seminario de vida en el espíritu

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SEMINARIO DE VIDA EN EL ESPÍRITU
El Seminario de vida en el Espíritu es un instrumento de evangelización para el cristiano que aspira
a una renovación espiritual, para llegar a una nueva efusión del Espíritu. En nuestro caso, será un
seminario de formación básica y evangelización de la vida matrimonial y de la familia.
El objetivo que se propone es el de llevarnos, como cristianos, a través de un itinerario de
interiorización de la Palabra y de conversión profunda, hasta un encuentro personal con Cristo
Resucitado: Trata de conducirnos a una experiencia del Espíritu de Cristo Jesús ̶ Salvador y Señor ̶ ,
renovando los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, de forma que se llegue a un
compromiso cristiano serio y a su integración como miembro activo en una comunidad.
El seminario ofrece lo esencial de la vida cristiana, el núcleo de la predicación cristiana, unas
verdades bíblicas fundamentales, que forman el kerygma cristiano, centrando todas las enseñanzas
en Jesús, que es la Buena Nueva, el don del Padre a cada uno de nosotros.
Una vez que hayamos completado esta etapa de iniciación debemos ir recorriendo un camino de
progresiva formación para aprender a ser buen discípulo de Jesús y hombre maduro en la fe. Esta
nueva vida del Espíritu nos lleva a vivir de forma más intensa los sacramentos, la oración individual,
matrimonial, familiar y comunitaria, capacitándonos para ser testigos de Cristo.
En la experiencia carismática debemos evitar ciertos defectos que desvirtúan la acción del Espíritu:
.- La importancia exagerada que a veces se da a la experiencia emocional de Dios. Cabe anotar
que la emoción que Dios nos da es buena, lo que no es bueno son las exageraciones, y uno de
ellas es el sentimentalismo.
.- Cuando se busca exclusivamente las manifestaciones extraordinarias del espíritu, como una
búsqueda de lo “prodigioso” por sí mismo. Esto se produce cuando la atención se polariza sobre
ciertos carismas de carácter llamativo, mientras que se hace poco caso de los dones de
apariencia más modesta.
.- La interpretación exclusivamente literal que se hace de la Sagrada Escritura, al pie de la letra;
sin tomar en cuenta la reflexión, el discernimiento y el contexto en que está escrita la Palabra.
.- Negar la importancia de una formación adecuada, porque nos puede llevar a subvalorar la
riqueza sacramental sobrevalorando determinados carismas.
.- Entender la efusión del Espíritu como otro sacramento y, menos aún, como un bautismo. La
efusión del Espíritu es una renovación de la experiencia espiritual recibida por el sacramento del
bautismo.
El seminario de vida en el Espíritu lo que pretende es lograr “un encuentro vivo con Jesús y una adhesión explicita, personal, matrimonial y familiar, con Él”. Encuentro y adhesión, no solamente con
el Jesús histórico sino, fundamentalmente, con Jesús glorificado. (Hch. 2, 22-36)
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¿Cómo lograr esta experiencia de “un encuentro personal con Cristo vivo, que bautiza en el Espíritu
Santo” (Jn. 1,33)? Encuentro personal que debemos transmitir, provocar y facilitar a nuestro esposo
o esposa y a nuestra familia.
La oración por “efusión del Espíritu Santo” consiste en una plegaria, llena de fe y esperanza, que una
comunidad cristiana eleva a Jesús glorificado para que derrame su Espíritu, de manera nueva y en
mayor abundancia, sobre la persona que ardientemente lo pide y por quien los demás oran. Esta
oración se hace de ordinario mediante la imposición de las manos, la cual no es ni un gesto mágico,
ni un rito sacramental, sino un gesto sensible de amor fraterno, una expresión elocuente de comunión humana, un signo externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente sometido a la
voluntad de dios, de que Jesús derrame sobre nuestro hermano el don del Espíritu Santo que Él nos
ha comunicado.
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1ª SEMANA. DIOS NOS AMA
"Que así puedan comprender con todo el pueblo santo cual ancho, largo, alto y profundo es el amor
de Cristo, pido pues que conozcan ese amor que es mucho más grande que todo cuanto podemos
conocer para que lleguen a colmarse de la plenitud total de Dios"
Ef 3, 18-19
1) ¿Quién es Dios para mí? ¿En qué "Dios" creemos?
Mateo 16:13-17; Marcos 8:27-29; Lucas 9:18-20. Y, vosotros ¿quién decís que soy yo?
Todos tenemos, ya sea personal o manifiesto explícitamente, un deseo profundo por conocer a
Dios y de conocerlo tal como es.
2) ¿Qué imagen tengo de Dios?
a) Unos lo imaginan como una fuerza difusa y universal. Quienes lo imaginan así hacen de todo el
cosmos una materialización del ser divino al modo del panteísmo (el panteísmo es una creencia o
concepción del mundo y una doctrina filosófica según la cual el Universo, la naturaleza y Dios son
equivalentes).
Dios es el Creador, no la creación. Él está en todas partes pero es distinto de las cosas y no se agota
en ellas.
b) Otros, imaginan a Dios como un ser majestuoso, augusto, soberano de todo cuanto existe,
completamente despreocupado de sus súbditos, infinitamente lejano de nuestra diarias
inquietudes y necesidades. Un dios insensible, extraño a la historia del hombre.
Efectivamente, Dios es Rey pero a la vez se hizo siervo, se redujo a la nada, tomando la condición
de servidor y se hizo semejante a los hombres (Flp 2,7)
c) Por otro lado hay una serie de imágenes que aproximan al Señor al plano humano de nuestra
existencia pero de modo poco grato para nosotros. Estas imágenes equivocadas son:
.- La del dios vigilante, estricto, que controla todo lo que hacemos.
.- La del dios sádico, sólo atento a las faltas para castigarnos y demostramos así lo
imperfectos y limitados que somos.
.- La del dios contador, que lleva la cifra precisa de nuestros pecados.
.- La del dios déspota, que prohíbe hacer lo que nos place y nos impide ser nosotros mismos
y alcanzar la felicidad.
.- La del dios caprichoso, que a uno salva y a otro condena, sin aparente razón.
.- La del dios permisivo, que nos consiente todo.
.- El dios curandero, al que acudimos en busca de alivio sólo cuando algo nos duele o aflige.
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3) ¿Quién es Dios? ¿Qué es lo que nos dice la Biblia?
La primera carta de san Juan (Jn 4, 8) es clara y afirma sin rodeos: Dios es Amor.
Hoy todos hablan del amor. Es una palabra tan frecuente en el lenguaje de los hombres, que corre
el peligro de devaluarse. El amor no es algo que se hace, sino que se entrega de una manera libre y
total de una persona a otra. Es un don de sí, regalo al otro.
El amor es algo que, no sólo se afirma con palabras y frases dulces, sino que se demuestra con
hechos, porque es una decisión. Así lo entiende el Señor, y así nos lo demostró dando a su Hijo
Jesús por todos nosotros: “así amó Dios al mundo! Le dio al Hijo Único, para que quien cree en él no
se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16).
Para el Señor, el amor es darse, y darse totalmente, hasta el punto de dar la propia vida por sus
amigos, que es la forma más perfecta de amar. Él nos amó hasta el extremo (Jn 13, 1). Y amar es
también ser alguien.
Dios es amor y todo cuanto ha hecho, en especial nosotros, ha sido por Amor y para el Amor.
4) Dios es padre. Es nuestro Padre.
Esta es la gran verdad que Jesús nos revela: Que Dios es nuestro Padre, y no sólo esto, sino que
quiere que tengamos una relación con él como tal.
a) Es un amor PERSONAL
“Y ahora, así te habla Yahvéh, que te ha creado (...) No temas, porque yo te he rescatado; te he
llamado por tu nombre, tú me perteneces (...) Porque tú vales mucho más a mis ojos, yo te aprecio y
te amo mucho” (Isaías 43, 1.4).
b) Es un amor INCONDICIONAL
“Pero, ¿puede una mujer olvidarse del niño que cría, o dejar de querer al hijo de sus entrañas? Pues
bien, aunque se encontrara alguna que lo olvidase, ¡yo nunca me olvidaría de ti!” (Isaías 49, 16).
La respuesta del Señor a nuestras acciones, buenas o malas, es siempre misericordia y amor. Él te
ama incondicionalmente, porque su amor no cambia por lo que hagamos ni por lo que nos ocurra
en la vida. Él no te ama por lo que haces, sino por lo que eres.
En realidad, incluso todo fracaso, problema y hasta el pecado en tu vida puede convertirse en una
oportunidad para ti a fin de que experimentes el amor que te tiene Dios. No necesitas aparentar
algo diferente de lo que tú eres para que Dios te ame. Él te ama como eres. Él no te ama o te deja
de amar por tus cualidades y defectos, por tus triunfos, o por tu santidad, sino con tus cualidades y
defectos, porque Él es AMOR.
“¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el
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hambre, la falta de todo, los peligros o la espada? (...) Pero no; en todo esto saldremos triunfadores
gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del
universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni
ninguna otra criatura podrán apartamos del amor de Dios” (Romanos 8, 35.37—39).
c) Es un amor que toma siempre la INICIATIVA
“En esto está el amor: no es que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó primero y
envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados” (1 Juan 4, 10).
Lo primero que el Señor te pide no es que le ames, sino que te dejes amar por Él. No tienes que
hacer nada para ganarte su amor. Él ya te ama.
5) Creer en Dios y conocerlo en verdad
¿De qué te sirve tener un gran concepto de Dios si sigue siendo un gran extraño en tu vida? Lo
más importante para el cristiano es tener una relación personal con el Señor, que Él sea parte de
tu diario vivir, que lo hagas partícipe de todo lo que haces o vas a hacer.
San Pablo rogaba al Señor “que sean capaces de comprender, con todos los creyentes, cuán ancho, y
cuán largo, y alto y profundo es, en una palabra, que conozcan este amor de Cristo que supera todo
conocimiento” (Ef 3, 18—19).
De lo que se trata es de encontrar, no ya pruebas de que el Señor nos ama, sino de encontrar el
camino para recibir el Amor del Padre. Nadie puede conocer a Dios sin haber experimentado su
amor. Por ello, bien nos dice san Juan: “El que no ama no ha conocido a Dios, pues Dios es amor” (1
Jn 4, 8).
6) El amor matrimonial y familiar: la realidad visible del amor de Dios
“En virtud del misterio de la muerte y resurrección de Cristo, en el que el matrimonio cristiano se
sitúa de nuevo, el amor conyugal es purificado y santificado. El Señor se ha dignado sanar este
amor, perfeccionarlo y elevarlo con el don especial de la gracia y la caridad" Juan Pablo II en su
Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
a) ¡Vivid a la altura de vuestra llamada!
Dios nos ha escogido desde siempre. Se ha enamorado de nosotros, no de nuestra belleza, sino de
la belleza que Él puede poner en nosotros. El Señor se ha enamorado de nosotros y nos capacita
para acoger su don. Estamos capacitados para vivir en la unión con Dios, para ser familia de Dios,
para vivir el desposorio con el mismo Cristo. El amor con que nos ama, la dulzura con que nos mira,
la ternura con que nos toca, la delicadeza con que nos limpia.
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Vivid como matrimonios en Cristo que os dice que sois uno. Un ser nuevo. La Trinidad os ha unido;
os ha "con-fundidos" para no ser ya uno y otro, sino para ser un "nosotros" que vive la plenitud del
Amor de Dios.
Tenemos que vivir la gracia de nuestros desposorios. La Gracia Trinitaria que nos inunda. Ver en
qué medida estamos viviendo el don de Dios. Que nuestro matrimonio no sea un esfuerzo personal
sino que esté inundado del Amor de Dios y que nos capacita para desarrollar la vida en común,
realizando nuestra vocación.
b) ¿Qué se le pide a los esposos cristianos?
A los esposos cristianos se le piden que se amen de tal manera, que todas las relaciones entre ellos
no puedan estar en modo alguno presididas por otro criterio, sólo por el amor. Sois instrumentos
de sanación en vuestros hogares. Habéis sido puestos uno al lado del otro para la mutua comunión.
Cada uno, más que mirarse a sí mismo, mire cómo crece el otro. Ya no sois dos sino un "nosotros"
que cada día debe parecerse más a la comunión de Dios en la Trinidad. Ese "nosotros" necesita la
fuerza, el alimento, la gracia que procede del Espíritu santo.
El hombre, la mujer, el matrimonio, la familia, aunque han sido dañados por el pecado, hemos sido
"re-pristinados", vueltos al origen, hemos recobrado la belleza primera, por el don del bautismo y
por el don de la Reconciliación.
Las familias, los matrimonios cristianos, son sacramento en cuanto que se convierten en testimonio
vivo, encarnado, veraz y auténtico del amor de Cristo a su Iglesia. El ofrecimiento de cada día de
vuestra vida como esposos, para ser en el mundo testigos fiables de Jesús, es la aptitud martirial
cotidiana de Cristo.
c) ¡Remad mar adentro!
A vosotros, matrimonios cristianos de este milenio, se os invita a remad mar adentro. Se os invita a
que no pongáis excusas, en la Palabra del Señor podéis realizar la altísima misión que hoy se os
encarga.
¡Remad mar adentro, en vuestras familias y en este mundo! Porque habéis de ser testigos de la
esperanza. Y así, vuestro matrimonio será fecundo; no ya en vuestros hijos sino en todos los
renacidos por la gracia. ¡No tangáis miedo! Vivid la experiencia gozosa de ser testigos, mártires del
Evangelio de Cristo.
Oración
Padre Santo, Tú eres mi Dios. Tú eres mi Creador.
Borra, Señor, todo lo que me obstaculiza para conocerte.
Toca, Señor, mi mente tan apegada a lo racional.
Hazme más sencillo, para captar lo maravilloso de tu amor para conmigo.
Quiero conocerte realmente tal como eres Tú, Señor
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Haz, Señor que pueda estar siempre en tu presencia para adorarte en espíritu y en verdad.
Quiero experimentar en este momento el gran amor que Tú me tienes,
para así poder testificar a todos que Tú eres Amor.
Lléname de ese Amor, Señor, y ámame como Tú quieras.
Señor, que tu Luz y tu calor fluyan por todo mi interior,
quitando todos mis temores y dudas...
Gracias, Señor, porque me amas y me aceptas tal como soy Y gracias,
Padre, por tu Amor incondicional que quiere lo mejor para mí. Amén.
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2ª SEMANA. JESÚS VIVE Y ES EL SEÑOR
"Dios ha constituido Señor y Cristo a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado". (Hch 2, 22 – 37)
1) El Jesús de la fe
El descubrimiento más bello con el que se puede encontrar un ser humano, es el que tuvieron los
apóstoles a raíz de la Pascua. Aquel con el que habían vivido tres años, aquél a quien vieron hacer
prodigios y milagros, aquél a quien seguían ellos y otras multitudes, aquél a quien en realidad
apenas conocieron, ha resucitado, lo han visto con sus propios ojos.
Y es que en realidad el simple hecho de resucitar no cambiar la realidad de la cosa; también Lázaro
resucitó y apenas pasó nada. Lo importante es lo que vieron después, no ya con los ojos de la carne,
sino con los de la fe. En la fe se les revela la divinidad de Jesús, y con ello la profundidad de todo
este misterio. Este Jesús que habla sido muerto, no sólo ha resucitado, sino que ha sido constituido
Señor y Cristo, el único Nombre en el cual podemos encontrar la salvación.
La resurrección de Jesús no consistió en revivir un cadáver para morir de nuevo más tarde, como
sucedió a Lázaro. Jesús ya no muere más. Su resurrección fue una transformación, la entrada en
una vida nueva y distinta. Jesús es el hombre nuevo, el primogénito de una nueva creación. Por eso
la resurrección no fue una realidad histórica a la que se puede acceder por la razón o los sentidos,
pertenece a otra dimensión a la que sólo se accede por la fe que es la luz del Espíritu Santo, el cual
te la da para que puedas penetrar, vivir y gozar de estos misterios. Es por lo tanto en la fe donde
percibimos que Jesús vive y es el Señor. Sin embargo, se hace algo real y experimentable y llega a
ser un auténtico principio dinamizador de nuestra vida.
Los apóstoles comprendieron, con la fuerza y la luz del Espíritu Santo, que Jesús era Dios y además,
en cuanto hombre, que era el Señor, el Mesías.
2) Jesús es el Señor
Y, vosotros ¿quién decís que soy yo? (Lucas 9:18-20).
Para el cristiano verdadero todo está definido por su fe en Cristo Jesús, Salvador y Señor. Su Dios no
es el Dios de los filósofos, ni el Dios lejano de la religión natural. Toda su relación con Dios, toda
experiencia sobrenatural que pueda vivir en este mundo será siempre a través de Jesús, "Señor y
Cristo" (Hch 2, 36) y "el Señor de todos" (Hch 10, 36).
Es, pues, fundamental confesar y reconocer a Jesús como Señor, lo cual significa aceptarle como
Señor de todas las cosas y sobre todo. Señor de toda mi persona, de toda mi vida, de todo cuanto
yo soy y hago. En esta afirmación se encierra todo el contenido de nuestra fe.
"Todo fue creado por Él y para Él: Él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en Él su
consistencia. Él es también la Cabeza del cuerpo, de la Iglesia. Él es el principio, el Primogénito de
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entre los muertos para que sea el primero en todo" (Col 1, 16-18).
3) Jesús es mi Señor
El paso de la historia al presente, de la doctrina a la experiencia, se da en este mi Señor. Cuando yo
empiezo a experimentar el señorío de Jesús en mi vida, me brota por todas partes evangelio. Ya no
hay más teorías, Jesús empieza a ser real y noto que está vivo, que ha resucitado.
El cristiano tiene que dejarse evangelizar cada una de las parcelas de su vida. Evangelio es
experimentar la buena noticia en todos los detalles de tu vida. El cristiano es la persona que va
experimentando la presencia viva del señorío de Cristo sobre él y sobre todas sus cosas. Y así este
señorío te va convirtiendo, dejando a otros señores, a otros poderes, a otros miedos que dominan
en tu vida.
El Señor tiene función salvadora, pero no una salvación más allá de la muerte, sino aquí, en esta
vida presente. Y de lo que se trata es de experimentar esta salvación en tus heridas, en tus
problemas.
3) ¿Qué importancia tiene en mi vida?
Hay un texto fundamental de la Palabra de Dios que lo aclara todo:
"Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de fe que nosotros
profesamos. Porque si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le
resucitó de entre los muertos, te salvarás. Con el corazón creemos para ser justos y con la boca se
confiesa para conseguir la salvación."(Rm 10, 8-10).
Esta es la palabra de fe que nosotros profesamos: Jesús el Señor. Confesando con la boca y
creyendo con el corazón tenemos la adhesión interna del corazón y la profesión externa; las dos
dimensiones de la fe por la que nos abandonamos en Dios como único autor de la salvación en
Cristo Jesús.
Cada vez que proclamo que Jesús es Señor debo expresar mi fe y mi decisión de ser todo para Él y
de ofrecerle toda mi vida. Toda la existencia cristiana consiste en consagrar la vida a nuestro Señor
Jesucristo.
4) El señorío de Cristo en el matrimonio y en la familia
"El Sacramento del matrimonio constituye a los cónyuges y padres cristianos en testigos de Cristo ̶
hasta los confines de la tierra ̶ como verdaderos y propios misioneros del amor y de la vida " Juan
Pablo II en su Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
a) Llamados, desde la familia, a embellecer el mundo.
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Veamos la fealdad que hay a nuestro alrededor: personas que son tremendamente infelices, que
han fracasado en la vida, que viven egoístamente, que han destruido su familia, solas, muy
heridas...
El mundo nos ofrece cada día un espectáculo de fealdad, groserías, morbosidad, frivolidad; vemos
muchas veces lo más bajo de la persona humana, la falta de pudor, la avaricia, la lucha por ganar
dinero, la insolidaridad...
En el mundo contemplamos países en guerra, hambre, terrorismo. Vemos que la sociedad del
bienestar trae consigo una pérdida muy grande de valores espirituales. Es la cultura del disfrutar,
comer, beber, vivir la vida...
¡En esta cultura estamos llamados a poner Belleza! “Llevamos este tesoro en vasijas de barro para
que todos vean que esta extraordinaria gracia, belleza, fuerza... no proviene de nosotros sino de
Dios”. (2 Cor 4, 7)
Estamos llamados a manifestar una belleza profunda y misteriosa en la sencillez de la vida
cotidiana, en el amor renovado día a día. Estamos llamados a ser testigos de amor al mundo que es
la verdadera belleza frente a todos los sucedáneos que hoy se anuncian. Estamos llamados a
embellecer el mundo con los valores del Reino de Dios, con la presencia de Cristo en nuestros
corazones, con el Espíritu que nos inspirará siempre cosas buenas y bellas. Proclamamos que
belleza, amor, bondad y verdad van juntas.
b) Llamados, desde la familia, a humanizar el mundo.
Contemplando a la familia de Nazaret, nuestro modelo, decía Pablo VI: “Nazaret es la escuela
donde empieza a comprenderse la vida de Jesús. Aquí comprendemos la importancia que tiene el
ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros..."
Y Juan Pablo II nos dice: “La familia es la escuela de humanidad más rica y completa. El intercambio
entre padres e hijos, abuelos y nietos da a la familia una gran riqueza de relaciones. Cada uno
aporta su don y su cruz. Así la familia deber ser el lugar por excelencia de las cosas más importantes
de la vida”.
Por lo tanto en la familia se aprende a vivir, se aprende a dialogar, se aprende a valorar las cosas, se
aprende a ser personas, se aprende a perdonar y se aprende a festejar. Sin familia no hay persona.
El ser humano al nacer es acogido en el seno de una familia, una comunidad de amor que lo
acompañará en una primera etapa hasta su independencia del hogar, pero en esencia lo
acompañará siempre porque en la familia recibimos una parte esencial de todo lo que somos.
La vida oculta de Jesús, en Nazaret, es una lección fundamental para las familias en varios
aspectos:
.- Dentro de la propia familia, Jesús nos humaniza más, nos hace más comprensivos, más amables,
más tiernos con los que viven con nosotros.
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.- Con nuestros parientes y familiares, sobre todo ante las relaciones familiares conflictivas,
nuestras familias están llamadas a llevar una palabra de sensatez humana, una palabra de
equilibrio, de paz, de saber escuchar, de aconsejar.
.- Con los vecinos, la parroquia, los amigos. A todos llegará nuestro mensaje espiritual si va
envuelto en humanidad y cercanía, en comprensión de cualquier situación humana por muy
disparatada que sea. Al igual que Jesús, que acogía a todos.
En una sociedad cada vez más deshumanizada, la familia se levanta hoy como la defensora del
hombre. Y defensora por medio del servicio a la humanidad.
c) Llamados, desde la familia, a transformar el mundo.
“La familia hará participe a otras familias, generosamente, de sus riquezas espirituales... Así
manifestará a todos la presencia viva del Salvador en el mundo y la auténtica naturaleza de la
Iglesia” (Familiaris Consortio)
La familia recibe el amor de Cristo, convirtiéndose en “comunidad salvada” y una vez que es salvada
está llamada a trasmitir a los hermanos el amor de Cristo, haciéndose “comunidad salvadora”.
La familia tiene una misión en el mundo. Esta misión toma más fuerza y trascendencia en este
tiempo en que la sociedad civil impone un laicismo que quiere reducir la práctica religiosa a un
terreno privado. Dios está ausente en la sociedad, en las leyes, en la economía, en la política. La
mayoría de los jóvenes, hijos de su tiempo, no sienten interés por el tema religioso, pero dentro
del hombre y mujer sigue habiendo hambre de lo espiritual, de la justicia, de la felicidad.
Es ahora el tiempo de los laicos, es decir, el tiempo de la familia cristiana. Ahí tiene el mundo la
oportunidad de contemplar a un Dios vivo, hecho hombre, que acompaña nuestra vida cotidiana.
Debemos gritar al mundo que la familia cristiana, ¡Es Lugar de acogida!. Donde hay un cristiano hay
escucha a la persona que llega cansada o desorientada. ¡Es Refugio seguro!. Lugar donde la
persona puede respirar tranquila, ser ella misma y sentirse amada y amar por lo que es, no por lo
que sabe, lo que tiene, por sus triunfos. Un hogar cristiano es refugio contra las tormentas y todo lo
que nos daña del mundo: la avaricia, el egoísmo, los celos. ¡Es Santuario de Dios!. La familia
cristiana lleva a Jesús dentro de ella, ha decidido hospedarlo en su casa. Quien no lee el Evangelio,
ni ha sido bautizado, ni conoce nada de Dios, tiene un lugar privilegiado donde puede oír la voz de
Dios en el mundo donde Dios vive a través del mandamiento: “Mirad como se aman, mirad como se
perdonan, mirad como viven en paz y alegría...”.
5) Jesús camina junto al matrimonio, haciendo el "camino de Emaús".
La tarea de caminar en la unidad y de formar una familia cristiana resulta hoy heroica. Los que
hemos hecho la elección del matrimonio, estamos en el camino; un camino que conoce
imperfecciones y lleva consigo retos. Vamos caminando juntos y debemos ser ayuda mutua.
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La familia debe buscar puntos de encuentro que le permitan abrir diálogos nuevos y compartir una
buena relación de pareja. A menudo, en el matrimonio se sigue viviendo la fe por separado y hay
muchos sentimientos y experiencias que pertenecen a lo personal, sin llegar a ponerlos en común.
Esta actitud es fruto de una educación individualista y, en algunos casos, de una espiritualidad que
no ha madurado hacia la comunión conyugal.
Tertuliano expresa así la grandeza y la belleza de la vida conyugal en Cristo: “¿Cómo lograré
exponer la felicidad de ese matrimonio que la Iglesia favorece, que la ofrenda eucarística refuerza,
que la bendición sella, que los ángeles anuncian y que el Padre ratifica?... ¡Qué yugo el de los dos
fieles, unidos en una sola esperanza, en un solo propósito, en una sola observancia, en una sola
servidumbre! Ambos son hermanos y los dos sirven juntos; no hay división ni en la carne ni en el
espíritu. Al contrario, son verdaderamente dos en una sola carne. Y, donde la carne es única, único
es el espíritu”
a) ¿Cómo recorremos este "camino de Emaús?
.- Nuestras miradas. Después de 8, 12, 25, 30 años ... ¿Cómo está mi mirada para el otro? ¿Me voy
acercando a la mirada de Dios para él o para ella? Mi mirada, ¿está cansada y desilusionada o es
tierna y comprensiva? ¿Hemos ido aprendiendo a caminar juntos mirándonos con amor y verdad,
corrigiéndonos con amor? ¿Somos ayuda espiritual uno para el otro? ¿Miro sus imperfecciones con
paz? ¿Le reclamo con amargura lo que no me da?
.- Nuestras cualidades. ¿Estamos negociando bien nuestros talentos y poniéndolos al servicio de la
familia? Mi alegría, mi optimismo, mi escucha, mi capacidad de llevar la economía, mi paciencia, mi
coraje, todas mis cualidades... ¿están entregadas con generosidad y amor, o, por el contrario,
entrego lo que Dios me ha dado gratis con tacañería y con derecho a reclamar? ¿Me siento
valorado por el otro? ¿Trabajo en mí mismo/a para enriquecerme, mejorar, formarme y así aportar
más al otro?
.- Nuestro tiempo. ¿Hay un uso equilibrado de nuestro tiempo? Equilibrio entre trabajo y descanso.
Tiempo de vida laboral, vida familiar, vida de compromiso social o eclesial. Tiempo fuera de casa,
tiempo en casa.
.- Nuestros bienes materiales. ¿Hemos llegado a un entendimiento claro y sin fricciones sobre el
uso del dinero? ¿Somos capaces de revisar este tema? ¿Estamos haciendo un uso cristiano de los
bienes temporales?
.- Nuestras relaciones con las familias respectivas. ¿Son motivo de conflicto? ¿Tenemos -en este
campo- heridas, enemistades, temas pendientes que solucionar?
.- Nuestra paternidad o maternidad. ¿Hemos sido capaces de complementarnos y ayudarnos en la
educación de los hijos aportando cada uno lo mejor de nosotros mismos?
.- Nuestra intimidad. El matrimonio debe encontrar la fuente de la vida en sí mismo y no fuera.
¿Hay espacios de intimidad en vuestra vida? Momentos y tiempos para sentaros juntos, descansar,
encontrar espacios de ocio y reposo. ¿Disfrutáis compartiendo juntos un paseo, vacaciones, una
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misma afición? ¿Encontráis en este lugar de intimidad, la fuente de vuestra alegría, de vuestra
esperanza? ¿habéis encontrado el equilibrio entre “vosotros” y los “otros”?
.- Nuestra sexualidad. ¿Hemos descubierto la sexualidad como lugar de intimidad, de encuentro,
de ternura, de alegría, de plenitud; como don de Dios para nosotros, momento de agradecimiento
a Dios que nos creó hombre y mujer? Si descubrimos la sexualidad como invento de Dios para
ayudar al amor, entonces podemos hablar al mundo de una sexualidad que no denigra ni hiere.
Estamos llamados a anunciar un amor feliz. Frente a lo que el mundo anuncia hoy, placer sexual
como panacea de felicidad, estamos llamados a dar un visión de felicidad con nuestro amor.
.- Nuestra espiritualidad. En este aspecto nos podemos encontrar con tres grados de compartir
espiritual:
1) Anorexia: Cada uno va por su lado en lo espiritual. “En lo que crea mi mujer, es cosa de
ella”. “Allá tú con tu Dios y yo con el mío”.
2) Dieta light: Hay un espacio común, aunque limitado: Eucaristía dominical, a veces rezamos
un misterio del rosario o rezamos interiormente por alguna necesidad. Esporádicamente,
asistimos a algún Encuentro juntos.
3) Buenas comida: Participamos juntos en algún grupo que nos ayuda (de oración, de
matrimonios, de Biblia...). Compartimos nuestras vivencias espirituales. Rezamos juntos cada
día. Trabajar juntos para el Señor: pastoral familiar, algún servicio eclesial, catequistas... Es en
este nivel donde los esposos pueden sentir que forman una comunidad espiritual. Pueden
mirarse desde Dios: tú eres distinto a mí, valioso a los ojos de Dios; tú eres un regalo de Dios
para mí.
.- Envejeciendo juntos. El día de nuestra boda nos entregamos el uno al otro. Si el Señor nos
concede el don de envejecer juntos, sepamos aprovechar la oportunidad. El Señor nos invita a ir
acogiendo cada etapa de nuestra vida. Al final de nuestros días nos invita a disfrutar de un tiempo
nuevo, sin atarse excesivamente a responsabilidades con los nietos. La educación de los hijos
corresponde a los padres. Vivir esta etapa desde Dios supone plantearse: ¿Cómo quiere Dios que
viváis este tiempo? ¿Hay miedos al futuro en vuestro corazón?
La familia es lo que sea la pareja. Mientras más fuerte, más rica, más honda es la relación del
esposo y la esposa, más riquezas hay en casa. Es a ellos a quien Dios les da riquezas inagotables
para repartir, para darse a los demás, empezando por los hijos. Si la pareja está unida a Dios,
entonces es invencible ante las dificultades; entonces vence al mundo.
Oración
Señor, Dios de la paz,
Tú creaste a los hombres para ser herederos de tu gloria.
Te bendecimos y agradecemos porque nos enviaste a Jesús, tu hijo muy amado.
Tú hiciste de Él, en el misterio de su Pascua, el realizador de nuestra salvación,
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la fuente de toda paz, el lazo de toda fraternidad.
Te agradecemos por los deseos, esfuerzos y realizaciones
que tu Espíritu de paz suscitó en nuestros días,
para sustituir el odio por el amor, la desconfianza por la comprensión,
la indiferencia por la solidaridad.
Abre todavía más nuestro espíritu
y nuestro corazón para las exigencias concretas del amor a todos nuestros hermanos,
para que seamos, cada vez más, artífices de la PAZ.
Acuérdate, oh Padre, de todos los que luchan, sufren y mueren
para el nacimiento de un mundo más fraterno.
Que para los hombres de todas las razas y lenguas venga tu Reino de justicia, paz y amor.
Amén.
14
3ª SEMANA. CONVERTÍOS A JESÚS
"Lo que oyeron les llegó al corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: ¿Qué hemos de hacer?
Pedro les contestó: Convertíos, bautizaos en el nombre de Jesucristo y recibiréis el don del Espíritu
Santo.". (Hch 2 37– 38)
1) Conversión, ¿A qué?
Seguro que, desde pequeños, habéis oído hablar muchas veces de la conversión. Incluso, alguna
vez, habréis hecho el intento de ser mejores, de cambiar de vida. El problema que hemos tenido en
este tema es que siempre lo hemos intentado desde nosotros mismos, desde el esfuerzo de nuestra
voluntad, de nuestros propósitos y promesas. El resultado de tanto esfuerzo, por lo general, ha sido
nulo y apenas nos quedan ganas de reintentarlo.
Ahora no vamos a imponer que redobléis el esfuerzo. Se os va a insinuar un cambio de perspectiva.
Nuestras conversiones siempre han sido a las obras, a ser mejores, a comportarnos un poco mejor.
Lo que llamamos ahora nueva evangelización, para muchos, no va más allá de esto. Sin embargo,
no se trata de ser mejores.
La conversión es a Jesucristo, no a las buenas obras. ¿Qué quiere decir esto? Quiere decir que la
conversión cristiana es obra de la gracia, la va a realizar el Espíritu de Jesús; él es el que renueva las
cosas, él es el santificador. No se trata, por tanto, de hacer más cosas y mejor hechas sino de
dejarse hacer.
La trasformación del ser humano se parece más a una sanación que a otra cosa. Por eso, el Espíritu
Santo nos convence primero de pecado, es decir, nos ilumina sobre las faltas, defectos y opresiones
que padecemos y después, si nos dejamos, nos libera. Hay, por tanto, que dejarse hacer.
La conversión es, pues, algo más que un intento humano. La diferencia es cualitativa. Dios no es
una conquista, sino un don, una gracia, una herencia. Entonces, ¿qué pasa? ¿No es importante ser
buenos? Es importante ser buenos porque el Espíritu Santo nos capacita para ello pero, delante de
Dios, las obras buenas no son las que brotan de mi carne y de mi sangre, de mis deseos y
aspiraciones, sino, como dice San Pablo, “aquellas que Dios desde siempre ha pensado que
practicásemos”, y que nos irá sugiriendo a lo largo de nuestra vida.
Seguimos en pleno kerigma, en el más primitivo y nuclear anuncio cristiano hecho el mismo día de
Pentecostés. Jesús da comienzo también a su predicación con el mismo mensaje: "¡Convertíos
porque ha llegado el Reino de los cielos!" (Mc 1, 4-15). Hay una insistencia constante en el
Evangelio de que necesitamos convertirnos todos porque el Señor siempre nos llama a más.
La conversión es la decisión voluntaria que responde a la llamada de Dios. La palabra conversión
viene del griego "epistrepho" que significa literalmente "volver atrás" o "dar media vuelta": los
primeros cristianos encontraron en este vocablo una descripción gráfica de su propia experiencia.
Con la formación de la tradición del Nuevo Testamento, esta palabra "epistrepho" adquiere un
significado teológico propio, en el que se acentúa la decisión de renunciar al pecado y volver a Dios.
15
2) Arrepentirse y creer en el Evangelio
El término usado en el Nuevo Testamento para arrepentimiento es "metanoía", palabra griega que
literalmente significa "cambio de corazón o mente". El arrepentimiento está íntimamente ligado a
la conversión. El cambio de vida es el resultado de la acción de Dios en nuestro interior.
Cuando experimentamos el amor del Señor, comenzamos a anhelarlo de una manera insospechada,
a abrir el corazón ante la posibilidad de un encuentro con Dios, y a percibir que podemos ser
liberados del sentido de culpa, del temor y la ansiedad en que el pecado nos tenía sumidos. Dios
quiere darnos una nueva vida con su propia presencia en nuestros corazones y su amor que nos
mueve a vivir de acuerdo a su voluntad.
La acción del Espíritu Santo no es culpabilizar. La culpabilidad no es de Dios, te aleja de Dios. Ante el
pecado, humanamente sólo hay dos salidas: o pasar de él, o culpabilizarse. Pasar del pecado es una
forma de suprimir a Dios, porque te es molesto, porque te mira, porque te carga, porque piensas
que Dios te limita.
Pero la culpabilidad tampoco es buena, tampoco te acerca a Dios. Te impulsa a esconderte, a
pensar que Dios no te ama, que te puede castigar, que te fiscaliza y pide cuentas. Esta es una
desafortunada teología que por desgracia está muy extendida, pero que no tiene nada que ver con
Jesucristo, ni con la bondad de su Santo Espíritu.
La verdadera conversión cristiana produce la pesadumbre y la contrición. ¿Y qué es esto? Es un
sentimiento que brota de tu corazón al ser iluminada tu realidad por la luz del Espíritu Santo. Te ves
a ti mismo con la luz de Dios. Descubres tus pecados, tus pobrezas, tus miserias, tus defectos. Pero
eso no te separa de Dios. No te produce un sentimiento de degradación personal. Al contrario, es
una iluminación, no desde la corrección despótica y menospreciativa, sino desde el amor y la
benevolencia. Te sientes amado, a la vez que ves la justicia y la exactitud con que te están haciendo
ese examen espiritual.
Por eso el Señor te dice: yo no te rechazo como eres. Yo te amo así. Yo conozco también tu
pobreza, tu cansancio, tu impotencia, tu no llegar a nada. Y te amo así. Y sé que quieres salir de
este resentimiento que te humilla, pero no puedes. Yo lo que quiero quitar de ti es lo que nos
pueda separar. Quiérete a ti mismo o misma, acéptate como eres que yo me he fijado en ti siendo
como eres.
3) Nacer de nuevo en el Espíritu
Al dedicarnos a orar y tratar de comprender el maravilloso misterio de nuestra salvación,
recordemos una cosa: La conversión es nuestra respuesta a la inconmensurable gracia de Dios.
Solamente el Espíritu Santo nos hace comprender nuestra condición de pecadores necesitados del
inmenso amor de Jesús.
El Señor dijo a Nicodemo "Te aseguro que a menos que uno nazca del agua y del Espíritu, no puede
entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, y lo que nace del Espíritu es espíritu".
(Jn 3, 3-6).
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a) La conversión es un acto humano de arrepentimiento y decisión en respuesta a la obra de Dios
en nosotros.
Es importante reconocer el aspecto humano de la conversión. Todos somos criaturas únicas de
Dios, con personalidad, historia y futuro propios. En consecuencia, ninguna conversión será
exactamente igual a otra. Mientras unos tienen un abrumador sentido de pecado, otros pueden
sentirse impresionados por el inmenso amor de Cristo. Incluso otros pueden llegar a comprender
que es imposible vivir santamente sin la gracia y el perdón de Dios.
Por la gracia de Dios podemos recibir la plenitud de vida que hay en Cristo, sin que nada lo impida.
Con una fe segura, Dios se nos puede manifestar. La conversión es cambio total: dar la espalda,
dejar atrás, abandonar todo lo que es incompatible con Dios y su plan de amor para nosotros,
romper con el pecado y los ídolos como rechazo y sustitución de Dios. La conversión es rechazar el
mal y las tentaciones, cortar con sus ataduras.
b) Proceso de conversión para nacer de nuevo
.- Reconocer nuestro pecado: Sólo el Espíritu Santo puede darnos conciencia de pecado; de otra
manera se reduce a un sentimiento de culpa o a la simple confrontación de nuestras acciones.
"Yo la voy a enamorar; la llevaré al desierto y le hablaré al corazón" (Os 2, 14).
.- Arrepentimiento: El arrepentimiento o contrición es un dolor de corazón y rechazo del pecado
con el propósito de no volver a pecar.
"Ahora me alegro. No por haberos entristecido, sino porque aquella tristeza os movió a
arrepentimiento. Pues os entristecisteis según Dios, de manera que de nuestra parte no habéis
sufrido perjuicio alguno. En efecto, la tristeza según Dios produce firme arrepentimiento para la
salvación; mas la tristeza del mundo produce la muerte" (2º Co 7, 9-11).
.- Confesar el pecado: Es necesario reconocer y confesar explícitamente nuestros pecados ante
Dios y recibir el Sacramento de la Reconciliación, para recibir la ratificación del perdón de Dios por
la absolución a través del sacerdote.
"Si confesamos nuestros pecados, fiel y justo como es El, nos perdonará nuestros pecados y nos
limpiará de toda maldad" (1º Jn 1, 9).
.- Reparación y reconciliación: Restaurar la unión de amor con Dios, exige resarcir los daños
causados y buscar la reconciliación.
"Mira Señor voy a dar a los pobres la mitad de todo lo que tengo; y si le he robado algo a alguien, le
devolveré cuatro veces más" (Lc 19, 8).
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4) ¡Es hora de resucitar a la familia!
"La familia cristiana edifica el Reino de Dios en la historia mediante esas mismas realidades
cotidianas que tocan y distinguen su condición de vida" Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica
“Familiaris Consortio”
¡¡Es hora de resucitar a la familia!! El mundo la da por muerta, pero Dios ha puesto en ella todo el
poder de su Espíritu Santo para unir y perdonar, para restaurar y curar, para amar ... ¡Es tiempo de
Dios para la familia!
En Abril de 2.001, los obispos de España, nos han dirigido a la Iglesia y a toda la sociedad una
Instrucción Pastoral valiente, lúcida y profética: "La familia, santuario de la vida y esperanza de la
sociedad". A nosotros, católicos, seglares, sacerdotes y religiosos, nos corresponde acoger con fe
esta llamada poderosa y urgente que Dios nos hace y responder a ella con valor y determinación.
¡Su gracia no nos va a faltar!.
Éste es el reto de nuestros obispos: "Nos dirigimos con gratitud a todos aquellos que quieren vivir
plenamente la realidad familiar. A las familias cristianas, a cada uno de sus miembros que sois
cauce de esperanza para nuestra sociedad. ¡Estáis llamadas a ser la sal y la luz de la civilización del
amor! . ¡No tengáis miedo! ¡Vivid en Cristo como testigos intrépidos de la buena nueva de la vida y
de la familia!. La semilla del bien puede siempre más que la del mal. No os dejéis abatir por los
ambientes adversos.
Y he aquí el documento en veinte ideas-clave :
1.
2.
La familia sana es el fundamento de una sociedad libre y justa.
Se llegan a considerar normales realidades que perturban seriamente la institución
familiar y el derecho a la vida, tales como el divorcio, el pretendido matrimonio entre
homosexuales, el aborto, la eutanasia, la esterilización, la clonación ...
3. Uno de los efectos de la ética utilitaria hoy dominante es la justificación de actos
intrínsecamente nocivos e incluso de aberraciones que llegan a considerarse como
derechos.
4. La pérdida del sentido de la existencia deja a la persona a merced de sentimientos e
impulsos irracionales. Resultado: un ser humano débil, sin fuerza de voluntad para
comprometerse.
5. En vez de educar los padres, educan los medios de comunicación. Los padres deben
aprender y poner en práctica su capacidad de discernimiento como telespectadores,
oyentes y lectores.
6. El hijo es considerado un problema, no una esperanza. Se desvaloriza al anciano y al
minusválido.
7. Nuestra cultura anti-vida produce embriones sobrantes como material de desecho.
8. La verdad del matrimonio y la familia exige una educación para el amor.
9. El matrimonio es la vocación a un amor peculiar: el amor conyugal que es incondicional,
exclusivo y definitivo.
10. Un hijo no es un mero proceso biológico, sino una persona que debe ser aceptada en un
acto de amor.
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11. La gracia sacramental del matrimonio se extiende a lo largo de toda la vida.
12. Si se pierde el sentido sagrado del matrimonio, resulta incomprensible su indisolubilidad.
13. La vida conyugal pasa necesariamente por la experiencia del perdón : ¿qué sería un amor
que no llega hasta el perdón?.
14. Cada vida humana es irrepetible e insustituible.
15. La fecundación es el inicio de una vida humana, de una persona con dignidad inviolable.
16. Ninguna circunstancia, por dramática que sea, puede justificar un aborto provocado.
17. La vida es nuestra, pero no nos pertenece y tiene un sentido más allá de ella misma. La
eutanasia supone una contradicción grave del sentido de la vida.
18. No es igual el orden legal al orden moral. Las leyes no son justas por haber sido
aprobadas por mayoría, sino por su adecuación a la dignidad humana.
19. Para volver a hacer creíble el amor fiel hemos de vivirlo y trabajar por construir una
verdadera cultura de la familia y de la vida.
20. No se debe equiparar a la familia con otras realidades que no tienen su misma identidad.
5) Llevamos este tesoro en vasijas de barro
"La comunión conyugal constituye el fundamento sobre el que se va edificando la más amplia
comunión de la familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y de las hermanas entre sí, de
los parientes y demás familiares" Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica “Familiaris
Consortio”
El matrimonio no es un invento de la sociedad, Dios mismo lo estableció desde el principio (Gn 2,
24) "Dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne". Y
la base de la familia es el matrimonio. ¡Vivir siendo uno!
a) "YO"
Para poder ser uno con otro hemos de mirar, primero a nuestro interior. Todos tenemos
debilidades y defectos, todos tenemos carencias y hemos sufrido heridas que nos han dejado
huellas. Y tendemos a ocultarlo tras una máscara que impide que el otro me vea tal como soy. Pero,
para ser realmente amado por el otro, no podemos llevar ninguna máscara: el verdadero amor no
esconde los sentimientos. Amar es compartir sentimientos. Tampoco debemos caer en la
infravaloración. Dios no hace basura, no nos sintamos, pues, poca cosa. Vivir el inmenso amor que
Dios nos tiene, nos lleva a aceptarnos y querernos tal como somos.
b) "NOSOTROS"
Mi mujer o mi marido es una persona que Dios me ha preparado y reservado desde toda la
eternidad. En las relaciones matrimoniales y familiares es normal que surjan discusiones,
problemas, distintos modos de ver las situaciones que, en la convivencia diaria, se nos presenta.
Estas realidades en lugar de hacernos caer deben ser motivos para crecer en el amor y en la
convivencia cotidiana matrimonial y familiar.
19
Amar es una decisión y como tal podemos optar por varias opciones. Puede ser casado-soltero o
casado-casado. Soy casado-soltero cuando hago mis planes sin contar con el otro y soy casadocasado cuando antepongo lo nuestro a lo mío.
Marido y mujer se han comprometido para siempre y, día a día, deben ir fortaleciendo su relación
para ser auténticos "Nosotros".
c) "NOSOTROS Y DIOS"
Con su presencia en las Bodas de Caná, Jesús bendice el matrimonio. Y, además, el que hiciese allí
su primer milagro, el convertir agua en vino, tiene una importancia especial. Este vino nos recuerda
el vino eucarístico, tiene una simbología muy importante. En nuestra vida matrimonio, cuando
llegan las crisis y los problemas es que "se nos acaba el vino". Entonces es el momento de pedir a
Dios su gracia, la que derramó en nosotros el día de nuestra boda, la gracia del Sacramento
Matrimonial. Y confiar que él puede cambiar nuestra "agua", nuestros conflictos, en su "vino", su
gracia matrimonial. Somos un matrimonio a tres, nosotros y Cristo.
Oración
Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame y mándame ir a ti.
Para que con tus santos te alabe.
Por los siglos de los siglos.
Amén.
20
4ª SEMANA. Y RECIBIERON EL DON DEL ESPIRITU SANTO
"Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un
estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y
se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y
fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les
daba que hablasen. (Hech 2.-1-4)
1) El deseo del Espíritu
El anuncio de San Pedro el día de Pentecostés concluye: “Y recibiréis el don del Espíritu Santo”. Con
esto se completa el kerigma o anuncio básico del cristianismo, es el pregón básico que fundamenta
todo el cristianismo.
El Espíritu del Señor es el que verdaderamente puede penetrar, amarnos por dentro, y llegar al
fondo de nosotros mismos, de tal forma que verdaderamente nos transforme. Un amor así
consolida el eje de nuestra existencia y nos da el equilibrio y la armonía que configura nuestra
personalidad de un ser humano.
La tendencia ordinaria en el hombre no es la de abrirse a la acción de Dios, sino más bien la de ser
él mismo protagonista en esa relación. Nos gustaría bajar a Dios del cielo, que quede siempre
patente nuestro esfuerzo y dedicación a la tarea. Sin embargo, esta aventura es imposible. El es el
que tiene la iniciativa, es el actor principal, es el que se abaja hasta el hombre. El cielo es obra de
sus manos. De ahí que nuestra tarea fundamental sea la de acoger y abrirnos a su acción para que
El pueda ser en nosotros el Señor.
Estamos acostumbrados, por lo general, a otro enfoque de la religión en el que nuestro sacrificio,
nuestra entrega y nuestra actividad sea lo primario. Aquí estáis escuchando otro lenguaje, en el que
prima la gracia de Dios, la gratuidad de su acción sobre nosotros. Hay que devolverle a Dios el
protagonismo, y esto exige una conversión, Hay que dejar que Dios sea Dios, Él es el que hace la
obra de tu conversión y el derramamiento del Espíritu Santo.
¿Somos realmente conscientes de la necesidad que tenemos todos de llenamos de la presencia del
Espíritu Santo? ¿Lo valoramos como debería ser? A veces nos parecemos a aquella mujer
samaritana que buscaba agua de un pozo, y a la que Jesús le ofreció aquello que calmaría
definitivamente su sed:
“Si conocieras el don de Dios, si supieras quién es el que te pide de beber, tú misma le pedirías
agua viva y él te la daría” (Jn 4, 10)
Mediante la conversión, hemos iniciado un nuevo camino. Ha empezado en nosotros la Vida en el
Espíritu. El que tiene el Espíritu de Cristo en su ser, tiene la Fuente de Vida misma brotando de su
interior.
21
2) Vive tu propio Pentecostés
¿Cómo puede realizarse esto en nosotros, de modo que podamos decir, como Pablo: “Todos hemos
bebido del único Espíritu” (1 Co 12,13)?
Indudablemente, no basta con saber que necesitamos del Espíritu Santo. Tenemos que beber de él.
Tiene que ocurrimos algo, un acontecimiento renovador que nos haga despertar, que inflame
nuestra alma de un amor ardiente y nos convierta en esa luz para el mundo que Cristo espera que
seamos.
Pentecostés es mucho más que un hecho del pasado. Es un acontecimiento permanente en la
Iglesia, entre los creyentes en Cristo, quien nos llamó a todos los bautizados a ser sus testigos, a
vivir nuestra propia experiencia de Pentecostés. Necesariamente debemos tener nuestro
Pentecostés personal. Esta es la experiencia de la efusión del Espíritu.
Como obra de este encuentro nuevo, vivo y palpitante con Cristo, muerto y resucitado, nos abrimos
totalmente a la persona del Espíritu Santo y a su acción en nuestro ser. Es una verdadera
renovación interior que se traduce en un cambio exterior y que nos mueve a comunicar esta
maravillosa experiencia a los demás. La experiencia de la efusión del Espíritu es un verdadero despertar a la nueva vida, el inicio de nuestra vida nueva en el Espíritu.
3) Dios quiere ser tu padre
Dios quiere que experimentes el "desierto" de tu vida. El Espíritu Santo favorecerá encontrarte
pobre, vacío, en el "desierto", te ayudará a descubrir tu pobreza y, así, Dios te quiere encontrar.
Dios te dice hoy como el profeta (Jr.18,1–7): "Levántate y baja a la alfarería, que allí mismo te haré
oír mi Palabra. Bajé y he aquí que el alfarero estaba haciendo un trabajo al torno. El cacharro que
estaba haciendo se estropeó y volvió a comenzar con el mismo barro uno nuevo”. Y Dios sigue
diciendo: "¿Me dejas que hoy haga de ti una vasija nueva?
Nunca, en verdad, entenderemos a Dios si no profundizamos en el tema de la "pobreza espiritual"
y, por lo tanto, de la total gratuidad de Dios. "Un abismo llama a otro abismo", dice el salmo. El
abismo de la pobreza del hombre apela e invoca al abismo de la gratuidad de Dios.
El Señor transforma el fundamento de nuestra existencia, para que entremos por caminos de
sinceridad. "Ningún hombre vivo es inocente frente a Ti" dice el salmo 143. Así que, no te importe
tu pobreza, porque eres amado en él y eres amado en tu verdad, en la naturaleza de tu existencia.
Y, desde ahí, si eres sincero, todo tu ser se abre a la acción del que te puede colmar, del que te
puede llenar de su don, del Espíritu Santo. Moldea de nuevo "tú barro" para hacerte criatura nueva.
a) Como un niño en brazos de su madre
El salmo 131 nos habla de un tema precioso, el del abandono en manos de Dios, como un niño en
brazos de su padre. El abandono es el descanso y la confianza del niño, porque alguien vela su
22
sueño. Hay que dejar que el Señor oriente nuestra vida y que haga con nosotros lo que quiera sin
dirigirle su acción.
Deja tus preocupaciones, inclusive las religiosas, los miedos que has tenido siempre a Dios. Es todo
mucho más sencillo y mucho más fácil. Como un niño en brazos de su madre.
4) La Iglesia ha de vivir en un continuo Pentecostés
Cuando leemos los Hechos de los Apóstoles nos quedamos admirados de la presencia de Cristo
resucitado en las primeras comunidades cristianas y del dinamismo del Espíritu de Pentecostés. Si
comparamos esas primeras comunidades con nuestra situación actual en las parroquias y en los
grupos cristianos, nos damos cuenta de la gran diferencia existente y de la necesidad de esa fuerza
interior que es el Espíritu Santo.
a) Condiciones para recibir esta nueva efusión del Espíritu
¿Qué disposiciones se necesitan para poder recibir esta gracia? Toda gracia es un don gratuito y,
por lo tanto, no podemos pensar en esperar merecer esta gracia o estar preparados para recibirla.
La única disposición que se requiere es desearla ardientemente con gran sencillez.
El papa Pablo VI dijo en una de sus audiencias este hermoso resumen: "Nos limitaremos ahora a
recordar las principales condiciones que deben darse en el hombre para recibir el Don de Dios por
excelencia, que es precisamente el Espíritu Santo, el cual, lo sabemos, “sopla donde quiere” (Jn 3,
8), pero no rechaza el anhelo de quien lo espera, lo llama y lo acoge (aunque este anhelo mismo
proceda de una íntima inspiración suya). ¿Cuáles son estas condiciones?. Simplifiquemos la difícil
respuesta diciendo que la capacidad de recibir a este “dulce huésped del alma” exige la fe, exige la
humildad y el arrepentimiento, exige normalmente un acto sacramental; y en la práctica de nuestra
vida religiosa requiere el silencio, el recogimiento, la escucha y, sobre todo, la invocación, la
oración, como hicieron los Apóstoles con María en el Cenáculo. Saber esperar, saber invocar: ¡Ven,
Espíritu creador! ¡Ven, Espíritu Santo!" (I 6-X-1974).
Esta gracia se recibe mediante un tiempo fuerte de oración y catequesis.
5) El don de Espíritu Santo: Esperanza firme para las familias
"De la familia nacen los ciudadanos, y éstos encuentran en ella la primera escuela de esas virtudes
sociales que son el alma de la vida y el desarrollo de la sociedad misma" Juan Pablo II en su
Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
Alfonso Francia, Salesiano, nos dice que "Hoy, que han aumentado tanto los tipos de familias‒ no
los modelos‒, podría suceder que de un matrimonio tradicional nacieran distintas clases de familia,
contempladas por la ley y aceptadas por la sociedad". Estos tipos de familias, aparte de la familia
cristiana, son muy variadas, tantas como se desee.
23
Juan Pablo II nos gritaba desde su Exhortación Apostólica "Familiaris Consortio": Familia, ¡sé lo que
eres! Y, nosotros, añadimos con fuerza: Familia, ¡cree lo que eres! Sí, en ti ‒familia cristiana‒ está
la esperanza de la sociedad.
Jesús es la esperanza de las familias y de los matrimonios. En Él nos apoyamos porque un día Jesús
nos dijo "quiero hospedarme en tu casa" y le abrimos la puerta. Él está en medio de nosotros.
Hay una palabra de Dios que puede reflejar muy notoriamente las dos realidades actuales de las
familias: familias según la ley y familias cristianas.
Ez 37, 1-8: "Yahvé me sacó y me puso en medio de la vega, que estaba llena de huesos. Me hizo
pasar por entre ellos en todas las direcciones. Los huesos eran muy numerosos por el suelo de la
vega, y estaban completamente secos. Me dijo: “Hijo de hombre, ¿podrán vivir estos huesos?” Yo
dije: “Señor Yahvé, tú lo sabes.” Entonces me dijo: “Profetiza sobre estos huesos. Les dirás: Huesos
secos, escuchad la palabra de Yahvé. Así dice el Señor Yahvé a estos huesos: He aquí que yo voy a
hacer entrar el espíritu en vosotros, y viviréis. Os cubriré de nervios, haré crecer sobre vosotros la
carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu y viviréis; y sabréis que yo soy Yahvé.” Yo profeticé
como se me había ordenado, y mientras yo profetizaba se produjo un ruido. Hubo un
estremecimiento, y los huesos se juntaron unos con otros. Miré y vi que estaban recubiertos de
nervios, la carne salía y la piel se extendía por encima, pero no había espíritu en ellos".
¿Podrán revivir estos huesos? Y, ante la Palabra del Señor, estos huesos revivían. Pero hasta aquí
llega la "esperanza" que nos ofrece la sociedad. Sus ofertas son amplias y cada vez más refinadas:
.- Puedo darte una piel nueva
.- Puedo darte un cuerpo perfecto
.- Puedo hacer que engordes o adelgaces
.- Puedo darte la posibilidad de que decidas sobre tu cuerpo
.- Puedo darte la posibilidad de que decidas sobre tu sexualidad.
.- etc...
Esta es la familia que, según la ley, nos ofrece la sociedad. Pero la lectura de Ezequiel tiene una
segunda parte.
Ez 37, 9 "Él me dijo: “Profetiza al espíritu, profetiza, hijo de hombre. Dirás al espíritu: Así dice el
Señor Yahvé: Ven, espíritu, de los cuatro vientos, y sopla sobre estos muertos para que vivan.” Yo
profeticé como se me había ordenado, y el espíritu entró en ellos".
La familia cristiana es esperanza porque dentro lleva a Jesús. Está llena del Espíritu de Dios, al igual
que los huesos secos, revividos y llenos de espíritu. La familia cristiana responde ante los conflictos
con el programa de Jesús, proclamado en el sermón de la montaña. Hoy, la familia cristiana es el
monte elevado donde se viven las Bienaventuranzas.
Y, algunas de las actitudes de la familia cristiana que nos llenan de esperanza:
.- Liberarnos de lo superfluo, caminar hacia el desprendimiento. Caminar hacia la sencillez de
vida. Estar atentos a las tentaciones de nuestra cultura. "Bienaventurados los pobres..."
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.- Buscar la paz y correr tras ella y transmitirla con un corazón pacificado. "Bienaventurados
los pacíficos..."
.- Acogida y apertura a las realidades humanas del hombre y la mujer de nuestro tiempo.
Debemos mostrar misericordia ante los sufrimientos del ser humano. "Bienaventurados los
misericordiosos..."
.- Nuestro mundo habla mucho de derechos y libertades pero no consigue darnos la felicidad.
La familia cristiana lucha por la justicia de un modo diferente, buscando la ley del amor.
"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia..."
6) Familia: Comunidad íntima de vida y amor
"La familia cristiana está llamada a tomar parte viva y responsable en la misión de la Iglesia de
manera propia y original, es decir, poniendo al servicio de la Iglesia y de la sociedad su propio ser y
obrar, en cuanto comunidad íntima de vida y amor" Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica
“Familiaris Consortio”
Dios ha derramado muchos talentos en su pueblo, en las familias de la tierra. Desde el principio
derramó estos dones en el hombre y la mujer. Y los bendijo: "Sed fecundos y multiplicaos, llenad la
tierra y sometedla" (Gn 1, 28). Los talentos no son nuestros, nos lo ha dado para construir su Reino.
"No apaguéis el Espíritu. Más bien, examinadlo todo y quedaos con lo bueno... Fiel es el que os
llama", les decía Pablo a los Tesalonicenses. En toda comunidad, familia, matrimonio, parroquia...,
hay tres fuegos que nos indican si el Espíritu de Dios, el Espíritu que da vida, permanece vivo y
ardiente.
a) El fuego de la ORACIÓN. Si no buscas momentos de oración en tu vida y procuras mantener esa
llama encendida, tu casa será un lugar abierto a las tempestades del mundo. Entra en tu aposento y
cierra la puerta, en lo secreto, en tu corazón; allí es donde Dios te habla y tú puedes hablar con Él
como con un amigo.
Si mantienes encendida la llama de la oración, podrán venir crisis personales, de pareja, momentos
dolorosos, incomprensiones... pero estamos firme sobre la roca que nos salva. Nos cuesta entrar en
la oración porque es entrar en la pobreza, es bajar a nuestro "yo" pecador. En la oración bajamos a
la "alfarería" y Dios nos rehace de nuevo.
La oración siempre viene a despertarnos del sueño, a avivar nuestra vida, a sorprendernos. La
oración nos pacifica y nos ilumina. En la oración me abro a Dios y cierro mis oídos, mi mente y mi
corazón a los mensajes del mundo, de mi yo herido, del mal que quiere atenazarme.
b) El fuego de la FRATERNIDAD. En el libro del Génesis leemos cómo Dios crea el mundo y, en
último lugar, al hombre para que lo habite. Y dice: "No es bueno que el hombre esté solo: voy a
proporcionarle una ayuda adecuada". Somos seres espirituales y sociales, no podemos vivir solos.
Desgraciadamente, el mundo camina hacia el individualismo y hacia una mal entendida libertad
personal en detrimento de lo comunitario. Se aleja de otros valores como el compartir, el servicio al
otro, la entrega generosa...
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¿Cómo están nuestras relaciones de esposos y familia? La relación adecuada es aquella en la que
buscamos la "complementariedad". Caminamos unidos y nos ayudamos mutuamente, evitando
celos y posesividad. Nuestro esposo o esposa es el que hemos o la hemos elegido nosotros.
Miremos cada una de nuestras familias y matrimonios: ¿vive como comunidad de vida y amor,
donde no eludimos los temas profundos o difíciles? ¿rezo, comparto, pido ayuda, expongo mis
inquietudes con transparencia en mi familia y en mi comunidad?
Sobre todos nosotros, los cristianos de hoy, Cristo nos interpela: ¿Que sean uno, para que el mundo
crea?. Es una tarea urgente en nuestro tiempo, en nuestra casa, en nuestro grupo, en nuestra
parroquia... Y requiere de un cambio en el corazón. Empecemos a derribar muros y prejuicios y
miremos al otro con respeto y amor. Seamos instrumentos de unidad y no de división.
c) El fuego de la MISIÓN. "Nadie enciende una lámpara y la tapa con una vasija o la oculta debajo
de la cama, sino que la pone en un candelero para que los que entren vean la luz" (Lc 8, 16-18). La
luz verdadera es Cristo y el candelero la Iglesia. Y, en nuestro caso, como familias: Cristo es la luz y
nuestra casa la Iglesia doméstica.
La primera misión está muy cerca: mi familia. Es mi vocación. El Señor nos invita a ordenar nuestra
casa, a limpiar el candelero de nuestra iglesia doméstica. La segundo misión está en las otras
familias. La familia cristiana evangeliza a otras familias.
Nos lo dice Juan Pablo II, en la "Familiaris Consortio": "Dentro de una familia consciente de esta
misión, todos los miembros de la misma evangelizan y son evangelizados. Los padres, no sólo
comunican a los hijos el Evangelio, sino que pueden a su vez recibir de ellos este mismo Evangelio,
profundamente vivido... Una familia así se hace evangelizadora de otras muchas familias y del
ambiente en que vive. La futura evangelización depende en gran parte de la Iglesia doméstica. Está
misión apostólica de la familia está enraizada en el bautismo y recibe, con la gracia sacramental del
matrimonio, una nueva fuerza para transmitir la fe, para santificar y transformar la sociedad actual
según el plan de Dios".
Oración
Ven, Espíritu Creador,
visita las almas de tus fieles
y llena de la divina gracia los corazones,
que Tú mismo creaste.
Tú eres nuestro Consolador,
don de Dios Altísimo,
fuente viva, fuego, caridad
y espiritual unción.
Tú derramas sobre nosotros los siete dones;
Tu, el dedo de la mano de Dios;
Tú, el prometido del Padre;
Tú, que pones en nuestros labios los tesoros de tu palabra.
26
Enciende con tu luz nuestros sentidos;
infunde tu amor en nuestros corazones;
y, con tu perpetuo auxilio,
fortalece nuestra débil carne.
Aleja de nosotros al enemigo,
danos pronto la paz,
sé Tú mismo nuestro guía,
y puestos bajo tu dirección, evitaremos todo lo nocivo.
Por Ti conozcamos al Padre,
y también al Hijo;
y que en Ti, Espíritu de entrambos,
creamos en todo tiempo.
Gloria a Dios Padre,
y al Hijo que resucitó,
y al Espíritu Consolador,
por los siglos infinitos. Amén.
V. Envía tu Espíritu y serán creados.
R. Y renovarás la faz de la tierra.
27
5ª SEMANA. VIVIR EN EL ESPIRITU
LA IGLESIA, MISIONERA, PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA
"Por el contrario, el fruto del Espíritu es: amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y
confianza, mansedumbre y temperancia. Frente a estas cosas, la Ley está de más,
porque los que pertenecen a Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y sus malos
deseos. Si vivimos animados por el Espíritu, dejémonos conducir también por él" (Gl.5,22-25)
1) El inicio
En los Hechos de los Apóstoles, San Lucas nos indica, en el episodio de Pentecostés, la obra que
Jesús resucitado quiere realizar por medio de su Espíritu Santo; una verdadera fraternidad entre
todos los hombres y que pretende:
a) Deshacer la Torre de Babel: el egoísmo sólo consigue construir una Torre de Babel en la que los
hombres se alejan y dispersan; sólo el Espíritu Santo es capaz de llevar a la unidad a los hombres.
b) Hacer que los hombres se entiendan: en Jerusalén, con la experiencia de Pentecostés van
entenderse a todos los pueblos de la tierra.
c) Todos sin distinción: San Pedro explica la experiencia de Pentecostés mediante la profecía de
Joel que habla del Espíritu derramado sobre todos los hombres, sin exclusión.
2) Características de la Comunidad Cristiana
Los Hechos de los Apóstoles nos resumen en tres textos fundamentales las características de la
comunidad cristiana nacida de la experiencia del Espíritu Santo en Pentecostés. Leyendo estos
textos nosotros podremos comprender mejor la gracia que hemos recibido al ser insertos en la
Iglesia y recibir el Espíritu Santo:
a) "Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del
pan y a las oraciones” (Hch 2, 42). La "enseñanza de los apóstoles" es la escucha de la Palabra de
Dios tal como nos viene anunciada en medio de la comunidad. La “fracción del pan” es la asamblea
eucarística en la que se reúne toda la comunidad para participar del Cuerpo y la Sangre de Cristo. Y
todo esto "en la comunión fraterna" y "en las oraciones". Es una comunidad de alabanza a Dios,
centrada en la escucha de la Palabra de Dios y en la celebración de la Asamblea eucarística.
b) "La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos
a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hch 4, 32). La comunidad cristiana no está
dirigida sólo hacia Dios, sino que establece entre sus miembros una profunda unidad, por eso se ha
de establecer entre los creyentes esta unidad que es el tener "un solo corazón y una sola alma". De
esta unidad profunda brota el compartir, pues sabiéndonos hermanos, hijos de un mismo Padre,
aprendemos a reconocer todo lo que somos. De ahí que en la comunidad cristiana Jesús sea
28
reconocido como el Señor de todo. La comunidad cristiana es, por lo tanto, una comunidad de
amor fraterno, que tiene su expresión en el compartir espiritual y material.
c) "Los apóstoles daban testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús” Hch 4, 33). La
comunidad no está encerrada entre los miembros que la forman, sino que con la fuerza del Espíritu
Santo dan testimonio de la resurrección de Jesús. No se trata de predicar una palabra o manifestar
una fe, sino dar testimonio de que Jesús está realmente vivo. Y esto sólo se puede hacer si uno vive
auténticamente como Él vivía, es decir, según su Espíritu.
Al haber recibido el don de la Iglesia, nosotros hemos recibido el don de la comunidad cristiana y
por lo tanto, el don de la alabanza, del compartir y del testimonio. A veces esta comunidad
cristiana, en las parroquias o en los grupos cristianos está muy poco desarrollada. Pero el don, el
germen siempre está. Y es sólo a partir del don de la Iglesia que hemos recibido, como podemos
conseguir desarrollar y edificar la comunidad que vemos reflejada en los Hechos de los Apóstoles.
El grupo de oración, en comunión con la Parroquia y con toda la Iglesia, debe ser una ayuda para ir
edificando esta comunidad cristiana, que no debe quedar circunscrita al pequeño grupo de oración,
sino inserta en toda la gran comunidad cristiana.
3) El tiempo de la Iglesia
a) La Iglesia es el Pueblo de Dios y, como tal, tiene características que lo distinguen claramente de
otros grupos religiosos:
.- Es el Pueblo de Dios.- Dios no pertenece en propiedad a ningún pueblo. Dios es para todos.
.- Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento físico, sino por el nacimiento al
Espíritu en el bautismos, por la fe en Cristo.
.- Este pueblo tiene por cabeza a Cristo. Formamos el Cuerpo Místico de Cristo, porque la
misma unción, el Espíritu Santo, fluye desde la Cabeza al Cuerpo.
.- Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó.
.- Su misión es ser la sal de la Tierra y la luz del mundo.
b) La palabra Iglesia quiere decir «asamblea» y es, como lo afirma el Credo de Nicea
Constantinopla, una, santa, católica y apostólica.
.- UNA, porque uno es nuestro Señor, una nuestra fe y uno nuestro bautismo, reunidos en torno a
un mismo Padre en un mismo Espíritu, que es su «alma», formando un mismo Cuerpo, del cual
Cristo es la cabeza.
Jesucristo quiere que su Iglesia sea señal de unidad, en un mundo desunido; no basta predicar a
Cristo, es necesario que los hombres vean en medio de ellos a la Iglesia única y unida. San Pablo
también nos exhortaba a la unidad de este modo: “Por encima de todo esto revestíos del amor, que
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es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Es entonces el amor el perfecto vínculo de unidad para
una Iglesia que predica precisamente el amor. Y es que si el Espíritu Santo, que es amor y es
comunión, nos une a todos nosotros, es natural que el vínculo de la perfección sea por ello el amor.
.- SANTA, porque tenemos un Señor, Jesús, que es Santo, y que nos comunica esa santidad a través
de su Espíritu. Somos el pueblo santo que se reúne para la alabanza de su Señor.
San Pedro nos exhorta a mostrar lo valioso de nuestra vocación cristiana, "... ustedes, al contrario,
son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación santa, un pueblo que Dios eligió para que
fuera suyo y proclamara sus maravillas" (1 Pe 2, 9). La Iglesia no puede dejar de ser santa. Cristo
amó a su Iglesia como a su esposa y se entregó por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su
propio cuerpo y la llenó del don del Espíritu Santo.
Y no sólo eso, sino que «por Él y con Él, ella también ha sido hecha santificadora», pues todas las
obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir la santificación de los hombres en Cristo y la
glorificación de Dios. En la Iglesia es en donde está depositada la plenitud de los medios de
salvación; es en ella donde conseguimos la santidad por la gracia de Dios.
.- CATÓLICA, que quiere decir universal, comunidad de todos los hombres en Cristo. Todos hemos
sido invitados a esta unidad católica del pueblo de Dios, sin distinción, privilegios ni acepción de
personas de ninguna clase. «Todos los hombres son llamados a esta unidad católica del Pueblo de
Dios, que prefigura y promueve la paz y a ella pertenecen de varios modos y se ordenan, tanto los
fieles católicos como los otros cristianos, e incluso todos los hombres en general llamados a la
salvación por la gracia de Dios» (Lumen Gentium).
Universal, porque fuimos enviados por Cristo a llevar la Buena Nueva a toda criatura, para que
todos sean sus discípulos. Por ello, todo cristiano que se considera a sí mismo auténticamente
católico, debe asumir como fruto de su identificación con Cristo y como su vocación de vida, esta
misión «católica» de evangelizar, es decir, de ser, donde le envíe el Señor, un misionero; fermento
en la masa, sal de la tierra y luz del mundo.
.- APOSTÓLICA, porque surgió de la institución de los Doce, a quienes Jesús llamo para hacerlos sus
compañeros y enviarlos a predicar, sobre la base de Pedro y la autoridad y poder que el Señor dio a
sus apóstoles y sus sucesores, los obispos.
Apóstol quiere decir enviado. Y todos nosotros hemos sido llamados para ser apóstoles, para ser
enviados por el Señor. A cada uno de nosotros corresponde por ello un apostolado que es nuestro
deber descubrir y asumir. Somos, entonces, esa Iglesia que, como lo afirmó el papa Pablo VI y lo
repitió el documento de Puebla, existe para evangelizar.
Esta Iglesia es Camino y a la vez está en camino, como Iglesia. Somos el pueblo de Dios en marcha,
que está en camino y que sólo se detiene para predicar.
4) Función de los carismas en la Iglesia
La necesidad del buen funcionamiento de los ministerios es resaltada por san Pablo en su Carta a
los Efesios cuando afirma:
30
“Y ¿dónde están sus dones? Unos son apóstoles, otros profetas, otros evangelistas, otros pastores y
maestros. Así prepara a los suyos para las obras del ministerio en vista de la construcción del cuerpo
de Cristo; hasta que todos alcancemos la unidad en la fe y el conocimiento del Hijo de Dios y
lleguemos a ser el Hombre perfecto, con esa madurez que no es menos que la plenitud del Cristo.
Estaremos en la verdad y el amor, e iremos creciendo cada vez más para alcanzar a aquel que es la
cabeza, Cristo. Él hace que el cuerpo crezca, tomando en cuenta y valorizando las capacidades de
cada uno. Y así el cuerpo se van construyendo en el amor” (Ef 4, 11—16).
Cada vez que el Señor realiza en alguna comunidad una efusión de su Espíritu Santo, reparte en ella
no sólo sus dones, sino que ante todo llama a todos a un ministerio, dándole a cada uno el don o
los dones que necesitará para cumplir eficazmente con su labor en ese ministerio. Por ello, si
recibimos un determinado carisma, comprendamos que es porque el Señor nos ha llamado a un
ministerio dentro del cual ese carisma deberá ser ejercido.
Cuando uno de nosotros recibe un carisma del Señor y no lo practica, es decir, se lo guarda o lo
ejerce fuera del Cuerpo, afecta a todo el cuerpo, porque el Señor había repartido los carismas según las necesidades del cuerpo, y no de la persona. Y cuando hablamos de ministerio, no nos
referimos a alguna actividad a la que le dedicaremos un tiempo determinado, tampoco quiere
decir que seremos fundamentales para ejercer ese ministerio, sino que estamos llamados a orar,
desde el ministerio, como un apostolado o vocación de vida por los demás hermanos.
5) Familia, Iglesia Doméstica
"El Espíritu Santo, infundido en la celebración de los sacramentos, es la raíz viva y el alimento
inagotable de la comunión sobrenatural que acumula y vincula a los creyentes con Cristo y entre sí
en la unidad de la Iglesia de Dios. Una revelación y actuación específica de la comunión eclesial está
constituida por la familia cristiana que también por esto puede y debe decirse Iglesia doméstica"
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
La familia, es una comunidad de fe, esperanza y caridad. Por eso le podemos llamar Iglesia
doméstica. La familia cristiana es una comunión de personas, que reflejan la comunión que existe
en Dios entre el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
Así, como Dios es creador, la familia comparte con Él esa obra, al procrear y educar a los hijos. El
Concilio Vaticano II nos dice: “Por fin, los cónyuges cristianos, en virtud del sacramento del
matrimonio, por el que manifiestan y participan del misterio de la unidad y del fecundo amor entre
Cristo y la Iglesia (cf. EF 5,32) se ayudan mutuamente a santificarse en la vida conyugal y en la
procreación y educación de los hijos y por tanto, tienen en su condición y estado de vida su propia
gracia en el pueblo de Dios. Pues de esta unión conyugal procede la familia, en que nacen los
nuevos ciudadanos de la sociedad humana, que por la gracia del Espíritu Santo quedan constituidos
por el bautismo en hijos de Dios para perpetuar el Pueblo de Dios en el correr de los tiempos. En
esta como Iglesia doméstica, los padres han de ser para con sus hijos los primeros predicadores de
la fe, tanto con su palabra como con su ejemplo, y han de fomentar la vocación propia de cada uno
y con especial cuidado la vocación sagrada. LG 11.
31
La familia cristiana tiene la misión de evangelizar; primero que nada, a sus propios hijos y a todos
cuantos le rodean. La familia cristiana también es misionera, pues querrá que otras personas
también conozcan a Dios, y serán testimonio del amor de Dios por todos.
6) Familia, Comunidad evangelizadoras para el tercer milenio
A las familias cristianas se les puede decir aquello de San Pablo a los Filipenses: «Sois hijos de Dios
sin mancha, en medio de una gente torcida y depravada, entre la cual aparecéis como antorchas en
el mundo, llevando en alto la Palabra de vida» (Fp 2,15-16).
a) Familia evangelizadora
«Los esposos y padres cristianos son llamados a acoger la Palabra del Señor, que les revela la
admirable novedad -la Buena Noticia- de su vida conyugal y familiar, hecha por Cristo santa y
santificadora. En efecto, solamente a la luz de la fe pueden descubrir ellos a qué dignidad ha
elevado Dios el matrimonio y la familia, constituyéndolos signo de la alianza de amor entre Dios y
los hombres, entre Jesucristo y la Iglesia, su esposa».
Por eso, los mismo que la Iglesia universal, la pequeña Iglesia doméstica necesita «ser evangelizada
continuamente. Necesita una educación permanente en la fe». ¿Cómo podrá una familia cristiana
vivir a la altura de su misión si sus lecturas e informaciones se reducen al periódico y a la televisión?
La familia necesita absolutamente el alimento permanente de la Palabra de Dios; necesita escuchar
la predicación del Evangelio, leer la Biblia... (Mt 4,4). Una familia vive cristianamente cuando se
procura el alimento del espíritu con tanto o más empeño que el alimento del cuerpo.
Y por otra parte, «en la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio, se hace comunidad
evangelizadora . «Dentro de una familia consciente de esta misión [dice Pablo VI] todos sus
miembros evangelizan y todos son evangelizados» (Evangelii nuntiandi). La futura evangelización
depende en gran parte de la Iglesia doméstica».
b) Familia catequista
«La absoluta necesidad de la catequesis familiar surge con especial fuerza en determinadas
situaciones: en los lugares donde una legislación antirreligiosa pretende impedir la educación en la
fe, o donde ha cundido la incredulidad o ha penetrado el secularismo hasta hacer casi imposible
una verdadera creencia religiosa». En esos lugares, o donde no hay apenas sacerdotes, «la Iglesia
doméstica es el único ámbito donde los niños y los jóvenes pueden recibir una auténtica
catequesis».
Por otra parte, «el ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible, y
toma las formas típicas de la vida familiar, hecha de amor y sencillez, concreción y testimonio
cotidiano». Es una catequesis hecha en la cocina, en el coche, pasando delante de una iglesia,
visitando un enfermo, curando al hijo una herida o explicándole que debe perdonar una ofensa...
Todas las ocasiones son oportunas para esta educación cristiana familiar: el acceso a la pubertad, la
32
elección del trabajo profesional, el discernimiento vocacional, el noviazgo, la muerte de un
pariente.
c) Familia misionera
«La universalidad sin fronteras es el horizonte propio de la evangelización, y por eso también la
misión evangelizadora de la familia cristiana posee esta dimensión misionera católica. El
sacramento del matrimonio plantea con nueva fuerza el deber, ya arraigado en el bautismo y en la
confirmación, de defender y difundir la fe».
«Una cierta forma de actividad misionera ha de desplegarse en el interior mismo de la familia,
cuando alguno de los miembros de la misma no tiene fe o no la practica con coherencia. Del mismo
modo, la Iglesia doméstica está llamada a ser un signo luminoso de Cristo para los alejados, para las
familias que no creen todavía, y para las familias cristianas que no viven ya según la fe que
recibieron».
«Las familias cristianas contribuyen particularmente a la obra misionera de la Iglesia, cultivando la
vocación misionera en sus propios hijos e hijas y, de modo más general, educándolos en el
conocimiento del amor que tiene Dios a todos los hombres».
7) Estilos de evangelización Familiar
a) Evangelizar con el ser. Cada familia cristiana es, en sí mismo, presencia de Dios en el mundo.
Evangelizamos sin hablar, sin decir nada. Se transmite la fe, esperanza y amor.
b) La oración familiar. Juan Pablo II nos recuerda la importancia de la oración familiar: "Esta
plegaria tiene como contenido original la misma vida de la familia". Nos exhorta a vivir la oración
de la mañana y de la noche, la bendición de la mesa, la meditación de la Palabra... La oración se
convierte en algo esencial y no accesorio de la vida cristiana.
c) La familia, monte elevado desde donde se proclaman las bienaventuranzas. Somos familias
contracorriente. Nuestro mensaje se opone al que pregona el mundo. Debemos valorar el tesoro de
la fe y todo lo que lleva consigo, así seremos capaces de transmitirlo a los hijos. En la familia
vivimos el gozo y la alegría en lo profundo del corazón para, desde ella, como monte elevado,
proclamar y anunciar el Evangelio.
d) En la tarea no estáis solos. Nos solemos encontrar en la Iglesia muchos laicos comprometidos,
pero, en la mayoría de los casos, se trata de proyectos personales. Dios pone este deseo en el
corazón del hombre, pero no para que la realice solo, sino que la comparta con la familia, con el
cónyuge, con los hermanos y encontrar un equipo donde desarrollarlo y hacerlo crecer. La misión
es siempre puesta a prueba y debemos prepararnos para ejercitar la paciencia y para que nuestros
carismas y dones sean purificados.
e) Tus heridas curadas son luz para los otros. El evangelizador no es un superhombre ni la familia
evangelizadora una superfamilia. Dios utiliza nuestras debilidades y nuestra historia personal y
familiar de salvación para salvar a otros nombres o familias. Debemos mirar lo que Dios pone en
33
nuestras vidas para saber a qué nos llama y transmitirlo como algo único y especial para los demás.
f) El evangelizador es un testigo de Cristo Resucitado. Pone su mirada, serenamente, sobre el
tiempo que le ha tocado vivir. No lo siente como una tragedia sino como una oportunidad de vivirlo
con Dios en medio del mundo. Su corazón pertenece al Cristo y da testimonio de que ha sido
rescatado por Él.
Oración
Dios Eterno,
en quien la misericordia es infinita y el tesoro de compasión inagotable,
vuelve a nosotros Tu bondadosa mirada
y aumenta Tu misericordia en nosotros para que en los momentos difíciles,
no nos desalentemos ni nos desesperemos,
sino que, con la máxima confianza,
nos sometamos a Tu santa voluntad, que es Amor y Misericordia.
Oh incomprensible e infinita Misericordia Divina,
¿quién podrá adorarte como Te mereces?.
Eres la dulce esperanza del pecador.
Uníos estrellas, mar y tierra en un sólo himno y cantad a coro,
con vuestra mejor voz,
la misericordia Divina,
cuya comprensión no se nos alcanza.
34
6ª SEMANA. CRECER EN EL ESPIRITU
"Y hay diversidad de carismas, pero un mismo Espíritu; hay diversidad de ministerios, pero un mismo
Señor, y hay diversidad de actuaciones, pero un mismo Dios que obra todo en todos. Pero a cada
cual se le otorga la manifestación del Espíritu para el bien común" (Cor 12, 4-7)
1) Comenzando a crecer
La obra que el Espíritu Santo quiere realizar en nosotros no es sólo la labor de un día. Pentecostés,
tal como lo vemos en los Hechos de los Apóstoles, es el comienzo de una vida dedicada al Señor,
vida en la que no van a faltar dificultades, desalientos y fallos. También para nosotros, el recibir una
nueva efusión del Espíritu Santo, no marca un punto final, sino un nuevo punto de arranque. Es una
renovación de toda nuestra vida, pero una renovación que debe mantenerse y crecer cada día.
San Lucas nos indica en los Hechos de los Apóstoles que "los que acogieron su palabra acudían
asiduamente a la enseñanza de los apóstoles" (Hch 2, 41-42). También nosotros tenemos que
mantenernos asiduos y firmes en el camino emprendido. Para ello es necesario apoyarse en tres
aspectos fundamentales del crecimiento:
a) la oración (oración personal y comunitaria, la lectura de la Sagrada Escritura, los sacramentos)
b) la comunidad (vida comunitaria)
c) el servicio (testimonio, evangelización, servicio y compromiso cristiano).
A) La oración
La importancia de la oración la descubrimos sobre todo al constatar el lugar que ocupa en la vida de
Jesús: se retiraba a orar (Mt 14, 23), oraba durante la noche (Lc 6, 12), enseñó a orar a sus
discípulos (Lc 11,1), oró después de su bautismo (Lc 3, 21), oró antes de elegir a sus discípulos (Mt
14, 23), oró antes de su pasión (Mt 26, 36-ss); oraba en cualquier momento y circunstancia.
Por medio del Espíritu Santo nosotros nos adentramos en la oración de Jesús. San Pablo nos señala
que "Dios ha enviado a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abba! ¡Padre!" (Ga 4,
6). Si verdaderamente nosotros nos dejamos mover por el Espíritu de Jesús también nosotros
haremos como él.
La vida de oración presenta distintos aspectos, tanto en su dimensión individual como comunitaria.
Si queremos crecer en la vida del Espíritu, hemos de intentar crecer en todos ellos:
1) La oración comunitaria. Si queremos mantenernos en un crecimiento continuo en la vida del
Espíritu, debemos mantenernos asiduos a la oración del grupo. Allí aprenderemos a vivir cada vez
más de nosotros mismos y ponernos a la escucha del Señor. Aprenderemos a unirnos a la oración
de los demás, a pedir por sus necesidades, a alegrarnos con ellos.
Para comprender cada vez más la oración comunitaria hemos de tener en cuenta sus líneas de
fuerza:
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.- La presencia de Jesús y la apertura al Espíritu. Vamos a la oración a centrarnos en Jesús por
medio de su Espíritu. No se trata de hacer unas reflexiones o de escuchar como los demás
oran, o de hacer nuestra propia oración personal, sino de ponernos todos, en comunidad,
ante la presencia de Jesús.
.- La alabanza, la acción de gracias y las peticiones. Alabar es centrarse en Dios por lo que Él
es. La acción de gracias procede, cuando tomamos conciencia de que Dios nos ama, de un
corazón que agradece. La oración de petición es reconocernos pobres ante la grandeza de
Dios y necesitados de su gracia.
.- Dimensión comunitaria. No es la oración de varias personas que se han reunido para hacer
juntas su oración personal, sino la oración del Cuerpo de Cristo que, movido por un solo
Espíritu, eleva a Dios una misma alabanza, acción de gracias y plegaria. Es una misma y sola
oración la que debe elevarse entre todos. Es una oración donde hacemos nuestra la oración
de los hermanos.
.- Escucha de la Palabra de Dios. En la oración comunitaria debe resonar la Palabra de Dios.
Después de escuchar una lectura, haz silencio y deja que el Señor te hable en tu corazón.
Cuando el Señor habla es él el que marca el ritmo de la oración.
2) La oración personal. La oración comunitaria no es posible si no viene respaldada por la oración
personal diaria. Si nosotros queremos crecer en la vida el Espíritu debemos procurar tener también
nosotros nuestro tiempo de oración.
Hay momentos en nuestra vida en que la oración nos sale espontánea y querríamos poder tener
más tiempos para orar. Son a veces momentos de gran alegría, o de gran necesidad. Es bueno que
vivamos esos momentos. Pero si queremos crecer de una forma madura en la vida espiritual, la
oración personal debe formar parte de nuestra vida cotidiana.
3) La lectura de la Sagrada Escritura. La Palabra de Dios debe ser leída y meditada continuamente
en la oración personal y en la oración comunitaria. No se trata, solamente, de hacerla objeto de un
estudio, sino lugar de meditación y oración. Sin embargo, es muy conveniente tener una cierta
formación bíblica. Podemos emplear para ello diversos métodos.
.- Leer la Lectura correspondiente a la Eucaristía del día. Es una forma para leer la Sagrada
Escritura al mismo ritmo que toda la Iglesia.
.- Orar cada día con el Oficio de Lecturas o con el Diurnal. La Iglesia nos propone estos dos
medios, dentro de la Liturgia de las Horas, como un método litúrgico ordenado, de acuerdo
con la Iglesia universal.
.- Leer algún texto que se nos inspire, conozcamos o venga dado por algún manual de
oración. Este método es muy bueno porque nos va formando en la Palabra y meditamos al
ritmo de la escucha de Dios y de la inspiración del Espíritu Santo.
36
.- Leer la Biblia al azar. En algunos momentos de oración puede ser una buena forma, pero
tiene el inconveniente de que no nos ofrece una lectura orgánica de la Biblia. Es un método
que no hay que abusar de él.
2) La comunidad o el grupo
El crecimiento en la vida del Espíritu no es sólo una relación con Dios, sino también una relación con
los hermanos. San Pablo, en la Carta a los Corintios, dice que “Del mismo modo que el cuerpo es
uno, aunque tiene muchos miembros, y todos los miembros del cuerpo, no obstante su pluralidad,
no forman más que un solo cuerpo, así también Cristo. Porque en un solo Espíritu hemos sido todos
bautizados para no formar más que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos
hemos bebido de un solo Espíritu” (1Co 12, 12-13). Todos los que hemos recibido un mismo Espíritu,
por lo tanto, hemos sido reunidos en una comunión profunda que es el Cuerpo de Cristo, la
comunidad cristiana.
Ahora bien, si es verdad que somos el Cuerpo de Cristo "el cuerpo no se compone de un solo
miembro, sino de muchos. Si dijera el pie: Puesto que no soy mano, yo no soy del cuerpo, ¿dejaría de
ser parte del cuerpo por eso? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si fuera todo
oído, ¿dónde el olfato? Ahora bien, Dios puso cada uno de los miembros en el cuerpo según su
voluntad. Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde quedaría el cuerpo? Ahora bien, muchos son los
miembros más uno el cuerpo. Y no puede el ojo decir a la mano, '¡No te necesito! Ni la cabeza a los
pies, '¡No os necesito!'. Dios ha dispuesto los miembros del cuerpo, cada uno como ha querido.
Ahora bien, los miembros son muchos, el cuerpo es uno” (1Co 12, 14-20). El Espíritu Santo nos
muestra, con estas palabras de San Pablo, la realidad de nosotros. Un solo Espíritu, un solo Cuerpo.
No siempre es fácil salir de nuestro concepto individualista, para entrar dentro del plan de Dios y de
la realidad comunitaria, la del Cuerpo de Cristo.
Para irnos adentrando cada vez más en esta dimensión comunitaria que nos trae el Espíritu es
conveniente tener en cuenta una serie de puntos:
.- Para que nazca en nosotros esta dimensión comunitaria es necesario que participemos de la
vida de la comunidad o grupo de oración y procurar entrar cada vez más en relación con los
hermanos del grupo.
.- Sin demasiada consciencia, en la vida de las comunidades y grupos, se producen censuras y
reproches hacia otros hermanos. Para ser fieles a la dimensión comunitaria, hemos de vigilar
mucho nuestras actitudes y eliminar todo rastro de crítica.
.- En toda comunidad o grupo se manifiesta una gran diversidad de dones y carismas. Estas
bendiciones llevan a la adopción de unos ministerios para el servicio de la comunidad o
grupo, por lo tanto son necesarios para crecer en el espacio comunitario.
2) El servicio
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El crecimiento en la vida del Espíritu no puede limitarse a nuestra relación con Dios y a nuestras
relaciones dentro de la comunidad o grupo. Si queremos que nuestro crecimiento espiritual y
comunitario sea real debe convertirse en un servicio a los demás. Uno crece sólo en la medida en
que sirve. La misma comunidad cristiana no existe para estar cerrada en sí misma, sino para realizar
una misión en medio del mundo, en un servicio.
Este servicio cristiano lo podemos sintetizar en tres puntos, que son en los que cada uno de
nosotros y toda la comunidad debe centrarse si quiere que se realice un verdadero crecimiento en
el Espíritu.
a) Testimonio. El primer punto a tener en cuenta es la importancia de nuestro modo de vivir. La
palabra de anuncio del Evangelio sólo tiene sentido si se basa en una vivencia que corresponde a un
intento de respuesta a esta Palabra. Por eso el primer servicio que debe realizar el cristiano es el
vivir toda su vida dando testimonio de la resurrección de Cristo.
Este testimonio, que es la propia vida, queda enriquecido cuando compartimos las obras que Dios
realiza en nuestra historia, de modo que confesamos la acción maravillosa de Dios, invitamos a los
hermanos a la alabanza y les ayudamos a contemplar y esperar esta acción del Señor en sus propias
vidas. Para dar este, testimonio de autenticidad es conveniente tener en cuenta algunos puntos:
.- Se da testimonio para gloria de Dios, no para gloria propia.
.- Hay que centrarse en la acción de Dios, no en las anécdotas de lo que ha ocurrido.
.- Hay que ser breves.
.- Hay que discernir qué cosas hay que explicar públicamente y qué cosas hay que callar.
b) Evangelización. El anuncio del Evangelio no puede quedar reducido al testimonio de la propia
vida, sino que debe ir acompañado en algunos momentos del anuncio explícito de Cristo. Con
demasiada facilidad dejamos que quede en silencio el mensaje de Jesús, bajo la excusa de que ya
todo el mundo conoce el Evangelio o, bien, por timidez.
Evangelizar no es anunciar con palabras el mensaje evangélico, sino que es ayudar a transformar las
personas, las relaciones interpersonales y las estructuras sociales a la luz del Evangelio. En este
punto hay que tener en cuenta que todo anuncio lleva una serie concreta de valores. No hay que
confundir la evangelización con la predicación. Cada lugar puede necesitar sus métodos propios. Lo
único importante es que el anuncio del Evangelio, con toda la realidad de la propia vivencia, se vaya
haciendo realidad en cada comunidad o grupo.
c) Compromiso cristiano. La vida de seguimiento de Jesús supone dejarse mover por su mismo
Espíritu y, por lo tanto, no vivir para sí mismo, sino al servicio de los demás. El Espíritu derramado
sobre nuestros corazones nos hace reconocer en cada persona a nuestro hermano y ponernos a su
servicio.
Esta vida de servicio no está reducida a nuestras acciones, sino también a todo el enfoque de
nuestra vida y a todo lo que tenemos. El sentido de todo lo creado es el servicio del hombre y sólo
cuando construimos una sociedad en que todas las cosas están al servicio del hombre y no para su
explotación, estamos respetando realmente el designio creador.
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Esta vida de servicio y este sentido cristiano de los bienes no se reduce al ámbito de la comunidad
cristiana, sino que es válida para toda nuestra vida. Por eso, nuestro seguimiento de Cristo debe
transformarse en un verdadero compromiso cristiano que vaya haciendo posible cada vez más la
construcción de una sociedad más justa y más fraterna.
3) Ser uno para que el mundo crea
"Juntos los cónyuges en cuanto pareja, y los padres e hijos en cuanto familia, han de vivir su servicio
a la Iglesia y al mundo. Deben ser, en la fe, un solo corazón y una sola alma" Juan Pablo II en su
Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
a) La celebración del sacramento de matrimonio: comienzo de algo nuevo. La Palabra de Dios
dada al hombre encierra el proyecto de Dios para la pareja, "Dejará el hombre a su padre y a su
madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne". Desde ese momento dejan de ser dos
para formar una sola unidad, una sola carne, Desde el inicio los creo hombre y mujer, a su imagen y
semejanza y le dijo al hombre: "Compañera te doy y no una esclava". El día de nuestra boda nos
dijimos: "Prometo serte fiel en las alegrías y en las tristezas, en la salud y en la enfermedad, en la
riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte nos separe".
El matrimonio no es sólo una promesa, es una vocación, es hacer una alianza para siempre. Se trata
de compartirlo todo, lo bueno y lo malo. Es en la familia donde uno puede ser lo que es; pero
también donde puede acabar siendo mejor de lo que es.
b) Toda vocación cristiana es una vocación al amor. Los matrimonios vivimos esta vocación al amor
desde la entrega esponsal, desde el primer compromiso ante la Iglesia. Entrega de cuerpo y alma,
cualidades y sentimientos, pensamientos e ilusiones..., una llamada a vivir en comunión. Y una vida
de comunión, no sólo centrándonos en nosotros, sino, además, abiertos a los demás.
c) Toda vocación de amor es vocación de servicio. El plan de Dios es que seamos servidores por
amor. Por mi mismo, doy lo que quiero, lo que veo, lo que me parece. Cuando me voy acercando a
Aquél que lo dio todo, mi mirada hacia el otro cambia; se hace más compasiva y misericordiosa. Y,
entonces, mi manera de dar también cambia; me doy al otro desde esa mirada que no daña sino
que es sierva del amor.
d) Toda vocación cristiana es puesta a prueba. A lo largo del camino surgen distanciamientos,
desilusiones, fracasos, tristezas porque aquello no es lo que esperábamos. Surgen desencuentros,
temas de los que no podemos ni hablar. Todo esto nos va desgastando. Crisis no significa fin. Al
contrario, es una señal de vida. Significa que una etapa está cubierta y que hay que cambiar. Las
crisis nos hacen seguir caminando hasta el final. Toda crisis es una llamada a la generosidad, a la
desinstalación, a la creatividad y al dinamismo; a dar una paso hacia el otro.
Todo esto es normal, pero nosotros conocemos la fuente para volvernos a llenar. La vida de Dios.
4) El matrimonio cristiano está llamado a ser signo del amor de Dios
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Dios ha querido que los esposos sean un signo especial del amor de Dios. Son un signo pequeño y
precioso de la presencia de Dios en medio de nosotros. Con su amor y fidelidad está proclamando
que Dios es Amor, que Dios es fiel, que es eterno, que es santo.
Los esposos, con su amor, hacen presente a la familia, amigos, compañeros, a todos los que nos
rodean y a la toda la humanidad el Amor de Dios. Están interpelando al mundo sobre la
profundidad del amor humano, su trascendencia, su grandeza; mostrando los valores del Reino.
a) No estamos solos en el camino. El camino de Dios para cada uno de sus hijos es personal,
diferente del reservado para los otros. Esto no significa que la vida del creyente sea un camino fácil,
motivado por nuestra propia humanidad. En este camino no faltan asperezas, es un camino
estrecho, por él que hay que avanzar siempre, sin desfallecer.
Pero si llega el cansancio y el desmayo, Dios tiene poder para "dar vigor al cansado y acrecentar la
energía al que no tiene fuerzas" (Is 40, 29).
b) La senda del Pueblo de Dios.
.- Es un camino de santidad. "No pasará nada inmundo por él, sino que Dios mismo andará con
ellos" (Is 35, 9).
.- Es un camino protegido. En nuestro caminar nos vemos envueltos por experiencias amargas
pero miremos hacia a delante y caminemos, alguien nos protege. "Encomienda al Señor tu
camino, confía en Él, y Él hará" (Sal 121,1-2).
.- Camino bien transitado. "Yo estoy con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt
28,20).
5) De victoria en victoria
a) Fortaleced el vínculo. Si, cuando llegan las dificultades, encuentran que nuestra unidad está
debilitada, entonces harán más mella en nuestra familia. Fortaleced el vínculo es renovar cada año
nuestras promesas matrimoniales; es tener una mirada positiva sobre el otro, sobre los hijos y
sobre los acontecimientos que van ocurriendo en nuestra vida.
Fortaleced el vínculo es no dejar que las heridas se instalen en nuestro corazón y nos llenen de
reproches. Fortaleced el vínculo es reconocer las cualidades del otro, aceptar sus límites y tener
siempre presente que el proyecto es de los dos.
b) ¡Creced en el sacramento del matrimonio. Por el sacramento del matrimonio, Dios se hace
presente en el proyecto humano y garantiza que esta obra frágil pueda llegar hasta el final. Para
eso, el hombre y la mujer, deben hacer sitio a Dios en su vida. Todo ello nace de una convicción: la
fuerza de los cónyuges creyentes reside en la certeza de que, en su matrimonio y en su familia,
está presente Dios, con su gracia.
Oración
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¡Señor, haz de mi un instrumento de Tu PAZ.
Que donde haya odio yo ponga AMOR.
Donde haya ofensa, yo ponga PERDÓN.
Donde haya duda, yo ponga FE.
Donde haya error, yo ponga TU VERDAD.
Donde haya tinieblas, yo ponga TU LUZ.
Donde haya discordia, yo ponga UNIDAD.
Donde haya desesperanza, yo ponga ESPERANZA.
Donde haya tristeza, ponga yo ALEGRÍA.
Concédeme Señor la gracia de no buscar ser amado, como amar.
Ser comprendido como comprender.
Ser consolado como consolar,
porque dando es como somos perdonados
y muriendo en TI es como nacemos a la VIDA ETERNA.
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7ª SEMANA. CAMINAR EN EL ESPIRITU
"Comportaos así, reconociendo el momento en que vivís, pues ya es hora de despertaros del sueño,
porque ahora la salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está
avanzada, el día está cerca: dejemos, pues, las obras de las tinieblas y pongámonos las armas de la
luz". (Rm 13, 11-12)
1) La riqueza está en Jesús
Para empezar a hablar de "Caminar en el Espíritu" tenemos que tener claro que la perfección, la
santidad, no está ni puede estar en nosotros. La perfección sólo está en Jesucristo. Lo importante
es descubrir a este Cristo que ha sido constituido para nosotros sabiduría, justicia, santificación y
redención (1Cor.1,30). Nuestro acceso a los bienes de Dios viene por Jesucristo. No podemos sacar
de nosotros ni fe, ni amor, ni obra alguna que nos justifique. Sólo en El hemos sido bendecidos y
embellecidos.
El conocimiento de Jesucristo, que es el término de toda perfección cristiana, no puede ser objeto
de nuestro esfuerzo o de nuestras capacidades humanas. Es sólo el Espíritu de Dios el que te puede
hacer penetrar en este misterio. En el cristianismo, la santidad y la perfección se dan en un
encuentro entre personas. Un encuentro que tiene como su más honda motivación en el amor,
pues en la verdad sólo se entra por la caridad. Con otras palabras: la santidad la va a obrar en
nosotros el Espíritu Santo, no nuestro yo, al introducirnos en el misterio de la persona de Cristo y
de las demás personas que son su Cuerpo, mediante la caridad. La perfección cristiana se da, pues,
en la caridad, efecto de una gratuidad total.
Para caminar en el Espíritu, Jesús es el camino; pero también es el término, puesto que es la verdad
y la vida. Santo Tomás lo explica: es el camino en cuanto hombre; y la verdad y la vida en cuanto
Dios.
El Espíritu nos va a llevar a todos a Jesucristo y a su Cuerpo que es la Iglesia. La identidad con Jesús
la va haciendo en nosotros la gracia santificante, hasta poder decir un día con san Pablo: "ya no soy
yo, es Cristo quien vive en mi" (Gal. 2,20). Pero esto exige un largo proceso en el cual el Espíritu
Santo está empeñado como agente principal. El mismo que hizo nacer a Jesús en las entrañas de
María, nos va a hacer renacer a nosotros en las entrañas de la comunidad.
Lo primero que nos descubre el Espíritu Santo de Jesucristo es que está vivo. Muchas veces
llevamos nuestras inquietudes a un Cristo yacente que, por otra parte, por estar muerto no
inquieta nuestras vidas. Sólo el Espíritu Santo nos descubre que Jesús vive. ¿Y cómo notamos el
cambio de vida?. Cristo vive, cuando experimentamos su Espíritu, cuando nos va cambiando la vida,
cuando hay renovación y gozo, cuando supero un resentimiento, cuando descubro a los hermanos.
2) Emprender el camino: ¡Somos Iglesia!
La Iglesia es el Pueblo de Dios. Se llega a ser miembro de este cuerpo no por el nacimiento, sino por
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el bautismo «del agua y del Espíritu» (Jn 3, 3—5), por la fe en Cristo. Este pueblo tiene por cabeza a
Jesús, el Cristo, el Ungido, porque la misma unción, el Espíritu Santo, fluye desde la Cabeza al
Cuerpo, por eso somos «el Pueblo mesiánico».
La identidad de este Pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios en cuyos corazones
habita el Espíritu Santo. Su ley es el mandamiento nuevo: amar como el mismo Cristo nos amó (Cf.
Jn 13, 34). Su misión es ser la sal de la Tierra y la luz del mundo (Cf. Mt 5, 13—16). Su destino es el
Reino de Dios, que Él mismo comenzó en este mundo y, en el que vivimos hoy y ahora, que ha de
ser extendido hasta que Él mismo lo lleve también a su perfección.
Iglesia quiere decir «asamblea» y es, como lo afirma el Credo de Nicea Constantinopla, una, santa,
católica y apostólica.
.- UNA, porque uno es nuestro Señor, una nuestra fe y uno nuestro bautismo (Ef 4, 2—6),
reunidos en torno a un mismo Padre en un mismo Espíritu, que es su «alma», formando un
mismo Cuerpo, del cual Cristo es la cabeza.
Jesucristo quiere que su Iglesia sea señal de unidad, en un mundo desunido; no basta predicar
a Cristo, es necesario que los hombres vean en medio de ellos a la Iglesia única y unida. La
separación y la división no son de Cristo. Sólo en la unidad el mundo Creerá que somos de
Cristo.
San Pablo también nos exhortaba a la unidad de este modo: “Por encima de todo esto
revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección” (Col 3, 14). Es entonces el amor el
perfecto vínculo de unidad para una Iglesia que predica precisamente el amor. Y es que si el
Espíritu Santo, que es amor y es comunión, nos une a todos nosotros, es natural que el
vínculo de la perfección sea por ello el amor.
.- SANTA, porque tenemos un Señor, Jesús, que es Santo, y que nos comunica esa santidad a
través de su Espíritu santificador. La Iglesia es un camino de santificación a través del cual el
Señor nos comunica sus infinitas gracias y bendiciones, por más que esté formada por
hombres.
La siguiente lectura de san Pedro nos puede mostrar lo valioso de nuestra vocación cristiana:
«... ustedes, al contrario, son una raza elegida, un reino de sacerdotes, una nación santa, un
pueblo que Dios eligió para que fuera suyo y proclamara sus maravillas» (1 Pe 2, 9).
La Iglesia no puede dejar de ser santa. Cristo amó a su Iglesia como a su esposa y se entregó
por ella para santificarla, la unió a sí mismo como su propio cuerpo y la llenó del don del
Espíritu Santo para gloria de Dios. Está pues la Iglesia santificada por Él.
Y no sólo eso, sino que «por Él y con Él, ella también ha sido hecha santificadora», pues todas
las obras de la Iglesia se esfuerzan en conseguir la santificación de los hombres en Cristo y la
glorificación de Dios. En la Iglesia es en donde está depositada la plenitud de los medios de
salvación; es en ella donde conseguimos la santidad por la gracia de Dios.
.- CATÓLICA, que quiere decir universal, comunidad de todos los hombres en Cristo. Todos
hemos sido invitados a esta unidad católica del pueblo de Dios, sin distinción, privilegios ni
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acepción de personas de ninguna clase. «A esta unidad pertenecen de diversas maneras, o a
ella están destinados, los católicos, los demás cristianos e incluso todos los hombres en
general llamados a la salvación por la gracia de Dios» (Lumen gentium 13).
Universal, porque fuimos enviados por Cristo a llevar la Buena Nueva a toda criatura, para
que todos sean sus discípulos. Esa es nuestra misión, por ello, todo cristiano debe asumir
como fruto de su identificación con Cristo y como su vocación de vida, esta misión «católica»
de evangelizar, es decir, de ser, donde le envíe el Señor, un misionero; fermento en la masa,
sal de la tierra, luz del mundo.
.- APOSTÓLICA, porque surgió de la institución de los Doce, a quienes Jesús llamo para
enviarlos a predicar, sobre la base de Pedro y la autoridad y poder que el Señor dio a sus
apóstoles y sus sucesores.
Apóstol quiere decir enviado. Y todos nosotros hemos sido llamados igualmente para ser
apóstoles; es decir, para ser enviados por el Señor. A cada uno de nosotros corresponde por
ello un apostolado que debemos descubrir y asumir.
Somos esa Iglesia que existe para evangelizar. Esta Iglesia es Camino y a la vez está en
camino, como Iglesia peregrina que es. Somos el pueblo de Dios en marcha, que está en
camino y que sólo se detiene para predicar.
2) La Iglesia es un cuerpo
El Señor espera que demos frutos, y que ese fruto sea abundante (Jn 15, 16). Pero ningún fruto
podremos dar si no permanecemos unidos a Cristo: “Yo soy la vid, y ustedes las ramas; el que está
en mí, y yo en él, éste produce mucho fruto; porque sin mí no pueden hacer nada” (Jn 15, 5). Y estar
unidos a Jesús es estar unidos a la Iglesia, es ser Iglesia, que es su Cuerpo.
Debemos entonces sentir esa identificación de Cristo con su Iglesia, que somos todos nosotros. Él
nos ama tanto que nos ha hecho parte suya, por ello nos santifica y donde la Iglesia está presente,
Cristo también lo está.
Todos nosotros, a partir de nuestro bautismo y nuestra conversión, empezamos a formar parte de
este Cuerpo. San Pablo, en Romanos, nos dice: “Pues así como nuestro cuerpo en su unidad posee
muchos miembros y no desempeñan todos la misma función, así también nosotros, siendo muchos,
no formamos más que un solo cuerpo en Cristo, siendo miembros los unos de los otros” (Rm 12, 45). Y, en 1ª de Corintios añade: “El cuerpo humano, aunque está formado por muchas partes, es un
solo cuerpo. Así también Cristo. Y de la misma manera, todos nosotros (...) fuimos bautizados para
formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu” (1 Co 12, 12-13).
La Iglesia es un Cuerpo, y en ese cuerpo hay una unidad y cada miembro cumple una función. En un
cuerpo nada sobra, todo tiene una función, una utilidad; todo tiene un porqué y un para que.
3) Familia, camino de santidad
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"La familia cristiana es llamada a santificarse, y a santificar a la comunidad eclesial y al mundo"
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
La vida del cristiano se presenta muchas veces como un camino. Cada día debemos preguntarnos si
estamos en camino y cómo estamos caminando. Para la familia, el camino consiste en la realización
de un proyecto: ser Familias Cristianas en el Mundo. Recordamos las palabras de Juan Pablo II:
"Familia, ¡sé lo que eres!: comunidad de vida y amor". Comunidad de personas que crecen juntas,
con amor verdadero que viene de Cristo.
a) Primera etapa del camino. Frente a la familia moderna que vive en el descontento y la
insatisfacción, la familia cristiana vive la alegría de la vida con sus limitaciones y dificultades.
Veamos esta etapa en tres momentos:
.- Ver la realidad. Construimos nuestro proyecto de familia a partir de la realidad que
tenemos, no dejarse llevar por vanas ilusiones. Debemos considerar que la misma realidad se
puede ver desde vistas distintas.
.- Aceptar la realidad. Esta realidad que hemos visto es necesario aceptarla para poder
caminar en la verdad. Esta realidad, a veces, nos crucifican; pero debemos recordar que no
hay vida cristiana, que no hay santidad sin cruz.
.- Amar la realidad. Amar lo que Dios me ha regalado, lo que yo he elegido y las
circunstancias que la vida me ha ido presentando. El amor en el centro de nuestra vida. Jesús
en el centro de nuestra casa.
b) Segunda etapa del camino. Frente a la familia moderna que vive estresada y crispada, nuestra
familia vive en la seguridad y la paz de Jesús porque Dios nos cuida. Veamos otros tres momentos.
.- Vivir el momento presente. Tenemos dos tentaciones que nos desvían de la realidad. La
tentación de mirar atrás y la tentación de soñar en el futuro evadiéndonos de las
circunstancias que estamos viviendo.
.- Vivir cada día como una ofrenda. Vivir cada día como un regalo que se nos da para
entregarnos a los demás. Aprendamos a no renegar de lo que nos presenta el día a día y
caminemos alegres en medio de las pequeñas cosas.
.- Disfrutar de las pequeñas cosas de la vida familiar. Creemos espacios de vida, de diálogo,
de descanso, de estar a gusto en familia; momentos de compartir, de ternura, celebraciones,
vacaciones, etc.
3) Tercera etapa del camino. Frente al egoísmo de la familia moderna, encerrada en sí misma y en
procurarse un bienestar cada vez mayor, proponemos la familia de puertas abiertas.
.- Vivir en apertura y diálogo del uno al otro. Abiertos a acoger la realidad del otro, dejando
atrás toda rivalidad y pasar a la complementariedad.
.- Vivir en apertura y diálogo los padres con los hijos. Compartimos un proyecto que nos
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acompañará toda la vida.
.- Familia abierta a otras familias. Abierta a otras realidades; abiertas a la sociedad que nos
ha tocado vivir; abierta a nuevos compromisos.
4) Familia, riquezas inagotables
"Es necesario penetrar más a fondo en la singular riqueza de la misión de la familia y sondear sus
múltiples y unitarios cometidos" Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica “Familiaris Consortio”
Nuestro matrimonio está llamado a ser una comunidad de vida y amor. Una comunidad de
inagotables riquezas que podemos contemplar bajo cuatro dimensiones:
a) Dimensión unitiva.
Caminamos los dos unidos, pero los dos somos diferentes y no se nos pide que seamos iguales. No
tenemos que dejar de ser yo, ni renunciar a mis apetencias y necesidades para que haya paz y
armonía en la pareja, ni descuidar mis cualidades y aficiones para atender los deseos del otro. El
matrimonio cristiano no pretende anular al otro.
Todas estas cuestiones tienen relación con el ejercicio de mi libertad personal y la dependencia del
otro. La pareja, al ir madurando, va conjugando ambas cosas de tal modo que ninguno de los
cónyuges sea anulado por las necesidades, exigencias o expectativos del otro.
La pareja es una realidad en sí misma, no es simplemente la suma de dos individuos. Dentro de la
pareja se establece una dinámica especial y única, una singularidad en la que intervienen los dos.
De esta correcta interacción y comunicación de la pareja surge la maduración y el crecimiento que
está en relación con el desarrollo de cada miembro.
La libertad y la dependencia deben conjugarse, hay que hacer una renuncia, que no significa anular.
Una renuncia voluntaria que sirve para hacer crecer al otro y viceversa. Los dos esposos construyen
la unidad en la diversidad.
b) Dimensión creativa.
El amor está orientado a dar vida, a difundir vida a su alrededor: vida en los hijos que Dios nos
regala, vida en los amigos, familiares, etc... Así la vida cristiana es una lugar de acogida a todos los
que nos rodean y necesitan ser escuchados.
Sabemos que la vida es de Dios y que Dios está por la vida. Confiados en Dios, vivimos con
generosidad y responsabilidad nuestra participación en la creación de un nuevo ser.
c) Dimensión social.
El matrimonio y la familia desarrolla su vida en una sociedad concreta, donde vivimos, con sus
ventajas e inconvenientes. No podemos ni debemos aislarnos de ella. Como cristianos, debemos
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comprometernos en transformarla. Jesús nos lo dice: "vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois
la sal de la tierra".
Nuestra sociedad es plural, masificada, consumista, hedonista, desigual, permisiva, individualista...
Tiende que el matrimonio se pliegue a ella, se instale en ella y acepte sus valores. Por su parte, el
matrimonio cristiano debe humanizar la sociedad y poner nuestra ilusión y nuestros valores.
d) Dimensión misionera.
Toda la Iglesia, hasta el último laico, es misionera y cada uno hemos recibido el encargo de "Id por
todo el mundo y anunciad el Evangelio". Nosotros, los matrimonios y familias, como laicos hemos
elegido la vocación de estar en el mundo, ser discípulo en el mundo, no sólo en las Parroquias,
Comunidades o Grupos.
La familia es "Iglesia Doméstica", evangeliza más por lo que es que por lo que hace. Evangelizamos
y anunciamos el Reino de Dios con nuestra presencia en el mundo si imitamos a la Familia de
Nazaret. Somos iconos de Dios porque la familia cristiana habla al mundo con su amor, su vida, su
alegría, su paz, su fortaleza en el sufrimiento.
Oración
¡Oh, Jesús!
Ayúdame a esparcir tu fragancia donde quiera que vaya.
Inunda mi alma de tu espíritu y vida.
Penétrame y aduéñate tan por completo de mí,
que toda mi vida sea una irradiación de la tuya.
Ilumina por mi medio y de tal manera toma posesión de mí,
que cada alma con la que yo entre en contacto
pueda sentir tu presencia en mi alma.
Que al verme no me vea a mí,
sino a Ti en mí.
Permanece en mí.
Así resplandeceré con tu mismo resplandor,
y que mi resplandor sirva de luz para los demás.
Mi luz toda de Ti vendrá, Jesús;
ni el más leve rayo será mío.
Serás Tú el que iluminarás a otros por mi medio.
Sugiéreme la alabanza que más te agrada,
iluminando a otros a mi alrededor.
Que no te pregone con palabras sino con mi ejemplo,
con el influjo de lo que yo lleve a cabo,
con el destello visible del amor
que mi corazón saca de Ti.
Amén.
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