Parque Central, febrero de 2011 3.2. Redes de seguridad en un territorio hostil. “Estas comunidades cerradas (gated communities), de inevitables resonancias neofeudales, responden inicialmente a un intento de las clases sociales acomodadas de reunirse y fortificarse a fin de aislarse de una realidad social que se percibe como irremediablemente peligrosa. Desde esta visión de la inseguridad contemporánea se erigen, en el espacio urbano, áreas residenciales en las que el espacio público se ha privatizado, limitando el libre acceso” “Las comunidades cerradas no garantizan la seguridad,” La Empresa Inmobiliaria Parque Central, EIPC, con la ejecución del cierre arbitrario, ilegal, violatorio de normas técnicas y, definitivamente inútil, en algunas torres, está reforzando la paranoia entorno a la inseguridad subjetiva, coincidiendo y apoyándose en los sectores más retrógrados de Parque Central. Lamentamos esa conducta de una gerencia pública de este Gobierno Revolucionario. Deberían leer y asimilar las Líneas Estratégicas de Acción Política, impulsadas por el presidente comandante Hugo Chávez. Y, sobre todo aplicar las 3R2 a su gestión. Esa gerencia cuando acometa un proyecto o acción cualquiera, debería preguntarse, como recomienda el Comandante Chávez, ¿Dónde está el Socialismo en ese proyecto? Un segundo efecto se hace visible, siguiendo todavía a Garland, en la configuración sociológica y tipológica de las ciudades con la creación de auténticas burbujas de seguridad en medio de un territorio hostil, surgidas de la segregación social y espacial que caracteriza, cada día más, la vida de las grandes ciudades en el mundo. Como consecuencia de la creciente utilización de la inseguridad como argumento importante del marketing inmobiliario, se está transformando la morfología de algunas de las más importantes ciudades, que se han empeñado en crear "zonas residenciales de supresión de riesgos" sólo al alcance de las clases acomodadas. Estas comunidades cerradas (gated communities), de inevitables resonancias neofeudales, responden inicialmente a un intento de las clases sociales acomodadas de reunirse y fortificarse a fin de aislarse de una realidad social que se percibe como irremediablemente peligrosa. Desde esta visión de la inseguridad contemporánea se erigen, en el espacio urbano, áreas residenciales en las que el espacio público se ha privatizado, limitando el libre acceso. Incluyen desde chalés-búnker hasta urbanizaciones fortaleza que incorporan algunas instalaciones deportivas o de reunión (casa club) de propiedad común, igualmente privada. Cuentan con altos niveles de infraestructuras y de calidad de los servicios. Y también disponen de notables dispositivos de seguridad como muros, vallas, vía de escape secuestrada cierre arbitrario y compulsivo puertas, barreras, alarmas y cámaras de vídeo, vigiladas por una policía privada, con el propósito de evitar el libre acceso de transeúntes y, de esta manera, aislarse del caos, la conflictividad y los peligros exteriores. La legislación permite y consolida el carácter privado y cerrado de estos espacios urbanos, distinguiéndolos de otros lugares en la ciudad. Sus residentes, deben atenerse a un código interno que regula su comportamiento social. Son espacios que aparecen como ámbitos homogéneos en comparación con la heterogeneidad de la ciudad abierta. La mayor parte de sus residentes son familias adineradas. La legislación y la normativa, además del precio del suelo y de la vivienda, refuerzan aún más esta homogeneidad. Aunque no modifiquen las tasas de delincuencia, estas, comunidades cerradas consiguen que sus residentes se sientan más seguros. Las comunidades cerradas no garantizan la seguridad, tan sólo limitan sorpresas no deseadas de vida tradicional urbana, como la presencia de forasteros en la puerta de la calle. Y, en todo caso, el nivel de seguridad de un enclave residencial se convierte, en el seno de las clases medias y altas, en un indicador de estatus social. Sin embargo, las comunidades cerradas representan un desafío a los ayuntamientos y sus estrategias de planificación, con el peligro cierto de transformar la ciudad en un laberinto. El desarrollo de este tipo de estructura residencial tiene distintos tipos de impactos. En cuanto al ambiente construido, las comunidades cerradas privatizan las calles y fragmentan el espacio urbano en áreas diferentes con distintos tipos de seguridad. Este afán desmedido por crear espacios blindados, en los que seguir manteniendo el modo de vida insolidario de unos pocos, va generalizando una ciudad dual en la que, por un lado, proliferan las urbanizaciones blindadas, ocupadas por clases altas y medias, en las que sus habitantes se aíslan El Máuser de la Comuna página 2 “Por consiguiente, el marketing de la industria privada de seguridad se dirige, cada vez más, a ofrecer sensación de seguridad más que seguridad efectiva a unos sectores sociales atrapados neuróticamente en los propios miedos.” La noche del 25 enero de 2011, la oposición fascista salió a la “caza” de damnificados, que supuestamente iban a ocupar los ph, y “traer más inseguridad total a sus espacios”. Esos son los “colaboracionistas” de la EIPC. “Este afán desmedido por crear espacios blindados, en los que seguir manteniendo el modo de vida insolidario…….en las que sus habitantes se aíslan y tratan de protegerse de los otros y de sus fobias, imaginarias o reales ………” Venezuela Víctima de la delincuencia 27% Percepción de inseguridad 74% Fuente: 27 Latinobarómetro 2010 y tratan de protegerse de los otros y de sus fobias, imaginarias o reales; y, por el otro, se dejan abandonados a su suerte los suburbios y tugurios sin ley. Además, este blindaje urbano no sólo se circunscribe a las áreas residenciales sino que se va apoderando impunemente de diferentes áreas de la ciudad de teórico uso comunitario, en un proceso de apropiación excluyente de los espacios colectivos. Así, por ejemplo, parques y jardines se van dotando de cerramientos, en tanto que otras áreas de la ciudad se fortifican mediante barreras psicológicas (como una desmedida presencia policial o dispositivos de vigilancia panópticos) que terminan por disuadir de su uso a los excluidos del sistema. Y requiere, claro está, esta diseminación de burbujas de seguridad, la existencia de corredores de seguridad (rutas protegidas) que garanticen la imprescindible libertad de movimientos desde el lugar de residencia a los de trabajo y de ocio (centros de negocios y centros comerciales igualmente protegidos). Estas redes locales de seguridad se conectan entre sí en una red global de seguridad, cuyos puntos nodales estratégicos son los aeropuertos (espacios creciente mente protegidos), garantizando de esta forma una movilidad relativamente segura en un territorio hostil para el sector de la población mundial que disfruta de las libertades del mercado. Sin embargo, en el mercado de la seguridad, ningún nivel de protección, por elevado que pueda parecer, nunca resulta suficiente, Como el deseo, el miedo es insaciable: entonces la búsqueda de seguridad, impulsada por el temor, no se satisface con el logro de un nivel razonable -y, por consiguiente, siempre limitado- de protección ante los riesgos propios de la vida en comunidad y de la vida, en última instancia. La búsqueda privada de seguridad en el mercado de consumo masivo y compulsivo no pretende tanto satisfacer una necesidad real (obtener un nivel razonable de protección) como atender un deseo (ahuyentar el miedo). Por consiguiente, el marketing de la industria privada de seguridad se dirige, cada vez más, a ofrecer sensación de seguridad más que seguridad efectiva a unos sectores sociales atrapados neuróticamente en los propios miedos. De manera que las personas que habitan en una burbuja de seguridad y que se desplazan a través de corredores de seguridad hacia centros de negocios y comerciales fuertemente vigilados, también recurren individualmente al mercado de la seguridad para contratar, en la medida de las posibilidades de cada uno, protección personalizada: instalación de alarmas en la vivienda y en el vehículo, suscripción de pólizas de seguro, adquisición de automóviles blindados e, incluso, contratación de guardaespaldas. Este nuevo mapa de la seguridad, constituido por nodos y enlaces especialmente protegidos, viene a cartografiar los resultados visibles de la redistribución ya no sólo de los bienes sino también de los males (riesgos y conflictos) producidos por un desarrollo económico socialmente desregulado. En particular, este sistema de reasignación de riesgos consiste en, por una parte, asegurar -a través de la mercantilización de la seguridad- a una pequeña parte de la población, en una parte altamente protegida del territorio, el disfrute ilimitado de las libertades ofrecidas por el mercado; y, por la otra, imponer inapelablemente al resto de la población, en el resto desprotegido del territorio, el padecimiento de la contraparte del progreso económico: los riesgos, los conflictos, la inseguridad. En última instancia, la mercantilización neoliberal de la seguridad transforma a los ciudadanos en consumidores de servicios de seguridad, lo cual impacta, por supuesto, en la policía pública. De manera que la policía, entendida como un conjunto articulado y coherente de actividades encaminadas a producir orden y paz social, resulta desgarrada por la acción de fuerzas contradictorias [Sheptycki, 2005]. Así, por un lado, el rigor presupuestario impuesto por la gobernanza neoliberal restringe la capacidad estatal para desarrollar políticas públicas de seguridad; por el otro, las organizaciones públicas de policía son arrastradas hacia arriba a fin de poder combatir mejor el comercio ilegal transnacional. Y, entonces, los vendedores privados de seguridad se afanan en denunciar el déficit local de seguridad que presenta la oferta estatal y, por consiguiente, encuentran ahí el elemento central de la estrategia de marketing que viene insuflando el crecimiento espectacular de la industria privada de la seguridad. La paradoja consiste en que esta intervención privada, lejos de suponer una reducción de la inseguridad objetiva, alimenta la inseguridad subjetiva, que a su vez genera una mayor demanda de seguridad. Tomado de: El rey desnudo La gobernabilidad de la seguridad ciudadana Jaume Curbet Editorial UOC, octubre de 2009