Libro del Buen Tunar (Capitulo I)

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Libro del Buen Tunar
LIBRO DEL BUEN TUNAR
CAPITULO I
DO SE DICE EL NASCIMIENTO DELQUE AQUESTO ESCRIBE, CÓMO ESTUVO
DE BACHILLERANTE Y CÓMO LLEGO, EN FIN, A LA UNIVERSIDAD
COMPLUTENSE
Nació mi gracia en Orcera, de la Sierra de Segura en el Reino de Jaén, tierra de corzos,
osos, jabalíes, ardas y alazores, nieves y calores e de sopladores de aguardiente, que no
alquería ni aldea hay que no tenga su alquitara o alambique con que remediarse
Son los de allí, como serranos, de ágil cuerpo y andariego, buenos para labrar la madera
y conducida por los caminos de las aguas, así como para la guerra, tanto a pié como a
caballo. Llamase, en mi país, al los de mi pueblo, rabudos. Y no, aunque pudiera ser,
por lo que vuestras mercedes pueden estar pensando, sino por ser un algo desgarrados
de genio sin que ello les empieza el ser buena gente, amigos de festejos, cancamuseros e
grandes trasegadores.
Son en acueste rincón del mundo, como en todas partes del, los alguaciles taciturnos,
hermosas las mineras, los arrieros cantores, los pastores zahareños y de suelta lengua los
barberos, mas el cielo que hay sobre sus cabezas es tan limpio, tan azul, tan polido y tan
tirante como no lo tendrá sobre sí gente alguna en la haz de la tierra.
Las aguas claras, el limpio cielo y las andorgas ligeras han dado allí muy esclarecidos
ingenios como el obispo Martín de Ayala, luminaria de Trento, y Abiljisal y un raro
ingenio que fue físico el cual, ya por caridad de aovillarles dolores a las mujeres en el
parto, ya por ansia de aligerar las arcas de los maridos con la invención, tentó en hallar
la manera de que, en puesto de parir, pusieran las mujeres huevos, que es de más
limpieza, menos trabajo e mayor arreglo en todo punto, si que el conreo del engore no
sea moco de pavo.
Tamaña osadía fue conocida del Santo Oficio e dejó a los inquisidores del tan perplejos,
cogitabundos y alerdados qué no sabían qué hacer, pues jamás habían tenido suceso tal.
Y de tal suerte que no sabían si mandar que lo prendieran o dejar que siguiera sus
probatinas que las facía dando a algunas mujeres, devotas del, cocimentos de mollejas
de gallina, dicen, mixturados de cal amatada e de sangre de un gallo negro muy galano
que tenía en su corral e del que, cada día, cortándole un pico de la cresta, sacaba un
tomín de sangre.
Digo que siguió las probanzas de la manera dicha hasta que llegó a manos de la
Inquisición un libro compuesto del e que se llamaba Tratado por menudo de parto
femenil, compuesto en los cinco movimientos del por el Licenciado Juan de Benatae.
Impreso en Baeza en casa de Juan Baptista de Montoya. Y resultó que, en uno de sus
capítulos, se decía ser lícito, si el huevo no se engorrara freido o hacer del tortilla, ya
con tacos de jamón, ya con fabas, ya con cualquiera de las cosas de las usadas en dicho
manjar, herejía manifiesta con que mandaron prendello e diéronle un repaso porque se
retractara. E retractóse. Y como le dieron palos algunos, por lo convencer, lo dejaron
castellado e no tornó a tener chanzas, ni a reír en su vida e consumió la que le quedaba
en plantar nabos, afición de los de su pueblo, en una aldea que llaman La Hueta. Por si
algo faltaba a su desgracia, cayó en la flor de leerle el Apocalipsis a San Juan
Evangelista e, cuando libaba demasiadamente, comenzaba a ver la Bestia de las siete
cabezas y los diez cuernos, los veinticuatro ancianos, y oír pífanos, trompetas, atabales
y demás comparsería del juicio postrero. Los burros o mulos que pastando estaban,
creíalos los jinetes del Apocalipsis y fuía dellos como loco, dando calabazadas en las
peñas y, con tantas de estas bestias por los campos, no paraba en lugar alguno. Tuvo
mala muerte y fue olvidado que es ése el fin que aguarda a los que intentan grandes
cosas en beneficio del próximo.
Dejando acuesta triste estoria, seguiré diciendo que mi gente es Aguilar, de la cepa
granadina de cuya cepa vínose a Segura, puebla empingorotada, antigüísimna, guerrera
y abundosa de glorias, un vástago o mugrón que se llamó Don Lope del cual, de unos en
otros, llegaron hasta mí los vicios e virtudes de los Aguilares, de los cuales es el orgullo
el principal y la más excelsa dellas la generosidad, sin que quiera dicir aquesto que me
sea muy poco orgulloso y generoso asaz y no, más bien, al contrario modo.
En mi dicho pueblo, que está al recuesto de un monte que llaman Peñalta, passé mi edad
primera a los soles y a los aires y lluvias y nieves y a toda cosa que del cielo venia e que
mandaba Dios. Y ansi me las andaba, arriba y abaxo, apedreando canes, comiendo, a
hurto de mi madre, fritura de lagarto, aligerando árboles de peso, oliéndome las manos a
cal y a romero las rodillas, el pelo a ohiva y el ánima a libertad. Calentando con nieve
mis manos en invierno y refrescando la piel con agua de verano.
Allí también aprendí las primeras letras con bondadosos maestros como aquel Don
Miguel de aventajado vientre y Don Manuel de voz atronadora como tiro de búzano.
Que nunca dellos me olvido.
Llegóse al fin la hora de entrar de bachillerante e truxéronme a la corte, a un colegio de
clérigos menores cuyos mejores maestros no eran de la orden, sino un hermano
Modesto. A saber, un don Sebastián, de Algebra y un don Fabriciano, capitán de
Tercios al que debo mi gusto y hábil disposición para la lengua latina.
El caso es que salí bachiller y llegó la hora de ir a la universidad y, por ser yo de suelta
lengua, concordaron mis mayores que sería arreglado estudio para mí el de leyes y ansí
lo llevé a efeto.
Entré, pues, en la Complutense, fortunada fundación del Cardenal Ximénez de Cisneros
y allí empezó mi nueva vida.
CAPÍTULO II
DE CÓMO ENTRÉ EN LA UNIVERSIDAD, NAMORE- ME, ME HABLARON DE
LA TUNA Y DETERM1N~ EN ELLA ENTRAR
Llegué, pues, a la Universidad y allí fué abrir los ojos y los oídos. Todo fué para mí
maravilla: la libertad, las cogitaciones, los differentes pensares, la suelta lengua de los
veteranos, su esclarecido ingenio, su alegría, su bienandanza. Todo deslumbró mi
entendimiento tras de mi clerical encierro y recobré la suelta disposición en que corrió
mi luminosa infancia. Por eso, al tiempo que yo entré en la Universidad, entróseme ella
a mí en las entretelas del alma y, a fé mía, que dellas no se ha de salir sino cuando la
mesma ánima del cuerpo se me salga y vaya deste valle hondo, escuro, a la altitud de la
gloria, si la alcanzo.
Ya en los Estudios, no perdí tiempo demasiado, de suerte que nanoréme a las primeras
de cambio, sin aguardar a más, de una damisela que vía cada mañana cuando a ellos iba.
Comencé a otealla muy fixamente y ella a me responder de manera que no faltaba sino
soltar el fardo cuando quiso mi buena fortuna que el dios Eolo le soplara de popa a proa
y alzóle el castillo del brial con que se echó de ver se era algo floxa de remos mayores.
Esto derribó mi amor a tierra e lo destruyó en un breve segundo, ca jamás pude amar
dama que fuera zopa o zamba o tuerta de piernas de alguna manera. Y no me digan
vuesas mercedes cosa alguna que más de veinticinco tractados tengo leídos de cómo es
mayor gala en la mujer la honradez que la belleza sin que yo, pecador de mí, torne de mi
desvío.
Y en qué me vi de despegármela sin faltar a la cortesía pues tenía fecho un muy buen
cultivo de entretela y estaba asaz zumagosa.
Conosci, por aquel tiempo, a un paisano mío del Andalucía llamado Don Pedro que era
cuasi licenciado en mi mesma facultad y el me habló del mester de tunería que era muy
arreglado para escolares bullidores y desde aquel punto pensé que me iría bien en aquel
exercicio por ser yo tañedor de laúd, amador de músicas, noctámbulo, ganoso de
aventuras y pleno de curiosidades. Fice, pues mis procuraciones y exámenes y entré en
la Gloriosa y ¿cómo decilles a vuesas mercedes cuántos y cuán diversos gozos en ella
tuve? Aquel tañer de madrugada, aquel tornar a casa por callejas solas y por anchas
rúas, aquel gozar del silencio e de la solitud y sosiego de la noche, de la luz de la luna,
del reir de las estrellas.
Aquel enamorarse semanal, aquel chicoleo y arrumaco, aquel conoscer casquivanas y
arrullar damiselas, aquel hurtar el bulto a corchetes ¿Con qué palabras se dirá? ¡Cuánto
sabroso parlar con enventanadas damas! ¡Qué sajaduras de bolsa a punta de trova!
¡Cuánto soplar caldos fríos! Pues ¿y la descubrición de tanta gente extraña que las calles
anda a deshora? Con suelta lengua del vino, con discreción quitada, abriendo sus almas
al que buenamente les quiere oir sus cosas, que ya lo dixo aquel: In vino, veritas.
Desotra parte, por ser de gustos camperos, hallábame a mis anchas en aquellas cuasi
vacías de gente noches, pues enfádame la multitud tanto que hay de las veces en que,
estando entre ella, me dan como ansias o angustias de cómo les hieden los sobacos y las
otras partes de pliegue que en los cuerpos llevamos, de cuán poco aire queda sin nariz
que lo sorba y lo suelte o sin fumo que lo empuerque.
Eso sin contar el enfado de oir tanta desatinada cosa en la garrulería sin fin, sin tiento e
sin mesura que, sin remedio, ha de darse entre miles de hombres y mujeres que llenan la
misma plaza o la misma vía pasean.
Por todo lo dicho, paréceme ver en cada nocherniego mi hermano y, en efecto, es tan
chico el mundo de la noche que harto fácil es hallar muchas veces a los mismos que se
hallan en iguales devociones, ya de alabarderos de teatro, ya escolares rondadores, o
persecutores de endechas y sonetos y algunillos siervos de Baco o, tan sólo, del sosiego
y del silencio nocturnal.
Y, de añadidura, bueno es hablar de cómo suena el tañer en la quietud nocturna. Abren
sus ojos las estrellas, detiene su curso el aire y exhalan las flores sus perfumes como
suspiros de doncellas quinceañeras.
Paraíso serían las serenas noches si no se salieran de sus casas esclavos, más que
siervos, del vino, sin polimiento ni cortesanía y si el sosiego dellas no estuviera so la
guarda de ciertos corchetes de noche que llaman serenos a los que, arráncanlos de la
gleba, dan en lugar del arado un garrote tamaño y, sin más intruillos, los ponen en tan
delicada tarea en cuyo complimiento guíanse por el unto del ciudadano y no de otra
cosa alguna. Salvos sean los diferentes.
En fin, empecé la más fermosa vida que vivirse puede, tanto, que poco me había de
durar. Era libre y alegre y amorosa, llena de músicas, con fieles amigos compartida, en
olor de risas y en gluglú de vinos. Della compuse el soneto que a seguido pongo para
pintarla a un mi prime Quixano.
SONETO DE LA VIDA TUNANTESCA
Cuando suelta la aurora de sus galgas
y viene a brincos por montes y repechos,
campaneando alegre los sus pechos,
sus rosados cachetes y sus nalgas.
Llego y dedo el laúd en mi aposento,
a hurto del pupilero, en la cocina,
besos al mosto, bocado a la cecina,
cuchillada a la hogaza y vuelta a tiento.
Voy me con Baldo y Bártulo a la cama,
cojito algún espacio con sus glosas,
recuerdo a mis amigos y a mi dama.
Ríndeme el sueño y sueño con ferrnosas,
buen vino en casa y, en el foro, fama.
¡Catre, paréscesme lecho de rosas!
Mas, como ya dije, comenzaron a asomar la oreja las penas que Dios guardadas tenía.
Por un lado, me remanecieron unas tercianas que se habían abrazado a mí en el sitio de
Orán y, por otro, conocí a la que, aún sin ella querer, me dio sinsabores tales que, a no
ser yo tuno, me hubieran acabado sin remedio y sin plazo.
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