¿Un modelo turco para las revoluciones en Oriente Medio y África

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¿Un modelo turco para las revoluciones en Oriente Medio y África del Norte?
Jordi Tejel Gorgas
Escenarios XXI
Año I, Núm 9. May.-Jun. 2011
¿Un modelo turco para las revoluciones en
Oriente Medio y África del Norte?
Jordi Tejel Gorgas
Palabras clave: Revoluciones, Oriente Medio y África del Norte, Turquía, Egipto,
democratización, junta militar.
Mientras Egipto celebraba la salida de Hosni Mubarak, un debate en torno al «modelo»
turco de democratización hizo aparición en la escena política de este país. Un hecho
sorprendente si uno tiene en cuenta las relaciones tradicionalmente difíciles entre
Turquía y sus vecinos árabes desde el hundimiento del Imperio otomano. A pesar de
ello, en septiembre de 2010, pocos meses antes del desencadenamiento de las
revoluciones en el mundo árabe, un think tank turco, TESEV, realizaba una encuesta
sobre la influencia regional de Turquía. Para dos tercios de los encuestados en los
países árabes y en Irán, Turquía representaba un ejemplo de matrimonio exitoso entre
Islam y democracia, mientras que un 78% consideraba que Turquía debería jugar un
papel más importante en la región.[1]
El «modelo» en cuestión es la Turquía dirigida desde el 2002 por el AKP
(Partido de la justicia y el desarrollo), un partido capaz de combinar las aspiraciones
del electorado conservador turco con la democracia y la economía de mercado. En
efecto, para la sorpresa de algunos, los «islamistas», durante mucho tiempo
condenados al ostracismo por la comunidad internacional, han conducido a Turquía
hacia la salida del autoritarismo.[2] Además, distintos partidos islamistas en los países
árabes señalan al AKP como un ejemplo a seguir para integrarse al sistema

Historiador y sociólogo. Profesor Becario del IHEID (Institut des Hautes Études Internationales et du
développement) en Ginebra. Autor, entre otros, del libro Syria’s Kurds: History, Politics and Society
(Londres: Routledge, 2011). El autor agradece al Fonds National Suisse de la Recherche Scientifique por
el apoyo prestado para escribir este artículo.
[1] Ver http://www.tesev.org.tr/default.asp?PG=ANAEN, consultado el 10 de abril de 2011.
[2] Jean-François Bayart, L’Islam républicain, París, Albin Michel, 2010.
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parlamentario y convertirse de esta manera en actores políticos de pleno derecho, de
Marruecos a Siria, pasando por Túnez y Egipto.
Desde la caída de Ben Ali en Túnez y de Hosni Mubarak, las movilizaciones
sociales y políticas en el mundo árabe se extendieron a Libia, sacuden Yemen y Siria y
casi derrocaron los regímenes en Jordania y Bahrein. ¿Vistas las distintas evoluciones
de los movimientos de contestación en tal extensa región geográfica, puede esperarse
la adopción del «modelo» turco, suponiendo que tal modelo existe, en toda la región
medio-oriental o en los países que forman el MENA (Middle East and North Africa)?
¿En caso negativo, el proceso de democratización turca puede ser un «modelo» para
algunos países árabes? ¿En caso afirmativo, de cuáles?
En este artículo sugeriré que Turquía debería considerarse más como una
fuente de inspiración para los países árabes en curso de democratización que como un
«modelo». Las razones son múltiples. En primer lugar, porque los países de la región
MENA experimentaron evoluciones históricas muy distintas, y esto desde al menos el
final del Imperio otomano. En segundo lugar, porque la experiencia turca de
democratización presenta algunas particularidades que habrá que analizar con más
detalle. Finalmente, las revoluciones «árabes» no se parecen entre ellas. La formación
de un modelo político hegemónico, «democrático», en el mundo árabe es improbable. Al
contrario, asistiremos en el mejor de los casos a la aparición de diferencias regionales
en cuanto al proceso de democratización, con una región mediterránea más propensa a
reformas profundas, un Oriente Medio con realidades contrastadas y un último grupo
de regímenes (países del Golfo ricos en petróleo) reacios al mínimo cambio.
Con el fin de confirmar o invalidar estas hipótesis, propongo realizar un breve
repaso histórico, por un lado, sobre la diversidad de las evoluciones políticas de los
países en cuestión a partir del siglo XX para limitarme a un período contemporáneo y,
por el otro, sobre un análisis más detallado de la experiencia turca de democratización,
rodeo histórico útil si uno quiere saber en qué consiste exactamente el «modelo» turco.
En la última parte del artículo, voy a comparar los casos turco y egipcio no sólo para
mostrar las semejanzas y las diferencias de sus evoluciones, sino también con el fin de
destacar las nuevas circunstancias en las cuales las revoluciones actuales han
aparecido; a saber, un contexto global liberado de las presiones geopolíticas propias a
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la Guerra fría y un movimiento de reforma que no ha sido impuesto desde arriba, por
una elite, sino por las bases de la sociedad.
Diversidad regional
Desde un punto de vista histórico, las transformaciones políticas de los Estados en
cuestión han seguido distintas evoluciones durante el siglo XX y ningún sistema
político pudo imponerse de manera hegemónica. Sin pretender ser exhaustivo, voy a
destacar algunas tendencias principales en los países que constituyen el MENA.
Durante el período de entreguerras, nos encontramos con países sujetos a un
mandato internacional concedido por la Sociedad de las Naciones a Francia en Siria y
el Líbano y a la Gran Bretaña en Jordania, Palestina e Irak. Otros países, en
particular, en el Norte africano, constituyen protectorados. Es el caso, por ejemplo, de
Túnez, Marruecos, y Egipto hasta el 1922, año en que alcanza su independencia
formal. Finalmente, algunos países como Turquía, Irán y Arabia Saudita adquirieron
su independencia sin pasar por un período de transición controlada por las potencias
occidentales.
Si la mayoría de las elites medio-orientales aceptan rápidamente el sistema
«westfaliano» (implicando el respeto de las fronteras internacionalmente reconocidas)
como contexto político en el cual van a evolucionar Turquía e Irán son el mejor
ejemplo, algunas elites árabes elaboraran un discurso más ambiguo. Así, por ejemplo,
el rey Abdullah de Jordania mantendrá ambiciones territoriales no sólo sobre
Palestina, parcialmente anexada a Jordania entre 1948 y 1967, sino también sobre
Siria hasta 1944, a pesar de la consolidación del mandato francés en este país.[3]
Durante el período de las independencias, el pan-arabismo, en tanto que
proyecto político, no será nunca hegemónico en los países árabes. Mientras que
algunos países intentarán realizar la unión política en particular, la República árabe
unida o RAU (1958-1961) formada por Siria y Egipto, la mayoría de los Estados
árabes permanecerán al margen de estas iniciativas y preferirán limitar su
cooperación en el marco de la Liga árabe, creada en 1945. Por otra parte, los
regímenes oficialmente pan-árabes mantendrán relaciones ambiguas, o incluso
[3] Fred Lawson, Constructing International Relations in the Arab World, Stanford, Stanford University
Press, 2006.
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difíciles, entre ellos. Las tensas relaciones entre Egipto y Siria durante el RAU o entre
los partidos baasistas de Siria e Irak son un buen ejemplo de ello.[4]
La Guerra fría divide también los países de la región entre pro-occidentales y
pro-socialistas. Durante más de 40 años, las fronteras estatales no separan solamente
países, sino también bloques políticos. Así, la frontera sirio-turca separa Turquía,
miembro de pleno derecho de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
de Siria, país que en algunos momentos cooperó sobradamente con la URSS. Yemen,
por su parte, se encontró dividido en dos Estados, uno monárquico y pro-occidental, el
otro republicano y pro-soviético. Si la mayoría de los países de la región pretendieron
ser no-alineados, de una forma u otra, se convirtieron en el teatro de conflictos
suscitados por la Guerra fría. El pacto de Bagdad, firmado entre Irak, Pakistán,
Turquía y el Irán, estableció un campo pro-occidental ante la consolidación del
nacionalismo árabe con una tonalidad socialista de la mano de Jamal Abdul Nasser.
En Líbano, los Estados Unidos se vieron obligados a intervenir directamente en 1958,
después de la caída del régimen pro-occidental iraquí en julio del mismo año, con el fin
de evitar una ola de revoluciones «progresistas» en la región.[5]
El conflicto arabe-israelí tuvo también efectos divisorios en el mundo árabe.
Aunque oficialmente todos los países árabes afirmaran su solidaridad con la
causa palestina, diversos países, en distintos momentos, se acercaron a Israel
(Líbano, Egipto, Jordania) quebrando así la unidad árabe. La lucha contra el
«sionismo», por otra parte, fue instrumentalizada por los regímenes árabes
«progresistas» para limitar las libertades de sus propios conciudadanos y
consolidar regímenes autoritarios.
Desde finales de los años setenta hasta nuestros días, podemos observar grosso
modo la consolidación de tres tipos de regímenes en la región del MENA. El primer
grupo reúne regímenes autoritarios Túnez, Marruecos, Argelia, Egipto, Libia,
Jordania que hicieron de la lucha contra el islamismo político la justificación de su
poder despótico. En el otro extremo, se encuentran regímenes Irán y Arabia Saudita,
[4] Eberhard Kienle, Bath versus Bath? The Conflicts Between Syria and Iraq, 1968-1989, Londres,
I.B.Tauris, 1991.
[5] Fawwaz Traboulsi, A Modern History of Lebanon, Londres, Pluto Press, 2007.
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en particular, que basan su legitimidad política en el Islam. Finalmente, algunos
Estados emprendieron una integración controlada de fuerzas islamistas moderadas
Turquía, Irak, Kuwait, Líbano o Bahrein en el juego político con resultados
diversos.[6]
El curso particular de Turquía
Teniendo en cuenta esta pluralidad procesos históricos durante del siglo XX y en este
principio de siglo XXI, ¿es posible que Turquía se convierta en un modelo de
democratización para toda la región? Difícilmente. ¿Puede convertirse en modelo para
algunos países? ¿Cuáles? Observemos en primer lugar el «modelo turco» de
democratización. ¿De qué estamos hablando exactamente?
A raíz del hundimiento del Imperio otomano, los nacionalistas turcos guiados
por Mustafa Kemal fundaron la República turca en 1923. Kemal y sus seguidores
suprimieron el Sultanado el mismo año y el Califato en 1924, haciendo de la laicidad
un eje esencial de la República recientemente fundada. Las hermandades religiosas
fueron prohibidas y los kemalistas pretendieron borrar todas las señas públicas del
Islam: se sustituyó al calendario lunar por el calendario gregoriano; el alfabeto árabe
por el alfabeto latino; se prohibió el fez o tarbush, símbolo de la pertenencia al Islam;
se cerraron los conventos y los mausoleos musulmanes; se adoptó el sistema métrico…
Todas estas innovaciones debían conducir al mismo objetivo: la transformación del
Islam en una religión nacional y «progresista». El camino no fue simple, sin embargo.
Las elites kemalistas tuvieron que hacer frente a importantes resistencias, en
particular en las regiones kurdas del Este del país.[7] El régimen instaurado por
Kemal, después de un breve período pluripartidista, se convirtió de hecho en una
dictadura.
Entre 1925 y 1946, Turquía fue dotada de un sistema de partido único. El
concepto de «autoritarismo modernizador» sirve generalmente para calificar la
naturaleza del régimen kemalista durante los primeros años de la Turquía moderna.
Para Mustafa Kemal, el Estado republicano tenía una misión histórica esencial: elevar
[6] François Burgat, L’islamisme à l’heure d’Al-Qaida, París, La Découverte, 2010.
[7] Hamit Bozarslan, La question kurde. Etats et minorités au Moyen-Orient, París, Presses de Sciences Po,
1997.
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el pueblo turco hacia la civilización occidental. El pueblo, según Kemal, tenía
ciertamente un gran potencial, pero necesitaba una motivación exterior, ya que el
pueblo por sí mismo no deseaba ni era capaz de lograr este objetivo. Por lo tanto, las
reformas propuestas debían ser impuestas desde arriba, desde el poder. En la visión de
Kemal, la República era un régimen donde el pueblo no ejercía la plena soberanía, sino
sólo una parte de ella. La otra parte se encontraba entre las manos del Presidente,
Mustafa Kemal en persona.
La nueva etapa del paternalismo kemalista puede resumirse en una fórmula:
«La revolución para el pueblo, a pesar del pueblo». Para justificar este dirigismo de la
vida social turca, la elite kemalista se basó en un «enfoque científico» o «positivista».
Este enfoque «científico» de la revolución cultural en Turquía servía al mismo tiempo
para justificar la represión de toda contestación, puesto que ésta pasó a ser
considerada de ahora en adelante como «irracional» o «contraria a la civilización»:
«resistir, era salir; salir, era traicionar».[8]
El papel del ejército
Si el ejército desempeñó un papel esencial en el mantenimiento del orden durante este
período, en particular en las regiones kurdas del Este del país, el poder estuvo en
manos de las elites kemalistas, entre las cuales obviamente encontramos a algunos
militares reconvertidos en civiles. Es durante los años cincuenta, con la llegada al
poder de un partido de centroderecha (el Partido demócrata) formado por civiles,
elegido democráticamente y decidido a desafiar los privilegios de las elites kemalistas
(de las cuales los militares formaban parte), cuando los militares comienzan a
intervenir de manera más directa en el funcionamiento de un régimen político en curso
de democratización y a intentar tomar su control.
La victoria del Partido demócrata se explica por el apoyo otorgado a este
partido por el electorado conservador de Anatolia. Estos segmentos de la población
turca aspiraban a un mayor respeto para el Islam y a poder votar por un partido que
no tuviese vínculos con la corrupción que gangrenaba el Partido Republicano del
Pueblo creado por Mustafa Kemal. Pero a falta de poder responder a las expectativas
[8] Ghassan Salamé, Démocraties sans démocrates, París, Fayard, 1994, p. 23.
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de sus electores, el partido de Adnan Menders deslizó cada vez más hacia una política
nacionalista y populista, y finalmente autoritaria, imitando de hecho a su antecesor, el
Partido republicano. La oposición kemalista se radicalizó también. El ejército, por su
parte, vio en los valores del kemalismo una promesa de estabilidad y preparó el
terreno para una alianza entre militares y kemalistas dando lugar al golpe de Estado
de 1960.
A pesar de ello, la introducción del multipartidismo en 1946 tuvo consecuencias
importantes a la vez en la evolución del sistema político y en las relaciones entre
comunidades religiosas y/o étnicas. Así pues, por una parte, el pluripartidismo
permitió el retorno de las hermandades religiosas sunitas en el campo político turco.
Del mismo modo, los jefes tradicionales kurdos (tribales o religiosos) pudieron
integrarse al sistema a cambio de su fidelidad al marco nacional turco.
A nivel económico, la victoria del Partido demócrata condujo Turquía hacia una
apertura progresiva de su economía y una industrialización rápida. El éxodo rural
llevó los nuevos «urbanitas» a competir por el acceso a los pocos recursos económicos
disponibles en las principales ciudades turcas. La juventud urbana desempeñó un
papel muy importante en esta competición, erigiéndose en protagonista inevitable de
la nueva escena política turca, caracterizada por la radicalización y la violencia entre
los años sesenta y setenta, en particular en el mundo universitario.
El golpe de Estado de 1960 habría podido desembocar en un régimen
autoritario, pero después de algunas vacilaciones, la junta militar decidió devolver el
poder a los civiles, elaborar una Constitución más liberal y permitir la celebración de
elecciones en 1961. Con todo, los resultados de las elecciones no dejaban ninguna
duda, kemalistas y partidarios del Partido demócrata seguirían siendo las dos
principales formaciones, y por añadidura opuestas. Después del retorno de los
kemalistas al poder, las elecciones de 1969 dieron de nuevo la victoria a los
conservadores.
Estos años iban a cristalizar la formación de una derecha y una izquierda
radical, de una esfera de influencia islamista y el resurgimiento de un nuevo conflicto
kurdo. A estas tensiones políticas, vinieron a añadirse la crisis económica y el aumento
de las desigualdades sociales cada vez más escandalosas en medio urbano. La
jerarquía militar decidió en 1971 tomar los frentes para restablecer la unidad del
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ejército y restaurar el kemalismo, en realidad el principio de «solidarismo», que
implica la unidad (innegociable) de todos los miembros de la nación turca. Sin
embargo, la falta de unidad de los militares condujo la junta militar a autorizar
nuevas elecciones en 1973.
Esta vez, con todo, el paisaje político turco apareció completamente
transformado. La bipolarización entre republicanos y conservadores dejó paso a nuevos
partidos que iban a desempeñar un papel importante. El partido republicano vivió una
división. Bülent Ecevit pasó a dirigir un partido kemalista, de «izquierda». Del otro
lado Necmettin Erbakan fue el otro gran vencedor de estos años gracias a la
consolidación de un partido islamista, el Partido de Salvación nacional (1972). Al
mismo tiempo, la fragmentación política del país condujo al estallido de la violencia
entre 1975-1980: más de 5.000 muertes sobre todo en las ciudades mixtas: sunitaaleví, kurdo-turco.[9]
Paso a los militares
Es precisamente en nombre del restablecimiento del orden que los militares
protagonizaron, por tercera vez, un golpe de Estado el 12 de septiembre de 1980. Para
Gilles Dorronsoro, el objetivo público de los militares era despolitizar la sociedad para
poner un término a las confrontaciones entre partidos y erradicar la izquierda
promoviendo la ideología turco-islamista.[10] Los militares decretaron que toda
afiliación ideológica diferente al kemalismo, toda pertenencia étnica otra que turca,
cualquier afiliación religiosa otra que la sunita, era una «perversión».
La junta preparó un proyecto de Constitución, que codificaba el conjunto de las
prácticas del régimen militar y eximía a los generales de toda diligencia penal. Los
golpistas ganaron el referéndum sobre la nueva Constitución redactada en 1982.
Legitimados por esta victoria, los propios militares decidieron reformar el sistema
político, fomentando la creación de un partido de derecha (Partido de la democracia
nacionalista) y autorizando la formación de un partido de izquierda (retorno de Bülent
Ecevit) y de un partido liberal, el ANAP (Partido de la madre patria), de Turgut Özal.
[9] Véase Hamit Bozarslan, Histoire de la Turquie contemporaine, París, La Découverte, 2004.
[10] Gilles Dorronsoro, La Turquie conteste, París, CNRS, 2005.
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La amenaza de una vuelta de la inestabilidad, sin embargo, permitió legitimar
las instituciones de seguridad y, al primer plano, al Consejo nacional de seguridad
(MGK) a un lugar único en el sistema político. Desde 1980, y a pesar de la victoria del
partido liberal ANAP en 1983, el MGK pudo orientar al Gobierno sobre todos los
temas, de la política exterior a la política económica, convirtiéndose de hecho en un
gobierno paralelo. De modo que, para Gilles Dorronsoro, el concepto de «régimen
securitario» sirve para describir el sistema político turco entre 1980 y 2003.
Efectivamente, la amenaza del «enemigo interior» permitió criminalizar a los
opositores y legitimar las violaciones del estado de derecho por un Estado de excepción
prolongado, en particular en las regiones kurdas, hasta el final de los años noventa.
A nivel económico, los militares construyeron un imperio económico. Desde los
años sesenta, el ejército tomó el control de una red de empresas, no necesariamente
vinculadas al armamento (banco, automóvil), y se convirtió en el principal propietario
de bienes inmuebles del país.[11] Además de lo anterior, la reconversión de los antiguos
militares en profesores de Universidad o en la dirección de empresas consolidó la
influencia intelectual y política de la institución militar. Por otro lado, el presupuesto
militar escapaba en la práctica al control del Parlamento. A pesar del estado de su
hacienda pública, Turquía se mantuvo durante los años 1980-1990 como uno de los
primeros compradores mundiales de materiales de guerra.
El ejército consiguió de esta forma perpetuar su sistema hasta 2003 sin tener
que salir de los cuarteles, limitándose a mantener equilibrios políticos susceptibles de
garantizar sus intereses, y a alejar del poder y a reprimir fuerzas políticas que
rechazaba (islamistas y partidos políticos kurdos).[12]
El desafío a este régimen constitucional militarizado se cristalizó con la llegada
al poder en 2002 del AKP, una fuerza política salida de la esfera de influencia
islamista turca, pero que no se reivindica del islamismo. El éxito de este protagonista
clave del cambio procede de su capacidad a conseguir al mismo tiempo conservar la
parte fundamental del electorado islamista y atraer el voto tradicional de centro
[11] Olivier Roy, La Turquie aujourd’hui, París, Encyclopaedia Universalis, 2004.
[12] En 1997, los militares obligaron al premier ministro turco, Necmettin Erbakan, y líder del partido
islamista Refah a dejar el Gobierno después de haber realizado un giro en la política exterior turca en su
relación con Israel. Los militares sin embargo justificaron este golpe de Estado “post-moderno” por su
política contra el laicismo.
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derecha, seducido por el programa liberal del AKP. El partido liderado por Recep
Tayyip Erdogan ha sabido también canalizar el apoyo de intelectuales y actores
políticos diversos (incluyendo defensores del laicismo) que, exasperados por el
inmovilismo del sistema militarizado, aspiraban a salir de la alternativa infernal
«ejército o islamistas».
El AKP ha conseguido apartar progresivamente el aparato militar del poder
civil gracias a la reforma en diciembre 2003 del MGK, órgano en el cuál los civiles has
pasado a ser mayoritarios. El partido de Erdogan ha tomado igualmente reformas
destinadas a solucionar el conflicto con la minoría kurda a través, por ejemplo, de la
creación de una cadena de televisión pública en lengua kurda. En resumen, el AKP ha
evitado poner en duda los principios kemalistas, en particular la laicidad del Estado,
sin dejar de trabajar para romper con el «consenso obligatorio» impuesto por los
militares a raíz del golpe militar de 1980.
¿Experiencias similares?
Observar la historia contemporánea de Turquía nos permite destacar dos procesos
sociopolíticos de grandes repercusiones para este país: la secularización de la vida
política e intelectual a partir de 1923, por un lado, y el papel creciente del ejército en la
política hasta 2003, por el otro. La experiencia turca nos ha enseñado también que en
un sistema de democracia controlada, el ejército, bajo la presión de una relación de
fuerzas legitimada por un proceso electoral limpio, puede aceptar abandonar su
posición dominante para someterse progresivamente a la autoridad de un gobierno
civil. Finalmente, la experiencia turca nos demuestra que un partido islamista puede
convertirse en el gestor de éste, esforzándose al mismo tiempo a transformarlo.
Los cambios no se han producido solamente en el terreno político. La sociedad
turca también ha conocido importantes transformaciones durante las dos últimas
décadas: la aparición de una economía privada activa, el desarrollo de una clase media
y de una sociedad civil activa en distintos terrenos como la defensa de los derechos de
los homosexuales o del medio ambiente. Transformaciones que contaron, no hay que
olvidarlo, con el apoyo más o menos decidido de Bruselas en el marco de las
negociaciones sobre la adhesión de Turquía a la Unión Europea.
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¿La experiencia turca de democratización, puede considerarse sin embargo
como un modelo acabado? No del todo. A pesar de las reformas y los cambios profundos
realizados estos últimos años, el Gobierno del AKP se encuentra en un callejón sin
salida con relación a algunos proyectos emblemáticos como la resolución del problema
kurdo y la reforma constitucional, temas altamente sensibles en Turquía. Frente a la
resistencia de algunos sectores de la sociedad turca, el AKP ya ha mostrado algunas
reacciones de tipo autoritario, recordando la evolución del Partido democrático en los
años 1950. El proceso de transformación democrática de Turquía no se ha terminado e
importantes retos subsisten.
No obstante, si Turquía no es un modelo, puede resultar ser ciertamente una
fuente de inspiración. En este sentido, se ha hablado a menudo de Egipto como el país
de la región medio-oriental más proclive a seguir la vía turca. Hay en efecto
evoluciones similares sobre distintos aspectos. Los dos países han sido testigos de un
proceso de modernización del Estado desde el siglo XIX de la mano de reformistas
come Mehmet Ali o la corte otomana.[13] Durante la primera mitad del siglo XX, los
dos Estados recientemente independientes mantuvieron una política pro-occidental. A
partir de los años cincuenta, Turquía y Egipto vieron como el ejército intervino cada
vez más en la vida política. Ante el Islam político, los dos países prohibieron los
partidos basados en una identidad religiosa. La represión sobre el movimiento
islamista fue especialmente dura bajo la Presidencia de Nasser. Finalmente, las
economías turca y egipcia conocieron las primeras señales de privatización durante los
años ochenta.
Pero las diferencias son también notables. Egipto no experimentó jamás el
proceso de secularización extremo que Turquía emprendió a partir de los años veinte,
en particular, a través de la reforma del derecho de la familia, suprimiendo la
poligamia y el matrimonio religioso. Aunque Egipto es independiente desde 1922, el
país permaneció bajo influencia británica hasta 1952. La lucha anticolonialista fue,
por otra parte, uno de los vectores importantes de la aparición y consolidación del
islamismo político en Egipto de la mano de los Hermanos Musulmanes, organización
creada en 1928. Por otra parte, la economía egipcia es menos dinámica que la turca y
[13] Sobre las reformas otomanas, véase Shükrü Hanioglu, A Brief History of the Late Ottoman Empire,
Princeton, Princeton University Press, 2008.
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sobre todo ésta sigue siendo más dependiente del Estado. Además los militares en
Egipto tienen una mayor presencia en las instituciones oficiales y en la economía del
país. Para algunos analistas, el ejemplo turco es problemático ya que la
transformación democrática, incluso inacabada, se ha producido durante un largo
período de 50 años. En este sentido, ¿Egipto puede permitirse una transformación tan
lenta teniendo en cuenta los acontecimientos ocurridos entre enero y febrero del 2011?
La respuesta debe ser negativa. No obstante, si algunos investigadores hacen
hincapié en el diferente grado de laicización de las sociedades respectivas con el fin de
afirmar la imposibilidad de la adopción del «modelo» turco de transición democrática
en países como Egipto, me parece que sería necesario prestar más atención a otras
dinámicas. Sin negar la importancia de esta realidad histórica, en mi opinión, el futuro
de las revoluciones presentes y futuras, dependerá de dos factores determinantes que
no tienen vínculo directo con el factor religioso. Por una parte, será necesario observar
la actitud del ejército: ¿va a apoyar las reformas o al contrario intentar bloquearlas?
¿Se mostrará unido como en Egipto o se dividirá, como en el caso de Libia?
Por otra parte, el éxito de las revoluciones en curso dependerá de la capacidad
de los actores de crear y, sobre todo, de mantener extensas alianzas sociales superando
las barreras regionales, religiosas, étnicas, sociales y los intereses particulares. Por su
parte, los regímenes existentes ¿sabrán dividir los movimientos de contestación?
Si se retienen estos dos factores, uno puede ser moderadamente optimista.
Ciertamente, la transición (inacabada) turca se realizó durante un periodo de 50 años.
Pero, no se puede olvidar que ésta se produjo en un contexto de Guerra fría, en el cual
para los países aliados (Occidentales) el objetivo político principal no era la
democratización rápida de Turquía, sino garantizar su estabilidad ante las amenazas
del bloque comunista. Las revoluciones actuales, en cambio, no son prisioneras de
estos límites estructurales. De hecho, es como si, el final de la caída del muro de Berlín
producida en 1989 comenzara a sentirse en toda su amplitud en los países del MENA
en 2011, más de veinte años más tarde.
En segundo lugar, la occidentalización y la modernización de la sociedad turca
iniciadas bajo el Imperio otomano y proseguidas por las elites kemalistas fueron el
fruto de una voluntad política dictada por las elites, como lo he demostrado en las
páginas previas, a pesar de la resistencia de algunos sectores de la sociedad. Las
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revoluciones en Egipto y Túnez de 2011 han sido, al contrario, el fruto de un proceso
iniciado desde la base, hecho que puede garantizarles un mayor apoyo popular.
Algunos analistas árabes como Burhan Ghalioun afirman que las movilizaciones
populares actuales están marcando en realidad la llegada de la «modernidad política»
en el mundo árabe.[14] Dicho de otra manera, las revoluciones actuales, gracias a la
afirmación de la soberanía popular, estarían reintegrando el mundo árabe en la
«historia universal».
Los dos factores combinados el fin de los límites impuestos por la Guerra fría y
el carácter popular de los movimientos de contestación pueden conducir a una
transformación democrática más rápida de países como Egipto o Túnez. De todas
formas, el proceso no será sencillo y de una forma u otra, los pueblos de la región
deberán inventar su propia transición, basada en los contextos históricos propios,
hacia un régimen más democrático.
[14] Burhan Ghalioun, «Arab Popular Uprisings or the Arab Arrival to Political Modernity», Notes
internacionals, número 27, febrero 2011, pp. 1-2.
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