Edouard Glissant y la nueva identidad del caos-mundo Fernando Cordobés El pasado día 3 de febrero fallecía en París el escritor martiniqués Edouard Glissant, uno de los pensadores y promotores del concepto de la criollización, además de acérrimo defensor del mestizaje como único futuro posible para la humanidad. Durante toda su vida se resistió a ser etiquetado, pues no entendía de fronteras artificiales entre el pensamiento y la creación artística. Su obra abarcó géneros como la poesía, el ensayo, la novela y el teatro y una de las fundamentales fue El discurso Antillano, publicada por primera vez en 1981; un exhaustivo análisis de la realidad del Caribe, su encaje en un mundo nuevo y sus relaciones, a menudo insanas, con las antiguas metrópolis. Edouard Glissant nació en la localidad de Sainte-Marie, en la isla de la Martinica el 21 de septiembre de 1928 y completó sus estudios de filosofía y etnología en la universidad Sorbona de París. En el año 1958 ganó el premio Renaudot con su novela La Lézarde, gracias a la cual se dio a conocer entre el gran público. Ya en ella se evidenciaba que era un intelectual que nunca separó su creación literaria de una reflexión militante sobre un amplio abanico de temas enmarcados en lo que él llamaba el«caosmundo» en el que vivimos inmersos. Muy influido por los filósofos Gilles Deleuze y Félix Guattari, hizo una interpretación política de la historia y la geografía del Caribe, sin dejar nunca de manifestar su rechazo a todas las formas de racismo, ni de recordar la mancha indeleble que la esclavitud dejó impresa en las relaciones de Francia con el continente africano y con todos sus territorios de ultramar. Opuesto a cualquier imposición del sistema, a todo rechazo del «otro», siempre alzó su voz para celebrar el mestizaje y el intercambio, agrupando su pensamiento en torno al 37 volumen de ensayos de la serie titulada «Poética» donde expuso su tesis de la filosofía de la relación y de la poética de lo diverso. Eduard Glissant mantuvo relaciones de respeto y a la vez de enfrentamiento, con otro de los grandes autores de la isla, Aimé Césaire, en torno a cuestiones como la negritud y la departamentalización de Martinica. Con los años, llegaría a expresar su adhesión incondicional al manifiesto publicado bajo el titulo de «Elogio de la Criollidad» y firmado por Patrick Chamoisseau, Raphaël Confiant y Ernest Pépin. En sus novelas desde Quatrième siècle (1965) a Ormerod (2003) se basó en mundos imaginarios y míticos, alejadosdel naturalismo, y también del aire pintoresco tan asociado a algunos novelistas antillanos, para retratar una realidad plagada de identidades confusas, de historias discontinuas y de un nuevo horizonte de mestizaje. Después de crear en Martinica un centro de investigación para la educación, así como una revista bautizada Acoma, Edouard Glissant fundó en París el instituto Tout-monde destinado a poner en práctica sus principios humanistas y a facilitar la difusión de la «extraordinaria diversidad de los imaginarios de los distintos pueblos», según sus palabras. En su obra Poétique de la Relation (1990), erigió un sobrecogedor cuadro del esclavismo planteado como una sucesión de precipicios: el precipicio de acomodarse entre el amontonamiento de más de trescientos hombres en las bodegas de un barco, entre sus vómitos y estertores, el precipicio de la mará donde eran arrojados por la borda, el precipicio del adiós irreversible a la tierra natal: «Lo que sorprendía en la experiencia de la deportación de los africanos a América, era, sin duda, lo desconocido afrontado sin preparación ni desafío. La primera de las tinieblas a las que tuvieron que enfrentarse los esclavos fue la separación forzosa del país natal, de los dioses protectores, de la comunidad tutelar.» Edouard Glissant fue una figura mayor de la literatura antillana. Con el tiempo se convirtió en el teórico y propagador de conceptos que se encuentran entre los estandartes programáticos de un mundo donde el color ya no será más el del viejo continente, sino elde los archipiélagos donde se funden las razas, las lenguas, las culturas y los proyectos políticos:«Llamo criollización al encuentro, a la interferencia, al choque, a las armonías y discor- 38 días entre las culturas de la totalidad del planeta tierra.» Resultado imprevisible de la experiencia negra,la criollización del mundo debe entenderse, según él, también como el rechazo deliberado de las «identidades de raíz» y, por tanto, como una crítica a la negritud de Aimé Césaire. Una postura que le valió en los últimos años de su vida ser objeto de ataques por parte de algunas teorías dominadaspor los llamados estudios negros o los estudios de subalteridad. Edouard Glissant nació en Martinica y a su manera fue un producto de la meritocracia intelectual impuesta por la metrópoli. Fue un alumno brillante y, como tal, enviado a Francia para completar sus estudios en la Sorbona, donde entabló relación con Franz Fanon, entre otros, gracias a la revista Lettres Nouvelles. Más tarde firmó junto a él y otros intelectuales el Manifiesto de los 121, llamando a la desobediencia civil en Argelia. Fundador del Frente Antillano-Guyanes por la Autonomía (FAGA), prohibido rápidamente por el general De Gaulle para quien la Martinica sólo era una mota de polvo en el océano, fue arrestado y confinado en la metrópoli. Fue durante esa época cuando comenzó su carrera literaria con la publicación de La Lézarde. Con el tiempo llegaría a convertirse en un hombre de instituciones. Fue director de Le Courrier de l'Unesco, presidente honorario del parlamento internacional de escritores en 2006 y más tarde propuso, junto a su amigo el ex primer ministro francés Dominique de Villepin, la creación de un centro para la memoria de la esclavitud, proyecto que fue finalmente desechado. Observador incansable de los giros inesperados de la realidad, denunció durante la campaña electoral francesa del año 2007 junto a Patrick Chamoiseau, la creación de un ministerio de la identidad nacional y la utilización demagógica y pulposa de ideas que para él representaban una verdadera amenaza y un peligro de consecuencias incalculables. En ese sentido afirmaba: «Vivimos en una conmoción constante en la que las civilizaciones se cruzan, las culturas se entremezclan y quienes se asustan del mestizaje, se convierten en extremistas. Es lo que llamo el caos-mundo. Ya no se puede dirigir el movimiento de avance para esperar el momento de después. Las certidumbres del racionalismo ya no sirven, el pensamiento dialéctico ha fracasado, el pragmatismo no basta, los viejos sistemas de pensamiento son 39 incapaces de comprender ese caos-mundo (...)> s ° l ° los pensamientos inseguros de su propio poder, que tiemblan y juegan con el miedo, con lo irresuelto, con el temor, la duda, la ambigüedad, son capaces de atrapar mejor la conmoción en curso. Pensamientos mestizos, abiertos, pensamientos criollos al fin y al cabo.» Glissant no se mordía la lengua y rechazaba el conformismo y la autocomplacencia de algunos de sus paisanos. En ese sentido, acusaba a los escritores franceses actuales de no aportar nada digno en sus obras capaz de alcanzar siquiera el nivel de otras épocas literarias. Para él, la producción literaria francesa estaba enclaustrada en un mundo cerrado, claustrofóbico, castizo y mediocre cuyo único objetivo era re-alimentarse de forma constante. Un camino erróneo, a su juicio, que llegaba a afectar a la propia lengua: «La aparición de lenguajes de la calle en las favelas de Rio de Janeiro, en el extrarradio de Mexico D.F o en las banlieues parisinas, son fenómenos universales. Habría que censar todas las lenguas criollas que nacen en las periferias. Son absolutamente extraordinarios en cuanto a inventiva y rapidez. N o todos son lenguajes destinados a perdurar en el tiempo, pero dejan su huella en la sensibilidad de las comunidades donde nacen y mueren.»La criollización para Glissant, era el mestizaje de las artes o de las lenguas,resultado de lo inesperado. Una forma de transformación continua sin que ello implicase perderse:«Es un espacio en el que la dispersión permite juntarse, donde los choques culturales, la discordia, el desorden y la interferencia se convierten en elementos creadores. Es la creación de una cultura abierta e inextricable que rechaza la uniformización de los grandes centros mediáticos y artísticos. Y tiene lugar en todos los terrenos de la creación, música, artes plásticas, literatura, cine, cocina, y a una velocidad vertiginosa...» Su monumental obra de ensayos publicada en 1981 bajo el título El discurso antillano se abre con una osada declaración: «Martinica no es una isla de la Polinesia». Con ello, Glissant insistía en la importancia de la especificidad de la isla ante la extinción cultural a la que la amenazaba la departamentalización. La obra de Glissant fue, ante todo, una reacción a la idea poética de Césaire y a su asociación con el primitivismo surreal. Para Glissant, esa búsqueda de la otredad absoluta en la Martinca llevada a cabo por autores como André Breton a su paso por la isla mientras escapa- 40 ba de la Francia de Vichy, significó caer en los mismos errores de turista intelectual que bien pudieron cometer Paul Gaugin en Tahiti o Lafcadio Hearn en Japón. A su modo de ver, ningún lugar ya puede concebirse como un «exótico lugar otro», puesto que la uniformización provocada por una globalización imparable, limaba las diferencias y particularidades de las comunidades «distintas» para dotarles de rasgos importados de Occidente. Toda la obra de Glissant se puede interpretar como un esfuerzo por recuperar la especifidad antillana de la otredad absoluta generada por un discurso colonialista reductor. En El discurso Antillano tratóde concebir precisamente un discurso propio de las Antillas Francesas que les permitiera definirse en función de su contexto regional y hemisférico: ni francesas, ni africanas, ni polinesias, sino islas no aisladas dentro de un archipiélago del Nuevo Mundo, parte integrante de un conjunto que constituía, según el autor, un sistema fluido de relaciones múltiples. La obra fue un esfuerzo por explorar lo específico del Caribe cuya «opacidad resiste la erosión del tiempo y la comprensión». En ese sentido la cita inicial de Franz Fanon es muy elocuente: «Tarea colosal la de inventariar lo real. Acumulamos hechos, los comentamos, pero ante cada línea escrita, ante cada proposición enunciada, tenemos una impresión de insuficiencia». El proyecto de Glissant de dar razón de lo real en el Caribe estaba condenado, como él mismo reconocía, a ser incompleto, pero, precisamente ahí, era donde apuntaba, puesto que desconfiabatanto de las ideologías nacionalistas que simplificaban la heterogeneidad del espacio caribeño, como de la reproducción ingenua de estereotipos primitivistas. En lugar de ello, insistía en que el Caribe, como espacio, era imposible de aprehender puesto que sus contornos nunca podrían ser explicados del todo. En sus primeros escritos trataba sobre las posibilidades de una insularidad abierta, precisamente por la imposibilidad de restaurar continuidades históricas y orígenes ausentes y por ello creía en el potencial caribeño de establecer nuevas conexiones transversales. En su obra Soleil de la conscience (1956), trató sobre el drama de las ambigüedades y tensiones de la identidad individual en función de un mundo finito del que ya no queda G 41