cuatro «signos» juaneos de la unidad cristiana

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F. M. BRAUN, O. P.
CUATRO «SIGNOS» JUANEOS DE LA UNIDAD
CRISTIANA
Quatre "signes" johanniques de l'unité chrétienne, New Testament Studies, 9 (19621963) 147-155.
En el cuarto evangelio la unidad cristiana aparece en tres perícopas: la parábola del
Buen Pastor (10,1-18), la alegoría de la vid y los sarmientos (14,1-8) y la llamada
oración sacerdotal (17,21-23): Sin embargo, estos pasajes no son exhaustivos. Si se
permite dar a los "signos" de san Juan una amplitud suficiente como para englobar en
ellos todos los actos simbólicos de Cristo, hallaríamos cuatro nuevos "signos", a través
de los cuales sería interesante preguntarse si el fin no es precisamente demostrar que la
vida del Salvador tiende a la unión, anunciada por los profetas y presentida en los libros
sapienciales.
1. Recoged los pedazos sobrantes para que nada se pierda (6,12-13)
Saciada ya la multitud, san Juan recuerda que Jesús ordenó a sus discípulos que
recogieran los pedazos de pan sobrantes: "los recogieron, y llenaron doce canastos con
los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron de la comida" (v. 13). Basándose
en lo que ya se había dicho del milagro de Caná (2,6), el rasgo ha sido interpretado
como una manera de hacer resaltar la grandeza del prodigio y la liberalidad del
taumaturgo. Aunque los sinópticos lo insinúan (Mt 14,20-21; Me 6;43-44; Lc 9,17),
Juan es el único que mencionada orden expresa del Maestro (v. 12). Además, este punto
es de capital importancia al compararlo con el maná del desierto (6,31-32); para Juan
los panes milagrosos simbolizan "el verdadero pan del cielo", la palabra vivificante.
El Pseudo-Salomón había hablado del maná en un sentido analógico. Refiriéndose a Dt
8,3 ("no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"),
comenta: "has dado a tu pueblo un alimento de ángeles... Así, Señor, aprenderán tus
amados hijos que, no tanto las diversas especies de frutos alimentan al hombre, cuanto
tu palabra, que conserva a los que creen en Ti" (Sab 16,26). Juan insiste sobre el hecho
de que Jesús, el Logos-sarx (Palabra hecha carne), es este pan verdadero, que se da a los
hombres como alimento (6,35.51-58). De donde se deduce que el relato del milagro ha
sido compuesto de tal manera que hace pensar en aquel sacramento en el que los fieles a
su vez tenían conciencia de reforzar su koinonía (comunión) (cfr. 1 Cor 10,16-17). La
mención de la Pascua, los panes de cebada, panes de las primicias, la acción de gracias,
-eujaristesas-, son demasiadas alusiones para que puedan menospreciarse.
En esta hipótesis, no es improbable que las expresiones "recoged" y "para que no se
pierdan" apunten al pan sacramental que unifica en Cristo. Así las comprendió el autor
de la Didajé cuando, en su gran oración litúrgica (9,1-6), pasa de las espigas, dispersas
por las montañas, al pan eucarístico, para pedir a Dios que reúna a su Iglesia de los
confines de la tierra. Los pedazos sobrantes, reunidos en las canastas de los doce,
representaban la reunión de los hijos de Dios dispersos por tierras paganas (cfr. 11,52).
La mención de los "residuos" se inspira en motivos más ocultos: se trata, no de un
alimento perecedero, por el cual es preciso trabajar, sino de un alimento celestial que
dura hasta la vida eterna (v. 27). L. Cerfaux ha recogido en la tradición antigua
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iconográfica y literaria suficientes testimonios que nos autorizan a pensar que, a los ajos
de los primeros cristianos, estos "residuos" significaban ya el pan eucarístico destinado
a todas las naciones.
Lo mismo hay que decir si se piensa que la orden de Cristo cobra toda su inteligibilidad
en función de la misión apostólica: así como los apóstoles serán responsables de la
palabra que se les ha dado (17,8), a fin de que los que crean sean consumados en la
unidad, así también deben hacerles partícipes de un mismo pan (cfr. 1 Cor 10,17), para
que pueda decirse de cada creyente que vive en Cristo y Cristo en él (6,56).
2... para reunir en uno todos los hijos de Dios que están dispersos (11,47-52)
Como el Tabernáculo de la Reunión, invadido por la nube luminosa (Ex 33, 9-10), así el
Templo de Jerusalén era tenido por la morada permanente de Dios (1 Re 8,10-13). El
pensamiento del evangelista es hacer resaltar una economía provisional. De hecho,
Jesús la había superado; para Él la gloria, que se manifestaba en forma de nube,
reposaba no solamente sobre Israel, sino sobre el mundo, "y puso su tienda entre
nosotros" (1,14). Juan emplea intencionadamente el verbo skenoo, traducción fiel y
trascripción fonética del hebreo sakan para significar la presencia visible de Dios en la
tierra. Reservada en otro tiempo a un santuario particular, su presencia será ahora
universal. Por esto, comentando las palabras de Jesús: "Destruid este templo y en tres
días lo reedificaré" (2,19), Juan nos hace observar que "Él hablaba de su propio cuerpo"
(2,21), y que después de la resurrección los discípulos lo recordaron y creyeron en la
Escritura. De esta manera el v. 14 del prólogo y la declaración del Salvador se
complementan: el uno, pone el fundamento; la otra, lo relaciona con el suceso que debía
darle todo su esplendor.
Otro aspecto del misterio parece estar implicado en lo que el evangelista creyó oportuno
observar a propósito de las palabras de Caifás: "Vosotros no sabéis nada, ni pensáis que
os interesa que muera un solo hombre por el pueblo y que no perezca toda la nación"
(11,50). Después de la -resurrección de Lázaro, los fariseos se preguntan perplejos:
"¿Qué hacemos? Este hombre obra muchas maravillas. Si le dejarnos así, todos creerán
en Él, y vendrán los romanos y arruinarán nuestro templo y nuestra nación".
Juan hace observar que Caifás, ignorándolo, se vio impulsado a hacer una profecía:
"profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no sólo por la nación sino para
reunir en uno a todos los hijos de Dios que están dispersos" (11,51). Estas expresiones
forman parte del vocabulario profético relativo al reagrupamiento escatológico (cfr. Jer
23,3; Ez 34,12; Is 43,5). En Isaías (2,2-3; 11,3-21) los dispersos afluyen a Jerusalén; en
Ezequiel (37,26-28) Yahvé promete establecer su santuario entre ellos; en Zacarías
(14,16-21) suben al Templo con ocasión de la fiesta de los Tabernáculos. Según san
Juan, los "hijos de Dios dispersos" son aquellos por quienes Cristo muere en cruz,
atrayéndolos hacia Si (3,14).
De repente el signo del Templo (2,1822) adquiría un nuevo valor de representación. A
los ojos de los judíos, la existencia del santuario jerosolimitano era cuestión de vida o
muerte; por razones de Estado creían necesario sacrificar al Justo. Juan pone las. cosas
en su punto. Es cierto que Jesús debe morir, pero no, como lo estiman los judíos, para
evitar la temible catástrofe que su muerte hará inevitable (2,19); al contrario, en el plan
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de Dios la muerte es necesaria para constituir el pueblo de la Redención. Así como
Jesús es el verdadero Templo, morada de Dios en el mundo, también lo es como centro
religioso de todos los redimidos.
3. Era la túnica sin costura, tejida de una sola pieza... (19,23-24)
Es indudable que la sustitución del antiguo Templo por el nuevo, significa la
transformación radical de la economía religiosa, regida por la Ley. Es cierto también
que esta transformación, implica la sustitución de la multitud de víctimas, sacrificadas
en holocausto, por el Cordero de Dios. Pero ¿quién podría ser el sacrificador del
Cordero que quita el pecado del mundo sino Aquel que, por su origen, tenia el poder de
dar su vida y volverla a tomar?
Un índice del interés prestado por san Juan al sacerdocio de Cristo está probablemente
implicado en la mención que Juan, el único entre los evangelistas, hace de la túnica sin
costura, tejida de una sola pieza.
Para captar el motivo de este detalle, omitido por los demás evangelistas, importa no
perder de vista el fin que pretende Juan a lo largo del relato de la Pasión: mostrar el
cumplimiento de las profecías. Impresionado por el hecho de que, antes de aclamarlo
como rey, los soldados romanos vistieron ridículamente a Jesús con una clámide roja,
Juan ennoblece la escena de irrisión, omitiendo las burlas y sustituyendo la
indeterminada "púrpur a" de Marcos o la "clámide de grana" de Mateo por el "manto de
púrpura". La exclamación de Pilato: "He aquí a vuestro rey" en un contexto en que la
palabra rey se repite once veces, es pretendida. Sin saber lo que hacían o lo que decían,
Pilato y los soldados se ven obligados a confesar la dignidad del acusado. Ésta es la
intención de Juan; el manto de púrpura tiene el valor de un símbolo.
La túnica sin costura parece tenerlo igualmente. Teniendo en cuenta la propiedad de los
términos, recordaba los vestidos del Sumo Sacerdote (Ex 28,4; 28,31;29,5).
Juan tiene cuidado en subrayar que los soldados echaron suertes sobre la túnica porque
no querían romperla. San Cipriano ha sacado un argumento en favor de la unidad de la
Iglesia: "Este sacramento de unidad, este vinculo de concordia se muestra cuando en el
evangelio la túnica de N. S. Jesucristo no se divide ni se rasga, sino que, sorteándose el
vestido de Cristo, a quien le toca el vestido de Cristo le loca el vestido integro de Cristo
y posee su túnica incorruptible e indivisible... " (De Catholicae Ecelesiae Unitate, VII).
¿Intuyó esta aplicación el pensamiento del evangelista? Dada la insistencia con que
habla de la unificación de los dispersos por la muerte de Cristo, cabe la posibilidad de
creerlo así. Y en tal caso, la resolución de los soldados deberá ser entendida como una
invitación a evitar los "cismas" que amenazaban a la comunidad (1 Cor 1,10; 11,18;
12,25).
El Templo constituía un vínculo de unión entre los judíos de la Diáspora, porque en
otros lugares se prohibía celebrar el culto. Esto requería un sacerdocio fuertemente
centralizado. Era natural que la vestidura sacerdotal hubiera adquirido una significación
especial.
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Sin duda el texto del Salmo 22: "Se han repartido mis vestidos y echan suertes sobre mi
túnica", no hace referencia a la vestidura del pontífice. Según las leyes del paralelismo
poético, el segundo hemistiquio del verso repite aproximadamente lo expresado en el
primero. Ahora bien, en Sal 22,19 aparece clara una diferencia: en 19a se habla de
"vestidos", en plural, y en 19b de "túnica", en singular. Juan -y en esto se opone a los
sinópticos que hablan indistintamente de "vestiduras"- explica la forma del reparto
usando dos verbos: "se repartieron" y "echaron suertes" para los vestidos y la túnica
respectivamente. ¿Es su intención probar que la profecía se ha cumplido al pie de la
letra? La verosimilitud del hecho de que los soldados se hubieran puesto de acuerdo
para no romper un buen vestido, aboga a su favor. Y en este caso, Juan comprendió la
Escritura a la luz de una anécdota bien observada.
Para el evangelista el vestido, sobre el cual el episodio del sorteo debía concentrar la
atención, era la túnica "enteramente tejida de arriba a bajo". Tenía un sentido figurativo,
lo mismo que el manto de púrpura. Con tal que se tenga en cuenta la declaración de
Jesucristo: "Por ellos Yo me santifico" (17,19), el sentido que la vestidura del Sumo
Sacerdote sugiere, y que pone de relieve al único Sacerdote de la Nueva Ley, es el más
probable.
4. Y con ser tantos los peces no se rompió la red (21,11)
Se trata del relato de la pesca milagrosa, que recuerda al de Le 5, 4-7. Trátese o no de un
milagro, esta pesca prodigiosa pone en contraste la impotencia de los apóstoles,
abandonados a su suerte, con la Virtud del que, habiéndoles escogido para ser
"pescadores de hombres", no dejará de prestarles su asistencia. En Le 5,6 la importancia
de la pesca requiere la ayuda de las dos barcas. En . Juan se valora en "ciento cincuenta
y tres peces", sin contar la morralla pequeña. El simbolismo de este número escapa a
nuestra consideración.
Sin embargo, entre Lucas y Juan hay una diferencia. Mientras en Lucas intervienen los
hijos del Zebcdeo porque las redes empezaban a romperse, Juan tiene el cuidado de
señalar que, a pesar del tamaño (o de la cantidad) de los peces capturados, la red no se
rompió (v. 11). Como en el vestido sin costura, el rasgo deja entrever la unidad de la
Iglesia, aunque bajo otro aspecto.
En el caso de la túnica, la unidad se funda sobre el hecho de que Cristo es el Sacerdote
único que asocia a todos los fieles al culto verdadero (4,23-24). En éste se trata de los
apóstoles, cuya misión consistirá en reunir en la Iglesia a aquellos a quienes fueron
enviados.
El c. 21 pone de relieve la persona de Pedro entre los apóstoles. Si el discípulo amado es
el primero en reconocer a Jesús en el misterioso personaje que les interpela desde la
orilla, Pedro se arroja al agua para salirle al encuentro. Y a la orden de Cristo: "Traed de
los peces que habéis pescado ahora", arrastra hasta la orilla la pesada red, mientras sus
compañeros se lo miran desde la barca. Pedro es quien toma la iniciativa y quien, por lo
menos aparentemente, dirige la maniobra.
Después del almuerzo, presidido por Jesús, Pedro es constituido responsable de la
conducta de todo el rebaño cristiano. Tanto por el contenido como por la forma,
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especialmente por el empleo del nombre "Simón", el pasaje recuerda a Mt-16,1718 y a
Lc 22,31-32. Después de la triple profesión de amor, reparando así negación; el apóstol,
que había arrastrado la red, es investido con el Primado Apostólico. Los "corderos" y las
"ovejas" guardan un paralelismo con los grandes pescados. Así como no se rompió la
red, tampoco el rebaño confiado a su autoridad poded dispersarse.
Sería inexacto decir que Pedro está llamado a reemplazar al Pastor Supremo (10,11-16).
Sin embargo, se le confía especialmente el rebaño; su función y los deberes que
comporta, hasta dar la vida por las ovejas, deberán ser conformes a los ejemplos del
Maestro. De ahí las analogías sobrecogedoras entre los dos fragmentos (21,15-19 y
10,1-18).
Desde nuestro punto de vista, lo que importa retener ahora es que si en la concepción
juanea Cristo, Pastor de todas las ovejas, deja a Pedro el cuidado de apacentar sus
corderos y sus ovejas; es que la unidad del rebaño 8 la del pastor son correlativas.
Conclusión
De lo que precede se puede concluir que la koinonía (comunión) cristiana constituye
uno de los principales centros de interés del cuarto evangelio: queda expresada en
gestos, imágenes y discursos debidamente coordinados. Con relación a los textos
principales, mencionados al principio, los cuatro "signos" que acabamos de estudiar no
son más que satélites de segunda magnitud; forman con ellos un sistema coherente,
gravitando de alguna manera en su órbita. Ya sea con relación al nuevo Templo y al
culto único, ya sea apropósito de los apóstoles como ministros del reagrupamiento
universal, las indicaciones que estos "signos" nos transmiten, nos colocan en las
corrientes de varias tradiciones que se remontan a los primeros tiempos de la Iglesia.
Tradujo y extractó: FRANCISCO ROMA
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