investigació analitzable des d’òptiques
tan diferents com la història, la sociologia, la teologia o les modernes teories sobre la traducció
lingüística i cultural. Aquest article es concentra no només en la controvèrsia en si mateixa, sinó
també en el context històric en què es va conèixer, així com en el conflicte i les relacions de
poder entre diferents missioners i models de missió que van donar lloc al conflicte. Així mateix,
*
Primeras versiones sobre contenidos que se incluyen en este texto fueron presentadas por el
autor como ponencias en los congresos internacionales Colonial (mis)understandings (CHAM,
Lisboa, 2013) y en la sesión 87 del 45º Convegno Annuale della Association for Spanish and
Portuguese Historical Studies (Módena, 26-29 de junio de 2014).
http://dx.doi.org/10.5565/rev/manuscrits.46
ISSN 0213-2397 (paper), ISSN 0214-6000 (digital)
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s’expliquen les raons i els motius que van donar lloc a l’arribada a la Xina del comissionat vaticà Carlo Ambrogio Mezzabarba el 1720. S’hi analitza, particularment, la figura del missioner
com un mediador entre cultures i explica estratègies de traducció lingüística i cultural adoptades
pels pares jesuïtes. Aquests processos d’adaptació i mediació van produir problemes derivats
dels malentesos culturals i conceptuals i la interpretació xinesa del catolicisme, a més del xoc
entre diferents models de missió. Com a resultat d’aquesta controvèrsia, la Companyia de Jesús
va ser suprimida el 1773, si bé seria restaurada el 1814. Aquest article analitza les estratègies de
traducció cultural desenvolupada en aquests contextos durant els segles xvii-xviii, un tema central per explicar la concreció i les conseqüències dels intercanvis culturals que implicava l’acció
missionera a l’Àsia i la seva configuració com a frontera cultural de l’acció missionera catòlica.
Paraules clau: ritus xinesos; traducció cultural; hibridació cultural; jesuïtes; dominics; xoc cultural; missions.
Abstract. The Jesuit missionaries, cultural translators: The cultural boundaries of the Catholic
mission in 18th-century China
The Chinese Rites controversy is currently a hot topic in many different fields related to the history of religions, translation or intercultural mediation. This study examines not only on the controversy itself, but also the context and the conflict between different missionaries and missionary
models that gave rise to the controversy, as well as the reasons and motives that led to the arrival
of the Vatican Commissioner Carlo Ambrogio Mezzabarba in China, such as the letters sent to
the Vatican from the Dominican fathers Navarrete, Morales and Ribera. The study focuses on the
figure of the missionary as an intercultural mediator and the cultural translation strategies used
by the Jesuits as well as terminological problems such as the adaptation of the concept of ‘God’
or ‘Soul’ and how the missionaries overcame such challenges. This led to subsequent problems
as a result of cultural and conceptual misunderstandings between both cultures and the understanding of Christianity by the Chinese, as well as the collision between different missionary
models. The arguments of the great debate on this topic in the Vatican against the Jesuits led to
the extinction of this religious missionary society in 1773, although it would be restored in 1814.
The article provides a general approach to cultural translation strategies developed in these contexts during the 17th century and the first half of the 18th century; a particularly rich topic for
the analysis of cultural translation and cross-cultural exchanges in early modern times, as
well as the establishment of China as a cultural frontier for the Catholic missions.
Keywords: Chinese Rites; cultural translation; cultural hybridization; Jesuits; Dominicans; cultural encounters; missions.
Sumario
Misiones y contaminación cultural
Polémicas entre católicos en China, ¿un
caso de idolatría?
¿Idolatría, misión o poder?
Referencias bibliográficas
Este artículo analiza variada documentación relacionada con la querella de los
ritos chinos que se encuentra disponible en archivos vaticanos, principalmente en
el Archivo de la Sacra Congregación para la Doctrina de la Fe. Además, se han
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analizado otros documentos manuscritos e impresos concernientes a la larga y
compleja querella sobre las concreciones históricas de las misiones jesuíticas en
China. Se examina el proceso misionero y la controversia misma como un problema de traducción cultural, concentrando el análisis en las estrategias de intercambio cultural llevadas a cabo por los misioneros jesuitas a fin de convertir a la
población nativa, así como las diferentes concepciones que otros misioneros
tuvieron de esas prácticas de traducción cultural desarrolladas por los padres de
la Compañía de Jesús.
Mi estudio, apoyado sobre otros previos realizados con diferentes enfoques
por Jonathan Spence (1985) o Ronald Po-Chia Hsia (2010 y 2012), que dotan
elementos de encuadre imprescindibles, analizará estrategias de hibridación y
asimilación cultural desarrolladas por miembros de la Compañía de Jesús, así
como elementos que desencadenaron el proceso legal iniciado por dominicos o
los agustinos contra la acción de los jesuitas en la región; un problema cuyo desenlace se sumó a otros que concluirían con la supresión de la Compañía de Jesús
en 1773 y su previa expulsión de los territorios europeos y coloniales de las
potencias católicas de la Europa occidental.
La progresión de la misión desarrollada por los miembros de la Compañía
de Jesús fue favorecida por la sensibilidad de los jesuitas para adaptarse a la
cultura nativa y buscar lenguajes comunes que sirvieran de puente por el que
conducir elementos de dogmática y moral católica. Estas bases, que generaron,
no obstante, controversias dentro de la propia Compañía, llevaron a los primeros misioneros a adoptar algunas prácticas y costumbres chinas. Los jesuitas
sirvieron igualmente como transmisores de conocimientos occidentales en el
Imperio Chino, en cuya corte inicialmente fueron tenidos como hombres sabios
venidos de lejanas tierras. De este modo, tal y como afirma Po-Chia Hsia
(2010: 247), «cuando murió en Beijing, hacía mucho tiempo que Ricci había
cambiado sus ropas de monje por las de un reverenciado intelectual confuciano». Estas prácticas y el poder que la Compañía de Jesús estaba acumulando en
aquellos territorios, debido en gran medida a la integración de los misioneros
en la sociedad nativa, despertaron las sospechas y recelos por parte de otras
órdenes religiosas.
Se analizan aquí los usos de la lengua desde una perspectiva tan compleja
como la de la misión jesuita en China cuando esta era fruto de una profunda controversia dentro del catolicismo. La atención se concentra particularmente en un
momento concreto de la evolución del conflicto cuando los argumentos se fueron
cargando contra las prácticas de los jesuitas, como fue la primera mitad del siglo
xviii, aunque sin perder la referencia del encuadre global del problema. El cuidado también se extrema en identificar elementos de la traducción cultural que
implicaba el contacto de los misioneros con la sociedad china del periodo.
Existe la necesidad de adoptar ciertas precauciones metodológicas que
implican una reducción de la escala de observación, para delimitar los episodios y traducir los textos documentales utilizados y sus significaciones en el
contexto singular que lo produjo. De alguna forma se trata de un ejercicio de
microanálisis en términos que fueron descritos y ensayados hace ya varias
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décadas por las aportaciones investigadoras más influyentes dentro de este
género de historia.1 Igualmente, supone enfrentarse al análisis de una materia
que, ineludiblemente, debe impregnarse de la moderna traductología que, en los
últimos años, ha subrayado la relevancia de los estudios desarrollados en este
campo y la necesidad de enfoques interdisciplinares, como los de Rafael (1993),
Robinson (1997), Valdeón (2013) o Vidal (2013), por citar algunos notables y
conocidos ejemplos.
Los misioneros jesuitas se esforzaron por hacer llegar la fe cristiana de una
Iglesia militante, como era la romana, y, de forma más vasta, la cultura europea, a
las gentes, a los gentiles nativos y la corte imperial china. En estos territorios y
entre los nativos, los padres de la Compañía de Jesús se esforzaron por sintetizar
principios éticos confucianistas con los cristianos. En este estudio se analizan
algunos documentos que fueron utilizados en el proceso articulado contra los
jesuitas por acusaciones de idolatría, permitiendo comprobar no solo aspectos
que han llamado la atención de historiadores especialistas en este periodo histórico sino también los significados y las consecuencias de los procesos de hibridación y asimilación cultural, así como de apropiación, que protagonizaron los
padres de la Compañía de Jesús, considerando al misionero jesuita como el depositario consciente —y, al tiempo, agente y difusor— de una cultura híbrida, lo
que causó incontables problemas a los miembros de la Compañía de Jesús si se
considera comparativamente esta materia con otros modelos de misión, ya fueran
impulsados por otras órdenes religiosas, o con la propia Santa Sede a través de
instituciones específicas dispuestas a tal efecto, como era el caso de la Sacra Congregación de Propaganda Fide.
En este estudio se analiza la problemática enunciada en tres partes. La primera expone la situación de los procesos misioneros en la edad moderna, así como
la expansión de la cristiandad por China y otros contextos, caracterizando el
modelo jesuítico de misión, que suponía la adaptación y traducción cultural, además del uso de estrategias de hibridación, a fin de convertir a la población nativa.
Se analizan igualmente las facetas en que este proceso derivó en formas de contaminación cultural que, a la postre, ocasionaron problemas a los jesuitas con otras
órdenes religiosas y ante la Santa Sede.
La segunda parte del artículo es un análisis de la documentación y de las críticas procedentes de misioneros de otras órdenes religiosas al modelo de misión
jesuita, destacando en este apartado la importancia de la correspondencia enviada
a la Santa Sede por misioneros como los padres Navarrete, Morales o Ribera,
1.
Las obras de Carlo Ginzburg analizando la escatología del molinero Menocchio, el análisis de
Giovanni Levi (1990) sobre los esfuerzos de Giovanni Chiesa para asumir una herencia inmaterial, desmadejando toda una retícula tupida de relaciones sociales en la sociedad piamontesa del
siglo xvii o los problemas derivados de la construcción de la identidad, las capacidades de elección y el universo emocional de Martín Guerre y Bertrande de Rols en la Francia de la segunda
mitad del siglo xvi son, como es bien sabido, excelentes ejemplos: El queso y los gusanos. El
cosmos según un molinero del siglo xvi (Ginzburg, 1991). Sobre los impactos de esta orientación
historiográfica, ver Serna y Pons (1993). Tomás Mantecón (2013) ha realizado una reciente
reflexión de conjunto sobre esta forma de análisis histórico.
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visión crítica sobre el modelo jesuita, que permitía a los conversos preservar ciertos ritos tradicionales. Esta segunda parte analizará la posición defendida por
otras órdenes y su concepción crítica del modelo jesuita y de las estrategias de
mediación intercultural, destacando las polémicas y controversias gestadas entre
ejemplos alternativos para concretar la misión y enfrentarse a la acción pastoral
en esta región del globo. En la tercera parte se analiza la faceta del misionero
como objeto de estudio específico que permite concretar los rasgos de un fenómeno de traducción, mediación intercultural e hibridación cultural en la China
del siglo xviii.
Misiones y contaminación cultural
A fin de comprender en su complejidad el desarrollo y crecimiento de los procesos misioneros católicos en la edad moderna en sus diversas concreciones, es preciso explicar los diferentes procesos de asimilación y biculturalismo en ciertos
individuos e, incluso, en ciertos proyectos de misión. El caso de los misioneros
jesuitas en China, a pesar de su complejidad, es una pieza más de una historia
más general, la del desarrollo de procesos similares en otros entornos de frontera
cultural, como América, África o Filipinas. Otros fenómenos mostraban elementos de mediación y traducción intercultural de no menos complejidad. En este
sentido, hemos de tener en cuenta los procesos de mediación protagonizados no
solo por los misioneros, sino también por algunos nativos, como los lenguas o
lenguaraces, en el caso del Nuevo Mundo, quienes en ocasiones adoptaban parte
de los nuevos conceptos del catolicismo y las tradiciones europeas y los integraban en su sistema cultural, abandonando parcialmente e hibridando sus tradiciones locales con las del entorno de integración. Estudios como los de Broggio
(2004) o Valdeón (2013) han permitido avanzar de forma muy notable en el
conocimiento de estas fronteras culturales asociadas a la presencia de europeos y,
principalmente a la misional, en encuadres y culturas muy diversas, generando
formas de mestizaje cultural particulares.
En el contexto asiático, el contraste entre modelos y experiencias resulta, aparentemente, aún más notable que en los otros ejemplos señalados. Por ejemplo,
en el Japón de comienzos del siglo xvii, el riesgo del martirio era una perspectiva
que tanto los misioneros como los nativos conversos conocían ampliamente; asimismo, tanto en Filipinas como en África, se exponían a grandes riesgos. 2 A
pesar de ello, generando concreciones diversas, las interacciones e intercambios
culturales dieron como resultado apropiaciones de valores que permitían ocasionalmente superar barreras de la intolerancia o crear nuevos canales de comunicación. Esos son entornos que caracterizamos aquí como fronteras culturales,
subrayando no solo la definición de frontera como límite o confín que separa,
sino también como ámbito poroso, de fricción, que provoca apropiaciones y
mestizaje o hibridación cultural.
2.
Sin ánimo de resultar prolijo, obviamente, puede obtenerse una imagen sobre esta problemática
en: Álvarez Delgado (2012), Rafael (1993) o Robinson (1997).
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Desde los primeros momentos de la misión jesuítica en China, apenas fundada en 1582, con la llegada de Ricci, comenzó a tratar sobre los ritos propios «de
dicha nación para separar los lícitos de los ilícitos»,3 para lo cual la reflexión teológica había sido muy profunda, concluyendo que podían permitirse ciertos ritos,
lo que debía propiciar puntos de encuentro entre cristianismo y el universo cultural confucionista, principalmente con las corrientes más tradicionales de este. Las
primeras aproximaciones de los misioneros fueron hacia el budismo, para tratar
de acercar su propuesta a las elites nativas. Ya en tiempos de Ricci, no obstante,
en la primavera de 1595, se produjo una reorientación al confucianismo, hacia el
que giraban también segmentos muy importantes de las elites chinas. Este giro
dado por los misioneros propiciaba nuevos horizontes y avanzaba en la construcción de la asociación entre los misioneros jesuitas y hombres sabios confucianos.
Ya en los primeros contactos, el peligro de mestizaje con el budismo o, cuando menos, la confusión que podía llegar a provocarse, generó cierto escepticismo
dentro de los hombres de la Compañía de Jesús en China. Una cosa era ser más
fácilmente integrados en la sociedad nativa para, así, facilitarse la labor apostólica y otra muy distinta era que los jesuitas fueran asociados a monjes budistas o
filósofos confucionistas y, sin embargo, en la práctica, «vivían como monjes,
cortaban su cabello, llevaban faldas, guardaban el celibato, y venían del Oeste, es
decir, probablemente de la India».4 Así había ocurrido desde los tiempos en que
llegara a China el padre Michele Ruggieri, que anticipó a Ricci, también miembro de la Compañía de Jesús. Otro jesuita, Niccolò Longobardi, que recibiera el
encargo como superior de la misión china después de la muerte de Ricci, desde
el principio, no obstante, mostró su desacuerdo con el camino trazado por su predecesor y con las prácticas de integración.
Los misioneros de otras órdenes religiosas que fueron llegando a China se alimentaron de esta discrepancia latente dentro de la Compañía de Jesús, que acabó
por expulsar a los jesuitas del país en 1617, para poco tiempo después regresar. A
pesar de ello y del retorno de la orden a las posiciones de Ricci. posteriormente, a
partir de 1631, la llegada de los primeros dominicos procedentes de Filipinas
abrió una brecha que centró una larga querella sobre la relación entre los ritos
chinos y el cristianismo. Esta discrepancia llenó de papeles los archivos vaticanos
durante más de un siglo y de controversias las salas de la Santa Sede y de muchas
universidades europeas. Lo que subrayaban los críticos con la lógica desarrollada
por los primeros jesuitas en China era la mutua inculturación de nativos y misioneros implícita a las adaptaciones del cristianismo realizadas por los pioneros de
la misión en China, lo que implicaba porosidad cultural y eso diluía la linde o
confín de la ortodoxia católica.5
3.
«Di quella nazione per separare i leciti da gl’illeciti» indicaba uno de los documentos pontificios
en el proceso sobre los ritos chinos en el Vaticano. Archivio della Congregazione per la Custodia della Fede (ACDF), sig. P4b, Varie relative alle questioni cinesi, 1665-1818.
4. Ver Cervera Jiménez (2002: 212-215, 221-222).
5.La inculturación implica, como ha explicado Carl Starkloff (1994: 69), un proceso de transferencia cultural de doble dirección por el cual, en este supuesto, el cristianismo transformaba la
cultura receptora (aculturación), pero, a su vez, recibía influjos transformadores de esta (encul-
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Para comprender la totalidad del proceso que llevó a esta situación, hay que
recordar que Matteo Ricci, cuando llegó a China, lo hizo ocultando su intención
de propagar una religión extranjera e instalándose en la ciudad de Zhaoqing, provincia de Cantón, se empleó primeramente en el estudio de la lengua china y el
conocimiento cartográfico, adoptando progresivamente pautas de vida confucianistas, algo que se hizo evidente ya cuando se trasladó a la misión de Nanchang en
1595, momentos en que se dejó crecer la barba y vistió al modo de los letrados
confucianos. Tres años en Nanchang y otros tres en Nanjing supusieron su mayor
integración en la cultura china y su reelaboración del pensamiento confuciano. En
1601 el emperador Wan Li le invitó a la corte imperial de Beijing y, allí, en 1602,
Ricci elaboró, a petición imperial y con la colaboración de cartógrafos y traductores chinos, el mapa Kunyu Wanguo Quantu, que aunaba los conocimientos cartográficos europeos y orientales y conoció numerosas ediciones posteriores.6
Ricci moriría en 1610, dejando como legado, aparte de sus conocimientos
cartográficos y matemáticos, sus técnicas de adaptación y asimilación cultural,
así como muchos de los términos cristianos utilizados aún hoy en día por los cristianos chinos, como 上帝 (Shaˉngdì, «Dios») y 天 (tiaˉn, «cielo»). La relación con
el cristianismo también ayudó a que el confucianismo apropiara ciertas connotaciones. La imagen de Confucio también fue reconstruida por los misioneros y así
se concibió en sus proyecciones tanto en China como en Europa (Jensen, 1997);
pero esta reconstrucción e intercambio en la frontera cultural no solo se dieron
en los planos descritos, sino también en la cosmovisión.
Sobre la creación del término Shaˉngdì por parte de Ricci habla Kim,7 indicando que «el término confucionista Shangdi (Shangdi en Pinyin), que significa El
Más Alto, es el equivalente semántico al nombre en latín para Dios, Deus». Según
este autor, sin embargo, el uso que hizo Ricci del término fue «una de las traducciones interculturales más innovadoras hechas en una misión», y era así «para el
Dios cristiano, que había sido traducido de un modo diferente por grupos cristianos anteriores en China, como los nestorianos». Shaˉngdì no era una simple reescritura del término chino para referirse a Dios ni un préstamo lingüístico. Era
6.
7.
turación). Esta acepción antropológica del término inculturación, en los términos que utilizo
aquí, es distinta a la desarrollada generalmente por la propia Iglesia católica en nuestros días,
suele utilizar el término para aludir a la inserción de la fe cristiana en sociedades nativas, si bien
es cierto que supone, igualmente, la incorporación de elementos culturales de estas en el cuerpo
de la Iglesia. El límite de estas apropiaciones de culturas indígenas por parte de la Iglesia es
siempre controvertido, pero esta doctrina asentada con posterioridad al Concilio Vaticano II,
cuando menos reconoce interacciones culturales (Anthony, 2012: 236-244). Algunos autores,
como Paul Gifford (2008: 18-34), han subrayado las limitaciones de los intercambios culturales
que encierra la acepción católica del término inculturación.
Una reproducción del detallado mapa original custodiado por en la Biblioteca Apostólica Vaticana fue publicada en 1938 por Pasquale d’Elia. Sobre las aportaciones científicas de Ricci en
esos años es fundamental la investigación de Engelfriet (1998), así como la de Cervera Jiménez
(2001 y 2002).
El estudio realizado por Kim (2004) resulta un excelente análisis del proceso que llevó al padre
Ricci a tomar la decisión de elegir ese término para denominar a Dios a la hora de expandir el
Evangelio por China.
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mucho más que eso, una decisión verdaderamente arriesgada para la traducción,
ya que podía llegar a causar confusión entre los chinos acostumbrados a asociar
el término con las creencias nativas que giraban en torno al confucianismo, o irritar a los intelectuales chinos, quienes podían tachar esta decisión de una proceso
de apropiación y deformación o reconstrucción de sus creencias por parte de Ricci.
Este, por su parte, tampoco renunció a utilizar la palabra más genérica de Tian
como metáfora de Dios, incluso el término Tianzhu (señor del cielo) para precisar
más las connotaciones cristianas del mismo. En 1704 la Santa Sede, sin embargo,
prohibiría utilizar los términos Shaˉngdì y Tian.
El Dios cristiano pasaba a identificarse, entonces, con el término Tianzhu que
rezaba en el catecismo de Ricci impreso cien años atrás. A la difusión e influencia de este texto coadyuvó, además del gran esfuerzo del jesuita por conciliar el
antiguo confucianismo con el cristianismo, el hecho de que el autor ya fuera tenido como un carismático hombre sabio en la sociedad china. Desde el punto de
vista de Kim (2004), no obstante, fue el etnocentrismo de Ricci lo que «le llevó a
asumir que Shangti era el nombre que recibía Dios en China durante su pasado
monoteísta». Esta percepción justifica la decisión de Ricci de emplear el término
Shaˉngdì para traducir el concepto de Dios cristiano.
Fueron los intelectuales chinos, precisamente, los que observaron que Shaˉngdì «no compartía el pasado histórico del Shangti cristiano» y que podría apreciarse quizá incluso hasta diferencias entre el Shaˉngdì confucianista y el cristiano,
puesto que «al decidir usar Shangti como el nombre divino del Dios cristiano, los
chinos cristianos comenzaron a reinterpretar el cristianismo en la tierra de Confucio». Basta comprobar, en este sentido, que no por azar precisamente Ricci obvió
toda referencia a la crucifixión de Cristo en su catecismo (Tianzhu Siyi), con el
propósito de lograr acomodo al cristianismo en la sociedad china. La muerte de
Cristo en la cruz no era fácilmente explicable en clave cultural china.
A fin de contextualizar el estado de las misiones jesuíticas en ese momento
histórico, cabría citar que estaba ya ampliamente experimentada su opción de
práctica misional. En África, su expansión se estaba produciendo sobre todo en
Etiopía, donde el Seltan Seged solicitaba misioneros, impulsando así el catolicismo en su reino. En Asia, en 1580, el sexto nieto del gran Tamerlán, Mahamet
Sladin Equivar, que lideraba el imperio del Gran Mogol, tras conocer las misiones jesuitas en Goa, envió a emisarios al padre provincial de la Compañía de
Jesús para tratar de convencer a algunos de sus miembros de que se trasladaran a
su corte y hacerle partícipe de los «grandes secretos» y conocimientos que se les
atribuían. La embajada jesuítica enviada a la corte del emperador tártaro no
contó, sin embargo, con el vigor suficiente para combatir el islamismo imperante.
A pesar de ello, los misioneros percibieron haber creado un mínimo sustrato ético
y cultural sobre el que podrían edificarse progresos misionales posteriores.
Un excelente ejemplo de estos métodos de hibridación cultural aplicados a la
expansión de la fe católica por parte de la Compañía sería el del padre lusitano
Benito de Goez, antiguo soldado, que en 1603 fue uno de los misioneros encaminados hacia la citada corte tártara. Adoptando el nombre de Abdula Isai, hábito
oriental e instrucciones concretas del pontífice Paulo V y Felipe III de España,
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siendo su viaje y experiencias predecesoras de las del padre Ricci, realizó un
periplo que no fue muy fructífero, ni tampoco largo, muriendo el 11 de abril de
1607. Después de una peregrinación de tres años por la región, se adentró en las
tierras de China y el Tíbet, en la zona llamada del Gran Catayo. El mismo camino,
lleno de dificultades, fue continuado a la corte del Gran Mogol por otros jesuitas,
que adoptaban vestimentas y apariencia lo más integrada posible con las de los
lugares y regiones por las que pasaban.
Los primeros contactos en estos territorios tibetanos, sin embargo, no fueron
óptimos, pero el hecho de que los jesuitas se presentaran como hombres de ciencia
de exótica y remota procedencia, para anunciar «grandes nuevas» y «maravillosos
secretos» a los soberanos asiáticos, ayudó a aumentar la curiosidad de los nativos.
Un excelente ejemplo de la llegada de misioneros jesuitas a China y cómo adoptaban en parte los usos y costumbres chinos, así como su estética podemos extraerla
de las palabras del dominico Fray Domingo Navarrete, que afirma que «los missionarios primeros de China (...) usaron tiempo del traje y vestido de los bonços. Para
predicar la ley de Dios todos, fue pésimo aquel medio. En China no ay vestido más
sucio ni mancado que el de los bonços, si bien secundum se y materialites es
muchas vezes bueno y graue y honesto pero moraliter muy malo.»8
Como se ha indicado ya, los misioneros jesuitas basaban el éxito de su misión
en su capacidad de asimilación y adaptación a las culturas nativas. Muchos llegaron a Asia siguiendo el ejemplo de las experiencias previas de Benito de Goez y
del padre Ricci, adoptando el hábito, aspecto y costumbres de los nativos y presentándose con la apariencia de sabios, hombres de ciencia o mercaderes. Portaban regalos para las autoridades, se interesaban por las costumbres locales,
ofreciendo a las sociedades que les acogían sus novedosos conocimientos matemáticos, musicales y cartográficos. Ese método de formar parte de la sociedad
para luego tratar de convertirla a su fe, amoldándose tanto ellos como su religión
a cada objetivo fue una práctica desarrollada de forma característica por los
padres de la Compañía de Jesús.
Un excelente ejemplo del mestizaje cultural que implicaban estas formas
de misión es mostrado por Mantecón (2012), quien relata cómo un miembro de la
misión de Xensi halla en la zona de Singan,9 en China, una inscripción en una
estela en la que se aludía a referencias básicas de la dogmática cristiana formuladas de una manera diferente a la ofrecida por la tradición occidental. La inscripción, conocida como Kim Kiao, hacía referencia a que «aquello que fue siempre
verdadero y eterno sin tener principio ni fin, con su poder creativo, había sido
origen de todas las cosas que conocemos; que eso era Dios, es decir, una esencia
y tres personas, una sustancia, una divinidad, origen y principio de todo» (Mantecón, 2012: 315). En el texto se aludía a esta entidad divina como Osôôyv, que en
caldeo se refería como Elaˉhaˉ, palabra de la que deriva también el actual término
de Alá utilizado por el Islam.
8.
9.
ACDF, sig. PP4b, s.f.
Sang-ugan en la fecha en que se escribió la inscripción, en la fecha en que se escribió el documento Singan y hoy en día Sigan-fu.
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La inscripción continuaba afirmando que esta entidad «dividió el mundo en
cuatro partes, según la figura de la cruz. De este modo, creó el cielo y la tierra,
colocando el sol y la luna para iluminar el día y la noche. Creó al hombre y le dotó
de gracia para colocarse en el centro del universo, pero el género humano sufrió
una caída desde su feliz estado originario, de modo que, por esta razón, se perturbó la paz y complicó el equilibrio de todas las cosas debido a que el hombre no
dominó sus propias pasiones. Esta caída provocó una ruptura de la armonía originaria y dio lugar a la génesis de diversas sectas que desplazaron la adoración debida al Dios único hacia otros como el sol, la luna o diversas criaturas. Todo esto fue
fruto de la perversión o imperfección del entendimiento humano».
El relato va más allá y nos narra cómo «una de las personas de la Santa Trinidad, llamado el Mesías, hecho hombre y nacido de una virgen [...] portó el conocimiento y la perfección de la verdadera fe para todos los hombres, destruyó la
muerte y dio vida al mundo, llevando la confusión a todos los demonios que en él
había. El Mesías había ordenado el bautismo de agua y espíritu, para lavar los
pecados del hombre y guiar el alma hacia su purificación. Este Dios, encarnado
hombre, hacía uso de la cruz para contener con sus cuatro puntas a todo el género
humano. Sus ministros se hacían la corona en la cabeza para mostrar a los demás
que no estaban dominados por las pasiones, a las que mortificaban para elevarse
a través de la práctica de la oración siete veces cada día, además de hacer sacrificio cada siete días para la purificación del alma» (Mantecón, 2012: 315).
El relato leído por este jesuita en esas lejanas tierras indicaba que en el año
636, bajo el gobierno de un rey llamado Taycum ven Huandi había llegado al
reino un hombre de gran virtud procedente de Judea llamado Olopvuen10 y con él
había portado la ley de la doctrina santa. El soberano había recibido de forma
hospitalaria a este hombre, encargándose de que se conocieran sus doctrinas en el
palacio, propiciando así su difusión por medio de una ordenanza regia. De este
modo, la nueva religión, a pesar de la oposición de los gentiles, miembros de la
más alta nobleza, se dio a conocer por China. La inscripción leída por el jesuita
proclamaba haber sido escrita justamente para recuerdo de las circunstancias del
conocimiento de esta antigua religión en Oriente.
De este extracto podemos deducir que el modelo de misión jesuítico ya parecía estar ensayado por los misioneros nestorianos que llegaron a China casi un
milenio antes que los padres de la Compañía de Jesús, como el hombre llamado
Olopvuen. Estos misioneros, asimilados por los nativos como sabios, ofrecían a
estos unas reglas de vida y espiritualidad que se adaptaban a los principios que
latían en la sociedad china. La lectura que, de los contenidos de la inscripción de
Singan hizo el misionero jesuita, muestra un fascinante diálogo, al que podríamos
catalogar de traducción, ya no solo intercultural, sino también intrahistórica, entre
la misión nestoriana y la jesuítica, separadas por casi un milenio.
La proyección oriental de un cristianismo primitivo y su arraigo cultural en la
región habrían formado un excelente sustrato cultural sobre el que cimentar la labor
10. Dicho misionero nestoriano ha recibido diversas denominaciones como Alopen, Al Oben, Olopen o Olopvuen.
Los misioneros jesuitas, traductores culturales
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misionera contrarreformista. Los jesuitas se encontraron con un cristianismo aletargado que podía despertar debido a la acción misional. A este fin colaboraba
indudablemente el equívoco aspecto con que se presentaban los misioneros,
incorporando en su hábito elementos locales, así como atendiendo a los convencionalismos sobre la forma de comportarse y relacionarse, permitiendo la continuación de ciertos usos y costumbres, tal y como explica Po-Chia Hsia (2010:
247), describiendo la llegada a China de los dos primeros jesuitas, los padres
Ruggieri y Ricci:
Los dos jesuitas se vistieron y afeitaron como si fueran monjes budistas; los chinos
creían que lo eran y lograron algunas conversiones entre la gente humilde. Probablemente algunos de ellos aceptaron el cristianismo creyendo que se trataba de
alguna variante del budismo o del taoísmo, tres religiones que prometían salud,
riquezas y longevidad.
Estos contactos culturales y religiosos entre Asia y Europa crearon un sustrato cultural que facilitó que los asiáticos comprendiesen los contenidos de las predicaciones de los padres jesuitas, gestando un clima favorable a la misión
apostólica católica. Los padres de la Compañía de Jesús eran conocedores de la
existencia de una especie de «cultura cristiana durmiente» en China, que facilitaba que sus propuestas fueran comprendidas. Los jesuitas eran, por supuesto,
conscientes del alto riesgo que este proceso de apropiación implicaba, así como
de la posibilidad de contaminación cultural que este sustrato cristiano había dejado en las sociedades nativas.
Polémicas entre católicos en China, ¿un caso de idolatría?
La organización de la misión comenzada por los jesuitas y los modelos adoptados
les causó grandes problemas, puesto que la labor apostólica de los padres de la
Compañía no implicaba renunciar a sus estrategias de hibridación cultural. Por
supuesto, su objetivo final era la expansión del Catolicismo, pero este fin era una
justificación insuficiente, a ojos de otros misioneros, para el mestizaje cultural.
Este mestizaje jesuita y el fenómeno de la hibridación hicieron a algunos misioneros llegar a reconstruir sus propias identidades personales. Sin embargo, otros
misioneros, particularmente los mendicantes, llegaron a considerar que las prácticas impulsadas por los jesuitas llegaban a constituir idolatría, puesto que el riesgo
del mestizaje, sincretismo o cualquier género de hibridación cultural en materia
religiosa llevaba aparejada una distorsión de la doctrina, derivando así en cultos
híbridos, como los estudiados por Butler (1978 y 1997). Esta materia dio lugar a
incontables controversias entre las órdenes religiosas y provocó mediaciones
pontificias que continuaron hasta muy entrado el siglo xviii. En cualquier caso,
con todos estos condicionantes, la apuesta apostólica de los jesuitas propició el
avance del catolicismo en la sociedad china.
En el contexto histórico y cultural presentado hasta el momento comienzan a
llegar al Vaticano informes y memoriales en los que se acusa a miembros de la
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Sergio Mantecón Sardiñas
Compañía de Jesús de llevar a cabo prácticas heréticas, en su intento de aproximarse a las culturas nativas para avanzar en la extensión del catolicismo en esas
sociedades. Entre otras, cabe citar las acusaciones realizadas a la Compañía por
parte de los padres Navarrete, Morales y Pedrini. Una de las primeras acusaciones a la Compañía de Jesús fue la realizada por el padre Pío Baptista Morales, un
dominico enviado como misionero a China, que tras su retorno a Roma en 1645
presentó en la Santa Congregación de la Propaganda Fide información sobre
«que en aquel reino se practican y predican por parte de los misioneros algunas
cosas que parecen contrarias a los verdaderos dogmas de la fe católica»,11 opinión
sobre los ritos chinos que había expresado ya en 1639 al visitador de la Compañía
en China. Un grave problema se asentaba sobre los despachos de la Santa Sede.
El Papa Inocencio X promulgó, en septiembre de ese mismo año, un decreto
para que se siguiera estrictamente la dogmática cristiana católica en la predicación misionera en China, so pena de excomunión. A partir de ese momento, la
tensión entre los mendicantes y los jesuitas se intensificó. Las denuncias continuaron en los años siguientes, una polémica sin precedentes estaba abierta y tenía
una solución complicada, puesto que se acusaba de idolatría a misioneros que se
estaban aplicando a la predicación católica. Morales retornó a China en 1649, la
tensión se agudizó. Los jesuitas mandaron por procurador a Roma al padre Martino Martín. Este, en 1655, representó allí la diversidad de pareceres sobre diversos
ritos chinos, mostrando la complejidad del problema para adoptarse una decisión
global. El año siguiente, el Santo Oficio confirmó la aprobación de algunos de los
ritos chinos incorporados a la práctica católica por los jesuitas. Morales insistió
en 1661 con sus acusaciones y luego otro dominico, el padre Polanco, que se
llegó a Roma en 1669, incidió en la necesidad de evitar prácticas heterodoxas que
pudieran derivar en idolatría.
Asimismo, llegaron a la Santa Sede relatos sobre prácticas confucianistas
que son presentadas a examen teológico en Roma para saber hasta dónde podían
o no ser tolerables dentro de la ortodoxia católica. La mayor parte de las acusaciones giraban en torno a los honores que los confucianistas daban a los muertos
y el culto que se les debía, puesto que algunos maestros confucianistas difuntos
recibían culto divino y eso desde el punto de vista católico constituía idolatría.
Todo esto alimentaba la controversia sobre las misiones en China y los modelos
adoptados por los agentes de Roma encargados de llevarlas a efecto. El influjo
confuciano no era el único problema. China era también objeto de contaminaciones religiosas procedentes del Islam, puesto que esta opción religiosa era
tolerada en China. El diálogo producido entre la Compañía de Jesús y el Islam
en China fue un fértil campo de estudio sobre el que ha trabajado con gran acierto Benite (2012) mostrando cómo los musulmanes chinos incorporaron parte de
las ideas jesuitas a sus propios trabajos y se interesaron por la fe jesuita no por
ser esta una fe monoteísta y similar a la suya, sino por ser un credo occidental, a
través del que podían desarrollar nuevos puntos de vista. Eran también objeto de
11. «Che in quel regno si pratticauano e pridicauano di missionarii alcune cose che pareuano contrarie alli ueri dogmi della fede católica». ACDF, sig. PP4b, s.f.
Los misioneros jesuitas, traductores culturales
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controversia ciertas ceremonias chinas en las que se practicaban sacrificios de
animales mediante los que se convocaba la presencia y favor de Confucio, el
primo maestro. En este encuadre hay que entender la obra del padre dominico
Navarrete (1656).
En 1658 el papa Alejandro VII destinó por vicarios en China a hombres de su
confianza, entre los que se encontraba Carlo Maigrot, para atenuar las controversias y optimizar los esfuerzos misioneros.12 En 1692 un bando reconocía a todos
los misioneros el ejercicio público de la religión cristiana, pero Maigrot, en
marzo de 1693, publicó un edicto en su vicariato «prohibiendo con esto varios
ritos permitidos por Alejando VII y declarando falsa la exposición hecha a Su
Santidad por el padre Martini».13 Luego prohibió el uso de las palabras Jien o
Tian y Xam-Ji o Shaˉngdì para referirse a Dios, que eran utilizadas por todos los
misioneros hasta ese momento, y la tabella Kim-Jien mandada ya por el emperador en 1655 a los jesuitas en señal de su benevolencia bajo la religión cristiana.
Prohibió también la tabella mortuale,14 que conectaba el cristianismo con el culto
dado tradicionalmente a los difuntos. Navarrete (1656) hace especial hincapié en
el caso de Cantón, donde, en 1668, se hizo una junta para tratar de «establecer la
uniformidad» entre los misioneros. A fines de ese año se insistía en la observancia que debía seguirse en los acuerdos conciliatorios.
La querella se recrudeció progresivamente con nuevas cascadas de acusaciones de idolatría y superstición que supuestamente se hallaban insertas en las prácticas nativas tradicionales reconocidas y transigidas por los jesuitas. En 1700, a la
muerte de Inocencio XII, la causa quedaba en suspenso. Ya circulaban algunos
textos escritos producidos por misioneros jesuitas incluso en lengua china. Los
ecos de la querella llegaron hasta, cuando menos, los años cuarenta del siglo
xviii. En realidad, el debate sobre la incorporación o no, o el simple reconocimiento de la legitimidad nativa de practicar ciertos ritos locales, prosiguió hasta
entrado el siglo xix, tras la restauración de la propia Compañía de Jesús.
A mediados del siglo xvii, el padre Navarrete en su texto se presenta como
un observador ecuánime, puesto que en otras ocasiones había relatado los
«obsequiosos frutos» que se derivaban de la misión de los jesuitas y su labor en
otros lugares y contextos. Incluso ya en Cantón, afirma que durante cuatro años
todos los religiosos colaboraban juntos en la misión de la promoción del catolicismo y luego:
En cinco annos de persecución en los quales vivimos los de las tres religiones
[dominicos, franciscanos y jesuitas] tan unos, tan conformes, con tanto amor y
hermandad como si realmente fuéramos hermanos carnales y aún mucho más, sin
que fuesse impedimento el que cada uno siguiesse en las ocasiones su escuela,
12. ACDF, PP4b, 217-224 vº
13. «...proibendo con questo varii riti permessi da Alessandro VII e dichiarando falsa l’esposizione
fatta à Su Santità da P. Martini». ACDF, PP4b, s.f.
14. Mantengo el término tabella, que en realidad es tabelle, tal como está en el documento. Se trata
de las tablillas con escritos en chino que cumplían fines rituales dentro del ceremonial confucionista.
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Sergio Mantecón Sardiñas
maestro y opinión, y más concurriendo tanta diferencia de naciones y diversidad
de reynos y coronas, que si bien suelen ser motivos para discordias entre mundanos, no lo son empero para los que caminan levantados de la tierra.15
El padre Navarrete mostraba en los documentos dirigidos a la Santa Sede su
disconformidad con las prácticas llevadas a cabo por la Compañía de Jesús, afirmando que:
Supimos los de las dos religiones que los de la Compannia nunca auían permitido
a sus cristianos asistir a los solemnes sacrificios que los letrados hazían a su maestro Confucio, no obstante que dichos padres a lo menos los más suponen que no
son sacrificios.16
Las opiniones acerca de este controvertido tema en la época fueron muy
diversas: hubo quienes afirmaron que los jesuitas sí permitían a los conversos
participar en estos ritos; otros dejaban hacer sencillas ofrendas a Confucio e
incluso algunos decían que se les permitía portar como ofrenda las sobras de su
comida, como al parecer llegó a afirmar uno de los jesuitas de Cantón en esos
años, el padre Hurtado, viceprovincial de la orden allí. Así, el padre Navarrete
decidió tomar cartas en el asunto e informar globalmente de estas prácticas que se
estaban llevando a cabo, al considerarlas heréticas, tal y como narra:
Abiendo entrado en esta missión y enterádome de todos me fuy a nuestro P.V. Provincial y le dixe: a V.M. y a todos los demás missionarios se les lleua el diablo por
estas doctrinas. Respondiome: padre, vemos y sabemos la dificultad, pero qué camino ay? Fuime al monitor, dixele lo mesmo, ahora me uoy a Macao y haré sabidor de
todo al padre visitador, yo no quiero estar en la missión que no está bien.17
A su acusación de idolatría añadía que:
Siempre veneré mucho al padre Matheo Riccio, pero siempre quedo admirado predicasse por nuestro Dios al que ni lo es ni puede ser, y más me admira que todos
los suyos, conociendo ser assí, consientan a éste continuamente predicando con
sus escritos, sin tratar de enmendarlos. Esto no es enseñar a idolatrar a los Chinas?
Sobre este cimiento qué iglesia se puede fundar? Ni cómo han de ser verdaderas
las revelaciones que algunos escriven tuvo aquesse padre?18
Junto con los ritos funerarios, en las acusaciones vertidas ante la Santa Sede a
las prácticas de la Compañía de Jesús están las acusaciones derivadas de las
denominaciones que da la Compañía a ciertos términos como Dios o Santo; en
este caso, Navarrete se pronuncia afirmando que:
15.
16.
17.
18.
ACDF, PP4b, s.f.
ACDF, PP4b, s.f.
ACDF, PP4b, s.f.
ACDF, PP4b, s.f.
Los misioneros jesuitas, traductores culturales
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La voz Xing non significa verdadera santidad, ni el chino la conoce ni ha conocido. Assí lo sienten los missionarios de la Compannia, lo tienen escrito y lo dizen a
cada passo; y el doctor Paulo dezía en confirmación desto que hom Xing, auía
auido muchos en su reyno de la China, pero santo ninguno. Otro letrado y buen
christiano me dixo a mí que no auíamos de nombrar a nuestros santos con la voz
xing, sino con la nuestra, santos, porque la primera no equivale a la segunda.19
Pese a estas voces, muchos misioneros, no solo jesuitas, se esforzaban por
hacer ver que su aceptación de algunos ritos confucionistas suponía despojarlos
de su significado religioso, lo que avanzaba a favor de la expansión del cristianismo. El agustino fray Juan Nicolás de Ribera mostraba su parcial acuerdo con
ciertas prácticas llevadas a cabo por los misioneros de la Compañía el 30 de
marzo de 1693 al vicario apostólico Juan Basset indicando que:
En cuanto a permitir las tablillas de los abuelos a los chinos cristianos, ni yo ni
otro alguno de mi religión las a permitido con la letra xîn, y al presente después de
aver consultado la materia y por experiencia haver visto que los chinos idolatran
en los abuelos, así el padre vicario provincial [al margen se dice: era il padre
Rubio] como yo avemos mandado quitar las dos letras xîn vuy xîn chù20 etc. y aún
el permitirse las desta suerte es adduritiam cordis que de buena gana si pudiera se
las quitara del todo, tampoco les e permitido ni permito que agan páy a los abuelos
ni en el templo ni fuera del a las tablillas, ni menos que agan sacrificios, ni ofertas.
Solo en los sepulcros les permito que hagan el páy, advirtiéndoles primero cómo
lo an de açer, y desta manera procedo en esta materia y así el que dijere que los
padres de San Agustín permiten las tablillas con las dos letras xîn vúy etc. se engaña y está mal informado.21
El propio agustino, misionero en Cantón, más adelante, en esa misma correspondencia de marzo de 1693, advierte al vicario apostólico de la provincia de
Tochien, Carlo Maigrot, que en la querella sobre los ritos religiosos chinos ellos,
los agustinos, están «con las manos atadas», puesto que no pueden apoyar las
prácticas de los jesuitas ni tampoco repudiarlas cuando han favorecido la expansión del cristianismo y ya muchos nativos convertidos al catolicismo las tienen
por ortodoxas. Lo único que les queda es no enseñarlas ni permitirlas en sus
misiones y tratar de hacer converger las formas y contenidos de la misión. Este
mismo agustino explicaba en otra de sus cartas que las prácticas que se realizaban
en templos confucianistas eran conducidas por ministros competentes y en altares
dispuestos para ello —con ayuno de meditación y abstinencia de cópula matrimonial— con el fin de:
Conseguir quietud interior y regular los afectos desordenados del coraçon, con la
ceremonia de bajar los espíritus de las qualidades universales in yâng en que se
resolvieron las almas de sus aquellos; y ruego que la califiquen, que ya estoi segu19. ACDF, PP4b, s.f.
20. O Xing, dependiendo de la grafía, palabra usada por los jesuitas para denominar a los santos.
21. ACDF, PP4c, ff. 200-201, 219.
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ro abrá pocos que contradigan la calificación que io le doi de ciertamente ser sacrificio; porque averiguada bien esta oblación sinica poco se diferencia en el ojecto
de las que ofrecían los caldeos a los espíritus de los elementos, a las quales ninguno les negó la idolatría y los chinos ofrecen la suia a los espíritus de las qualidades
fría y cálida, húmeda y seca, etc. Que son su in yâng a do suponen se resolvieron
los cuerpos y almas de sus aquellos como queda probado, y si lo allí dicho no bastare avisenme y alegaré las autoridades que bastaren.22
A pesar de todo, Maigrot publicó un edicto, dado en Pido Changlò el 26 de
marzo de 1693, inspirado en los principios que se exponen a continuación. La
polémica continuó.23 Los agustinos insistían en el punto de la idolatría de algunas
prácticas que eran consentidas a los chinos cristianizados por otros misioneros.
Así, el propio Ribera escribía al franciscano Fr. Pasquale en esas mismas fechas
explicando que:
La oblación que los chinos infieles ofreçen a sus abuelos en el templo es sacrificio
idolátrico, [...] la oblación que desde el reynado han hasta el tiempo presente ofrecen los gentiles a sus aguelos es así [es decir: la oblación que se ofrece en honor de
alguna criatura en templo a ella dedicado por ministro para tal oblación destinado
y en altar preparado para ofrecerla es sacrificio], luego es sacrificio.24
Tal y como afirma el agustino, nadie duda que con las palabras çû tâng aluden a los templos de los ancestros y estos, en algunas ceremonias «los untan con
sangre de gallinas, como yo lo e visto».25 Esto lo hacen para «bajar los espíritus»
y la ceremonia, consistente, además, en colocar arena y un manojo de paja sobre
el que derraman vino. Todo esto en «la mesa de los olores». Esta ceremonia «es
antiquísima» y adquiría significaciones de ofrenda instrumental. El agustino
menciona algún ejemplo concreto; así, en uno de los libros religiosos sobre los
que se apoya el ceremonial, el lýký indicaba que: «El emperador por la tercera
luna a de ofrecer un pescado llamado goey a sus aguelos [podría traducirse como
antepasados o ancestros] para pedir que grane el trigo [...]. [Más adelante añade:]
saliendo el rey a la guerra y quando hacía junta de regulos ofrecía el sacrificio
çhâó para pedir a sus aguelos el buen acierto».26 Explica este agustino que:
La major dificultad (para los europeos que no ojean sus libros) está en averiguar
qué espíritus son esos que vajan al sacrificio. La raçón de dudar es porque todo la
escuela sínica concuerda que en muriendo el hombre el alma y el cuerpo se reducen
a las dos qualidades universales que llaman în yâng, y lo más puro, sutil y asendrado destas qualidades enseñan que son los espíritus. A lo puro de la qualidad yâng
llaman espíritu xîn y en este se resuelve el alma; y a lo puro de la cualidad în llaman kuèy, y en éste se resuelve el cuerpo [...]. Esto pues savido las almas o los
22.
23.
24.
25.
26.
ACDF, PP4c, f. 118.
ACDF, PP4c, ff. 266-285 vº.
ACDF, PP4c, f. 234.
ACDF, PP4c, f. 234 vº.
ACDF, PP4c, f. 235.
Los misioneros jesuitas, traductores culturales
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espíritus que dicen bajan a su oblación son los dos espíritus kuèy xîn, que son las
dos qualidades în yâng en que cuerpo y alma se resolvieron; y a esto es a quien va
dirigida su oblación. Esto no lo digo según el error común de los populares, que
ellos puede ser que jusgen vienen las almas de sus agüelos; dígalo según la escuela
sinica, desde los letrados del reinado han, hasta los del sung y desde éstos hasta
todos los modernos, que en este punto ninguno se aparta de ellos.27
Por esa razón estas ceremonias resultaban peligrosas para el catolicismo, no
por lo que creyera la gente, sino por lo que significaban dentro del confucianismo.
Entre enero y marzo de 1702, se proseguía el debate. El 20 de noviembre de 1711
hubo una declaración formal del general de los jesuitas, el padre Michelangelo
Tamburini, a Clemente XI exponiendo lo injusto de las acusaciones de vehementes adversarios sobre los misioneros de la Compañía, haciendo énfasis en la acusación de idolatría y proponiendo un debate más profundo para lo que nominaba
a un grupo internacional de procuradores que representaran el punto de vista de la
Compañía. Clemente XI tomó posiciones en torno al particular y los jesuitas respondieron para limpiar toda duda que aún resonaba ya no tanto en el punto de la
idolatría como en el de la superstición.28
De este modo, hemos de estudiar este fenómeno analizando no solo el proceso histórico, sino también otros factores conectados con las relaciones de poder y
las concepciones del otro. Mi propuesta para estudiar el proceso sería, de este
modo, analizar las relaciones de autoridad y poder entre diferentes compañías a la
hora de desarrollar sus propios modelos de misión, así como considerar las relaciones de los distintos modelos de un modo complementario, en lugar de una
concepción competitiva. Así, se han analizado los límites de la libertad individual
de cada misionero para cumplir con el mandato apostólico de la misión y expansión de la fe, analizando casos individuales de misioneros. Finalmente, hemos
conocido la definición y aceptación de un modelo misionero ortodoxo por parte
de la Santa Sede. Todo este proceso cultural fue entendido desde una perspectiva
católica y europea, como un problema analizable desde la óptica de la fe y el dogmatismo. Sin embargo, si analizamos el proceso desde un punto de vista más
amplio, este ha de ser considerado como un problema de traducción, mediación,
contacto e hibridación entre culturas.
¿Idolatría, misión o poder?
El veredicto pontificio, expresado en Praeceptum super omnimoda absoluta integra et inviolabili observatione eorum que alias a Sanctitate Sua in causa rituum
seu ceremoniarum siensium (Roma, 1715) por Clemente XI,29 recogía el parecer
agustino en la interpretación de los rituales señalados, aunque sin hacer acusaciones o imputaciones concretas a misioneros de ninguna orden. Fue transmitido a
27. ACDF, PP4c, f. 236.
28. ACDF, PP4c, ff. 418-425, 481.
29. ACDF, PP4c, ff. 533-538.
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los generales y provinciales de las órdenes religiosas la primavera de 1715. Se
apoyaba en una mayor sujeción de los misioneros a la estructura eclesiástica ordinaria en la zona; sobre todo, realizada por medio de comisarios, visitadores apostólicos y obispos.30
Un decreto posterior de la Sacra Congreatio de la Universales Inquisitionis
Romanae, dado el 24 de enero de 1720, acordado en Santa María supra Minerva,
oída la relación y censura de libros, se pronunció con censuras sobre un impreso
sin autor y con el título: Informatio prò veritate contrà iniquiorem famanm sparsam per Sinas cum calumnia PP. Societatis Iesu, per detrimento Missionis comunicata missionariis in imperio sinensi anno 1717. Parece ser que la querella sobre
los ceremoniales y ritos chinos no había acabado completamente, a pesar de los
esfuerzos realizados y las montañas de papel y ríos de tinta vertidos desde el inicio de la misión allí. La acogida que recibieron los misioneros en China, sobre
todo los acusados jesuitas, contrasta con la experiencia y el modelo que se conocieron en Japón (Mantecón, 2012) y América (Valdeón, 2013).
En estos casos, desde los primeros contactos imperaba el espíritu latente en
las bulas pontificias de 1493, en que se reconocía una legitimidad a los misioneros para extender la pietas entre las gentes de los Nuevos Mundos (Pagden,
1995). En ambos ejemplos, las diferencias son claras con respecto al caso chino:
en el caso nipón, la represión a los católicos, desde los tiempos de san Francisco
Javier en 1549, por parte de los daimios y los bonzos se hizo evidente. Muchos
de los misioneros jesuitas en Japón encontraron allí el martirio. Por el lado americano, en cambio, debido a la mayor fragilidad militar de los nativos americanos y
a la distinta concepción que los europeos tenían tanto de la cultura de estos nativos como de sus prácticas religiosas, las conversiones fueron masivas, imponiendo los conquistadores su fe a la población autóctona. A fin de hacer ver las
diferentes concepciones que los europeos tenían de los nativos americanos y de la
población asiática, cabe citar las palabras de José de Acosta (1894: 160):31
Hállase en las naciones de la Nueva-España gran noticias y memoria de sus antiguallas. Y queriendo yo averiguar en qué manera podían los Indios conçervar sus
historias y tantas particularidades, entendí, que aunque no tenían tanta curiosidad
y delicadeza como los Chinos y Japoneses, todavía no les faltaba algún género de
letras y libros, con que á su modo conservaban las cosas de sus mayores.
El hecho de que Acosta destacara la curiosidad y delicadeza de los chinos y
japoneses, a los que consideraba culturalmente superiores a los nativos americanos, resulta un interesante tema de discusión en torno a la construcción de arquetipos en la edad moderna a la hora de fabricar culturalmente la identidad del
otro. Resulta, asimismo, curiosa esta percepción y la que podía derivarse de una
observación directa en el caso de choques culturales en territorio asiático ya no
solo en el caso de China y Japón, sino en el caso de los complicados procesos de
30. ACDF, PP4c, ff. 492-499 vº.
31. Citado por Gravier (2007).
Los misioneros jesuitas, traductores culturales
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mediación intercultural e interétnica y conversión en Filipinas (Álvarez Delgado, 2012).
Estas relatadas percepciones y arquetipos, además de las tensiones entre los
diferentes modelos de misión de las distintas órdenes y las políticas vaticanas,
tuvieron como resultado un desarrollo diferente de los modos de actuación y,
finalmente, de los resultados de cada misión, que mostró los límites de la tolerancia católica y su capacidad para acomodar el cristianismo a los encuentros culturales, probablemente porque los proyectos de misión no eran completamente
convergentes, lo que resulta opuesto a las peticiones del padre Navarrete, solicitando unidad entre las diferentes compañías. Esto era una finalidad también en
las disposiciones pontificias. Sin embargo, las diversas órdenes no fueron capaces de utilizar las mismas estrategias y herramientas para penetrar en los entornos
culturales nativos. Esto, que también era un hecho, dejó su impronta en las concreciones de la misión en cada uno de los ámbitos en que ésta se proyectó y desarrolló en China.
Finalmente, a lo largo del presente estudio hemos analizado varios conceptos relacionados con la expansión de la fe católica en el imperio chino y los distintos modelos de misión y estrategias de hibridación cultural llevadas a cabo
por los misioneros. Se ha analizado el significado del apostolado misionero en
la línea de los estudios de Hsia, Pagden y Broggio, adoptando la concepción
de catolicismo como cristianismo con una proyección universal, que fue lo que
movió a la combativa Iglesia de la Contrarreforma, reforzada tras el concilio
de Trento y dirigida desde Roma, especialmente tras la fundación de las congregaciones especializadas en la Propagación de la Fe en los años veinte del
siglo xvii.
La constante tensión entre modelos de misión con objetivos distintos, aparte
del interés común por la expansión del catolicismo, podría explicar las tensas
relaciones entre diferentes compañías. El modelo jesuita, que implicaba intercambios e hibridación cultural, fue el resultado de la adaptación de los jesuitas a
las tradiciones, costumbres y usos de la sociedad china, utilizando de un modo
muy inteligente lo que hemos denominado a lo largo del presente estudio un
«cristianismo durmiente» en la sociedad china, basado en una larga tradición de
intercambios culturales entre Oriente y Occidente. La presencia de estos substratos culturales que hallaron los primeros jesuitas que se acercaron a China y el
Asia interior favorecían la incorporación del cristianismo dentro de los encuadres
de tradiciones ancestralmente asentadas en estas regiones y flexibilizaban las
fronteras culturales a que se enfrentaban los misioneros católicos, quienes, a su
vez, como se ha tenido ocasión de comprobar en las páginas anteriores, también
llegaban a construir fronteras entre sí, lo que no siempre favoreció la progresión
del catolicismo entre los nativos.
Por último, el final del proceso, como explicamos al comienzo de este estudio, la supresión de la Compañía de Jesús en 1773 reflejaba la consolidación de
un modelo administrativo en la Iglesia, reforzando la dependencia de toda la
estructura respecto de Roma. Esta administración tomó como pilar básico la homogeneidad de los objetivos y de las vías para alcanzar dichos objetivos por parte de
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la Iglesia Apostólica Romana, estabilizando el control de las órdenes católicas
bajo la batuta del pontífice. También suponía la connivencia con intereses de las
principales monarquías católicas occidentales, en cuyos territorios europeos y
ultramarinos la Compañía había encontrado dificultades que incluso llevaron a
enconados y cruentos episodios y conflictos más permanentes.
La querella que llevó implícita la misión en China ponía de manifiesto la
complejidad y la importancia crucial de la traducción e incluso de la hibridación
o mestizaje cultural en los contactos entre misioneros y población nativa en las
distintas regiones del globo. Ciertamente, la preservación de la ortodoxia, incluso
en todo caso que implicara el desarrollo de una misión apostólica, se presentaba
como un problema, un necesario contrapunto al mestizaje cultural en la medida
en que este podía llevar aparejados o provocar fenómenos de sincretismo difíciles
de superar ulteriormente. De este modo, si algunas de las formas de interacción
flexibilizaban las fronteras culturales y enfatizaban la importante labor realizada
por cualificados traductores culturales como eran los misioneros que desarrollaban el apostolado más a ras de suelo dentro de las sociedades nativas, otras implicaban la erección de otras firmes fronteras culturales cuya superación, a su vez,
planteaba nuevos retos.
Esta querella sobre fronteras culturales ocupó a diversas congregaciones y
autoridades vaticanas durante más de un siglo, implicó la participación de cualificados teólogos y hombres de misión, llenó montañas de folios y ríos de tinta, sin
embargo, obviamente, ni todo esto, ni siquiera su aparente cierre con la extinción
de la Compañía de Jesús logró cicatrizar la herida provocada por tan diversas
expresiones de incomprensión cultural e intolerancia.
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