MORAL Y DE POLITICA. - Biblioteca de Historia Constitucional

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EXSAYOS
MS
MORAL
Y DE
POLITICA.
BACON.
ENSAYO*
MORAL Y DE POLÍTICA
TU \ P U C M - O S i OB.
ARCADIO RODA RIVAS,
MADRID.
I M P R E S T A UK M. M I N U É S A,
caile de Jujnelo, num. 19.
1870.
El traductor se reserva los derechos que la ley lo concede.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR.
No ofrecemos al público la traducción de
estos Ensayos como u n trabajo perfecto, sino
como u n trabajo ú t i l . La fama imperecedera y
universal que va u n i d a ai nombre de Francisco
Bacon, sabemos que la debe más p r i n c i p a l m e n te á la obra que dejó comenzada con el titulo
de Grande restauración de las ciencias, que á
las demás que produjo su infatigable y vastísimo i n g e n i o . Pero a u n q u e estos estudios no p u e dan considerarse como su obra, m á s i m p o r t a n t e ,
son sin disputa de u n mérito extraordinario: él
mismo se atreve á reconocerlo así en la dedicatoria de la s e g u n d a edición que hizo al d u q u e
Vi
de l i u k i n g h a m , cuando dice primero, refiriéndose á ellos, *que se complace en a u m e n t a r k
esperanza de que á favor de ia l e n g u a latina,
ipii es n n a l e n g u a universa.:, podrán vivir t i n to como v i v a n los libres y las letras: <. y cuando más acidante añade «ju«.- son ¡uno de los m e jores frutos ijue la Providencia divina le lia
permitido obtener de ios afanes y trabajos de
su p l u m a . »
3
Pero la importancia, y sobro todo la utilidad de este libro se comprende mejor, considerando «fue el hombre (pie lo escribió se había
dedicado desde su t e m p r a n a j u v e n t u d al e s t a dio de todas las ciencias, en las cuales produjo
u n a completa y saludable revolución, y más
tarde al manejo de los negocios políticos: que
su vida en medio de la corte de Inglaterra,
donde llegó á desempeñar cargos importantes,,
le facilitó el conocimiento de las cosas y de los
hombres : (pie sus talentos eran tan propios
para remontarse á las regiones di; las ideas especulativas como para descender hasta el terreno de la práctica, y <jue unidas estas circunstancias á u n espíritu t e n a z m e n t e investigado;
y profundo, debieron enriquecer su inteligencia
con un precioso tesoro de conocimientos, de
c u y a extensión y calidad son u n a mué-ira estos
VI)
n-n.s((.yu.s, publicados por s e g u n d a vez ei imo
if»2.">, cuando y a Labia cumplido ios sesenta y
cuatro de su edad.
A diferencia de otros filósofos y moralistas,
• A\e sólo presentan a la consideración ele ios
hombros modelos ideales, c u y a realidad es incompatible las más veces con la ñaca n a t u r a l e za del h u m a n o linaje, aspira más bien á i n d i carnos los escollos que nos a m e n a z a n en el m a r
de la existencia, y los puertos y ensenadas
donde puede buscarse u n refugio en los dias
tempestuosos. Pero no sólo nos e n c a m i n a con
sus preceptos hacia la perfección moral, sino
'¿lie lijando su vista en las relaciones qu*
unen al hombre con los demás hombres y
con la sociedad en que vive, presenta los caracteres individuales más peligrosos y el modo
de conducirse con ellos, y traza la conducta
que se debe seguir para lograr la consecución
de todos los Unes justos y legítimos. Conocedor de la g r a n d e influencia que los h o m bres de gobierno y los príncipes ejercen en la
sociedad, dirige á ellos m u c h a s veces las prudentes observaciones que halda sacado de la
historia de los pueblos, ó de los mismos acontecimientos de que h a l d a sido actor ó espectador. No olvidando n a d a de c n a n t o puede con-
VUI
tribuir principalmente al bienestar de los hombres, hasta da e n uno de sus artículos alguno.-;
consejos sobre el modo de conservar la salud,
ios cuales nos parecen de u n valor incuestionable, comparados con los que hemos visto en alg u n a s olí ras de h i g i e n e .
Se conoce, no obstante, en el conjunto de
estos Ensayos, que el autor escribía á fines de!
siglo XVI y principios del XVII: en lo poco que
habla de asuntos económicos, se ve que a b u n d a
en los errores que e r a n patrimonio de aquella
época, y que esta r a m a del saber no fué la q u e
m á s ocupó su poderosa i n t e l i g e n c i a : estos son,
sin e m b a r g o , pequeños lunares que apenas se
divisan en un trabajo enciclopédico como este,
y que no m e r m a n su importancia ni su m é r i to, de i g u a l modo que u n a obra arquetipa y
m o n u m e n t a l del arte a n t i g u o no desmerece
casi n a d a a u n q u e el tiempo la h a y a señalado
con su h u e l l a , ó a u n q u e se note entre la m u l titud de sus bellezas a l g u n a ligera incorrección .
La parte política de esta obra es d i g n a de
meditarse m u c h o , especialmente por los h o m bres que se sientan empujados por su destino
hacia el terreno áspero y peligroso de los negocios públicos. No desconocemos el dictamen coi:-
IX
trario al nuestro, que sobre las opiniones de Bacon relativas á este punto, h a n formado escritores m u y ilustres; pero á pesar del respeto que se
merecen, insistimos en creer que el hombre que
se educa y prepara para lanzarse en el m a r proceloso de la política, debe buscar en todas partes
armas y recursos para hacer posible y próspera
su navegación. Pues qué, ¿ha de aventurarse
indefenso en n n camino sembrado de riesgos y
emboscadas? ¿Se h a de considerar i n v u l n e r a b l e
con la sola defensa que le ofrezca su v i r t u d ,
cuando la virtud sin la sagacidad y la p r u d e n cia, es u n peto que más bien atrae que rechaza
los dardos de la maldad? El decir á los hombres
que sean honrados solamente, es decirles la m i tad de lo que deben saber: el enseñarles á que
sean honrados y á que sepan conocer las m a q u i naciones de los perversos y librarse de ellas, es
completar su enseñanza con u n a doctrina esencialísima. Cuanto más puros y cuanto más bellos y elevados sean los sentimientos de u n
hombre, t a n t a mayor es su necesidad de aprender toda, la bajeza y depravación de que son capaces a l g u n a s criaturas. Bacon sabía que los
hombres no pueden convertirse en ángeles
mientras se hallen en esta vida perecedera cubiertos de su cascara mortal, y en vez de pro-
X
ponerse u n imposible, dirige sus esfuerzos á
que no sean víctimas n i verdugos.
Por más que sus creencias religiosas no sean
e x a c t a m e n t e las que a b r i g a nuestra alma, preciso es concederle que se ocupa de e4os asuntos
con u n a templanza y circunspección (liguas de
elogio, y que sus palabras están animadas de
u n sentimiento conciliador y tolerante, inspirado sin duda por Ja lectura de las hermos;'p á g i n a s del E v a n g e l i o .
Tributaremos u n a muestra de respeto á la
verdad, tal cismo nuestro pensamiento la comprende, añadiendo que algunos capítulos pueden servir lo mismo para indicar al hombre
honrado el mal camino de que debe apartarse,
que para enseñar al de torcidas intenciones el
modo de ser más infame; pero a u n en estos casos, j a m á s cita el ejemplo de u n hecho detestable sin lanzar contra él todo el peso de su reprobación .
Podemos decir por consecuencia, que esta
obra es de g r a n d e utilidad para las personas de
alta categoría i g u a l m e n t e que para las de posición social menos elevada, y que si el hombre de escasos conocimientos tiene en ella m u cho que aprender, t a m b i é n el que posea u n a
extensa ilustración encontrará algo nuevo que
XI
añadir al caudal de los suyos. Los jóvenes, sobre todo, nos parece que h a b r í a n de sacar de su
lectura u n provecho considerable, puesto que
contiene el fruto sazonado de c i n c u e n t a años
de estudios hechos en los libros y en los n e g o cios del m u n d o . Un joven puede poseer talentos naturales y cierto fondo do instrucción:
¿pero do qué le sirven estos recursos si no están
auxiliados por la experiencia,? ¿No es la experiencia la que proporciona á, la edad m a d u r a
las ventajas que ésta lleva siempre á los pocos
años para conocer y evitar los peligros de que
esta sembrada la. vida? ¿No son t a m b i é n las lecciones de la experiencia las que mayores y más
dolorosos sacriíicios cuestan ai hombre, y las
que más t a r d a n en llegar á fortalecer su razón,
cuando prefiere recibirlas del tiempo más bien
que de las palabras de los sabios? Esto es i n cuestionable, y no vacilamos en a s e g u r a r que
la colección de Ensayos que presentamos traducida , es un verdadero tesoro para la .juventud.
Pero no vaya á, creerse que u n a m i r a d a s u perficial basta para aprender en estas páginas
todo lo que ellas pueden e n s e ñ a r : los g r a n d e s
ingenios llenan sus escritos do sólidos pensamientos, y es preciso leerlos d e t e n i d a m e n t e
XII
para aprovechar toda su doctrina: el espíritu es
e n cierto modo comparable al estómago, que
no puede digerir de una vez gran cantidad de
alimentos m u y sustanciosos.
NOTA.
Si esta obra fuese bien recibida del p ú -
blico, no t a r d a r í a m o s en publicar la traducción de
las demás obras de B a c o n , que desde hace algún
tiempo tenemos comenzada.
BACON.
ENSAYOS DE MORAL Y DE POLÍTICA.
I.
i)K
LA
VEIÌDAD.
¿Qué es la verdad? p r e g u n t a b a Pílades irón i c a m e n t e y sin querer a g u a r d a r la respuesta.
Se ven muchas personas q u e , m i r a n d o como
u n a esclavitud la necesidad de tener opiniones
y principios fijos, quieren gozar de u n a entera
libertad, tanto en sus pensamientos como en
sus acciones. La secta de los filósofos que dudaban de todo, se e x t i n g u i ó hace mucho tiempo;
pero todavia se e n c u e n t r a n muchos espíritus
vagos é inciertos que parecen contagiados de la
misma m a n í a , a u n q u e sin tener t a n t o vigor y
profundidad como los a n t i g u o s excépticos. Sin
e m b a r g o , la causa que h a acreditado y consa-
grado tantos errores, no ha consistido en las dificultades que es necesario vencer para descubrir la v e r d a d , n i en el trabajo porfiado que
e x i g e esta investigación, n i en aquella especie
de y u g o que parece imponer al pensamiento
cuando se la encuentra, sino en un amor n a t u ral por la m e n t i r a m i s m a .
E n t r e los filósofos más modernos de la escuela g r i e g a , h a y uno que se ha ocupado m u y
especialmente de esta cuestión, y que ha procurado en vano investigar la causa, por la cual
tienen los hombres u n a predilección tan m a r cada hacia la m e n t i r a , siendo así que no les
proporciona placer como á los poetas, ni provecho como á los mercaderes, sino que por el contrario parecen amarla por ella m i s m a . Yo resolvería esta cuestión del modo s i g u i e n t e : lo m i s mo que u n dia m u y claro es menos favorable
al efecto de las decoraciones escénicas que la
luz débil de las bugías y de los candelabros, lo
mismo la verdad en todo su esplendor, es t a m bién menos favorable al prestigio, al adorno y
á la pompa teatral del m u n d o , que su luz u n
poco debilitada por la m e n t i r a . La verdad, t a n
preciosa como parece, no tiene acaso mas que
u n valor comparable al de u n a perla que necesita el auxilio de la luz del dia para presentar
- Jó —
todo su mérito, y no i g u a l al de u n brillante,
cuyos propios resplandores aventajan á las l u ces. Sea do esto lo que quiera, no es dudoso que
un poco de ficción mezclada con la verdad causa siempre placer.
Quitar al espíritu las vanas opiniones. las
falsas apreciaciones, las ilusiones seductoras y
todas las quiméricas esperanzas de que se a l i menta, sería acaso condenarlo al enojo, al disgusto, á la melancolía y al desaliento. Uno ríe
los más grandes doctores de la Iglesia, y cuya
severidad nos parece otras veces u n poco excesiva, llama, á la poesía el vino de los demonios,
fundándose en que las ilusiones de que llena la
imaginación ocasionan una especie de embriaguez, y sin embargo, la poesía no es m a s que la
sombra de la mentira. Pero la, m e n t i r a en realidad perjudicial, no es la que toca l i g e r a m e n te a! espíritu h u m a n o , y que no hace, por d e cirlo así, n a d a más que pasar á su lado y rozándose con él; sino la que lo penetra más profundamente y se fija en el e n t e n d i m i e n t o , que
es aquella de que hablamos más arriba.
Sea cualquiera la, idea que los hombres p u e dan formarse de lo verdadero y de lo falso en
»4 extravío de sus juicios y depravación de sus
alecciones, la verdad, que no tiene más juez
—
1(1
—
que ella m i s m a , nos enseña que su investigación, conocimiento y sentimiento, que se parecen al deseo, á la vista y al goce, son el mayor
bien que puede concederse á los mortales. Lo
primero que Dios creó en los dias de la formación del universo, fué la luz de los sentidos, y
lo último, la luz de la razón; pero su obra etern a , obra propia del sábado, es la iluminación
m i s m a del espíritu h u m a n o . Üesde un principio
derramó la luz sobre la superficie de la materia
ó sobre el caos, después sobre la faz del hombre
que acababa de formar, y por último, extendió
e t e r n a m e n t e la luz más viva y pura en las almas de los escogidos. Lucrecio, ese poeta que ha
sabido dar a l g ú n realce á la última y más rep u g n a n t e de las sectas, ha dicho con la elegancia que le es propia: «Un placer bastante agradable es el de u n hombre que desde lo alto de la
roca donde está sentado, contempla u n navio
combatido por la tempestad. Es i g u a l m e n t e d e licioso m i r a r desde u n a torre elevada dos ejércitos que pelean en u n a vasta llanura, y ver
incierta la victoria, pasar del uno al otro altern a t i v a m e n t e . Pero no h a y n i n g ú n placer comparable al que experimenta u n sabio que desde
las alturas de la verdad, alturas en que nadie
ejerce t i r a n í a y donde reina perpetuamente
un aire t a n puro como sereno, dirige sus t r a n quilas miradas sóbrelas opiniones engañosas y
sobre las tempestades de las pasiones h u m a nas:^ y a ú n debería a ñ a d i r que semejante espectáculo no excita en nosotros mas que u n a
i n d u l g e n t e conmiseración, y no orgullo n i desprecio. Ciertamente, todo mortal que a n i m a d o
del fuego divino de la caridad, y descansando
sobre el seno de la. Providencia, no tiene otro
pensamiento ni otro norte que la verdad, goza
desde este m u n d o de los bienes celestiales de la
otra vida.
Si pasamos ahora de la verdad filosófica ó
teológica á la verdad práctica, ó más bien á la
buena le y la sinceridad en los asuntos del
m u n d o , no podremos d u d a r , y esta es una. m á i m n incontestable a ú n para ;»n-olios que piensan de distinto modo, que u n a con iucta franca
y siempre recta no es lo que da m a y o r elevación y d i g n i d a d á los hombres, y que la. falsedad en id comercio de la. vida, es semejante á
los metales viles que se alean con el oro, que
a u n q u e le hacen más fácil de trabajar d i s m i n u y e n su valor. Todos estos caminos oblicuos y
tortuosos, asemejan el hombre á la. serpiente,
que se arrastra porque no sabe m a r c h a r de otro
modo. No hay vicio más vergonzoso n i que más
v
degrade, que el de la perfidia, ni papel más
h u m i l l a n t e que el de un embustero, ó el de u n
tramposo, cogidos i n f r a g a n i i ó sobre el delito.
Así es, que M o n t a i g n e , buscando la razón por la
cual el ser desmentido es u n a afrenta i a n grande, resolvió así esta cuestión con su d r - w r n i miento ordinario: «Si fijamos bien la atención,
¿qué es un mentiroso sino un hombre que tome
á los hombres y que desprecia á Dios? > V on
efecto, m e n t i r , ¿no es i n s u l t a r á Dios misino y
doblarse cobardemente delante de los hombres''
Por último, para dar una idea de la enorme
m a g n i t u d de los crímenes que ocasionan la mentira y la falsedad, diremos que estos vicies, Hollando la medida, de l«s iniquidades h u m a n a s ,
h a n de sor como la trompeta que llamará sobre
los hombres •»! juicio de Dios: p u ^ s está escrito
que cuando el .Salvador del mondo descienda
eníiv nosotros, no encontrará la buena fó sobre
la tierra.
II.
DK LA
MXERTK.
Los hombros t e m e n la m u e r t e como los n i ños temen las tinieblas, y lo que contribuye á
los terrores que e x p e r i m e n t a n , son los cuentos
tenebrosos con que se les embanca. Xo cabe
duda en que las profundas meditaciones sobre
la m u e r t e , considerada como consecuencia del
pecado original y como paso para entrar en la
otra vida., son u n a ocupación piadosa y saladable; pero el temor de la m u e r t e , mirada como
u n tributo que es preciso p a g a r á. la n a t u r a l e za, es u n a verdadera debilidad. Hasta en las
meditaciones religiosas sobre este asunto, entra a l g u n a s veces puerilidad y superstición: por
ejemplo, en uno de esos libros que m e d i t a n los
—
20 —
rnonges para prepararse á la m u e r t e , se lee lo
que s i g u e : «Si la más peque Ha herida hecha en
u n dedo puede causar tan vivos dolores, ¿que
horrible suplicio no debe ser la muerte, que es
la disolución ó la corrupción del cuerpo entero?.'..
Conclusión absurda y despreeiuUo. puesto que
la fractura o dislocación de un solo miembro
causa más g r a n d e s dolores que la mu crie m i s m a , no siendo las partes esenciales , i la vidalas más sensibles, lis m u y juiciosa la frase del
escritor que h a dicho, hablando solamente come
filósofo y h o m b r e de m u n d o : «El apáralo de la
m u e r t e es más terrible (pie la muerte misma.e
E n eí'ecto, ios g e m i d o s , las con\ulsiones. la
palidez del rostro, la tristeza de jo-: amigos, la
desolación de la familia y ei ¡águb'.o a ornato de
los funerales, es lo que hace ¡i la m u e l l e t a n
terrible.
Conviene observar á esie p r o p ó s i t o , que no
h a y en el corazón del hombre ninguna, pasión
t a n débil que no pueda i - o b i o p o r i e r . s e a! temor
de la m u e r t e . La m u e r t e no es. pues, un e n e m i g o t a n formidable, puesto que e¡ hombre
t i e n e siempre en sí mismo rceurses c o n que
vencerla. Kl deseo de v e n g a n z a triimí'u tle ella,
el amor la desprecia, el honor la desea, la desesperación la elige por refugio, el miedo la
apresura, la le la abraza con u n a especie de
gozo, y si hemos de creer lo que dice la historia de Roma, después que el emperador Otón se
hubo dado la m u e r t e , la compasión, que es la
m á s débil de las ,-: lecciones h u m a n a s , determinó
á algunos de los que le eran más afectos á seg u i r su ejemplo: resolución, repito, que t o m a ron por pura compasión hacia su jefe y como la
única digna, de sus parciales. A estas causas
añade Séneca el enojo, la saciedad y el d i s g u s to: •'-•Para despreciar la m u e r t e , dice este filósofo, no h a y necesidad de valor ni desesperación;
basta, permanecer mucho tiempo haciendo y
deshaciendo una misma cosa, y estar hastiado
de la vida. >
Un hecho i g u a l m e n t e d i g n o de atenderse,
es la poca alteración que la proximidad de la
muerte produjo en el a l m a firme y generosa de
ciertas pí-ivonas que no desmintieron su vida
pasada ni a u n en estos últimos momentos,
siendo dignos de sí mismos hasta su fin. Por
ejemplo, la« úllimas palabras de César Augusto
fueron u n a especie de cumplido: <Livia, dijo á
su esposa, adiós, y acordaos de nuestro m a t r i monio. •> Tiberio disimulaba todavía en sus ú l t i mos momentos: «Ya,, dice Tácito, sus fuerzas le
a b a n d o n a b a n , pero la disimulación quedaba
->2
a ú n . > Yespasiano murió chanceándose, y seata;lo en su silla dijo cuando poco á poco so le escapaba la vida; <>;Ah! yo creo que me convierto en u n dios, v Las últimas palabras de (Jaiba,
fueron u n a especie de sentencia: Soldado, exclamó, si t ú crees m i muerte útil al pueble
romano, hiere :>> y después él mismo presento
el cuello á su asesino. Scptimio • overo murió
despachando un asunto: '•.Aproximaos, dijo, y
concluyamos esto; por poco que me reste de
vida, a ú n quedará tiempo para hacerlo.* Y lo
mismo podría decirse de otros muchos personajes.
Los estoicos ponían mucho cuidado en exc i t a r l o s hombres á despreciar la m u e r t e , siendo así que todos sus preparativos contribuyen a
hacerla más imponente. Yo prefiero ni que ha
dicho que v í a muerto es el último acto, ó el
desenlace del drama de la vida.» Es tan natural morir como nacer, y quizá el hombre sufra
más a! nacer que al morir. El que muere en
mitad de u n g r a n designio con que está profundamente ocupado, siente la muerte de i g u a l
modo que el guerrero que es herido m o r t a l m e u te en el calor de un combate. La ventaja propia
de todo g r a n bien al cual se aspira y que llena
el a l m a por completo, es quitar el sentimiento
—
T-y
—
del dolor y de la m u e r t e m i s m a . Pero dichoso,
m i l veces dichoso, el que estando dedicado á u n
objeto verdaderamente d i g n o de sus esperanzas
y de su atención, puede al morir cantar como
Simeón: A'/'i/c lívnúttis, etc. Otra ventaja de la
muerte es abrir al g r a n d e hombre el templo de
ia fama y e x t i n g u i r al mismo tiempo la e n v i dia. «Ese mismo hombre, dice Horacio, á quien
todos envidian, tan pronto como cierre los ojos
será de todos querido.»
III.
!)t: LA ONU DAD
X)VA, S U N T I M r E X T o
EX 1-A IGLKSTA
CRISTI AX A.
Siendo la religión el principal vínculo de la
sociedad h u m a n a , debería desear esta misma
sociedad que la religión se fortaleciese por los
estrechos lazos de la verdadera unidad. Las d i -
tensiones y los cismas en materia de religión,
son u n azote que era desconocido á los paganos.
La razón de esta diferencia consiste en que el
paganismo estaba compuesto más bien de ritos
y ceremonias relativas al culto de los dioses,
que do dogmas positivos y de u n a creencia fija:
fácil cosa es adivinar lo que podia ser la fe de
los p a g a n o s , mirando simplemente que so
Iglesia, no tenia por doctores nada, más que
poetas. Pero el Espíritu Santo, hablando de los
atributos del verdadero Dios, dice que es un
Dios celoso, por lo cual su culto no sufre ni mezcla n i corrupción. Creemos, pues, poder permitirnos a l g u n a s reflexiones sobre el importante asunto de la unidad de la Iglesia, y trataremos de responder satisfactoriamente á estas tres
p r e g u n t a s : ¿Cuáles serían los frutos de la u n i dad religiosa? ¿Cuáles son sus verdaderos limites? ¿Por qué medios podría establecerse?
E n cuanto á los frutos de esta unidad, además de que sería a g r a d a b l e á Dios, que debe ser
el principal fin de la vida y el objeto de los objetos, procuraría dos ventajas principales, de
las cuales la u n a miraría á los (pie están ahora
fuera de la iglesia, siendo la otra propia de los
que se e n c u e n t r a n ya en su seno. Hay además,
que el mayor de todos ios escándalos posibles,
Y sin duda el más manifiesto, consiste en los
cismas y en las h e r e j í a s : escándalo peo? que los
que nacen de la corrupción de las costumbres,
pues en este concepto sucede lo mismo al cuerpo espiritual de la Iglesia que al cuerpo h u m a no, en el que u n a herida y u n a solución de
continuidad son frecuentemente un m a l menos
peligroso que la corrupción de los humores; de
suerte que no existe causa más poderosa para
alejar de la Iglesia á los que están fuera de su
seno y para desterrar de ella á los que se h a llan bajo su dominio, que los ataques dirigidos
contra la unidad.
Así es, que cuando los sentimientos están
excesivamente divididos, se oye g r i t a r á unos:
«Vedla allá en las soledades;» y decir á otros:
\'n, rió, miradla aquí en el santuario; es decir, cuando los unos buscan á Cristo en los
conciliábulos de los heréticos, y los otros en la
faz exterior de la Iglesia. Entonces es cuando
se debe tener constantemente en la memoria,
aquella frase de las Santas Escrituras: ^Guardaos de salir.» El Apóstol de los g e n t i l e s , cuyo
ministerio y vocación estaban especialmente
consagrados á introducir en la Iglesia á los que
se hallaban fuera de su seno, se expresaba así
hablando á los infieles: «Si u n p a g a n o ó c u a l -
—
2<; —
quiera otro infiel entrase en vuestra Iglesia y os
oyese hablar diferentes l e n g u a s , ¿qué pensaría
de vosotros? ¿No os tomaría por insensatos?.
C i e r t a m e n t e que los ateos no se escandalizan
menos cuando s e l e s aturde con el ruido de las
disputas y controversias sobre la religión, siendo esto lo que los aleja de la Iglesia, y los induce á burlarse de las cosas santas. Aunque u n
asunto t a n serio como este parece excluir toda
ciase de e p i g r a m a s ó de chanzas, no puedo menos de referir aquí u n rasgo de tal naturaleza
que puede dar una j u s t a idea do los malos efectos de las disputas teológicas. Un gracioso de
oficio ha i n v e n t a d o en el catalogo de u n a biblioteca i m a g i n a r i a , u n libro con este título:
«Piruetas y monadas de los heréticos. >> V en
efecto, no h a y n i n g u n a secta que no t e n g a alg u n a actitud ridicula y a l g u n a puerilidad que
le sea propia y la caracterice: extravagancias
que, llamando la atención de los hombres descreídos y de los políticos depravados, excitan
su desprecio y les dan pié para mofarse y ridiculizar los sagrados misterios.
Respecto de los que se e n c u e n t r a n y a en el
seno de la Iglesia, los resultados que pueden
obtener de la unidad de ésta, están comprendidos en el goce de la paz que les proporciona.
lo cual encierra u n a infinidad de bienes inestimables, estableciendo y afirmando la te y avivando el fuego divino de ia caridad. Además
de esto, la paz de la Iglesia parece que destila
en las conciencias y que hace reinar en ellas
esa serenidad que presenta en el exterior. E n
fin, dicha, paz conduce á los que se contentarían con escribir y leer controversias ó polémicas religiosas, hasta llevarlos á fijar su a t e n ción en los tratados que respiran sentimientos
h u m i l d e s y piadosos.
Hablando de los limites de la u n i d a d , i m porta ante todo determinarlos bien; pues se
puede incurrir en los dos extremos opuestos:
los unos, animados de u n falso celo, parecen
rechazar toda palabra que tienda á u n a pacificación. «¿Está todo en paz? Y respondió J e h ú :
¿Qué tienes t ú que ver con la paz? Pasa y sig ú e m e . » La paz no es el fin de los hombres
de este carácter, y ellos no tratan mas que de
hacer predominar la opinión y la secta que
sostienen. Otros al contrario, semejantes á los
Laodiceos, más tibios sobre el asunto de la r e ligión, é i m a g i n a n d o que se podría con la a y u da de cierto temperamento y de ciertas proposiciones medias, y participando de opiniones
contrarias, conciliar con destreza los puntos
que parezcan más contradictorios, dan á e n t e n der con esta, conducta, que pretenden ser mediadores entre Dios y los hombres. Pero es necesario evitar i g u a l m e n t e estos dos extremos, lo
c u a l se conseguirá explicando y determinando
de u n a manera clara y para todos inteligible,
en qué consiste precisamente esta alianza, cuyas condiciones ha estipulado el Salvador del
m u n d o por medio de dos sentencias ó cláusulas que á primera vista parecen contradictorias: «El que no está con nosotros, es contra
nosotros: el que no está contra nosotros, es con
nosotros:» es decir, si se. tiene cuidado de separar y d i s t i n g u i r bien los puntos fundamentales
y esenciales de la religión, de aquellos que sólo
deben ser minutos como opiniones verosímiles
y como simples miras que t i e n e n por objeto el
orden y disciplina de la Iglesia. Algunos de
nuestros lectores creerán acaso que no hacemos
a q u í n a d a más que manosear de nuevo un
asunto trivial y cuestionado, y proponer i n ú t i l m e n t e cosas ya. ejecutadas: pero ¡os que tal
piensen i n c u r r i r á n en u n error, puesto que si
distinciones tan necesarias se hubiesen h e cho con más imparcialidad, habrían sido más
g e n e r a l m e n t e adoptadas. Probaré sólo á dirig i r sobre este importante asunto a l g u n a s m i -
—
29
—
radas proporcionadas á m i débil i n t e l i g e n c i a .
H a y dos especies de controversias que pueden desgarrar el seno de la iglesia y que es
preciso evitar i g u a l m e n t e : la u n a tiene l u g a r
cuando ei punto que constituye ia cuestión es
frivolo y falto ¡lo importancia, y no merece, por
consiguiente, que sotóme con calor la disputa,
en cuyo caso no h a y ni se atiende otro principio que al espíritu de contradicción; porque
como lia observado uno de los Padres de la
Iglesia, la túnica de Cristo no tenia costuras,
pero el ves!ido de la Igiosia está abigarrado de
diferentes coluros: con este motivo da el precepto siguiente: - H a y a variedad en este vestido,
pero r:o haya. (f.i;vjcii',--jHcs,
pues la unidad y la
uniformidad son dos cosas m u y diferentes.* El
otro género de controversias tiene l u g a r , cuando siendo más importante el punto de ia cuestión se le oscurece a fuerza de sutilezas, de
suerte que e¡¡ íes a r g u m e n t o s alegados por una
y otra parle so e n c u e n t r a más ingenio y astucia que sustancia y suiidez. F r e c u e n t e m e n t e
sucede que cuando un hombre dotado de b u e n
juicio y penetración oye á. dos ignorantes que
disputan acalorados, se apercibe en s e g u i d a de
que en ei fondo se^ del mismo d i c t a m e n , y de
que no diíicron n a d a más que en las expresio-
—
30
—
nes. a u n q u e entrambos abandonados á sí mismos no puedan llegar á entenderse por medio
de u n a buena definición. Pero si á pesar de la
pequeñísima diferencia que puede encontrarse
entre los juicios h u m a n o s , u n hombre, puede
tener bastante ventaja sobre otros hombres para
hacerles u n a observación que los concilie, es
m u y natural creer que Dios, que desde lo alto
de los cielos penetra en todos los corazones y loe
en todos 'os e n t e n d i m i e n t o s , vea aun más frec u e n t e m e n t e una. misma opinión en dos aserciones donde lo? hombres, cuyo juicio es t a n
débil, crean ver dos pareceres diferentes, y que
él se d i g n e dispensar á entrambos su aceptación. San Pablo nos da u n a j u s t a idea de Jas
controversias de este g é n e r o y de sus efectos, en
la advertencia y el precepto que ofrece con este
mismo motivo; "Evitad, dice, ese profano neologismo que da. l u g a r á tantos altercados, y las
vanas disputas de palabras que usurpan el nombre á la ciencia. Los hombres se suscitan á sí mismos dificultades y motivos de disputa donde estos no exist e n : disputas que no tienen otro origen n i fundamento que la g r a n d e afición á usar nuevos
términos, cuyo significado se lija de m a n e r a
que en vez de ajusfar las palabras al pensa-
—
—
miento, es al contrario el pensamiento el que
se ajusta á las palabras.
Hay t a m b i é n dos especies de paz y de u n i dad que deben mirarse como falsas: la u n a es
ja. que tiene por fundamento u n a ignorancia
implícita, puesto que todos los colores se i g u a lan, ó mejor dicho, se confunden en las tinieblas. La otra es la que tiene por base el asentimiento directo, formal y positivo de dos opiniones contradictorias sobre puntos esenciales y
fundaniental.es. La verdad y el error sobre a s u n tos de e<t.a naturaleza, pueden compararse al
hierro y al barro de que estaban compuestos los
dedos de los píos de la estatua que Nubucodonosor vio cu sueños: se puede conseguir que se
adhieran, poro es imposiblo que se aleen.
Kn cuanto á los medios y disposiciones de
que puede hacerse uso para lograr esa u n i d a d ,
no deben n u n c a los hombres esforzarse por establecerla y sostenerla, hasta el extremo de tener que olvidarse de las leyes de la caridad, ó
de cualquiera otra ley fundamental de la sociedad humana. Hay entre los cristianos dos clases
de espadas, la u n a espiritual y la otra temporal,
y teniendo cada u n a de ellas su destino y oficio
especiales, deben ser convenientemente empleadas en m a n t e n e r la, religión; pero en n i n -
g o n caso deberá echarse mano de aquella tercera espacia de i l a h o m a ; ó diciérulolo de otro
modo, en n i n g ú n caso será preciso propagar la
religión por la fuerza de las a r m a s , ni violentar
las conciencias por medio de sangrientas persecuciones, á menos que h a y a que remediar un
escándalo nmv, ¡tiesto, blasfemias horribles, ó
conspiraciones contra el Estado, combinadas
con heregías. Mucho menos a ú n se debo tomar
el pretexto do ¡a religión para fomentar sediciones, autorizar conjuraciones ó promover revueltas, poniendo armas en manos del pueblo,
ó empleando cualquier otro medio de esta n a turaleza, que tienda á la subversión de toda
especie de orden y de gobierno. Emplear estos
odiosos medios es poner en contradicción las
tablas de la ley, y considerando á los hombres
como cristianos, olvidar que los cristianes son
hombres. l'A poeta Lucrecio, no padiendo aprobar la horrible acción de A g a m e n ó n , que sacrificó á su propia luja, e v e l a m a i n d i g n a d o : -qTnn
horrenda atrocidad ha podido inspirar la religión!/ ¿Y qué hubiera nicho de la m a t a n z a de
San I'arteiomy, si estos horrorosos atentados
h u b i e r a n sido cometidos en su tiempo? Semej a n t e s horrores h a b r í a n a u m e n t a d o cien veces
más los epicúreos y ateos que existían.
V.xi el caso mismo de estar obligados á emplear ia espada en servicio de la r e l i g i o n , debe
obrarse con la nu¡s g r a n d e circunspección
y
prudencia., siendo una. m e d i d a abominnbio pon e r esie üriir¡. cu las manos 'del populacho.
Abandónenlo- tales medios a los anabaptistas y
á otras ím-ias del mismo t e m p l e . S e g u r a m e n t e
pronunció eí demonio u n a g r a n b í a s í e m i ; cuando dijo: <•<?,; r, levantar.'*, y seré semejante ai Todopoderoso:* poro m a y o r es todavía presentar á
Dios rr, escena, si uodemos expresarnos de este
modo, y hacerle nocir: «Yo descenderé, y m e
Laré semejante ai príncipe de las tinieblas.»
¿Será u n sacrilegio más excusa ido d e g r a d a r ia
causa ¡le ¡a religion, hasta el extreme, de reducirla á aconsejar ó cometer en «u n o m b r e a t e n tados tan. exeerab'os como los une hemos c i t a do, como asesinatos de príncipes, como m a t a n zas de pueblos e n t e r o s , sublevaciones
contra
gobiernos, ele? ;.Xo sería esto hacer descender
al Espíritu Sa.nto. no bajo la forma de paloma,
sino bajo la forma do u n buitre, é izar sobre la
'pacifica nave de la Iglesia el odioso pabellón
que enarbolan sobro sus buques los piratas y los
asesinos? E s , p u e s , a b s o l u t a m e n t e
necesario,
que armándose ia iglesia de su doctrina y de
sus augustos decretos, armándose los principes
de su espada y los hombres esclarecidos del caduceo de la teología y de la filosofía moral,
todos se concierten y coaliguen para condenar
y e n t r e g a r para siempre al fuego del infierno
toda acción de esta naturaleza y toda doctrina
que tienda á justificarla, siendo esto cabalmente lo que y a se ha hecho en g r a n parte. Nadie
duda que en toda deliberación sobre la relig i ó n , se debe tener m u y presente esto consejo
del Apóstol: «La cólera del hombre no puede
cumplir la j u s t i c i a d i v i n a . »
Terminaremos este articulo con u n a observación memorable de uno de los Sontos Ladres:
(Aquellos, dice, que sostienen que se deben
violentar las conciencias, están interesados en
hablar así: y este dogma abominable es para
ellos un medio de satisfacer sus d i o s a s pasiones.
IV.
DK
f.A
VKXCUXZ.V.
La. v e n g a n z a es u n a especie do j u s t i c i a barbara y salvaje, fas leyes deben procurar su
completa, extirpación; porque si es m u y cierto
que la primera ofensa ó el primer delito ofende
á la ley, t a m b i é n lo es que la v e n g a n z a la dest i t u y e y so coloca en su lugar. Si se mira con
detención, la v e n g a n z a no hace otra cosa que
igualarnos a nuestros enemigo*, m i e n t r a s que
perdonándolos nos hacemos m u y superiores á
ellos: perdonar ó hacer gracia es u n a prerogativa de los reyes: «La verdadera gloria del h o m bre, ha. dicho Salomón, es despreciar las ofensas.» El pasado dejó de existir, es irrevocable,
y los sabios t i e n e n bastante con pensar en el
—
--
presente y en el porvenir. Asi pues, ocuparse
m u c h o del pasado, es perder el tiempo y atormentarse i n ú t i l m e n t e .
Nadie hace u n a injuria por la injuria mism a , sino por el placer, el provecho ó ei honor
que espera sacar de ella. Y esto establecido, ¿qué
razón h a y para irritarse contra otro hombre
porque urna más su persona que la. nuestra? Y
a u n ¿oponiendo u n sugoto de t a n m a l a índole
que nos ofenda s i n f í n n i n g u n o y por pura malevolencia, ¿á qué nos hemos de enfadar? Semejante hombre sería, por lo menos en apariencia, de i g u a l naturaleza que ios espinos y las
zarzas, que p i n c h a n y a r a ñ a n porque no pueden hacer oirá cosa.
El género de venganza, más excusable, es
aquel que t i e n e por objeto castigar i, j a r í a s que
se cpcap.-m á la acción de las leyes: pero de
cualquier modo, deberá tomarse la \mm,.anza
con cierta p r u d e n c i a , de manera p;e no se
a t r a i g a uno el castigo de la ley, ni se do al
enemigo el mismo derecho con qc<. croemos
obrar . pues entonces estaremos expuestos á
recibir dos golpes en vez de uno. Ib:y personas que desprecian u n a v e n g a n z a s<-creta y
que desean que su e n e m i g o sepa de emule le
d i r i g e n el tiro; y esta clase de \ e n g a n z a es
(
— y7
—
ciertamente la más generosa, porque se puede
creer opio si la ofensa se v e n g a , es menos por
disfrutar el placer de la v e n g a n z a y de devolver el gol¡10. <jiie por obligar al ofensor á que
se arrepienta: pero los golpes de n a alma cobarde y péríida, se parecen á las saetas disparadas en ia oscuridad, de la noche. Cierta frase
de Cosme do Mediéis, duque de Florencia, á
propósito de los amigos pórfidos ó n e g l i g e n t e s ,
tiene un no sé (pió do austero y dosolador: las
faltas de esta especie le parecen imperdonables:
eLa ley »1 i vi na, decia, nos m a n d a perdonar á
nuestros ci¡"migos, poro no nos manda, perdonar a nuestros amigos./) Job hablaba ¡mimado
de mejor espíritu cuando exclamaba: "¿No debemos á íhos todos ios bienes de que gozamos?
¿No debcüioi' aceptar de su mano todos los m a les que nos anigen?» liste mismo juicio debe
formarse d e bu amigos quo nos a b a n d o n a n ó
nos hacen traición. Todo el que medita u n a
v e n g a n z a , no hace más que reproducir la l l a g a
que el tir-mpo sóio hubiera cerrado.
Las v e n g a n z a s que se i n t e n t a n por u n a causa, común, o n casi, siempre afortunadas, como
Jo prueba s e n c i e n t e m e n t e el resultado de las
conjuraciones formadas para v e n g a r la muerte
de J u i r ' é - a r . la de Pertinax y la de Enri-
que III, rey de Francia; pero no ocurro lo m i s mo con las v e n g a n z a s particulares. Mas diremos a ú n : los Lumbres vengativos tienen u n
destino semejante al de los hechiceros, que comienzan por hacer muchos desgraciados, y acaban por serlo ellos mismos.
V.
DE
LA
AÍ)\'::KSU)AD.
Uno de los m á s bellos pensamientos de Séneca, en el cual se encierra u n a g r a n d e z a y
elevación verdaderamente estoicas, es este:
«Los bienes de la prosperidad sólo deben despertar nuestros deseos; pero los bienes propios
de la adversidad deben excitar nuestra admiración.» C i e r t a m e n t e que si se debo considerar
como m i l a g r o todo lo que es superior á la n a -
—
:3íi —
furaleza, en Ja adversidad es donde más milagros so p u e d e n encontrar. Otro pensamiento
todavía más elevado que el anterior, y que parece increíble en u n p a g a n o , es el s i g u i e n t e :
«Kl. mayor y más bello espectáculo, es ver r e unidas en un mismo individuo la debilidad de
nn hombre y la fortaleza de u n Dios, A- lisie pensamiento habría figurado mejor en la poesía,
género al cual pertenecen estas ideas tan elevadas: y la verdad es que los poetas no h a n descuidado del todo este noble asunto, pues esa
m i s m a fortaleza parece significarse en una iiccion bastante e x í r a ñ a de los a n t i g u o s , ficción
que encierra, a l g ú n misterio y que se relaciona,
visiblemente con una disposición del a l m a m u y
análoga á la del verdadero cristiano. Los poetas
han ungido, como iba diciendo, que- Hércules
en la expedición emprendida para l i b e r t a r á Prometeo, el cual represéntala naturaleza h u m a n a ,
atravesé el Océano en una vasija de barro: alegoría que pinta m u y v i v a m e n t e ese valor que
inspira el cristianismo y que pone al hombre en
estado de navegar en la frágil nave de su cuerpo sobre el Oefano borrascoso de esta vida, y de
arrostrar las tempestades i n n u m e r a b l e s de las
pasiones h u m a n a s .
Pero para usar un lenguaje menos elevado.
40
—
digamos simplemente que la virtud propia de
la prosperidad es la temperancia, y la virtud
propia, do la -adversidad es la, fuerza, de alma,
la más heroica de las virtudes morales. La
prosperidad es la bendición propuesta por el
A n t i g u o Testamento , y la adversidad es la
que propone el N u e v o , como u n a urueba más
especial dei favor divino. También se ve en
el A n t i g u o Testamento que David toca en su
arpo, y a cantos l ú g u b r e s , ya, alegres, y (pie
el pincel del Espíritu Santo se ejercita más en
p i n t a r las aflicciones de Job que Jas brillantes prosperidades de Salomón. Se puede observar t a m b i é n en las obras de p i n t u r a ó de
t a p i c e r í a , que u n asunto alegre sobro u n fondo tri=!e y oscuro, es más agradable que u n
asiiuio triste sobre u n fondo claro y alegre.
Pc-o esto que decimos del placer de los ojos, enecesario aplicarlo al placer del cor.azom Jet
v i r t u d , así considerada, es semejante á, las sustancias aromáticas, que molidas ó quemadas exhalan un perfume más suave; y do i g u a l modo,
la prosperidad descubre mejor ios vicios y la adversidad las virtudes.
:
VI.
:.]•*, LA. ! ) l S I i n m . ' . 0 ¡ 0 : \
Y SU
SIITO¡MTi.
l a disimulación no es más que u n a falsa
imagen de la, política ó de la, prudencia, porque
es necesario tener á un mismo tiempo m u c h a
fuerza de espíritu y de carácter para saber cuándo conviene decir la verdad, y atreverse e n t o n ces a revelarla. Así es. que ios peores políticos
son los uiás disimulados.
«Livin, dice Tácito, se acomodaba m u y bien
á la destreza y á la política de su esposo y á la
disimulación de su hijo;» donde se ve que este
historiador atribuye el acierto y la verdadera
política, á Augusto, y solamente la disimulación á Tiberio. T a m b i é n Mneio dice á, Yespasiano. exhortándole á tomar la? armas contra
— 42
—
Vitelio: «No tendremos que luchar contra el
g r a n discernimiento de Augusto, ni centra la
circunspección y la profunda, disimulación de
Tiberio.'> Las facultades que producen la verdadera política, son m u y diferentes de aquellas
de que dependen la reserva ó la, disimulación,
y las unas no deben confundirse con la.s otras.
Cuando u n hombre tiene bastante penetración
y discernimiento para comprender [acálmente
lo que debe descubrir, lo que debe ocultar por
completo, lo que debe dejar que se entrevea, y
á qué personas y en qué ocasiones debe confiarse, todo lo cual constituye el género de t a l e n to que es propio del hombre de Estado, y a
que Tácito llama con razón arte de vivir, en
este caso, repito, rara vez se ve u n hombre
en la presión de fingir, y la disimulación no
sería para él nada más que u n embarazo y una.
pequenez que frecuentemente dificultaría sus
designios; pero si carece de estas facultades, es
necesario saber encubrir y disimular.
Cuando un hombre no sabe variar sus m e dios n i escoger los más á propósito, lo mejor
q u e puede hacer es tornar el camino más seguro, pues los que tienen poca vista deben marchar sin precipitación. Se ve g e n e r a l m e n t e que
las personas m u y hábiles y de verdaderos ta-
— 4:3 —
lentos, tienen Tina m a n e r a de tratar tranca y
abierta, á la cual deben su reputación de rectitud y sinceridad: pero semejantes á los caballos
bien amaestrados, saben pararse y volverse
cuando conviene, y en el pequeño número de
casos en (pie un pequeño disimulo se les hace
necesario, la. misma opinión que >e tiene de su
franqueza y buena, fe los hace impenetrables.
El arte de encubrir y disfrazar el n a t u r a l do
la persona, puede ser de tres m a n e r a s . El primero es el de un hombre reservado, discreto y
silencioso que n u n c a hace referencia á sí y que
no se deja adivinar. El segundo es un género
de disimulación que ealiíicaré de n e g a t i v o ,
como el de u n hombre que con a y u d a de ciertos
indicios engañosos, acierta, á aparecer entera
mente distinto de como es en realidad. El t e r cero es el de la disimulación positiva ó afirmativa, propia del que tinge expresamente y dice
con toda formalidad ser e n t e r a m e n t e opuesto
de como es, en Jo cual consiste el u n g i m i e n t o
ó artificio propiamente dicho.
Al primero de estos tres género- pertenece
la virtud de un confesor. (Auno la confesión en
su verdadero significado, no es sólo u n a confidencia de donde se desea sacar a l g ú n provecho,
sino más bien u n alivio para la persona que
_
14 —
tiene necesidad de descargar su conciencia, sucede que oi hombre reservado y conocido por
tal, sabe u n a infinidad de cosas, que más bien
se le dicen por desembarazarse de la carga, de
los nef.^nuiiento.?. que por d á r s e l o s A conocer.
La desnudez del a l m a no es menos indecorosa
que la, del cr:-rpo. y conviene, para evitarla,
tener u n naco de reserva y de circunspección
en los (discursos, en las m a n e r a s y en 1,-is acciones, con lo ene i se consigue el respeto de los
extraño?. ím habladores son casi siempre vanos
y ridículos, y tan fácilmente como dicen lo
que suben, d i c e n lo que no saben. Así es que
deba tenerle par seguro que el hábito del secreto
es u n recurso político y u n a virtud moral: pero
es neceser?;) que el rostro no revele lo que la
l e n g u a quiere m a n t e n e r oculto, pues es una debilidad m u y g r a n d e dejarse conocer por los g e s tos, por el adornan y por la traición de un semblante indiscreto, siendo así que se observan
m a s cuidadosamente los indicios de esta naturaleza y que se les da más crédito que á las
palabras.
Respecto al segundo modo de disimular, creo
que la disimulación «pie hemos llamado n e g a tiva, es frecuentemente una consecuencia nat u r a l y necesaria de la discreción, de tal ma-
—
tr> —
ñera, qno tocio hombre que quiere ser reservado
tiene que disimular algo. Los hombres son bastante sagaces para no permitir al más reservado que se m a n t e n g a cíol todo indiferente entre
dos partidos opuestos, que conserve ])errectam e n t e en secreto su opinión y que t r a g a la
balanza tan en ¡i el, que parezca no i ¡ruinarse
ni a u n lado ni á otro. Cuando qvierer. penetrar
en el corazón de un h o m b r e , lo rodean de cuestiones insidiosas, le tientan por iones lados,
vuelven á la carga u n a y otra vez. y lo estrechan y obligan de tal modo, que á menos do
g u a r d a r u n silencio obstinado y sospechoso,
tarde ó temprano se ve en la premsiou no descubrirse! un poco, íranqueáudoíes eou sus respuestas el camino que ellos buscan, r-i tema el
partido de callarse, penetran sus s u r t i m i e n t o s
más secretos por su mismo silencio, con mayor
presteza y seguridad que lo h u b i e r a n hecho
con sus discursos: y en cuanto a, las respuestas a m b i g u a s y semejantes á les de los oráculos, no es posible valerse de ellas riarunvc u n a
larga época, y ai fin h a y precisión de explicarse con mayor claridad. Es, p.,.,s, imposible g u a r d a r mucho tiempo un secreto sin permitirse u n poco disimulo, que en esto ceso no
será, según lo hemos dicho mas arriba, mas
_
4Í;
que u n a consecuencia de la misma discreción.
Respecto clel tercer género que mencionamos, que consiste en el encubrimiento positivo
y el artificio, es el más criminal y el menos
político do lo? tres, hecha excepción de ios asuntos de una g r a n d e importancia y en ciertos
casos bastante raros. En consecuencia, este a r tillero convertido en h.'sbiío, es un vicio que
proviene de una falsedad n a t u r a ! , de un carácter tímido, ó de a l g ú n otro defecto: y este defecto y lo necesidad de encubrirle hoce se use
frecuentemente el u n g i m i e n t o , ya por conveniencia ó por cualquiera otra m i r a , ya solam e n t e por no perder el hábito de usarlo.
Tienen tres g r a n d e s ventajas la disimulación y el artificio: el primero es confiar á los
contrarios y sorprenderlos. Cuando los designios de un hombre l l e g a n á sor g e n e r a l m e n t e
conocidos, este descubrimiento da. por decirlo
así, la señal de aviso á sus adversario?, y les
hace acudir para entorpecerle ó atiesarle en su
camino. La s e g u n d a ventaja consiste en asegurarse u n a retirada en caso de mal resultado:
pues el que declara a b i e r t a m e n t e sus designios
se obliga en cierto modo á no retrocede]', bajo
pena ele menoscabar su reputación. La tercera
está en descubrir más fácilmente los propósitos
de lo- otros. Cuando u n hombro parece que se
expresa con confianza, no se le rechaza con u n
desairo: se le deja avanzar todo lo que quiere, y
en cambio de sus discursos, que parecen francos
y espolíemeos, se le comunica v o l u n t a r i a m e n t e
ío que .d quiero saber. Con este motivo dice cierto proverbio español, que no deja de ser gracioso: <.-TH atrevidamente u n a mentira, y a r r a n c a rás una verdad:» como si no hubiese otro medio
mas que el artificio para hacer tales a v e r i g u a ciones.
Pe; o estas tres ventajas están neutralizadas
por iré- inconvenientes: el primero es que la
disimulación y el fingimiento soo señales de
temo?, lo cual en toda clase de negocios hace
equivocar el Un ó llegar á él más t a r d e . íil seguiré.: consiste en que se inspiran amias é i n certidumbre en el espíritu de aquella.? personas
que, a no ser por esto, habrían sin obstáculo secunda lo nuestras miras, quedando así el hombre reducido á sus propias fuerzas y casi privado
de todo auxilio a g e n o . El tercer i n c o n v e n i e n t e
está en que todo hombre artificioso y disimulado se priva del recurso m á s poderoso y necesario para la acción y para el trato de g e n t e s : es
decir, que pierde el crédito y se e n a g e n a ia
condanza de los demás. El mejor medio y la
mejor combinación en este género de conducta,
sería peder h e r m a n a r con u n a reputación de
franqueza, el hábito del secreto y la facultad
de disimular cuando sea necesario, y aun la de
fingir cuando no h a y otro recurso de que va­
lerse.
VII.
i > 3 LOS РЛПКЕН
Y DI-I LOS I l iJ U S .
Ese gozo t a n dulce que los padres y las m a ­
dres experimentan á la vista de sus hijos ó pen­
sando en ellos, es u n sentimiento interior y
casi oculto, i g u a l m e n t e que los temores y las
penas que les inspiran. No pueden expresar su
gozo, y no quieren descubrir sus aílicciones. El
placer de afanarse para los hijos, suaviza todos
los trabajos; pero t a m b i é n los hijos hacen las
desgracias más a m a r g a s y las a m a r g u r a s más
penetrantes. Ellos multiplican- los cuidados y
las inquietudes de la vida, y ai mismo tiempo
endulzan ia idea de ia m u e r t e y la hacen m e nos terrible. Perpetuarse por los Lijos, es una
ventaja, común .al hombre y á los brutos; poro
perpetuarse por la reputación, por servicios esclarecidos y por útiles instituciones que prometen un dilatado porvenir, es u n a prorogativa
propia solamente del h o m b r e . Las obras mas
memorables y ir.-- más g r a n d e s y hermosos esfe i decimientos, se deben á hombres que carecían de sucesión y que parecen haberse propuesto únicamente expresar ó i m p r i m i r bien
en ellos ia i m a g e n de su a l m a ó ele su i n g e n i o ,
que debió !>ohrevivirles cuando la de su cuerpo
se ímbiom desliando. Asi es, que los hombres
que más se ocupan de la posteridad, son aquellos mismos ipoe carecen de ella. Los que e m piezan por sí a hacer ilustre su familia, son por
lo r e g n i a r demasiado i n d u l g e n t e s con sus hijos,
á los cuajos• consideran, no sólo como destinados ¡t peruoeao- >u r a z a , sino t a m b i é n como
h e r e d e n * ce
gloriosas acciones: los m i r a n
como hijos al i s - r a o tiempo que como sus creaturas.
Los paures y las madres que t i e n e n varios
•i
hijos, rara vez profesan á todos igual grado de
cariño: h a y siempre a l g u n a predilección, con
frecuencia injusta y mal e n t e n d i d a , sobro todo
de parte de las madres. De aquí esta fiase de Salomón: «Un hijo sabio es para su padre un motivo de gozo: pero u n mal hijo es para su madre
u n motive de vergüenza y de aflicción. :•> También se observa en u n a numerosa familia, que
los padres tienen más consideraciones para los
primogénitos, y que el más pequeño suele ser
la delicia de la casa, m i e n t r a s (pie ios de en
medio están como olvidados, a u n q u e ordinariam e n t e se porten mejor que los otros.
La avaricia de los padres que atesoran para
los hijos, es u n vicio que n o tiene excusa: los
desalienta, los envilece, los estimula á e n g a ñ a r y los induce á frecuentar J a s malas compañías: y después cuando son dueños de su patrimonio, se d a n á la crápula ó á u n lujo excesivo, y se comprometen en gastos exbcrbifantcs que los a r r u i n a n en poco tiempo. La conducta más juiciosa que los padres pueden adoptar en este p u n t o con relación á sus hijos, consist? en guardar con más cuidado su autoridad
n a t u r a l que sus intereses pecuniarios.
U n a costumbre m u y i m p r u d e n t e en los padres, en los maestros y en los criados, es la de
hacer nacer y alimentar entre los hermanos
una cierta emulación que degenera en discordia cuando llegan á una. edad más avanzada, y
que turba ia paz de las familias.
Los italianos tienen casi la misma t e r n u r a
para sus hijos, para sus sobrinos y para los demás próximos parientes, y con tai que sean de
una misma sangre, no miran que sean de la línea, recta, ó de la linea colateral. Y la verdad es
(pie la. nn.tura.leza no establece en esto m u c h a
diferencia, pues vemos con frecuencia, i n d i v i duos que se parecen más á sus tíos ó á cualesquiera otros de sus próximos parientes que á
sus mismos padres, lo cual parece depender de
u n a cierta, casualidad.
Es necesario dirigir todo el plan de la educación hacia el género de vida á que los hijos se destinen y aprovechar esta, tierna edad
en que son más dóciles. No es absolutamente
necesario arreglar esta elección confornie á, las
inclinaci'mes naturales que se descubran en
los niños, y suponiendo que adelantarán más
en ei sentido á que parecen inclinados: pero si
se ve en alguno u n a aptitud y mía facilidad
extraordinarias para cierto gen •••ra de estudios,
de ejercicios ó de ocupaciones, c.-> preciso alentar entonces sm tendencias, en vez de contra-
— 52
—
riar la naturaleza impidiendo que las siga. Pero
g e n e r a l m e n t e h a b l a n d o , el más juicioso precepto sobre este asunto, es el s i g u i e n t e : «Escoged
siempre lo mejor, y el hábito se encargará de
hacerlo fácil y a g r a d a b l e . »
E n t r e los hijos, son ordinariamente los segundos los que se hacen mejores sugetos; pero
rara vez se l o g r a n cuando en su favor se deshereda á los primogénitos.
VIII.
D E L MATKDIOXIO Y D E L
CELIBATO.
E l que tiene mujer é hijos, puede decirse
que h a dado rehenes á Ja fortuna; porque la
mujer y los hijos son otros tantos obstáculos y
trabas que se oponen á las g r a n d e s empresas,
ora sea la v i r t u d , ora el vicio lo que p r e t e n -
de inclinarnos á su c a m i n o . Sea de esto lo que
quiera, no es dudoso que las mejores obras y los
más útiles establecimientos h a n sido hechos por
hombres sin hijos, que habiendo considerado
el bien público corno su única familia, le h a n
consagrado todas sus alecciones. A primera vista parecerá muchas veces que los que t i e n e n
hijos deberían ocuparse con g r a n d e solicitud del
tiempo venidero, al cual deben trasmitir, por
decirlo así, u n a s prendas t a n queridas: y se v e n
en efecto muchos célibes cuyos pensamientos
se d i r i g e n expresamente á su individuo sólo, y
que m i r a n como una solemne locura todos los
cuidados y desvelos que otros se toman por u n a
época en que no h a n de existir.
Hay otros que consideran á la mujer y los
hijos como u n a causa de gasto, y los h a y también que siendo m u y ricos tienen bastante e x travagancia ])ara vanagloriarse de no t e n e r sucesión, y q u e -'e en; 'placen en parecer así d u e ños de mayor í o i í c n u , porque tal vez h a y a n
oido decir á a l g u n a persona: «Fulano es m u y
rico;* y contestar á otra: eSin duda, pero t i e n e
muchos hijos:-» como si esta circunstancia dism i n u y e s e cousideiabiemente su capital.
Pero el motivo que m a n t i e n e m á s ordinar i a m e n t e en el celibato, es el amor á la i n d e -
— 51 —
pendencia. Esto es lo qoo so observa con especialidad en ciertos individuos enamorados de
sí mismos, hipocondriacos, rr.,ja.bi/os,
modo sensibles á la más Ih.era
y de tal
incomodidad,
que estarían tentados á m i r a r sus ligas como
cadenas. E n t r e los célibes es donde so suelen encontrar los mejores amigos, los mejores
amos y ios mejores criados: pero no los sugelos
más apreciables, pues se d i s g u s t a n fácilmente,
y sin duda es por esto por lo que se e n c u e n t r a n entre ellos muchos propensos á, la m i s a n tropía .
El celibato conviene á los eclesiásticos: porque cuando en la casa, propia h a y u n vacío
que llenar, no se cede n a d a v o l u n t a r i a m e n t e á
los vecinos, y cuando la caridad tiene m u c h a
ocupación en los nuestros, se olvida por completo de ¡os extraños. Es del todo indiferente que los jueces ó los magistrados contraigan, matrimonio: porque si u n hombre de esta,
clase fuera fácil de corromper ó seducir, no aum e n t a r í a su esposa esta, debilidad. Kespecto de
los soldados, veo en la historia que cuando los
generales h a b l a n para animarlos al combato,
les recuerdan siempre el porvenir de sus m u j e res y de sus hijos. Así pues, podrá creerse en
vista de esto, que el menosprecio del m a t r i m o -
nio es entre los turcos lo que hace á sus solelaI Í O S poco resueltos y valientes.
E n último resultado, la mujer y los lujos
son, por decirlo así, u n a escuela perpetua do
h u m a n i d a d : y aunque g e n e r a l m e n t e sean los
célibes ¡>;ts carita I i vos que los casados, porque
tienen menos gastos obligatorios que hacer, son
ñor oíro lado más crueles, más austeros, más
duros y mas propios para ejercer oficios i n q u i s i toriales, lo cual se debe á que no t i e n e n á su
alrededor objeios que puedan despertar frecuentemente en su corazón el sentimiento do la
ternura. Los individuos de un n a t u r a l serio y
grave, (¡no tienen t a m b i é n u n carácter const a n t e , son por lo g e n e r a l buenos maridos. Así
vemos que la tábida dice de Uiises que prefirió
su mujer, ya vieja, á la inmortalidad.
(ton frecuencia ocurre que las mujeres castas, erguí losas del .mérito de esta castidad y
coníiadas en. su terrible v i r t u d , son de u n carácter áspero <» i n t r a t a b l e . Una mujer no es
ordinariamente ind. casta, y sumisa á. su esposo
sino que m i e n t r a s lo cree p r u d e n t e , c u y a opinión j a m á s tendrá de él si se apercibe de que
os celoso. Las mujeres son las reinas de los jóvenes, las compañeras de los adultos y las nodrizas de ios viejos; de m a n e r a que n u n c a falta
pretexto para tomar una m u j e r . cuando so
piensa de este modo. A pesar de esto, los a n t i guos lian puesto en el número de los sabio-, al
que, preguntado por la edad á n/uo convenia
casarse, respondió: «Cuando uno es j o v e n , no es
tiempo todavía, y cuando se llega á la, vejez,
ya es demasiado tarde.»
Se observa también que los peores maridos
son con frecuencia los que tienen mejores mujeres, lo cual debe consistir en su carácter b a b i tuaímerite difícil a las atenciones y caricias
conyugales, que sólo de tiempo en tiempo tien e n para ellas. (¡ acaso en que las mujeres se
glorían entonces de su misma paciencia: y esto
es j u s t a m e n t e lo que ocurre cuando el mal marido fué do su exclusi\a. elección y tomado
contra, la voluntad de la familia, porque en este
caso quieren ellas justificar su locura y no presentarse arrepentidas.
De todas las afecciones del alma, las dos
únicas ;'i que se atribuyo el poder de fascinar y
de hechizar, son el amor y la envidia, listas
dos pasiones t i e n e n i g u a l m e n t e por principie
violentos deseos, y a l i m e n t a n una infinidad de
ideas descabelladas y e x t r a v a g a n t e s . La tina y
la otra se comunican por ¡os ojos, y eoueluven
por conocerse en ellos: circunstancias ambas
que pueden c o n t r i b u i r á Ja. fascinación, si es
que los efectos de esta especie que se a t r i b u y e n
a la vista tienen a l g u n a realidad. Vemos nue
el Espíritu Santo llama á la envidia mal de
ojo, y que los astrólogos califican de malos síntomas J a s m a l i g n a s influencias de los astros. Es
—
58
—
cosa sabida ovio la envidia al producir sus perniciosos ¡osoios, es por los ojos por donde obra
y como p o r una especie de irradiación. Las i n vestigaciones de este género se h a n llevado
basta el punto de observar que los golpes más
funestos para u n envidioso, son los que recibe
cuando la persona envidiada triunfa y ¡leva su
irloria á una g r a n d e altura, lo cual a u m e n t a de
cierta m a n e r a ia intensidad de Ja envidia.
Pero a u n cuando estas sutiles observaciones
merecen que se les dé a l g ú n l u g a r en el t r a t a do á que n a t u r a l m e n t e pertenecen, las abandonaremos por de pronto, y nos ocuparemos en
responder de u n a m a n e r a satisfactoria las tres
p r e g u n t a s siguientes: 1 . ¿Cuáles son las person a s más propensas á envidiar? 2."' ¿Cuáles las
más expuestas á ser envidiadas? 3 . ¿Qué diferencia existe entre la envidia pública y la envidia particular?
a
a
Un hombre sin mérito, envidia siempre el
de los extraños, porque el alma h u m a n a se alim e n t a siempre del bien propio ó del m a l a g e n o ,
y cuando le falta el primero do estos dos alimentos, se sustenta con el segundo. Todo hombre que desespera ele llegar al grado de talento
ó de virtud que ve en otro, lo deprime cuanto
puerto para rebajarlo, a u n q u e sólo sea en apa-
— 5 Sí —
riencia, y ponerlo ó acercarlo á su propio nivel.
Todo hombre m u y entrometido y ene g u s t a
de mezclarse en los asuntos de otro, es ordinariamente envidioso; porque no siendo, como no
es, todo el trabajo que se toma' con este enfrometirniento un medio necesario para desempeñ a r mejor sus negocios, os de creer que el p l a cer que encuentra en curiosear ios age ¡ios. es
con la idea de observar las ¡alias, conocer las
ridiculeces y proporcionarse con esto espectáculo u n a especie do diversión. La envidia es u n a
pasión inquieta y acosadora, que pocas veces se
sabe disímil lar.
Los hombres de n a c i m i e n t o ilustre t i e n e n
envidia casi siempre de los hombres nuevos que
se elevan, porque entonces la distan, ia que
antes los separaba les parece que se d i s m i n u y e ,
Esta es una, ilusión semejante a la que a l g u n a s
veces experimentamos con relación á los objetos
visibles: por ejemplo, cuando otros a v a n z a n ráp i d a m e n t e permaneciendo nosotros quietos ó
avanzando con más l e n t i t u d , nos parece que
retrocedemos.
Las personas m u y feas ó deformes, los e u nucos, los viejos y ios bastardos, son g e n e r a l m e n t e envidiosos; porque todo hombre afligido
por u n a desgracia que cree irremediable y que
no tiene esperanza de mejorar su condición, se
esfuerza en rebajar la de ios otros., á menos que
estas desgracias naturales ó accidentales se encuentren acompañadas de un a l m a generosa y
heroica en u n hombro q u e , aprovechándolas en
su favor, quiera, pasar p o r u ñ a especie de prodigio y hacer decir de si: «¡Conque es u n eunuco
ó u n cojo, e t c . . . . (guien lia hecho tan g r a n d e s
cosas 1» De este carácter fue el eunuco Narsés.
i g u a l m e n t e que Agesilao y T a m e r l a n , que fueron cojos.
Ocurre lo mismo á les que después de g r a n des desgracias vuelven á elevarse. Descontentos de todos sus contemporáneos, miran las desventuras agenas como u n a especie de i n d e m n i zación de las que ellos lian padecido.
Los que sienten g r a n d e avidez por ios elogios y por toda clase de gloria, y desean sobresalir en miadios conceptos, son n a t u r a l m e n t e
envidiosos. Encuentran á cada paso motivos de
envidia., porque es imposible que no h a y a a i g u i e n que les aventajen en las materias que
ellos más se precien de conocer. Tal fué el carácter del emperador Adriano, que tenia u n a
envidia mortal a los pintores, á los escultores, á
los arquitectos, etc., artes todas en las cuales
creia sobresalir.
Por ú l t i m o , la mayor parte de los hombres
tienen envidia de sus parientes, de sus colegas
y de aquellos con quienes h a n sido educados,
cuando los ven adelantarse y d i s t i n g u i r s e . Mir a n la elevación de sus émulos como u n motivo
de reproches, que pono entre ellos una. distancia
h u m i l l a n t e y que no se aparta de su memoria.
La. envidia de C'ain contra Abel fué tanto más
vil y c r i m i n a l , cuanto que en la oca-ion en oue
las ofrendas de Abel fueron preferidas á las
suyas, no hubo nadie que fuese testigo de esta
preferencia.
ttespecto de los que están mas expuestos á
ser envidiados, observaremos en primor l u g a r ,
que las personas de u n mérito extraordinario
que l l e g a n á elevarse, t i e n e n menos que temer
de la envidia, porque existe u n a persuasión general de que merecen la fortuna, que h a n adquirido, y porque lo que despierta g e n e r a l m e n te la envidia son las larguezas ó liberalidades,
y de n i n g ú n modo el simple pago de u n a d e u da. Además, la envidia nace de i a comparación
entre el sugeto envidioso y el envidia m, y por
consiguiente, donde no puede existir co.
ración no puede existir la envidia. Se ve que ios
reyes no son envidiados por sus sú' 'iLos. sino
solamente por otros reyes. Se debo ooservar que
las personas de poco mérito ó de un mérito adocenado, están más expuestas á la envidia en
el principio de su fortuna que en lo sucesivo,
y que sucede lo contrario á las personas de u n
mérito sobrecaliento: a u n q u e este mérito sea
siempre el mi?mo, su resplandor parece dismin u i r , porque los ojos se acostumbran á él poco á
poco, sin contar con que tarde ó temprano es
oscurecido por el de los nuevos talentos que
aparecen sobre la escena.
Cuando ios honores están acompañados de
cuidado?, do trabajos penosos y do peligros, son
menos envidiados los sugetos que gozan de
ellos, porque se ve que dichos honores les cuest a n m u y caros, sucediendo que muchas veces
se Je* compadece, en cuyo caso la lástima r e emplaza á la envidia. He ve que los más prudentes y juiciosos de los personajes que se e n c u e n t r a n elevados á las primeras dignidades,
se quejan afectada y c o n t i n u a m e n t e de la vida
que hacen: «¡Qué triste vida! * exclaman con
frecuencia; no porque así lo piensen realmente,
sino por embotar los tiros de la envidia: observación que. sin e m b a r g o , no se aplica nada
m á s que á los que se e n c u e n t r a n abrumados de
negocios difíciles sin haberlos buscado volunt a r i a m e n t e : porque n a d a , por el contrario, atrae
—
US
tanto la envidia como u n a codiciosa ambición
que cominee a acaparar toda clase de negocios,
siendo el mejor método que un personaje constituido en d i g n i d a d puedo seguir para, e x t i n g u i r l a , el dejar en su puesto á cada subalterno,
respetando escrupulosamente todos los derechos
y privilegios inherentes á sus respectivos e m pleos. Mediante esta conducta, todos los i n t e riores serán otros tantos g u a r d i a n e s que le pondrán á cubierto de la envidia.
Xadie h a y t a n expuesto á ella como aquellos c u y a elevación ios hace orgullosos, y que
parecen no contentarse nada más que cuando
pueden hacer ostentación de su pretendida
írrande'/a. y a sea p o r u ñ a fastuosa m a g n i f i c e n cia, ya triunfando insolentemente de toda oposición y de todo competidor: esto es lo contrario
de lo que hace u n hombre p r u d e n t e que no
halla, dificultad en dejar, con propósito deliberado, que se le adelanten en las cosas a que
atribuye poca importancia. Es verdad que en
gozando de u n a g r a n fortuna de u n a m a n e r a
franca y abierta, sin fausto ni ostentación, se
da menos cobo á la envidia que afectando una
excesiva simplicidad y u n a artificiosa modestia: porque en el segundo caso parece que se
n i e g a la fortuna y que se reconoce no merecer
— o-i —
sus favores, lo cual es para los extraños u n n u e vo motivo de e n v i d i a .
lín fin. como hemos dicho al principio que
esta pasión t i e n e algo de hechicería, es necesario emplear con los envidiosos el mismo remedio (|ue se emplea o r d i n a r i a m e n t e para los poseídos; es decir, y usando de términos más técnicos, trasferir el sortilegio y volverlo contra
otro sugeto. Así pues, ios más diestros y juiciosos do los personajes elevados á los g r a n d e s empleos, t i e n e n cuidado de hacer aparecer en escena a l g ú n imliviuuo, i lacia el cual dirigen la
atención
i , y sobre el cual hacen recaer
el peso de la e n v i d i a , (pee sin esíe artificio caería
sobre ellos: u n a s veces la d i r i g e n contra sus
subalternos ó sus protegidos, otras contra sus
colegas mismos y contra sus émulos. N u n c a
carecen de individuos á quienes puedan hacer
desempeñar este papel, pues a b u n d a n los hombres de carácter impetuoso, audaces y á\ 'dos de
elevarse, que quieren absolutamente ser empleados á cualquiera costa.
Con referencia á la envidia pública, observaremos desde luego que tiene en sí algo de
b u e n o , mientras que en la envidia particular
es malo todo cuánto se e n c u e n t r a : la e n v i dia pública es u n a especie de ostracismo que
sirve y-ara, eclipsar a las personas cuyas cualidades briiiauíos p e d i d a 7 1 ser peligróse,s. En g e nera i. es un freno necesario para contener a ios
g r a n d e s ó poderosos é inmedirles abusar de su
injlueucía.
La clase de envidia que ios latinos s i g n i í i eabaí: con ¡a voz i n r i / H , ^ y que en las l e n g u a s
modernas se designa, por la palabra descontento,
es un a s u m o que trataremos más e x t e n s a m e n t e
cuando hablemos de Jas t ú r b a l e acias y sublevaciones. C o u S i ' n y o c u l o s Estados u n a enferrneuad contagiosa: porque lo mismo que Jas enfermedades de esta, especie van
introduciéndose
poco á poco y exteudiénuose hasta las partes
sanes que al iin corrompen, así el descontento
general, una vez excitado, infesta las órdenes
y dce;otos más justos y las medidas m á s sabías
de gobierno, haciéndolas aparecer aitte la opinión pública como otras tantas nuevas i n j u s t i cias ó imprudencias. Así es, que se g a n a poco
con mezclar actos laudables á Jas acciones odiosas que lo produjeron. Esta conducta m i x t a es
un signo de debilidad, y a n u n c i a que se t i e n e
órnelo á la opinión pública, semejante t a m b i é n
. .Íes males contagiosos, que a t a c a n m á s pronto
y con mayor violencia á los que los t e m e n .
Esta envidia pública recae sobre los altos
5
— C<¡ —
empleados y ministros, más bien que sobre los
príncipes y los mismos pueblos: lie aquí una regla segura sobre este particular. Si el descontento que se tiene del ministro es muy grande,
aunque los motivos sean ligeros, ó si es general y se dirige contra todos los ministros sin
distinción, entonces este descontento comprende también, aunque sea secretamente, á la totalidad del gobierno y al príncipe mismo.
Terminaremos este artículo con una observación general sobre la envidia, á saber: Que
de todas las pasiones humanas, ésta es la más
constante y obstinada, mientras que las otras
no se hacen sentir sino que de tiempo en tiempo y en razón de causas accidentales que las
excitan y provocan. Con razón se ha dicho que
la envidia es incansable, pues jamás sosiega,
encontrando alimento en todas partes. Se ha
observado también que la envidia, lo mismo
que el amor, hace caer en una especie de languidez al que la padece, no produciéndose esteefecto por las demás pasiones, sin duda porque
más frecuentemente nos dejan descansar. Esta
es también la más vil y baja de todas las pasiones. El Espíritu Santo la ha hecho el atributo propio y especial del demonio, que durante la noche siembra la cizaña entre la buena
simiente; porque la envidia no trabaja nada
más que en las tinieblas, y se afana ocultamente en deteriorar y corroer las mejores cosas,
que en la parábola de donde este pasaje se ha
sacado, eslán figuradas por la buena semilla.
X.
DEL
AMOR.
El teatro tiene que agradecer al amor más
que la vida real del hombre. En efecto, esta pasión es el asunto ordinario de las comedias, y
algunas veces entra también en las tragedias
como elemento principal; pero es causa de
grandes males en la vida común, donde unas
veces se presenta como sirena y otras como
furia.
Se debe observar que entre los grandes hom-
—- US
b r e s , t r i l i t o a n t i g u o s c o m o n e n i e m o s , coco, m e morio. lia l l e g a d o h a s t a nosotros,
n o se occoom
t r a m a g u a o q u e s o b a y o entre-••¡¡do c a r . e x c e s o
á ios trasportes
parece probar
deS
d o u n a m o r i n s e n w - b - i : lo ( v a l
las g r a . « d « s
«cíe
n e g o c i o s SO!;
locOO i P E Í
üi>:i;e: y P K g r a n -
i b :0S
debijh
C O O >-.>LE
d a d . E s n e c e s a r i o e x c e p t u a r a. -.en-;-'. A n t o n i o \.
a. A p i o
e i d c o o n m ' r o ; i;u-<s
i i o m b r e entregado
el
niiamc-
á. i o s p i u c o i c ^
bres desarregladlas,
ere m ¡
\ be c o s t o m -
y e i o t r o , a .•<,~:>v b e s e " d o
i>a c a r á c t e r a u s t e r o , l a m b i o o ' - ' ¡ ¡ c i é e n u A a p a r to u n t r i b u t o á l a ¡ l e e > : - a
demostrar
netrar
as. e - t a p a r e c e
q u e -A n a m r n o s o l a n a a t e p u e d o p e -
en u n
corazón
donde encuentre
ceso, sino q u e t a m b i é n
mente
...
sabe deslizarse
e n el c o r a z ó n m e j o r
fácil a c furtiva-
j'orí Ideado,
cuando
s o d e s c u i d a la. v i g i l a n c i a d e l a guardia.. I ' n o d e
ios ponsa.aiPmío--
;
m á s d e s p r e c i a b l e s fie H p i c u r o ,
es e s t e : «El h o m b r e
u n o para,
el o t r o
y la mujer
h a n nacido el
exclusivamente.•,<
( l o m e si e i
h o m b r e , q u e f u é c r e a d o p a r a c a u t . e , a p í ir i o s c i e l o s y .io - o m e r o s m a s s u b l i m a n
h a c e r orre, e o s : ¡
j
m
aoriaanoeor
no tuviera q u e
perpetuamente
d e r o d i l l a s a a t e u n i d e l o m e z q u i n o , y so" e s c l a vo,
sino
n o y a rio a p o i i i c s
corporales
con
o ei.
bruto,
d e l p a m e r J o l o ; (pos: do Je-; . s , r e p i t o ,
;
(
q u e f u e r o n d e s t i n a d o s p a r a los niíu m e c e s
usos
—
Ь'О
—
Para j u z g a r á qué excesos pued e conducir al
hombre esta, pasión insensata, y de qué modo
puede incitarlo á despreciar, por decirlo así, J a
natura,!она y la realidad de les cosas que más
aprecie, i «asín, considerar que e l uso perpetuo de
la hipérbob', q u e e s u n a í i g u r a siempre exage­
rada, c o n v i e n e ú n i c a m e n t e ai amor. V esta exa­
geración no ее lia!la solo en las expresiones de
los a m a n u m sino que está también en sus ideas.
Aunque se d i c e con fundamento que el a d u l a ­
dor por e x c e l e n c i a , y del cual se valen todos ios
nenias aduladores, os nuestro amor propio, un
amante es un. adulador cien veces peor; porque
por m u y a da idea, ipm tenga, de si el nombre
más vanidoso, n u n c a puede aproximarse á la que
tiene el anímete de la, persona, a m a d a . Así pues,
h a n tenido rezón en decir que ее imposible sor
sabio y estar al m i s m o tiempo enamorad••.
Pero Tío so'auíeute parece r i d í e o l a e s t a de­
bilidad, á .ю­ .que e b s ­ r v e e ene 'm'co'os encon­
trándose á la eu.on exentos d o d t p ­чю que lo
parece шаг n a l : vía а la orneare; ­ r ^ n ' u , cuando
el amor no 1.4 recíproco, porque e : e . . e m e n t e
indudable que esta pa­ion es sien me­ ' e o c v ­ u r m ­
dida por a g r a d e c i m i e n t o , y que este­ ­ rrndf­i­
miento es, o u n amor i g u a l , ó u n s­чсгоЮ dos­
precio: razón ¡ie solera pai'a e^tar siempre en
1
t :
1
—
70
—
g u a r d i a contra esa pasión que nos hace perder
las cosas más deseadas, y que frecuentemente
es ella m i s m a la mayor causa de no conseguir
nuestro objeto. Respecto de las otras perdidas
que ocasiona, nos h a n dado los poetas u n a justa
idea, diciendo que el insensato que dio la p r e ferencia á Elena (a Venus;, perdió los dones de
J u n o y de Palas. Cualquiera que se e n t r e g a al
amor, r e n u n c i a con esto sólo a l a fortuna y á la
sabiduría. Las épocas en que esta pasión tiene
su crecimiento, y por decirlo así su finjo, son
las épocas de debilidad, como por ejemplo, las
de u n a g r a n d e prosperidad, ó de de u n a extrem a d a adversidad. Estas son por lo común las dos
situaciones que encienden ó avivan el fuego
del amor, lo cual demuestra suficientemente
que es hijo do la locura. Así pues, a u n q u e no
sea posible defenderse por completo de esta pasión, es necesario por lo menos procurar reprim i r l a , separándola c m cuidado de le-- asuntos
importantes: pues u n a vez mezclada en los negocios, todo io enreda y es casi seguro el mal
resultado. Xo comprendo bien por qué ios g u e r reros son tan fuertemente dados al anu.r. ¿Sera
acaso por ¡a. misma causa, que son -¡íicionados
a l v i n o , y porque los p e l i g r o quieren la recompensa de los placeres?
3
El amor es u n a afección n a t u r a l al hombre,
pues!o que el instinto lo conduce á a m a r á sus
semejantes; y cuando este sentimiento e x p a n sivo no se concentra en uno ó dos individuos,
sino que se extiende, por el contrario, á g r a n
número de ellos, degenera en caridad, filantropía, virtud, etc., que es lo que se observa con
frecuencia en ios religiosos. El amos c o n y u g a l
produce el género h u m a n o , y la amistad lo perfecciona: pero el amor m u n d a n o é ilegítimo le
degrada y envilece.
1
XI.
VF. LOS DKSTLSo.S KLMWVDOS Y DE L A S DIGXrDADES.
Los hombres que ocupan los destinos elevad o s son siempre esclavos del príncipe ó do la
nación, esclavos de la opinión pública, y esela-
vos.
en ñ u , de los negocio­: de suerte <j;¡« no
son dueños de su persona. u; do sus accione', ni
de su tiempo. ¿No es en efecto una rara m u ñ í a l a
de querer m a n d a r perdiendo le propia í i b e ñ a d .
y adquirí?' u n g r a n poder sobre es­ u r b a n o s re­
nunciando
á tenerlo
sobre nosotros
J UÍSUÍOS?
Loe altos puestos se logran con gran,les sucrib­
cios.es decir, que no se consierueo
sino ene
con rudos y penosos trabajos, que eon todavía
mayores si s e alcanzan las dina; idades pea­ me­
dio de g r a n d e s i n d i g n i d a d e s ,
din ¡<H pue­do?
!
m u y e'evados est;t el sucio res 'eíedizo. y p.;r
o/msñruiento es m u y difícil sosée:iero; en ebos;
5
y le peor e'" que di o se о с о . с be­"oeoder ñor ene
cuida ó por un e c i n s e di; le o­­troha de nuestra,
fortuna, lo
:
e os m u y a ñic' : v­ en todes oca­
siones. «­Cuando ее deja .­e ser íe pao se ha,
'iri,
1
¿u: ra. o e' s­ quiere contieno o; v i v i e o d o ? ,
¡"eurre :uo r o si­u­ipre j i a y o r > V e r ' S e d e ,.
r e
.
t.arar:с cuando se desea, y es a­'u; mas ir. cimute
no desearlo cuando convendré:. La. ' e r . o r parto
de i ' ­
1¡
o
res no g u s t a n de la. vida, privada,
u per¡r 'o |a e­dad y las enferme lados que re­
cláreme'
' o,r güiliento y oí. reposo, y proba­
ron usom­ja e­e d esos viejos lugareños, une no
tenienuo
untante
fuerza
para pasear por el
l u g a r , p e r m a n e c e n sentados ú la puerta do su
casa, exponiendo su vejez a las burlas del que
pasa.
Los personajes que ocupan ó desempeñan
g r a n d e s empleos, lienen necesidad de mirarse
en la, opinión dolos demás para creerse dichosos: parque si no so j u z g a n nada más que por
su propio sentimiento, no podrán temer semej a n t e creencia. Pero cuando i m a g i n a n lo que
de ellos piensan los demás y consideran cuántos
querrían ocupar su.-, puestos, animados entonces
por la opinión de los extraño", concluyen creyendo que realmente son felices; y en efecto lo
son en cierto ¡nodo, poro en los cortos instantes
en qne piensan en sí mismo-; comprenden su
verdadera posición, siendo -es úlíirnos en conocer sus culpas y los primeros en sentir sus penas. Los hombres r e r e s tilos do u n g r a n poder, estén casi siempre olvidados de sí propios:
perdidos ou el torbellino de le* negocios, «pie
Jes producen contenías ocupaciones, no t i e n e n
tiempo do pensar en sus cosas í n t i m a s , y rara
vez so ocupan do su cuerpo y de su alma.
«•La muerto más vergonzosa, dijo Séneca el
trágico, es la, del hombre que siendo conocido
do todos, m u e r e sin que él mismo se conozca.»
Los grandes empleos d a n i n d i s t i n t a m e n t e
el poder de hacer el bien y de hacer el mal;
pero esto ultimo es u n a verdadera desgracia, y
si lia y a l g u n a cosa, t a n buena como no tener ja
voluntad de hacer el m a l . el no poder hacerlo
es lo quo más se le aproxima. Toda nuestra
ambición cuando hemos llegado á poseer u n a
g r a n d e a u t o r i d a d , debe ser solamente la de
conseguir el poder de hacer el bien; porque las
buenas intenciones, a u n q u e m u y agradables á
Dios, no parecen á los hombres otra cosa que
bellos ensueños cuando no se realizan, y bien
claro está que no pueden realizarse sin la a y u da de u n poder considerable y de un puesto
elevado, desde el cual puedan salvarse los obstáculos que hasta para practicar el bien se e n cuentran.
Los merecimientos y las bmmas obras deben
ser el principal fin de todas las acciones h u m a nas, y el recuerdo del bien que se h a hecho sirve al hombro de descanso y de g r a t a y completa satisfacción: pises se comprende que si el
hombre participa, del trabajo de la Divinidad,
debe t a m b i é n participar de su reposo. Se ha dicho que considerando Dios las obras de sus m a nos, vio quo era bueno cuanto habia hecho, y
que entonces descansó.
E n el desempeño de vuestro destino, tened
siempre presentes ios mejores ejemplos, pues
u n a juiciosa imitación vale tanto como g r a n número de preceptos. Después de ejercido vuestro
empleo d u r a n t e u n cierto tiempo, reflexionad
sobre vuestra propia conducta, á fin de contin u a r tan bien como comenzasteis'. No despreciéis
el ejemplo de los que a n t e r i o r m e n t e h a y a n desempañado sin acierto vuestro mismo cargo, no
para hacer mejor vuestra m a r c h a con la revelación de sus faltas, sino para aprender a evitarlas. Cuando tengáis a l g u n a reforma que i n troducir, realizedla sin fausto n i ostentación,
y perfeccionad lo presente sin hacer la censura de lo p i s a d o . No os contentéis con s e g u i r l a s
huellas de los mejores ejemplos, y tratad de superarlos y de haceros dignos de que se os imite.
Afanaros especialmente en relacionar y acomodar todas las cosas al espíritu y al objeto de su
primera, institución, después de haber i n v e s t i gado y descubierto en qué y cómo han venido
ú degenerar: esto deberá hacerse consultando
dos épocas distintas, á saber: la a n t i g ü e d a d
para conocer lo que h a y de mejor en el a s u n t o ,
y los tiempos menos lejanos para enterarse de
lo que mejor conviene á los presentes.
Adoptad marcha y principios fijos, para que
se pueda saber de a n t e m a n o lo que debe aguardarse de vosotros, poro sin ceñirse m u y estre-
- -
7¡;
—
c h á m e n t e á ellos, á fin ele plegarse u n poco
cuando a l g u n a s veces sea necesario, y cuidad
cuando h a g á i s estas peo,nenas alteraciones, de
presentar c l a r a m e n t e los motivos opio á obrar
asi os h u y a n obligado.
Daf'euded con v o ' a n t í a los derechos propios
de viurnro empleo, evitando con sumo cuidado
traspasar la jurisdicción do vuestras facultados:
ejerced
vuestros derechos e n .silencio y -¡/¿su
factn, en l u g a r de recurrir á, reclamaciones i m portunas y de a t u r d i r al público con vuestras
ruidosas pretensiones. Defended, i g u a l m e n t e y
respeíad los derechos .yac correspondan á vuestros sob-iIteraos, y estar persuadidos de ¡pie es
más honroso d i r i g i r el cuerpo ó conjunto de los
negocios, que perder-e en la multitud i n m e n sa de les p e í n e n o s detalles.
Acege;i
;i todos política y cariñosamente,
tratad do atraeros á cuantos puedan daros útiles
avisos ó aliviaros en el ejercicio de vuestro cargo: guardaos de alejar á los y > os ofrecen l u cos ó
soaoi'ror,
de esta especie h
ed
'mi eos sufrir
desaires y .-lamióles a cuto m i a r que se entrometen demasiado.
La. l e n t i t u d , la descortesía, la corrupción y
la debilidad de carácter, son los principales v i cios o defectos en los hombres que desempeñan
—
77
—
altos empleos. E n cnanto á la l e n t i t u d , evitadla siendo p u n t u a l e s , activos y accesibles; terminad u n asunto antes de empezar otro, y no los
amontonéis sin necesidad. Con referencia á la
corrupción diremos que, para evitarlo, no h a y
que con tentarse con atar vuestras propias m a nos y las de vuestros criados y subalternos, sino
que t a m b i é n es preciso sujetar las de los pretendientes ó solicitadores, para impedir que b a g a n
ofertas. La i n t e g r i d a d podrá producir el p r i mero de estos dos efectos, pero para obtener el
segundo es preciso hacer alarde de esta misma
virtud y dar á conocer el horror que os inspira
toda venalidad, porque no es bastante ser incorruptible, sino que es necesario ser conocido por
tal y ponerse á cubierto cuidadosamente de lamás ligera sospecha. Así pues, cuando os veáis
obligados á cambiar de ideas ó do m a r c h a , Locedlo a b i e r t a m e n t e exponiendo con franqueza
las razones que á ello os han obligado y sin
usar n i n g ú n artificio para ocultando ai conocimiento de los extraños. Asimismo, si mostráis por uno de vuestros criados ó oe vuestros
subalternos u n a prediSeeei'm especial y conocida que no aparezca fundad;:,, en sólidas razones,
se le considerará como la puerta secreta "para
introducir en vuestro pecho la corrupción.
—
7 s
-
E n cnanto á la rudeza y á la descortesía, no
puede servir á nadie sino que para disgustar á
cuantos le rodean. La severidad infunde temor,
pero la incivilidad inspira r e p u g n a n c i a . Las r e prensiones que dirija u n hombre de, alto puesto
deben ser g r a v e s , sin nada, de ofensivas n i picantes. E n cuanto á la debilidad de carácter, es
u n defecto peor que la corrupción y la venalidad
mismos. L"n hombre que se deja vencer fácilm e n t e por la importunidad y g a n a r por pequeñas consideraciones, e n c u e n t r a á cada paso dificultades que le detienen ó le separan del c a m i no derecho. Salomón lo ha dicho: «Tener d e masiada consideración á las personas, es u n a
debilidad c r i m i n a l : un hombre de este carácter
h a r á transgresiones en la ley, y venderá la j u s ticia por u n bocado de pan.»
Los a n t i g u o s h a n tenido razón en decir que
el empleo muestra al hombre: u n g r a n destino
revela la capacidad de unos y la nulidad de
otros. «G-alba, dice Tácito, habria sido j u z g a d o
por todos d i g n o del imperio, si no hubiese llegado j a m á s á ser emperador.» Vespasiano, añade
en otra p a r t e , «es el único que después de subir
al poder supremo, fué todavía superior á las esperanzas que había inspirado;» con la diferencia de que en el primer caso sólo se trata de la
—
79
—
aptitud para el gobierno, y en el segundo se
Lace referencia t a m b i é n á las costumbres y al
carácter. En efecto, la g r a n d e z a de alma de u n a
persona á. quien los honores y dignidades h a n
aquilatado en vez de pervertirla, no puede ser
dudosa., y m u y por el contrario, semejante cambio es el síntoma más seguro de la elevación de
sus sentimientos; porque lo mismo que en física los cuerpos que se e n c u e n t r a n fuera de su
l u g a r n a t u r a l no se v u e l v e n á él sino que por
medio de la fuerza, quedando en reposo así que
ocupan su sitio, lo mismo la v i r t u d , m i e n t r a s
aspira á los honores que le son debidos, se halla
en un estado violento, y cuando h a llegado á
ocupar el puesto elevado á que aspiraba, recobra
la calma y t r a n q u i l i d a d .
Se sube á las altas dignidades por u n a escalera de movimiento, y si se e n c u e n t r a n facciones en el tránsito, es preciso inclinarse u n poco
hacia u n lado, y luego que se llega arriba ponerse en el centro y g u a r d a r bien el equilibrio.
Respecto á la memoria de vuestro predecesor, hablad siempre de ella con respeto y cariño; porque si lo deprimís, el que os siga os pagará, en la misma moneda.
Si tenéis colegas, guardadles las mayores
consideraciones, y recelaos de darles parte en
—
s o -
los asuntos de que estéis encargados; porque
vale más llamarlos cuando no lo a g u a r d e n , que
excluirlos cuando se crean con derecho á ser
llamados.
E n las respuestas que deis, particularmente
á, los pretendientes, y en las conversaciones ordinarias, olvidad u n poco las prerogativas de
vuestro destino, y no afectad mucho su d i g n i dad; haced m á s bien de modo que se d i g a de
vosotros: «Este hombre es m u y diferente cuando no está en el ejercicio de su cargo.»
XII,
J)V, LA AUDACIA.
Vamos á hacer u n a cita que parece á prim e r a vista más conveniente al retórico que al
filósofo, pero que sin e m b a r g o , m i r a d a de cier-
—
SI
—
lo modo, merece la atención aun de los mismos
sabio?. "¿Cual es la parte más esencial al orador? se p r e g u n t o á 1 >oinóstenes.—La acción, respondió.—¿Cuál es la que le sigue?—La acción,
volvió á responder.—¿Y la que 'ocupa el tercer
iu.u'ar?-—Le acción. repitió de nuevo.« En esto
no dé-da nada que él no hubiese aprendido por
s e ¡-api:), experiencia, y a u n q u e nao lo poseyó
esir género de talento en t a n alto g r a d o de períoca ion. no !'uó. sin e m b a r g o , porque la n a t u raleza lo hubiese favorecido con sus dones, sino
p o r ¡ a e venció su n a t u r a l rudeza con u n trabajo
obsíinaíio.
No deja de causar asombro eí ver á este
g r a n d e hombre a t r i b u i r tanta, i n ' m m n n e i a «í
esta parte do la oratoria, que puede pasar por la
más srmerlicial y que parece ser u n talento propio de comediantes, y colocarla sobre la i n v e n orón, sobro la elocución y por encima do todas
las otras partes que parecen mucho más esenciales: y lo que es más extraño todavía, ser la
a u n a qao designa como sí en u n orador fuese
•,r ttdo. Pero csía preferencia es m u y fundada:
en la composición de la n a t u r a l e z a del espíritu
h u m a n o , e n t r a m u c h a mas locura que sabidur a. por consiguiente, los talentos que so dirigen a. la parte Haca del espíritu y que la subo
y u g a n , t i e n e n sobre ta m u l t i t u d u n poder
diferente al de los tálenlos que se dirigen á la
parte sensata. La audacia es en ia ejecución, le
que ia acción oratoria en el simple discurso:
tiene en las relaciones civiles y política* una
influencia y unos efecto? que, parecen prodigiosos. ¿Cuál es el más poderoso instrumento pare
los negocios? se puede p r e g u n t a r t a m b i é n . La
audacia. ¿Uuál es el que ie sigue? La audacia.
¿Y el tercero? La audacia. Sin embargo, la audacia, bija de la i g n o r a n c i a y de ia necedad,
está r e a l m e n t e m u y por debajo de los verdaderos talentos; pero á pesa)- de esto encadena, suby u g a , hechiza, por decirlo así, á los hombres
abandonados y de e n t e n d i m i e n t o perezoso, que
son los más: a l g u n a s veces domina l i a r l a á los
mismos sabios, e n ios momentos do debilidad o
irresolución, y hace milagros en los gobiernos
populares. T i e n e menos ascendiente sobre un
príncipe ó sobre u n senado, y sucede también
que los hombres m u y audaces obtienen mejor
éxito en los principios que después, porque siempre prometen más de lo (pie pueden cumplir.
El cuerpo político, lo mismo que el cuerpo
h u m a n o , tiene sus charlatanes que se entromet e n á curarlo. Los hombres de esta, especie e m p r e n d e n fácilmente g r a n d e s curas, y aciertan
a l g u n a que otra vez por casualidad: pero como
su supuesta ciencia tiene poco fondo, d e s e n g a ñan bien pronto y no t a r d a n en perder su crédito. A pesar de esto, se salvan a l g u n a s veces
imi.1a.ua i o el milagro de .d ahorna'. Mste impostor
leda"'
prometido y hecho creer al pueblo que
por Ja virtud de ciertas palabras b a r i a v e n i r
hacia si una m o n l a ñ a . sobre la cual pediría por
los que observasen
fielmente
su ley. Estando
reunido el pueblo, llama n la m o n t a ñ a , le reitera su llamamiento m u c h a s veces, y aunque la
m o n t a ñ a tardase en venir, no se da, por vencido
y sale de! paso diciendo: «Pues ya que la mont a ñ a no quiere venir hacia M a h o m a . Mahoma
mismo irá hacia la. mor;taña.» Del mismo modo,
cuando estos hombres audaces, de-pues de haber
hecho m a g í n (leas promesas se ven forzados á
faltar vergonzosamente á sus palabras, en vez
de avergonzarse de su necedad, salen del paso
como Mahoma con ¡a ayuda, de a l g ú n subterfugio, y hacen Compre su negocio.
¡S'o es dudoso que los hombres de este carácter son m u y ridículos á la. vista de los que tienen sensatez, y a l g u n a s veces á la del v u l g o :
y no puede, en efecto, ser de otra m a n e r a , porque la, verdadera causa de la risa y del ridículo
es el absurdo y la falta de conveniencia; ¿pero
K¡. —
quién ofendo más frecuentemente
leyes de la conveniencio
todas
los
que u n hombre audaz
é importuno? otada h a y fuvi risible como u n a
afrenta de esta especie, cuando el que la sufre
pierde toda s u o o a t i i v m c i a . su rostro so le altera
entonces y se lo pone m u y desfigurado, lo que
no debe extrañarse, pae*-'-» g e ; en la v e r g ü e n z a
ordinaria los sentímmruoe rolo sufren una ligera a g i t a c i ó n . y t m la e n e oruduce .ia, afrenta
se queda el á n i m o inmóvil
y desconcertado,
como el de u n .jugado:* d e ojo.gcz é quien se da
j a q u e m a t e en medio de sus piezas: esta ú l t i m a
observación no dud:>t:ios <' v convendría más á
:
u n a sátira que á un i r a ' r e j a l a ; , serio como este.
Pero lo que n u n c a so c e b o olvidar es que la
audacia es ciega: no conoc - oí vn sg;;s ni inconvenientes, y por consecución i es m u y peligrosa
para, deliberar, conviniendo sóio para la ejecución. Así pues, ios ándanos no sirven para los
primeros puestos donde las cosos eeresuelven, y
sólo son buenos para ejcontar, cuyo oficio pertenece á puestos más secundarios: esto se funda
en que cuando se delibera, es conveniente ver los
peligros, mientra-5 que en llegando ú ia ejecución es preciso perderlos do vista., á menos que
sean m u y i n m i n e n t e s .
DI'. [.A.
U O X m ' O
N'A'LVKAI. o
A i ),A: Lili i ;A
Entiendo por lo palabra bondad, u n aféelo
ó un sentimiento que nos lleva á desear que
nuestros ¡semejantes -¡can dichosos, y que t i e n e
por objeto el bien general de la h u m a n i d a d .
Estoes lo que lo« g r e g o s llaman íilantropía.
no teniendo el término h u m a n i d a d con que se
h a sustituido en l a s lenguas modernas, u n a significación bada.nm lata ni bastante enérgica
para expresar m i id-a.
Llamo siinpb mente bondad al hábito de
hacer el bien, y bondad n a t u r a l á la inclinación
ó pensamiento c o n t a n t e do hacerlo, lista es la
más noble ¡acuitad, del alma h u m a n a y la más
g r a n d e de bis virio des: asemeja el hombre á la
—
8G —
Divinidad, de la cual es el prime? atributo. Labondad moral respondo á la caridad cristiana,
y no es susceptible de exceso, ¡sino «oíamente
de error ó equivocación con rc-pc 'do ai fin que
se propone. U n a ambición excesiva produjo la
caida de los ángeles, y u n deseo desmedido de
saber ocasionó Ja del hombre: pero en la caridad, repetimos que no cabe exceso, y j a m a s
á n g e l n i hombre a l g u n o puede correr riesgo de
excederse, a u n q u e se e n t r e g u e enteramente á
ella.
La inclinación de hacer el bien o le bondad
dispositiva, está tan profundamente a r r a i g a d a
e n la naturaleza h u m a n a , que cuando no se
ejerce hacia, ios hondees se ejerce hacia, los animales, como se ve en muchos ejemplos de los
turcos; pueblo q u e , a u n q u e cruel, lleva la sensibilidad por las bestias mismas hasta el punto
de dar limosna á Jos perros y t i las aves: y seg ú n reíiere el barón de ihisbock, u n platero
veneciano estuvo á riesgo de ser apedrearlo por
el pueblo de Constantinopla , por haber puesto
u n a especie de mordaza ó un pájaro que tenia
u n pico e x t r e m a d a m e n t e largo. Sin embargo,
la v i r t u d de que hablamos, es decir, la bondad
ó la caridad, tiene sus errores y equivocaciones,
y ios italianos h a n establecido á este propósito
­ s7
­
una m á x i m a ó proverbio odioso: «Lo demasiado
bueno, no es bueno para, nadie.» Nicolás Ma­
quiavaio, uno tie los sabios de la. indicada nación,
lia tenido la imprudencia de avanzar basta decir
en términos ciaros y formales, que el cristianis­
mo balda sido perjudicial á los hombres m u y
buenos, igua l u n e r o que. á los injustos y tiranos.
L o q u e l e hacia, baldar a s i e r a que, en efecto,
nunca buho religión, ley с secta, que elevara la
bondad ó la, caridad tanto como la ha. elevado la.
religión cristiana. 'Por consiguiente, para evitar
á un mismo tiempo el escándalo y el peligro, es
bueno conocer los errores quo un sentimiento
tan laudable en sí mismo puede impulsar á co­
meter. No despreciéis n i n g ú n medio ni ocasión
para, hacer bien a ­os hombres, pero sin dejaros
e n g a ñ a r por sus apariencias: porque esto seria
una. pereza ó debilidad de carácter, o mejor
dicho, una, ílaqoeza impropia de las almas hon­
radas. No deis u n e pe: la ai gallo de Esopo, que
preferiría un e a n o de cebada. E l mejor pre­
cepto en este ¡y'маг.
es el ejemplo с' Dios
mismo, que hace; lucir el sol y caer la lluvia
sobre el j u s t o y n.{ ¡«.justo i n d i s t i n t a m e n t e , pero
que no di­ponsa á todos i g u a l cantidad de ri­
quezas, de honores y de talentos.
Los l'iene­ que son n a t u r a l m e n t e comunes.
л
deben ser concedidos á todos sin distinción:
pero los que son por n a t u r a l e z a monos g e n e r a les, es preciso distribuirlos con acierto. Ten
cuidado de romper el original después de hecha
la copia, pues la teología nos ensena que ei
amor de nosotros mismos es ei original y ia copia
el amor del prógimo. «Vende todo lo une tienes, da el producto á los pobres y s i g n ó m e : * si.
pera no vendas todo lo que tienes lauda, después
de estar bien decidido a s e g u i r m e : os decir, no
tomes este partido extremo sino que abrazando
u n género de vida donde puedas Pacer con pequeños medios tanto bien como harían otros
con g r a n d e s riqueza.?: porque de lo contrario,
agotarlas ei m a n n n t i a i queriendo a u m e n t a r ei
arroyo. Xo solamente se observa en mochas individuos un hábito de bondad dirigido por lo
razan, sino que ios hay con mía iueiinacion
n a t u r a l a nacer el bien, así como otros tienen
u n deseo t a m b i é n n a t u r a l de perjudicar y parecen complacerse en hacer daño. MI primer
grado do esta mala índole i n h e r e n t e á ciertos
individuos, es un carácter t a c i t u r n o , áspero,
difícil, contradictorio, agresivo y malicioso,
constituyendo la envidia el más alto grado que
degenera, en m a l d a d , propiamente hablamro.
Los hombres de estas inclinaciones so re.roci-
j a n con las desgracias y faltas agenas, las miran
como u n a especie de agradable espectáculo, y no
desperdician ocasión de a g r a v a r l a s . Buscan y se
a r r i m a n á los desgraciados cuyos corazones están heridos, no como aquellos perros que l a m í a n
las Hagas de Lázaro, sino más bien como los
insectos tjue se- a g a r r a n á las partes afectadas
por el m a l y e n v e n e n a n las heridas. Son verdaderos misántropos, que sin tener en su j a r din n i n g ú n árbol tan cómodo como el que ofrecía á los atenienses cierta filosofía atrabiliaria,
quisieran, sin embargo, ver colgados á todos
los hombres. De esta madera se hacen los buenos políticos, pues las personas de este temple
pueden compararse á esos troncos torcidos, que
son útiles para construir los barcos destinados
a ser violentamente agitados, pero que no sirven para la construcción de las casas, las cuales
deben permanecer inmóviles.
La bondad se conoce por diferentes especies
de manifestaciones y efectos que le son propios
y (pie la caracterizan. Por ejemplo, u n hombre
cortés, afectuoso y propicio con los extranjeros,
a n u n c i a con esta conducta que se cree ciudadano del m u n d o todo, y que su corazón no es
una isla solitaria y separada de la costa, sino
u n continente en comunicación con tocios los
—
í)í>
—
países. Si se siente lleno de caridad por ios i n fortunados, da á entender que su corazón es
como aquel árbol precioso, que ofrece su bálsamo al que io necesita. Si perdona fácilmente
las ofensas, es u n a prueba de que su alma está
de tal m a n e r a elevada sobre las injurias, que
ios tiros ríe la m a l i g n i d a d no pueden subir tan
arriba. Sí es agradecido a los pequeños servicios, es la delicadeza prueba que atiende más á
las intenciones que á las obras y á los intereses
d é l o s nombres. En fin, si alcanza, el grado de
sublime caridad de San Pablo, que deseaba ser
anatematizado en Jesucristo ñor asegurar la salud de sus herma nos, este heroico deseo a n u n cia en él u n a naturaleza divina y u n a especie
de serneianza con el Redentor del m u n d o .
1
— !)I
XIV.
Al tratar de la, nobleza, ia consideraremos
primero como u n a parió del Estado, después
como u n a distinción honrosa entre ios p a r t i c u lares, y ú l t i m a m e n t e como la condición de
cierta clase de ciudadanos.
Una monarquía donde no h a y nobleza n i n g u n a , es u n puro despotismo y u n a pura t i r a nía, como so observa en el ejemplo de los t u r cos. La nobleza atempera y (paita el cansancio,
por decirlo así, al poder soberano, c o m p a r t i e n do también con la familia real las mi radias del
pueblo. E n las democracias no es necesaria, y
están más tranquilas y menos expuestas á sediciones cuando no t i e n e n familias nobles: por-
que entonces se a t i e n d e sólo á los negocios que
se proponen, y no ai sugeto que los presenta ó
que se ofrece para desempeñarlo: y si se atiende
algo á la persona, es en vista del asunto m i s m o , y no considerando mas que sus calidades
individuales, sin. m i r a r para, nada sus títulos
y su genealogía.. V e m o s por ejemplo, que la
república de Suizo ?c conserva m u y bien á pesar d é l a diversidad do creencias religiosas y de
la división del país en cantones, porque el verdadero lazo que une á estos pequeños listados y
á sus ciudadanos es la utilidad particular que
recíprocamente pueden prestarse, y no la d i g nidad de Jas personas, Por la. misma razón, el
gobierno de Jas provincias unidas de los PaísesBajos es excelente: la igualdad entre Jas personas produce allí la, i g u a l d a d en las asambleas,
hace las leyes m á s imparciales, y nace también
que se p a g u e n más v o l u n t a r i a m e n t e los i m puestos.
U n a nobleza respetado y poderosa a u m e n t a
el esplendor y la majestad del príncipe, pero
d i s m i n u y e su poder: da al pueblo más vida,
pero empobreciéndole y haciendo su condición
m á s dura. Es bueno que ia nobleza no sea más
poderosa de lo que e x i g e n el interés del príncipe y el del Estado, pero conviene que conserve
fuerza suficiente para reprimir á las clases inferiores, y para, (pie la indolencia popular, viniendo á romperse contra o da especio de salva:
guardia, no pueda o f e n d e r ¡a majestad del monarca. Una nobleza m u y poderosa empobrece á
u n Estado y tiene oíros n> adíes i n c o n v e n i e n tes, entre ios cuales está
; • o o e los gastos
excesivos que ocasione s u m e a en i ¡ pobreza á
muchas de sus l a m i d a s , le que i n t r o d u c e una
gran desproporción entre
loe honores
y
los
bienes.
Con respecto a la noelee • mirada, como u n a
distinción entre ios pordeniare . observaremos
:
que u n a n t i g u o caslil.'o 0 e.unqr.ifcr otro edificio
secular que so c o u s f • a t e toeiamoiue. inspira,
cierto género de respeto. :.> cual sucede t a m bién con u n árbol de o u u e ' e i , .
n e
g
e
conserva
fresco y entero á pesor le -u m u c h a edad. Pero
si los cuerpos rnsoueiPu e r e een atraerse a l g ú n
respeto ó veneración. ;.pu - •••eré u n a a n t i g u a é
,:
ilustre familia que ¡¡a c o m o e e ¡ á las vicisitudes
y borrascas del tienipod i e • .cebona n u e v a no
es sin disputa, otra cosa une una derivación del
poder soberano. mienU o
la a n t i g u a parece
sor la obra, exclusive, be o,-eino. Los primeros
individuos á Jos cuaima \xu.> familia debo su nobleza y sus timbres de glorie, tienen por lo co-
m a n cualidades más brillantes, aunque menos
rectitud y probidad que sus descendientes, siendo m u y raro que no se eleven por u n a mezcla
de buenas y de malos medios: interesa ai listado que i a memoria de sus virtudes pase a la
posteridad oara que sirva de ejemplo, y que los
vicios sean, por decirlo así. sepultados con ellos.
Las prerogativas que los nobles deben á su n a cimiento, ios hacen monos industriosos y altivos que ios plebeyos: además, toda persona que
carece de talento es na,tura luiente i n c l i n a d a á
envidiar ios do los otros, á lo que debo añadirse
que los nobles, estando colocados m u y altos desde un principio no pueden elevarse mucho más.
y que tocio hombro que permanece á la misma
altura m i e n t r a s los demás s u b e n , se imagina
que desciende y no le es posible ahogar u n sentimiento de envidia.
Pero si la nobleza es más envidiosa , es
sin disputa memos envidiada; porque estando
n a t u r a l m e n t e destinada á gozar de grandes honores, esto mismo la garantiza, de la envidia
que se tiene á ios hombres nuevos. Los reyes
que pueden escoger en la nobleza de sus Estados individuos de g r a n capacidad para el desempeño de los negocios, g a n a n mucho pretiriéndolos á sugetos de las otras clases; pues de
este modo todo m a r c h a en los asuntos p ú b l i cos con más desembarazo y ligereza, en razón
de que los nobles e n c u e n t r a n siempre más s u misión y obediencia en el pueblo, siendo así
que parecen haber nacido para mandarle y dirigirlo.
XV.
DE LOS MOTINES Y SUBLEVACIOXES.
Interesa á los pastores del pueblo conocer
bien los pronósticos y señales de las tempestades que pueden levantarse en u n Pistado, y que
son ordinariamente m á s temibles cuando los
elementos opuestos que las promueven se i g u a lan más, del mismo modo que las que se forman
hacia los equinoccios son t a m b i é n más violentas
que en todo el resto del año. Pero antes de que
—
90
—
los motines y sediciones estallen en u n Estado,
ciertos rumores sordos y confusos, signos del
descontento g e n e r a l , los presagian, de igual
m a n e r a que en la. n a t u r a l e z a se a n u n c i a ia
tempestad por el vago raido de u n viento subterráneo y por el m u g i d o sordo de las olas que
empiezan a levantarse.
«Unas veces, dice el poeta, descubriéndole el
secreto descontento, le a n u n c i a que la revolución se aproxima: otras, revelándole las m a q u i naciones que se t r a m a n sordamente contra él,
le predice ia g u e r r a abierta de que está a m e n a zado . »
Los libelos y los discursos licenciosos contra
el gobiermq se multiplican y propagan rápidam e n t e : b's- falsas noticias destinadas á vituperarlo se e x t i e n d e n por todos lados y son creídas
sin dificultad: ta les son los presagios de ios motines y sublevaciones. V i r g u l o , al. formar la, g e nealogía do la F a m a , dice que era bija de ios
Gigantes.
«Es liormaua do Cíeos y de Encelado, y so
dice que la Tierra, irritada y fecundada, por
la cólera"de los inmortales, la dio á luz en su
ú l t i m o parto.» ¡Cómo si los rumores de que hablamos no se sintieran n a d a más que después
de haber pasado la sedición! La verdad es que
—
97
—
son o r d i n a r i a m e n t e su preludio. E l poeta observa con mucho acierto (pie no h a y otra diferencia entre las sediciones y los rumores sediciosos
que l a q u e se e n c u e n t r a e n t r e el h e r m a n o y la
hermana., entre el varón y loa h e m b r a , so tire
todo cuando el d e s c o n i e n t o g e n e r a l l l e g a al e x tremo de une bis m á s sabias y justas acciones
dei gobierno y las que más deberían a g r a d a r al
pueblo, son mal recibidas y torcidamente interpretadas, lo cual demuestra que el descontento
h a llegado á su colmo, como lo observa Tácito
cuando dice: «El descontento público es t a n
g r a n d e , que lo mi-uno rechaza el bien que el
mal que so hace.o Pero a u n q u e los rumores de
r u é hablamos son u n presagio de los motines,
no se sigue de esto que se evitarlon las sublevaciones adoptando medidas m u y severas: porque
frecuentemente acontece, que cuando se t i e n e
el valor de nmrimbdas esfallan más pronto, y
rodo el trabajo (pro se pone en evitarlas, sirve
sólo para hacerlas más duraderas.
V lomas, cierto g é n e r o de obediencia de
d.c que luidla Tácito, debe ser sospechoso: « P e r ro an v>eo asín e n el deber, pero de modo que se
b d b n " ¡ras dispuestos á m u r m u r a r de las ordene- d.>¡ gobierno que á cumplirlas.» E n efecto,
discutir las ordenes, dispensarse por excusas de
ejecutarlas ó eludirlas y r i d i c u l i z a r l a s . son
otras t a n t a s m a n e r a s de sacudir el y u g o . u
otros tantos ensayos de desobediencia, sobre
todo cuando los que defienden al gobierno h a blan con timidez, en tanto que sus contrarios
h a b l a n con insoioncia.
Y como m u y j u i c i o s a m e n t e ha observado
Maquiavelo,.cuando u n príncipe, q u e debería
ser el padre común de todos sus subditos, se
inclina á uno de los bandos en que su pueblo
se halla dividido, sucede a su gobierno b que
a u n buque que lleva m u c h a carga á u n e de
los lados, que concluye por zozobrar. Esia. es
una verdad que enseñó á cosía suya E n r i que 111, rey de F r a n c i a ; porque sólo *e unió a
la liga para vencer y abatir más fácilmente á
los protestantes, y en seguida esta misma!, liga
se volvió contra él. Cuando en la defensa, de
u n a causa no es la autoridad real el objeto más
i m p o r t a n t e , los subditos creen tener u n deber
m á s sagrado que el de la obediencia que deben
al soberano, y desde entonces empieza éste á.
verse desposeído de su potestad.
Cuando los rebeldes ó facciosos h a b l a n ú
obran audaz y a b i e r t a m e n t e , su insolencia
a n u n c i a que y a h a n perdido todo respeto al
gobierno, pues los movimientos de los grandes
— Di)
—
311 un reino h a n de estar subordinados á los del
príncipe, que debe ser su primer móvil: las altas clases han do ser semejantes á los planetas,
qnc en la hipótesis admitida da, de Toloineo) son
arrastrado-; por un movimiento m u y rápido de
orienta á occidente, en v i r t u d del de toda la esfera que están obligados á seguir, a u n q u e moviéndose más l e n t a m e n t e de occidente á oriente
en v i r t u d de un movimiento propio. Así es que
cuando no obedeciendo los g r a n d e s mas que
á, su propio impulso e m p r e n d e n u n a m a r c h a
m u y violenta, ofrecen u n a señal de que todas
las órbitas se hallan confundidas, y de que todo
el sistema tiende á su destrucción; porque el
respeto de los subditos es el presente que Dios h a
hecho á los reyes y la base de su poder, y a l g u nas veces les amenaza con despojarlos de él:
«Yo desceñiré la c i n t u r a de los reyes.a
Cuando las cuatro columnas que, sostienen
toda especie de gobierno, la religión, la j u s t i cia, la prudencia y el tesoro público se quebrant a n ó debilitan, entonces es cuando se hace
preciso recurrir á, las oraciones y plegarias para
obtener el buen tiempo. Pero t e r m i n a n d o aquí
lo que teníamos que decir de los 'síntomas de
Jas sublevaciones
y motines
(asunto
sobre
el
cuaí darán también a l g u n a luz las ideas que va-
—
100
—
mos á exponer), empezaremos á tratar: 1." De
la causa material de las sublevaciones. 2.' De
sus motivos ó de sus causas eficientes. 3." Do los
remedios y preservativos contra este genero de
calamidad.
La causa material do ias sublevaciones es
evidentemente el primer objeto en que debe lijarse nuestra atención. En efecto, ¿puede negarse que- el mas seguro medio para prevenir una
sublevación, siempre que las circunstancias lo
p e r m i t a n , es quitar desde luego su causa m a terial ? Guando la materia combustible está
amasada y preparada, sería m u y difícil decir
de qué p u n t o partirá la obispa que ha de p r e n derlo fuego. Las sublevaciones tienen dos p r i n cipales causas materiales, á saber: un. g r a n disgusto y u n g r a n sufrimiento; es decir, un g r a n
n ú m e r o de descontentos y necesitados: pues no
es dudoso que tantos hombres arruinados o cargados de deudas como h a y a en u n a nación, tantos son los que desean la g u e r r a civil. Esto es lo
que dice Lucano, cuando antes de hacer el cuadro de las guerras intestinas do liorna, presenta
las verdaderas causas que las habían producido
en la situación en que dicha ciudad se encontraba entonces:
«Por u n lado, la usura voraz v ios intereses
7
i-'
— 101 —
que acumulándose daban alas al tiempo, y por
otra la lo frecuentemente violada, hicieron que
la g u e r r a fuese el único recurso del mayor n ú mero. ->
Esta, misma situación del mayor n ú m e r o , que
mira la g u e r r a como su único recurso, y que
por consigo n d o la desea, es u n a señal infalible do que. mi Mstado so halla dispuesto tiara ios
motines y sublevaciones. Si la m u l t i t u d de los
hombro arruinados, cargados de deudas y faltos
de recursos, se compone de las altas clases lo
mismo que do la g e n t e baja, el peligro es mayor
y más i n m i n e n t u porque las peores convulsiones son las que a r r a n c a n del corazón. Kespecto
de los descontentos, diremos que son en el cuerpo político lo que los humores corrompidos en
el cuerpo h u m a n o , que d a n por resultado ordinario producir u n calor excesivo que ocasiona
inflamaciones. Pero c u e s t o s casos, el príncipe
') el gobierno no debe m e d i r el peligro por los
actos de j u s t i c i a ó injusticia que de tal modo
h a y a n excito do los espíritus, porque esto sería
atribuir al pueblo m u c h a más razón de la que
c o m u n m e n t e tiene, siendo así que con h a r t a
frecuencia se le ve rechazar lo que puede serle
útil.
;
Mucho menos todavía debe j u z g a r s e del pe-
ligro por la importancia, de los verdaderos motivos que t e n g a la m u l t i t u d para sublevarse:
porque cuando el temor es más g r a n d e que el
sufrimiento, el descontento público se hace monos peligroso, por lo mismo que el dolor tiene
u n limite, m i e n t r a s que el temor no le tiene, y
porque en caso de que la opresión baya, subido
á- su colmo, esta misma opresión que ha agotado la paciencia, del pueblo le quita el valor de
poder resistirse. Pero no sucede lo mismo cuando el pueblo no se b a envilecido t a n extremad a m e n t e . E l príncipe y el gobierno no se debeu
figurar de n i n g ú n modo, por esta sola consideración, que los descontentos que entonces se
a g i t a n y so manifiestan, pueden manifestarse
repetidas veces y por largo tiempo sin n i n g ú n
peligro ó notable inconveniente: porque si bien
es cierto que no toda n u b e ocasiona una, tempestad , de seguro sucederá, corno so j u n t e n
m u c h a s , que- sobrevendrá u n a de reídos v i e n tos y granizo: y si todas las nubes p.aajoias
que se h a n mirado con desprecio llegan á reunirse, la tormenta será mucho más imrrorosa
por lo mismo que ha sido más tardía: esto es lo
que dice un proverbio español: «Cuanto más
tirante está la. cuerda, más cerca, está de romperse.»
i.o:? motivos ó las causas más ordinarias de
las sediciones, son las g r a n d e s y repetidas reformas ó "mudanzas en la religión, en las leyes,
en las costumbres públicas, etc. : las infracciones do privilegios y de i n m u n i d a d e s , la opresión genera!, la elevación de los nombres sin
mérito, las i n t r i g a s de las otras potencias, la
llegada, de u n a muHiíaul de extranjeros, ó una
predilección demasiado señalada hacia algunos
de entre ellos, las grandes carestías, ios ejércitos licenciados de improviso y sin precauciones,
los disturbios excitados á propio intento, y en
u n a palabra, todo lo que puede irritar al p u e blo y roaligar u n g r a n n ú m e r o de descontentos dándoles u n interés c o m ú n .
Mu cuanto á las órdenes y á ios preservativos contra las sediciones, indicaremos a l g u n o s
generales, sin obedecer para- olio a ias leyes del
método.
' ' y - - . ) para, conseguir u n a cura
completa y radica] .. preciso oponer á cada especie de r e d o ; armero de remedio que le sea
propio, habrá ;>,->•• r o m i g o i e n t e que fijar más
la atención sabré l a prudencia n a t u r a l del que
gobierna que so'a-e preceptos y regías fijas.
P u r o
e
El primero de hornos los remedios ó preservativos, es quitar ó disminuir cuanto sea posible
¡a causa material de las sediciones de que ya
— P)i- —
liemos hablado, es decir, la pobreza, el hambre
y la miseria que se dejen sentir en el Estado.
Los medios que p u e d e n conducir á este Un.
consisten en desembarazar todas las vías de comercio, abrir otras nuevas y a r r e g l a r la b a l a n za; reanimar las industrias nacionales, dester
rar la ociosidad, poner u n freno al lujo y a. lo?
gastos ruinosos por medio de leyes s u n t u a r i a s ,
dar más vigor por medio de recompensas y luyes imparciales á todo lo que tienda a per lee•••
clonar la a g r i c u l t u r a , arreglar el precio de ios
géneros y de todas las cosas do comercio, y moderar Jas tasas y los impuestos, etc. Generalmente h a b l a n d o , h a y que atender mucho á la. población, sobre todo cuando las guerras no la. dism i n u y e n , para que no excedan sus neeesidade-;
á las que puede sufragar el producto de la a g r i c u l t u r a , de la industria y del comercio. Perú
para poder d e t e r m i n a r con acierto y con j u s t i cia la masa de la población, no basta atender
solamente al n ú m e r o absoluto de almas ó de
h a b i t a n t e s ; porque un pequeño número de ellos
que g a s t e n m u c h o y que trabajen poco, a r r u i n a r í a más p r o n t a m e n t e á u n Estado que u n
g r a n n ú m e r o do hombres m u y laboriosos y económicos. Cuando el n ú m e r o de los nobles y
otras personas de distinción está en despropor-
cion con las demás clases inferiores del pueblo,
empobrecen y a g o t a n el Estado. Sucede lo m i s mo cuando h a y u n clero m u y numeroso, que
á pesar de todo no produce n a d a para la masa
c o m ú n . Y también puede esto decirse de las
gentes que se dedican á los estudios, cuyo n ú mero no debe exceder m u c h o al que necesitan
las profesiones activas que requieren conocimientos adecuados.
He aquí otra observación que no debe perderse de vista: u n a nación no puede a u m e n t a r
sus riquezas en más cantidad (pie la que haga
perder á las otras. Tres son las cosas que u n a
nación puede vender á los demás, á saber: La
materia primera o el producto bruto; el producto manufacturado y el trasporte ó ílete. C u a n do estas tres ruedas principales se m u e v e n ó
g i r a n con facilidad, las riquezas afluyen al
país. A l g u n a s veces, s e g ú n la expresión del
poeta, la forma., y en general el trabajo, tien e n más valor que la m a t e r i a ; es decir, que
el precio de la mano de obra y el del trasport e , excede con frecuencia al de la m a t e r i a p r i m a y enriquece más pronto á las naciones. De
esto tenemos n n ejemplo notable en los PaisesBajos, que viven en la a b u n d a n c i a sin otros
recursos principales que la i n d u s t r i a , que ex-
— 100
—
piolan con más ventaja que los demás pueblos,
E l gobierno debe tomar medidas para, irapedir que toda la masa do numerario de u n
país se a c u m u l e en manos de un pequeño número de individuos, pues de otro modo una nación podría perecer de h a m b r e en el seno de
la a b u n d a n c i a , siendo el dinero como los aliónos, que sólo producen cuando se distribuyen
c o n v e n i e n t e m e n t e . A este saludable objeto se
llegará ahogando ó reprimiendo al menos tres
monstruos devoradores, que son: la usura, el
monopolio, y la m a n í a de convertir en prados
para pastos las tierras de sembradío.
E n cuanto á los medios de calmar los espíritus y aplacar el descontento g e n e r a l , o al m e nos de p r e v e n i r sus más peligrosas consecuencias, observaremos desde luego que cada Estado
se h a l l a compuesto do dos principales clases, á
saber: la nobleza y los plebeyos ó estado llano
que formal; el mayor n ú m e r o . Cuando uno solo
de estos dos ordene* está descontento, no es m u y
g r a n d e el peligro que amenaza, siendo siempre
los m o v i m i e " u s de u n pueblo lentos y poco
duraderos cuando no está acaudillado por los
g r a n d e s , y no pudiendo éstos casi nada por si
solos si la m u l t i t u d no se halla espontáneam e n t e dispuesta á levantarse. Pero cuando ios
n
—
107
—
nobles a g u a r d a n para mostrar su descontento á
que sea general el del pueblo, entonces es
cuando el peligro a m e n a z a con g r a n d e s proporciones. La. fábula dice, que habiendo sabido J ú piter que los dioses coaligados t e n í a n el propósito do aherrojando, se determinó, después de
aconsejarse con Minerva, á llamar en su socorro á Bi iareo el de los cien brazos; alegoría cuyo
espíritu verdadero es demostrar á los reyes c u á n to les importa atender y contentar al pueblo y
no desperdiciar n i n g ú n cuidado para concillarse su afición.
Dejar á u n pueblo cu libertad de quejarse
y desahogar su mal h u m o r ' m i e n t r a s que las
quejas no lleguen hasta la insolencia ó la amenaza), es t a m b i é n u n a medida saludable; porque si se conservan los humores viciados y se
obliga la s a n g r e de la herida á que circule! por
dentro, so ocasionarán úlceras maligna ; y mortales.
Todavía h a y otro medio para aplacar ios espíritus cuando están irritados y para adormecer
el descontento: consiste en hacer desempeñar á
Prometeo el papel de Epirneteo. io cual es de
seguro el remedio más eficaz. Después que E p i rneteo, dice la fábula, hubo visto que todos los
males habían salido de la caja de Pandora, dejó
5
caer la cubierta, y la esperanza quedó encerrada en el fondo. E n efecto, distraer á los hombres
alimentándolos de promesas y entretenerlos con
destreza llevándolos de u n a esperanza á otra, es
el más seguro antídoto contra el veneno del
descontento: v el carácter distintivo do un goK
*-u?
bienio sabio y p r u d e n t e está en el acierto de i n s pirar confianza á los subditos por medio de j u i ciosas promesas, luego que no le es posible procurarles u n a satisfacción más real, y en saber
gobernar los espíritus de modo que en el caso
de u n a desgracia inevitable, les quede siempre
a l g u n a esperanza consoladora: esto no es t a n difícil como parece, porque los individuos, lo m i s mo que las facciones, están n a t u r a l m e n t e dispuestos á afectar, para hacer alarde de su valor,
esperanzas que no t i e n e n .
Otro método para prevenir los funestos efectos del descontento g e n e r a l , método m u y conocido, pero que no por eso es menos seguro, consiste en no perdonar n i n g ú n medio para impedir
que el pueblo se a g r u p e hacia a l g ú n personaje
d i s t i n g u i d o que pueda servirle de jefe y para
formar u n cuerpo r e g u l a r y d i r i g i r todos sus
movimientos. Entiendo por jefe un hombre de
ilustre n a c i m i e n t o que goce de u n a g r a n reputación, que esté seguro de la confianza del par-
ti do sedicioso, que t e n g a él mismo particulares
motivos de resentimiento, y hacia el cual, por
esta circunstancia, vuelva el pueblo los ojos nat u r a l m e n t e . Cuando h a y en u n Estado u n personaje t a n peligroso, es preciso atraérsele á toda
costa y obligarlo A que se aproxime ai gobierno
para ligarlo á él con sólidas ventajas que n u n ca pueda esperar del partido contrarío: y si esto
no es posible porque rechace toda a v e n e n c i a ,
conviene oponerle otro sugeto de las mismas
condiciones, que comparta el favor popular y le
sirva de contrapeso balanceando su influencia.
Genera imente hablando, el método de dividir
y t r i t u r a r , ñor decirio así. las facciones v las
ligas que se forman en un Estado enemistando
entre sí á los jefes, ó ai menos haciendo nacer
entre ellos celos y rivalidades , es u n medio
despreciable y que sólo produce resultados satisfactorios cuando no comprendiendo los partidos sus verdaderos intereses, luchan, e n g a ñ a d o s ,
pero u n a vez concertados y unidos estrecham e n t e , forman mi poder irresistible.
lie observado recorriendo la historia, que
esas frases ingeniosas y picantes que h a n dejado escapar los príncipes contra otros personajes e m i n e n t e s , h a n encendido las rebeliones,
César se ocasionó u n daño irreparable con estas
palabras: «Sila fué u n i g n o r a n t e que no supo
m a n d a r ; » con lo cual quitó para siempre á ios
romanos la esperanza que t e n í a n de que tarde
ó temprano abdicaría la dictadura,, ('alba se
perdió por esta frase: «Mi empleo consiste en
escoger soldados, no en comprarlos;» quitándoles así la esperanza del donativo ó gratificación
que los emperadores romanos daban al ejército
cuando se coronaban: i g u a l m e n t e Probo tuvo
la imprudencia de decir: «Si vivo todavía, alg u n o s años, el imperio romano no t e n d r á necesidad de soldados:» palabras desesperantes para
u n ejército. Lo mismo podría añadirse de otros
muebos. Los príncipes deben, pues, en circunstancias difíciles y en asuntos delicados, tener
m u c h a circunspección en sus palabras, y evitar
sobre todo esos dichos claros y precisos, que son
como señales profundas que parecen denunciar
sus secretos pensamientos. E n cuanto á los discursos más extensos, se observan mucho menos, producen menos efecto, y son por consig u i e n t e menos peligrosos.
Por ú l t i m o , los príncipes deben tener siempre cerca de su persona u n o ó muchos sugetos
distinguidos por su valor ó sus talentos m i l i t a res y de u n a fidelidad e x p e r i m e n t a d a , para
a h o g a r las sublevaciones desde su principio.
— ni —
6in este refnerzo. u n a corte se espanta m u y fácilmente cuando las revoluciones l l e g a n á estallar, y se encuentra en aquella especie de pelig r o , de que Tácito da u n a j u s t a idea diciendo:
«La disposición de los espíritus es tai, que pocos
se atreven á cometer el último atentado, u n número mayor lo desea, y todos se h a l l a n dispuestos á permitirlo.» Tero es necesario que los g e nerales do, que hablamos sean de u n a fidelidad
más segura que los del partido popular, pues
de otro modo sería el remedio peor que el m a l
á que so aplica.
XVI,
DEL ATEISMO.
Mejor querría creer todas las tabulas de la
leyenda, del Talmud ó del Alcorán, que pensar
que esta g r a n d e m á q u i n a del universo, donde
veo u n orden tan constante, m a r c h a por si sola,
sin que u n a i n t e l i g e n c i a presida sus movimientos. Por eso Dios no se h a d i g n a d o n u n c a obrar
milagros para convencer á los ateos, siendo sus
obras u n a continua y sensible demostración de
su existencia. Una filosofía superficial hace inclinarse u n poco hacia el ateísmo: poro una filosofía más profunda lleva al conocimiento de un
Dios.
E l hombre en sus contemplaciones no divisa nada más que causas subalternas ó secundarias que le parecen esparcidas sin coherencia,
y se puede detener en ellas sin atreverse a l e vantarse más arriba: pero cuando considera la
no i n t e r r u m p i d a cadena que l i g a y reúne todas estas caucas, su mutua dependencia, y , si
es permitido que me exprese así. su estrecha
confederación, entonces se eleva al conocimiento clel g r a n Ser. que siendo el verdadero lazo de
todas las partes del u n i v e r s o , h a formado este
vasto sistema y lo m a n t i e n e por su providencia, El absurdo mismo de la secta que más se
acerca al ateísmo, es la mejor demostración de
la existencia, de u n Dios: hablo de la escuela de
Lencipo, de Demócrito y de Epicuro. Me parece
menos absurdo pensar que cuatro elementos
—
1 1 _
variables con u n a q u i n t a esencia i n m u t a b l e ,
convenientemente colocada desde toda u n a
eternidad, puedan existir sin u n Dios, que i m a g i n a r que un n ú m e r o infinito de adornos ó ele
elementos infinitamente pequeños, sin n i n g ú n
centro determinado hacia el cual t i e n d a n , h a y a n podido por u n concurso fortuito y sin la
dirección de u n a suprema i n t e l i g e n c i a , p r o d u cir este orden admirable que vemos en el u n i verso. Encontramos en la Sagrada Escritura
estas palabras t a n conocidas: «El insensato h a
dicho á su corazón: Dios no existe.» Observemos
que no dice que el insensato h a pensado así,
sino que se lo ha, dicho á sí mismo, más bien
como cosa que desea y de la cual trata de convencerse, que como si de ello estuviese í n t i m a m e n t e persuadido.
Los hombres que se a t r e v e n á n e g a r la, existencia de Dios, solamente son los que en ello
tienen interés; y lo que prueba de sobra que el
ateísmo está en los labios de los que dicen profesarlo, más bien que en su corazón, es que los
ateos se complacen en h a b l a r de su creencia,
como si buscasen el asentimiento de los demás
para apoyarse y fortificarse en él. Se ve t a m bién que desean hacer prosélitos y que p r e sentan sus opiniones con tanto entusiasmo y
s
fanatismo como los sectarios; en u n a palabra, el
ateísmo tiene sus misioneros lo mismo que la
religión, y , lo que es más todavía, tiene sus
mártires que prefieren sufrir los más horrorosos
tormentos á retractarse.
Pero si están verdaderamente persuadidos
de que Dios no existe, y una vez negada, su
existencia, en cuyo caso todo deben creerlo finito sin que t e n g a n n i n g u n a otra cosa que a ñ a dir, ¿á qué atormentarse de ese modo por una
opinión n e g a t i v a ? .Se h a pretendido que iipicuro disimulaba su verdadero pensamiento sobre
este p u n t o , y que por asegurar su reputación y
su persona, afirmaba públicamente que existían
seres perfectamente dichosos, que gozando de
sí mismos no se d i g n a b a n mezclarse en el g o bierno de este inundo inferior; poro que en su
fondo no creia del todo la existencia de la divinidad, y que hablaba asi por acomodarse á su
tiempo, lista acusación nos parece tanto más
despojada ele .fundamento, cuanto que en sus
conversaciones familiares sobre este a s u n t o , su
lenguaje era a l g u n a s veces sublime y hasta
divino.
«Lo que es verdaderamente impío, decía,
entonces, no es n e g a r los dioses del vulgo, sino
aplicar á los dioses las opiniones de ese profano
vulgo.-) ¿Hubiera hablado mejor el mismo Platón? Y a u n q u e Epicuro baya tenido la audacia
de n e g a r la providencia de los dioses, jamás se
atrevió á negarles su n a t u r a l e z a .
Los salvajes de la América t i e n e n sus n o m bres particulares para designar específicamente
á todas sus divinidades, pero no tienen n i n g u no que corresponda á nuestra palabra Dios. Esto
es casi Jo mismo que si los paganos hubiesen
tenido sólo los nombres de Júpiter. Apolo, Marte, etc.. careciendo de la palabra Be/'X, en latín, y /)>'•<*. en g r i e g o : lo que prueba que las
nación;-- má - bárbaras, si no h a n tenido de la
divinidad una noción tan g r a n d e y perfecta
como nosotros, h a n tenido, sí. una idea, aunque
más incompleta y defectuosa. Así pues, los
ateos tienen en su contra a los salvajes reunidos con los más profundos filósofos. Se encuentran m u y rara vez ateos r e a l m e n t e desinteresados y p u r a m e n t e teóricos, tales como TMágoras,
Ilion. Luciano, etc. Aun estos momios puede
ser que lo parecieran más de lo que r e a l m e n t e
lo fuesen, porque se sabo que los que combaten
u n a religión ó u n a superstición a d m i t i d a , son
siempre acusados de ateísmo. Pero los verdaderos ateos son los hipócritas que manosean sin
cesar las cesas santas, y que no t i e n e n n i n g ú n
— 110 —
sentimiento religioso y las desprecian en el
fondo de su corazón.
Fd ateísmo puede tener diferentes causas.
1." Los sentimientos inclinados á él y las disputas sobre la religión, con especialidad cuando
se m u l t i p l i c a n e x t r e m a d a m e n t e : porque cuando
no h a y más que dos opiniones y dos partidos
que las defienden, esta, misma oposición reanim a el celo de entrambos; pero si reina u n a
g r a n diversidad de pareceres, esta multiplicidad hace nacer dudas sobre todo é introduce el
ateísmo. *>.* La conducta escandalosa de los
eclesiásticos, cuando h a llegado ai punto que
hacía exclamar á .San Bernardo: «Ya no puede
decirse que á tal pueblo tal sacerdote, porque
h o y , el sacerdote es cien veces peor que el pueblo.» 3 . Las frecuentes burlas sobre las cosas
s a n t a s , que e x t i r p a n de los corazones el respeto
debido á la religión. 4 / Por último, las ciencias y las letras, sobre todo en el seno de Ja paz
y la prosperidad; porque las revoluciones y las
desgracias hacen volver los ojos á la religión.
Los que n i e g a n Ja existencia de Dios, se esfuerzan en suprimir la más noble prerogativa
del hombre; porque el hombre no es por su
cuerpo n a d a más que u n semejante á l o s brutos,
y si no t i e n e por su a l m a a l g u n a semejanza con
a
la Divinidad, será sólo u n a n i m a l vil y despreciable. Destruyen así el verdadero fundamento
de la m a g n a n i m i d a d y todo lo que puede
elevar á la, naturaleza h u m a n a . E n efecto, ved
el valor que tiene u n perro m i e n t r a s se siente
animado por su dueño, que es para él como u n
ser de naturaleza superior: valor que no t e n d r í a
sin la confianza que le inspira la presencia y el
apoyo de esta naturaleza más perfecta que la
suya. E n esto consiste que el hombre que se
siente asegurado de la protección de la D i v i n i dad y que descansa, por decirlo así, en el seno
de la Providencia, saca de esta idea y del sentimiento (pie de ella se, deriva, u n vigor y confianza de los cuales la naturaleza h u m a n a ,
abandonada á sí m i s m a , no sería capaz. Por
consiguiente, el ateísmo, odioso por m i l conceptos, lo es sobre todo porque priva al hombre
del más poderoso medio que tiene para l e v a n tarse sobre su n a t u r a l debilidad.
Pero sobre esto acontece lo mismo á las n a ciones que á ios individuos; n u n c a pueblo alg u n o ha igualado al romano en la elevación de
sentimientos. Escuchemos cómo Cicerón muestra, el verdadero origen de esta g r a n d e z a de
alma: «Aunque seamos a l g u n a s veces u n poco
amantes de nuestras instituciones v de nosotros
— US —
mismos, ¡olí padres conscriptos! el pueblo romano puede tener cierta alta idea de su n a t u r a l
superioridad, así como debe reconocerse inferior
á los españoles en el n ú m e r o ; á 'os galos en la
elevación de la estatura y en la fuerza del
cuerpo: á los cartagineses en la astucia; a- los
griegos en las ciencias, las letras y las artes, y
en fin. á los latinos é italianos en ese amor i n nato á la libertad que parece ser su carácter
distintivo, ó el instinto y el alma de todos los
Imbitantes do esa comarca: si el pueblo romano
lia vencido y sobrepujado en tantas cosas á todas
las naciones conocidas, no lia debido sus victorias y su ascendiente á esas cualidades particulares, sino solamente á la piedad, á la relig i ó n , á u n a especie de ciencia y de sabiduría,
que consiste en pensar que el universo entero
se m u e v e y gobierna por la i n t e l i g e n c i a y la
voluntad suprema de los dioses inmortales.»
XVII.
DE LA SUTERSTICIOX.
Vale más no tener n i n g u n a idea de Dios,
que tener u n a i n d i g n a de él; pues lo primero
no es más que i g n o r a n c i a ó incredulidad, y lo
segundo es u n a ofensa i m p í a , pudiendo decirse
que la superstición es injuriosa á la Divinidad.
'•Ciertamente, dijo el juicioso Plutarco, querría
mejor que se dijese que Plutarco no existe, que
oir dorar que h a y u n hombre así llamado que
devora á todos sus hijos t a n pronto como n a c e n ,
s e g ú n dicen los poetas que hacía .Saturno con
los suyos.o
De i g u a l modo que la superstición es más
ofensiva á Dios que la irreligión, así es t a m b i é n
más peligrosa para el hombre: el ateísmo le
deja, á pesar de todo, muchos apoyos y g u i a s ,
tales como la filosofía, los sentimientos de tern u r a que inspira la m i s m a n a t u r a l e z a , las
leyes, el amor á la gloria, el deseo de la buena
r e p u t a c i ó n , que todas son cosas que bastarían
para conducirle h a s t a cierto grado de v i r t u d
moral, al menos exterior, y en la suposición
rigorosa de que absolutamente no tuviese rel i g i ó n a l g u n a ; pero la superstición derriba
todos estos apoyos y establece en el a l m a h u m a n a u n a verdadera tiranía.' Además, el ateísmo no h a turbado n u n c a la paz de los imperios,
porque hace á los individuos más prudentes
con relación á lo que mira á ellos mismos, y
hace t a m b i é n que sólo se ocupen de su propia
seguridad, sin acordarse para n a d a del resto de
las cosas. Vemos t a m b i é n que los tiempos más
inclinados al ateísmo son los de paz pública,
tales como los de A u g u s t o , m i e n t r a s que la superstición h a derribado á muchos gol tiernos,
convirtiéndose en u n nuevo y poderoso móvil
que, comunicando su impulso violento á todas
las esferas g u b e r n a m e n t a l e s , desmonta, por completo el sistema político.
E l pueblo es'muy propenso á la superstición,
porque en todo lo que hace referencia á opiniones de esta naturaleza, los sabios se ven obli-
gados á ceder á los locos; y destruyéndose por
esta causa el orden n a t u r a l , se ajustan ó acomodan los pensamientos y creencias á los usos establecidos. Se puede m i r a r como u n a observación m u y juiciosa, la que hicieron á este propósito ciertos prelados del concilio de Trento, que
fué una asamblea donde la disciplina eclesiástica desempeñó el primer papel. Los astrónomos
h a n i m a g i n a d o escéntricos, epiciclos, órbitas y
otras m á q u i n a s hipotéticas para explicar los fenómenos celestes, a u n q u e no i g n o r a b a n que
n a d a de esto existia r e a l m e n t e . Los escolásticos, siguiendo su ejemplo, h a n i n v e n t a d o principios m u y sutiles y teoremas m u y complicados, para justificar ó explicar la práctica de los
usos de la Iglesia.
Las causas más ordinarias de la superstición
son los ritos y ceremonias destinados á complacer la vista y los demás sentidos: la afectación
de santidad, solamente exterior é hipócrita; u n a
veneración excesiva por las t r a d i c i o n e s , lo
cual sobrecarga y complica e x t r a o r d i n a r i a m e n te la doctrina de la Iglesia; los manejos de los
'prelados por a u m e n t a r sus prerogativas y r i quezas; la demasiada facilidad en acceder á
actos religiosos que d a n e n t r a d a á las innovaciones en la disciplina; la m a n í a de atribuir á
la Divinidad las necesidades, las facultades y
las pasiones h u m a n a s , asemejando Dios al hombre, lo cual mezcla á la verdadera doctrina una
m u l t i t u d do opiniones vanas y quiméricas: y en
fin, los tiempos de barbarie, sobre todo si los
pueblos se sienten afligidos de desastres y calamidades.
La superstición, cuando se presenta sin disfraz, es u n a cosa disforme y ridicula: porque
así como la semejanza del mono con el hombre
a u m e n t a la fealdad n a t u r a l del primero, así el
falso parecido de la superstición con la religión
hace á aquella más odiosa: y de igual modo
que los más saludables alimentos se convierten
en gusanos cuando se corrompen, de i g u a l modo
la superstición convierte la verdadera disciplin a y las costumbres más respetables en prácticas pueriles y ridiculas. A l g u n a s veces, á
fuerza de querer evitar la superstición ordinaria, se incurre sin apercibirse de ello en otro
género de superstición, que es cabalmente lo
que sucede cuando uno se alalia de no poder
extraviarse, alejándose todo lo que es posible de
la superstición a r r a i g a d a desde largo tiempo.
Así pues, cuando se quiere depurar la religión,
es necesario evitar con sumo cuidado el inconv e n i e n t e en que se tropieza por el celo desme-
dido, es decir, que debe procurarse mucho no
mezclar lo bueno con lo malo, lo cual sucede
frecuentemente cuando es el pueblo el reformador.
XVIII.
UE
LOS
VLUKS.
Los viajes por países extranjeros constituyen en la primera juventud una parte de la
educación, y en la edad madura una parte de
la experiencia; pero de un hombre que emprenda su viaje antes de saber algo la lengua del
país que quiere visitar, se puede decir que va á
la escuela y no que va á viajar. Yo quisiera que
un joven no viajase, sino que bajo la dirección
de un encargado instruido y de intachables
costumbres, que además de haber recorrido an-
teriormente el país á donde se propone ir, supiese la l e n g u a y se hallase en estado de i n d i carle cuáles son en ese mismo país los objetos
que merecen l l a m a r la atención de un viajero
estudioso, qué relaciones debe contraer y en
qué grado de i n t i m i d a d , y qué ciencias y artes
h a n llegado á cierto punto de perfección; porque fácilmente ocurriría de otro modo, que u n
joven viajaría con los ojos cerrados, y a u n q u e
fuera de su casa y lejos de su patria, no veria
nada nuevo.
¿No es sorprendente que en los viajes por
m a r , donde no se ve otra cosa que el cielo y el
a g u a , se t e n g a la costumbre de llevar diarios,
y que en los viajes por tierra, donde á cada paso
se ofrecen tantos objetos dignos de atención, se
t e n g a rara vez este cuidado? Como si las cosas
ó los acontecimientos que se presentan fortuit a m e n t e mereciesen más ser consignados en
los libros de memorias ó de apuntes, que las
observaciones que so lleva el proposito de hacer.
Conviene acostumbrarse á escribir la relación detallada de los viajes; pero las cosas que
m á s p r i n c i p a l m e n t e merecen llamar la atención
de u n viajero, son': las cortes do los príncipes,
sobre todo en los momentos en que d a n audiencia á los embajadores; los tribunales de justicia,
cuando se resuelven en ellos causas notables;
las asambleas del clero, ó los consistorios eclesiásticos; los templos y los monasterios, y demás
m o n u m e n t o s dignos de admiración; los muros
y fortificaciones de las ciudades, tanto g r a n d e s
como pequeñas; los puertos, radas, estanques,
ensenadas, etc.: las a n t i g ü e d a d e s y las ruinas
notables; las bibliotecas, los colegios, los a t e neos y los demás l u g a r e s donde se discuten y
enseñan las ciencias, las letras y las artes; los
navios y los depósitos de maderas; los palacios
más magníficos; los j a r d i n e s más hermosos; los
paseos públicos; las casas ó círculo -" de recreo,
como casinos, etc.: los castillos: ios arsenales
de mar y fierra; los graneros y almacenes p ú blicos; las bolsas; las más ricas tiendas de los
mercaderes; las academias donde la j u v e n t u d
hace sus ejercicios; la m a n e r a de l e v a n t a r las
tropas y de disciplinarlas, la m i s m a disciplina
m i l i t a r y la táctica, etc.; los espectáculos, d o n de representen los mejores actores; los tesoros y
los depósitos donde se g u a r d e n las cosas preciosas; los g u a r d a muebles; los museos: y por ú l timo, todo cuanto h a y a de mas notable en los
lugares por donde se pase: conviene t a m b i é n
que el encargado ó director del j o v e n viajero
tome de a n t e m a n o , sobre todas las p a r t i c u l a r i 5
dades d i g n a s de atención, noticias verdaderas
y detalladas. E n cuanto á los torneos, los tiestas
públicos, las cabalgatas, bailes de máscaras,
tertulias, festines, bodas, funerales, ejecuciones
y otros espectáculos de esta especie, no será
m u y necesario hacer pensar á los jóvenes en
ellos, pues son cosas que por sí mismos correr á n á buscarlas v o l u n t a r i a m e n t e . Sin embarg o , no conviene que del todo se desdeñen estas
diversiones.
Si so desea que u n joven recoja en poco
tiempo mucho fruto de sus viajes, y que se pring a en estado de hacer la relación de ellos con
exactitud y precisión y de reasumirlo todo en
breves palabras, he aquí la m a r c h a que es preciso hacerlo seguir:
1 /' Es necesario, como y a hemos dicho, que
antes de emprender el viaje sepa r e g u l a r m e n t e
la l e n g u a de la nación á donde se e n c a m i n e ,
y que el encargado ó ayo que haya de acompañarlo tenga., según t a m b i é n dejamos a p u n t a d o , a l g ú n conocimiento del país. Es preciso
además que se provea de u n libro de geografía;
que a/prenda la topografía ó lleve, al menos,
u n b u e n m a p a del país por donde v a y a á viaj a r , el cual le servirá como de clave para todas
las excursiones que h a g a ; que t e n g a el cuidado
de llevar un diario, y que no permanezca largo
tiempo en un mismo lugar, sino que su detención sea proporcionada á las observaciones que
en cada punto deba hacer.
Si en a l g u n a capital ó on a l g u n a población
de segundo orden permaneciese a l g ú n tiempo,
debe cambiar con frecuencia do hospedaje, sin
que se entienda que en esto deba ser extremado,
iiste es el mas seguro medio de multiplicar sus
relaciones y de instruirse! completamente en las
leyes del país, en las costumbres, usos, etc.:
convendrá t a m b i é n que evite el tmu, con sus
compatriotas, y que coma en ios cu cunos á donde asisten las personas do cierto r a n g o é ilustración. Cuando parta, de u n l u g a r para trasladarse á otro, tendrá cuidado de procurarse canias de
recomendación para a l g ú n sugeto distinguido
1
m?
me
O
residente en el punto á donde se dirija, y que
pueda facilitarle medios para ver y aprender
todo lo que merezca despertar su curiosidad.
Este es el modo de abreviar el viaje y de recoger copiosos frutos con p r o n t i t u d .
En cuanto á las relaciones más ó menos í n timas que so puedan contraer en el país por
donde se viaja, diremos que las personas que
deben, buscarse con más preferencia son los embajadores, diputados, secretarios de las emboja-
— 128 —
das y otros miembros del cuerpo diplomático.
De esta manera-, a u n q u e se viaje solamente en
u n país, se adquieren m u c h a s luces y u n caudal
de experiencia, superior al que podría obtenerse por otros medios.
Debe tener cuidado de visitar en todos los
l a g a r e s donde se d e t e n g a , á las personas más
d i s t i n g u i d a s en cada r a m o , sobro todo á las
m u y conocidas en otros países, con objeto de
poder observar por uno mismo si su aspecto,
sus m a n e r a s y sus costumbres corresponden á
la g r a n reputación de que gozan.
Debe evitar t a m b i é n toda ocasión de disputas y altercados, que nacen n a t u r a l m e n t e de
las diversiones escandalosas y reprobadas y de
las partidas do j u e g o , siendo también producidas por motivo de mujeres, por u n asiento m a l
retenido ó por palabras ofensivas. Así pues, que
evite toda estrecha relación con los hombres
coléricos y pendencieros y que fácilmente cont r a i g a n enemistades, porque de s e g u r ó l e complicarán en sus cuestiones y le comprometerán
con frecuencia.
Cuando nuestro viajero vuelva de regreso á
su patria, no debe perder de vista completam e n t e los países que h a y a recorrido, sino que
h a de cultivar la amistad de los hombres de
— :i2!> —
mérito y de las personas d i s t i n g u i d a s por su
posición, á quienes p a r t i c u l a r m e n t e h a y a t r a tado, entreteniendo con ellos u n a correspondencia más ó menos frecuente: debe procurar
asimismo que se conozca más por sus discursos
que ha viajado, que por sus modales y vestidos;
conviene también que sea p r u d e n t e en sus conversaciones, y que a g u a r d e para h a b l a r de sus
viajes á que se le i n v i t e á ello, ó aquellas ocasiones que espontáneamente le ofrezcan coy u n t u r a á propósito; que viva y se conduzca de
modo que claramente se vea que no h a a b a n donado los usos, los modales y los hábitos de
su patria para hacer alarde de los extranjeros,
sino que de todo lo que h a podido aprender en
sus viajes, h a escogido la flor para introducirla
en las costumbres y m a n e r a s de su país.
XIX.
DE
LA
SOBETIAXÍA
Y
DET.
\y\TC.
DE
MAXi)A
¡ N i n g u n a posición tan mala como la del
hombro que no tiene casi n a d a que desear y que
casi tocio tiene que temerlo! Tal es la suerte (lela mayor parte de los monarca.?, cisión tan elevados sobre los demás hombres, que apenas h a y sobre ellos a l g o á q u e puedan aspirar, lo cual hace
que su a l m a se halle perpetuamente entregada,
á la indolencia,, al enojo y al disgusto. So e n c u e n t r a n asediados de peligios. de temores, de
recelos y de sospechas que hacen su corazón
m u y difícil de conocer . como lo dice claram e n t e la S a g r a d a Escritura: -,E1 corazón de los
reyes es impenetrable.» En efecto, cuando u n
hombre que está mortificado por la inquietud y
— 131 —
lleno do sospechas y zozobras, no tiene n i n g ú n
deseo p r e d o m i n a n t e que pueda subordinar los
demás que le a g i t e n y hacer concurrir su voluntad á un punto determinado, su corazón es
m u y difícil de comprender.
Obsérvese que los principes procuran frec u e n t e m e n t e crearse deseos, apasionarse por frivolos o ájelos ó por ocupaciones i n d i g n a s de
ellos. ted;es como la caza, la construcción de edificios, Ja elevación de u n favorito ó o i establecimiento de una orden militar ó religiosa. Alg u n a s veces esta, adición se i n c l i n a hacia los
artes libere les d hacia u n arte mecánica, que
conslíteyc. por r e g l a g e n e r a l , su única ocupación. Nerón, por ejemplo, era músico: Domicia.no. tirador de flechas: Commodo, gladiador,
y Carao día cochero. Semejantes gustos y aficiones en personajes de t a n elevado r a n g o , p a recen m u y extraños á los que no conocen el
principia urcicuta: «El a l m a h u m a n a s e complace nue- adelantando en las cosas pequeñas
que permamcuendo estación;)ría en las g r a n des. Yernos también que los reyes que h a n hecho rápidas conquistas d u r a n t e su j u v e n t u d , y
que después se h a n visto obligados a detenerse
porque les era imposible seguir adelante sin
sufrir a l g ú n contratiempo ó sin encontrar a l -
g u n obstáculo, h a n concluido por hacerse m e lancólicos y supersticiosos, como sucedió á Alej a n d r o el G r a n d e , á Diocleciano, y eu nuestro
tiempo á Carlos I de España y Y de Alemania:
porque cuando el hombre, acostumbrado a avanzar r á p i d a m e n t e , e n c u e n t r a a l g u n a dificultad
que lo detiene, so siente descontento de sí
mismo y se verifica una. m u d a n z a en su carácter.
Es m u y difícil conocer la constitución, y
si me es permitido h a b l a r a s ! , el temperamento
de u n imperio, y comprender con exactitud el
r é g i m e n que más le conviene para, conciliar
sus elementos contradictorios; poro saber hacer
u n a juiciosa y acertada combinación de esas
mismas fuerzas opuestas, ó emplearlas alternat i v a m e n t e mezclándolas y confundiendo las
u n a s con las otras, es cosa m u y disfinta. Así
pues , la respuesta de Apolonio a Yespasianc
sobreesté asunto, está llena de buen sentido y
ofrece á los príncipes u n a g r a n lección. Este
emperador le p r e g u n t ó cuáles habían sido las
verdaderas causas de la perdición de Nerón:
«Nerón, respondió, sabía perfectamente t e m plar su arpa y divertirse; pero en el gobierno,
u n a s veces apretaba m u c h o las cuerdas, y otras
las dejaba demasiado flojas.» No h a y nada que
arruine ó debilite t a n t o al poder como las v a riaciones de u n gobierno que, frecuentemente
y sin oportunidad, pasa de u n extreme á otro
apretando y aflojando a l t e r n a t i v a m e n t e los resortes do la autoridad.
Es cierto que hoy toda la destreza de los
ministros y do los hombres de Estado, parece reducirse á, sabor encontrar prontos remedios para
ios peligros más próximos y vencer las dificultades á medida que se van presentando, en l u g a r de proveer con tiempo la tempestad y resg u a r d a r s e de ella por medios y recursos sólidos,
cuyos efeelos sirvan y se e x t i e n d a n al porvenir:
a g u a r d a r los peligros como lo h a c e n , ¿no es, en
cierto modo, lo mismo que desafiar á la fortuna
y complacerse en luchar contra ella? El verdadero hombre de Estado no se duerme de este
modo: no ve impasible brotar j u n t o á sí los gérmenes de las revoluciones, y so apresura á sofocarlos; pues cuando la materia combustible está
preparada, ¿quién puede impedir que u n a chispa le prenda, fuego, n i quién puede preveer
de dónde partirá esa chispa?
Los príncipes están asediados do dificultades que se reproducen sin cesar y que a l g u n a s
veces son insuperables; pero la m a y o r de todas
consisto en su propio carácter: el defecto m á s
común en ios príncipes, como también ío observ a n Tácito y Salusiio, es tener ai mismo tiempo
voluntados contradictorias: un príncipe no puede sufrir la ciecncion de la orden ¡pao él mismo
acaba de dar, porque quiere el lín y rechaza ei
medio de conseguirlo.
,
Los reyes t i e n e n relaciones necesarias con sus
vecinos, con sus mujeres y sus L i j o s , con oí clero, con la alta nobleza y con la de segundo orden, ó sean los simples gentiles-hombros, con
los comerciantes, con el pueblo de las clases inferiores, con las (ropas, etc. Sin una poca v i g i lancia y circunspección, todos esto* son otros
tantos e n e m i g o s .
Respecto de sus vecinos, las circunstancias y
las situaciones son t a n diversas y numerosas,
que es imposible daer sobre todo esto punto r e g l a s generales, por lo cual nos ceñiremos á establecer u n a que conviene á todos hm casos y
que n u n c a se debe echar en olvido, y que es
como s i g n e : no perdáis de vista á vuestros vecim
i
nos, ni desperdiciéis n i n g ú n medio para i m p e dir que se e n g r a n d e z c a n en poder y territorio, á
fin de que no se coloquen en estado de perjudicaros, y a sea. extendiendo sus dominios princip a l m e n t e hacia vuestras fronteras, y a atrayéndose el comercio y la i n d u s t r i a , etc. General-
me!;'.o h a b l a n d o , a, los Consejos de Estado, qne
«m cuernos permanentes, corresponde el prevenir esta, clase de nados. Dorante el triunvirato
do Enriooe \ III do Inglaterra, francisco I de
Francia y el emperador Carlos V. estos p r i n c i pes í i i i s o r v a r o n m u y liien la antedicha r e g l a : se
intervenían y eelaban recíprocamente y con
tanta vigilancia, que, n i n g u n o do los tres podía
g a n a r un pié de terreno sin que los otros dos se
ligasen contra él para restablecer el equilibrio,
siendo su m a r c h a constante no hacer la paz hasta, haber conseguido su objeto. Lo mismo puede
decirse do la l i g a formada entre Fernando, rey
de Ñapóles, Lorenzo de Mediéis, duque de Toscana, y Luis Esforcé, duque de Milán, la cual,
senatn Cuiciardiui. fué la salvaguardia v la salud de Italia.
Algunos escolásticos pretenden que no es
permitido hacer la g u e r r a sino que después de
u n a injuria recibida y de u n a provocación maní íiosta; pero á pesar de este dictamen, creemos
que el temor fundado en u n peligro i n m i n e n te es u n a causa, l e g í t i m a de g u e r r a . Es permitido prevenir el golpe que amenaza y evitarlo,
siéndolos primeros en acometer.
Hablando ahora, de las reinas, diremos que
la historia ofrece muchos ejemplos de perfidia y
de crueldad, que pueden servir de terribles lecciones para los reyes. Livia envenenó a su esposo y se cubrió de u n a eterna infamia. H a b i e n do cansado Jioselana la pérdida dei príncipe
Mustafá, que t a n célebre se liabia hecho, ocasionó g r a n d e s t u r b u l e n c i a s en la casa y en la sucesión de su esposo. La mujer de Eduardo II
contribuyó mucho al destronan!ienento y á Ja
m u e r t e del suyo. Estas catástrofes ú oirás semej a n t e s son de t e m e r , sobre todo, cuando las reinas t i e n e n hijos de otro m a t r i m o n i o que quieren elevar al trono, ó cuando t i e n e n a m a n t e s favorecidos.
T a m b i é n la historia ofrece sangrientos ejemplos de lo que los reyes tienen que temer de
parte de sus hijos, habiendo sido fistos a l g u n a s
veces las víctimas de las sospechas de sus padres. La m u e r t e violenta de Mustafá fué t a n funesta á la raza de Solimán, que la sucesión de
los turcos desde la m u e r t e de este príncipe es
m u y sospechosa, porque se ha creído que Solim á n II fué supuesto. La m u e r t e de Crispo, á
quien su padre Constantino el Grande hizo morir, fué i g u a l m e n t e fatal á su dinastía. Otros
dos de sus hijos perecieron, de u n modo violento, y Constantino III no fué por eso más afortunado, pues a u n q u e m u r i ó de enfermedad, su
fallecimiento acaeció poco tiempo después que
Juliano tomó las armas para combatirle. La
m u e r t e de Demetrio, hijo de Filipo íf, rey de
Macedonia, cayó) sobre el padre, que murió de
pena, y remordimientos.
La historia presenta g r a n n ú m e r o de estos
odiosos ejemplos, y sin e m b a r g o , en casi n i n g u n o de ellos se ve que los padres h a y a n logrado a l g u n a ventaja real atentando a la vida de
sus propios hijos: deben exceptuarse algunos
casos en que éstos h a y a n tomado las a r m a s ,
como hizo Selim I contra Bayaccto, y los tres
hijos de E n r i q u e I I , r e y de Inglaterra., que se
levantaron t a m b i é n contra su padre.
Los prelados poderosos y llenos de orgullo,
pueden t a m b i é n hacerse temibles á los reyes,
de lo cual son buenos ejemplos Tomás Hecket
y Anselmo, los dos arzobispos de Cantorbery,
que tuvieron la, audacia de medir su báculo
con la espada del soberano. A pesar de todo,
dieron que hacer á príncipes que no carecían de
valor y de firmeza, tales como Guillermo el
Bojo, E n r i q u e I y Enrique II. Pero los eclesiásticos no deben infundir g r a n temor á los g o biernos sino que en los dos casos s i g u i e n t e s :
cuando dependen de una autoridad extranjera,
y cuando la colación de ios beneficios está á
cargo de! pueblo 6 de sus señoras respectivos c
inmediatos.
E u cuanto á la alta nobleza, conviene que
el príncipe t e n g a á ios grandes á cierta distancia de su persona, á fin de inspirarles respeto.
Sin embargo, si el rey los h u m i l l a y envilece
e x c e s i v a m e n t e , podrá hacerse más absoluto,
pero tendrá menos seguridad sobro el trono y
estará en peor estado para realizar sus designios. Esta es u n a observación (pie he hecho en
m i historia de Enrique V I I , rey de Inglaterra,
que oprimía á su nobleza, i m p r u d e n t e m e n t e ,
lo cual fué la verdadera causa de los trastornos
y revoluciones que sufrió: pues a u n q u e los n o bles quedasen sometidos, u n secreto 'descontento les retrata do secundar los designios del m o narca, viéndose obligado á hacerlo todo por si
misino.
La nobleza do segundo orden, (pie es en
cuerpo menos u n i d o , es por esto mismo p e o
peligrosa. A l g u n a s veces alarmara a.ge, pero
haciendo siempre más ruido que dando. Adenitis
de esto, es u n contrapeso necesario para contraresíar la influencia de la alta nobleza é
impedir que se h a g a m u y poderosa,. E n lin.
la autoridad que los nobles de orden inferior
ejercen sobre el pueblo, es más inmediata y
más propia para aplacar los motines populares,
Los comerciantes son la vena principal del
cuerpo político: cuando el comercio no íloroce,
este cuerpo puedo tener miembros robustos,
pero la mayoría de sus partes estará m a l alimentada y tendrá poca fortaleza. Los g r a v á m e nes impuestos sobro esta ciase de ciudadanos,
son rara vez ventajoso» á los intereses del monarca, porque lo que por este medio puede g a nar sobre un centenar de individuos, lo pierde
en una., provincia entera que empobrece: la
masa do los impuestos no puede crecer sino en
proporción do la masa total de fondos ó capitales empleados en el comercio. Las clases inferiores del pueblo no son temibles n a d a más
que en (ios casos, á saber: cuando tienen u n
jefe de g r a n d e fama y poderío, y cuando se
toca demasiado á la religión, á las a n t i g u a s
costumbres y á los medios de donde sacan la
subsistencia.
Per último, los militares son peligrosos en
u n Estado, cuando forman ejércitos permanentes en Tin solo cuerpo y obedecen además á u n
jefe único, y cuando están m u y acostumbrados
á las gratificaciones y recompensas. Peligros
de que vemos muchos ejemplos en las frecuentes sublevaciones de los genízaros de Constan-
—
140
—
t i n o p l a y en las de la guardia preíoriana de los
emperadores romanos. Pero cuando se tiene la
precaución de reclutar y organizar los soldados
en diferentes lugares poniendo a su cabeza m u chos jefes, y no acostumbrándolos demasiado á
las gratificaciones, se proporciona al Estado una
defensa p e r m a n e n t e y exenta de riesgos.
Los principes pueden compararse á los cuerpos celestes, que producen el buen tiempo y el
malo y que reciben m u c h a s muestras de respeto, pero (pie t i e n e n más brillantez y majestad
que descanso. Todos los preceptos que se pueden
dar á i o s reyes, están comprendidos en estas dos
advertencias de la Sagrada Escritura: «Acuérdate de que eres h o m b r e , y no olvides que ai
mismo tiempo eres u n dios sobre la tierra;» o b servaciones de las cuales la u n a debe ser el freno de su poder y la otra el de su voluntad.
DEL COX.SE.TO Y DE LOS CONSEJOS D E ESTADO.
La mayor prueba de confianza que se puede
dar a u n n o m b r e , es elegirlo para consejero;
porque cuando se conflan á u n extraño los bienes, los hijos, la propia dicha ó a l g u n o s de los
asuntos particulares, a ú n no se le confia n a d a
más que u n a parte de lo que uno tiene y de lo
que u n o es: m i e n t r a s que se pose á disposición
del que se escoge para consejero, la persona
misma y todo cuanto se posee. E n vista de esto,
j u z g ú e s e qué g r a n d e confianza y sinceridad deben merecernos los hombres por cuyos consejos
nos guiemos.
Cuando u n príncipe es b a s t a n t e discreto
para rodearse de u n consejo de individuos acer-
t a d a m e n t e elegidos, no debe temer que padezca
su autoridad ni que el público le supongan falto
de a p t i t u d , pues Dios mismo tiene su consejo, y
el nombro mas augusto que lia. dado á su amado Hijo, es el de consejero, lín un prudente y
juicioso consejo es donde resido toda seguridad.
Por sabia y oportuna que sea una medida que
pueda tomarse, nunca, las cosas h u m a n a s se ver á n exentas de contrariedades: pero si los asuntos no se discuten y e x a m i n a n más de una, vez
en un consejo, el gobierno mismo esíará sujeto
á todas las agitaciones y vicisitudes de la fortun a : iluctuará en una. ineertidumbro ó irresolución perpetua: se le verá sin cesar hacer y deshacer las cosas sin regla y sin objeto lijos; y en
u n a palabra, su marcha incierta y vacilante
será, como la de un hombre embriagado. El hijo
de Salomón conoció, por su propia experiencia,
la fuerza y poder de un buen consejo, lo mismo
que su padre balda, experimentado su necesidad. Por u n consejo mal escogido se vio el pueblo de Dios desmembrado primero y después
arruinada) por completo, pudiendo hacerse sobre
este particular dos observaciones m u y instructivas, que podrán servir para conocen' los buenos cuerpos consultivos y distinguirlos de ios
malos: la u n a , que concierne á las personas, es
que el consejo de los israelitas, á que nos hemos
referido, estaba todo compuesto de jóvenes: y la
otra, que se refiere al resultado de las deliberaciones, consiste en que estos consejeros tan j ó venes no inspiraban al príncipe- nada más que
resol uniones violentas.
La alfa sabiduría de la a n t i g ü e d a d brilla
e m i n e n t e m e n t e en u n a fíbula que parece haber
sido i n v e n t a d a para mostrar á los roye* io m u cho que les interesa estar estrechamente unidos,
y, en cierro modo, incorporados a su consejo,
al mismo tiempo qno la, g r a n prudencia y b u e n a p-jlílica coa que deben servirse de él. P r i mero ungieron ios poetas que J ú p i t e r se casó
con olctis, que es el e m b l e m a del consejo, para
darnos á entender que ésto y el soberano deben
estar unidos. Después suponen que Metis concibió, fecundada por el padre de los dioses, y que
no queriendo éste a g u a r d a r la época del a l u m bramiento, la devoró: sintió entúnces.uua especie de embarazo, que no cesó hasta que hubo
dado á- luz á Palas ó Minerva, que salió a r m a d a
de su cabeza.
Esta fábula, por monstruosa que parezca,
no deja de encerrar uno de los mayores secretos del arto de g o b e r n a r , y nos enseña de una
m a n e r a clara el modo con que el príncipe
—
—
debo sacar partido de su consejo. P r i m e r a m e n te nos da á entender que deben consultársele
todos los negocios importantes, lo cual corresponde á aquella primera concepción y al p r i m e r embarazo. E n segundo l u g a r nos indica,
que cuando los asuntos h a y a n sido discutidos v bien madurados en el seno del consejo, v
se hallen en estado de publicarse, no debe
permitirle pasar más adelante n i sufrir que se
a t r i b u y a la resolución, haciéndola pública e n
su propio nombre y por su sola autoridad. Es
preciso, por el contrario, que el príncipe h a g a
suyo el resultado del asunto, á fin de que la
nación se persuada de que todas las órdenes y
decretos ¡que aquí ya so pueden comparar á P a las armada, porque son promulgados con toda
la m a d u r e z , prudencia y autoridad necesarias), todas las órdenes y'decretos, repito, e m a n a n ú n i c a m e n t e del jefe supremo; y no sólo
que proceden de su autoridad, lo cual sería suficiente para acreditar su poder, pero insuficiente para a u m e n t a r ó sostener su reputación, sino
t a m b i é n de su voluntad, de su prudencia y de
su propio e n t e n d i m i e n t o .
Investiguemos ahora cuáles son los i n c o n venientes á que u n príncipe se expone, estableciendo y consultando á u n Consejo de Estado,
y qué medios son necesarios para precaverse de
ellos ó remediarlos. Los principales ó los más
conocidos se reducen á tres: el primero está en
que cuando los asuntos se comunican á u n
g r a n número de personas, no se puede casi
n u n c a contar con el secreto. El segundo consiste en. que la autoridad del soberano parece
debilitarse, dando á entender al mismo tiempo
(pie desconfía de su propia capacidad y que no
tiene la fuerza necesaria para gobernarse por
si mismo. L i tercero se funda en el peligro de
ios dictámenes partidos, interesados, y m á s útiles á quien los da que a q u i e n los recibe.
Para prevenir estos inconvenientes, los i t a lianos h a n i n v e n t a d o y los franceses h a n adoptado d u r a n t e el gobierno de a l g u n o de sus reyes,
los consejos secretos, conocidos con el n o m b r e
de consejos de g a b i n e t e . que es u n remedio
peor que el m a l .
ivu punto al secreto, nadie obliga al p r í n c i pe á comunicar á su consejo todos los negocios,
y es dueño de hacerlo con cuidado y b u e n discernimiento, ora sea con relación á las m a t e rias, ora con relación á las personas. Tampoco
es conveniente que cuando el príncipe p o n g a
u n asunto á la deliberación, declare su propio
parecer: sino que debe por el contrario ser m u y
10
reservarlo en este punto ye cuidar m u y especialm e n t e de no ser comprendido. V,n cuanto al
consejo de g a b i n e t e , se podrían poner sobre la
p u e r t a estas palabras: «Estoy lleno de entradas
y salidas.» U n a sola persona bastanie vanidosa
para gloriarse de saber u n secreto y bastante
indiscreta para revelarlo, perjudicará cien veces más que u n g r a n n ú m e r o de ellas que, con
m u c h a s malas cualidades, estuviesen persuadidas de que su primer deber es g u a r d a r religios a m e n t e el sigilo.
H a y sin duda negocios que requieren le más
profunda reserva, lo cual es m u y difícil de conseguir si se comunican á más de u n a ó dos personas, sin contar al príncipe. E n este caso no
perjudica el reducido n ú m e r o de individuos al
acierto de las revoluciones, porque entre poco?
está el secreto m á s g u a r d a d o , lo que por sí solo
es u n a ventaja, habiendo además mayor concierto, mayor consecuencia y más constaucia
y facilidad en la ejecución, todo lo cual result a de que pocas personas e n c u e n t r a n menos d i ficultades para entenderse. Pero para esto es
preciso que el príncipe t e n g a g r a n fondo de
prudencia, y que su mano sen bastante fuerte
y poderosa para llevar por sí mismo el timón.
Es necesario además que estos íntimos conse-
—
147
—
jeros á quienes se comunica abiertamente, sean
sinceros, do u n a probidad reconocida y fielmente interesados en las miras de su señor. De esto
se ve u n ejemplo en la, persona, de Enrique VII,
rey de Inglaterra, que j a m á s confiaba sus m a yores y más importantes asuntos sino que á
Fox y á, Alerten.
En cuanto ai desprestigio de la autoridad
del principe, creo poder asegurar que es u n temor quimérico. Más diré a ú n : cuando el príncipe asiste en persona á las deliberaciones, su
presencia en t a n a u g u s t a asamblea realza, más
bien que rebaj
el brillo y la majestad reales.
N i n g ú n principo se lia conocido que perdiese
algo de su autoridad por haber escuchado y
guíádose mucho por su consejo, sino que en
esíos dos casos: cuando ciertos individuos h a n
adquirido g r a n d e influencia, especialmente si
lia sido uno solo el depositario de este excesivo ascendiente, ó cuando muchos miembros se
h a n coaligado con miras particulares: inconvenientes entrambos que son fáciles de descubrir
y remediar.
Defiriéndonos al último de los que apuntamos antes, ó sea al que consiste en los dictámenes pérfidos é interesados, diremos que es cierto
que estas palabras de la Sagrada Escritura: «No
se encontrará la buena te sobro la tierra.» deben aplicarse á este siglo tomado en conjunto,
y no á individuos determinados. Dichosamente,
h a y a ú n hombres fieles, sinceros, veraces, líenos de rectitud y franqueza, enemigos de la
m e n t i r a , del artificio y la disimulación, listos
hombres son los que los principes deben procurar atraerse por ios más fuertes lazos. Acontece
que rara, voz los consejeros de listado se ponen
en perfecta i n t e l i g e n c i a y concordancia. Ordin a r i a m e n t e , la envidia y la desconfianza recíprocas les llevan á observarse ó inspeccionarse
de cerca los unos á los otros, de suerte que si
a l g u n o de entre ellos so a v e n t u r a r a á. dar consejos capciosos y favorables á sus particulares designios, el príncipe seria advertido m u y
pronto.
Pero el remedio radical de este inconven i e n t e , es que los soberanos t r a t e n de conocer
á sus consejeros t a n bien como estos se conocen entre sí; pues el primer talento de u n m o n a r c a consiste e n conocer á fondo ios hombres
á quienes emplea. No conviene absolutamente
que el principe honre á sus consejeros con su
confianza, hasta tal punto que puedan espiar
todos sus discursos y acciones paca penetrar en
lo más profundo de su pecho; y los mejores
—
119
—
consejeros son los que emplean sus talentos y
sagacidad en facilitar los asuntos de su señor,
más bien que en comprender sus pensamientos
y en conocer su carácter: cuando se bailen animados de este espíritu, se ocuparán principalm e n t e en darles sabios consejos, y no en lisonjearle y complacerle. U n método que puede ser
m u y útil á ios príncipes, consiste en i n d a g a r el
parecer de sus consejeros, unus veces en la asamblea y otras separadamente; porque un dictam e n dado en particular es más libre y sincero,
m i e n t r a s que en público ñ a y m i l consideraciones que obligan á reservar u n a parte y a l g u n a s
veces el todo de las opiniones. E n u n a conversación particular se abandona uno más a r d i e n t e m e n t e á su propio impulso, y en u n a a s a m blea se cede más bien al de los extraños. Es.
pues, necesario emplear alternándolos estos dos
medios: consultar p a r t i c u l a r m e n t e á aquellos
consejeros que t i e n e n intuios influencia, á fin
de oirlos cuando n a d a embaraza sus ideas, y en
plena sesión á Jos que ejercen m a y o r ascendient e , para contenerlos con más facilidad en los l í mites del respeto.
De nada servirá á u n príncipe p r e g u n t a r á
su consejo sobre los asuntos, si no consulta t a m bién sobro las personas que emplea ó quiere e m -
— LIO —
plear en ellos; porque los negocios son como las
i m á g e n e s i n a n i m a d a s , dependiendo los resultados de las personas elegidas.
Pero los informes que se tomen sobre Jos i n dividuos, no h a n de dar sólo una idea g e n e r a l ,
v a g a y semejante á las que sirven de base á los
teoremas de matemáticas, sino una, idea precisa
y específica: es necesario que las indagaciones
de esta naturaleza t e n g a n por objeto el carácteri n d i v i d u a l y el talento propio de las personas
que v a y a n á emplearse: la elección juiciosa y
acertada do ios hombres es la prueba más visible
que u n príncipe puede dar de su discreción, y
los errores más peligrosos son los que sobre esto
punto se cometen. Los mejores consejeros, como
alguien ha dicho, son los muertos. Estos no
a d u l a n ni e n g a ñ a n , mientras que u n consejero
vivo se ve frecuentemente inclinado y o ¡ g u s a s
veces obligado á suavizar ó debilitar la venia m
Así pues, es útil conferenciar de vez en como •
con los libros, sobre todo con los que h a n sido
escritos por hombres que por si mismos han
desempeñado papeles importantes en el teatro
del m u n d o .
Hoy dia, los consejos no son, en muchas
p a r t e s , mas que u n a especie de reuniones ó
círculos familiares, donde se discurre sobre los
— 151 —
asuntos m á s Lien que se discute sobre ellos,
aunque m u c h a s veces precisa llegar pronto á
una conclusión y convertir en decretos estos
resultados superficiales. Fuera mucho mejor,
cuando se trata de un asunto m u y i m p o r t a n t e ,
proponerlo u n dia y aplazar para el siguiente
la resolución, puesto que la noche m a d u r a las
ideas. Esto se hizo cuando se propuso el tratado
de unión entre I n g l a t e r r a y Escocia, reinando
también en aquella asamblea mucho orden y
regularidad. Yo creo que debería designarse un
dia lijo para las recwsfm
ó peticiones de ios
particulares. Por este medio, íes d e m a n d a n t e s
ti peticionarios, enterados del dia en que había
de atendérseles, no tendrían necesidad n a d a
más que de prepararse para entonces, no desperdiciando así tanto tiempo.
Mediante esta misma disposición, en las sesiones en que sólo se debiesen tratar asuntos
importantes, no se distraería la atención en los
iie escaso i ¡iteres.
Al elegir los secretarios que h a n de enterar
de los asuntos al consejo, debe procurarse que
sean personas del todo indiferentes y que todavía no t e n g a n opinión fija, lo que es mejor que
i n t e n t a r establecer u n a especie de equilibrio,
combinando con esta mira personas de opuestas
opiniones, cada u n a de las cuales esté en situación ele defender las que profese. Yo desearía
a ú n que se estableciesen comisiones perpetuas
dedicadas a diferentes objetos, tales como el comercio, los impuestos, la g u e r r a , los delitos, etc.,
y lo mismo para determinados asuntos y provincias. En los Estados donde h a y muchos consejos subordinados á u n consejo superior, como
sucede en España, los inferiores no son, propiam e n t e h a b l a n d o , nada más que comisiones perm a n e n t e s análogas á las que indicarnos aquí,
pero revestidas de m a y o r autoridad.
Si sucede que el consejo tiene que tomar
datos relativos á lo que concierne á diversas
profesiones, como á las de jurisconsulto, n a v e g a n t e , comerciante, artesano, etc., consultará
con preferencia á los hombres que ejercieron
estas mismas profesiones, debiendo extenderse
los informes por los secretarios, y si el caso lo
pidiese, por el consejo reunido. Tampoco debe
permitirse á los consejeros que se presenten en
t u m u l t o n i que hablen g r i t a n d o ó en estilo t r i bunicio, pues esto serviría para aturdir y fascin a r á la asamblea, más bien que para ilustrarla.
U n a mesa m u y larga ó cuadrada, redonda
ú ovalada, etc., ó sillones colocados alrededor
de la sala y pegando á la pared, no son cosas
del todo indiferentes; y a u n q u e estas disposiciones parecen no afectar mas que á la forma
y ser p u r a m e n t e exteriores, no dejan de e n t r a ñar efectos m u y reales y positivos. Por ejemplo: cuando la mesa es demasiado a n c h a , el pequeño número de personas sen tudas en la extremidad principal, t i e n e n sobre las otras u n a
ventaja n a t u r a l que frecuentemente les hace
dueños del asunto, m i e n t r a s (pie cu u n a mesa
cuadrada, la misma ventaja t e n d r á n los consejeros que ocupen el laclo opuesto.
Cuando el principe asiste en persona al consejo, debe poner u n cuidado especialísimo en
ocultar sus pensamientos y opiniones, y en
procura.r t a m b i é n que los consejeros no logren
penetrar su á n i m o : pues si consiguen esto, en
vez de emitir cada uno su propio parecer, se
g u i ñ a n el del príncipe, deseosos de lisonjearle
y olvidando el deber que t i e n e n de aconsejarle
libre y espontáneamente: c a n t a r í a n estas palabras: Plucclio
tibí.
Domine.
Señor, yo trataré
do complacerte íl).
(1) Salmo do David.
NEUOOlOS.
La fortuna es semejante á un mercado donde aguardando un poco se suele comprar m á s
barato. Pero a l g u n a s veces se parece á la Sivila,
que á medida, que quema sus libros sube el precio de los que q u e d a n , y concluye exigiendo
por el último el valor que p r i m e r a m e n t e hubiera pedido por todos. La ocasión, dice el poeta, tiene por cunante u n a poblada cabellera y
es calva por detrás: y cuando ofrece su vaso,
presenta primero et asa y después el lado opuesto, por donde es más difícil a g a r r a r l o .
El más alto grado de la prudencia h u m a n a
consiste en saber cuál es el momento oportuno
para empezar y la mejor razón para hacer la
—
1 "> 5 —
siembra: cuando el peligro parece pequeño es
m u c h a s veces m u y g r a n d e , y más bien que por
su m a g n i t u d , perjudica á los hombres porque
los sorprende. Cuando ya se le ha visto, conviene más saiirle al encuentro que a g u a r d a r l e :
pues el centinela que vela mucho está expuesto
á dormirse, a u n q u e t e n g a cercano al e n e m i g o ,
así como incurre en el extremo opuesto el que
rodeándose de precauciones parece que con estas
mismas llama la atención del peligro y se lo
atrae. /V estos puede sucedentes lo que á los soldados (pao se dejan e n g a ñ a r por u n efecto que
produce ¡a huía, la cual, así que está demasiado
baja, da de espaldas á los enemigos y proyecta
su sombra, hacia adelante, haciéndoles creer
que se hallan más próximos y estimulándoles
á hacerles disparos que no les a l c a n z a n .
Antes de obrar es preciso asegurarse de si el
negocio ha. llegado al punto de madurez que requiere; y g e n e r a l m e n t e hablando, para realizar
u n designio ele importancia conviene e n c a r g a r
el principio á Argos, el de los cien ojos, y el ü n
a Briareo, el de los cien brazos; es decir, que es
necesario ser desde luego m u y precabido y estar m u y v i g i l a n t e , para poder llegar p r o n t a m e n t e al íin que se desea.
El casco de P l u t o n , que s e g ú n la fábula
encubre la m a r c h a del hombre hábil y lo hace
invisible, no representa otra cosa que el secreto
en el consejo y la celeridad en la ejecución: y
cuando llega el momento de obrar, nada s i g n i fica la reserva comparada con la ligereza y la
diligencio, siendo a l g u n a s veces este secreto
efecto de la celeridad m i s m a , como sucede con
la bala de u n fusil, que á la velocidad de su
m a r c h a debe el pasar invisible á n u e s t r a vista.
XXII.
DE
LA ASTUCIA Y DE LA SUTILEZA.
Por astucia y sutileza comprendemos u n a
falsa y c r i m i n a l prudencia, que se dirige siempre por sendas oblicuas y tortuosas. H a y ciert a m e n t e u n a g r a n d í s i m a diferencia entre u n
hombre p r u d e n t e , no sólo con relación á la vir-
tud, sino t a m b i é n con relación á la sagacidad,
sucediendo en esto como entre los j u g a d o r e s ,
que no es el mejor el que m u e v e y maneja las
cartas con más viveza y prontitud.
Conocer á los hombres y comprender los n e gocios, son dos cosas m u y distinta?. Con frecuencia se ven hombres calculistas y m á q u i n a dores, que podrían representar u n panel principal entre los más astutos facciosos, y no por esto
dejan de ser g e n t e s faltas do luces y talentos.
Muchas veces h a y sugetos que p e n e t r a n la
parte Haca de los demás y a u n los momentos de
debilidad do los caracteres más enérgicos y soveros, y sin e m b a r g o i g n o r a n la parte esencial
de los asuntos. Este es el carácter distintivo de
los que han estudiado en los hombres más que
en los libros. Los individuos de esta clase son
más propios para la práctica, que para la especulativa, y más nara la ejecución que para deliberar. Pueden ser útiles m i e n t r a s se c a m i n a
por senderos que les sean m u y conocidos; pero
en el momento en que se les extravía u n poco
ele su ruta, toda su astucia y todos sus recursos
vienen á parar en n a d a . "¿Queréis d i s t i n g u i r ,
decía un filosofo de la a n t i g ü e d a d , ai verdadero sabio del insensato"? Pues mandarlos á p a í ses extranjeros y lo conseguiréis.» Aplicando
—
15b
—
esta r e g l a á los hombres do que tratamos, v e ríamos en seguida su poco fondo. Como estos
hombres tan sutiles y astutos se asemejan á
los pequeños merceros, no será i n ú t i l descubrir
el interior de su tienda..
Un método m u y usado por las personas ast u t a s , es observar con g r a n atención el rostro
de sus interlocutores, como lo hacen los jesuítas que h a n establéenlo esíe precepto y que lo
recomiendan y practican por sí mismos, fundándose en que h a y algunos hombres que sig u e n u n a conducta prudente, con la. cual m a n t i e n e n reservados los moví mientes de su corazón, pero que sin embargo dejan traslucir en
el semblante el estado del ánimo: se sobreent i e n d e que lo mismo que ios,jesuítas, el que
m i r a lijamente á su interlocutor, h a do tener
el cuidado de bajar de cuando en cuando los
ojos.
Otro medio que ofrece la sagacidad para conseguir fácil y p r o n t a m e n t e lo que de otra -persona se pretende, consiste en emmczar e n t r e t e niéndola con un asunto que ir; > S Í do g r a n d e
interés, para que, preocupada cmi el, no vea
bien los inconvenientes de acceder á nuestra
e x i g e n c i a , y para que í»s diñen!;ades y objeciones que debería oponer pasen desapercibidas
á su reflexión. Un sugeto conocido mió, que
era secretario y consejero de Estado bajo el g o bierno de la reina. Isabel, empleaba con frecuencia este recurso para conseguir de ella lo
que deseaba. Cuando ie ponía a l a íirma a l g u n a
orden, empozaba, distrayendo su atención h a c i a
a l g ú n asunto de g r a n d e importancia, con cuyo
ardid conseguía que firmase el documento sin
n i n g u n a dificultad.
También se puede obtener por sorpresa el
consentimiento de u n a persona, haciéndole la
proposición en momentos en que se halle ocupada, por negocios de m u c h a premura, que, i n teresándole v i v a m e n t e , no ie dejen tiempo para
fijarse en el que, so le presenta.
E n medio ó recurso eficacísimo para descomponer u n asunto que, propuesto y m a n e j a do por otra persona con prudencia y sagacidad
había de dar buen resultado, es encargarse u n o
por sí mismo de presentarlo, y fingiendo que
se desea, de todo corazón u n éxito feliz, conducirse de m a n e r a que no t e n g a n más que rechazarlo.
Interrumpirse uno mismo en m i t a d del discurso, como si i n v o l u n t a r i a m e n t e se hubiese
padecido una equivocación, es u n buen medio
de despertar la curiosidad del que oye, que en-
— KJO —
trará en deseos de conocer todo lo restante de lo
que se lia y a indicado con esta, e s t r a t a g e m a .
Como lo que se dice es siempre más i n t e r e sante y produce mejor efecto si obligamos á
que se nos exija la conversación, que cuando
hablamos por nuestra propia voluntad y sin quo
nadie lo h a y a deseado, se i n t e n t a r á conseguir
lo primero fingiendo u n cambio notable en el
tono y en la, expresión del s e m b l a n t e , á fin de
incitar al interlocutor á que p r e g u n t e la causa
ó motivo de la m u d a n z a y nos procure así la
c o y u n t u r a que deseamos para explicarnos. De
este medio se valió Xe hernias para llamar la
atención de su soberano, y á la pregunta, que
el príncipe le hizo con este motivo, respondió:
«Esta es la primera vez que m i semblante aparece triste delante del r e y . »
Cuando se está obligado á comunicar al
príncipe ó á cualquiera otra persona i m p o r t a n te u n a noticia, aiiictiva ó, en g e n e r a l , cosas desagradables, se debe emplear el artificio de que
la primera, n u e v a sea denla por u n a persona, subalterna cuyas palabras no t e n g a n g r a n d e a u toridad, y reservar la parte principal para, u n a
de más consideración, á fin de que sea interrog a d a y la respuesta parezca m u y n a t u r a l é i n dispensable á la p r e g u n t a que se le hace, y a u n
como ocasionada sin n i n g u n a preparación p r e cedente. Medio de que Narciso tuvo la prudencia de valerse para dar al emperador Claudio la
e x t r a ñ a noticie, del nuevo m a t r i m o n i o de Mcsalina, su mujer, con Silio.
Cuando se quiere propagar a l g u n a noticia,
sin que uno parezca el autor de ella y sin. que
la pública, atención se fije en la persona, que la
da, conviene valerse de cualquiera
de estas
frasee: ar'e dice q u e . . . . Ha llegado á n u e s t r a
i n d i c i a . . . . etc.a.
Cierto sugeto á quien conozco, cuando escribe una. curta sobre u n asunto que le i n t e r e sa v i v a m e n t e , h a l l a en toda ella do cosas de
escasa., i m p o r t a n c i a , g u a r d a n d o lo que m á s i n terés le inspira, para la postdata, donde hace
mención do ello corno si se le hubiese ol vidado
y le fuera, casi indiferente.
Otro conocido mío usaba u n ardid casi sem e j a n t e , cuando iba á buscar á u n a persona
para hablarle do u n a s u n t o que á él le i n t e r e saba: entablaba conversación, no hablando d i recta ni exclusivamente de su objeto,
hasta
que aprovechando los momentos m á s o p o r t u nos, volvía por sus mismos pasos y se ocupaba
del negocio como de u n a cosa que casi se le h a bía olvidado.
11
— 102 —
H a y otros que. g r a d u a n d o la hora, á que lia
do venir á verlos a l g u n a persona para, tralar de
u n asunto que les interesa, se ponen a propio
intento a leer u n a carta relativa al asunte misino, ó á desempeñar cualquiera otra tarca que
con é! se relacione; de cuyo modo la persona
que llega cree que les sorprende ocupándose del
negocio en cuestión, y se proporcionon así coy u n t u r a á propósito para hablar sobre él como
por casualidad.
Otro medio comparable á ios precedentes,
pero de índole más odiosa, consiste en p r o n u n ciar a l g u n a s palabras atrevidos delante de persona que sea propensa á atribuirse los pensamientos ágenos, á fin de que bis repita en diferente l u g a r y se culpe ó desprestigie por sí
mismo. Des sugetos que me eran conocidos,
pretendían bajo el reinado de la reina Isabel
el destino de secretarios. A u n q u e los dos procurasen excluir al contrario, vivían bastante
amigablemente, y su misma pretensión les
daba á, veces motivo para dirigirse a l g u n a s
bromas. Un dia uno de ellos dijo ai otro:
«Solicitar el empleo de secretario cuando el soberano está en la época del descenso de su vida,
es exponerse mucho; por m i parte, confieso que
no ambiciono del todo u n destino semejante.»
El que escuchaba cogió estas palabras p r o n u n ciadas in leui ció c a d a m e n t e , y en moa conversación familiar con varios amigos suyos, tuvo la
i m p r u d e n c i a de decir que no tenia g r a n d e interés en alcanzar el cargo de secretario, porque
era m u y peligroso cuando el monarca se bailaba en la edad de su decadencia. Sabido esto
por el otro aspirante á la secretario, maniobró
de m a n e r a que llegase á conocimicnlo de la
reina, atribuyéndolo á su adversario. La princesa, que se creia a u n e n el vigor de ia j u v e n t u d , no pudo saber esto sin g r a n disgusto, y
desde entonces no le permitió q u e volviese ó,
hablar del empleo que solicitaba.
Otro recurso del mismo género, que los i n gleses expresan m u y r i d i c u l a m e n t e por la expresión proverbial de «cambiar el g a t o en la
sartén,•> consiste en atribuir á. otra persona lo
mismo que nosotros le hemos dicho en su cara.
Es m u y fácil y nada expuesto enterar á los demás de este modo, pues cuando las palabras
h a n sido dichas en u n a conversación sin otros
testigos que los dos individuos que lo tuvieron,
¿quién podrá. en último caso, doseu! rir la verdad y culpar al uno más ni menos que al otro?
F r e c u e n t e m e n t e , ninguno de ambos interlocutores podrá saber cuál de ellos es mía culpado.
— 104 —
No menos pérfido es el medio de acusar i n directamente á los demás disculpándose uno á
sí mismo, valiéndose de proposiciones n e g a t i vas, como por ejemplo: no entraré en otras averiguaciones, pero puedo asegurar nao jamas lie
tenido tal ó cual proyecto, etc.; medio de que
Tigelino so valió para hacer que Nerón sospechase de Burrhus: «En cuanto á mí. decía, no
se me verá forjar proyectos para otro reinado:
m i única ambición consiste en ver gozar ai
emperador de u n a salud completa, y en que
reine la.rgo tiempo.»
Hay l a m i n e n personas que tienen una g r a n dísima a b u n d a n c i a de cuentos ó anzolólas que
hacen servir á su propósito, envolviendo en ¡dios
todo cuanto quieren decir, con cuyo medio cons i g u e n no ser importunos con sus palabras y
hacer agradable lo mismo que tienen que comunicar.
Cuando se quiere hacer u n a p r e g u n t a a. otra
persona, es bueno expresarse de modo que no
se la obligue á contestar i n m e d i a t a m e n t e , sino
que se comprenda la respuesta, a u n q u e la dé
enunciada en los mismos términos que se hay a n empicado para interrogarle, lo cual ahorra
mucho embarazo y a y u d a á la decisión.
H a y personas que a g u a r d a n en las conver-
— 10 o
—
saciónos d u r a n t e un tiempo infinito, la ocasión
•.lo poder aventurar lo que tienen que decir,
¡(.'uántas vueltas y revueltas dan antes de fijarse en ol punto á donde su designio y sus miradas se dirigen! ¡Cuántos diferentes asuntos trat a n y recuerdan tintes de llegar al suyo! Este
os un arte (pie exige mucha paciencia, pero no
deja por eso de tener su u t i l i d a d .
Una p r e g u n t a atrevida 6 imprevista, basta
a l g u n a s veces para desconcertar al hombre más
sereno y para sorprenderle hasta el punto de
obligarlo á descubrirse. Esto fué' lo que ocurrió
hace algunos unios á un sugeto que habia sido
desterrado do Londres, y que habiendo vuelto
antes do tener cumplido su castigo, adoptó otro
nombre á. fin de no ser fácilmente descubierto.
>e paseaba u n dia por la iglesia de San Pablo,
y u n a persona, á quien de a n t e m a n o se habia
prevenido, se le acercó y llamó al oido por su
propio nombro, y volvió la cabeza apresuradamente y sorprendiéndose, con lo cual él mismo
se descubrió.
Al lin. estos medios tan ruines a b u n d a n
m u c h o , y sería conveniente reunirlos en u n a
colección, porque nada es tan perjudicial en u n
Estado como el error que frecuentemente confunde la astucia y la sutileza con la prudencia.
Sin embargo de todo, h a y entro esta clase
de g e n t e s muchísimos individuos <¡ue no sirven para otra cosa sino que para empezar y para
concluir los negocios, siendo absolutamente i n útiles en el curso de ellos. Se parecen á u n a de
esas casas de hermosa a p a r i e n c i a . que tienen
puerta magnífica y u n a escalera no menos suntuosa, y que luego no ofrecen á sus moradores
u n a sola habitación donde pueda estarse con alg u n a comodidad. Cuando u n asunto ha llegado
casi á su fin, podrán encontrar a l g u n a buena salida y preveer a l g ú n feliz resultado, pero no dan
n i n g ú n provecho m i e n t r a s se está deliberando
sobre él. y menos aún ai tiempo do debatirse. Si
se ha de creer lo que dicen, ellos no son hombres nacidos para disputar, sino para practicar
y d i r i g i r á los otros. H a y personas que quieren
mejor levantar su fortuna sobre los lazos que
tienden á los demás, que sobre bases sólidas y
duraderas. A éstos debe recordárseles aquella
m á x i m a de Salomón, que dice: «.VA sabio se
contenta con cuidar de sí y de sus propias acciones: el insensato se separa del buen camino,
y se introduce en los tortuosos senderos de la
astucia y las maquinaciones.
XXIII.
OK LA FALSA Pi'.UlMiXCIA Di-iL EGOÍSTA.
La h o r m i g a os un a n i m a l ü l o que comprendo m u y Lien sos intereses; pero no por eso deja
do ser >ma plaga para los j a r d i n e s y los campos,
i g u a l m e n t e , el hombre que se ama demasiado
es u n a verdadera calamidad pública. Aprended
á conciliar vuestros intereses con los intereses
comunes: salwd ser justos con vosotros mismos
sin ser injustos con ios demás, y principalmente con vuestra, patria y vuestro r e y . Es la. cosa
más vil y despreciable el hombre que o h i d á n dose de todo, so hace él mismo el centro de
todas sus aspiraciones y designios. Esto es convertirse en u n sor material y completamente m u n d a n o , olvidando que si vivimos sobre la
— 108 —
tierra y permanecemos en ella durante un período más ó menos largo, tenemos otros intereses que se relacionan con el Cielo, por los cuales debemos m i r a r , haciendo á éste el objeto
principal de nuestras obras y deseos.
E l egoísmo de u n príncipe no es t a n culpable como el de otro cualquier individuo, pues
a u n q u e u n príncipe h a g a su persona el centro
de todo su interés, éste no es el de u n solo hombro, sino el de u n g r a n n ú m e r o de sus semej a n t e s , afectando mucho á la fortuna pública
el bien y el m a l que le suceda. Cuando este
vicio llega á ser el único móvil de un subdito
en u n a monarquía y de u n ciudadano en una
república, se convierte en u n a verdadera, calamidad. Todos los negocios que pasen por sus
manos se resentirán de sus miras interesadas:
separándolos de su dirección n a t u r a l , los llevará
por el oblicuo camino de sus particulares i n t e reses, que son casi siempre contrarios á los de!
príncipe ó á los del Estado. Por esto los monarcas deben poner su confianza sólo en hombres
que no t e n g a n este vicio n i mucho menos se
hallen dominados por é l , si quieren que los
encargos que les confien produzcan la utilidad
que a g u a r d a n .
Lo que hace más dañoso el egoísmo de esta
— lr,!l —
clase de hombres, es que no g u a r d a n i n g u n a
proporción el beneficio que para sí reservan con
el inmenso perjuicio que hacen sufrir á los dem á s . Sería m u y c r i m i n a l que sacrificasen, los
intereses del príncipe á i g u a l c a n t i d a d de los
suyos propios: pero a u n es m a y o r delito procurarse una, pequeña, ventaja á costa de g r a n d e s
perjuicios ocasionados al soberano ó al Estado.
Esta conducta es la que s i g u e n los ministros,
tesoreros, embajadores,generales, oficiales, etc.,
cuando so h a l l a n dominados por el vicio de que
hablamos, i g u a l m e n t e que otros servidores i n fieles y corrompidos. Una vez colocados en la
balanza sus intereses, siempre, y á trueque de
todo, la i n c l i n a n hacia sí a r r u i n a n d o m u c h a s
veces los más importantes negocios del amo
que se los confió. F r e c u e n t e m e n t e sucede que
la ventaja que logran es sólo proporcionada á
su fortuna, mientras que el perjuicio que ocasionan es relativo á la del monarca: pues los
egoístas lo son todo menos escrupulosos, y no
hallarán dificultad en i n c e n d i a r la casa de su
'cecino para tener l u m b r e donde freír un huevo.
Sin embargo, estos mismos hombres se afanan
algunas veces por los intereses de sus amos,
siendo después de los suyos los únicos por que
m i r a n , y á unos ó á otros sacrifican frecuente-
—
1 7 0
—
m e n t e los más importantes negocios ti el soberano ó del listado.
La p r u d e n c i a del egoísta se divide en m u chas especies, todas á cual más perniciosas.
Unas veces tiene la prudencia de las ratas, que
cuidan m u y bien de a b a n d o n a r una r;iai c u a n do está próxima á desplomarse: otras ia, de la
zorra, que sorprendo al conejo en la m a d r i g u e ra que para sí ha hecho y se aprovecha de ella;
a l g u n a s veces la del cocodrilo, que deja correr
sus l á g r i m a s cuando quiere devorar. Pero lo
que no debe echarse en olvido es que esta clase
de hombres, qao sin tener rivales son t a n amantes de sí mismos, género de carácter que Cicerón a t r i b u y e á bempeyo, acaban g e n e r a l m e n t e
por naufragar en sus designios, y después de
no haber hecho otra cosa d u r a n t e su vida que
sacrificios en su propio honor, concluyen por
ser víctimas inmoladas á la inconstau na de la
fortuna, c u y a rueda se h a b r á n vanagloriado
a l g u n a vez de fijar con su prudencia i n t e r e sada.
—
171
—
XXIV.
j)E LAS IXXOVACÍOXES.
Tocio a n i m a l nace informe, y en esta p r i m e ra época de su existencia puede considerarse
como u n simple bosquejo. listo mismo puede decirse de las innovaciones, que son las hijas del
tiempo, a u n q u e en verdad esta regla tiene sus
excepciones, puesto que vemos con frecuencia
que los individuos que más ilustran u n a familia
son mas dignos do esta elevación que sus descendientes. Pero lo que decimos de ios hombres
es necesario decirlo t a m b i é n do las cosas; y en
la mayor parte de las instituciones h u m a n a s ,
el primer plan, que es corno el primer modelo ó
el original, no conserva casi n i n g ú n parecido
con las diferentes copias ó transformaciones que
se hacen en los tiempos ulteriores: esto consiste
en que el m a l , que la h u m a n a naturaleza sigue
v o l u n t a r i a m e n t e después que dio el primer paso
en el camino de su perdición, m a r c h a siempre
en crecimiento: m i e n t r a s que e l i d e n , hacia el
cual no se i n c l i n a sino que haciéndose una g r a n
violencia, va. c o n t i n u a y n a t u r a l m e n t e decreciendo.
Todo remedio es una innovación, y por esto
se h u y e n con frecuencia y consideran como
nuevos males. El m a y o r de todos los innovadores es el tiempo: pero el tiempo que cambia n a t u r a l m e n t e las cosas llevándolas de m a l ó n peor,
como acabamos de indicar, ¿qué esperanzas podrá ofrecer al hombro de t e r m i n a r sus males, si
el hombre mismo no pone e n j u e g o su p r u d e n cia y actividad para cambiar en bien sus infortunios? Es cierto que las instituciones de largo
tiempo establecidas convienen mejor á las cost u m b r e s y batatos de los que se rigen por ellas,
adquiriendo con esta l a r g a unión u n a conformidad y conexión que las m a n t i e n e adaptadas e n tre sí, y las hace como más propias y naturales
las u n a s para las otras, m i e n t r a s que las nuevas
h a l l a n resistencia en las a n t i g u a s , en las cuales introducen cierta turbación; y por buenas
y convenientes que puedan ser por la virtud
de su propia naturaleza, ocasionan, siempre alg ú n perjuicio, fundado en la a n t e d i c h a falta de
armonía y conformidad. Son miradas como los
extranjeros, los cuales inspiran más sorpresa y
curiosidad que cariño.
Todo lo gue acabamos: de deaiü será muy
cierto cuando el tiempo no introduzca ó reclame
n a t u r a l m e n t e algún cambio: poro no en caso
contrario, pues el tiempo corre p e r e n n e m e n t e
como las a g u a s de u n rio caudaloso, y su instabilidad es tanta, que la excesiva duración de
las instituciones y un apego obstinado á las antiguas costumbres, causan iguales ó mayores
males y turbulencias que las mismas innovaciones, siendo mirados los que tienen g r a n veneración por las a n t i g ü e d a d e s como objeto de
risa ó de mofa para sus contemporáneos, fin
vista de esto, los hombres deberían i m i t a r e n
Jas innovaciones la conducta del tiempo, que
conduce sin duda á g r a n d e s y radicales m u danzas, pero que lo hace por grados insensibles y casi desapercibidos. Do otro modo sucede
que toda novedad se mira con desconfianza, y
aunque mejoren a l g u n a s cosas so conseguirá
que otras empeoren, porque el que g a n a con la
reforma lo a t r i b u y e solo al tiempo, y oi que se
siente perjudicado la m i r a como u n a injusti-
— I7i
—
cia y hace objeto de sus quejas á los innovadores.
Debe reflexionarse m u y maduramente antes
de adoptar c hacer experimentos en Jos cuerpos
políticos, para remediar sus males, fuera de
aquellos en so? de una urgente necesidad, ó de
una ventaja ó conveniencia, palpables. Y antes
de determinarse á introducir las innovaciones,
h a y que asegurarse de que es el deseo de reformas saludables el que reclama el cambio, y no
el deseo de cambiar el que produce las reform a s . En u n a palabra, toda innovación se debe,
si no rechazar, por lo menos mirar como sospechosa, que es lo que nos dice la. Sagrada Escritura en estas frases : «Empecemos nuestro
camino por los senderos a n t i g u o s , y miremos
desde olios pr¡ra encontrar r u t a mejor: después
que la hayamos e n c o n t r a d o , tengamos el suficiente valor r>ara penetrar por ella.»
XXV.
)):•; L\
EXI'KOTCIOX EN
F.OS NEGOCIOS.
Una diligencia afectada es en los negocios
un verdadero obstáculo : se la podida comparar
á lo que los médicos l l a m a n predigesíion ó digestión precipitada, que acelera demasiado el
curso de las operaciones del estómago, y ocasione, g r a n daño llenando el cuerpo de humores
viciados, que son el origen de casi todas las e n fermedades. No h a y , pues, que medir la diligencia por el tiempo empleado, sino por el progreso que se h a y a hecho Lacia el objeto de
nuestras aspiraciones: pues así como en la carrera no so adelanta más con alzar m u c h o los
pies y dar g r a n d e s y descompuestos saltos,
sino con dirigir bien los pasos y aprovechar las
—
1 7 0
—
fuerzas, así en los negocios no consiste ta actividad en abarcarlo todo á la vez. sino <m seguir
el asunto con constancia y discreción.
H a y muchos hombres que se precian de ser
m u y trabajadores y laboriosos; y siendo más
amigos de aparecer diestros y ligeros que de
serlo en realidad. lo precipitan todo sin conseg u i r n i n g ú n provecho. Abreviar un negocio
simplificando las materias ó las partes que e n tren en él, y simplificarlo t r u n c a n d o esas m i s mas partes, son dos cosas m u y distintas. ('uando
u n negocio se maneja con precipitación, se adel a n t a y atrasa a l t e r n a t i v a m e n t e sin tener seguridad en lo (¡ue se h a c e , y h a y i ¡ >e empezarlo
m á s de u n a vez. Un sugeto á quien yo conocía,
recome ¡.'.daba siempre la calma en todas las cosas, y cuando a l g u n o a n d a b a m u y apresurado
por acabar a l g ú n asunto, le decía: «.~So corra V.
tanto y llegará más pronto.»
La verdadera diligencia es una cualidad
preciosa: porque el tiempo es la verdadera m e dida del valor de los negocios, así como el d i nero lo es de las mercancías, y de aquellos que
invierten mucho tiempo puede decirse que cuest a n m u y caros. La l e n t i t u d de los espartanos
entre los a n t i g u o s , y la de los españoles entre
los modernos, se h a n hecho proverbiales, h a -
bieiido dado l u g a r á este adagio: «/ Yatr/a mi
¡Huerto rfe JíspaTia.'» es decir, puede m i muerte
venir de España, que entonces es posible que
m u e r a de viejo.
A los que dan las primeras explicaciones sobre u n asunto, conviene prestarles atención y
guardarse m u y bien de interrumpirles el hilo
de su relato, pues trayendo do a n t e m a n o preparadas sus ideas, si se les obliga á variar el orden ele ellas', nadarán repitiendo muchas veces
u n a misma cosa b a s t a que de nuevo a r r e g l e n
su discurso, para lo cual necesitan indispensablemente a l g ú n tiempo; pero a ú n así. n u n c a se
h a b r á n expresado tan bien como si se h u b i e r a n
oido sin replicar. E n el teatro sucede que el
apuntador se ba.ee m u c h a s veces más molesto y
enojoso que el actor que no sabe bien su papel.
No cabe duda en que las repeticiones h a c e n
perder tiempo: pero sin e m b a r g o , n i n g u n a cosa
abrevia tanto como ellas los negocios, cuando
se emplean para aclarar bien el estado de éstos,
de cuyo modo se ahorra u n a g r a n parte de los
discursos i n ú t i l e s . Los discursos prolijos y rebuscados, no son más cómodos para la explicación de ios negocios que u n vestido talar con
larga, cola, lo sería para correr.
Los discursos preliminares, las digresiones,
las excusas, los cumplimientos y otros accesorios que no sirven n i interesan n a d a más que a
quien ios emplea, hacen perder mucho tiempo,
y aunque parezcan pruebas de modestia, es sin.
e m b a r g o la. vanidad la cansa que los sngiei-e.
Pero si se observa que las personas con quienes
se t e n g a entablado ó vaya á entablar*.-* a l g ú n
negocio tienen el á n i m o prevenido contrariam e n t e , no conviene apresurarse á entrar en materia . pues toda prevención exige un exordio <\
preámbuio que la destruya, asi como para introducir u n u n g ü e n t o se necesita u n a l a r g a frotación.
.La verdadera, actividad en los negocio.'? es el
orden, el método, u n a juiciosa distribución y
divisiones exactas. Sin embargo, no se necesita
que éstas se m u l t i p l i q u e n mucho ni se funden
en distinciones muy sutiles; porque si es cierto
que el que no divide nada absolutamente el
todo j a m á s podrá comprender bien el asunte,
t a m b i é n lo es que el que lo divido demasiad-)
oscurecerá la materia en vez de aclararla y
n u n c a podrá salir con honor del negocio en que
se e m p e ñ e . El verdadero medio de ahorrar el
tiempo, es ocupar bien aquel de que dispongamos, pues todo lo que se hace fuera, de sazón
no es otra cosa que vano ruido. | ? todo negocio
n
h a y tres partes esenciales: la preparación, el
examen ó discusión, y la ejecución ó conclusión. Si se quiere activar, el e x a m e n es lo que
pide más tiempo y más personas: las otras dos
partes necesitan muchas menos. •
Proceder por escrito al principiar u n n e g o cio, es u n medio que facilita la discusión y cont r i b u y e á la expedición; porque a u n q u e se suponga que este primer escrito sea rechazado, la
misma negativa dará más luces que u n a consideración v a g a y verbal sobre el negocio.
XXVI.
DE LA AFECTACIÓN
DE
PRUDENCIA
Y DEL
MANEJO
QUE USAN LOS AFICIONADOS Á FORMALIDADES.
Si hemos de dar crédito á la opinion común,
ios franceses saben más de lo que a p a r e n t a n , y
los españoles a p a r e n t a n más de lo que saben.
—- 180 —
Pero sea ele esto lo que quiera respecto de las naciones, es indudable que pueden hacerse dichas
distinciones respecto de los individuos: el Apóstol ha dicho de los falsos devotos, que tienen
todas las apariencias de la piedad, sin tener
ninguno de los efectos reales de esta virtud.
Tales son t a m b i é n los hombres de que tratamos
en este artículo, los cuales tienen la costumbre de no hacer n a d a sin u n g r a n d e aparato de
gravedad.
Es u n espectáculo verdaderamente risible
el que presentan á la vista de u n hombre de
juicio, viéndolos con qué manejo y artideio
tratan de presentar como cuerpo «Uñlo una simple supcríieie. Algunos son tan advertidos y
reservados, que nunca se presentan C l a r a m e n te sobre n i n g ú n negocio, apare id ando siempre reservar algo, y cuando rao pueden ocultar de otro modo su i g n o r a n c i a verdadera, Ung e n no decir m u c h a s cosas porque la prudencia
lo prohibe. Otros h a b l a n sólo por gestos y adem a n e s , y por decirlo de este modo, parecen
sabios do pantomima, á. propósito 'de ios cuales
ha
íMcho
Cjcerojí
dirigUmüosc
á
P i s ó n :
«Tú
nos dices alzatído u n a ceja hasta lo alto de la
frente y bajando la otra hasta la barba, que
te causa horror la crueldad.»
— 1S1 —
Hay otros, que creyendo imponer y autorizar con una palabra ó expresión dicha con aire
decisivo y sentencioso, parten de ella dando
por demostrado y tomando por base lo que son
incapaces do probar. Otros a p a r e n t a n desprecio
hacia todo lo que supera á su capacidad, y ocupándose de ¡os asuntos de esta clase como por
encima y ron cierta indiferencia desdeñosa,
t r a t a n de que su i g n o r a n c i a pase por una prueba de juicio y sabiduría. Tfay además algunos
que tienen siempre á la mano u n a excepción
con que entretener ó burlar el asunto, esquivando de este modo el p u n t o esencial de que se
trata. Áuio-Gelio los pinta perfectamente diciendo que son: «Unos hombres decidores de
futilezas, capaces con sus repetidas distinciones
de pulverizar el objeto más sólido.» Platón nos
presenta t a m b i é n u n ejemplo de estos en su
Protágoran a t r i b u y e n d o á Prodico u n discurso
compuesto todo de excepciones y sutilezas desde
el principio basta el fin. E n toda deliberación,
los hombres de este carácter adoptan Ja n e g a tiva, porque una vez desechada la proposición
puesta sobra q tapete, no queda n a d a que h a cer, mientras que si se admite á discusión, es
u n a nueva obra que tiene que ejecutarse.
(
Para, terminar este artículo, diremos que no
h a y comerciante próximo á quebrar, n i pobre
v e r g o n z a n t e que emplee tanto artíllelo para esconder su miseria y m a n t e n e r su crédito, como
emplea u n hombre de esta naturaleza para adquirir ó conservar reputación de prudencia y
sabiduría. A l g u n a s veces aciertan por casualidad, y suelen llegar á representar cierto papel;
pero debemos guardarnos de encargarles negocios de importancia, pues es más fácil sacar
partido de otros hombres menos discretos, pero
que sean más francos, que de estos tan amigos
de formalidades.
XXVII.
DE LA AMISTAD.
«Un hombre que busca la soledad, es u n a
bestia salvaje ó u n dios.» El que habló así no
pudo r e u n i r en menos palabras más verdades y
e r r o r e s : porque si no es dudoso que el hombro
que h u y e e í trato do los demás racionales y que
tiene u n a aversión n a t u r a l y profunda hacia la
sociedad de ios otros hombres, participa, algo
de i a bestia salvaje, es. sí, absolutamente falso
que t e n g a algo de divino el que se aleja por
rompiólo del trato de sus semejantes, a. menos
que esto recogimiento t e n g a por objeto gozar
mayor tranquilidad para entregarse á las meditaciones de las cosas reveladas, cuyos goces
espirituales creyeron equivocadamente disfrutar algunos paganos, tales como Epimenides
de Creía, Kmpedocles de Sicilia y a l g ú n otro,
siendo s i n embargo realmente cierto, que esos
mismos goces fueron disfrutados por muchos de
entre nuestros a n t i g u o s anacoretas y de los padres de la, iglesia cristiana.
Pero hay pocos hombres que comprendan
perfectamente en qué consiste la verdadera soledad y que t e n g a n de ella u n a idea cabal y
perfecta; pues un g e n t í o , por numeroso que
sea, no forma por esto sólo una sociedad, n i u n a
multitud de rostros es otra cosa que u n a g a l e na, de retratos, é igualmente una conversación
entre personas que las unas para las otras son
indiferentes, no es más agradable que el soni-
— IS1 —
do de xin címbalo. Este adagio latino: «(Jrart
ciudad, g r a n soledad,» atestigua lo que decimos.
En u n a población de g r a n extensión no
pueden los amigos reunirse con tanta facilidad
y por consiguiente con t a n t a frecuencia, b a ilándose separados por mayores distancias. De
cualquier modo que sea, puede asegurarse que
la soledad más horrorosa es la que sufre un
hombre sin amigos, y t a m b i é n se puede decir
que el m u n d o sin la amistad es el mayor de los
desiertos. Bajo este punto de vista, el hombre
incapaz de tener amigos tiene mucho parecido
con u n a bestia, salvaje.
El principal fruto de la amistad consiste en
que proporciona el medio de compartir el peso
de ios pensamientos, m u c h a s veces ailictivos,
que las pasiones que nos agitan reproducen sin
cesar, cié cuyo modo se alivia considerablemente ei corazón.
Se "puede tomar zarzaparrilla para las afecciones del h í g a d o , ñor de azufre para las inflamaciones pulmonares, a g u a mezclada con tint u r a de acero para las opilaciones del bazo, y
castóreo para fortificar el cerebro; pero no h a y
medicina t a n eficaz para librar el corazón de la
opresión que producen nuestras penas, como un
amigo al cual comuniquemos nuestros placeres, nuestros disgustos, nuestros temores, nuestras sospechas, etc., cuyo género de c o m u n i c a ción tiene a l g u n a a n a l o g í a con la confesión
auricular.
A primera vista nos asombramos de que los
príncipe-- den tanto valor á osla ciase de a m i s tad de que hablamos', y de que m u c h a s veces
e x p o n g a n por sostenerla su persona, y hasta la
seguridad y sosiego de sus reinos; pero esto
ocurre porque u n monarca no puede recoger
los dulces frutos de esta, preciosa amistad sino
que elevando hasta, sí á uno de sus subditos y haciéndole en cierto modo su compañero
y su i g u a l , lo cual tiene g r a n d e s i n c o n v e n i e n tes y expone á graves pelign•-. Las lenguas
modernas , que dan á esta clase de amigos
¡ie los reyes el nombre de privados , favoritos, etc.. parecen significar de parte del príncipe que esta privanza ó predilección es una
gracia especial ; pero en las l e n g u a s a n t i g u a s sucedía de otro modo, empleándose entre
los romanos la denominación de p a . j ' i i c i j w a c a ' ¡ • p i ' i m , que significa partícipe de los cuidados
y las inquietudes. Lo que prueba, que es realm e n t e adecuada esta denominación , es que
nada estrecha y fortifica tanto los lazos de la
amistad entre el principo y esta elasv de a m i gos, como la participación que les concede en
los negocias: verdad que no sido se *u acorva en
los monarcas débiles y esclavos de sus paciones,
sino también en ios de más 'irme voluntad y
de talentos \ calidades más recomendó Idos, lo
ntis.no políticas que morales. Algunos han favorecido á determinados sugeíos de cutre sus
subditos, basta el extremo de darles y recibir
de olios el titulo de amigos, y de hacer que los
demás ios designen t a m b i é n con esta palabra,
que ordinariamente se emplea de particular á
particular.
Cuando Si la se elevó al poder supremo, favoreció extraordinariamente á Pompeyo, que
después fué honrado con el sobrenombre de
g r a n d e , y llegó el caso de que éste se lisonjease de que tenia más poder que su protector:
Pompeyo logró en u n a ocasión obtener el consulado para uno de sus amigos, á. pesar de los
manejos y aspiraciones de Sila, y estando éste
expresándole su descontento con a l g u n a a l t i vez, el joven le impuso silencio con esta respuesta: «El sol saliente t i e n e más adoradores
que el sol que se pone.» César vivía en tan
g r a n d e i n t i m i d a d con Décimo B r u t o , que le
h a b l a instituido por su heredero después de su
—
LS7
—
sobrino Octavio; esto supuesto a m i g o tuvo bast a n t e predominio sobro la voluntad de César
para atraerlo al senado donde los conjurados le
a g u a r d a b a n para darle m u e r t e , intimidado por
algunos nodos presagios y por un sueño que
halda tonillo su mujer Calpurnia, habia resuelto no asistir aquel (lia á. la sesión ni salir de su
casa, y entonces Bruto, cogiéndole de la m a n o ,
le dijo: e Ya mus. yo a g u a r d o que para v e n i r al
senado no e s p e r a r a s que tu mujer t e n g a mejores ensueños,» con lo cual le determino á salir.
Poseía, lauda tal punto el favor y la confianza de Julio ÍYwar, que Antonio, en u n a carta
que Cicerón recitó palabra por palabra en u n a de
sus filípicas, le calificaba de encantador, s i g n i ficando (pie habia como hechizado á César. Octavio habia, honrado y distinguido con u n a
amistad tan estrecha á Agripa, hombre de baja
condición, (¡oe habiendo preguntado un dia á
Mecenas con quién casaría á su hija Julia, recibió de él esta respuesta: « E s preciso casarla
con Agripa, ó hacerla morir: pues Jo has elevado
tanto, que cutre estos dos extremos no h a y medio posible. •> Ida amistad de Tiberio con Seyano
era. tan estrecha y de tal modo lo habia aproximado á si, que entrambos eran mirados como
una sola persona, y en u n a carta, que el p r í n c i -
pe le escribió se expresaba de este m o d o : «Creo
que en consideración á nuestra a m i s t a d . no
debo ocultaros n a d a . » Así fué, que queriendo
honrar el senado esta amistad extraordinaria
del principe, ie hizo erigir un altar como á u n a
diosa. Se observa otra amistad t a n estrecha por
lo menos como la de lo? anteriores ejemplos, entre Séptimo Severo y Plautia.no. por la cual se
creyó este último autorizado para t r a t a r á los
hijos de su a m i g o con u n a dureza excesiva, á
pesar de los cuales y de todas las demás afecciones de este emperador, m a n t e n í a en l u g a r
preferente sus relaciones. Así lo atestigua, en
u n a certa dirigida al senado sobre este sugeto,
en la que decia: «Es tal m i afecto por esta persona, que deseo que m e sobreviva.»
Si estos principes hubiesen sido de u n a índole semejonte á la de Traja.no ó á ia de Marco
Aurelio, podría atribuirse u n a t e r n u r a t a n ext r e m a d a á ia bondad natural do su carácter;
pero observando cuan Armes, severos y apegados
á sus propios intereses eran estos emperadores de
que tratamos, nos veremos obligados á concluir
q u e , á pesar de que poseían el m a y o r poder y
g r a n d e z a á que u n mortal puedo aspirar, h u bieran creído imperfecta su propia, felicidad, si
la adquisición de u n a m i g o de esta especie no
la hubiese perfeccionado. Pero lo que principalm e n t e debe llamar nuestra atención, es que estos príncipes t e n í a n esposa, hijos, sobrinos, etc.
Seguramente n i n g u n o de éstos podía ocupar el
l u g a r do u n a m i g o .
Sin embargo de lo dicho, Felipe «le ('omines
dice á propósito de Garios el Temerario, d u q u e
de Borgoña, que j a m á s consultaba sus negocios
con nadie, y que á nadie comunicaba sus i n quietudes y sus penas más angustiosas y p e n e trantes. Hacia el fin de su vida, a ñ a d e , esta, reserva extraordinaria llegó á t u r b a r un poco su
razón. El mismo (tomines hubiera podido hacer
igual observación, si lo hubiese creído necesario, de huís Mí, rey de Francia, que lué su seg u n d o señor, cuyo carácter sombra; y reservado se convirtió en su verdugo d u r a n t e ios ú l t i mos años de su vejez y de su vida. Esto precepto simbólico de Pitágoras: «No devores tu corazón,» a u n q u e u n poco oscuro y e n i g m á t i c o ,
no deja de estar lleno de sentido: y si. no temiese usar de u n a calificación demasiado dura,
diria que los hombres que no t i e n e n amigos
verdaderos á quienes comunicar lo que a b r i g a
su pecho, son u n a especie de antropófagos ó
caníbales que devoran su propio corazón.
También debe observarse sobre este primer
— 190
—
fruto ele le amistad, que la libre comunicación
de un hombre con su a m i g o produce dos efectos i g u a l m e n t e saludables a u n q u e opuestos: es
decir, que a u m e n t a los goces y d i s m i n u y e las
pesares: pues no existe s e g u r a m e n t e n i n g ú n
hombre que tenga, costumbre de participar sus
asuntos do tudas especies á otra, persona, que
no sienta placer comunicando sus alegrías,
y que no alivie su alma, de las nenas que la
martirizan y afligen, descarga uu ola, por d e cirlo así. en el pecho de u n amigo verdadero.
Así es, que puede decirse conrazmi que la amistad produce en el a l m a ios diferentes efectos
que la piedra filosofal en el cuerpo h u m a n o ,
pues si hemos do creer a- los alquimistas, éstos
le atribuyen resultados contrarios, qero i g u a l m e n t e ventajosos. Mas no hay que recurrir á
las operaciones misteriosas de Ja alquimia en
busca de i m á g e n e s sensibles que se nos present a n mejor en el curso ordinario do la naturaleza,
para demostrar las ventajas de Ja amistad: vemos en las composiciones físicas que la unión
facilita y fortalece las acciones naturales, mientras que debilita y amortigua toda impresión
violenta: la unión de las almas produce t a m bién en ellas este doble efecto.
El s e g u n d o fruto de la amistad no es m é -
nos útil iiara esclarecer el espirita, que el p r i mero para a u m e n t a r los placeras y d i s m i n u i r
los p r s a w y aflicciones del corazón: porque si
estas libres y afectuosas comunicaciones serenar:
las f tempestades y borrascas do-irnos!ras pasiones, estableciendo la calma y tranquilidad
en
el alma h u m a n a , t a m b i é n disipa la oscuridad
y confusión do! e n t e n d i m i e n t o , d e r r a m a n d o en
él una luz t a n viva, como suave y a g r a d a b l e .
Y no se crea que esto depende solo de h s consejos amistosos que se pueden recibir de las
ludables y desinteresadas
sa-
intenciones de u n
a m i g o : estos consejos constituyen
una
nueva
veníaja de que hablaremos después, un poco diferente de la que ahora nos ocupa. Todo hombre
que t e n g a su espíritu agitado y como oscurecido por una m u l t i t u d de pensamientos que no
pueda, desenredar fácilmente, sentirá que sus
ideas se aclaran y su razón se afirma, con solo
comunicarlos á u n a m i g o y discurrir con él
sobre (dios; porque entonces discute sus opiniones con más facilidad, a r r e g l a sus ideas con
más orden, y .juzga mejor de la verdad y u t i lidad de sus pensamientos , luego que los ha
expresa/lo con palabras. Por este medio se hace
más prudente que si estuviese abandonado á sí
mismo, no siendo dudoso que este efecto se lo-
g r a mejor en u n a conversación de una hora
que en u n a meditación do un dia entero.
Temístocles empleaba u n a comparación
m u y exacta, al decir al rey de Persia que los
discursos de Jos hombres son como los tapices
pintados cuando después de extendidos muest r a n claramente a la vista los objetos que el dibujo representa: y que los pensamientos, antes
de comunicarlos, son corno esos mismos tapices
mientras permanecen enrollados.
Esto s e g u n d o fruto de la amistad, que consiste en desahogar el espíritu y esclarecer las
ideas, no se crea que sólo puede obtenerse de
amigos do u n talento superior y capaces de
ciar u n consejo acertado. Un interlocutor tan
perfecto, desde luego que valdría m á s ; pero
sin e m b a r g o do esto, uno mismo se instruye
comunicando sus pensamientos, a u n q u e sea á
u n a m i g o que nada h a y a de facilitarnos la
tarea, y afilando, por decirlo así, el ingenio
contra una piedra que si no corta haga, cortar.
E n u n a palabra, sería mejor expresarnos ante
u n a estatua ó a n t e u n cuadro pintado, (pie permanecer silencioso y en u n a meditación contin u a d a , que sin d u d a ahoga los mejores pensamientos.
Para hacer más completo este segundo fruto
de la. amistad, puede añadírsele otra ventaja
que es más sensible y más g e n e r a l m e n t e conocida: m e refiero á, los consejos saludables y
desinteresados que se pueden recibir de u n
a m i g o . íleráclito lia. dicho con razón, en uno
de sus e n i g m a s , que la luz reflejada es siempre
la mejor: y no es dudoso que la que se recibe
por el consejo de u n a m i g o , es más p u r a que la
que uno puede sacar de su propio e n t e n d i m i e n to, que está siempre, en cierto modo, descompuesta y alterada por muchas pasiones y gustos
habituales; de suerte que entre el consejo de u n
a m i g o y el nuestro propio, h a y la misma, diferencia que entre el de u n a m i g o leal y el de u n
adulador; pues el m a y o r adulador que existe es
nuestro amor propio, y el más seguro remedio
contra sus lisonjas es la franqueza y la libertad
do una persona sincera.
H a y dos ciases de consejos, de los cuales
unos se refieren á las costumbres y otros á los
negocios. E n cuanto á los de la primera especie, los avisos leales de u n a m i g o son los más
suaves y seguros preservativos para conservar
un sano corazón. Pedirse a s í mismo u n a c u e n ta exacta y severa, es u n remedio demasiado
penetrante y corrosivo. La simple lectura de
los libros de moral, es un remedio e x t r e m a d a -
mente d ébil. Observar cad a uno sus propias
faltas y considerarlas en otro individuo сопло
en u n espejo, os un remedio tanto menos s e g u ­
ro cuanto que este espejo es frecuentemente
infiel y no presenta ó rellqja con exactitud las
i m á g e n e s . Así pues, la más eficaz y suave m e ­
dicina es, sin disputa, el consejo de u n a m i g o
franco y leal. Las personas que no t i e n e n á su
disposición u n amigo que pueda hablarlos l i ­
bremente d e ellas mismas y darles u n aviso
oportuno, i n c u r r e n en u n a jn unidad de faltas
y contradicciones ó inconsecuencias groseras,
que a c a b a n por a r r u i n a r su reputación y su
fortuna. Se les pued e aplicar estas palabras de
San J a i m e : «El que se m i r a en u n espejo, olvi­
da m u y pronto su fisonomía.»
(don referencia á los negocios, un proverbio
a n t i g u o dice que dos ojos ven niás que u n o .
siendo verd ad t a m b i é n que el que m i r a el j u e g o
ve mejor las faltas que el que está j u g a n d o . Un
hombre irritado es más i m p r u d e n t e que aquel
que después do un primer movimiento de cóle­
ra h a pronunciado las letras del alfabeto, y en
fin, se hace mejor p u n t e r í a afirmando el fusil
en una tronera que teniéndolo sido con el brazo.
Del mismo modo un a m i g o sincero y leal es un
aployo y un recurso continuo para el hombre
'408 no t i e n e la presunción de creer que lo sabe
todo y que no h a y sabiduría que no se halle
encerrada en su cabeza. Para decirlo de u n a
vez, el buen consejo es el que dirige todos los
asunlos haciéndoles m a r c h a r hacia su íin.
111 que en l u g a r do consultar siempre á u n a
misma persona de u n a sinceridad y lealtad r e conocidas, consulta a personas diferentes sobre
los diversos asuntos que se le o r i g i n a n , h a c e
sin duda mejor, a u n q u e se expone á dos g r a n des inconvenientes: consiste el uno en no recibir sino consejos egoístas, porque los sinceros y
desinteresados son e x t r e m a d a m e n t e raeros, y el
consejo va casi siempre dirigido hacia el i n t e rés del que lo da: el otro es, que frecuentem e n t e se recibirán consejos m u y perjudiciales
ó al menos mezclados de ventajas y de inconvenientes, a u n q u e se cien con la mejor b u e n a
fé. Si llamáis á u n médico experto en la enfermedad que padecéis, pero que no conozca vuestro t e m p e r a m e n t o , os expondréis á que os quite
la fiebre ocasionándoos el cólico y á que no
acabe con la enfermedad sino que m a t a n d o
al enfermo. Pero no correréis este riesgo con
u n verdadero amigo que conozca á fondo v u e s t r a naturaleza, vuestros hábitos y vuestra situación, porque no os dará mas que remedios con-
—
1 9 0
—
venientes á vuestra complexión actual, y no
paliativos que después de haberos sido algo provechosos os sean m u y perjudiciales. No deis,
pues, m u c h o crédito a los consejos dados por
t a n t a s personas diferentes, pues más bien serv i r á n para llenaros de incertidumbre que para
franquearos el camino y dirigiros bien.
A estos dos frutos de la amistad, que consist e n en calmar y arreglar las afecciones del
a l m a y en facilitar y d i r i g i r las operaciones del
e n t e n d i m i e n t o , se j u n t a el tercero y último, que
compararé á u n a g r a n a d a llena de menudos
g r a n o s , fundándome en que la amistad proporciona u n a m u l t i t u d de recursos y consuelos en
las diversas situaciones de la vida.
Para comprender bien las diferentes v e n t a j a s que n a c e n de la amistad, basta conocer la
infinidad de cosas que ella solamente puede
proporcionar, y entonces veremos que los a n t i g u o s no dijeron bastante asegurando que u n
a m i g o es u n a repetición de nuestro ser; pues
m u c h a s veces es para nosotros u n a m i g o más
que nuestra m i s m a persona.
Todos los hombres son mortales, y frecuent e m e n t e no d u r a la vida lo necesario para tener
el completo placer de dejar terminados ciertos
designios, que suelen ser m u y preferentes á
nuestro corazón, tales como el de establecer á
los hijos, concluir una obra, etc.; pero el que
posee u n verdadero a m i g o puede estar seguro de
que sus deseos se verán cumplidos a u n q u e él
falte, y por este medio t e n d r á , por decirlo asi,
dos vidas á su disposición.
Cada individuo tiene u n solo cuerpo que
está circunscrito al sitio que ocupa, sin poder
hallarse en dos lugares á u n mismo tiempo.
Dos amigos parece que se duplican recíprocam e n t e , pues lo que uno no puede hacer lo
practica por medio del otro. Además de esto,
¡cuántas cosas no puede hacer y decir uno m i s mo, si no quiere faltar á las conveniencias sociales! Xo se puede, por ejemplo, sin faltar á
la modestia, hablar de los servicios que se h a n
prestado y mucho menos exagerarlos; uno no
sabría ni podría muchas veces bajarse á pedir
por sí mismo u n a gracia, á suplicar, etc.; pero
todas estaos cosas, que serian poco decentes en
'coca del que está, personalmente interesado en
ellas, sientan bien en la de un amigo. Además,
no h a y persona que no t e n g a relaciones de
donde nacen ciertas conveniencias que no se
deben olvidar y que frecuentemente molestan
ó enojan. Por ejemplo, se ve obligado á tomar
el tono de padre para tratar con sus hijos, el de
marido para con la mujer, y con sus mismos
enemigos tiene que usar un tono contenido, etc.:
m i e n t r a s que u n a m i g o puedo tomar el ademan
y estilo que e x í j a n l a s circunstancias, sin estar
ligado por n i n g u n a especie de conveniencia.
Si yo quisiera hacer una completa enumeración
de todas las ventajas de la amistad, este articulo
sería inmenso. Todo está comprendido en esta
r e g l a : Cuando u n hombre no puede por sí solo
desempeñar completamente su papel y no tiene
amigos que le a y u d e n , es indispensable que
abandone la escena.
XXVIII.
DE LOS CASTOS.
Solamente m i e n t r a s so g a s t a n con u n fin
honrado y benéfico, son verdaderos bienes las
— 1!):) -«•
riquezas; pero h a y gastos extraordinarios que
deber, se-" proporcionados á las circunstancias y
ocasiones que ios e x i g e n , pues se presentan casos en que es preciso saber despojarse de ios
bienes, no sólo por cumplir con la piedad, s i n o
también en servicio y provecho d é l a p a t r i a .
En cnanto a los gastos diarios, cada uno
debe r e g 11 birlos con relación a su fortuna y á
las utilidades con que cuente, distiibuyóndofos de manera que no sean desperdiciados por los
descuidos ó por la poca fidelidad de ios criados.
El cáieulo de nuestros gastos y utilidades debemos hacerlo bajo un pié de economías que
permita, si fuese después necesario, sufragar
con desahogo cualquier estipendio imprevisto
que pueda originarse. Todo hombre que no
quiera que su fortuna decrezca y que aspire á
m a n t e n e r l a siempre en u n mismo nivel, debe
imponerse como u n a íey rigorosa, el cuidado de
no consignar en su presupuesto más gastos que
la mitad de la suma á que asciendan sus utilidades; y el que desee a u m e n t a r sus bienes, no
deberá gastar n a d a más que la tercera parte de
los productes de sus r e n t a s .
Los grandes señores suelen m i r a r como una
bajeza el descender hasta el detalle de sus
asuntos; y cu la mayor parte de ellos consiste
esta r e p u g n a n c i a , mucho monos en n a t u r a l
n e g l i g e n c i a que en el temor de exponerse á la
pena que sentirían si encontrasen sus rentas
m u y escasas y desarregladas. Olvidan que para
sanar las heridas es preciso empezar por sondearlas. Los que no quieren tomarse el trabajo
de manejar sus asuntos y prefieren desentenderse de esta tarea embarazosa, sólo tienen el
recurso de escoger con sumo acierto y cuidado
las personas á quienes h a y a n do, encargar sus
intereses, con Ja precaución de v a n a r l a s de
tiempo en tiempo, á fin de aprovecharse, de la
timidez v falta de astucia que los nuevos orapíennos t e n d r á n .
El (pie no quiere (3 no puede dedicar á sus
negocios u n cierto tiempo, debe asegurar sus
bienes y destinar á sus gastos u n a cantidad
d e t e r m i n a d a é i n v a r i a b l e . El que gasta mucho
en u n concepto, debe ser económico en otro; si
por ejemplo os aficionado á tener una mesa bien
provista y lujosa, deberá economizar eu su vestido: si es aficionado á la esplendidez en los
m u e b l e s , ha de procurar economía en su caballeriza, y así en todo lo demás; porque sí
quiere g a s t a r en todos los ramos sin un arreglo
y p r u d e n t e economía, s e g u r a m e n t e acabará por
arruinarse.
1
— '201 —
í.'uando so a b r i g a el designio de p a g a r las
deudas, se puede perjudicar la fortuna que se
posea queriendo hacerlo m u y de prisa, i g u a l m e n t e que procediendo m u y despacio: pues no
se pierde menos apresurándose mucho á vender,
que tomando dinero prestado á u n interés crecido. Sucede con frecuencia que el hombre g a s toso que toma de u n a vez el cuidado de e x t i n g u i r su déficit, se atrasa de nuevo; porque en
seguida que se ve desahogado vuelve á su conducta primitiva, m i e n t r a s que el que procura
hacerlo p a u l a t i n a m e n t e , contrae ei hábito de la
economía y pone así la reforma en sus c o s t u m bres tanto como en sus bienes y gastos. El que
tiene u n verdadero deseo de restablecer el buen
estado de sus negocios, no debe despreciar los
más pequeños objetos; pues es menos vergonzoso privarse de gastos insignificantes, que h u millarse pura lograr g a n a n c i a s considerables.
Con respecto á los gastos diarios, diremos
que es preciso arreglarlos de m a n e r a que siempre se puedan continuar en el mismo pié en
que se empezaron, y que en las g r a n d e s ocasiones, que son bastante raras, se debe permitir
una poca más esplendidez y magnificencia que
de ordinario.
DE
LA
VEJÍDADEHA
URAXDEZA
DE
LAS
NACIONES.
E n t r a ñ a m u c h a presunción y vanidad la
respuesta que hablando de sí mismo dio Ternístocies en cierta ocasión; pero si sus palabras se
hubiesen referido á otra persona, habrían sido
m u y estimables. De cualquier modo que sea,
pueden servir de m a t e r i a á juiciosas reflexiones.
E n u n festín se Je invitó á que tocase u n laúd,
y respondió que no había aprendido a manejar
aquel i n s t r u m e n t o , pero que de u n a aldea sabía
hacer u n a g r a n ciudad.
Las anteriores palabras pueden expresar en
sentido metafórico dos talentos m u y diferentes
en los que m a n e j a n los negocios del Estado; porque si se e x a m i n a n con atención ios consejeros
y los ministros de los reyes, acuso se encontraron a l g u n o s que serón capaces de extender los
límites de un reino pequeño sin que sepan tocar el laúd; y por el contrario, se h a l l a r á n m u chos de e^os ene m a n e j a n con primor este y
otros instrumentos de música, es decir, que son.
diestros en ¡as artes de la corte, pero que t i e n e n
t a n escasa la. capacidad que se requiere para fom e n t a r los intereses do las naciones, que p a r e cen más bien formados expresamente por la
naturaleza para a r r u i n a r y destruir los Estados
m á s florecientes.
Ciertamente que estas artes viles y f a j a s ,
por las cuales los consejeros y ministros g a n a n
muchas veces el favor del soberano y u n a especie de reputación entre el pueblo, sólo les hacen
merecer el titulo de músicos y bailarines; porque semejantes habilidades sirven ú n i c a m e n t e
para divertirse, y no pasan de ser u n a especie
de adorno en el que las posee, más bien que u n
medio útil para ei e n g r a n d e c i m i e n t o de las naciones, lis verdad sin e m b a r g o que a l g u n a s v e ces se e n c u e n t r a n ministros que son capaces decomprender los negocios públicos y de conducirlos acertadamente y evitar los peligros que
se ven claros y manifiestos, hallándose á p e sar de esto m u y lejos de t e n e r las disposiciones
necesarias para engrandecer u n Estado reducido. Pero sea cualquiera la naturaleza de los a r tífices, consideremos la obra y veamos cuál es
la verdadera g r a n d e z a de un reino y cuáles son
los medios de hacerlo floreciente. Asunto es este
sobre el cual los príncipes deben reflexionar sin
descanse, para no comprometerse en vanas y
ternerarios empresas, á que pueden sor conducidos por u n a presunción exagerada de sus
fuerzas, y t a m b i é n para no prestar oídos á los
consejos tímidos (pie puedan tener por origen
u n a idea demasiado desventajosa de su poder.
Esto no puede medirse por la extensión de
un Estado: es cierto que sus contribuciones y
sus rentas se v a l ú a n , que la población se calcula, y que se ven los planos de sus ciudades:
pero nada h a y más difícil n i más sujeto á error,
que el querer j u z g a r por estos datos de la verdadera, fuerza y del poder y valor intrínseco de
las naciones.
El reino del cielo no se h a comparado á
u n a nuez, y sí á u n g r a n o de mostaza, que es
u n a de las simientes más pequeñas, a u n q u e
tiene la propiedad de desarrollarse en poco
tiempo. De i g u a l modo h a y dos clases de estados de u n a g r a n d e z a considerable, que sin e m bargo no son propios para ensanchar sus lími-
—
2 0 5 —-
tes, y otros que a u n q u e pequeños pueden servir de fundamento A ios más g r a n d e s imperios.
Las ciudades fuertes, los arsenales bien abastecidos, las buenas ganaderías de caballos, los
carros, los elefantes, los cañones y otras m á q u i nas de g u e r r a , no son n a d a más que corderos cubiertos con la piel del león, cuando la nación no
es n a t u r a l m e n t e valerosa y a g u e r r i d a : el n ú m e ro mismo no significa n a d a cuando los soldados
están desprovistos de valor, porque como dice
Virgilio, Liipvs nmnermu •¿x'coriun non cvral\
el lobo no se acobarda por g r a n d e que sea el rebaño.
Cuando el ejército de los persas se presentó á, los macedonios en las llanuras de Arbeiles semejante á u n a g r a n d e i n u n d a c i ó n , los
corazones más esforzados sintieron miedo y noticiaron á Alejandro el peligro que corrían
sus legiones, aconsejándole que atacase á los
persas d u r a n t e la noche; pero él respondió que
no quería lograr la victoria á t a n bajo precio, y que era más fácil obtenerla que ellos se
pensaban. T i g r a n e el Armenio, estaba acampado sobre u n a altura á la cabeza de cuatrocientos mil soldados, y viendo que a v a n z a b a n los
romanos hacia ellos en número todo lo más de
catorce mil combatientes, dijo mofándose de t a n
pequeña luíoste: «Si vienen para, una embajada son mucho?; pero si vienen dispuestos á combatir son demasiado pocos.» Sin embargo, a n tes do que Jlegase la noche conoció que habian
sido bastante*, para ponerle en l u g a . y hacer
u n a g r a n carnicería en sus tro oes, Existe u n a
infinidad de ejemplos que demuestran la superioridad ene tiene el esfuerzo s o b r e el n ú mero, debiendo convenir en que oí valor de un
pueblo es ei punto capital de su grandeza. Ord i n a r i a m e n t e se dice q u e el dim-ro es el sosten
de la g u e r r a : ¿pero de qué sirve el dinero cuando faltan ios brazos y cuando ios pueblos son
afeminados? Solón respondió m u y oportunan a m e n t e á Creso, que lo enseñaoa sus riquezas:
«Si viene a l g u n o que t e n g a mejor acero, os robará todo ese oro.» Así pues, que u n príncipe
no considere m u y g r a n d e s sus fuerzas si su
pueblo no es belicoso; esté, por el contrario,
convencido de que es considerable su poder
como su pueblo sea g u e r r e r o .
Respecto de las tropas
o r d i n a r i a m e n t e el recurso
no es a g u e r r i d a , infinitos
que al íin se convertirá la
.irremedia
a u x i l i a r e s , que son
de toda nación que
ejemplos demuestran
medicina en un mal
La bendición de .Tuda y la de Issachar, no
— 207 —
se e n c u e n t r a n n u n c a r e u n i d a s , es decir, que
un urismo pueIdo no será j a m á s á la vez el j o ven león y el asno cargado. Un pueblo agobiado en demasía por el peso de las contribuciones,
no puede ser guerrero; pero las que son i m puestas por consentimientos del Estado, abaten
menos su vigor que las que nacen de un poder
despótico, como puede observarse en los impuestos de ios Países-Bajos y en los subsidios de Inglaterra. Hablo del vigor y no de las riquezas,
porque no ignoro que contribuciones iguales,
ora sean exigidas por consentimiento del Estado, ora por u n a autoridad tiránica, empobrecen
i g u a l m e n t e oí país, pero producen u n efecto
diferente sobre el á n i m o de los individuos, p u diendo concluir de aquí que un pueblo sobrecargado de impuestos, no es propio para e x t e n der sus conquistas.
Las naciones que aspiren á engrandecerse,
deben cuidar de que la nobleza y ios g e n t i l e s hombres no se m u l t i p l i q u e n demasiado, para
evitar el que esclavicen y a b a t a n al pueblo.
Asi corno u n m o n t e donde se h a n dejado demasiados resalvos no descansa bien v d e g e n e r a en
matorral, de i g u a l modo en u n Estado donde
h a y a exceso de nobles, el pueblo ciueda sin fuerza y sin vigor. E n t r e cada cien cabezas, apenas
u n a será propia para sostener el casco, y todavía más difícil será hallar soldados para la i n fantería, que constituye el principal elemento
de los ejércitos: habrá, m u c h a g e n t e y poca
fuerza. Admirable fué la sabiduría con que E n rique VII, r e y de Inglaterra, del cual he hablado l a r g a m e n t e en la historia que h e escrito de
su reinado, estableció tierras y casas de u n v a lor fijo y moderado, cada u n a de las cuales podía m a n t e n e r u n a familia con u n desahogo suficiente y en u n a condición apartada de la serv i d u m b r e . Dispuso t a m b i é n que el jefe de cada
familia fuese propietario, ó al menos usufructuario, y no un colono que sufriese el y u g o y
que cultivase la tierra. Esto produce en u n a
nación lo que Virgilio dice de la a n t i g u a
Italia:
Terrapotens
armis atque libere
gleba.
H a y otra parte del pueblo que sólo existe,
á lo que yo creo, en I n g l a t e r r a y en Polonia,
que es t a m b i é n de utilidad para la g u e r r a , y
que no debe ser descuidada n i desatendida: me
refiero á ese g r a n n ú m e r o de escuderos que sig u e n á los nobles; y sin duda que la m a g n i ficencia,
el esplendor y u n g r a n acompañam i e n t o de sirvientes como si fuera u n a escolta,
/
..vi V r . e a . h n b i a u d e p o n e r í o i i o r
o / o Su
i:¡ y m e e s ' ú u p o r i o r g o u o b o d a d o
ueeioo. u, neo. g r a n d e extension d e t e r a t o :
U: . .
meed - i v - c i o s eoncoíiiun p o c a s cartas
de nacionalidad, io (pie fué cansa de (pie m i e u ir.ts sus límites no se ensanciiaron permaneciesen Jos negocios en buen orden; pero tan pront o couio extendieron sus dominios, l l e g a n d o á
ser excesivamente g r a n d e s en proporción al n ú me n de subditos naturales que serian, cayeron
en decadencia.
Les
—
210
—
J a m á s Estado a l g u n o ha naturalizado á los
extranjeros tan fácilmente como los romanos,
Y se ve que su fortuna correspondió á esta prudente conducta, puesto que su imperio llegó á
ser el mayor que el m u n d o ha, conocido. No olvidaban lo que se llama / 7 « ar'ilal.h en su más
lata significación, es decir, no solamente _/>/.<••
c t f i t t i i i c m i ,
j t i ü c o n i i i ' h i i ,
¡"x
h i r m W o J h .
sino
t a m b i é n j>./.n s v f j r a g i i y j m j/eti/hn¡x
,v//v fv>n<>v u m ó derecho á los honores; y concedían estos
derechos, no ya á a l g u n a s personas en particular, sino á familias, á ciudades, y a l g u n a s veces
á naciones enteras, añadiendo á esto su costumbre de enviar colonias entre los demás pueblos.
Fijando la atención en estas observaciones,
no podrá decirse que los romanos h a n cubierto
toda la tierra, pero sí que toda la tierra se cubrió de romanos, siendo este el mejor camino
para llegar á la g r a n d e z a que adquirieron.
Causa asombro el ver que la España, con
t a n pocos subditos naturales, pueda conservar
bajo su dominio tantos reinos y provincias:
pero esta nación es mucho mayor que E s p a r ta en sus principios, y a u n q u e los españoles
conceden rara vez cartas de nacionalidad, h a cen lo que más se aproxima á esto, que es adm i t i r soldados indiferentemente de todas las
naciones, y a u n servirse a l g u n a s veces de g e nerales extranjeros. Por la pragiaátiea-sancion
publicada este año, parece que están disgustados de necesitar h a b i t a n t e s y que quieren poner remedio á este m a l .
Es cierto que los oficios sedentarios que se
ejercen con los dedos más bien que con los
brazos, son contrarios por su naturaleza á todo
espíritu militar. Los pueblos belicosos a m a n
por lo común la ociosidad y preüeren el peligro al trabajo. No se debe reprimir esta i n c l i nación si se quiere que el valor no so a m o r t i g ü e . Era u n a g r a n ventaja para, E s p a r t a . Atenas y liorna, el que fuesen esclavos la m a y o r
parte de sus obreros, de la cual se aprovecharon
hasta que el cristianismo abolió casi por completo la esclavitud. Lo que más se aproxima á
esto, consiste en tener extranjeros para cierta
clase de ocupaciones, y tratar de atraerlos, ó de
dispensarios por lo menos buena acogida cuando
espontáneamente v e n g a n . Los subditos n a t u rales deben ser de tres especies: labradores, sirvientes y obreros, en c u y a clase comprendo á
los que se valen de sus brazos y sus fuerzas,
como herreros, albañiles, carpinteros, e t c . , sin
contar los soldados.
Lo que más contribuye á la g r a n d e z a de u n
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turcos io n i a u i i testan h o y día, por más que se
hallen en g r a n decadencia: en la cristiandad,
los españoles parecen ser los únicos que todavía
a b r i g a n talos i n t e n c i o n e s .
Es evidente que cada uno hace mayores progresos en aquello á que se dedica con más afición, lo cual basta para creer que tocia nación
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esripro>ia.„ е е з г е e n , l ¡ó г ее. g u e r r a
d r n i o de e n g r e n é ; e o^ra E s , p u e s ,
i n necesario que u n a nación que aspire á constituir un imperio, esté m u y alerta sobre las diferencias que nacerán con motivo de sus limites,
de su comercio o del recibimiento de sus embajadores, y que no contemporice cuando se la
provoque, y se halle dispuesta á enviar socorros
á s u s aliados. No do otro modo se han conducido siempre los romanos: si uno de ¡os pueblos
amigos era atacado, a u n q u e tuviese además ron
otras naciones una alianza defensiva, ellos eran
ios primeros en mandarles socorros tan Jneuro
como los pedían, no dejándose j a m á s adelantar
en el honor del beneíicio.
.Respecto de las g u e r r a s que se hacian a n t i g u a m e n t e por unos pueblos en favor de ios que
t e n í a n i g u a l clase de gobierno, no comprendo
sobro qué derecho se fundaban: de esta especieeran las de los romanos por la libertad de la
Grecia, y la de los lacedemonios y atenienses
para estableceré para destruir las democracias y
las oligarquías. Tales son a ú n las que sostienen
los príncipes ó las repúblicas para, librar de la
tiranía á otros pueblos extranjeros. Pero baste
advertir, con respecto á este particular, que una
nación no debe aspirar á u n a grandeza considerable, si no aprovecha todas las ocasiones de
armarse que se le puedan ofrecer.
N i n g ú n cuerpo, sea físico ó político, puede
conservar su salud sin ejercicio. Una
guerra
justo, y honrosa es para u n listado la ocupación
m á s saludable. Una lucha i n t e s t i n a es semejante al calor de la liebre; pero u n a g u e r r a e x t r a n jera puede compararse al calor causado por el
ejercicio, que conservada salud do los cuerpos.
L'na paz prolongada acaba con el vigor y corrompe las costumbres, lis ventajoso
para .la,
g r a n d e z a de u n a nación, a u n q u e no io s e a para
su comodidad, que esté casi siempre armada,; y
por más que sea m u y costoso el t e n e r perpetuam e n t e un ejército en pié de g u e r r a , cu esto
embiste m pac un pueblo sea arbitro de sus vecinos (i -a uue i o g u a r d e n por lo menos u n a
.amado consideración. La España es u n a prueba, de lo (pie decimos, y se ve que desde nace
(domo veinte anos tiene siempre u n ejército
eutrelenido en una parto ó en otra.
El listada que consigue el imperio do los
•;nares, va por el camino m á s corto á la m o n a r quía universal. Refiriéndose á los preparativos
de Poní peyó contra César, decía Cicerón á Ático
¡o s i g u i e n t e :
focuoil
(!s>,>..siliioa Puiujtci pla-ne
('.VA' ¡/"[«i
i-ti'i<i,'. ¡ntliri.»
Tfa'Hiis-
eiiiiii (¡".i hUli'l fiOl'd-nr. CHiit
Y sin duda que Pompeyo h u -
biera vencido á César, si por u n a
confianza
m u y i m p r u d e n t e n o l i u b i o m m cambiad.­­
mor
¡don.
, omo­s
1
jos
o r m o : s s e r n e m ­ n o mm :
то i v o Ir ; p o r l a d e A c c i o , o o o d e m ' i o d.
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o's m­bius " s b á n p r o m e t i d o s a i
earioa e
•u : е е ­ n : e,s r u a r e s .
аОГоПО;П.о> p i s m n e r r e s d o ПО: t u o a p i
ri o r n o ­ s e l e u e n e n За o s c u r i d a d ,
спара:
m e n ­ o con aquella puoria a m m a n a
у cam
;
l í o s h e n ­ о г е ­ o n e t a n t o r e s p ì a . m .oc! о о m; .!
­
217 ­ ­
l i t a r o s , у.г) t e n e m o s p o r a e s t i m u l a r el v a l o r d e
las n o u e s , n a d a m á s q u e a m a n a s ó r d e n e s q u e
'a m i s m o se d i s p e n s a n á la. t o g a o s e á l a e s p a ­
d a . a!p­ а . г ' ­ d i s t i n c i o n e s e n h e ­ m e e n y a l o r e ­
1
r o s h a " ' d a h s pura, les sold : . 1 r s / е ю era.'S' e d a d
pi»­ sea " ' o d d n s m) se m ü h e
•••••vir: a.a*a a u í l g m m m m e
a .
c.e carado d e
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i­e M;d ее e :V"dos
".­­amo de b i i ' u l ' u , l a s a " ed a . a f"; " ) a ? i
.as on. a Lai
a l i a r e ) . . ! ' ; a n n a . e m n mpa Idc S q a e se i a v a n i a ­
!• n . de­­amaños ai vie:,.s y m n e a l e s .
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el n o m b r e
­'"aduce q u e los r e v o ì e ­ h a r u n i e s le':i
i"".:!'
: •> a r a
• a r a r s. a.­' : rio e •"•e¡ • e; 'es e e m ' T a l e s
odium
•'; or: eira", j a i s ó n t e
;e­ea
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."•• "e a.•'••ree,.
­e.'a.a c e s a s , r a u p e , c r e a e. ¡ p ' o v ­ a e s , t a n
;umLera.r•••• y
­um a r i d a :
i r n e u d i r V •; m y е щ е
oe',:.'
e s , eu..­ "e e d i m p ma.
eie a P a re era é e , : e r ;
'•: • : : a n i d a s .
dar!
e n v i e n e a l ­ e ­ m a n sub: e l e d o , eme i a
теките­"
ì g u a u o,
do 'os i u m p V a . ­ a e m . c a i r e ios r o ­
oseoctóanlo
;
a ; i ()••%'V,
'""О
mar no­
i a ; y ­p­udend; í n s t i t ' u d o u (¡no e a c a ­ u ­ e o . m í a s
t r e s o­mteu
inpímda.ntos: io, g l o r i a y el J v>nor
de los .'uenoraJ es. el a u m e n t o eel Tesoro p ú b l i ­
co y ios gro.tiuco.ciouas
quioó
p a m loe s o l d a d o s . P e r o
"I h o n o r e x í r a o r d i m i r i o
( e l t r i un lo e o
— 218 - -
c o n v e n g a en las monarquías sino que para la
persona de los reyes ó de sus hijos. Así se hizo
en tiempo de los emperadores, los cuales reservaron para sí solos y para sus hijos el honor del
triunfo al volver de guerras que ellos mismos
h a b í a n t e r m i n a d o , no concediendo á los g e n e rales n a d a más que las i n s i g n i a s y a l g u n a s
otras señales de t a n altísima honra.
Para concluir este capitulo, añadiremos que
nadie, s e g ú n lo dice la Escritura Santa, puede
a ñ a d i r u n codo á su estatura: pero que en Ja
formación de ios reinos, está ai alcance del poder del principe y de los que gobiernan e x t e n der los dominios: porque introduciendo con prudencia leyes y costumbres semejantes ó poco
diferentes de las que hemos indicado aquí, es
seguro que h a b r á n derramado para el porven i r u n a semilla de prosperidad. Peto ordinariam e n t e , los principes no se ocupan de estas cosas y dejan que resuelva sobre ellas la fortuna
— 21 á —
XXX.
no
lx
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WS'SKRVAU I.A
SALUD.
Existe pura caita individuo Tina cierta p r u dencia, que solo se reitere á su persona, y que
es más sentirá que todas Jas reírlas generales
de la medicina: todo lo que encierra está comprendido en esto consejo: observe cada uno con
cuidado lo que es favorable á su salud y lo que
la perjudica. Tal es el mejor método para conservarla y la mejor especie de medicina preservativo.
Sin e m b a r g o , el razonamiento que se expresa en es i as palabras: Tal cosa no conviene á
m i t e m p e r a m e n t o , por lo cual no debo hacer
uso de ella, os mejor fundado que este otro: Tal
cosa no me perjudica, y por consiguiente pue-
do continua:" u s é n u o b . P e r o r o
;
d e lo. j i m m . t
e l V'O'or r, r p i o
r r m v b ;'i о к а d i r a i
o do e x c e ­
s o s ííe '••/••••л ­ о ora. e Ч> l a s d e O ' ' Ì 0 a a. ; e . i x ?..
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0) 7'er'O­
e:
p o e o o ­ a o i e v ­¡ o ­­a­ ­re­ o'O r o o m m г . е . Г •' ­иг­;
о."
e ! О" ;>е ; '. ' O r e :
màxima
, :
(00!. e u r o p e
_ Ovvi 0! ­,. ; г, ; О;;) ООО ! ¡ .-•! ( • e o e : ,
;
;
(
­OOS -• ;0. Г', а ООО. OÌÓ,:0a р а],0'Га.О:0 e о.е 0:1
sop)
c a n i!.:: о r a , é . ; ­ ¡ ! . ' p o r c o o r i p a r i o o i e , a ­ x ­ u n r od. l o ­
a:s
d í y a : o .
Í e s c o r e o ios
ios
o: m e d e ' р е Y ' l O S ^ ' O
alimentos,
vestidos. :­\
a l g o orce
os
dañoso,
fe­
el s n o d o , ei ejercicio,
habitación,
sea
;imo:i,
oto.,
y si e ; > c o o t r a i s
procurée
remediarlo
p o c o á. p o c o : n e r o s i o s t a v a r i a c i ó n os p e r j u d i c a ,
volved
;
­, e y ' a i d e a , Y­' eZ,
s O r a : . ­ : . O'.­.è ' ¡00. ;o/ea­';v;. 0 0 ' 0 OÓ*.
dar
:
ti r e c o b r a r
vuestros
antiguos
hábitos:
bien que ua gOZO C X C C o i v o : V e r t i r U--S Y e C O r C S
en lugar ue sacíame oe eiios; c u r r a / frac neo dem e n t e en neo mismo el s c m i m m m u «o i:;, admiración y tic Ja sorpresa por murdo de la novedad, y ¡.referir á los demás e s t n m o, los que
presenten á la i m a g i n a c i ó n oi.ioros nobles,
grandes y elevados, tales como ío, .historia, la
mitólogo:, y el espectáculo do la n a t u r a l e z a .
Si os abstenéis de toda especie* do medicamento m i e n t r a s gozáis de salad, el cuerpo encontrará dificultad para resistir los electos de
las medicinas cuando u n a enfermedad ó u n a
indisposición os obliguen á tomarlas. Si por el
contrario, os acostumbráis demasiado á ellas
cuando disfrutáis de salud perfecta, luego que
u n a enfermedad las haga, necesarias, el cuerpo
no experimentará n i n g u n a impresión nueva y
no producirán el efecto que se desea. La dieta
periódicamente renovada en ciertas estaciones
y d u r a n t e cierto tiempo, me parece preferible
al uso frecuente de los m e d i c a m e n t o s : la dieta
es más alterante, pero ocasiona menos agitaciones y fatiga menos los órganos.
Cuando el cuerpo experimenta a l g ú n desarreglo extraordinario no debe descuidarse, y
conviene consultar en seguida á un médico.
D u r a n t e las enfermedades, ocuparos principalm e n t e de vuestra salud; pero en el estado de
salud obrad a t r e v i d a m e n t e y sin acordaros demasiado de vuestro cuerpo. Porque toda persona
q u e h a y a acostumbrado su naturaleza á sufrir
variaciones frecuentes, podrá en aquellas dolencias que le a t a q u e n y que no t e n g a n el carácter de a g u d a s , curarse con la a y u d a de la dieta
y de u n r é g i m e n u n poco más suave que el ordinario. Celso da á este propósito u n consejo
que no hubiese a v e n t u r a d o como médico, si al
m i s m o tiempo no h u b i e r a sido u n hombre de
u n a prudencia consumada: s e g ú n su parecer,
eí método eme más s e g u r a m e n t e contribuye á
ia conservación de la salud y á la prolongación
de la vida, consiste en variar el r é g i m e n alimenticio, los ejercicios y las ocupaciones, combinando al mismo tiempo los más contradictorios o inclinándose á los dos extremos a l t e r n a t i v a m e n t e , y con a l g u n a mas frecuencia al
extremo menos peligroso: si por ejemplo, es
necesario acostumbrarse á las vigilias y al descanso prolongado, deber;! concederse u n poco
más al sueño excesivo que á las vigilias excesivas; t a m b i é n convendrá sufrir dieta u n a s v e ces y tomar otras comidas abundantes, pecando más bien por exceso que por defecto; y asimismo, será ú t i l tener u n a vida m u y activa
alternada con u n r é g i m e n más sedentario, c u i dando de acercarse con preferencia al prime]'
extremo. Tal es el medio de dar á ia n a t u r a l e za lo que puede satisfacerla, conservándole al
mismo tiempo bastante vigor para ejecutar ó
sobrellevar las cosas más difíciles y penosas.
E n t r e los médicos, h a y unos que son demasiado i n d u l g e n t e s con el enfermo, y que a t e n diendo ios caprichos de éste más de lo que conviene, se separan m u y fácil y frecuentemente
de las reglas de u n tratamiento r e g u l a r y m e tódico, olvidando sin duda que al transigir con
—- 22-è —
eì p a o i e u l e trausigen i a m b i e n c o n la o m b r i n e àvà.
Otrcsg p o r
ci
gidos y eseiavos
c o n t r a r i o , son d e m a s i a d o rr-
do las r e g i a - de ir ciocci;.,
por n o separarne de é d a e , n o c o n c e d e r
y
na-be a i
t e i u p e r a a t e n ' o i n d i v i d u a i , a la, s i t a a e i o e ó a ias
o i r e u n s t a n c i u s p a r t i c r d a r o s de doni-ermi a L i m o a d
dna.
mèdico c a v a , m a r c i l a se;», u n térryim> m e -
d i o e u l v e e s b a e x i r o m o s , y si n o e s a o s i b i o
en-
c o n t r a r i o ani, c o m b i n a i ! r e u n i d o s io* d e a i g e m a
opuedo;
no
pero a i c o n s u l t a r a cualcjr.ic-va d o e l i o * ,
dispenscis
ineuor
(um d a n z a ad <e e
eonoce
bien v u e s t r o t e m p e r a m e n t o (pie al q a c g o z a de
mayer
reputacior..
XXXI.
DE
EA
SOSPECHA.
La sospecha es entre los pensamientos lo
m í e entre las aves el murciélago, y lo mismo
que éste, no vuela nada más que en la oscuridad. No se le debe prestar atención, ó por lo
menos no conviene escucharla m u y fácilmente:
oscurece el espíritu, aleja nuestros amigos, y
hace que se marche con menos desembarazo y
perseverancia hacia el objeto que nos proponemos. Las sospechas predisponen los reyes a la
tiranía, ios esposos á los celos y los hombres más
sabios y prudentes á la irresolución y á una
melancólica tristeza.
Liste defecto proviene del espíritu más bien
que del corazón, y se ve con frecuencia que aun
v,
las almas más nobles y valerosas n¡> están exentas de sufrirlo. Enrique V i l . rey do I n g l a t e r ra, es u n ejemplo notable de esta verdad: p.w:s
príncipes habrán sido á u n mismo tiempo tan
valientes y tan dados á la sospecha como 41:
pero ésta ofrece menos peligros en un espíritu
de elevado temple, que no le da crédito basta
después de haber examinado con detención m
grado de probabilidad que la acompaña. <pu
en los caracteres débiles y tímidos inclinados :'
acogerla en seguida.
La sospecha es hija de la ignorancia, y por
consiguiente su verdadero remedio esta en instruirse ó enterarse de las cosas, en vez de alimentarla en el silencio: las sospechas crecen en
las tinieblas y se a l i m e n t a n de h u m o .
Además de lo dicho, son t a n injustas como
perjudiciales: los hombres no son ángeles y cam i n a n hacia sus fines, como los que desconfían
de ellos c a m i n a n hacia los sayos: ¿exigirán
éstos que sus intereses sean mirados por ios demás hombres con mayor atención que los i n t e reses que á estos mismos hombres pertenecen?
El mejor medio para moderar las sospechas, es
tomar precauciones como si fueren fundadas y
disimularlas como si fueren falsas; porque la.
ventaja que proporcionan las sospechas gober-
nadas de este modo, consiste en que nos conduciremos de tal suerte, que a u n en el caso de
jue sean verdecieras no tendremos nada que
temer.
Las qee sin motivo a l g u n o nacen en nosotros mismos, no son otra cosa que u n zumbió
tan impertinente como vano y ridiculo: pero las
que nos inspiran y las que fomentan en n u e s tro animo las intenciones maliciosas ó inconsideradas de los chismosos y charlatanes, tienen
ana, especie do aguijón que las hace penetrar
m u y profundamente. El mejor remedio para
salir del laberinto de las sospechas, es confesarlas con franqueza á las personas en quienes las
hacemos recaer. De este modo nos procuraremos
arofiablemente a l g u n a s luces sobro el sugeto
que nos h a y a inspirado desconfianza, y lograremos además hacerlo más circunspecto y
cuidadoso de sí mismo, para que no vuelva á
lar motivo á semejantes recelos. Pero guardaos
bien de hacer tales confesiones á un alma baja
y pérfida, porque cuando u n hombre do este
carácter conoce que inspira desconfianza, no
hay que contar en lo sucesivo con su fidelidad:
isí lo dice el proverbio italiano, suspetto Hcenzia
/"ede, como si la. sospecha debiese excluir y ahuyentar la buena fé. siendo así que debe, por el
contrario, obligar ¡i, manifestarse tan claramente, que no se pueda volver á dudar en lo sucesivo.
XXXII.
!)F, I.A COXVKKSACrOX.
Se encuentran muchos hombres que en la
conversación cuidan más de hacer alarde de su
ingenio y de manifestar que se encuentran capaces de defender toda clase de opiniones y de
hablar sin descanso sobre toda clase de asuntos, que de dar pruebas de un juicio bastante sano para .separar prontamente la verdad
del error: se conducen como si el verdadero talento en este punto consistiera en saber todo lo
que se puede decir, más bien que todo lo que
se debe pensar.
Hay otros que t i e n e n u n cierto número de
Jugares comunes sobre los cuales j a m á s se c a n san de hablar, pero que fuera de ellos se ven
obligados á reducirse al silencio. Este género
de esterilidad les hace parecer monótonos, e n fadosos y hasta m u y ridículos, después que se
les descubre este defecto. El papel más d i g n o
que se puede desempeñar en la conversación,
consiste en alimentarla impidiendo que ruede
largo tiempo sobre u n mismo particular, y procurar con destreza que pase de u n asunto á
otro, haciendo el oficio, si vale decirlo así, del
que dirige las figuras y movimientos en u n
baile.
Es bueno variar el tono de la conversación,
entremezclando t a m b i é n en ella los discursos
sobre asuntos presentes y del momento, y sobre
sucesos pasados y venideros; las narraciones
con los razonamientos, las interrogaciones con
las aserciones, y en fin, lo burlesco con lo serio. Se hace pesada y l a n g u i d e c e cuando se fija
mucho sobre u n mismo p u n t o . E n cuanto a
las bromas, diremos que h a y cosas que j a m á s
deben ser objeto de ellas, y que en cierto modo
ueben gozar u n privilegio: tales son la religión y los asuntos de Estado, los g r a n d e s h o m bres, las personas constituidas en. d i g n i d a d , los
— ruto
-
asuntos graves de las personas presentes, y
también toda desgracia que deba inspirar compasión. Hay sugctos que temerían dormirse si
de vez en cuando no lanzasen a l g u n a sátira picante: pero este es un hábito detestable y de!
cmd debemos t r a t a r de despojarnos. •• perro.
/ii'Ci . s / i t / i / ' l / . s . c( _/})/•/'i/f.s
i'fi'i'i', I n r i s . No I n g a s mucho uso de las espuelas y ¡en la brida
sujeta. -'Ovidio. Metamorfosis i!, i27. •
1
Existo g r a n diferencia entre una broma
graciosa y u n a sátira a m a r g a , y es preciso no
confundir una palabra brillante con un sarcasmo; porque si un hombre satirice hace temer a
los demás hi agudeza de su i ¡¡genio. <•! debe u
su vez temer.á su propia memoria. ISI que suscita cuestiones á m e n u d o , aprende mucho y
agrada g e n e r a l m e n t e , sobre todo si sabe apropiarías al género de i n t e l i g e n c i a de las person a s á quienes las propone. En proporcionándoles oportunidad de hablar de l o q u e mejor saben, se satisfacen de sí mismas y de quien les
dio ocasión a ello, y lo ilustran con nuevos conocimientos que le cuestan bien poco. Sin embargo, es preciso guardarse de ser importuno,
proponiendo demasiadas cuestiones tinas detrás
die otras y como haciendo sufrir a los interlocutores u n a especie de examen 6 interrogatorio.
Dejad que cada cual hable a su vez. y si se
< ncueutr» a l g u n o que tomando la palabra frec u e n t e m e n t e la conserva largo rato haciéndose
de e>te modo el ¡irauo de ¡o, conversación, e x traviarle ti propósito, para que otros de los que
g u a r d a n .silencio puedan t a m b i é n entrar en
t u r n o . Si tenéis a l g u n a vez la destreza de u n g i r i g n o r a n da de lo que mejor soltéis, pareceos í'recuenteiuiuig; que sabéis a u n aquello que
ignoráis.
Es conveniente hablar poco de nosotros
mismos, y esto poco con mucho tino y cuidado.
L ú a persona, á. quien nosotros conocemos, decía
"un temo irónico de otra que tenia esta. ílaque>.a: «Preciso es que este hombre sea un dechado
de sabiduría y de prudencia cuando tanto había
de sí mismo.o No hay más que u n a sola m a n e ra do alabarse con oportunidad, y ésta consiste
cu- hacer en otro el. elogio de u n a virtud ó un.
talento que uno mismo posee. Guardaos mucho de permitiros con frecuencia alusiones p i cantes que se refieran á personas presentes. La
conversación debe ser como u n paseo por terreno llano y despejado, y no como u n camino
que conduce á tai ó a cual ciudad, ó como u n
sendero que lleva, al castillo de este ó del otro
personaje.
He conocido en u n a de nuestras provincias
occidentales dos sugetos, uno de los cuales se
d i s t i n g u í a por la noble y elevada m a n e r a con
que dispensaba la hospitalidad y por la abundancia y esplendidez de su mesa, pero que era
aficionado á sátiras y burlas, y bacía de este
modo que su magnificencia costase demasíado cara. P r e g u n t a n d o el otro cierto dia á uno
de sus amigos, que había comido en casa de
este magnifico chanceador, si m i e n t r a s estuvieron á la mesa no había lanzado n i n g ú n
e p i g r a m a contra a l g u n o de los asistentes, el
sugeto á quien se hizo esta p r e g u n t a le respondió que en efecto se había tomado esa libertad . á cuyo propósito dijo el i n t e r r o g a n t e : «Yd
sospechaba yo que de ese modo habría echado
a perder u n a b u e n a comida.»
La discreción y oportunidad en los discursos valen más que la elocuencia, y el apropiar
bien io que se dice al carácter y al género de
talento del auditorio, es preferible á u n modo
de h a b l a r metódico y e l e g a n t e . Saber hablar
de seguido sin hacer una división pronta y cabal, es u n síntoma de pesadez en el espíritu.
Hacer u n a rápida división y no saber formar u n
discurso continuado, indica u n entendimiento
estéril y que tiene poco fondo. Se sabe que ios
animales que más corren no son los que tienen
mayor facilidad para hacer marros, y esta es la
diferencia que se observa entre el galgo y la
liebre. Circunstanciar minuciosamente todo lo
que se dice y detenerse en un largo preámbulo
antes de venir al hecho, hace las conversaciones fastidiosas; pero no especificar n i n g u n a circunstancia, hace el discurso áspero, seco y descarnado.
XXXIII,
ÜK O.AS COLONIAS d FUNDACIONES DE PUEBLOS.
De todas las empresas acometidas en los
tiempos primitivos, las más heroicas fueron las
colonias ó fundaciones de pueblos. El mundo
producía en su juventud más hijos que ahora
que se halla en la vejez, puesto que las colonias
- fio i- —
se pueden mirar como la verdadera prole de las
naciones más a n t i g u a s , que (i su vez nacieron
de otros pueblos anteriores. La fundación de un
pueblo debe hacerse en u n suelo deshabitado,
es decir, en un paraje donde no sea preciso expulsar á unes moradores para que se establezcan los otros, pues esto seria, propiamente hablando, una injusta extirpación y no u n a verdadera fundación.
Lina colonia es como un bosque que se ¡danta: no se dc «e esperar que dé a l g ú n producto
hasta después de una v e i n t e n a de años, ni
grande? rendimientos hasta que haya transcurrido un reioodo oe tiempo mucho mas largo, lil
deseo de una g a n a n c i a p r e m a t u r a ha destruido la mayor parte de las colonias: pero sin e m bargo no deben despreciarse los provechos obtenidos p r o n t a m e n t e , siempre que no decaiga, la
colonia uno los produce.
Es u n a empresa vergonzosa y m u y desacertada, el querer formar una colonia con la
espuma ó ios desechos de una nación, es decir,
con los malhechores, los desterrados y demás
criminales. Jo cual seria corromperla y perderla
de a n t e m a n o . Los hombres de esta clase son incapaces de una vida arreglada, son perezosos, y
sienten aversión hacia todo trabajo útil y pací!
----- :>35 - -
fleo; cometen nuevos crímenes, cousumen con
despilfarro ios provisiones, se cansan m u y pronto
de esta manera de vivir, y envían á !a m e t r ó poli faisas noticias con g r a n d e perjuicio de la
colonia. Los hombres que deben preterirse para
esto objeto s o n los que ejercen las profesiones
activas más necesarias, como jardineros, labradores, obreros en hierro y m a d e r a , pescadores,
cazadores, farmacéuticos, cirujanos, cocineros,
cerbeeeros, etc.
En arribando al país donde se trata de establecer la colonia, de'oe comenzarse por observar
entiles son Pos productos, sobre todo ios alimenticios, <pie el suelo suministra natural y espont á n e a m e n t e , tales como castañas, nueces, pinas, ciruelas, cerezas, aceitunas, dátiles, miel
silvestre, etc. Después debe i n d a g a r s e cuáles
son entre la misma clase de productos a l i m e n ticios, los (pee crecen en el espacio de u n año,
los que el país produce por sí misno y los que
puede producir fácilmente, tales como las zanahorias, chirivías, nabos, cebollas rábanos, coles, molones comunes, sandías, m a í z . etc. El
trigo, la cebada y la avena, e x i g i r í a n ai principio demasiado trabajo; pero se pueden sembrar
liabas y g u i s a n t e s , que viven sin m u c h o cultivo y que pueden suplir á la carne y ai pan: el
arroz que r i n d e m u c h o , puedo llonar el mismo
objeto. Se deberá tener, sobre todo, u n a a b u n d a n t e provisión de g a l l e t a y de h a r i n a para
atender á la subsistencia de la colonia, basta que ella pueda cosechar trigo en el país
mismo.
E n cuanto al g a n a d o y la volatería, conv e n d r á escoger las especies menos expuestas á
enfermedades y que m á s se m u l t i p l i q u e n , como
cabras, puercos, g a l l i n a s , ánsares, pavos, palomas, conejos, etc. Los víveres deben distribuirse
por raciones como en u n a ciudad asediada. El
terreno empleado en la j a r d i n e r í a y en la labor
debe ser común y los productos deben encerrarse e n depósitos públicos. A veces deberán e x ceptuarse a l g u n o s pequeños trozos de tierra,
cuyo aprovechamiento se dejará á los particulares para que en ellos ejerzan su industria.
E n t r e las producciones naturales del país,
obsérvenselas que podrían ser objeto de comercio y fuente de riqueza para la colonia, como
se h a hecho con el tabaco de la V i r g i n i a : esto
podrá contribuir á los gastos del establecimiento, en la suposición de que tales empresas no
sean más perj udicíales que útiles para la colon i a . E n la m a y o r parte de los l u g a r e s donde se
establecen colonias, se e n c u e n t r a abundancia
de maderas, que son u n a m e r c a n c í a de fácil salida y que podrá servir de mucho en el mismo
país, con tal de que se e n c u e n t r e n a l g u n a s m i n a s de hierro ó a l g u n a s corrientes de a g u a para
los molinos. Si el calor del clima p e r m i t e e s t a blecer salinas, debe ensayarse esta i n d u s t r i a ,
que puede procurar g r a n d e s r e n d i m i e n t o s . Si
la seda vegetal se e n c u e n t r a en el país, será
t a m b i é n u n artículo m u y lucrativo. La pez, la
brea y el a l q u i t r á n a b u n d a r á n asimismo e n u n
país donde se crien muchos pinos y abetos. Las
drogas y las maderas de olor deben considerarse como unas mercancías preciosas. Lo mismo
puede decirse de la sosa y de otros muchos artículos de comercio; pero no h a y que afanarse
demasiado en las m i n a s , especialmente en los
primeros tiempos de la colonia, pues son con
frecuencia empresas engañosas que ofrecen g a s tos considerables, y el cuantioso provecho que
se espera sacar de ellas hace que se descuiden
los negocios más seguros.
Respecto del gobierno, nos parece que debería estar en las manos de uno solo, auxiliado
por u n consejo. Este gobierno deberá ser m i l i tar, suavizado a l g u n a s veces por prudentes restricciones. Evítese á todo t r a n c e depositarlo en
m u c h a s personas, con especialidad si están in-
teresadas en Jas empresas de la colonia: más
valdría, que estuviese gobernada por g e n t i l e s hombres que por mercaderes, porque estos últimos no a t i e n d e n , por regla g e n e r a l , sino que
al provecho présenlo y á las g a n a n c i a s prematuras.
La colonia deberá hallarse libre de impuestos basta que h a y a adquirido cierto desarrollo,
y asimismo, deberá tener completa libertad
para trasportar y vender sus géneros donde
m á s le c o n v e n g a , á menos que a l g u n a razón
particular é i m p o r t a n t e aconseje poner l i m i t a ciones á su comercio.
Debe cuidarse t a m b i é n de no a u m e n t a r la
población de la colonia sino que p a u l a t i n a m e n t e , s e g ú n lo exija la necesidad de nuevos b r a zos y s e g ú n lo p e r m i t a n los medios de subsistencia con que se c u e n t e .
Sucede m u c h a s veces que se destruyen ó
a r r u i n a n en poco tiempo las colonias por haber
sido establecidas demasiado cerca del m a r , de
los rios ó de l u g a r e s pantanosos. Siempre será
conveniente en los principios no alejarse de
las costas ó de las orillas de los rios navegables,
para prevenir la dificultad de los trasportes ú
otros parecidos inconvenientes. Pero pasada
esta época, será más provechoso penetrar en el
interior del pnw y establecerse en parajes más
sanos, que permanecer en sitios donde ia excesiva abundancia de ias a g u a s perjudiquen á la
salubridad del aire. T a m b i é n interesa m a c h o
á la salud de los colonos que t e n g a n una g r a n
provisión de sal, tanto para usarla e n los alimentos ordinarios, como para hacer y conservar salazones.
Si se establece la colonia en un país de salvajes, no bastará contentarlos con regalos de
poco valor: será preciso g a n a r su corazón con
una. conducta constantemente moderada y j u s ta, sin olvidarse un momento de atender a la
propia seguridad. Xo deberá g a n a r l e su a m i s tad ayudándoles á combatir á sus enemigos,
sino solamente protegiéndolos y acudiendo á su
defensa. T a m b i é n será conveniente enviar de
vez en cuando a l g u n o de estos salvajes á ia
metrópoli, á lin de que p u e d a n ver por sus m i s mos ojos que la condición de los hombres civilizados es más dichosa que la suya, y puedan
dar de ello una alta idea á sus compaisanos. Así
que la colunia se h a consolidado, es la ocasión
oportuna de llevar mujeres, á fin de no depender del exterior para reponer el descenso ó las
mermas de la población.
Xo h a y bajeza más criminal n i más odiosa
—
2 4 0
—
que la de abandonar una colonia después de
haber hecho que los individuos que la compon e n abandonen la metrópoli. La infamia que
lleva consigo una conducta semejante, es la de
sacrificar á una infinidad de desgraciados, en
cuyo mayor apuro los desampara el mismo que
los comprometió.
XXXIV.
nrc
LAS R](>I;EZAS.
Para dar una justa y cabal idea de las riquezas, deberían llamarse el bagaje de la virtud: calificación que sería aún más exacta si
pudiéramos emplear un término que significase
precisamente lo que la palabra
impedimenta,
por la cual designaban los romanos el bagaje
de un ejército; pues es indudable que ese mis-
rao oficio hacen las riquezas respecto de la
virtud. Es, sin disputa, el bagaje m u y necesario, pero embaraza la m a r c h a , y el cuidado de
defenderlo hace perder ocasiones de las cuales
depende la victoria.
La utilidad de las riquezas consiste en el
placer que proporciona el gastarlas, siendo todo
lo demás u n a ilusión engañosa. A la sombra
de la opulencia prosperan u n a porción de personas: ¿pero qué ventaja real y positiva proporciona esto al poseedor de las riquezas? Cuando m á s , la de presenciar el g r a n d e despilfarro
que se hace á sus expensas, que es u n placer
sólo agradable) á los ojos. Por consiguiente, el
que dispone de u n a g r a n fortuna no goza de
la totalidad de lo que posee, y todo el fruto de
m s inmensos bienes está reducido al trabajo de
guardarlos, al cuidado de darles inversión, o al
necio placer de a l i m e n t a r con ellos u n lujo t a n
ostentoso c o m o vano. ¿Sabéis por qué se ha
atribuido u n precio i m a g i n a r i o á ciertos g u i jarros relucientes, y por qué se h a n emprendido
n i n f a s y t a n fastuosas obras? Pues ha sido con
objeto de que tan g r a n d e s riquezas parezcan
útiles para a l g u n a cosa.
Xo desconozco que á esto podrá p r e g u n t a r se: el que las posee, ¿no puede servirse de ellas
¡i;
para defenderse y librarse en cierto modo de
los peligros, de los trabajos, de
molestias y
penalidades sin n ú m e r o á que s- i ¡rilan expuestos los pobres? pero responderé .>íu vacilar
n e g a t i v a m e n t e , siendo el misa.o Salomón
quien m e ofrece la respuesta: Id rb-e. dice, se
cree m u y fuerte contemplando so- inmensos
bienes, pero toda su fuerza consi -a <. u una for
taleza que ha fabricado en su i - v i g m a e i o n
Se ve, pues, cuan acertad á m e n l e - 0 0 0 0 ; este sá
Ido monarca, que el poder del ro-o os i«n falso
como un ensueño, ó mejor a ú n . coum un castillo de leve h u m o . Sirven en efecto ¡as riquezas
pam vender á sus poseedores, más bien que
para rescatarlos, y no cabo duda, en que es m a yor el n ú m e r o de ricos á quienes pierden, que
el n ú m e r o de los que s a l v a n , lo cual debe retraernos de aspirar á una fastuosa opulencia.
¿Y no debernos contentarnos con una. fortuna que so pueda adquirir h o n r a d a m e n t e , que
se gaste sin apuros n i despilfarro, y que no eause u n a profunda pena si se pierde? No aconsejamos por esto que se afecte u n desprecio filosófico por las riquezas: conviene más aprender a
hacer buen uso de ellas, siguiendo el ejemplo
de Rabirio Postumo, cuyo elogio hace Cicerón
en estos términos: «La naturaleza misma de ios
medios que emplea para a u m e n t a r su fortuna,
prueban sobradamente que al aspirar á la opulencia, no busca u n a presa para su avaricia, y
*í un medio para dispensar su beneficencia.>•
Escuchemos ahora á Salomón.- y guardémonos
de correr tras las riquezas: edil que corre en
busca de ¡as riquezas, no permanecerá mucho
tiempo inocente. S e g ú n una definición de los poetas, cuando
floto, dios de ¡as riquezas, es enviado por J ú piter, camina m u y despacio como si fuese por
una senda escabrosa: pero cuando es enviado
por Pintón, corre r á p i d a m e n t e : alegoría cuya
siguí bou d o n os que les ríemelas- nciqmñúns con
un trabajo honrado y laborioso l l e g a n á paso
lento, y que; por el contrario, las que vienen
por m u e r t e de otro, es decir, por herencias, legados, etc., Hueven ó descargan en cierto modo sobre las personas á quienes v a n á e n r i q u e cer. P a n d o á. esta fábula diverso sentido y considerando a Pluton como el demonio, también
se podra hacer de ella u n a aplicación i g u a l m e n t e oportuna: porque cuando las riquezas
son dispensadas por el favor del infierno, se
adquieren por medio del fraude y la violencia,
por injusticias y manejos c r i m i n a l e s , de tal
suerte que parece que l l e g a n corriendo.
— 244 —
Hay muchos medios de enriquecerse, pero
son pocos los medios honrados, debiendo considerar la economía como uno de los más seguros
entre los de la ultima especie, s i n embargo, la
m i s m a economía nó es completamente intachable, porque aparta un poco del cumplimiento
de los deberes que impone la filantropía y la
caridad.
La perfección de los métodos de a g r i c u l t u r a
son el camino más expedito y n a t u r a l para e n riquecerse en esta profesión, y los productos
que da ia tierra á los hombres que saben m e r e cerlos por su trabajo y su i n d u s t r i a , son los dones de la m a d r e común de ios moríales. Esto
camino es a la verdad un poco largo: poro cuando los hombres y a ricos dedican sus capitales al
cultivo, su fortuna adquiere u n rápido y prodigioso acrecentamiento. Yo conocí u n lord que
había adquirido u n a fortuna i n m e n s a por este
medio, que t e n i a g a n a d e r í a s de varias clases,
bosques, m i n a s de carbón, de plomo y de hierro,
rentas de trigo y otros productos de esta n a t u raleza; de suerte que la tierra era para él u n a
especie de s e g u n d o océano que le proporcionaba todo género de bienes. Este sugeto había
sufrido, en los principios de su fortuna., muchos
afanes y trabajos para adquirir algunos recursos:
pero así que los hubo conseguido, avanzó con
m u c h a menos dificultad hasta llegar á la más
g r a n d e opulencia.
Sucede, en electo, que cuando u n hombre
dispone de fondos considerables, tiene u n a v e n taja inmensa y constante sobre ios demás; puede aprovecharse de las mejores ocasiones, e m plear en g r a n d e y á precios más baratos, reservar sus géneros para el tiempo en que se v e n dan unís caros, y por ú l t i m o , participar de las
g a n a n c i a s de aquellos mismos que, teniendo
menos intereses, so ven precisados á pedirle á
préstamo ó á surtirse de sus almacenes: medios
todos que i n d u d a b l e m e n t e c o n t r i b u y e n á e n r i quecerle en poco tiempo.
Las g a n a n c i a s y emolumentos de las diferentes profesiones son justas y l e g í t i m a s , y las
cansas que pueden a u m e n t a r l a s son la a c t i v i dad y u n a reputación de honradez adquirida
con u n a conducta i n t a c h a b l e . Las utilidades
del comercio son de naturaleza u n poco más
dudosa, sobre todo cuando se obtienen abusando
de la estrechez y a n g u s t i a de los demás, c u a n do para lograr las mercancías á precio más barato se corrompen los dependientes, comisionados, etc., de los vendedores, y cuando se alejan
por medios fraudulentos los concurrentes que
se hallarían dispuestos a ofrecer por ios artículos un precio más crecido. Cuando ios hombres
de esto carácter compran para revender, soborn a n á los corredores para g a n a r de antemano
por dos conceptos. Las compañías ó sociedades
de comercio son también u n medio de enriquecerse, cuando se tiene buen acierto ¡¡ara elegir
los asociados.
La usura es uno de los medios más eficaces
para adquirir fortuna; pero es t a m b i é n uno de los
más inicuos; el usurero come el p a n que otro
g a n a con el sudor de su frente, y se puede decir
que trabaja, el d o m i n g o . Sin e m b a r g o , a u n q u e
este medio es bastante seguro, no deja do tener
sus riesgos: los notarios y a g e n t e s exageran por
su interés particular la fortuna del que pide el
préstamo, a u n q u e sepan que sus negocios se
e n c u e n t r a n en m u y mal estado.
El que i n v e n t a u n a cosa útil ó m u y agradable, el primero que la presenta al público ó el
que tiene privilegio para explotarla, adquiere
a l g u n a s veces por estos medios u n a copiosa
fuente de riqueza, como sucedió con el primero
que hizo el azúcar en las Canarias. Asi pues,
cuando u n hombre posee á u n mismo tiempo
m u y buen juicio y m u c h o i n g e n i o de i n v e n ción, tiene en su mano un g r a n recurso pura
enriquecerse m o n i a m e n t é , sobre todo si las circunstancias le son favorables. El que solo quiere g a n a n c i a s bien aseguradas, pocas veces llega
a conseguir una g r a n fortuna, y el que es ariciomido a arriesgar el todo por el todo, concluye
por labrar su propia r u i n a .
Deben combinarse las empresas peligrosas
con aquellas otras cuyas utilidades son más seg u r a s , á liu do que estas últimas p o n g a n en
estado de soportar las pérdidas á que exponen
la- primeras. También se adquieren riquezas
en poco tiempo valiéndose de los monopolios, ó
solamente empleando en junto para surtir á los
vendedores al menudeo, cuando las leyes no
ponen trabas á este género de comercio: y se
adquieron, sobre todo, cuando se discurro con
bastante acierto, para proveer en qué tiempos y
en qué lugares será mayor la d e m a n d a de la
mercancía que se ha comprado.
'Las riquezas adquiridas al servicio de los reyes ó de ios g r a n d e s , son honrosas por sí mismas: pero cuando constituyen el precio de la
adulación y de la i n t r i g a , d e g r a d a n y envilecen en vez de honrar. Sin e m b a r g o , el arte de
atrapar, por decirlo así, las herencias y legados
de los ricos, arte que Tácito reprende en Séneca., diciendo que parecía envolver en sus redes
á ios hombres poseedores de g r a n d e s fortunas,
es para enriquecerse u n camino más vergonzoso
a ú n que el anterior, y t a n t o más infame, cuanto que obliga á emplear la adulación con personas de u n orden subalterno. No debe creerse
siempre á esos sugetos que afectan despreciar
las riquezas; porque los que las desprecian t a n
fácilmente, son por lo r e g u l a r los que desesperan de poder adquirirlas y los mismos q u e m a s
las estiman si a l g u n a vez llegan á poseerlas.
Tampoco debe llevarse la economía, hasta la
miseria: no debe olvidarse que si las riquezas
t i e n e n alas, con las cuales a l g u n a s veces se
alejan para no volver, otras veces conviene hacerlas volar á g r a n distancia, á fin de que vuelvan a u m e n t a d a s .
Los hombres al morir dejan sus bienes á sus
hijos, á sus parientes colaterales, á sus amigos
ó al público. Cuando los legados de estas diversas especies no son de g r a n d e s cantidades, producen efectos más ventajosos. Una g r a n fortuna
dejada á un heredero, es u n cebo que llama á
las aves de rapiña en torno suyo, no pudiendo
defenderse de la voracidad con que éstas le amen a z a n , si no le a y u d a n la edad y u n juicio experto y maduro. De i g u a l modo los g r a n d e s donativos hechos al público por los que m u é -
— 21-í) —
ren, y las fundaciones fastuosas que forman
parte de sus disposiciones testamentarias, se parecen á ios sepulcros lujosos, que á pesar de su
brillante apariencia, bien pronto no encierran
otra cosa que corrupción. Asi pues, no midáis
el valor de vuestros donativos y legados por la
cantidad á que asciendan, sino por su conveniencia y por la utilidad que h a y a n de producir, observando en esto como en todas cosas,
justas y prudentes proporciones. Por último, no
difiráis estos legados hasta la hora de la m u e r te, pues hablando con propiedad, un m o r i b u n do al disponer de lo suyo, dispone de lo que en
cierto modo ya no le pertenece,
XXXV.
SoL;i:L
LAS
P u o r i l C L V S Y OTRAS Í01K Ol LO'iüXIO-..
No hal liaremos en este articulo de las profecías sagradas contenidas en los libros santos, ni
de los oráculos de los paganos, n i tampoco de
los pronósticos naturales: sino solamente de las
predicciones que lian llegado á adquirir cierto
renombre y cuyas causas son e n t e r a m e n t e desconocidas. Se lee. por ejemplo, en el Antiguo
Testamento, que la Pitonisa consultada por Saúl
le dijo: « M a ñ a n a , tú y tus hijos estaréis conmigo.» E n Virgilio se e n c u e n t r a n versos imitando
á los de Homero, que dicen en sustancia: «'Un
dia llegará en que los descendientes de Eneas
reinen sobre todas las naciones del universo,
prolongándose este imperio hasta los siglos más
remotos:» profecía que parece referirse ai imperio romano. También se conocen estos versos de
Séneca el trágico: •<AIguna vez en los tiempos
venideros, habrá n a v e g a n t e s audaces que abran
u n camino á través del océano, y que descubran una, tierra inmensa que este m a r g u a r d a
en s u vasto seno: entonces aparecerá u n nuevo
m u n d o á los ojos de los mortales ahombrados, y
la Islandia dejará de ser el ultimo eoniin del
m u n d o conocido.» Como se ve. esta profecía parece a n u n c i a r el descubrimiento de las Americas.
La bija, de Pollera tes. tirano de Samo?, vio
en sueños á su padre bailado por J ú p i t e r y recibiendo la unción de, manos do Apolo. Sucedió e n efecto, poco tiempo después, que h a b i e n do sido este tirano enclavado en una cruz en
u n l u g a r descubierto y con el cuerpo expuesto á un sol ardiente, se cubrió de sudor y fué
en seguida bañado por la lluvia, írílipo, rey de
Macedonia, soñó que halda puesto su sello sobre
el vientre de su esposa: y explicándose este
sueño á su m a n e r a , dedujo que era estéril: pero
Aristandro, su adivino, le dijo que m u y por el
contrario, debía creer que su esposa estaba en
cinta, fundándose en que o r d i n a r i a m e n t e no se
sella sobre cosa que esté, vacía. L.a fantasma que
apareció á Bruto en su tienda, le dijo: c T á m e
volverás á ver en Filipos.» Tiberio dijo un dia á
Galba: <<TÍL larabien, (Jaiba, tú también gozarás u n poco del poder soberano.-'
Cuando Vespasiano estaba aún
en dudea.
una, profecía, que se extendió mucho en ios países orientales, anunciaba, que el que partiese de
allí en dirección á la Italia, obtendría, el imperio clel universo: profecía que se podría aplicar al
Salvador del. m u n d o , pero que Tácito, que es el
escritor que la refiere, la aplica al emperador
Vespasiano. Don a c i a n o vio en sueños la noche
que precedió al dia. en que fué m u e r t o , u n a cabeza de oro naciendo de su cuello. Sucedió realm e n t e que los príncipes que le siguieron hicieron
renacer una nueva edad de oro. E n r i q u e VI, r e y
de I n g l a t e r r a , dijo cierto dia que se lavaba las
m a n o s , señalando á u n ¡oven caballero que le
tenia el a g u a m a n i l y que reinó después con el
n o m b r e de E n r i q u e V i l : «Este joven será al fin
el dueño de la corona que h o y nos disputamos.»
Recuerdo haber oido al doctor Pena, cuando
m e encontraba en F r a n c i a , que la, r e i n a madre,
Catalina de IMédicis, que creía en la astrología.
fué en u n a ocasión á conocer el horóscopo de
E n r i q u e II. su esposo, dando solamente la hora
del nacimiento.de este príncipe y suponiéndole
otro nombre: y el astrólogo, después de haber
hecho su cálculo, respondió á la reina que su
maridó moriría en un duelo. Esta respuesta le
hizo reir, creyendo m u y s e g u r a m e n t e que el
r a n g o eievadísimo que ocupaba, su esposo lo ponía á cubierto de la desgracia que le habían
presagiado. Pero el hecho i'ué que E n r i q u e 11
pereció en un torneo, donde luchando con el
conde de Montgoinmcry, se rompió h i l a n z a de
este, y uno de los pedazos se introdujo por la
visera, del r e y . hiriéndole mortalmente.
Se conoce t a m b i é n esta predicción del astrónomo J u a n rvlúller: <E1 año 88 (1588; será u n
año memorable.» So ha creído que esto pronóstico se cumplió cuando Felipe II. rey de España, mandó contra I n g l a t e r r a aquella escuadra
formidable que los españoles llamaron arniada
iftrmcilde, la m a y o r que j a m á s se había visto
en los mares, si nó por el número de los buques,
á lo menos por su fuerza. E n cuanto al sueño
ele (íleon, se puede creer que no fué más que
u n a broma: soñó que u n d r a g ó n de u n a l o n g i tud prodigiosa le devoraba, y se asustó mucho
con la explicación que de este sueño le dio u n
tocinero.
Las predicciones de esta especie son m u y
numerosas, sobre todo si se c u e n t a n las de los
astrólogos y los sueños proféticos, y por esto
causa lie creído deber referirme sólo á los más
conocidos y acreditados. Estas supuestas profecías deben ser todos igualmente despreciadas,
y merecen clasificarse entre esos cuentos que
sirven para entretener a las g e n t e s sencillas,
cuando están alrededor ¡leí fuego d u r a n t e las
largas noches de invierno. Pero cuando digo
que deben despreciarse, quiero siguííicar solamente que no son d i g n a s de n i n g ú n crédito: y
el cuidado que ponen ciertas personas en extenderlas y acreditarlas, merece tanto más llamar
la atención del gobierno, cuanto que a l g u n a s
veces h a n ocasionado grandes desgracias. E n
muchos países existen leyes m u y severas, destinadas expresamente á prohibirlas y evitarlas.
No desconozco que podrá
preguntárseme:
¿cómo unas predicciones t a n aventuradas so
h a n podido acreditar? Esto se puede atribuir á
tres causas: I d Cuando el acontecimiento verificado es conforme al pronóstico, los hombres
observan esta conformidad; pero en el caso contrario, pasa desapercibida la falsedad del presag i o . — 2 , Ocurre con frecuencia, que conjeturas
probables ú oscuras tradiciones, se convierten
en profecías después que se cumplen casualm e n t e , y seducido el hombre por una afición
— 2.V> - -
i n n a t a á todo lo que le ofrece a l g ú n misterio,
y por u n vivo deseo de conocer el porvenir, se
i m a g i n a con m u c h a facilidad que puede predecir atrevidamente lo que solo le es permitido
conjeturar: explicación que puede aplicarse á
ios versos profétieos de ¿('meca el trágico, puesto que las tierras conocidas en su tiempo constituían una pequeña parte de la superficie del
globo, y en vista de esto era fácil presumir q u e
existiesen más allá del Océano Atlántico comarcas de u n a g r a n d e extensión; y siendo, por
otra, parte, completamente improbable que u n
wpacio t a n dilatado no fuese mas que u n m a r
>in continente y sin islas, y estando además
apoyado este razonamiento por la a n t i g u a tradición que se e n c u e n t r a en el Timeo de Platón
y por lo que dice de la Atlantida, pudo m u y
bien atreverse el. poeta á convertir la conjetura
en profecía.—3.' La principal y ú l t i m a causa
está en que la mayor parte de estas predicciones, cuyo número es infinito y que son el fruto
de la impostura ó de la locura, han sido hechas
sobre datos seguros.
XXXVI.
i » ! T.A A M i i K j r n X .
La ambición es u n a pasión cuyos efectos son
m u y semejantes á los de la bilis; pues se sabe
(pae cuando este liumor funciona sin obstáculo,
hace filos hombres activos, ardientes y emprendedores, m i e n t r a s que cuando se siente detenido se vuelve m a l i g n o y venenoso, siendo esto
mismo lo que sucede con la ambición.
En tanto que un ambicioso encuentra expedita la senda por donde puede elevarse y adel a n t a r en su carrera, es m á s inquieto y ruidoso
que temible; pero si sus deseos encuentran obstáculos insuperables , un descontento secreto
que le mortifica le hace m i r a r con malos ojos á
ios hombres y los negocios, y no se satisface
sino que cuando iodo m a r c h a desastrosamente,
lo cual constituye la más criminal y peligrosa
de c u a n t a s disposiciones puede tener u n h o m bre consagrado al servicio del príncipe ó del
Estado. Así pues, siempre que u n príncipe se
crea en la necesidad de servirse de u n ambicioso, debe emplearlo y dispensarle las recompensas, de modo que n u n c a deje de a d e l a n t a r a l g o .
Pero como este movimiento siempre progresivo en un «ugeto, expone al monarca á muchos
inconvenientes, acaso sea mejor no emplear de
u n a m a n e r a directa á hombres de este carácter;
porque si sus servicios no le hacen prosperar, se
conducirá de suerte que c a i g a n con él y se i n utilicen al mismo tiempo.
Como hemos dicho que el príncipe no debe
valerse de hombres ambiciosos sino que en los
casos do m u v u r g e n t e é imperiosa necesidad,
«c
O
I
?
convendrá que señalemos aquellos en que pueden ser necesarios. Para el m a n d o de los ejércitos es preciso escoger á los hombres m á s h á b i les en las artes de la g u e r r a , sin reparar si son
b no ambiciosos. Los servicios de esta especie se
hacen tan necesarios, que compensan todos los
otros inconvenientes, y querer privar á u n m i litar de su ambición, sería querer arrebatarle
sus esperanzas. Un príncipe puede convertir ñ
u n ambicioso en u n a especie de pelo ó broquel
para defenderse de los golpes de la envidia y
de otras clases de peligros: ¿quién s e acomodañ a á desempeñar este papel t a n comprometido
sino que el ambicioso, semejante á un j u g a d o r
inexperto que cada vez compromete más su
suerte sin conocer lo que se trama á so alrededor? También puede servir un h o n d e e de esta
clase para a b a t i r á otro que se eleve demasiado,
como Tiberio empleó á Macron para, abatir á Seyano.
Asi pues, ios ambiciososos pueden ser útiles en los casos que acabamos de indicar, quedando a ú n por decir cómo se les puede reprimir y emplear de suerte que no haya nada
que temer ele ellos. U n ambicioso es menos t e m i b l e cuando pertenece á u n a clase modesta,
que cuando junta á sus demás ventajas la de u n
nacimiento ilustre: lo mismo sucede cuando tiene u n a s maneras bruscas, inciviles y descorteses,
en vez de ser afable, simpático y popular. También ofrecerá menos peligros cuando su elevación es a ú n reciente, que cuando habiendo encanecido en los puestos honrosos que ocupa, parece que ha echado en ellos profundas raices.
C o m u n m e n t e se considera como u n a debilidad el que un príncipe t e n g a u n favorito. Xo
soy e n t e r a m e n t e de este parecer, y eso mismo
que otros censuran, lo miro por el contrario
como el mejor remedio para contener la ambición de los g r a n d e s ; porque cuando el favor ó
la desgracia dependen de u n privado, no h a y
miedo de que nadie se eleve demasiado. Tin método no menos seguro para enfrenar á u n a m b i cioso, consiste en oponerle u n a persona que
t a m b i é n lo sea para que de este modo se contrállala uceen. Pero en este caso es necesario
tener otro sugeto de u n carácter moderado y
conciliador, para m a n t e n e r el equilibrio entre ambos y evitar las discusiones y desaven e n c i a s , pues sin esta especie de lastre, la
nave correría demasiado y estaría expuesta á
zozobrar. El príncipe puede t a m b i é n proteger y
alentar á a l g ú n individuo de u n orden inferior,
q u e le servirá como de látigo para corregir de
vez en cuando á los ambiciosos. En cuanto al
medio que consiste en hacerles entrever u n a
r u i n a ó desgracia próxima, concedemos que pod r á ser bastante para enfrenarlos cuando sonde
carácter tímido; pero este recurso será m u y p e ligroso si se trata de u n hombre audaz y emprendedor, y lejos de servir para contenerle, podrá inducirle á precipitar la ejecución de sus
designios.
—
260
—
Hablando ahora de los medios de abatirlos,
cuando la necesidad de los asuntos lo exige y
cuando no se puede hacer todo de u n solo golpe,
diremos que la conducta m á s oportuna que con
ellos puede seguirse, es entremezclar de t a l
modo los favores y los reveses, que no puedan
figurarse cabalmente lo que deban a g u a r d a r ó
temer, y se e n c u e n t r e n como perdidos y desorientados en u n laberinto. l i n a noble ambición
que t e n g a por origen el deseo de distinguirse
llevando á término g r a n d e s empresas, es desde
luego menos peligrosa que la do u n hombre
lleno de pretensiones, que aspirando á sobresalir en todo, no h a y nada en que no se quiera
mezclar: esta especie de ambicon es una fuente
de confusión y de desórdenes.
Sin e m b a r g o , u n ambicioso que de todo se
ocupa por sí mismo, por más activo que sen, es
menos temible que el que llega á hacerse poderoso por el g r a n número de sus favorecidos y de
las personas que de él dependen. EL hombre que
desea ocupar el primer puesto entre los más h á biles y eminentes, se impone u n a penosa tarea
que no podrá cumplir sin hacerse verdaderam e n t e útil á su patria.
Los hombres se pueden proponer la consecución de tres especies de ventajas: la de poder
—
2 6 1
—
hacer el bien; la de poder aproximarse al p r í n c i pe y á los g r a n d e s , y la de a u m e n t a r su r e p u t a ción y su fortuna. Fd individuo que sólo aspira
á la primera, es honrado y virtuoso, y la verdadera sabiduría, de u n príncipe consiste en saber d i s t i n g u i r entre todos los que le sirven, á
los que obran movidos por t a n laudable estímulo. Asi pues, los príncipes y los gobiernos deben preferir para los enípleos públicos, á los sirgólos que cuidan más do desempeñar bien sus
obligaciones que de elevarse, y á l o s que c u a n do se e n c a r g a n de los negocios los t o m a n como
co^a propia, aspirando más á la satisfacción de
su conciencia, que á obtener resultados b r i l l a n tes. Por ú l t i m o , no se debe confundir á u n hombre i n t r i g a n t e con otro c u y a actividad tiene
por estímulo el deseo de practicar el bien.
XXXVII.
DEL CARÁCTER NATURAL EN LOS HOMJSRES.
El carácter natural se encubre ó disfraza
con frecuencia, algunas veces se domina, y
casi nunca se muda por completo. Cuando se
le violenta, vuelve con mayor energía así que
de nuevo logra la ventaja. La instrucción y
los buenos preceptos pueden moderar su impetuosidad : pero solamente los hábitos tienen eJ
poder de domarlo y cambiarlo.
El que quiere acostumbrarse á vencer su
carácter natural, no debe imponerse una tarea
demasiado g r a n d e ' n i demasiado pequeña: en
el primer caso se desanimaría de ver que sus
esfuerzos eran impotentes, y en el segundo no
adelantaría bastante en su empresa, aunque
con frecuencia obtuviese a l g ú n buen resoltado.
Al principio y para hacer el trabajo menos penoso, conviene buscar alguna, a y u d a , de i g u a l
modo que u n a persona que aprende á n a d a r se
vale de v e g i g a s llenas de aire para sostenerse
más fácilmente sobre el a g u a ; pero al cabo de
a l g ú n tiempo, deben a u m e n t a r s e á propósito
las dificultades ejercitándose por el sistema de
los bailarines, que para adquirir m a y o r a g i l i dad usan d u r a n t e su aprendizaje unos zapatos
m u y pesados, conociendo sin d u d a que cuando
los ensayos son más difíciles q u e las ocupaciones ordinarias, y por decirlo así obligatorias,
éstas so perfeccionan más pronto y se practican
con más soltura.
Cuando por ser el carácter n a t u r a l m u y
fuerte y enérgico es más difícil la victoria, es
necesario ir g a n á n d o l a poco á poco y como por
grados. lie aquí en qué consiste esta g r a d a ción: 1." Es preciso tratar de reprimir del todo
el carácter n a t u r a l d u r a n t e u n cierto tiempo,
imitando el ejemplo del que así que se siente
agitado por la cólera, p r o n u n c i a las v e i n t e y
cuatro letras del alfabeto antes de resolverse
á hacer las cosas.—,2.° Es preciso moderarse
poco á poco y g a n a n d o terreno p a u l a t i n a m e n t e ,
como lo haría una persona que queriendo per-
- - 264 —
der la costumbre de beber vino, empezase á tom a r dos copas en l u g a r de tres, después una en
l u g a r de dos, y que redujese en seguida la porción á medias copas y más tarde ú copas peq u e ñ a s , basta abstenerse completamente del
uso de este licor.—3.° Deberá, por último, dom i n a r s e del todo el carácter natural sin hacerle
n i n g u n a concesión, ó haciéndole a l g u n a m u y
pequeña.
Pero sin e m b a r g o de lo dicho, si se tiene
b a s t a n t e constancia y fuerza de voluntad para
sacudir de u n a sola vez la tiranía del carácter,
esto será lo preferible. El hombre c u y a alma ha
recobrado u n a completa libertad, es el que después de haber sabido romper todas las a t a d u r a s
que le sujetaban, ha cesado de sentir la violencia que antes necesitaba para contenerse.
No debe despreciarse aquella a n t i g u a regla,
que prescribe plegar el g e n i o y el espíritu en
sentido contrario al carácter n a t u r a l para corregirlo más fácilmente, á la m a n e r a que se
dobla u n bastón en sentido contrario á su curva para enderezarlo; pero este precepto debe
observarse ú n i c a m e n t e en el caso de que este
extremo opuesto no sea por sí mismo u n vicio.
Cuando us hayáis empeñado en adquirir u n
nuevo hábito, no lo h a g á i s con un esfuerzo de-
masiado continuo, y tc.nad de vez en cuando
a l g ú n descanso. La interrupción y a l g ú n reposo r e a n i m a n el vigor y d a n ánimo para proseg u i r la tarea, sin contar con que u n a persona
que todavía no so halla bástanle perfeccionada
en la cosa que practica sin interrupción, contrae el hábito de ios defectos lo mismo que el
de las perfecciones, siendo el m á s seguro remedio para este i n c o n v e n i e n t e , el suspender á
propósito el ejercicio que se practica. Sin e m bargo, no h a y que fiarse mucho de cualquier
victoria conseguida sobre el carácter n a t u r a l :
podrá permanecer mucho tiempo oculto; pero
en la primera ocasión propicia que se, le p r e sente volverá de nuevo á aparecer: asi lo atest i g u a aquella g a t a de que habla Esopo en una
de sus fábulas, que habiendo sido convertida,
en mujer, se m a n t u v o decentemente colocada
á la mesa, hasta el momento en que vio correr
u n ratón. Evitad, pues, estas ocasiones, ó t r a t a d
de acostumbraros á ellas para que no os p u e d a n
impresionar.
El carácter natural, de u n individuo se m a nifiesta de u n a m a n e r a clara y desembozazada
en la vida privada y en las relaciones í n t i m a s ,
porque no habiendo n i n g u n a causa para disfrazarlo, se muestra sin disimulación. T a i n -
—
2G(J
—
bien se descubre al sentir emociones violentas
que hacen olvidar todas las reglas y precauciones, y en una situación nueva é imprevista en
que los hábitos nos abandonan.
¡Dichoso el mortal cuya profesión se armoniza con su carácter! en el caso contrario podría decir: «Mi alma ha estado largo tiempo
fuera de su morada.» Y en efecto, ¿qué vida
más insoportable que la de u n hombre que perpetuamente se halla ocupado en cosas á que no
tiene afición? Por lo que mira á los estudios,
conviene tener horas fijas para dedicarlas á
aquellos á que naturalmente no somos inclinados; y respeto de los que son de nuestro gusto,
no hay que inquietarse en destinarles horas señaladas: nuestro pensamiento se inclinará hacia ellos sin que haya que estimularlo, pudiendo reservarles el tiempo que no reclamen los
asuntos y los estudios menos agradables, aunque más útiles y necesarios.
La naturaleza ha sembrado, por decirlo así,
en nuestra alma semillas buenas y malas. Empleemos, pues, nuestra vida toda en cultivar
las primeras y extirpar las segundas.
—
207
—
XXXVIII.
DE LOS i i . í l i l I O S Y DE LA
EDUCACIÓN.
Los pensamientos de los hombres dependen
de sus inclinaciones y de sus gustos; sus discursos dependen de sus luces, de los maestros que
h a n tenido y de las opiniones que h a n abrazado; pero sus acciones se d e t e r m i n a n solamente
por sus hábitos, como lo observa Maquiavelo,
a u n q u e aplicando esta observación á u n caso de
m u y odiosa naturaleza.
Tratándose de ejecutar, es necesario no fiarse de la energía del carácter n i de las más e n carecidas promesas, si todo ello no está fortalecido y como sancionado por los hábitos. «Por
ejemplo, dice el autor citado, para verificar u n
atentado peligroso y comprometido, y a sea de
conspiración . ya de cualquiera otra especie,
no os fiéis de la ferocidad n a t u r a l del i n d i vidué n i de la audacia con que lo emprende,
sino de u n hombre que ya t e n g a templadas sus
m a n o s al calor de la sangre.» Esto es cierto,
pero también lo es que Maquiavelo no habia
oido hablar del m o n g e Jacobo C l e m e n t e , n i de
Ravaillac, n i do J á u r c g u y , ni de Baltasar Gerardo, n i de Guido F a u x . Sin embargo de estas
excepciones es su regla m u y segura, siendo indudable que el carácter natural y los más sagrados compromisos, no tienen tanto poder
como los hábitos.
Solamente el fanatismo puede rivalizar con
ellos , habiendo hecho en nuestros dias t a n
g r a n d e s progresos, que los asesinos cuyo brazo
h a armado por primera vez, no h a n cedido en
firmeza, y seguridad á los criminales más e n d u recidos: de i g u a l modo, las resoluciones dictadas
por la superstición t i e n e n para todo acto sang r i e n t o la m i s m a fuerza que los hábitos; pero en
todos los demás casos, la preponderancia y ventaja de los hábitos son bien claras y man i ti estas. ¡Oh! ¿quién podrá dudar de su poder, c u a n do se ve á los hombres que después de tantas
promesas, de t a n t a s protestas, de compromisos
formales, de palabras empeñadas, hacen y repi-
—
2 ( 3 9
—
ten precisamente lo mismo que otras veces h a n
hecho, como si fuesen autómatas ó m á q u i n a s
movidas sólo por el resorte de los hábitos? He
aquí algunos ejemplos de su poder tiránico.
H a y indios, y entiéndase que sólo hablamos
de ios gimnosofistas, que se sientan tranquilamente sobre u n a hoguera y se sacrifican a b r a sados. Se ve también á las viudas disputarse el
honor de ser quemadas con los cadáveres de sus
esposos. Los jóvenes de Esparta se dejaban azotar sobre los altares de Diana basta que su piel
brotaba s a n g r e , sin exhalar u n a sola queja. Recuerdo (pie en el principio del reinado de la reín a Isabel, un rebelde de Irlanda que Labia sido
condenado á la ú l t i m a pena, hizo presentar u n
memorial para obtener la g r a c i a de ser ahorcado con una cuerda de m i m b r e s torcidos, y no
con u n a ordinaria, por ser ésta, s e g ú n decía,
la costumbre de su país. E n la Moscovia h a y
nronges que. d u r a n t e el i n v i e r n o , se i m p o n e n "
la penitencia de meterse en el a g u a y permanecer en ella hasta que se hiela en su derredor,
lina vez que tal es el poder de los hábitos, tratemos de adquirir solamente los buenos.
Los hábitos contraidos en la niñez son sin
disputa los más d o m i n a n t e s . Lo que llamamos
educación, no es en el fondo otra cosa que h á -
bitos adquiridos en la infancia. Se sabe, por
ejemplo, que los niños y los jóvenes aprenden
las l e n g u a s más fácilmente que los adultos; y
esto consiste en que en las dos primeras edades
la l e n g u a es más dócil y se presta más fácilm e n t e á. los movimientos que e x i g e la formación de los sonidos articulados. Por la misma
razón, teniendo más soltura y docilidad los
miembros d u r a n t e el período de la j u v e n t u d ,
el cuerpo de los jóvenes se acostumbra con m e nos inconvenientes á toda clase de ejercicios y
movimientos, m i e n t r a s que los que empiezan
m á s tarde e n c u e n t r a n mucho más trabajo para
vencer las dificultades (pie se les presentan.
H a y , sin e m b a r g o , que exceptuar á a l g u n o s i n dividuos, que t i e n e n cuidado de dejar su a l m a
abierta á las nuevas impresiones, sin contraer
n i n g ú n hábito de que no p u e d a n deshacerse, á
fin de estar siempre en disposición de perfeccionarse.
Pero si los hábitos t i e n e n tanto dominio sobre los individuos aislados, t i e n e n t a m b i é n u n
g r a n poder sobre los que se hallan reunidos en
colectividad, como en u n ejército, en u n coleg i o , en u n convento, etc. E n este último caso,
el ejemplo i n s t r u y e y d i r i g e , el trato con los
demás sostiene v fortifica, la emulación desv
7
pie ría y aguijonea, y los honores y recompensas elevan el á n i m o : de suerte que en estas corporaciones, los hálatos adquieren el m á x i m u m
de su fuerza. La experiencia prueba sobradam e n t e que la multiplicación de las virtudes
en nuestra especie, es el efecto de sabios i n s t i tutos gobernados por u n a juiciosa disciplina, y
de otras asociaciones bien ordenadas y d i r i g i das. Se observa que las repúblicas, y en g e n e ral los buenos gobiernos, a l i m e n t a n las v i r t u des y a nacidas, pero rara vez saben sembrar la
semilla de otras nuevas y hacerla g e r m i n a r . La
dificultad consisto hoy dia en que los medios
más eficaces se aplican á fines poco dignos del
hombre.
~-^Sfü>^g^^.~—
XXXIX.
DE TA
FORTCXA.
No so puede 'Indar que h o y muchas causas
p u r a m e n t e accidentales que pueden conducir á
los hombres m u y rápidamente hacia la fortun a , tedies como el favor de los g r a n d e s , u n a casualidad dicho-a, la m u e r t e de otros individuos,
ó sean las herencias, y las ocasiones favorables á
las virtudes ó talentos que nos son propios; pero
lo más frecuente' es que la, suerte de cada h o m bre esté en su manos, como lo h a dicho un poeta en esta frase: -/Cada cual es el autor de su
fortuna.»
Mas para designar con mayor precisión la
principal y más poderosa, de las causas que h e mos enumerado, diremos, a u n q u e parezca mu-
cho a t r e v i m i e n t o , que la necedad y descuidos
de unos hacen la fortuna de otros. P r u e b a , en
efecto, la experiencia que el medio más rápido
y seguro pura prosperar, es estar siempre dispuesto á aprovecharse de las faltas y desaciertos de los extraños. Una ser]dente no se convierte en dragón hasta que ha devorado á otra
serpiente.
Las virtudes brillantes y de g r a n d e apariencia, sólo procuran elogios á quien las posee:
¡¡uro h a y virtudes secretas y escondidas que
contribuyen más á n u e s t r a fortuna: á esta especie pertenece u n a cierta m a n e r a delicada y
fácil de hacerse valer, que los españoles expresan en parte por medio de la palabra rfe.xoicultura: lo cual significa que para buscar la suerte hay que t e n e r , en vez de un carácter áspero
y difícil, un genio dócil, versátil y siempre
dispuesto á volverse con la rueda caprichosa de
la fortuna. Queriendo dar Tito Libio u n a j u s t a
idea de Catón el Censor, se expresa así: <-¥Á v i gor de alma y de cuerpo llegan á tal p u n t o
en este hombre, que en cualquier país que h u biese nacido habría hecho su fortuna;,* y después añade: «Tenia un carácter acomodaticio
y versátil.»
Por poco perspicaz que un hombre t e n g a la
is
— 274
vista para mirar en torno suyo, tarde ó t e m prano descubrirá esa fortuna de (pie hablamos:
porque si puede haber hombres ciegos, ella no es
n u n c a invisible. E l camino para conseguirla es
semejante á la vía láctea; es una. reunión de estrellas pequeñas, cada una de los enale* pasaría
desapercibida si estuviese separada de las demás, pero que hallándose ínula- despiden una.
luz bastante viva; y para expresarnos sin e«te
sentido f i g u r a d o , diremos que dicho camino
consiste en un conjunto de facultades y de hábitos, de talentos y virtudes apena* perceptibles.
E n t r e las cualidades necesarias para hacer
fortuna, los italianos indican a l g u n a s de cuya
verdad no puede dudarse. S e g ú n ellos, para que
un hombre posea todas las condiciones pue se
requieren, y para que cuente con la, seguridad
ele llegar al logro de sus deseos sobre este particular, es indispensable que tonga >ni ¡meo di
iti«t(ú, es decir, una vena de loco. E n efecto,
hay dos calidades esenciales para abrirse paso
en el camino de la fortuna; la primera es esa
v e n a de loco, y la otra no ser demasiado honrado. Así vemos que los que se consagran únic a m e n t e á su patria y á su soberano, obtien e n rara vez g r a n d e s beneficios: porque míent
tras mi hombre aparta sus miradas de sí mismo y las dirige á u n asunto extraño, pierde el
camino que lo conducía bácia el objeto de su
propio interés. Una prosperidad rápida hace á
los hombres presuntuosos, inquietos, y usando
de u n a expresión francesa ( r e m u a n t d atrevidos
y travieso^: pero u n a fortuna adquirida con el
trabajo y la perseverancia, les a u m e n t a su h a bilidad y sus buenas cualidades.
La, fod ana. merece nuestros respetos y h o menajes, a u n q u e solo sea por consideración a
sus dos h i j a s . la confianza y la reputación,
pues tales son los dos efectos que producen los
m e d í a i s : f d i e e s . el uno en nosotros mismos, y
el ob'a en las personas con quienes vivimos y
en su fenduota respecto de nosotros.
Los l u m b r e s prudentes, para ponerse á. cub i o r m d c h i envidia á que están expuestos por
sus PiJe; y . y virtudes, atribuyen el suceso de
.•sus negocios ó Ja fortuna ó á la divina Providencia. Per esto medio disfrutan en paz de su
prosperidad, á lo que también se añade que u n
poi'muaje ilud.ro da más alta idea de sí mismo
cuando pn<xlo persuadir que un poder superior
\ e l a por sus destinos. Con esta idea dijo César
ó un pifaf) en una, tempestad: «Nada temas,
a m i g o mbu llevas á César y su fortuna:» y con
la misma profirió Sila la calificación de afortutunado á la de g r a n d e . Se observa también que
los que lian tenido la presunción de atribuir
los buenos resultados de sus empresas á su pru ciencia y á sus propias disposiciones, h a n concluido por ser m u y desgraciados: observación
que se comprueba en lo que sucedió al ateniense Timoteo. En una, a r e n g a donde daba cuenta
de sus operaciones militares ante la asamblea
del pueblo, repitió m u c h a s veces estas palabras;
«Observad, atenienses, que en esto no h a tenido n i n g u n a parte la fortuna,:» y después de esta
época no pudo realizar felizmente n i n g u n a de
las empresas que i n t e n t ó .
E n t r e las personas que logran resultados
ventajosos, h a y a l g u n a s cuya fortuna se parece
á los versos de Homero, que son más fáciles
y fluidos que los de los demás poetas, como lo
observa Plutarco en la vida de Timoleon, al
comparar la. fortuna de éste con la de Agesiiao
y Epaminondas.
XL.
m: i . A usur I .
Muchos escritores ingeniosos h a n atacado á
la usura y á los usureros. «¿Q.aé cosa más odiosa, dicen los unos, que dar al diablo el diezmo
que pertenece á Dios?»—«El usurero, dicen
otros, es el más i n d i g n o profanador de los dias
de fiesta y trabaja basta en el domingo.> Algunos a ñ a d e n que la usura es el z á n g a n o de que
habla Virgilio cuando dice: «Las abejas t r a b a j a n el panal, mientras los zánganos están ociosos. •> Los h a y <pie suponen que el usurero i n fringe la primera ley que Dios impuso al hombre después que este hubo caido de su g r a c i a , la
cual está "nucebida en estos términos: «Ganará*
el p a n con el sudor de tu frente,-> y no con el
sudor de la frente de otro. Algunos quieren aún.
que los usureros g a s t e n gorro amarillo, puesto
que lo que hacen no es otra cosa que judaizar
y en fin, dicen otros que aspirar á que la plata
produzca plata, es buscar una. ganancia, contraria á la n a t u r a l e z a .
E n cuanto á m í , todo lo más que mí.- permitiré decir sobre una cuestión t a n d-.-ba1*da, está
reducido á que la usura es una do esas concesiones hechas á la dureza del corazón h u m a n o ,
y un abuso que es preciso tolerar, en atención
á que los préstamos son necesarios á ..da inst a n t e , y á que la mayoría de los hombros son
demasiado interesados para hacerlos sin g a nancias.
Algunos autores h a n i m a g i n a d o llenar este
objeto estableciendo bancos nacionales, que antes de hacer sus operaciones se asegarrasmi del
estado de la fortuna del que solicita, el préstamo, indicando para este fin medios ingenioso?
y sutiles, y por consiguiente inseguros: pirro
pocos h a n sido los que h a n suministrado luces:
verdaderamente útiles sobre la cuestión de la
usura. Es, pues, indispensable presentar u n a
especie de cuadro donde consten sus ventajas é
i n c o n v e n i e n t e s , á fin de que se pueda distinguir lo bueno de lo malo, para procurar lo pri-
:/7:
1
mero y poner remedio ;'i lo s e g u n d o : peí o cui •
lando sobre todo de no i n c u r r i r por equivocación en aquello mismo de que queremos apartarnos.
/,»;,,ii-fnieufi'xth: la usara.—1."
Disminuye
el número de los comerciantes: porque si el dinero no estuviese desperdiciado en este vil agiotaje que lo hace estéril, estaría invertido en
mercancías, haciendo fructificar el comercio,
que es la principal arteria del cuerpo político, ó
el canal que sirve para la importación de las
riqueza".
2." I,a usura empobrece t a m b i é n á los comerciantes, pues así como u n arrendatario no
puede hacer g r a n d e s adelantos en su industria
agrícola., ni obtener u n producto considerable
de la tierra que labra cuando está obligado á
pagar una renta m u y crecida, así u n mercader
no puede hacer su comercio con tanto desahogo,
n i obtener tantos rendimientos, cuando se ve
precisado á buscar el capital que necesita á u n
interés excesivo. El tercer i n c o n v e n i e n t e , que
es una consecuencia de los dos primeros, consiste en Ja disminución de la r e n t a de las aduan a s , que tiene necesariamente su flujo y reflujo,
¡ue corresponden y se acomodan á los del comercio.
4 . " La usura concentra y amontona ios capitales de una nación en las manos de un pequeño n ú m e r o de personas: porque siendo seg u r a s las g a n a n c i a s del prestamista y m u y inciertas las del n e g o c i a n t e , ora comercio con
sus propios fondos, ora con fondos tomados á
préstamo, claro está que antes ó después, el resultado del j u e g o será que todo el dinero quede
en manos del que m a n e j a los naipes. Además
de lo dicho, la experiencia demuestra que u n
Estado es siempre más floreciente, cuando los
capitales están más i g u a l m e n t e distribuidos.
5.° La usura hace bajar ei precio de las tierras y demás propiedades inmuebles, pues sucede con m u c h a frecuencia, que casi todo el diariero que se e n c u e n t r a empleado en el comercio
y la industria agricola, lo distrae la usura
llamando hacia sí los capitales.
G.* Apartando á los ciudadanos del trabajo
en que se ocupan, hace que languidezcan la <
industrias y d i s m i n u y e el número de invenciones útiles (pie tienden á la perfección de las
arles: obstruye t a m b i é n todos los caminos que
el capital seguiría n a t u r a l m e n t e para fructificar, si no fuese absorbido por esto abismo, donde
permanece estancado.
7.''
La usura es u n a especie de sanguijuela
que chupa continuamente la s a n g r e más pura
de una infinidad de particulares, y que al fin
los consume, e x t e n u a n d o al mismo tiempo al
Estado.
Vejttdjíts de la asara.—1/
A u n q u e la usura
sea perjudicial al comercio bajo cierto punto
de vista, le es útil, en otro concepto: se sabe
que la mayor parte del comercio se bace por
negociantes jóvenes a ú n ó no m u y ricos en
g e n e r a l , que casi siempre t i e n e n necesidad de
pedir dinero prestado á réditos; de suerte que
sí el prestamista retirase ó retuviese sus capitales, resultaría u n a paralización en el comercio.
2.'
Si se quitase a los particulares la comodidad de procurarse dinero á interés para hacer
frente á sus apremiantes necesidades, no tardarían mucho en verse reducido* al m a y o r apuro
v obligados á malbaratar sus bienes, tanto
muebles como inmuebles, y por consiguiente
se les habría apartado de u n mal deplorable
para entregarlos á otro más g r a n d e a ú n ; pues
la usura no bace más que minarlos poco á poco,
mientras (pie en el caso que hemos supuesto
quedarían arruinados de u n solo golpe. Las h i potecas no remedian este mal; por pie los que
prestan con ellas e x i g e n t a m b i é n que se les
abonen intereses, y si no se les reembolsa el
día señala,lo para el payo, proceden con todo
rigor y no t i e n e n escrúpulo en quedarse con la
finca que ten ion e n g a r a n t í a . Recuerdo lo que
á este propósito d e - l a un aldeano m u y rico y
m u y codicioso: «¡Malditos sean los usureros!
e x c l a m a b a , e l l o s recogen toda la utilidad que
sacamos de be" adcbnitos hechos ;i, cuenta de
salarios, cuando no podemos cumplir nuestros
compromisos.»
E n cuanto á la tercera y última, ventaja de
la usura, d i r utos que es una esperanza q u i m é rica la de que se p u e d a n i m a g i n a r alguna vez
disposiciones euyo objeto sea batan más frecuen1
tes los préstamos sin interés; y de atreverse á
prohibir á, los prestamistas que cobrasen réditos
por su dinero, resultarían una iuíinidad de serios i n c o n v e n i e n t e ? . Así pues, no se piense en
abolir l e g a l m e n t e la usura, pues todos los g o biernos, tanto monárquicos como republicanos,
la h a n tolerado, unas veces fijando el tipo del
interés, otras adoptando otras medidas. S e m e jante
idea debe enviarse al catálogo de las
utopias.
Hablemos ahora de la m a n e r a de arreglar
y moderar la usura, ó lo que es lo mismo, de
los medios con cuya a y u d a pueden evitarse sus
— 283 —
inconvenientes, sin perder sus ventajas. Creo
que en combinando j u i c i o s a m e n t e los unos con
las otras, no será imposible asegurar las p r i n cipales de estas ú l t i m a s . Uno do dichos medios
es limarle los dientes para que no pueda morder tu ido á pesar de su voracidad, y otro consiste — proporcionar á los capitalistas facilidad
y seguridades que les i n d u z c a n á prestar su
dinero á los negociantes, lo cual contribuiría
mucho al fomento y desarrollo del comercio.
Este doble objeto no puede lograrse sino que
lijando dos tasas diferentes para el interés del
dinero, la u n a más alta, que la otra; porque si
no so estableciese mas que u n a un poco baja,
esta disposición aliviaría á los deudores, pero
los comerciantes t e n d r í a n m u c h a dificultad en
encontrar dinero, siendo cierto además que esta
profesión es la más lucrativa de todas, por cuyo
motivo puede sufrir u n a tasa más elevada.
He aquí lo que conviene hacer para r e u n i r
y conciliar todas las ventajas de que hemos h a blado: que h a y a , como dejamos dicho, dos t a sas diferentes, la u n a para la usura libre y permitida á todos los ciudadalos sin excepción, y
la otra para la usura permitida solamente á
ciertas personas y en ciertos l u g a r e s donde
h a y a u n g r a n comercio: que la primera sea de
— 2 «4 —
u n 5 por 100; tpie se h a g a pública por medio
de u n edicto y una deolaracion donde se cons i g n e que los préstamos á este interés son libres
para todo el m u n d o , y en consecuencia, que el
gobierno del monarca ó de la república prometa no e x i g i r m u l t a n i n g u n a á los que se cont e n t e n con ese módico beneficio: de este modo
los préstamos serán más fáciles de obtener y
procurarán u n g r a n d e alivio á los labradores.
Estas mismas disposiciones t a m b i é n contribuir á n mucho á subir el precio, ó sea á a u m e n t a r
el valor relativo de las fincas rústicas; porque
siendo la renta» a c t u a l m e n t e en I n g l a t e r r a de
u n 6 por 100, excederá á la tasa del interés del
dinero, que sólo se eleva ¡i u n 5. Otro efecto de
estas medidas será el movimiento y desarrollo
que tomasen las demás industrias y todas las
artes, tendiendo á la perfección de las cosas
útiles; porque entonces el mayor número de los
que dispongan de fondos, y especialmente los
acostumbrados á obtener g r a n d e s beneficios,
preferirán emplearlos de esta m a n e r a , á fin de
proporcionarse u n a g a n a n c i a superior al i n t e rés establecido por la ley.
Además de esto, deberá permitirse á determ i n a d a s personas, como ya hemos indicado,
prestar dinero á los comerciantes a u n interés
más alio eme el que lija la primera tasa y con
las condiciones siguientes: 1." Que el interés,
a u n para estos mismos comerciantes á que nos
referimos, sea un poco más bajo que el que p a g a b a n antes. Con esta doble disposición, todos
los deudores, y a sean ó no mercaderes, t e n d r á n
u n cierto alivdo, debiéndose comprender que
estos préstamos no se h a r á n por medio de u n
banco ni n i n g ú n otro sistema de fondos públicos, sino que m u y por el contrario, cada cual
quedará dueño de manejar su dinero sin i n t e r vención de nadie. Y no se crea que digo esto
porque desapruebe e n t e r a m e n t e los bancos, sino
porque es m u y difícil que inspiren confianza al
público.—2." (¿ne el gobierno del soberano ó de
la república exija a l g u n a contribución por los
permisos ó autorizaciones que concedo, y que el
resto del beneficio quede todo á favor del prestamista. Si este derecho que se i m p o n g a g r a v a
poco el interés, no bastará para desanimarlo;
porque la persona que prestaba antes, por ejemplo, á un nueve ó diez por ciento, se conformará con el ocho, m á s bien que abandonar su e s peculación y dejar g a n a n c i a s seguras por otras
eventuales.
El número de los permisos para prestar, no
debe limitarse; pero sólo deben concederse en
las ciudades donde el comercio se halle lloreciento. De este modo los prestamistas no podrán
abusar de su autorización para prestar el dinero a g e n o obtenido á más bajo precio; y la tasa
de n u e v e por cíenlo lijada para los que t e n g a n
permisos particulares, no impedirá los préstamos verificados con arreglo á Ja tasa inferior de
cinco por ciento, puesto que nadie g u s t a de emplear su capital m u y lejos de su residencia n i
de confiarle á manos desconocidas.
Si se me objetase que lo que acabo de decir
autoriza en cierto modo la usura, y que ademáis
la permite sólo en determinados lugares, respondería que es mucho mejor permitir una. usura franca y declarada, que sufrir todos los estragos que ocasiona cuando se ejerce secretam e n t e , por la connivencia de ios que la hacen
coa los que t i e n e n necesidad de los préstamos,
ó porque los que están obligados á castigarla la
favorecen.
XLI.
W. LA J T V K X T U D Y LA VL.TEZ.
Un hombro puede sor jó ve.: por su edad, y
viejo por el buen empleo que lio ya hecho de sus
años; ¡»cro oslo acontece m u y rara vez. Hablando en general, la juventud os emuo los primeros pensamiento:?, que son ordinariamente m e nos juiciosos que los que se tienua después,
siendo u n a verdad que los pensamientos tienen
también su j u v e n t u d como los Individuos.
La j u v e n t u d es n a t u r a i m o n í o más i n g e n i o sa que la vejez, y más fecunda en concepciones sublimes, que parecen a l g u n a s veces inspiraciones divinas.
Los hombres que tienen ;ni a l m a de fuego
agitada con frecuencia por violento? deseos, no
adquieren madurez para obrar, hasta que lian
pasado el verano de la vida. Tales fueron Julio
César y Séptimo Severo: la j u v e n t u d de este último fué, según dicen los historiadores, u n a
cadena de extravíos, y en ella se vio agitado
por pasiones violentísimas y casi furiosas, sin
que esto impidiera que fuese después uno de los
hombres m i s dignos de la suprema autoridad.
Una persono, de u n carácter más pacifico,
más sereno y m á s templado, puede distinguirse
y hacer g r a n d e s cosas desde su j u v e n t u d , de lo
cual tenemos ejemplos en A u g u s t o , Cosme de
Mediéis, Gastón de Foix y algunos otros.
Un hombre de edad madura que conserva el
fuego y la vivacidad de ¡ a j u v e n t u d , es muy;';
propósito para los negocios. La j u v e n t u d es más
apta para la i n v e n c i ó n que paca, las cosas que
requieren el juicio maduro y el razonamiento
severo: más para la ejecución que para las deliberaciones; y más t a m b i é n para los nuevos proyectos que para las cosas ya establecidas. La
experiencia de las personas de edad m a d u r a es
para ellas un g u i a m u y seguro en todos los casos en que esta experiencia puede aplicarse:
pero en los casos nuevos suele e n g a ñ a r l a s , y casi
siempre concluye por extraviarlas ó detenerlas
en su c a m i n o .
Los errores de ios jóvenes a r r u i n a n por reg i a g e n e r a l los negocios; los de los viejos los
perjudican t a m b i é n , y las más veces no logran
el objeto por no hacer lo suficiente ó por no h a cerlo con presteza. Los jóvenes abrazan más
de lo epue permite la fuerza de sus brazos; saben
producir movimientos que después no pueden
detener, y vuelan hacia el fin sin pararse en la
necesidad de pesar, de escoger, de moderar y
de g r a d u a r los medios: s i g u e n c i e g a m e n t e u n
pequeño número de principios atrevidos, y se
precipitan hacia aquello que les l l a m a la a t e n ción por su novedad, de donde n a c e n inconvenientes que no saben preveer y evitar, i n t e n t a n
los remedios extremos desde el principio, y lo
que empeora y a u m e n t a todas sus fallas, es que
no"quieren n u n c a convenir n i trabajar en repararlas, semejantes á u n caballo fogoso que se
n i e g a á volverse y á detenerse.
Los viejos, por el contrario, presentan demasiadas objeciones, pierden m u c h o tiempo en
deliberar, no t i e n e n atrevimiento suficiente,
vacilan y se arrepienten antes de haberse equivocado, rara vez l l e g a n hasta el fin, y se cont e n t a n casi siempre con u n resultado incompleto.
l ' n medio aconsejado por la prudencia seria
10
combinar reunidas las dos edades: mediante
esta combinación, las virtudes y los talentos
propios de cada u n a de ellas, remediarían por
el m o m e n t o los vicios y defectos peculiares de
la otra, y en el porvenir, los jóvenes h a b r í a n
aprendido á desempeñar mejor sus popeles,
cuantiólos viejos todavía podrían sor actores.
Por ú l t i m o , esta juiciosa combinación product-'
ría t a m b i é n otros buenos efectos: porque si es
verdad que la vejez goza de autoridad, no lo es
menos que la juventud inspira mayores simpatías.
En los jóvenes es más estimada la moralidad, sin duda porque no tienen c o m o ¡os viejos
para conservarla, el recurso de la prudencia y
la política. Cierto rabino fijaba su atención en.
el texto de la S a g r a d a Escritura . que dice:
«Vuestros jóvenes t e n d r á n visiones, y vuestros
ancianos sólo t e n d r á n sueños; > é. infería que los
jóvenes eran preferidos á los viejos por la Divin i d a d , en razón, s e g ú n él aseguraba, de que
u n a visión es u n a revelación más clara y m a nifiesta que un sueño.
Cuanto más se h a vivido en este m u n d o ,
más cantidad de veneno se ha comunicado al
a l m a , paos la vejez sirve para perfeccionar las
facultades intelectuales, más bien que para roe-
— 291 —
lid car los deseos de la voluntad. Ciertos t a l e n tos que m a d u r a n antes de tiempo, pierden m u y
pronto toda su savia: á éstos pertenecen Jos
que por ser demasiada) agudos ó sutiles se g a s t a n fácilmente. Tal fué el del retórico Flermó¿rcnes. que después de haber compuesto libros
de u n a excesiva sutileza de pensamientos, cayó
m u y temprano en u n a especie de imbecilidad.
T a m b i é n se pueden comprender en la m i s m a
d a s : ó los que t i e n e n facultades y disposiciones más propias de la j u v e n t u d que de la edad
m a d u r a , .-orno una elocuencia fácil, a b u n d a n te y florida: esta es una, observación que hace
Cicerón respecto al estilo oratorio de TIortensio:
«•Permaneció siempre el mismo; pero las m i s mas cosas no le convenían siempre.» Otro t a n to puede decirse de los que tomando en el p r i n cipio u n vuelo, por demás elevado, se e n c u e n t r a n en seguida como oprimidos por el peso de
su propia g r a n d e z a : u n ejemplo de estos nos
ofrece J'lscinion el Africano, del cual dice Tito
T.ivio, que «sus últimos años no correspondieron á los primeros do su vida.»
1
XLII.
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BELLEZA.
La virtud se asemeja á un brillante, que
t i e n e más vista cuando está montado con eleg a n c i a y sencillez que cuando está recargado
de adornos, y aparece t a m b i é n mucho mejor
en u n a persona que t e n g a cierto aire de respetable d i g n i d a d , más bien que u n a belleza afem i n a d a que a g r a d e solamente á los ojos.
fiara vez las personas de m u c h a hermosura
r e ú n e n u n mérito trascendental. Parece que
al formarlas h a tenido la naturaleza más c u i dado de hacer u n todo r e g u l a r que u n conjunto de u n a sublime perfección. Se observa que
se e n c u e n t r a n libres de defectos más frecuentem e n t e que distinguidas por cualidades de p r i -
mer orden y por u n a l m a elevada, siendo por
r e g l a común más deseosas de brillar por los
adornos exteriores que aficionadas á adquirir
u n mérito verdadero. H a y , sin e m b a r g o , e x cepciones, tales como César A u g u s t o , Tito Vespasiano, Felipe TV, rey de F r a n c i a , llamado el
Hermoso, Eduardo IV, rey de I n g l a t e r r a , Ismael y el ateniense Alcibiades, que eran todos
personajes dotados de u n a a l m a g r a n d e y elevada, y que al mismo tiempo fueron los h o m bres más hermosos de su tiempo.
E n materia de belleza, se prefiere la g r a c i a
de las formas á la hermosura del color, y la gracia del semblante y de los movimientos de todo
el cuerpo á la perfección de las formas. Y así sucede, que lo que h a y de más seductor en la belleza, no puede expresarlo la p i n t u r a : no está
á su alcance comunicar el aire y la a n i m a c i ó n
de una, persona viva, n i esa impresión i n e x p l i cable que produce á p r i m e r a vista. No existe
ninguna, persona que m i r a d a en su totalidad,
se e n c u e n t r e completamente e x e n t a de defectos. Sería difícil a v e r i g u a r cuál de los dos estuvo más desacertado entre Apeles y Alberto I ) u rer, de los cuales el uno quiso componer u n a
belleza ideal con la a y u d a de proporciones g e o métricas, y el otro reuniendo todas las partes
— 29i
—
más perfectas que pudieran encontrarse en diferentes fisonomías.
Me figuro que tales bellezas g u s t a r í a n sólo
al pintor que las compusiese, y creo que j a m á s
pintor a l g u n o podrá componer u n rostro ideal
m á s bello que todos los que existen; y si acertase á trasladar al lienzo u n a creación semejant e , sería en todo caso por u n a feliz casualidad,
ó del mismo modo que el músico compone u n a
pieza preciosa, sin otra regla que el s e n t i m i e n to y el gusto. Por poco que lijemos la atención
sobre esto, se comprenderá que h a y m u c h a s fisonomías cuyas facciones tomadas u n a á u n a no
son nada perfectas ni hermosas, y cuyo conjunto no deja de ser a g r a d a b l e .
tíi es verdad que la circunstancia más esencial de la belleza está en la g r a c i a de los movimientos, como hemos dicho más arriba, no deberemos asombrarnos de ver personas que en su
edad m a d u r a son más agradables que otras que
se hallan en la j u v e n t u d , lo cual está conforme
con esta frase de E u r í p i d e s : «El otoño de las
personas bellas, es bello todavía.»
Los jóvenes no pueden observar siempre las
conveniencias necesarias t a n bien como las personas de más edad, y la g r a c i a que se les enc u e n t r a nace en parte de que su misma j u v e n -
í ii ti les sirve de excusa. La belleza se parece á los
primeros frutos del verano, que se corrompen
fácilmente y no sirven para g u a r d a r s e . Los frutos más comunes de la belleza son el libertinaje en la j u v e n t u d y el arrepentimiento en la
vejez; sin embargo, cuando es lo que debe ser
oscurece los vicios y hace brillar las v i r t u d e s .
XL1ÍI.
1)0 LA l'UALDAD Y DE LA DEFORMIDAD.
Las personas feas ó deformes están por lo
común en paz con la naturaleza; ésta las h a
maltratado, y ellas la m a l t r a t a n á su vez: ordin a r i a m e n t e sucede, como lo dice la m i s m a Escritura, que no t i e n e n b u e n carácter. Es i n d u dable que h a y u n a correspondencia n a t u r a l entre el cuerpo y el alma, y cuando la n a t u r a l e -
— 2¡W —
za h a errado en lo uno, es de presumir que también habrá errado en lo otro.
Pero estando el hombre dotado de libre albedrío, las inclinaciones naturales pueden ser
dominadas por la viva luz de la ciencia y la
virtud, como el débil brillo de las estrellas lo es
por los intensos resplandores del sol. Por consig u i e n t e , no se debe m i r a r la fealdad ni la deformidad como u n indicio seguro de m a l carácter, sino solamente como u n a causa que f
produce y que pocas veces no va seguida de su
efecto.
Cualquiera que se conoce u n defecto personal que no puede quitarse y que le expone cont i n u a m e n t e al desprecio, tiene en esto solo un
aguijón que le excita sin descanso á hacer esfuerzos para ponerse á cubierto de ese mismo
desprecio. Así vemos que las personas feas son
con frecuencia m u y atrevidas; primero porque
lo necesitan para su propia defensa, y después
porque el hábito les obliga á serio: y esta mism a causa les hace más inteligentes y perspicaces para descubrir los defectos de los otros, á fin
de procurarse las mismas armas y recursos contra ellos y de poder tomar el desquite. Además
de lo dicho, su deformidad las libra de la e n v i dia de las personas que tienen alguna, ventaja
natural en este concepto, y que se i m a g i n a n
que siempre estarán en situación de poderlas
despreciar. Su inferioridad n a t u r a l a d u e r m e á
sus émulos y rivales, que creen imposible que se
puedan elevar basta cierto p u n t o , y que no se
persinaden de lo contrario hasta el momento en
que las ven ocupando puestos elevados. Así
pues, la deformidad en u n i n g e n i o superior es
u n medio excelente para e n c u m b r a r s e .
Los revés t e n i a n otras veces, v a u n hov dia
sucede lo mismo en a l g u n o s países, mucha, confianza en los eunucos; porque los individuos expuestos siempre al desprecio g e n e r a l , tienen por
io común más fidelidad, para aquellos que son
su única defensa; pero esta confianza que se les
dispensa es sólo para encargos ó comisiones despreciables, considerándoles más bien como buenos espías y diestros charlatanes, que como m i nistros de g r a n d e aptitud capaces de prestar
importantes servicios.
Todo lo anterior, y por las m i s m a s razones expuestas, puede decirse t a m b i é n de las personas
feas: pues cuando tienen i n t e l i g e n c i a y disposición no omiten n i desperdician n i n g ú n cuidado para librarse del desprecio, ora sea valiéndose- de la virtud, ora valiéndose del vicio. Por
consiguiente no debe asombrarnos el que i n d i -
2!J8 —
•-
viduos
desgraciados
por naturaleza
hayan
¿fe-
gado a l g u n a s veces á ser g r a n d e s hombres,
como sucedió con Agesilao, Z e h a n g i r , hijo de
Solimán, Esopo y Guasca, presidente del Perú,
á los cuales podria añadírseles Sócrates y algunos otros.
XLIV.
*
COXSIUEKACIOXES SOliRE
LOS
JAUDIXES.
E l primer j a r d í n que hubo en el m u n d o lo
plantó Dios. E n t r e todas las delicias de la vida
h u m a n a , no h a y n i n g u n a t a n pura como la que
encontramos en los j a r d i n e s , siendo t a n útiles
á la salud de los hombres como á su recreo: sin
ellos, los edificios y los palacios no son más que
obras mecánicas del arte, sin n a d a que se asemeje á la n a t u r a l e z a . Sin e m b a r g o , es digno de
— -2U<) —
observarse que en los siglos que lian hecho m a yores progresos en civilización y m a g n i f i c e n introducido la costumbre de construir
hermosos edificios, más bien que la de plantar
j a r d i n e s elegantes y a g r a d a b l e s , como si se h u biese olvidado que no h a y nada t a n perfecto
como la belleza de u n j a r d i n .
Yo desearía que cada mes del año, los j a r d i nes reales apareciesen renovados; es decir, que
en ellos se pusiesen por t u r n o todas las p l a n t a s ,
según la época en que brotan y florecen. P a r a
fin de N o v i e m b r e , Diciembre y E n e r o , so escog e r í a n las plantas que están en todo su v i g o r
d u r a n t e el invierno, tales como el acebo, la
hiedra, el l a u r e l , el enebro, los cipreses, el
tejo, el box, el p i n o , el abeto, el romero, el espliego, la vincapervinca de flor blanca, purp u r i n a y azulada: la camedris y los iris, por
las hojas que echan; los naranjos, los limoneros
y los mirtos ó arrayanes, que se conservarían
en estufas calientes, y la m a y o r a n a , que se
plantaría cerca de u n muro que mirase al m e diodía.
Después, para fin de Enero y el mes de f e brero, debería buscarse la camelia de Aleman i a , que florece en dicha época; el azafrán de
primavera de flor amarilla y azulada; las bello-
— 3oo —
ritas, la a n e m o n e , el tulipán temprano, el j a cinto de indias y la fritilaria.
Para Marzo podían tenerse toda clase de violetas, especialmente las sencillas de color de
p ú r p u r a , que son las más t e m p r a n a s ; el n a r c i so falso de color amarillo, las m a r g a r i t a s y el
almendro, que florecen entonces, el naranjero
y el cornizo, que t a m b i é n están en flor, y el escaramujo oloroso.
E n Abril, la violeta, blanca, la. parietaria
a m a r i l l a , el clavo, el césped, los iris, todas las
clases de lirios, el romero, el t u l i p á n , la peonía
doble, el narciso silvestre, la madreselva, el
g u i n d o , el peral y el ciruelo de diferentes especies, que se cubren entonces de flor, y el a c a n to y las lilas, que comienzan á abrir sus hojas.
Para Mayo y J u n i o deberán procurarse muchas clases de claveles y rosas, exceptuando las que son más tardías: la fresa, el espino
blanco, la a g u i l e ñ a , la buglosa, el cerecero,
que lleva en este tiempo su fruto; la grosella,
la h i g u e r a breva 1, el frambueso, las vides, el
espliego, el satirión de flor blanca, el lirio de
los valles, el m a n z a n o y la coronilla.
Para Julio, el clavel de Indias de diversas
clases, las mosqnetas, el tilo en flor, los perales,
los manzanos y los ciruelos tempranos.
-
301 —
Para el mes de Agosto, h a b r á ciruelas de
todo g é n e r o , peras, albaricoques, avellanas, melones de g r a n t a m a ñ o , v las espuelas de todos
colores, ó consólidas reales.
En Setiembre, se t e n d r á n uvas, amapolas
de diferentes colores, naranjas, albérchigos,
higos, cora izólas y peras de invierno ó m e m brillos.
Para Octubre y principios de Noviembre
podrá haber serbas, nísperos, ciruelas silvestres, rosas tardías, malvarosas y otras plantas
semejantes. Las que acabo de e n u m e r a r convienen al clima de Londres; pero m i objeto es
que se adopte m i idea, para, que pueda haber
en todas partes u n a primavera eterna, en cuanto lo permita la n a t u r a l e z a del paraje.
Es ciertamente más agradable respirar el
aroma de las llores, que se d e r r a m a en el aire
y ondula en él como la armonía de la música,
que arrancarlas de su tallo. Nada contribuye
tanto al placer que hace e x p e r i m e n t a r su perfume, como el conocer las flores y las plantas
desde que brotaron hasta que, y a crecidas, exhalan en el aire su hálito delicioso.
Las rosas amarillas, i g u a l m e n t e que las
enanas, no prestan n i n g ú n olor m i e n t r a s están
creciendo; y esto es t a n cierto, que paseándose
cerca de u n seto, no se percibirá aroma n i n g u no a u n q u e se h a g a la, prueba en las primeras
horas de la m a ñ a n a , a i laurel tampoco da casi
n i n g ú n olor m i e n t r a s crece, pudiendo decirse
lo mismo del romero y de la m a y o r a n a . Pero lo
que más llena el aire en el periodo de su crecim i e n t o de un perfume suavísimo, os la violeta,
sobre todo la violeta blanca de flores dobles, que
florece dos veces al a ñ o , u n a ¿mediados de Abril
y otra á fines de Agesto. I n m e d i a t a m e n t e después de esta viene la rosa espumosa, en s e g u i da las hojas de fresal, que cuando comienzan á
marchitarse prestan u n olor t a n suave que d i lata y consuela el corazón. Citaré a ú n las flores
de la v i d , n u e v a m e n t e descubiertas, que se
e n c u e n t r a n en los racimos y que se asen aojan
á las que, vemos sobre el tallo del l l a n t é n ; el
escaramujo oloroso, la parietaria a m a r i l l a , que
da u n aroma m u y a g r a d a b l e cuando se la coloca cerca de las v e n t a n a s de u n salón ó do u n a
alcoba , expuesta al m e d i o d í a ; los claveles,
t a n t o g r a n d e s como pequeños, la flor de tilo,
las de m a d r e s e l v a , que se elevan á g r a n d e alt u r a , y por último, las flores del espliego. No
hablo de la flor del h a b a , porque es propia del
campo. H a y a ú n tres plantas que d e r r a m a n en
el aire el olor más agradable: la pimpinela, el
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serpol y la monta acuática. De éstas deberán e s tar poblados los paseos, para que el ambiente
esté saturado con su perfume.
E n cuanto á, la extensión de ios j a r d i n e s ;y
no se pierda, de vista que hablo 'de los j a r d i n e s
reales-, no debe ser menor do t r e i n t a y u g a das, que convendrá dividir en tres partes: una
á la entrada cubierta de yerba m e n u d a : otra á
la salida, que servirá para tener los planteles, y
la tercera., que estará, en m e d i o , para j a r d í n
principal, y á cuyos lados deberán formarse p a seos. Yo destinaría cuatro y u g a d a s para prado,
seis para los planteles, ocho para los paseos ó
calles laterales, y doce para la colocación del
cuerpo principal del j a r d í n . La yerba m e n u d a
debo plantarse por dos razones: p r i m e r a m e n t e
porque deleita los ojos, no habiendo nada, q u e
los encante tanto como u n césped bien segado
y cubierto, sin e m b a r g o , de verdura; en s e g u n do l u g a r , porque la parte destinada á, este objeto sirve para abrir u n a e n t r a d a que conduzca
á u n a magnífica hilera de árboles, de que debe
hallarse rodeado el j a r d í n . Como la senda será
larga, y como además en las horas de gran calor la sombra se proyectará solamente en los
paseos, será conveniente construir por medio
del césped pasadizos cubiertos, de doce pies de
altura, á fin de poder penetrar en el j a r d í n por
u n a sombra no i n t e r r u m p i d a .
La figura cuadrada es la que más convien e á los jardines: por los cuatro lados deben
estar rodeados de u n a espesa hilera de carpínos, elegante y bastante arqueada. Conviene
t a m b i é n que se eleven arcos sobre pilastras form a n d o enrejado; que t e n g a n diez pies de a l t u r a por seis de ancho, y que los espacios que
m e d i e n entre las pilastras sean de la misma
dimensión que la a n c h u r a del arco. Que los carpinos sean cuatro pies más altos que los arcos y
que no dejen de formar enrejado; que en la
parte superior de cada arco se construya una.
torrecilla bastante espaciosa para colocar u n a
j a u l a ó pajarera; y en fin, que se p o n g a n sobre
los intersticios a l g u n a s figuras doradas de poco
t a m a ñ o y cubiertas de cristales, donde v e n g a n
á reflejarse y descomponerse en colores variados
y brillantes los rayos del sol.
Me parece que el plantío de los carpinos
que dejo indicado, deberá colocarse sobre u n a
e m i n e n c i a ó montecillo l i g e r a m e n t e inclinado,
de seis pies de a l t u r a y e n t e r a m e n t e cubierto de
flores. T a m b i é n desearía que el cuadro del j a r din no ocupase tocia la l o n g i t u d del terreno,
debiendo dejarse bastante espacio para formar
varios pasadizos á los dos lados, donde viniesen
á t e r m i n a r las avenidas cubiertas de césped de
que be hablado a n t e s ; no obstante esto, á la e n trada y a l a salida del j a r d í n deberá evitarse el
que dichos pasadizos se j u n t e n á la alameda de
los carpí nos; á la e n t r a d a , para que con el césped no se pierda la hermosa vista que presente
la referida alameda; á la salida, para no tapar
la vista de los planteles á través de los arcos.
En cuanto á la disposición del terreno comprendido en la cerca de que hablarnos, se puede
variar según el g u s t o de cada cual, y todo lo
que me atrevo á e x i g i r es que, cualquiera que
sea la distribución que se h a g a , no se ponga
mucho esmero en las cosas que ú n i c a m e n t e son
de pura curiosidad y de paciencia. No soy aficionado á las figuras talladas en el enebro 6 en
otro cualquier arbusto, y las considero como
verdaderas bagatelas, m á s propias de niños que
de hombres; sin e m b a r g o , admito pequeñas
hileras de carpinos bajos y redondeados en forma
de orla, con pirámides de poca elevación. A d mitiría i g u a l m e n t e columnas y altas pirámides
en forma de enrejado, distribuidas en diferentes sitios, y t a m b i é n cubiertas de la a n t e d i c h a
planta. Las avenidas deben ser, en m i j u i c i o ,
g r a n d e s y espaciosas; los pasadizos estrechos y
cubiertos son buenos para ios jados, pero deberán, estar independientes del cuerpo del j a r d í n .
Aconsejaría t a m b i é n que en el centro se levantase u n montecillo, á cuya cima podría subirse
por tres escaleras y tres sendas bastante anchas
para que cuatro personas pudieran m a r c h a r por
ellas de frente, procurando que dichas sendas
tendiesen á formar u n círculo perfecto y sin
n i n g u n a apariencia de fortificación. La altura
del montecillo deberá ser de t r e i n t a pies, const r u y e n d o en la cúspide u n e l e g a n t e pabellón
g u a r n e c i d o de chimeneas ordenadas con gusto
y provistas de cierta cantidad de cristales.
Hablemos ahora de las fuentes, que son uno
de los más útiles adornos de los jardines á causa de la frescura que les comunican; empero
no se c o n s t r u y a n estanques n i viveros, que h a cen el aire malsano y lo llenan todo de insectos, de r a n a s y de otros animales no menos
incómodos. He aquí las fuentes que yo aceptaría: u n a s donde corriera el a g u a c o n t i n u a m e n te, y otras que más bien fuesen receptáculos de
u n a g u a limpia, formando u n cuadrado de treint a ó cuarenta pies, y donde n u n c a se echasen
peces, para evitar el que llegaran á ponerse
cenagosas. Eespecto á las primeras, los adornos
dorados y de mármol que en el dia se usan, po-
drian emplearle con e l e g a n c i a , si en esta clase
de fuentes no ofreciesen u n a dificultad: es n e cesario dirigir el a g u a de m a n e r a que corra
continuamente, sin detenerse n u n c a n i en la
pila, ni en la cisterna, y os preciso al mismo
tiempo que la estagnación no le h a g a perder
su color, poniéndola unas veces verde y otras
colorada., y que no crie musgo ni exhale malos
olores. Para conservarlas curiosas, se las l i m piará á mano d i a r i a m e n t e . Convendrá t a m b i é n
rodearlas de a l g u n a s gradas pana subir á ella
y cercarlas do u n pretil e l e g a n t e .
La s e g u n d a especie de fuentes, á que puede
darse el nombro de baños, es susceptible de recibir muchos objetos de adorno y curiosidad,
sobre los cuales no nos detendremos: por ejemplo, el fondo, i g u a l m e n t e que los lados, podrán
decorarse con diferentes piezas, sembrando e n
sodas direcciones algunos vidrios do diversos
colores y otros cuerpos lisos y brillantes que
derramen claridad con sus resplandores: t a m bién podrá colocarse sobre los bordes u n círculo
de estatuas de poco t a m a ñ o . Pero lo i m p o r t a n ta, según ya lo hemos dicho al h a b l a r de la
otra clase de fuentes, es tener el a g u a en m o v i miento continuo, para lo cual será necesario
que se la renueve por medio ele u n receptáculo
colocado á mayor a l t u r a , á donde se conduzca
por tubos subterráneos de la misma, dimensión
unos que otros, á fin de que no se d e t e n g a nada.
Si fuese necesario decir lo que pien«o de las
cosas de pura curiosidad, como la do dar al a g u a
la figura de p l u m a s , de copas de cristal, de velos, de campanas y otras semejantes: y si m e
viese obligado á hablar de las rocas artificiales
y demás adornos de este género, diria que todas
ellas son cosas que pueden a g r a d a r á la vista,
pero que no contribuyen nada á la, salubridad
y al verdadero encanto de los j a r d i n e s .
Yo desearía que el bosque que hemos considerado como la tercera parte del j a r d í n , representase, en cuanto fuese posible, la. i m a g e n de
u n a selva, n a t u r a l . No debería encontrarse allí
u n solo árbol plantado con orden, si se except ú a n las hileras de los que he aconsejado poner
en ciertos sitios, para formar una. calle ó avenida a b r i g a d a por las ramas y el follaje, i n t e r r u m p i d a en varias partes por g r a n d e s aberturas. Esta calle podrá recibir en algunos lugares
los rayos del sol, y t e n d r á en abundancia llores
odoríferas, de modo que al pasear por ella se
respirase u n aire embalsamado: además de esto,
dejaría en el bosque algunos parajes descubiertos y despoblados de árboles. También desearía
que estuviese cortarlo en diversos sitios por m a torrales de escaramujo oloroso, de madreselvas y
de viña silvestre; pero lo que debe preferirse especialmente, es cubrir el terreno por todas partes
de violetas, y con mayor preferencia de fresas y
bellorilas, porque estas plantas derraman un
olor delicioso y se crian m u y bien á la sombra.
En cuanto á los matorrales y á las hileras
de árboles, creemos que el gusto y no la simetría deben señalar los sitios donde se coloquen.
También apruebo esos cerro tilles, semejantes
á los montones de tierra que forman los topos
en los lugares donde habitan, y opino que los
unos deberán sombrarse de serpol, de claveles
pequeños y de camedris, cuyas flores son m u y
bellas, de vincapervinca, de violetas y de fresas; y los otros de margaritas, de rosas encarnadas, de lirios de los valles, de eléboro, de flor
de púrpura y de todas las plantas hermosas que
tengan un perfume suave y agradable. También deberán ponerse algunos arbustos en la
parte superior de estos cerretillos, tales como el
rosal, el enebro, el acebo, la oxiacanta, que deberá estar en menor cantidad que los otros, á
causa de la fuerza que tiene su olor cuando
está floreciendo, el grosellero de fruto encarnado, la acacia, el romero, el laurel, el escaramu-
j o oloroso, etc. Es indispensable podar estos ¡irbustos para que no l l e g u e n á hacerse demasiado g r a n d e s .
Nos queda que distribuir el terreno de los
lados en pasadizos particulares que estén cubiertos de sombra durante todas las horas del
dia. Es necesario poner algunos al abrigo ele
la violencia de los vientos, de m a n e r a que se
pueda pasear por ellos como en u n pórtico. Para
lograr este objeto, deben estar cerrarlos por las
extremidades, y el suelo se cubrirá de arena en
vez de césped, á fin de que se pueda a n d a r por
ellos sin recibir h u m e d a d . A los lados de la m a yor parte de estos pasadizos se colocarán á r b o les frutales de diversas especies, convenientemente distribuidos. Es necesario observar que
la eminencia donde se p l a n t e n los árboles frutales debe ser ancha y baja, y que vaya suavem e n t e ascendiendo: también podrán ponerse en
ella a l g u n a s flores odoríferas, a u n q u e en pequeño n ú m e r o , para que no roben la sustancia que
debe a l i m e n t a r á los árboles. E n las e x t r e m i dades del terreno lateral, harían m u y buena
vista montéenlos de la misma altura que la
cerca exterior, cíesele los cuales pudiesen verse
las inmediaciones.
Volviendo al cuerpo principal del j a r d í n ,
—
:;i i
—
diré que no nie opondría á que se hiciesen en
('•1 a l g u n a s calles ó avenidas espaciosas y p l a n tadas á los lados de árboles frutales, y a u n adm i t i r í a que de trecho en trecho se pusiesen algunos pies de estos árboles, no pareciéndome
mal tampoco algunos emparrados con asientos,
distribuidos con orden y elegancia: pero todo
ello no deberla estar m u y profuso y a m o n t o n a do, puesto que el j a r d í n debe hallarse descubierto para que el aire circule libremente. .Me
parece, por último, que cuando se pasee d u r a n te las horas calorosas del día, debe buscarse la
sombra de las calles laterales; porque el j a r d í n
debe servir solamente para las estaciones más
temperadas del a ñ o , que son la p r i m a v e r a y el
otouo, no debiendo llegarse á él en el estío sino
que por la, m a ñ a n a y por la tarde y en los alas
nebulosos.
Xo me g u s t a n las pajareras, á menos que
sean bastante g r a n d e s para tener el suelo cubierto de césped, y a u n a l g u n o s arbustos en
plena vegetación: de este modo vuelan los pájaros con más libertad, t i e n e n más independencia, cu sus placeres y en su modo de vivir,
y se consigue t a m b i é n que en n i n g u n a parte
de la pajarera se vea u n a falta de curiosidad
que siempre disgusta.
Como para formar en las calles del j a r d í n
subidas y declives variados y agradables es
necesario contar con la naturaleza del terreno,
y como por esta razón no se pueden construir
en todas partes , hemos propuesto solamente
plantas y paseos que convienen á todos los lugares.
Dejamos trazada la forma de un j a r d í n real,
obedeciendo en parte á preceptos que hemos establecido, y en parte á una medida g e n e r a l y
variable. Nos hemos mostrado pródigos en los
gastos que ocasionaría; pero poco importa esto
á los príncipes, que s e g ú n se ve en nuestra
época, pasan la m a y o r parte del tiempo en sus
jardines y consumen sumas considerables en
r e u n i r en ellos los objetos más e x t r a v a g a n t e s :
a c u m u l a n las estatuas y otros trabajos rielarte,
m u y buenos para la pompa y magnificencia,
pero completamente inútiles á la verdadera
a m e n i d a d de los j a r d i n e s .
XLV.
DE
LAS NEGOCIAUIONKS,
ó
DKL AB7K
l>F. jr.VXEJAR
I.uS
NEGOCIOS.
Generalmente
hablando , es mejor
tratar
verbalmente que por cartas, y valiéndose de
una tercera persona; mejor t a m b i é n que por
u n o mismo. Las cartas son buenas cuando se
desea conseguir u n a contestación escrita, cuando se lleva la m i r a do presentar en tiempo y
l u g a r determinados, para justificarse, los originales ó las copias que se conserven, ó en
fin,
cuando se teme ser escuchado por a l g u i e n , ó
interrumpidos en u n a conversación sobre n e gocios.
Toda persona que tiene u n exterior i m p o n e n t e y respetable, ó que desea tratar con u n
i n ' e r i o r , d e b e por el contrario negociar v e r b a l -
m e n t e y h a b l a r por sí m i s m a . También se debe
seguir este método, cuando uno se propene revelar las cosas en los ojos, y dejar solamente
que las a d i v i n e n sin decirlas, ó cuando uno
quiere reservarse la libertad de retractarse de
lo que se h a y a dado á entender ó de interpretarlo de cierto modo.
Si negociáis con la ayuda de un tercero,
escoged m á s bien u n a persona de un carácter
recto y do un espíritu adocenado, que seguirá,
exactamente las órdenes que h a y a recibido y os
referirá fielmente todo cuanto baya visto ú oido.
que uno de esos hombres diestros que, al entrometerse en los asuntos ágenos, salten apropiarse el honor ó el provecho que proporcionan, y
que al referir una respuesta a ñ a d e n lo que les
parece útil para contentaros y hacer valer su
habilidad. Tened t a m b i é n cuidado de elegir
con preferencia personas que deseen v i v a m e n te el b u e n resultado del negocio que les encarguéis : este deseo los h a r á más activos y
más i n t e l i g e n t e s : preferid asimismo sugetos
cuyas disposiciones y carácter sean propios para
los asuntos que h a y a n de desempeñar: por
ejemplo, u n hombre audaz será bueno para, las
quejas y reproches; uno i n s i n u a n t e , para persuadir: uno de i n g e n i o sutil, para observar y hacer
indagaciones; v ñor ú l t i m o , u n liomliro brusco,
• a
i
«
.
'
1
7
7
enérgico é intratnblc. para u n asunto que t e n g a algo de injusto y arbitrario.
Emplead t a m b i é n preferentemente los que
y a hayan acertado en negocios' que antes les
hubieseis encarg ido: t e n d r á n más confianza en
su propia habilidad, h a b r á n formado do sí m i s mos u n a idea ventajosa, y pondrán de su parte cuanto les sea posible para sostener la opinión que sus primeros trabajos os h a y a n dado
de su capacidad.
Es mejor tantear poco á poco á aquel con
quien vais á entablar a l g ú n negocio, que entrar de u n a vez en materia, á menos que t e n gáis el designio de sorprenderle con u n a cuestión imprevista. De i g u a l modo, es más conven i e n t e entenderse con los que no t i e n e n satisfechas aún sus aspiraciones, que con aquellos
que han obtenido cuanto deseaban y están contentos en su situación.
E n una negociación donde las exigencias
son recíprocas, el primero que consigue lo que
desea puede decir que tiene casi g a n a d a la part i d a : ventaja á la cual no podrá razonablem e n t e aspirar, si el asunto es de tal naturaleza
que no permite sea su e x i g e n c i a la primera en
satisfacerse, ó si no tiene la destreza de per-
sxiadir á la persona con quien trata, de que á
su vez sentirá la m i s m a necesidad en otra ocasión, ó si no a b r i g a , por ú l t i m o , dicha person a u n a entero confianza de su probidad.
El objeto de todos los tratos y negociaciones,
es descubrir ú obtener a l g u n a cosa. Los h o m bres descubren sus designios por la confianza,
por la cólera, por sorpresa ó por necesidad, es
decir, cuando se les estrecha lo bastante para
ponerlos en la impotencia de encontrar pretextos de ir hacia sus fines, sin descubrirse y dejarse comprender.
Para dominar á u n hombre, es necesario conocer su carácter y sus gustos: para persuadirle, saber á qué punto dirige sus miras; y para
i n t i m i d a r l e , conocer sus debilidades y flaquezas, ó g a n a r á sus amigos y á las demás personas que ejerzan m a y o r poder sobre su espírit u , á fin de influir por este medio. Cuando se
trata con personas sagaces y artificiosas, es necesario, para penetrar el verdadero sentido de
sus discursos, tener la vista fija en el objeto
que se proponen. Conviene hablar m u y poco
con ellas y decirles lo que menos a g u a r d a n ; y
e n todos los asuntos u n poco difíciles, es preciso no querer sembrar y coger al mismo tiempo,
debiendo tenerse el cuidado de preparar los n e -
— 317 —
gocios y de conducirlos g r a d u a l m e n t e á su punto de m a d u r e z .
¿ti
XLVI.
DE LOS CLIENTES Y DE LOS AMTOOS DE UN ORDEN
INFERIOR.
Conviene desembarazarse de los clientes ó
protegidos n m y costosos, porque a l g u n a s veces
traen detrás de sí u n a cola demasiado l a r g a y
pesada; por clientes costosos e n t i e n d o , no solam e n t e los que nos m e t e n en g r a n d e s gastos,
sino también los que con m u y frecuentes e x i gencias nos o r i g i n a n por este concepto sacrificios considerables.
Todo lo que los clientes ordinarios pueden
e x i g i r de sus protectores, es el apoyo, la recomendación y protección que necesiten. Con
mayor cuidado a ú n es menester evitar los b o m -
bres de u n carácter inquieto y turbulento, que
no se os acercan por apego á vuestra persona,
sino más bien por odio que sientan hacia a l g u n a
otra que los t e n g a resentidos: esta es u n a délas
principales causas de esa mala inteligencia que
frecuentemente se ve reinar entre los grandes. Lo mismo diremes de esos clientes llenos
de vanidad que alaban con g r a n d e s voces á sus
protectores y se convierten en las trompetas de
su tama: descomponen todos los asuntos con sus
indiscreciones, y en cambio del honor que reciben con vuestro trato, os procuran u n a infin i d a d de envidiosos y e n e m i g o s .
Hay otra especie de clientes más peligrosa
a ú n , que la forman ciertos hombres excesivam e n t e curiosos, que se puede m i r a r corno verdaderos espías, y que buscan continuamente
ocasión de penetrar los secretos de u n a casa
para llevarlos en seguida á otra, (tozan ordin a r i a m e n t e de favor, porque parecen serviciales y chismean y m u r m u r a n de todo el
mundo.
Que los subalternos se a p e g u e n á sus superiores de la misma profesión, como por ejemplo los soldados á los oficiales y éstos á los g e nerales á cuyas órdenes h a n servido, es una
conducta laudable y g e n e r a l m e n t e aprobada,
-
:]!!> —
a u n en las monarquías, siempre que no la i n s pire el deseo de fausto y de popularidad.
Entro todas las m a n e r a s do adquirir olientes, la más honrosa y la más j u s t a es dedicarse
á proteger y honrar á los hombres d e m é r i t o , de
cualquiera orden y condición que sean. Sin
embargo, cus;rido da diferencia no es m u y sensible , es J n á s ventajoso tenor por clientes á
hombros de u n mérito algo más elevado que el
de la generalidad, que á hombros de u n mérito
superior: y si hemos de decir la verdad completa, añadiremos que en u n a época de corrupción, u n hombre m u y activo presta mejores
servicios que un hombre virtuoso.
En el gobierno do u n Estado, conviene que
el trato ordinario sea casi i g u a l para, todas las
personas de u n a m i s m a categoría; porque si se
atestigua á ios unos u n a preferencia m u y m a r cada, se les hace insolentes v se disgusta á los
demás. Pero al dispensar las gracias y favores,
se debe proceder con prudencia y b u e n discernimiento, lo cual hace más agradecidas á las
personas que han recibido el beneficio, y sirve
de estímulo provechoso a l a s demás: porque e n tonces, s e g ú n lo acabamos de indicar, lo que
se hace es u n favor, y no el pago de u n a cosa
que se debia.
Sin e m b a r g o , es preciso no favorecer m u cho a, u n mismo individuo, porque seria, imposible continuar haciéndolo en la m i s m a proporción, lo que al fin lo baria insensible á c u a n tos favores recibiese.
Es peligroso dejarse gobernar por u n a sola
persona, y además de ser esto u n signo de debilidad, da pasto á la m u r m u r a c i ó n ; porque el
que no se atreva á censuraros directamente, no
dejará de hacerlo del sugeto que os d i r i g e , perj u d i c a n d o de este modo vuestra reputación.
A pesar de lo dicho, es todavía más peligroso
escuchar y seguir los consejos de muchas personas á la vez. El que no evita esto con cuidado, logra hacerse inconstante y adquiero la
costumbre de seguir el parecer del último que
llega. Aconsejarse con u n pequeño número de
amigos, es u n a conducta m u y juiciosa y p r u dente, porque los que m i r a n el j u e g o ven más
que los que están j u g a n d o . La verdadera a m i s tad es m u y rara en el m u n d o , sobre todo entre
i g u a l e s , y por esto sin duda ha sido la más celebrada. Si existe esta sublime amistad es sol a m e n t e entre el superior y el inferior, porque
la fortuna del uno depende del otro.
XLVII.
Di: i-OS i'KOOOllADOUKS Y DE LOS .l'ilUTEN n i E N T E S .
E n Ja inmensa, m u l t i t u d de los negocios se
encuentran m u c h a s pretensiones y proyectos
injustos, y frecuentemente sucede que el i n t e rés de los particulares perjudica a los intereses
públicos.
H a y muchas cosas, buenas en si m i s m a s ,
que se pretenden con m a l a intención, y no sólo
con miras injustas relativamente al objeto, sino
t a m b i é n con m a i a le r e l a t i v a m e n t e al resallado,
y h a y asimismo otras que se comienzan sin el
menor deseo de terminarlas: se e n c u e n t r a n muchas personas que se encargan, de nuestras pretensiones y que prometen servirnos con celo y
actividad, sin cuidarse de c u m p l i r su promesa.
21
Sin embargo , si se aperciben de que el
asunto está próximo á terminarse por mediación
de otro individuo, querrán tener p a r t e e n el resultado y buscarán medio de persuadirnos de
que ellos t a m b i é n h a n contribuido, colocándn
se en segundo t u r n o entre las personas a quienes t e n g a m o s que recompensar. Mientras el
asunto esté p e n d i e n t e , sacarán partido do las
esperanzas del interesado.
H a y i g u a l m e n t e sugetos que se e n c a r g a n
de los negocios con la sola mira, de arrebatárselos á otro, ó para enterarse de a l g u n a cosa que
ú n i c a m e n t e por este medio podían saber, sin
cuidarse de la suerte del negocio ni m i r a r más
que á su interés particular; ó bien que se valen
de los asuntos ágenos para realizar los suyos y
como medio de llegar al p u n t o que se proponen.
T a m b i é n se e n c u e n t r a n individuos que se prest a n á solicitar por otros con el designio premeditado de hacerles naufragar, para servir ó favorecer de este modo á q u i e n figura como parte
contraria, como competidor ó e n e m i g o declarado.
Observando a t e n t a m e n t e se reconocerá que
en toda petición h a y siempre u n derecho de
equidad, si es petición de justicia, y u n derecho de mérito, si la petición reclama alguna
gracia. E n el primer caso, si es vuestro deseo
favorecer á la parte culpable, servios de v u e s tro prestigio para t r a n s i g i r el asunto más bien
(pie para g a n a r l o . E n el s e g u n d o caso, si os i n clináis al que tiene menos merecimientos, absteneos por lo menos de censurar ó deprimir al
más d i g n o . Cuando no conozcáis la razón de
ciertas peticiones, valeos de cualquier a m i g o
i n t e l i g e n t e y leal que os i n s t r u y a con su juicio
de lo que podéis hacer sin ofensa de la h o n r a dez; pero en este caso es indispensable m u c h a
prudencia y g r a n discernimiento para la elección de u n amigo que merezca semejante confianza, pues de otro modo correríais el peligro
de ser engañados en vuestra propia cara.
Hoy dia, los solicitadores y pretendientes
se h a l l a n t a n sujetos á sufrir dilaciones y aplazamientos i n t e r m i n a b l e s , que u n a conducta
franca y abierta, ora sea rehusando c l a r a m e n t e
el encargarse de los negocios, ora d e s e n g a ñ á n doles respecto del resultado, y a diciéndoles sin
embustes n i rodeos el estado en que se e n c u e n t r a n , y no pidiéndoles más recompensa que la
verdaderamente j u s t a , que esta sinceridad se
h a hecho, no sólo laudable y e q u i t a t i v a , sino
m u y del agrado de los interesados que reciben
e n ella u n verdadero servicio.
E n c u a n t o á las pretensiones de gracias, direinos (pie la d i l i g e n c i a de aquel cuya petición
se adelanta á las de todos los demás, no será
razón suficiente para preferirlo; pero si de sus
palabras se sacan luces que no L a y a n podido
conseguirse de las de n i n g ú n otro, no habrá
motivo para predisponer en su contra, y doliera
considerarse justo que saque partido d e s ú s medios, y a u n deberá tenerse en cuenta su actividad y los conocimientos que h a y a proporcionado. Desconocer el valor ele lo ¡ene se pide, es una
señal de inexperiencia y (le impericia, como
no d i s t i n g u i r ia j u s t i c i a y la injusticia es la
prueba, de u n a conciencia puco delicada.
Un profundo secreto sobre las peí ¡ d o n e s que
so quimón hacer, es u n o de los medios más seguros para lograr el objeto: por-iue a u n q u e se
pueda d o - a n i m a r a l g u n o que otro de ios competidores manifestándoles claramente las esperanzas bien fundadas que se t e n g a n , esta, publicidad no deja, sin embargo, do suscitar otros
nuevos y do estimularlos á entorpecer el n e g o cio. Lo esencial pora obtener una g r a c i a , es
saber elegir las ocasiones, no solamente con
relación á los que tienen el poder de concederla
ó n e g a r l a , sino también por lo que mira á los
que se b a i l a n dispuestos á formar concurrencia.
ó á hacer oposición por cualquiera otro motivo.
E n la elección de las personas que queráis
e n c a r g a r del cuidado de vuestros negocios, atended más bien a la aptitud y disposiciones que
t e n g a el sugeto para el negocio mismo que á su
rango y categoría. Por igual razón conviene
preferir al que tiene pocos negocios mas bien
que al que los abarca todos. A l g u n a s veces, la
indemnización que se os concede después de
haberos hecho sufrir una n e g a t i v a , es preferible á lo que se os habia rehusado, con tal de
que no aparezcáis m u y desanimados n i m u y
descontentos. «Pedid u n a cosa injusta, para conseguir más fácilmente u n a cosa justa.. •> Esta
m á x i m a puede ser m u y útil á u n hombre que
noce de g r a n favor: pero en distinto caso le
con vendría más g r a d u a r las e x i g e n c i a s , á íin
de llegar por grados á lo que se desea, y a g u a r dar hasta, obtener siempre a l g u n a cosa; porque
el que h a y a corrido el riesgo de perder por una
primera n e g a t i v a el afecto del p r e t e n d i e n t e , no
querrá exponerse en seguida, siendo de nuevo
desatendido, á alejarle para siempre y á perder
de este modo el fruto de las gracias que anteriormente le haya, conseguido.
Nada cuesta menos, en apariencia, á u n personaje e m i n e n t e , que las cartas de recomendó-
eioii, y parece que no tiene disculpa para r e husarlas. Sin embargo, cuando se prodigan á
hombres que no las merecen, perjudican mucho
á la reputación de quien las da. Nada h a y mas
peligroso en L U Í país quo esos procuradores p ú blicos que acceden á dar á las pretensiones del
primero que ¡lega u n a apariencia de derecho y
de equidad: esta es u n a condescendencia funesta á los asuntos públicos y una verdadera calamidad en los Estados.
XLVIII.
!)!•: L O S
KSTl'Dk
Eos estudios son para el espíritu u n origen
de recreo, de adorno y de capara dad. Un oríg e n de recreo, en el retiro y la soledad; u n
origen de adorno, en el trato particular y en los
—
327
—
üscursos público?, y u n origen de capacidad, en
la vida activa en que ponen en estado de nacer
observaciones j uiciosas.
Un hombre instruido solamente por la ex­
periencia, es propio para la ejecución, y a u n
para juzgar en detalle de las personas y de las
cosas, tomadas u n a á una separadamente; pero
лп hombre instruido por el estudio, se le aven­
taja mucho para las miras generales y la direc­
ción principal de los negocios.
Emplear demasiado tiempo en el estudio,
no es otra cosa, que una, pereza disfrazada con
u n hermoso nombre: hacer alarde de los ad or­
nos que se puedan sacar do los estudios, es una
verdadera afectación: no j u z g a r de los hombres
y de las cosas nada más que por las rey­las sa­
cadas cielos libros, es u n método que sólo con­
viene á, un escolástico ó á u n pedante.
has letras perfeccionan la naturaleza, y
ellas mismas son perfeccionadas por la expe­
riencia: ios talentos naturales, d e i g u a l mod o
p.ie las plantas, t i e n e n necesidad, de c u l t u r a :
aero cuanto se aprende en ellas es m u y vago
v general si la experiencia no lo señala y d e­
termina, nos i n t r i g a n t e s desprecian las letras,
.os simples se contentan con admirarlas y ios
sabios saben sacar partid o de ellas: las letras
solas son 111801101.311168. y aun no bastan para
enseñarnos el modo de aprovecharlas. Lo que
puedo e s s e ñ a m o s á usarlas bien, es ciería prudencia que no se encuentra en ellas, que es inferior á ellas, y que sólo se puede adquirir por
la experiencia y la observación.
Cuando leáis u n a obra, que no sea para
contradecir ó refutar al autor, n i para adoptar
sin e x a m e n sus opiniones y creerlo por su palabra, n i tampoco para brillar en las conversaciones, sino para aprender á reflexionar, á
pensar, á e x a m i n a r y á. pesar lo que d i g a el
autor y todos los demás pensamientos que su
lectura sugiera.
; h y Loras de los cuales sólo se debe g u s t a r
un poco, otros que se deben devorar, y otros,
en fin. a u n q u e en pequeño n ú m e r o , que es n e cesaria, por decirlo así, masticarlos y d i g e r i r lo-. Lo que quiero expresar con esto es que hay
libros de les cuales no debe leerse más ¡pie
cierta parte: que h a y otros que conviene leerlos
por entero, pero r á p i d a m e n t e y sin analizarlos:
y por ú l t i m o , que h a y un pequeño número de
obras que es preciso leer y releer con u n a ext r e m a d a aplicación. T a m b i é n pueden leerse los
luiros en cierta m a n e r a por delegación, m a n dando á otras personas que los reduzcan á ex-
— :)29 —
tractos. Se sobreentiende que, de este modo,
sólo se leerán los que traten de asuntos poco
importantes, ó los que h a y a n sido escritos por
autores adocenados. E n todo otro caso, los l i bros así extractados son tan insípidos como esas
aguas destiladas que se e n c u e n t r a n en el comercio.
La lectura da al espíritu a b u n d a n c i a y fecundidad: la conversación, presteza y facilidad:
la costumbre de escribir, precisión y exactitud,
d'odo hombre que es perezoso para escribir t i e ne necesidad do u n a g r a n memoria para suplir
este defecto: el que habla rara vez, necesita de
una g r a n d e vivacidad n a t u r a l de espíritu para
suplir esta, falta de costumbr< : el que ha leido
poco, no puede gobernarse sin a n a g r a n d í s i m a
destreza para a p a r e n t a r que sabe lo que ignora.
.Según es la índole y naturaleza de las obras,
asi son los diferentes (decios que producen en
las personas que las leen. La historia hace al
hombre más prudente; la noe'sía lo hace m á s
espiritual: las matemática?, más penetrante; la
física ó filosofía n a t u r a l , más profundo; la m o ral, más g r a v e y más circunspecto; la retórica,
y la dialéctica, más contencioso y más fuerte
en las disputas. E n u n a palabra, los estudios
llegan á convertirse en costumbres ó á í n c u l -
—
330
—
earse en ellas, y a u n diré que no h a y en el e n t e n d i m i e n t o vicio ó defecto que no pueda coiregirse por medio de estudios bien proporcionados y dirigidos, de i g u a l modo que se pueden
prevenir, curar ó aliviar las enfermedades del
cuerpo con la a y u d a do ciertos ejercicios. Por
ejemplo, j u g a r á los bolos es u n remedio ó u n
preservativo para las arenillas ó mal de ríñones: disparar ñochas con el arco... sirve para la
pulmonía y los padecimientos del pecho; el paseo es saludable para el estómago, la equitación
para el cerebro, etc.
De la m i s m a m a n e r a , u n hombre cuyo pensamiento está, sujeto á frecuentes extravíos y
que no puede lijarse sin trabajo, debe estudiar
las matemáticas; porque con poco que uno se
distraiga al leer ó escuchar u n a demostración
de este g é n e r o , es necesario empezar de nuevo.
E l q u e s e a confuso y poco exacto en sus distinciones, que estudie á los escolásticos, hombres
dotados de un talento maravilloso para dividir
en cuatro partes iguales u n g r a n o de alpiste;
el que tiene pocas disposiciones naturales para
discutir las materias y rebuscar en los libros ó
en su m e m o r i a los medios de aclarar una idea
con la a y u d a do oíros, que se familiarice con
las cuestiones de los jurisconsultos. Así pues,
el estudio puede proporcionar remedio específico para cada vicio ó defecto de que es susceptible el espíritu.
XJLIX.
DE CAS E.VCCIOXEK Y DE LOS l ' UtTPVl.S.
Muchos políticos h a n abrigado u n a opinión
que nos parece desprovista de fundamento: seg ú n el ios. un principe en el gobierno de sus
Estados y un g r a n d e en el manejo de sus n e gocios, deben atender sobre todo a los partidos
que se formen á su alrededor. Si hubiésemos de
creerlos, esta sería la parte más esencial de la
política. Pero m e parece, m u y por el contrario,
que la verdadera prudencia consiste en ocuparse preferentemente de los intereses comunes y
preferirlas instituciones en que están de acuer-
do los diferentes partidos. No quiero decir con
esto que los partidos jamás lia van de tomarse
en consideración.
Las personas de u n orden inferior que aspiren á elevarse, deben unirse á un partido;
pero la conducta más acertada para los g r a n des y otros personajes que por sí mismos son
ya bástanle poderosos, consiste en permanecer
neutrales y conservar el equilibrio sin inclinarse á n i n g u n o do los extremos de la balanza.
Sin e m b a r g o , si u n hombre que a ú n no se ha
elevado mucho y que se h a unido á un partido,
lo sirve con bastante moderación y sensatez
para no hacerse odioso al partido contrario, se
abre u n a senda más llana y expedita, m a r c h a n do, por decirlo así. entro las dos facciones ene
migas.
El partido más débil tiene ordinariamente
más armonía, constancia y unidad, observándose con frecuencia que una facción compuesta
de un pequeño número de hombres resueltos y
obstinados, alcanza ventajas sobre otra más numerosa y de conducta más moderada. Cuando
una de las dos facciones ha sido destruida, del
seno de la otra s u r g e n nuevas divisiones; y así
vemos, por ejemplo, que m i e n t r a s el partido de
Lúoulo y de ios principales senadores pudo sos-
tenerse contra el de César y Pompeyo, estos
últimos permanecieron estrechamente unidos;
pero cuando la autoridad del senado fué completamente aniquilada, los vencedores se d i v i dieron a su voz. Sucedió lo mismo al partido
de Octavio y Antonio contra Bruto y Casio,
pues cuando éstos fueron derrotados, los dos
primeros rompieron su acuerdo. Estos ejemplos
se refieren directamente á las facciones ó partidos que se hacen u n a g u e r r a abierta; pero s u cede lo mismo con todos ios que pueden existir,
cualquiera que sea su m a n e r a de luchar.
El que ocupa el segundo puesto en un partido, suelo elevarse al primero cuando se verifica la división, sucediendo a l g u n o s veces que
pierdo e n t e r a m e n t e su crédito: porque ciertos
hombres solo sirven para el combate, y cuando
ese cesa, son del todo inútiles.
So ven t a m b i é n muchos hombres que una
vez elevados al puesto que a m b i c i o n a b a n , abandonan el partido que les ha. ayudado a elevarse, y se pasan á las illas opuestas: sin duda lo
hacen porque creyéndose seguros de conservar
sus antiguos partidarios, t r a t a n de a u m e n t a r
su influencia adquiriendo nuevos amigos. Se
observa también con bastante frecuencia, que
cuando un traidor abandona su partido con pro-
pósito deliberado, se eleva más pronto: porque
cuando la balanza está en equilibrio basta u n
solo hombre para inclinarla, y sobre éste recae
todo el honor de la victoria. La conducta mesurada de u n hombre que se m a n t i e n e neutral
e n t r e dos partidos, no es siempre una prueba de
moderación: frecuentemente se ve que es un
manejo para conseguir a l g ú n objeto particular
obteniendo ventajas de entrambos lados á un
mismo tiempo, y haciéndose empujar en el camino que se ha trazado por los dos partidos á
la vez. E n Italia se hace sospechoso el Pontífice
que tiene siempre en los labios las palabras de
padre común; y fundándose en este indicio se
presume que no empleará el poder de que se
halla revestido, n a d a m á s que en el e n g r a n d e cimiento de su familia.
Es u n a falta g r a v í s i m a en u n soberano h a cer causa c u m u n con uno de los partidos que se
h a y a n formado en sus Estados. Esta conducta
es siempre funesta á las monarquías, y establece en apariencia u n a s relaciones más estrechas
de lo que permite la obediencia y el respeto debidos al monarca, pues los miembros del partido á que éste pertenece lo m i r a n como á uno
cualquiera de entre ellos. De esto se ha visto un
ejemplo elocuente en la famosa liga de Francia.
Cuando dos facciones t i e n e n g r a n d e influencia y hacen mucho ruido en u n Estado, es u n a
señal segura de la dehilidad del príncipe, no
habiendo n a d a t a n perjudicial como esto á sus
asuntos y á su autoridad. Los movimientos de
ios partidos en u n a monarquía deben regularse
por los del soberano, que ha de ser el principal
móvil de todo el sistema político. Diremos
en u n a palabra y empleando las ideas y el l e n guaje de los astrónomos, que los movimientos
de que hablamos deben ser semejantes á los délos astros inferiores, que a u n q u e obedecen al
suyo propio, no dejan de ser arrastrados por el
movimiento general y común de todo el sistema á que pertenecen.
ПК LOS . U O D A I . E . S ,
Y DE LA
COXVE;S.[EXGL\S
0 1 ¡ S K K Y . W I ' ¡ S DE LAS
SOCLU.ES.
Cuando el hombre está red ucid o á u n méri­
to sólido y verd ad ero, necesita que este mérito
sea m u y considerable, así como las piedras p r e ­
ciosas deben ser m u y superiores para que sean
m o n t a d a s al aire.
Formando i m a j u s t a idea de la importancia,
de los buenos modales, se comprenderá que 'pro­
porcionan tantos elogios como utilid ad : s e g ú n
el proverbio, las g a n a n c i a s pequeñas son las
que llenan el bolsillo, porque se obtienen fre­
cuentemente, mientras que los provechos con­
siderables se logran rara vez. De i g u a l mane­
ra, estas pequeñas perfecciones de detalle d e
que nos ocupamos, son las que nos proporcio­
naii más elogios, por lo mismo que es su uso
continuado y que se hacen observar a cada i n s t a n t e , en tanto que rara vez se presenta ocasión de acreditar una g r a n virtud y un talento
do primer orden.
Así pues, esas consideraciones y esas pequeñas atenciones (pie componen lo que se
llama el trato del m u n d o , pueden aumentar
mucho nuestra reputación. Creamos sobre este
particular á la reina Isabel de Castilla: «Las
maneras linas y corteses, decia, son perpetuas
certas de recomendación para los que las tien e n . » Y no se crea que el adquirirlas es una
obra m u y difícil: basta para ello no desdeñarse
de intentarla, ser un poco observador de los
modales de los demás, y para conseguir el resto, tener a l g u n a confianza en uno mismo : porque si se estudian demasiado esas pequeñas
conveniencias que deben cogerse al vuelo, las
buenas maneras que u n o quiera, tener perderán lo (pie las hace más a g r a d a b l e , que es u n a
fácil naturalidad, siendo la afectación en este
punto, como en cualquiera otro, u n a cosa de
m u y m a l efecto.
Las maneras estudiadas de ciertas personas,
se parecen á los versos que t i e n e n contadas todas sus sílabas. No tener atención n i cortesía
con los (lomas, es enseñarles á que sean lo mismo con nosotros y á qne nos pierdan el res-pelo
que nos deban. Especialmente con iomextranjeros v coa ios aficionados á la formalidad, es
necesario no dispensarse d é l o s cumplidos y pequeñas atenciones. Sin e m b a r r o , el aire ceremonioso y la urbanidad excesiva no solamente
fastidian, sino que dan que sospechar y hacen
perder la confianza de las personas a quienes
se trata de ese modo.
Ei arfe de insinuarse en el ánimo do [os demas y de g a n a r sus simpatías, tiene puntos de
contacto con ciertas fórmulas de política. <*n el
fonda bastante comunes, pero que, á la larga,
son de g r a n d e efecto cuando se las sabe escoger
y emplear á propósito.
Como la excesiva familiaridad so establece
fácilmente entre personas de u n a misma- categoría y de u n a m i s m a edad, debe procurarse
conservar con ellas u n a poca entereza: este peligro es menor respecto de los inferiores, con
ios cuales somos siempre dueños do hacernos
respetar. El que siempre quiere estar en medio,
y a se trate de la sociedad, ya de los negocios,
consigue que 'se cansen de él y disminuyo su
prestigio.
Es bueno tener frecuentemente
deferencias
con los flemas, acomodándonos á seguirlos y secundarlos, y (laudóles á conocer que no obramos así por una excesiva docilidad, sino por política v consideración hacia ellos. Sin e m b a r g o , al acomodarse al sentimiento 6 al gusto de
los extraños, es conveniente a ñ a d i r siempre alg u n a cosa, de uno mismo: por ejemplo, si adoptáis una, opinión, modificad u n poco vuestro
a s e n t i m i e n t o , añadiéndole a l g u n a s variaciones: al aceptar un consejo, exponed también alg u n a s razones distintas de las que b o y a n e m pleado para persuadiros. No seáis c u m p l i m e n teros, porque si tenéis este delecto, vuestros envidiosos, olvidando las buenas prendas que os
adornen, no desperdiciarán la ocasión de poneros en ridículo y de acomodaros el epíteto de
aduladores.
Un delecto i g u a l m e n t e perjudicial en los
negocios es atribuir demasiada importancia á
pequeñas cosas, y ser m u y cuidadoso de aprovechar las ocasiones y los momentos oportunos.
Salomón dice á este propósito: o El que teme
demasiado á los vientos, se queda sin sembrar:
y el que mira mucho á las nubes, no hace la
recolección.» Un hombre diestro sabe procurarse más ocasiones do las que n a t u r a l m e n t e se le
habían de presentar. Las m a n e r a s , como los h á -
bitos de
tados n i
bastante
y le den
u n hombre, no deben ser ni m u y afecm u y severos, sino corteses á la vez que
sencillos para que le sirvan de adorno
prestigio sin entorpecer su m a r c h a .
LI.
DE
LA
ALABANZA.
Las alabanzas son los rayos que se reflejan
de la v i r t u d : pero como la i m a g e n no es semej a n t e al objeto que la produce sino que cuando
el espejo es fiel, la gloria que proviene del pueblo es ordinariamente falsa, porque éste atiende
g e n e r a l m e n t e á las apariencias y no al verdadero m é r i t o .
Un mérito trascendental esta m u y por encima de la comprensión del vulgo: alaba sin
dificultad las virtudes del orden más inferior;
las de segundo orden le causan admiración ó
más Lien asombro, y desconoce el sentimiento
de las virtudes sublimes. La apariencia del m é rito y el simulacro de la virtud, arrastran los
sufragios de las m u c h e d u m b r e s . La faina es
semejante á un rio que sostiene los cuerpos
ligeros y que lleva hundidos en su fondo á los
que tienen más peso y solidez.
Pero cuando los sufragios de los hombres
distinguidos por su nacimiento ó su mérito sojuntan a ios de la. m u l t i t u d , entonces solamente
es cuando se puede decir con la Sagrada Escritura, que una buena reputación es semejante á
los perfumes más suaves; se extiende á lo lejos,
y no desaparece nunca, porque es lo mismo que
el aroma de las sustancias untuosas á que Salomón se redero, que es de más larga duración
que el de las dores.
Entra t a n t a falsedad en la mayor parte de
los elogios, que no pueden creerse y deben considerarse fuodadaniente sospechosos, siendo con
frecuencia una pura adulación. Si se trata de
u n adulador v u l g a r , t e n d r á l u g a r e s comunes
que lo servirán para repartir incienso á toda
clase de personas indistintamente; pero si es un
adulador ai estío, su voz no será otra cosa que
o! eco do! adulador por excelencia, os decir, el
—
—
eco del amor propio ele la persona á quien trate
de alabar. Tendrá, cuidado de al rihuirlos el g é nero do virtudes y talentos de que es eroais más
adornados: se atreverá á lison•;•-aros por las cualidades de que vosotros mismos so liéis umy bien
que carecéis, y aun se referirá a, aquellas do une
interiormente os ruborizáis, si o embarazarse
por lo que oe digo, vuestra propia oaaciaueia.
H a y otras alabanzas que son hijas de u n a
buena intención y aconsejadas par el r e s u d o .
De esta especie son los homenajes que se t r i b u t a n á los principes y á los groados, o. lo cual
llamaban los antiguos: •. Instruir á las personas
con los mismos elogios que s,. | s dispénsame
refiriéndose á las alabanzas q u e s o les iueam de
aquella-: virtudes que no t i e n e n y que deberían
adquirir, i i a y hombres a, quienes so alaba maliciosamente y con el designio premeditado de
perjudicarles atrayéndoles muchos envidiosos:
«Los peores enemigos son los que a l á b a m e Los
griegos t e n í a n u n proverbio supersticioso, que
decía: oque cuando u n a persona elogiaba á. otra
con intención de causarle daño, le salla una
pústula en la nariz:•> lo cual tiene parecido con
este proverbio i n g l é s : «Al que m i e n t e se le forma, una. hinchazón en la lengua.,o
No es dudoso que los elogios moderados he1
— :U:'i —chosoportunamente
y sin estrépito, contribuyen
rancho á ¡a reputación del que Jos recibe. Salomón ha dicho: - E l que m a d r u g a mucho para,
alabar en a b a voz a su a m i g o , será para ai una
musa, be maldición.» Alabar con g r a n ruido á
una persona o u n a cosa., es estimular á sos c a r i diosos ó contradecir íes elogios y á. '•'oprimirla. Xo conviene elogiarse, nao mismo sino que
en ciertos caes-; m u y raros; pero e 4 á permitido á cada uno alabar su empleo ó profesión,
podiendo hace -so esto con desembarazo y arm
con cierta d i g n i d a d y elevación. Eos cardenales romanos que, son teólogos, mongos o e-smlásticos. usan palabras á proposito despreciativas
e injuriosas para hablar de los empleos y oficios relativos a ios asuntos témporab-m rulos
como los ao embajadores, minisiros. ge-amales
de ejército, jueces, magistrados, ote. Los dan
irónicamente el nombre de esbirros, como si
semejantes cargos no tuviesen más i m p o r t a n cia que los de alguacil, ujier, bedel, etc. Al
hablar San Labio do sí mismo, dice más de una,
vez: <-:En cuanto á, mí, hablo como de n a i n sensato:-- pero refiriéndose á su ministerio, exclama: (-aso temeré enaltecer en toda ocasión
mi apostolado.»
— 344 —
LII.
DK
L A VANIDAD ó
DK LA V A N A 0 T . 9 P J . V .
Una do las fábulas más ingenio?.:
es aquella do la mosca que, colocándose sobre
el eje de u n carro, e x c l a m ó : «¡Oh! ¡cuánto
polvo voy á levantar!» Las personas de quienes
esta mosca es emblema son t a n vanas y presuntuosas, que cuando u n a cosa marcha bien
por sí misma ó por un poder superior, por pequeña que sea la parte con que h a y a n contribuido, se i m a g i n a n que á ellas se les debe
todo.
Los orgullosos son siempre de u n carácter
inquieto y t u r b u l e n t o , porque no existe la vanidad sin u n a comparación entre uno mismo y
los extraños. Es necesario además que sean algo
violentos para sostener .sos fanfarronadas; pero
dichosamente son incapaces de g u a r d a r reserva,
lo cual les hace menos peligrosos, como lo dice
este proverbio en que están caracterizados:
«Mucho ruido y pocas nueces.ó
A pesar de lo dicho, este mismo defecto
puede ser útil en los negocios. Cuando se quiere haeer y propagar a l g ú n ruido, orear a l g u n a
opinión, adquirir u n a reputación de talento, de
virtud ó de grandeza y poder, son excelentes
t r o m p e t a s . También son útiles en los casos semejante'? á aquel en opie se encontraban Autíoco y los Ktoüos. pon¡ue h a y ocasionas en qoe
las mentiras y exageraciones puestas en j u e g o
en dos pa.rt.es á, la vez, pin -o prouooir un
g r a n d e electo. Supongamos, por ejemplo, qoe
queriendo un hombre comprometer en g u e r r a á,
dos potencias contra u n a , exagero, á, cada u n a
separadamente las fuerzas de la otra: esta astucia podro hacerle conseguir su o!¡joto en ambas
par:
.
Algunas veces, u n hombre (pie os mediador
de un asunto entre dos personas, ponderando á
cada una de ellas el poder que él ejerce sobre
el ánimo de la otra, puede de este mude a u m e n t a r su inlluenoia sobre los dos ai mismo
tiempo. En esto caso y en todos ios casos so m e -
j a n t e s , u n ombuslero puede hacer de !a nada
a l g u n a cosa: porque u n a m e n t i r a produce una.
o p i n i ó n , y esta opinión produce resultados
m u y reales y efectivos. Es bueno que los m i l i tares sean u n poco jactanciosos: porque h» mismo que u n hierro a g u z a á otro hierro, las proezas y j a c t a n c i a s de los unos estimulan el valor
de los otros.
fin todas las empresas difíciles, g r a n d e s y
peligrosas, son necesarios los hombres presuntuosos para dar el primer movimiento y poner
á los otros en j u e g o , pues de los que son circunspectos puede decirse «pee tienen más lastre
que velan Po mismo sucede con la gloria, de
u n hombro de letras; su lanía volará más a l t a
si la. vanidad le presta a l g u n a s p l u m a s . Los
autores que h a n escrito sobro el menosprecio
que debe tenerse de la gloria . h a n puesto sus
nombres á la cabeza de sus tratados. Sócrates, Aristóteles, (¡alono y a u n el mismo Hipócrates, eran vanidosos. La experiencia prueba
que la vanidad de un personaje contribuye mucho á perpetuar su memoria, y las virtudes
más celebradas y enaltecidas han debido á esta
causa el reconocimiento y la justicia de los
otros hombres, más bien que á la bondad de sí
mismas, i n d u d a b l e m e n t e la reputación de Ci-
cerón, do Séneca y do Plinio el j o v e n , hubiera
sido menos duradera sin una, cierta mezcla de
vanidad que entraba en la composición de su
genio y do su carácter. 0:1 lo cual e s t a vanidad
se parece a esos barnices que á un mismo
tiempo dan á los cuadros brillantez y duración.
Pero el delecto de que hablo aquí, no ha, de
contundirse con la cualidad que Tácito a t r i b u ye á Mucio. «Moto hombre, dice, tenia, u n t a lento particular para hacer valor todo lo (pie
habla, dichón hecho.» Sin e m b a r g o , un talento
de este genero no procede de vanidad, sino de
una. rara, prudencia q u e . siendo una mezcla
de grandeza d o alma y de discreción, es útil
al mismo tiempo (pie agradable, diodas esas
comióos que un escritor da á sus lectores, esa
deferencia que m a e s t r a hacia ello? y su mism a modestia, ¿qué son sino una ingeniosa ostentación y un medio de hacerse valer?
Pero de todos los medios que á este objeto
contribuyen, el más juicioso y el más discreto
es aquel de (pao habla Plinio el j di ven, que
consisto en alabar en los otros las virtudes y
talento de que uno mismo se halla adornado.
«Elogiando de este modo á, un extraño, dice,
está claro que trabajáis para vosotros mismos;
porque si siéndoos inferior en el particular á
que os referís no deja de merecer elogios, con
m a y o r motivo los merecéis vosotros; y si os lleva
ventajas y no merece n i n g u n a alabanza, como
se podría creer si no tenéis el cuidado de dispensarlas, menos podréis vosotros merecerías.»
U n vanidoso es el j u g u e t e de los discretos, el
ídolo de los tontos, la presa de los aduladores y
el esclavo de su propia vanidad.
Lili.
DE
L A GLORIA Y LA REPUTACIÓN".
La, reputación depende de u n cierto arte de
hacer valer los talentos y las virtudes, dándolos á conocer bajo u n punto de vista ventajoso,
pero sin incurrir en afectación. Los que corren
a b i e r t a m e n t e hacia la gloria, sucede con frecuencia que h a b l a n de sí mismos más de lo que
conviene, sin conseguir inspirar la más pequeña admiración.
Otros, al contrario, parece que desean oscurecer su propio mérito cuando convendría que
lo manifestasen, y por este descuidado proceder
no logran la reputación que j u s t a m e n t e m e recen.
Cuando u n hombre consigue ejecutar lo
que j a m á s nadie emprendió, lo que se h a i n t e n tado sin resultado satisfactorio, ó lo que si alg u i e n ha llevado á t é r m i n o ha sido con poca
perfección, adquiere unís renombre que si
guiándose por las huellas do otro hubiese ejecutado u n a empresa más difícil ó que exigiese
mayores talentos y virtudes.
Si u n hombre sabe dominar sus acciones y
atemperar las u n a s con las otras de tal m a n e r a
que a l g u n a s sean agradables á todos los p a r t i dos, y en g e n e r a l á todos los cuerpos que form a n el Estado, el ruido de las alabanzas que
le dispensan se compondrá de m a y o r n ú m e r o
de voces, pero sin t a n t a energía y sonoridad.
Esto es desconocer los verdaderos medios de adquirir reputación y empeñarse en u n a empresa
donde cualquier descalabro sería más vergonzoso que glorioso u n b u e n suceso.
La gloria que se adquiere aventajando á los
rivales, es por lo común m u y brillante, y puede compararse á u n a piedra precioso, que puliéndose y tallándose: en íacetas, despide cada
vez mayores resplandores. Así pues, proponeos
sobrepujar á Amostras competidores, aventajándolos, si es posible, en aquello mismo en que
sobresalen.
Los criados, los clientes y los amigos discretos, contribuyen mucho á nuestra reputación,
como lo dice esta sentencia de los antiguos:
«Tocia reputación, b u e n a ó mala, nace de aquellos con quienes vivimos.» fil mejor medio de
prevenir la envidia y defenderse de ella, consiste en declarar abiertamente y probar con
nuestra conducta misma, que so desea más m e recer u n a gloriosa reputación que obtenerla:
esto se hace a t r i b u y e n d o nuestros triunfos y
ventajas á la fortuna y á la Divina Providencia,
más bien que á nuestros talentos, á nuestras
virtudes, ó á la prudencia de nuestras acciones.
ile aquí la idea, que formamos de los diferentes grados de gloria y de reputación, debidos á ios hombres que tienen sobre los demás
u n a autoridad soberana. Al primer orden pertenecen los fundadores de los imperios, sean
monarquías ó repúblicas, tales como Pómulo,
Ciro, César, Othman é Ismael.
Kl segundo comprende á los legisladores,
honrados con el titulo de segundos fundadores, y
tjue gobiernan después ele su m u e r t e por las leyes que han dejado establecidas, por cuya razón
pueden mirarse corno u n a especie de principes
perpetuos. De este número son Licurgo. Solón,
dusfiniano, E d g a r y Alfonso do (.'astilla, a p e llidado el Sanio, que escribió las ,SVo/a
¡>,iyf¡díis.
Al lercer orden corresjjonden los salvadores ó
libertadores de <u patria, es decir, les que la h a n
puesto á cubierto de cualquiera calamidad, tales
cerno de las guerras civiles, de lo? tiranos, del
y u g o extranjero, etc. En esta (dase so pueden
considerar ó. ('osar, Augusto. Yespasiano. Aureliano, Teodoro y Enrique V í i , r e y de I n g l a t e r r a .
Para el cuarto orden señalaremos á los que
por brillantes victorias h a n extendido los l í m i tes del territorio de su patria, ó la han g a r a n t i zado d é l a s invasiones de los extranjeros.
Al último r a n g o corresponden ios v e r d a d e ros padres de los pueblos, es decir, los que g o bernando conforme á los preceptos de la j u s t i cia, hacen la dicha de su patria d u r a n t e su.
existencia. Los que colocamos en estas dos ú l t i mas clases son en número considerable, por lo
cual sería i n ú t i l que citáramos ejemplos.
E n cuanto á los grados de gloria y de r e -
nombre de que son dignos los personajes de u n
orden más inferior, diremos que al primer l u g a r
pertenecen los que los romanos l l a m a b a n p a r 11c i j m CHi'füuon; es decir, esos sugetos sobre los
cuales descargan los soberanos la mayor parte del
peso de los negocios, v u l g a r m e n t e llamados sus
brazos derechos. Se deben colocar inmediatamente después los g r a n d e s capitanes que no h a n
mandado los ejércitos, sino que en calidad de
l u g a r t e n i e n t e s del príncipe, y que le lian prestado señalados servicios. Al tercer puesto corresponden los favoritos, en los cuales comprendo solamente á ios que permaneciendo en la
posición que deben ocupar, se contentan con
ser útiles y agradables al príncipe y contribuir
á su dicha por medio de u n a dulce intimidad,
sin ser perjudiciales al pueblo. E n el cuarto ponemos á los hombres de Estado, es decir, á los
que se e n c a r g a n de los destinos más elevados y
difíciles, y cumplen honrosamente el deber que
se les h a impuesto.
H a y otro género de gloria que quizá podríamos colocar en el primer orden, la cual pertenece á esos hombres, t a n raros como sublimes,
que se condenan á u n a muerte segura por el
bien ó la honra de su patria, como fueron Rég u l o y los dos Decios.
LIV.
DE EOS DEBERES DE UN JUEZ.
Los jueces j a m á s deben olvidar que su oficio
es JHx dice-re- y no jas d a r é : es decir que su oficio es interpretar y aplicar la ley. y no hacerla
ó imponerla como c o m u n m e n t e se dice. De otro
modo, la autoridad que usurparían seria semej a n t e á la que se arroga la Iglesia romana, que
con pretexto de explicar las Santas Escrituras,
no halla dificultad en alterar su sentido, en
añadirles lo que m á s le agrada y acomoda, y
en declarar artículo de fe lo que no encuentra
en ellas, introduciendo así, en nombre de la
a n t i g ü e d a d , verdaderas innovaciones ( I b
(l|
Todn-i ln-, crOiilicu-; de'iernos considerar calumniosos
ios rinlenuiv:, ivii-jonr-. S o n u n ultraje t\n» el anglieano Bai:o;¡ di i'is' ' contra In Ijflesi» Romana.
1
í n j u : z debe ser más s;d)io que ingenioso,
más respectable que simpático y popular, y más
circunspecto que presuntuoso. Pero ante ludo
debe sor íntegro, siendo ésta para, él u n a virtud principal, y la calidad propia, ib; .<n oficio.
«.Maldito sea, dice la ley, el que muda las señales destinadas á marcar los límites de las posesiones. • El (¡ue arranca u n a simple piedrque sirve de lindero, es en efecto m u y dolí-•cuento; pero, mucho más lo es un juez parcial
que se hace culpable de este crimen, y que
cambia una. infinidad, de lindes dando una sentencia inicua, sobre tierras ó sobre cualquier
otro género de propiedades. Ú n a s e l a sentencia
injusta ocasiona mayores males que un g r a n número de crímenes cometidos por los particulares:
estos corrompen sólo ios cauces y el remanente
de las a g u a s , m i e n t r a s que el j u e z corrompe el
nacimiento mismo, como lo dice Salomón: «Que
el justo pierda, su causa por un injusto adversario, es una calamidad comparable á, una agua
sucia y corrompida desde su origen.» El oficio
y los deberes de u n juez tienen relación con los
l i t i g a n t e s , con ios abogados, con los notarios,
escribientes, procuradores y demás empleados subalternos de la j u s t i c i a , y asimismo con
el príncipe y el gobierno á quienes representa.
Por lo que mira á las causas y á las partes
interesadas, la Escritura dice: «Hay jueces que
convierten la sentencia en ngenjos:.» pero á esto
podría haber añadido, que h a y otros que la convierten en v i n a g r e . La injusticia de u n a sentencia la Lace a m a r g a , y la dilación la pone
agria.
El primer deber tic u n juez y el principal
objeto de su destino es reprimir la violencia y al
fraude. La violencia es tanto mus perniciosa
cuanto es más descarada. y el fraude es tanto más
funesto cuanto es más reservado y escondido. A
esto se puedo añadir, que los procesos m u y contenciosos deben rechazarse por los tribunales de
justicia, como un alimento indigesto y envenenado, l.'n juez debí allanarse los caminos para
llegar á u n a sentencia justa, como Dios prepara
ios suyos elevando los valles y bajando las colinas. Por consiguiente, cuando el j u e z conozca que u n a d é l a s partes t i e n e m u c h a preponderancia sobre la, otra por la violencia de su
marcha, por la destreza con que sabe aprovecharse de sus ventajas, por u n a i n t r i g a ó maquinación que la apoya, por la protección de los
hombres que se h a l l a n en el poder, por la h a bilidad de su abogado ó por otra causa semejante, debe entonces dar u n a prueba sensible de
1
— 35 G —
su prudencia é i n t e g r i d a d , manteniendo en íiei
la balanza á pesar de estas desigualdades, á fin
de poder cimentar la sentencia sobre un suelo
seguro y perfectamente nivelado.
«El que se suena con demasiada fuerza se
hace s a n g r e , y cuando la uva se pisa mucho
el vino saca u n gusto áspero que sabe al racimo.» El j u e z , pues, rio debe fundar su fallo en
u n a interpretación m u y rigorosa de la ley ni
en lejanas consecuencias, sobre todo cuando se
trate de las leyes penales: no debe hacer i n s t r u m e n t o de crueldad, aquello que en la i n tención del legislador es solamente u n medio
de terror. De otro modo parecería desear que
cayese sobre el pueblo la lluvia de que habla
la Escritura en este versículo: «Hará llover redes sobre ellos.» Porque cuando las leyes penales so s i g u e n con excesivo vigor, se las puede
comparar á i .a P u v i a de asechanzas o lazos
que cae sobre ios pueblos. Y así es que cuando
dichas leyes no se h a n aplicado en mucho
tiempo ó cuando no convienen al tiempo presente, está en ia prudencia del juez restringirlas en su aplicación: pues su deber consiste en
considerar, no -sólo 'las cosas mismas, sino t a m bién el tiempo do cada cosa. E n las causas capitales el j u e z debe m i r a r con ojos severos e]
ejemplo que da el delito, y con ojos de conmiseración la persona del delincuente.
E n cuanto á los abogados y á la defensa de
las partes, diremos que la gravedad y la paciencia en escuchar á los litigantes, son elementos esenciales de la justicia. Un juez m u y
hablador y que interrumpe frecuentemente la
palabra, no es otra cosa que un címbalo que
aturde y desconcierta. No es propio de un juez
el querer hacer ostentación de la vivacidad de
su espíritu previniendo lo que el abogado debe
decir, y sobre lo cual lograría informarse mejor
con sólo la paciencia de escuchar. De n i n g ú n
modo debe pues interrumpir ó cortar las pruebas y las deducciones de los abogados ni ir delante de las informaciones con preguntas precipitadas, ni aun suponerlas oportunas aunque
merezcan este dictamen, sino que ha de escuchar atentamente hasta el fin.
Las funciones y obligaciones de un juez se
reducen á cuatro: l."Debe comprender y determinar el orden y encadenamiento de las pruebas.—2." Debe moderar las palabras de los litigantes evitando las repeticiones inútiles, todo
lo que no tenga n i n g u n a relación directa con
el asunto ni se refiera á la causa, las digresiones
y las irregularidades.—3." Debe recapitular,
entresacar, comparar y reunir ios puntos esenciales (Je todo lo nielado por ambas partes.—
4 . " Tiene, por último, que p r o n u n c i a r la sentencia. Cualquiera otra cosa que se h a g a está
de m a s , y o r d i n a r i a m e n t e tiene por causa la
v a n i d a d del j u e z , la comezón de h a b l a r , la
impaciencia al escuchar, l a falta de memoria, y la impotencia para fijar y sostener la
atención.
Alguna.- voces asombra el ascendiente que
u n abogado audaz puede adquirir sobre un j u e z ,
el cual para hacerse semejante á Dios á quien
representa cuando se encuentra sentado en su
t r i b u n a l , deberla, abatir á los orgullosos y l e v a n t a r á los h u m i l d e s . Pero más chocante es
todavía el que los jueces t e n g a n abogados predilectos á los cuales dispensan un favor escandaloso: parcialidad que a u m e n t a n d o los honorarios de los abogados v los derechos del iuez,
hace á éste sospechoso de corrupción y colusión.
Sin embargo, cuando una causa ha sido bien
defendida y manejada, con mucho acierto y claridad, el juez debe tributar algunos elogios al
abogado, sobre todo al que ha perdido la causa.
Estos elogios tienen el doble objeto de sostener el
crédito del abogado en el concepto de su cliente,
y hacer p e r d e r á éste su obcecación en favor de su
propia causa. El interés público exige también
que el j a e z , con l a conveniente cortesía y moderación, dirija a l g u n a s reprensiones á ios abogados, cuando éstos dan á sus clientes consejos engañosos; cuando con u n a negligencia visible
hacen la defensa m u y débil; cuando ios hechos
son más expuestos y m u y poco circunstanciados:
cuando son c a p c i o s o . ? l o s medios de que se valen
en el proceso; e r a n d o litigan con u n a audacia,
ofensiva, para el j u e z , y por ú l t i m o , cuando
d e f i e n d e n una causo v i s i b l e m e n t e injusta.
El abogado no debe a t u r d i r al j u e z con sus
voces n i usar artificios y manejos para v o l v e r á
renovar una, (cansa ya j u z g a d a . Kl juez por su
parte, no (lidie i n t e r r u m p i r al abogado,, ai detenerle en untad de su camino; sino que por el
contrario ha do dejarle tiempo de explicarse,
para no dar l u g a r á que la parte que defiende
se q u e j e de (pie su abogado y sus pruebas no
han sido completamente escuchados.
Respecto de los procuradores, de ios notarios y de otros empleados subalternos, diremos
(pie el lugar donde se a d m i n i s t r a la justicia es
u n l u g a r sagrado, y que no solamente el t r i b u n a l , sino los bancos mismos y todo aquel recinto, deben hallarse exentos de escándalo y corrupción. Porque, como lo dice la Santa Escritu-
ra: «No se vendimia nada entre las zarzas y
los espinos.» De igual modo la justicia no puede dar sus preciosos frutos entre los zarzales y
los abrojos, ó lo que es lo mismo, entre los curiales m u y interesados y codiciosos. De estos
se encuentran en el toro m u y distintas especies: 1. Los que sembrándolo de procesos enriquecen á los tribunales de justicia empobreciendo á los pueblos.—2. Los que empeñan las
audiencias en cuestiones de competencia, llamándose jactanciosamente sus amigos y defensores, sin ser otra cosa que los parásitos que
las esquilman; que alimentan su orgullo y las
estimulan con sus adulaciones á traspasar los
límites de sus dominios, y que hacen, por último, su negocio á expensas de los mismos á
quienes extravian con sus lisonjas.—3. Los
que se pueden considerar como la mano izquierda de los tribunales, que por medio de rodeos
ingeniosos y de enredos hacen tomar un mal
camino á los procedimientos, extraviando la
justicia en senderos tortuosos y en un verdadero laberinto.—4/ Los exactores impíos, que
son á los que se aplica con especialidad la comparación que se hace ordinariamente de los tribunales de justicia y de los espinos, bajo los
cuales encuentran los rebaños un abrigo dua
a
a
rante la tempestad, pero donde dejan parte de
su lana. Por el contrario, un escribano encanecido en su profesión, de una probidad reconocida, bien enterado de los procesos seguidos y de
los juicios pronunciados, circunspecto en los
que estienda de nuevo, instruido en los procedimientos y conocedor del tribunal, es un excelente guia y muestra frecuentemente al juez
mismo la ruta que debe seguir.
Respecto de lo que concierne al príncipe ó
al Estado, los jueces deben, ante todo, recordar
siempre esta conclusión de las Doce tablas:
«Que la salud del pueblo sea la suprema ley;»
y repetir al príncipe que «si las leyes no tienden á este objeto, se las debe mirar como reglas
engañosas y como falsos oráculos.»
Se ve realmente que todo marcha con más
orden y armonía en un Estado, cuando los príncipes conferencian frecuentemente con los j u e ces, le mismo que cuando los jueces consultan
frecuentemente al soberano ó á su gobierno: el
príncipe debe hacerlo cuando una cuestión de
derecho se atraviesa en las deliberaciones políticas, y los jueces cuando consideraciones que
interesan al Estado se presentan mezcladas en
las materias de derecho.
Sucede con bastante frecuencia que un ne-
—
3ü2
—
gocio que se v e n t i l a en los tribunales de j u s t i cia y que sólo parece afectar á intereses particulares, puede tener consecuencias importantes para el listado: considero como asuntos de
Estado, no sólo los que t i e n e n relación con los
intereses del monarca, sino t a m b i é n lodo lo que
puede ocasionar u n a g r a n d e novedad ó of recer
a l g ú n ejemplo peligroso, y cuanto interesa visiblemente á u n a considerable parte de la nación.
Xadie considere como cierto el falso principio
que dice que existe u n a incompatibilidad n a t u ral entre las leyes justas y la verdadera política.
Los jueces deben t a m b i é n acordarse de que
el trono do Salomón estaba sostente'> por leones. Por consiguiente será bueno que los jueces
sean leones, pero que estén colocados debajo del
trono, velando c o n t i n u a m e n t e para impedir que
se ataquen los derechos de la soberanía. E n fin,
los jueces deben conocer suficientemente su autoridad y preregaíivas, y no ignorar q u e su deber les manda y su derecho les permite hacer
u n uso prudente y una, juiciosa aplicación de
las leyes. E n este sentido deben aplicarse las
siguientes palabras del Apóstol, en que se refiere á la ley superior á todas las leyes h a m a nas: «Sabemosque la l e y e s b u e n a , siempre que
se usa l e g í t i m a m e n t e . »
cólera es una pretensión descabellada, d i g n a de
u n estoico. En esto tenemos u n oráculo más seguro para guiarnos: «Encolerizaos, dice la Sagrada Escritura, pero guardaos de pecar, y que
el sol no se ponga, sobre vuestra cólera;» lo cual
indica que se la deben poner límites, ó l o q u e
es lo mismo, quo se deben moderar sus movimientos y abreviar su duración.
Mostraremos primero cómo se puede, g e n e ralmente hablando , dominar la tendencia v
la disposición habitual á la cólera ó irascibilidad: diremos en seguida, cómo los movimientos
particulares de esta pasión pueden ser reprimí-
dos, ó por lo menos, cómo se puede impedir eme
ocasionen consecuencias m u y funestas; y por
último, indicaremos la manera de calmar ó encender esta pasión en los extraños.
El mejor remedio para conseguir lo primero es reflexionar sobre los efectos que esta pasión produce ordinariamente, y sobre los desórdenes innumerables que causa en la vida humana. El momento más oportuno para estas
reflexiones es después que el acceso de cólera ha pasado. Séneca ha dicho con razón,
que los efectos de la cólera se asemejan á la caida. de una casa, que al desplomarse sobre otra
ella misma se desmorona. La Sagrada Escritura nos exhorta á gobernar nuestra alma con la
paciencia, y realmente sucede que el que pierde la paciencia, pierde la posesión de su alma.
El hombre no debe parecerse á la abeja, que
deja su vida en la herida que hace.
La cólera es una flaqueza, y se sabe que
son ordinariamente los individuos más débiles,
tales como los n i ñ o s , las mujeres, los viejos,
los enfermos, etc., los más expuestos á ella.
De cualquier modo que sea, cuando uno se
siente encolerizado , vale más mostrar desprecio que miedo, á fin de presentarse superior
más bien que inferior á la injuria recibida y á
la persona que la hace, lo cual será siempre fácil, por poco que uno sepa dominarse en los m o mentos en que se sienta agitado de esta pasión.
Respecto del s e g u n d o p u n t o , observaremos
que las causas ó motivos de la cólera se reducen á tres: 1." Una g r a n d e sensibilidad á las
injurias, y u n a excesiva suceptibilidad de carácter. Nadie se encoleriza m i e n t r a s no se cree
ofendido, lo que indica jque las personas delicadas y m u y susceptibles en materias de honor,
son más irascibles que las otras: h a y u n a infin i d a d de cosas que les hieren y que u n a naturaleza, más fuerte no sentiría.—,2.' La i n c l i nación á encontrar en las circunstancias de la
ofensa señales 'de desprecio, lo cual provoca y
enciende la cólera tanto como la ofensa m i s m a :
así es que las personas ingeniosas para interpretarlo todo de este modo, se i r r i t a n más frec u e n t e m e n t e que las demás.—3." E l temor de
que la injuria perjudique á la reputación.
El verdadero remedio de todos estos inconvenientes, remedio indicado por Gonzalo de
Córdoba, consiste en tener u n honor semejante
á u n a tela fuerte. Pero el mejor preservativo
contra esta pasión esta en g a n a r tiempo, persuadiéndose, si es posible, de que el momento de
—
:)u<:> —
la v e n g a n z a no ha llegado a ú n , de que uno lo
g r a r á la ventaja en otra época, y de que no
teniendo necesidad de apresurarse conviene
más tener paciencia.
E n cuanto á los medios para impedir que la
cólera produzca efectos de qoe lia ya que arrepentirse, h a y que tomar dos precauciones para
conseguir el o! j e t o . La primera es abstenerse detoda expresión demasiado dura y do toda personalidad m u y picante, pues sólo las invectivas
que se pueden d i r i g i r á toda d a s e de personas,
son la? que hacen menos impresión en cada, i n dividuo en particular. La segunda consiste en
guardarse-de revelar un secreto por un m o v i miento de cólera, porque semojaníe indiscreción alejarla para siempre á u n hombre de Ja.
sociedad, donde sería u n a p l a g a . Es necesario
t a m b i é n , cuando se tiene entre manos a l g ú n
asunto, tener la precaución de no descomponerlo por causa de la cólera, y a ú n en el caso mismo de abandonarse á u n acceso do esta pasión,
no hacer al menos n a d a de que h a y a después
que arrepentirse.
Tratando ahora de ios medios de excitar ó
de calmar la cólera en otra persona., diremos
que todo depende de saber elegir los momentos.
U n a persona que está ya de mal humor, es m u y
— mi
—
fácil de irritar: y asimismo se conseguirá esto
interpretando las acciones, las palabras, etc..
de cualrpiier individuo, de m a n e r a que se le
Laga c m e r q u e h a y descontento y aún mucho
desprecio hacia ella, cuyo medio está, conforme
con lo (¡uo más arriba dejamos dicho. En vista de
esto. .«<>. o oirá, por consiguiente calmar esta p a sión con medios d i a m e t r a i m e n t o opuestos: es
decir, i j u e para hablar á u n a persona las primeras p a l a b r a ? sobro u n a cosa que pueda irritarla,
e s noce-ario escoger los momentos cu que se la
encuentro de buen humor, siendo así que todo
depende e la primera, impresión. MI segundo
medio consiste en interpretar b e n i g n a m e n t e la
ofensa mórbida: os decir, hacer creer á la persona ultrajada, que el ofensor no h a tenido el
deseo di? despreciarla, v atribuir el accidente á
una malo i n t e l i g e n c i a , al temor, á la pasión,
ó á eiudquiera otra causa de esta naturaleza.
!
LVI.
DE LAS VICISITUDES DE LAS COSAS.
• Nada h a y nuevo sobre la tiera,» h a dicho
Salomón: idea que tiene puntos de semejanza
con el d o g m a i m a g i n a r i o de Platón, que dice:
«Todo lo que se sabe son reminiscencias;» y con
esta otra sentencia del mismo Salomón: «Toda
cosa n u e v a , no es más que u n a cosa que se ten i a olvidada:» de donde se puede concluir que
el rio Letheo corre en la tierra i g u a l m e n t e que
en el infierno. No sé qué astrólogo cuyas ideas
son u n poco abstrusas, pretende que, sin la acción combinada de dos causas cuyos efectos son
p e r m a n e n t e s , u n a de las cuales consiste en que
las estrellas están siempre á la misma distancia
u n a s de otras y en la m i s m a situación respecti-
— ;j<¡9 —•
va, y la otra en que el movimiento diurno es
perpetuo y uniforme, n i n g ú n ser podría subsistir un solo instante.
La naturaleza, no se puede dudar que está
en un ñu jo y reflujo perpetuos, y hablando propiamente podemos decir que no h a y reposo absoluto y perfecto. Las dos grandes sábanas que
envuelven las cosas en el olvido, son los diluvios y los temblores de tierra. Las g r a n d e s conflagraciones, ó grandes incendios espontáneos,
y las g r a n d e s sequías, producen u n efecto que
no llega jamás á destruir todos los habitantes
de los parajes donde estos desastres se verifican.
Kl carro de Faetón estuvo rodando u n solo dia.
lo cual indica que el incendio alegóricamente
figurado en esta fíbula, no fué de larga d u r a ción. La sequía que hubo durante tres años
«MI tiempo de filias, y que este profeta habia
anunciado, fué particular á cierto país, y no
destruyó toda la población. En cuanto á esos
incendios ocasionados por el rayo, tan frecuentes en las Indias Occidentales, no son otra cosa
que un accidente puramente local, y que se e x tiende, poco. Respecto de los otros géneros de
calamidades ó desastres, los individuos que de
eilos escapan son per lo general hombres rústicos é ignorantes obligados á vivir en las inon-
t a ñ a s , y que no pueden conservar n i n g u n a
tradición auténtica de los tiempos que han
precedido á estos accidentes terribles; de suerte
que todo permanece en u n olvido tan completo
v universal, como si no hubiese escapado con
vida n i n g ú n i n d i v i d u o .
l'or poco a t e n t a m e n t e que se. considere la
constitución y manera, de vivir de los n a t u r a les de las indias Occidentales, se pueden mirar,
con bastante probabilidad de acierto, como u n a
raza más joven que todas las del a n t i g u o m u n do. Y es a ú n más verosímil que su destrucción
casi completa, no fué ocasionada, por temblores de
tierra, a u n q u e así lo hubiese asegurado al ateniense Solón u n sacerdote de Egipto, que suponía, que la Atlántida se había sumergido en
u n a revolución de esta especie. Esta catástrofe
debe atribuirse más bien á u n diluvio parcial,
puesto que los temblores de tierra son raros en
América, m i e n t r a s que se ven, por el contrario,
un g r a n número de ríos largos y profundos que
r i e g a n dilatadas comarcas, y en comparación
de los cuales todos los de Asia, África y Europa son pequeños arroyos. A esto h a y que añadir
que la cordillera de los Andes es mucho más alta
que todas las del a n t i g u o c o n t i n e n t e , podiendo
haberse refugiado en sus elevadas cumbres los
restos de esta infortunada raza, tanto
el diluvio como después de él.
durante
Respecto á la observación de Maquiavelo.
que pretende que la envidia, y animosidad recíprocas de las sectas, es una de Jas causas que
contribuyen m u y eficazmente á borrar la m e moria de las cosas, censurando en Gregorio el
Grande su empeño por destruir del todo las antigüedades paganas, diré que no creo que este
fanatismo haya ocasionado tan considerables
efectos, ó al menos efectos d u r a d e r o s . como lo
prueba el ejemplo de Sabiniano. uno de sus
sucesores, que halló medio de hacer revivir todas estas mismas a n t i g ü e d a d e s .
Na es este lugar oportuno para tratar de las
vicisitudes y revoluciones de los cuerpos celestes. Sin duda que si el m u n d o no estaba desde
su origen destinado á. perecer, el g r a n d e año
de Platón habría podido tener a l g u n a realidad,
y reunir en conjunto los mismos fenómenos,
aunque no haciendo aparecer precisamente los
mismos individuos en las mismas situaciones,
lo cual no es más que u n a opinión quimérica
inventada por ios que a t r i b u y e n á los astros, no
ya una influencia general y vaga, sobre Ioscuerpos terrestres, como nosotros mismos reconocemos, sino una influencia más precisa y
capaz de producir u n efecto específico sobre u n
individuo d e t e r m i n a d o .
Respecto de los cometas, es indudable que
ejercen una influencia sensible sobre los movimientos y las maneras de ser de los cuerpos s u b lunares, pero basta el d í a s e ha tratado más de
d e t e r m i n a r sus órbitas y predecir sus reapariciones, que de observar detenidamente sus efectos, y sobro todo sus electos résped ¡vos y comparados: es decir, que se h a tratado especialm e n t e de conocer con precisión los efectos propios de estos astros, su m a g n i t u d , su color, la
dirección de su cola, su situación en las regiones del cielo, la época de su aparición, su duración, etc.
fixi<te sobre este particular u n a opinión un
poco atrevida, que sin embargo no quisiera rechazar del todo, y que en mi juicio merece ser
comprobada. Dícese que se ha observado en los
Paises-Bajos. no recuerdo en qué paraje, que al
cabo de t r e i n t a y cinco años se reproduce la
m i s m a época con las mismas particularidades
en las estaciones, es decir, con los mismos fenómenos meteorológicos, tales como grandes
hielos, g r a n d e s lluvias, grandes sequías, inviernos templados, estíos frescos, y todo ello
casi en u n orden correspondiente. He creído
— -ATA deber hacer mención de esto, porque habiendo
comparado yo mismo ciertos años, de los cuales
me acordaba con los que les correspondían en el
pasado, encontré realmente que los últimos
eran m u y parecidos á los primeros.
Poro abandonemos estas observaciones sobre
la naturaleza y fijémonos en lo que concierne
al hombre. Las mayores vicisitudes que se observan entre los hombres, son las que se refieren á los religiones y las sectas, porque á ellas
pertenecen las creencias que más poderoso influjo ejercen en el espíritu h u m a n o . La verdadera religión es la única que se ha fabricado
sobre r o c a d u r a , habiendo sido todas las demás
levantadas sobre arena movediza y continuamente a g i t a d a por las olas del tiempo. Así pues,
vamos á dirigir a l g u n a s miradas y á a v e n t u r a r
a l g u n a s observaciones sobre las causas que ocasionan el nacimiento de las nuevas sectas, y
añadiremos también algunos consejos sobre estemismo asunto, todo ello en cuanto sea p e r m i t i do á la debilidad propia del espíritu h u m a n o
detener el desarrollo de estas opiniones t i r á n i cas, y encontrar a l g ú n remedio á sus g r a n des males.
Cuando la religión que viene aceptada y
establecida desde largo tiempo es objeto de dis-
putas y controversias; cuaudo sus ministros en
l u g a r de atraerse la veneración pública con
una vida santa y ejemplar se hacen odiosos y
despreciables con u n a conducta escandalosa, y
cuando al misino tiempo los pueblos están sumidos en la ignorancia y la. barbarie, entonces
es cuando debe temerse el n a c i m i e n t o de algun a secta., sobre todo si coincide con estas circunstancias la aparición de a l g ú n talento extraordinario q u e s e a aficionado á paradojas, bast a n t e audaz para sostenerlas públicamente, y
bastante obstinado para defenderlas á todo
t r a n c e . Todas estas circunstancias de 'que hablamos existían reunidas cuando Muhoma publicó su ley. fiero h a y otras dos condiciones sin
las cuales u n a secta y a formada no puede e x tenderse m u c h o : la u n a es el designio público
y manifiesto de destruir ó debilitar la autoridad
establecida. pues nada h a y que sea para el pueblo tan a g r a d a b l e como esto, n i tan propio para
seducirlo; y la otra consiste en dejar mucho
campo á las inclinaciones y apetitos sensuales
que d o m i n a n á los hombres.
Las herejías especulativas, tales como fueron otras veces las de los arríanos, pueden arraigarse hasta cierto punto en el espíritu; pero
n u n c a pueden ocasionar g r a n d e s revoluciones
— 375 —
c \ i Jos Estados, ¡i menos que se encuentren
combinadas con ei descontento g e n e r a l y con
otras cansas políticas.
Se pueden fundar las nuevas sectas por tres
clases de medios, a saber: con milagros supuestos (i prodigios de cualquiera especie: con la
elocuencia, ó la. fuerza de la persuasión, y valiéndose de las armas. Respecto de los m á r t i r e s ,
no titubeo en calificarlos de seres milagrosos,
pueslo que parecen exceder á las fuerzas de la
naturaleza h u m a n a : la m i s m a opinión a b r i g a mos de u n a rara, pureza de costumbres y de
una, vida de apariencia e n t e r a m e n t e santa. El
más seguro medio para a h o g a r en su n a c i m i e n to las sectas ó los cismas, es corregir los abusos, t e r m i n a r toda clase de diferencias, proceder
con suavidad absteniéndose de toda persecución
s a n g r i e n t a , y en fin. atraer y reducir á los
principales jefes, ganándolos mas bien con d á divas, con destinos y honores, que irritándoles
con la violencia de la crueldad.
Ira historia nos ofrece una m u l t i t u d de
ejemplos de m u d a n z a s y vicisitudes ocasionadas por las g u e r r a s . E n este caso dependen de
tros causas principales, que son: el teatro de la
guerra; la naturaleza y la calidad de las a r m a s ,
y la disciplina militar y la táctica, ó sea el g r a -
do de perfección de este arte. Parece que en los
tiempos más remotos caminaban las guerras de
Oriente á Occidente; y asi vemos que los asirlos, los persas, los egipcios, los árabes y los
scitas que h a n hecho sucesivamente invasiones, eran naciones orientales. Los galos eran
sin duda u n pueblo occidental, pero de las dos
irrupciones que hicieron, la una fué en la p a r te del Asia menor, llamada después Galia-0recia, y la otra contra los romanos. Es cierto que
el Oriente y el Occidente no tienen en los cielos n i n g ú n punto fijo que los señale sobre la
tierra y que se relacione al uno más que al otro,
y tampoco la historia suministra n i n g ú n punto
de observación constante, que pruebe que las
g u e r r a s van más bien de liste á Oeste, que en
sentido contrario. Pero el Norte y el Mediodía
se d i s t i n g u e n por diferencias permanentes y
que dependen de su situación con relación á
los cielos.
Kara vez se ha visto á los pueblos meridionales invadir los países del Norte, mientras lo
contrario h a sucedido con mucha frecuencia, lo
cual prueba suficientemente que los moradores
de las comarcas septentrionales son por n a t u r a leza más belicosos: este fenómeno puede depender de que los astros ejercen m a y o r influencia
sobre el hemisferio boreal: ele la grande extensión de territorios situados hacia el Norte, bien
á diferencia del hemisferio austral que, por lo
menos en su parte conocida, se halla casi del
todo ocupado por las aguas; ó en fin, del intenso frió que reina en las regiones septentrionales,
que es la causa que debe considerarse como principal. Independientemente do Ja disciplina de
ios ejércitos, el rigor del clima que hace más
duros los cuerpos y capaces de mayor resistencia, hace también á los hombres más robustos y
valerosos, listo se comprueba en el ejemplo de
ios araucanos, cuyo país está situado en la parte
más fria de la América, y cuyo valor superaba
al de los habitantes del Perú.
Todo imperio que entra en el periodo de su
decadencia y que ha perdido la mayor parte de
sus fuerzas militares, debe guardarse de provocar guerras: mientras los grandes imperios
se hallan en un estado de vigor y prosperidad,
ponen su confianza solamente en las tropas nacionales, y enervan y destruyen así las i'uerzas
délas provincias conquistadas: pero cuando sus
tropas flaquean ó se debilitan, todo se pierde
instantáneamente y vienen á ser la presa de
sus enemigos. Un notable ejemplo de esto se encuentra en la decadencia del imperio romano,
y en la del imperio de Occidente después de la
m u e r t e de Cario M a g n o , época en que las cosas
volvieron á su estado anterior. Esto mismo es
lo que ocurrirá a la monarquía española si sus
tuerzas llegan á decrecer sensiblemente. El
acrecentamiento m u y considerable ó m u y ráindo, y la reunión de Estados cuyo efecto es con
frecuencia este mismo acrecentamiento, son
t a m b i é n causas naturales de g u e r r a s . Porque
un reino cuya extensión y poder crecen de
pronto, es comparable á u n rio, cuyas aguas
a u m e n t a n de u n a m a n e r a extraordinaria, y que
rebosando por sus m á r g e n e s i n n u n d a n las comarcas v e c i n a s .
tura observación que merece ser conocida
de los políticos, es que cuando en u n a parte del
m u n d o se e n c u e n t r a n a l g u n a s naciones sumidas en la barbarie entre otras m u c h a s civilizadas, los hombres no se d e t e r m i n a n fácilmente á
contraer matrimonios ni aspiran a t e n e r hijos,
á menos que cuenten con la seguridad de poder atender á la subsistencia de éstos y á sus demás necesidades (observaciou que puede aplicarse á todas las naciones hoy existentes exceptuando á los tártarosj; y entonces esas grandes
inundaciones de hombres que otras veces han
tenido l u g a r , son m u y poco de temer. Si por e)
- :ga
--
contrario abundan más ios pueblos pobres eu
ios cuales no cuidándose de la subsistencia de
los hijos se multiplica mucho la población, e n tonces es u n a necesidad que u n a vez cada siglo,
<> cada dos siglos por lo menos, descarguen el
exceso de sus habitantes invadiendo los países
vecinos. Esto t e n í a n costumbre de hacer los
a n t i g u o s pueblos del \ o r t e , e n c o m e n d a n d o á la
suerte que decidiera, cuáles habían de permanecer en la patria d e s ú s mayores, y cuáles habían de ir á buscar fortuna á otra parte.
Cuando una nación guerrera pierde su espíritu belicoso y se entrega, al lujo y la molicie, puede conlar con la seguridad de ser atacada: porque g e n e r a l m e n t e sucede que degener a n los pueblos á medida que se enriquecen,
ofreciendo asi u n a rica presa, al mismo tiempo
que una presa sin defensa, lo cual es u n doble
motivo que provoca la invasión.
E n cuanto á la naturaleza y calidad de bisa n u a s , diremos que es asunto sobre el cual puede hablarse m u y poco: sin embargo, también
sufren sus vicisitudes, siendo cierto que los h a bitantes de la ciudad de los oxidracas usaban
u n a especie de artillería que los macedonios calificaban de rayos, de relámpagos y de armas
mágicas.
Se sabe en la actualidad que la pólvora,
igualmente que las armas de fuego de grueso
y pequeño calibre, eran conocidas y empleadas
en la China hace más de dos mil años. He aqui
las condiciones que deben reunir las armas d e
esta especie, y hacia las cuales han de ir perfeccionándose: 1 . ' Deben alcanzar á gran distancia para que ocasionen mayor estrago en
los enemigos, consistiendo en esto la ventaja
de los cañones, de los mosquetes, de los trabucos, de los pedreros, etc. 2." La fuerza del proyectil debe también tomarse en consideración,
y bajo este punto de vista, la artillería moderna lleva grandes ventajas á los arietes y á todas las máquinas de 'guerra de los antiguos.
•i/ Deben ser también de fácil manejo, de suerte que se pueda hacer uso de ellas en todos
tiempos; es decir, que sean fáciles de trasportar,
de dirigir, etc.
Respecto del modo de hacer la guerra, las
naciones han considerado el número, la fuerza
y valor de sus soldados como la medida del poder d e s ú s ejércitos. Para resolver sus diferencias se presentaban en batalla campal señalando el dia y sitio del combate; pero á estos ejércitos tan numerosos no se sabía aun ordenarlos,
después la experiencia hizo sentir los inconve-
nientes de unas m u c h e d u m b r e s tan embarazosas, y se redujo su n ú m e r o : entonces fué cuando se aprendió el arte de escoger ias posiciones
ventajosas, de hacer escaramuzas, c a m p a m e n tos, marchas y c o n t r a m a r c h a s , de establecer
las reservas, y ele valerse de retiradas verdaderas o u n g i d a s , etc., é i g u a l m e n t e la t á c t i c a , q u e
hizo t a m b i é n progresos considerables.
En la, j u v e n t u d de los imperios ilorece la
profesión militar, y después aparecen las letras,
las ciencias y las artos. En la época que sigue
i n m e d i a t a m e n t e á la anterior, las armas y las
artes liberales llorecen a ú n rentadas por a l g ú n
tiempo. En el período decadente de las naciones, las artes mecánicas y el comercio g o z a n el
honor y la preferencia. L a s letras tienen t a m bién su infancia, en q u e . por decirlo así. no
hacen más que balbucear. E n seguida viene su
j u v e n t u d , caracterizada por esa a b u n d a n c i a y
ese lujo de pensamiento y .expresiones que son
propios de esta edad. En.su época de m a d u r e z ,
ias ideas y el (estilo se abrevian y d e p u r a n , h a ciéndose por consiguiente más sólidos, a d q u i riendo por último en la vejez mayor brevedad,
y energía. 'Respecto do los aficionados á la filología que han ejercitado su pluma sobre el
asunto de que nos ocupamos, observaremos q u e
sus escritos no son más que un tejido de cuentos y consideraciones fútiles, que en un tratado tan serio como este no merecen ocupar un
lugar.
i-rs
INDICE
Piçincei.
l'i-,>].->-,> del lr;idn..­lor
I.­IV
'
1
h.Vrdud
3
î; - De la nisi.'i-l.'
III .—Di' In unidttd >!i­l ­^nOmU­nl.. cn !» Ì£i<­sh
msilana
IV. — D e la ventranza
*>
V.--I),.. la advor-idad
?'S
VI.­­Di' hi ilisiniiilacion y ci fiouimioaio
41
Vii. De |,>s (..idivs v de los liijus
4S
Vili. —Del iiiairimonio y del eciUaUo
52
IX. — He la cnvidia.
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X. — Del a r
Kì.~ Ile liw d.-sl'm.K elevai!..s V lì.' U*
iìgnìdades
TI
XII.—De | andaeia
-°
Xill.—I)'' liumlad nalural i'i ail<| n'irida
XIV. — D a la noMcza
''l
XV. — De los moline-, y sili»! vaeiaui.'s,
•'•'»
XVI —Ilei aleismo
Ili
XVII.— De la -i:persiie.i in
IH»
XVIII. — D e los vi Mes
12»
XIX. De ia sobenvea y del aile de tiiandar
p»
XX. —Dei eonsejo y de los t.\.it:Vj..s de 0>tado. ìli
XXI.—De la dilacmn v de la !•• atil ed eli ios i:e;l
w «
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XXII.—De laaslueiav de la soli!,-za
XXIII. —De. la la'MI prodriicia (lei <.<^<\-l •
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XXIV.—Do l.u innova.-ioaes
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X X V . — He la i'\|iei'a'ioi) en lus li •_; 11 e i i ) -;
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K X V l a al'eelae.ion de pnuleneia y de! maiieju que usan los alieinnados a i'onnalidades
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XXVI!. — D e la ainisl-ad
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XXVII!.—De los ^aslo,
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XXIX.•—Di' la verdadera yranckva de las naciones
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X X X . — D e la manera de conservar la salud
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XXX! —lie l.-i <.is¡ie.-lia
225
X X X II.—De laconversaeioo
22.S
XXMili - De 'as colonias (i rumiaciones di: pueble». 2H3
XXXIV.-IV las ric|neza>
21o
XXXV.—Sobre las profecías v oirás predicciunes.. 2.">»
XXXVi — D e [:i anibPion
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2.VI
X X X V II.—De earácler naloral ni los hombres
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X X X \'!i¡. — ¡) ],,.. liab¡'is y de la educaei.,::
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XXXIX. — D e la orama
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\!J. - De la ¡nvenlud v la vejez
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XI, I. — D e la I, -l!e/a. . .".
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X !!!!. —lie ¡a fealdad y >',,• l.i ileíonn'eJad
\ 1,1 V.— Cánsale raciono- sobre los j ardil le s
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VI,V. _|i,. |- iieífc<Mai-i'»nes, ii del arle de maliciar ION neuoclo
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XI VI.—pe *;„, .-í¡..ules v de les amares (b- un orden inferior. .
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XLVÍÍ.—De le-, proeuradeivs y de ios pretiMlls
,!ienles
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Xí/Vlli. — D e lo- eslu'liue-S
XI.¡X. - De la-, facciones y de los purlidos
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í . -pe !ns nodales y de la nbservncion de
las c u veuleiicia- sociales
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!.i - De ¡a alabanza.
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l.ll. -De la vanidad ó de la v.ma^loiia
Uí'.— De • -loria y la reputación
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l.IV - De i,,- debelas (le en pie/
I V — De !;. cblera
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!.VI.~De la» vidsiUules de la-osas
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