LA ORGANIZACIÓN GENITAL INFANTIL

Anuncio
LA ORGANIZACIÓN GENITAL INFANTIL
(ADICIÓN A LA TEORÍA SEXUAL) (*)
1923
LA investigación psicoanalítica ofrece tales dificultades, que no es imposible L
desatender consecuentemente, durante decenios enteros de continua observación, rasgos
generales y hechos característicos hasta un momento en que nos salen al paso y se
imponen a nuestra atención. El presente trabajo tiende a rectificar tal omisión en el
estudio de la evolución sexual infantil.
Los lectores de mis Tres ensayos para una teoría sexual (1905) no ignorarán que
ninguna de la posteriores ediciones de dicha obra constituye una refundición total de la
primera, habiéndose limitado a integrar en ellas, por medio de interpolaciones y
modificaciones, los progresos de nuestro conocimiento, pero sin alterar la ordenación
primitiva. Resulta, por tanto, muy posible que el texto primitivo y las adiciones y
modificaciones ulteriores no aparezcan algunas veces plenamente fundidas en una
unidad libre de contradicciones. Al principio, el acento recaía sobre la diferencia
fundamental entre la vida sexual de los niños y la de los adultos. Más tarde pasaron al
primer término las organizaciones pregenitales de la libido y el desdoblamiento de la
evolución sexual en dos fases, hecho éste tan singular como rico en consecuencias. Por
último, atrajo nuestro interés la investigación sexual infantil, y partiendo de ella,
llegamos a descubrir la gran afinidad de la forma final de la sexualidad infantil (hacia
los cinco años) con la estructura definitiva sexual del adulto. Hasta aquí la última
edición (1922) de mi teoría sexual.
En las páginas de esta edición afirmo que «con frecuencia, o regularmente, tiene
ya efecto en los años infantiles una elección de objeto semejante a la que caracteriza la
fase evolutiva de la pubertad; elección que se verifica orientándose todos los instintos
sexuales hacia una única persona, en la cual desean conseguir sus fines. Es ésta la
máxima aproximación posible en los años infantiles a la estructura definitiva de la vida
sexual posterior a la pubertad. La diferencia está tan sólo en que la síntesis de los
instintos parciales y su subordinación a la primacía de los genitales no aparecen aún
establecidos en la infancia, o sólo muy imperfectamente. La constitución de tal primacía
en favor de la reproducción es, por tanto, la última fase de la organización sexual».
La afirmación de que la primacía de los genitales no aparece aún establecida, o
sólo muy imperfectamente, en el temprano período infantil, no nos satisface ya por
completo, La afinidad de la vida sexual infantil con la del adulto va mucho más allá y
no se limita a la emergencia de una elección de objeto. Si bien no llega a establecerse
una perfecta síntesis de los instintos parciales bajo la primacía de los genitales, el interés
dedicado a los genitales y la actividad genital adquieren de todos modos, al alcanzar el
curso evolutivo de la sexualidad infantil su punto más alto, una importancia
predominante poco inferior a la que logran en la madurez. En el carácter principal de
esta organización genital infantil hallamos, además, su más importante diferencia de la
organización genital definitiva del adulto. Este carácter diferencial consiste en que el
sujeto infantil no admite sino un solo órgano genital, el masculino, para ambos sexos.
No existe, pues, una primacía genital, sino una primacía del falo.
Desgraciadamente no podemos referirnos en la exposición de este tema más que
al sujeto infantil masculino, pues nos faltan datos sobre el desarrollo de los procesos
correlativos en las niñas. El niño percibe, desde luego, las diferencias externas entre
hombres y mujeres, pero al principio no tiene ocasión de enlazar tales diferencias a una
diversidad de sus órganos genitales. Así pues, atribuye a todos los demás seres
animados, hombres y animales, órganos genitales análogos a los suyos y llega hasta
buscar en los objetos inanimados un miembro igual al que él posee. Este órgano, tan
fácilmente excitante, capaz de variar de estructura y dotado de extrema sensibilidad,
ocupa en alto grado el interés del niño y plantea continuamente nuevos problemas a su
instinto de investigación. Quisiera observarlo en otras personas, para compararlo con el
suyo, y se conduce como si sospechara que aquel miembro podría y debería ser mayor.
La fuerza impulsora que este signo viril desarrollará luego en la pubertad se exterioriza
en este período infantil bajo la forma de curiosidad sexual. Muchas de las exhibiciones
y agresiones sexuales que el niño realiza y que de verificarse en una edad posterior
serían juzgados como manifestaciones de salacidad, se revelan en el análisis como
experimentos puestos al servicio de la investigación sexual.
En el curso de estas investigaciones llega el niño a descubrir que el pene no es
un atributo común a todos los seres a él semejantes. La visión casual de los genitales de
una hermanita o de una compañera de juegos le inicia en este descubrimiento. Los niños
de inteligencia despierta han concebido ya anteriormente, al observar que las niñas
adoptan al orinar otra postura y producen ruido distinto, la sospecha de alguna
diversidad genital, e intentan repetir tales observaciones para lograr un pleno
esclarecimiento. Ya es conocido cómo reaccionan a la primera percepción de la falta del
pene en las niñas. Niegan tal falta, creen ver el miembro y salvan la contradicción entre
la observación y el prejuicio pretendiendo que el órgano es todavía muy pequeño y
crecerá cuando la niña vaya siendo mayor. Poco a poco llegan luego a la conclusión,
efectivamente muy importante, de que la niña poseía al principio un miembro análogo al
suyo, del cual fue luego despojada. La carencia de pene es interpretada como el
resultado de una castración, surgiendo entonces en el niño el temor a la posibilidad de
una mutilación análoga. Los desarrollos ulteriores son de sobra conocidos para tener
que repetirlos aquí. Me limitaré, pues, a indicar que para estimar exactamente la
importancia del complejo de la castración es necesario atender al hecho de su
emergencia en la fase de la primacía del falo.
También es sabido cuánto desprecio, o hasta horror, a la mujer y cuánta
disposición a la homosexualidad se derivan del convencimiento definitivo de su
carencia de pene, Ferenczi ha referido, muy acertadamente, el símbolo mitológico del
horror, la cabeza de Medusa, a la impresión producida por la visión de los genitales
femeninos faltos de pene.
Pero no debe creerse que el niño generalice rápida y gustosamente su
observación de que algunas personas femeninas carecen de pene. Se lo estorba ya su
hipótesis primera de que la carencia de pene es consecuencia de una castración punitiva.
Por el contrario, cree que sólo algunas personas femeninas indignas, culpables
probablemente de impulsos ilícitos, análogos a los suyos, han sido despojadas de los
genitales. Las mujeres respetables, como la madre, conservan el pene. La femineidad no
coincide aún para el niño con la falta de miembro viril. Sólo más tarde, cuando el niño
aborda los problemas de la génesis y el nacimiento de los niños y descubre que
únicamente las mujeres pueden parirlos, es cuando deja de atribuir a la madre un
miembro viril, construyendo entonces complicadas teorías encaminadas a explicar el
trueque del pene por un niño. El genital femenino no parece ser descubierto en todo
esto. Como ya sabemos, el infantil sujeto imagina que los niños se desarrollan en el
seno materno (en el intestino) y son paridos por el ano. Pero con estas últimas teorías
traspasamos la duración del período sexual infantil.
No es indiferente tener en cuenta las transformaciones que experimenta la
polaridad sexual, para nosotros corriente durante la evolución sexual infantil. La
elección de objeto, que presupone ya un sujeto y un objeto, introduce una primera
antítesis. En el estadio de la organización pregenital sádicoanal no puede hablarse aún
de masculino y femenino; predomina la antítesis de activo y pasivo. En el estadio
siguiente al de la organización genital infantil hay ya un masculino, pero no un
femenino; la antítesis es aquí genital masculino o castrado. Sólo con el término de la
evolución en la pubertad llega a coincidir la polaridad sexual con masculino y femenino.
Lo masculino comprende el sujeto, la actividad y la posesión del pene. Lo femenino
integra el objeto y la pasividad. La vagina es reconocida ya entonces como albergue del
pene y viene a heredar al seno materno.
«Sigmund Freud: Obras Completas», en «Freud total» 1.0
Descargar