DIARIO DE UN ENFERMO Álvaro Aunós 2n premi juvenil Concurs

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DIARIO DE UN ENFERMO
Álvaro Aunós
2n premi juvenil Concurs Narracions FRATER
“La dicha de la vida consiste en tener siempre algo que hacer, alguien a quien amar
y alguna cosa que esperar.” (Thomas Chalmers)
Dedicado a mi abuela y a todos aquellos que padecen esta triste enfermedad.
10 de diciembre de 2012
Hoy empiezo a escribir en este diario como terapia para una enfermedad. Yo estaba
totalmente en contra de estas cosas, no me gusta eso de describir mi día a día para,
dentro de unos meses, volver a recordarlos. Prefiero vivir intensamente cada uno de
mis instantes, tanto si son buenos como si son malos. Ese, precisamente, es uno de los
principales motivos que me impulsan a seguir viviendo a pesar de lo acaecido hace
escasos días.
Solamente era una revisión rutinaria del médico. Cuando fui por segunda vez a la
consulta, era para comprobar que todo iba más o menos bien. Pero yo ya auguraba
una tragedia. Y esa tragedia llegó en forma de enfermedad: el alzhéimer.
A lo largo de mi vida me han propinado muchos golpes, pero ninguno ha sido tan duro
como el que me acababan de dar. Hay que añadir que, de todas las enfermedades
degenerativas que existen, el alzhéimer es de las más duras, porque la sufre tanto el
enfermo como su entorno. No llego a imaginarme el dolor que siente una persona que
es olvidada por otra que sufre alzhéimer. Pero peor tiene que ser el hecho de ir
olvidando toda tu vida y, encima, hacerlo sin que te des cuenta de lo que te está
sucediendo.
Según el médico, la enfermedad suele actuar en personas de edad avanzada, pero, al
parecer, la llevo en los genes, y ha hecho efecto en cuando le ha sido posible. Según
sus cálculos, y teniendo en cuenta lo que han tardado en diagnosticarla, me quedan
unos tres años de vida, ya que se trata de una enfermedad incurable.
Mi familia ha encajado la noticia igual o peor que yo. Ha sido un duro golpe para todos.
Mi madre está desolada, y nada consigue animarla. Mi padre, en cambio, ha optado
por fingir que ya lo ha superado y ahora es él quien quiere tirar de todos nosotros. Sé
que psicológicamente está hundido, pero comprendo que quiera aparentar fuerza y
resistencia ante todo. Yo también lo haría si tuviera hijos, pero ya sé que eso tampoco
va a suceder. La enfermedad me ha quitado todas las esperanzas de futuro: montar un
negocio, constituir una familia y, en resumen, disfrutar de esos tesoros que te da la
vida.
14 de diciembre de 2012
Hoy he vuelto a la escuela. Todo seguía igual o, al menos, así es como lo recordaba. No
ha sido un día brillante, todo hay que decirlo. Lo de mi enfermedad solamente lo sabe
mi familia y nadie más. He decidido llevarlo en secreto; prefiero sufrir en silencio y, de
este modo, evito que la gente finja una falsa compasión por mí.
He justificado mi ausencia estos días diciendo que me encontraba mal, y lo cierto es
que así es. Estos días he estado hundido, en mi mundo. Mis padres me han dejado que
me tomara un par o tres de días para dedicarme totalmente a mí. Estoy roto por
dentro. La noticia de la enfermedad me ha roto todos los esquemas y cada uno de los
pequeños proyectos que tenía por delante, y ya no sé qué vida me espera en un futuro
cercano.
A pesar de eso, me he calmado y he empezado a relajarme y mantener así la cabeza
fría. A ratos intentaba desconectar y respirar, otros escuchaba música. Pero lo que más
tiempo me ha ocupado es la búsqueda de información sobre mi enfermedad. Quiero
ser consciente de los síntomas que irán apareciendo y de cómo va a ir evolucionando.
El reencuentro con mis amigos no ha sido nada del otro mundo. Nos hemos saludado y
yo he fingido estar como siempre. Pero, sin duda alguna, el más emotivo ha sido con el
de mi chica. Tenía un dilema: no sabía si debía contárselo o era mejor para los dos no
decirle nada y sufrirlo en silencio. Nos hemos abrazado, nos hemos besado como si
fuera el primer día y hemos empezado a hablar como si nada pasara, como si fuera un
día como cualquier otro. Ahora mismo, creo que ella es mi único aliciente para seguir
adelante.
Al volver del colegio, he preferido no asistir al entrenamiento de balonmano para
asistir a mi primera sesión de psicoanálisis (me lo recomendó el psicólogo hace un par
de días). Y, tras mucho compararme antes y después de la enfermedad, me he dado
cuenta de que ya no soy el mismo. La enfermedad me ha hecho pasar de un yo
energético, simpático y alegre, a una versión barata de mí mismo que nunca volverá a
ser lo que un día fue.
20 de diciembre de 2012
Hoy la enfermedad ha empezado a actuar. He olvidado que teníamos un examen y,
cuando me he enterado de eso, me he derrumbado. Leí que la enfermedad empezaría
a afectar mi memoria pronto, pero no esperaba que lo hiciera en ese momento y lugar
concretos.
Los profesores han mostrado más interés del esperado en saber qué me perturbaba,
pero me he mantenido firme en ocultarlo. No quiero que nadie comparta mi dolor. Si
me ha tocado esto a mí, tendré que afrontarlo sin miedo y con convicción, esperando
resignado lo que el destino me tenga preparado.
Por la tarde, he quedado con mi chica en su casa para relajarnos un poco y, ya que se
me da muy bien, le he hecho un masaje para que ella descargara tensión y estuviera
más a gusto. Durante esa sesión, hemos hablado largo y tendido sobre su vida y su
familia. Gracias a ella, durante las dos horas que hemos estado juntos, me he olvidado
por completo de todo lo que estoy viviendo en estos días.
Con ella junto a mí, todo el dolor que estoy sufriendo se me hace más llevadero, pero
el hecho de que ella no esté al corriente de lo que me sucede, también pesa en mi
conciencia.
22 de diciembre de 2012
Hoy han empezado las vacaciones. La rutina de siempre desaparece para dar lugar a un
horario propio de un koala. Me he levantado a las 11, he desayunado y he salido a dar
una vuelta por el pueblo. El aire frío me gusta muchísimo, ya que me ayuda a despejar
la cabeza y dejar atrás pensamientos negativos.
Tras un largo paseo, he llegado a una casita de madera situada en los alrededores del
pueblo. Ahí quedábamos los amigos del grupo hace años, pero ahora nadie la usa. Sólo
yo voy allí de vez en cuando para adentrarme en mi mundo e intentar recomponerlo.
Ésta ha sido la primera vez que he acudido a la casita después de que me
diagnosticaran la enfermedad, y la sensación que me ha invadido el cuerpo ha sido
muy distinta a la de las otras veces que he estado en ese mismo lugar.
He permanecido toda la mañana sentado ahí, con la mente en algún rincón
desconocido del mundo, pensando y pensando. Desde que me detectaron la
enfermedad, no hago nada más que no sea pensar.
A las dos y media he vuelto a casa para comer. Mientras volvía, me he asustado mucho
al darme cuenta de que cabía la posibilidad de que, al volver al colegio, no recordara a
mis amigos y, lo peor, a mi novia.
He aprovechado la sesión de psicólogo que tenía esta tarde para comentarle el temor
que tenia de olvidar a mis amigos o a mi novia. Él, experto en la materia, me ha
recomendado una terapia para retrasar los efectos del alzhéimer: consiste en poner los
nombres de todos aquellos a los que conozca en las fotos que tenga con ellos y que,
por la noche, le eche un vistazo a los nombres. Sin embargo, también me ha explicado
que eso no va a evitar que los termine olvidando en algún momento avanzado de la
enfermedad.
De todas las terapias que me han recomendado, ésta y la del diario son las que más
útiles me han parecido. Así que me he puesto con ello el resto de la tarde. Amelia,
Miriam, Gabriel, Sergio, Javier, todos ellos ya están identificados en mis fotos, las
cuales he colgado en el corcho de mi habitación, sabiendo que, por mucho que lo
oculte, acabaran sabiendo que padezco alzhéimer.
29 de diciembre de 2012
Es tarde y no tengo demasiadas ganas de escribir, pues me he quedado leyendo un
libro que, según me han contado mis padres, me apasionaba. El libro hablaba de
mundos irreales, personajes fantásticos y problemas que no lograban preocupar a
nadie.
El día ha transcurrido sin ninguna novedad respecto a los otros días de vacaciones. He
quedado con mi chica en el parque del pueblo, hemos hablado durante horas y la he
acompañado a casa. Nos hemos despedido porque no la volveré a ver hasta el año que
viene, y no sé con certeza si ésta ha sido la última vez que me acordaré de ella.
2 de enero de 2013
La enfermedad sigue actuando. La noche de fin de año, para divertirme un poco y
pasármelo bien, salí con mis primos de fiesta por el pueblo. Bebimos un poco más de la
cuenta y, al entrar en una discoteca, se me acercó una chica rubia muy guapa y
esbelta. Fingió un encuentro casual para conocerme y, justo en ese momento, olvidé
todo lo que tenía relación con mi novia. Fue entonces cuando, en un momento de
euforia y seguridad conmigo mismo, la besé.
Después de un rato besándome con esa chica, mi primo me preguntó qué estaba
haciendo. Yo, extrañado, le pregunté a qué venía eso. Y ahí fue cuando el mundo se
me cayó encima. Él me recordó que yo tenía una novia, y que la estaba traicionando.
Mi primo no estaba al corriente de mi enfermedad, y, al escuchar lo que me decía, me
fui corriendo a refugiarme en la casita de madera. Allí pasé toda la noche desvelado,
pensando en lo que había hecho por culpa de una situación que me superaba
constantemente.
3 de febrero de 2013
Llevo un mes sin escribir aquí, en este diario, que contiene todos esos recuerdos que,
con mucho negatividad, creo que voy a terminar por olvidar. No sé si estos sucesos me
han hecho madurar, pero ahora, a diferencia de hace meses, empiezo a aceptar la
muerte como final para mi breve historia.
Toda persona viene al mundo para cumplir un cometido personal. Si lo cumples,
mueres. Si no lo cumples, también. Todo lo que he sacado en claro de lo que me ha
pasado es que la ley de la vida, a veces, no es justa con todo el mundo. No puede serlo,
es una cuestión de lógica. Nadie se merece nada parecido a esto, por mucho daño que
haya causado. Entonces, ¿por qué me ha tocado a mí? La respuesta, después de
mucho meditarlo, es sencilla. La vida es una ruleta, dónde existen ciertos premios y,
por otro lado, ciertas desgracias que uno no puede esquivar en su camino.
Pero, lo más positivo de todo, es que, tras mucho sufrir, por fin he aprendido a aceptar
la muerte y el olvido cómo y cuando llegue.
28 de febrero de 2013
Sigo con la rutina de un estudiante normal y corriente. Ya no me afectan las pérdidas
de memoria, ni las situaciones en las que me veo comprometido. Por suerte o por
desgracia, he adquirido una habilidad para sacar excusas de la nada y escabullirme de
esa situación en la que mi secreto sea revelado.
Por la tarde me he saltado las clases y, con mi novia, hemos hecho una escapadita
romántica a la casita de madera. Allí, tras mucho debatir contra mí mismo, he decidido
contarle todo lo de la enfermedad.
De miles de reacciones que ella podría haber adoptado, la que ha escogido ha sido la
que menos me esperaba. Lo único que ha hecho ha sido abrazarme y llorar sobre mi
hombro. No puedo llegar a comprender lo que en ese momento estaba sufriendo, pero
ella tampoco comprenderá nunca lo que yo llegaré a sufrir por ella.
24 de marzo de 2013
Hoy ha sido su cumpleaños. Llevo esperando esta ocasión desde hace mucho tiempo.
Tenía el día marcado en el calendario de mi habitación, ese mismo calendario que me
regaló ella con 12 fotos que nos hemos hecho en cada uno de los momentos emotivos
que hemos vivido.
La he citado, a través de una nota, por la noche en la casita de madera. Cuando ha
entrado, la escena era la siguiente: una cena romántica para los dos a la luz de las
velas.
Sabía que lo que ella necesitaba era verme entero y feliz. Y yo, aunque fuera lo último
que hiciera en este mundo, quería hacerla feliz el tiempo que me queda.
Ha entrado con alguna tímida lágrima asomándose por sus ojos, pero me he
abalanzado sobre ella para animarla y besarla. Hemos cenado y hablado sobre muchas
cosas.
El balance de hoy es muy positivo. Me he sincerado con mi novia. Sin embargo, ella
ahora comparte mi dolor y yo no puedo vivir viéndola llorar por mí.
2 de abril de 2013
Estas son mis últimas frases en el diario. He decidido dejar de escribir, ya que
considero que es una forma de vivir en el pasado. Las dudas sobre lo que me aguarda
el destino me asaltan todo el tiempo. Qué será de mí, de mi familia, de mi novia,… Sin
embargo, intento ser optimista. Por fin me he dado cuenta de que lo único que
conseguía con el diario era recordar todo lo malo de la enfermedad. Por eso he
decidido entregarle este diario a ella. Y el motivo es muy simple: quiero que reserve un
recuerdo mío, algo muy significativo para ella y que pueda conservarlo todo el tiempo
que quiera.
Respecto a mi familia, si algún día llegan a leer esto, supongo que lo entenderán todo.
Mi madre, mi padre, todos ellos deben saber que, aunque no lo hayan demostrado, he
sentido en todo momento su apoyo. Puede que la situación no fuera la más adecuada,
pero gracias.
Me despido con estas últimas líneas, esperando haber dejado alguna pequeña marca
en todos aquellos corazones que me han rodeado al largo de toda mi vida.
PD: Cuando la vida te presente razones para llorar, demuéstrale que tienes mil y una
razones para reír. Espero que nunca me olvides. Adiós.
FIN
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