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DUELOS DEL ADOLESCENTE
ADOLESCENT MOURNING
María de los Angeles López Ortega.
Universidad La Salle Morelia. México
[email protected]
Adolescencia, Duelo, Psicoanálisis.
RESUMEN:
Este trabajo explica teóricamente los tres duelos por los cuales pasa el adolescente, basados en lo
expuesto por Armida Aberastury y Mauricio Knobel, 2010: el duelo por el cuerpo, por la identidad y
por los padres infantiles.
Para Freud (1917) el duelo es la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción
equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etcétera. Freud menciona que una vez que el objeto
amado no existe ya, la realidad demanda que la libido abandone todas sus relaciones con el mismo.
Este proceso le lleva tiempo a la persona, ya que primero experimenta negación, se observa que
antes de abandonar todas sus relaciones con el objeto, se lucha por recuperarlo, por evitar la
disolución de la relación, pero una vez que se han agotado los recursos es importante que la
persona abandone esta lucha. Se espera que el objeto perdido se sustituya por otro objeto una vez
pasado el proceso de duelo; pero de acuerdo a Freud, de no ser así se estaría ante una fijación al
objeto perdido que pudiera durar toda la vida.
Revisar el proceso de duelo de los adolescentes, puede explicar muchas de sus conductas durante
esta etapa y de esta manera comprenderlos y saberlos acompañar durante los cambios que vayan
experimentando ya sea como padres, maestros o profesionales de la salud mental.
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Definición de adolescencia desde una mirada psicoanalítica
Hablar de la adolescencia es referirse a una importante etapa de la vida que comprende muchos
cambios cruciales en la vida de todo ser humano.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE, 2001) la define como “edad que
sucede a la niñez y que transcurre desde la pubertad hasta el completo desarrollo del organismo”
(1)
La adolescencia es en palabras de Françoise Dolto (1990), “un estado que se prolonga según las
proyecciones que los jóvenes reciben de los adultos y según lo que la sociedad les impone como
límites de exploración” (2).
David Léo Levisky (2000) define a la adolescencia como “un proceso que ocurre durante el
desarrollo evolutivo del individuo caracterizado por una revolución psicosocial” (3).
Duelos del adolescente
El duelo puede definirse como la experiencia de una persona tras una pérdida o como el proceso de
adaptación a esa pérdida (4).
Para Freud (5) el duelo es la reacción a la pérdida de un ser amado o de una abstracción
equivalente: la patria, la libertad, el ideal, etcétera. Freud menciona que una vez que el objeto
amado no existe ya, la realidad demanda que la libido abandone todas sus relaciones con el mismo.
Este proceso le lleva tiempo a la persona, ya que primero experimenta negación, se observa que
antes de abandonar todas sus relaciones con el objeto, se lucha por recuperarlo, por evitar la
disolución de la relación, pero una vez que se han agotado los recursos es importante que la
persona abandone esta lucha. Se espera que el objeto perdido se sustituya por otro objeto una vez
pasado el proceso de duelo; pero que de acuerdo a Freud, de no ser así se estaría ante una fijación
al objeto perdido que pudiera durar toda la vida.
Se considera que el destete, primera experiencia de pérdida después del nacimiento, desencadena
un estado de duelo, que el niño trata de elaborar intentando rehacer el vínculos de otra manera, con
otra zona corporal de satisfacción (genital) y con otro objeto: el pene del padre que sustituirá, en la
fantasía, al pecho de la madre y con cuya inclusión se inicia la situación edípica triangular (6).
Silvia Tubert (7) dice que el crecimiento, la sexualidad, más que nunca suponen cambios violentos
ya que suponen temporalidad y por consiguiente, la existencia de la muerte, de la elaboración de
duelos por las pérdidas que se experimentan. Esta autora al respecto señala que la noción del
complejo de Edipo permite situar al ser humano como sujeto de la relación con sus padres. En la
adolescencia es crucial el enfrentamiento con la muerte, desde la sexualidad y en la sexualidad
misma; y esto es así tanto para el adolescente mismo, como para aquéllos que tienen una relación
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directa con él, como sus padres y la sociedad adulta en general, compartiendo el mismo proceso
histórico en el que una vez ocuparon el lugar del hijo. El enfrentamiento con la muerte, se vincula
con las pérdidas que supone la “metamorfosis sexual”; es decir, la pérdida de la imagen de sí
mismo, de la que el sujeto se defiende mediante la duplicación narcisista condenada a su vez al
fracaso, debido a la pérdida de la imagen del “niño ideal”, tanto para el adolescente como para los
padres; pérdida de los padres como sustento del ideal del yo infantil.
De acuerdo a Armida Aberastury y Mauricio Knobel (8), en su libro Adolescencia Normal, los
adolescentes elaboran tres duelos: por el cuerpo, la identidad y por los padres infantiles.
Jeanne Lampl-de Groot (9), habla también sobre los duelos difíciles duelos que lleva a cabo el
adolescente:
“The adolescent must bear not only the pain of losing love objects, of coping with the attending
mourning, and of revising old patterns of restriction and prohibition. In addition to all these hard
tasks, he must endure the narcissistic injuries caused by his selfesteem being shaken in its
fundamentals and therefore more or less lost”
Esta autora habla también de las heridas narcisistas que también aquejan a los adolescentes, se
pueden apreciar los rasgos altamente narcisistas que tienen los jóvenes, los cuales les permite
crecer, pero también los hacen sufrir y ese dolor se suma a las pérdidas que van experimentar poco
a poco.
El duelo por el cuerpo infantil
El duelo por el cuerpo infantil perdido consiste en que los adolecentes sienten sus cambios como
algo externo frente a los cual se encuentran como un espectador impotente de lo que está
ocurriendo dentro de su organismo (Aberastury y Knobel, 8).
Para Juan David Nasio (10) la adolescencia no es sólo una neurosis histérica ruidosa, sino un
proceso doloroso, lento, silencioso, subterráneo, debido a que implica un desprendimiento del
mundo infantil, va teniendo a cada segundo una pérdida de las células de la infancia hasta que llega
a la madurez, lo que le implica una nueva manera de amar al otro y la más importante que es
amarse a sí mismo.
Françoise Dolto (2), dice que durante la pubertad los adolescentes experimentan una falta de gracia
física y que se da más seguido entre los varones que entre las muchachas. Comienzan teniendo las
piernas largas, un desarrollo falta de armonía debido a que los miembros son desproporcionados. El
rostro también tiene sus transformaciones. Hay preocupación por la estatura (tan malo es
especialmente para las mujeres ser muy alta o muy pequeña). También hay malestar y problemas
por la silueta en el caso de las muchachas y el autor menciona que éstas buscan compensaciones
con aquello que les es contrario, por ejemplo, vistiendo exactamente lo que las hace parece aún
más fuertes, tales como pantalones de pana, tejanos, comiendo lo que más las engorda. La autora
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aclara que también haya algunas muy seductoras que pueden valorizarse, expresarse, en muchas
otras cosas además de la feminidad.
Peter Blos (11) también menciona que la vulnerabilidad emocional de la niña preadolescente se
manifiesta de dos maneras:
1.
En la atracción regresiva que la madre preedípica ejerce sobre la niña, reinstaurando así la
ambivalencia de las relaciones objetales primitivas (aunque esta manera tiene más que ver con el
duelo por los padres, que con el duelo por el cuerpo).
2.
La identidad bisexual típica en esta etapa, cuyo ejemplo más elocuente es la “marimacho”, la
niña preadolescente se identifica transitoriamente con el rol masculino, se vuelve hacia el padre y
huye de la madre.
Respecto a la forma de vestirse para parecer más fuertes, Dolto (2) dice que estas muchachas
desean vivir un tiempo neutro, ya que no quieren seducir a la manera de una mujer y que tampoco
quieren conquistar a la manera de los hombres.
Siguiendo con lo descripción que hacen Aberastury y Knobel (8) acerca del duelo por el cuerpo,
dicen que éste es doble: la del cuerpo de niño cuando los caracteres secundarios son evidentes y la
aparición de la menstruación en la niña y del semen en el varón les impone el testimonio de la
definición sexual y del rol que asumirán tanto en la unión con la pareja como en la procreación. Y
esto exige abandonar la doble fantasía de doble sexo que se encuentra implícita en los seres
humanos como consecuencia de la bisexualidad básica. Peter Blos (11) afirma que indudable que la
formación de la identidad femenina o masculina constituye una de las principales tareas de la
adolescencia.
Quizás esto último explique que ante el duelo de la pérdida del cuerpo de la infancia y al tener que
abandonar esa fantasía del doble sexo, una manera de poder llevar este cambio en el caso de las
mujeres sea vistiendo ropa considerada poco femenina, ropa que bien podría vestir también un
hombre, prendas que no resalten la nueva silueta (el busto, la cadera), mientras se resignan a los
cambios corporales experimentados.
Aberastury y Knobel (8) también señalan la aparición de una intensa actividad masturbatoria que se
acompañan de fantasías de unión.
Al respecto Peter Blos (11) menciona que en la prepubertad, con el aumento de la intensidad de las
presiones pulsionales, es habitual que el niño recurra a la masturbación y en el caso del varón es
innegable que por su misma naturaleza (erección) resulta consciente, mientras que en el caso de la
niña, la excitación genital se despierta de distintas maneras tales como los muslos apretados,
mediante la postura, pensamientos y fantasías, sin que use necesariamente las manos y a menudo
ésta no es consciente de sus prácticas ni del carácter erótico de éstas. La masturbación es una de
las muchas medidas utilizadas para el manejo de situaciones críticas de tensión. Los instintos
parciales tales como el sadismo, el masoquismo, el exhibicionismo y el voyeurismo, obtienen una
gratificación directa merced de las fantasías que acompañan o preceden a la masturbación. Cuando
estos instintos parciales están excesivamente arraigados o intensos, se conectan con la
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masturbación y
entonces las funciones yoicas se desarrollan pobremente, se les abandona con
facilidad o se contaminan con elementos sexuales.
Aberastury y Knobel (8) indican que la angustia y los estados de despersonalización que suelen
acompañar a la aparición del semen y a la menstruación, tienen el significado defensivo de no
aceptar que es en el propio cuerpo en el que se están dando esos cambios.
Sólo cuando el adolescente es capaz de aceptar simultáneamente los dos aspectos, el de niño y el
de adulto, puede empezar a aceptar en forma fluctuante los cambios de su cuerpo y comienza a
emerger su nueva identidad (8).
Elaborar el duelo lleva a la aceptación del rol que la pubertad le marca y durante esta labor, surgen
defensas cuyo fin es negar la pérdida de la infancia (8).
Duelo por los padres de la infancia
Dolto (12) menciona en su libro La imagen inconsciente del cuerpo, que varón o mujer, el niño se
fragiliza en el momento de la resolución del Edipo, porque, sin importar lo que haga, al varón no le
es posible seducir a la madre ni a la niña al padre, ya que estos dos adultos tienen sus deseos
ocupados por objetos sexuales que están en otra parte, el cónyuge o una persona ajena al hogar;
aunque no por ello ha disminuido la necesidad que aún tiene el niño de la protección de sus padres y
de que lo sostengan. La prohibición de su deseo genital en familia lo catapulta a un deseo de jugar
con otros niños de su edad, hacia amistades auxiliares con seres humanos de su sexo, marcados por
la misma dura prueba que él en relación con sus padres. Entre humanos del otro sexo, ansía
conquistar objetos de los que, enamorado, estará orgulloso de obtener familiaridades sensuales y
sexuales, y si es posible un amor compartido, pero entonces chocará con la rivalidad de los que su
mismo sexo por el mismo objeto.
Durante la etapa de la adolescencia se da un doble duelo, la del hijo por la pérdida de los padres de
la infancia y la de los papás que se da por la pérdida de la relación del sometimiento infantil que
tenían sus hijos.
Antes de llevar a cabo este duelo, se puede decir que ya se había pasado por una experiencia
también significativa: la pérdida original, es decir, la pérdida del pezón; la disponibilidad o posesión
de éste, representa la unidad primordial que constituye el punto de partida de toda pérdida, ya que
abarca la totalidad de la experiencia con respecto a la madre y la alimentación; incluyendo estímulos
sensoriales y esta experiencia primaria no se recupera aunque podrían reconocerse
formas
derivadas en el nivel de la repetición afectiva o la realización consciente en los preadolescentes (11).
Durante el periodo de latencia, el adolescente va progresivamente dejando de depender del apoyo
paterno para los sentimientos de valía y significación y los reemplaza por un sentido de
autovaloración derivado de los logros y del control que ganan la aprobación social y objetiva (13).
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Freud (14), en Tres ensayos para una teoría sexual, dice que simultáneamente al vencimiento y
repulsa de las fantasías incestuosas, tiene lugar una de las reacciones psíquicas más importantes y
también más dolorosa de la pubertad: la liberación del individuo de la autoridad de sus padres.
Blos (13) también afirma que la mujer lucha con relaciones de objeto más intensas durante su
adolescencia, y es por eso que se da una separación prolongada y dolorosa de la madre, la cual
constituye la tarea principal de la etapa de la preadolescencia. Esta separación permite la elección
de objeto.
Huerta (15) dice que desde el momento en que se da el desprendimiento de los padres y de las
figuras familiares, más cercanas de la infancia, se da pie da verdaderas crisis existenciales; pero
éstas son una condición del desarrollo en la pubertad.
El adolescente pretende “no sólo tener a los padres protectores y controladores, sino que
periódicamente se idealiza la relación con ellos, buscando un suministro continuo que en forma
imperiosa y urgente debe satisfacer las tendencias inmediatas, que aparentemente facilitarían el
logro de la independencia” (16).
El alejamiento que experimenta el adolescente en relación a los objetos familiares de la infancia es
una consecuencia más de las “deslibidinación del mundo externo” (Freud, citado por Blos,) (13).
Como se da una difusión de los instintos en relación con las representaciones de objeto, influye en el
comportamiento manifiesto del adolescente hacia los padres (o sustitutos), a través de los
mecanismos proyectivo-introyectivos; es decir, los introyectos “bueno” y “malo” se confunden con
los padres actuales y su conducta real.
De acuerdo a Anna Freud (17) muchos adolescentes pueden recurrir a la huida, en lugar de permitir
una gradual separación de sus padres, ante la ansiedad que les provoca el apego sus objetos
infantiles. Retiran la libido depositada en sus progenitores de manera repentina y completa. Y esta
separación drástica les produce un anhelo desesperado de compañía que consiguen transferir al
medio extrafamiliar, en el cual adoptan soluciones diversas, tales como: la libido más o menos sin
modificación en cuanto a forma, puede ser desplazada hacia substitutos parentales, sólo cuando
éstos sean diametralmente opuestos en todos sus aspectos a las figuras originales; es decir, en lo
personal, lo social y cultural; también podrían recaer en los líderes, que por lo general son personas
que encarnan ideales y que pertenecen a una generación intermedia entre la del adolescente y la de
sus papás: también se pueden dar vínculos apasionados con personas contemporáneas del mismo
sexo o del sexo opuesto (Anna Freud aclara que pueden ser amistades homosexuales o
heterosexuales) y también se puede dar la incorporación a grupos juveniles (conocidos como
“pandillas”). Independientemente de la solución elegida por el adolescente, ésta lo hará sentir libre y
le permitirá deleitarse con esa nueva sensación de independencia de los padres, a los que
probablemente ahora trate con indiferencia.
Anna Freud (17) explica que por un lado la orientación dada a la libido en las posibles soluciones que
da el adolescente para separarse de sus padres es en sí normal, por otro lado el repentino cambio,
el contraste buscado en la selección objetal y la fidelidad exagerada a esos nuevos vínculos, le
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otorgan un carácter defensivo y la autora aclara que esa conducta representa una precipitada
anticipación del crecimiento, más que un proceso normal de desarrollo.
La maestra Consuelo Huerta (15), en su tesis de maestría, titulada Adolescencia y grupalidad: un
enfoque psicoanalítico, dice que la relación con la madre, en particular, se vuelve “paradigmática” en
los vínculos amorosos que devendrán.
Peter Blos (13) advierte que durante la etapa de la postadolecencia, un bloqueo típico por el que
algunos podrían atravesar es la “fantasía de rescate”, que tiene que ver con la espera de que
solución a un conflicto puede ser aliviada o eliminada por completo por el arreglo de un medio
benéfico; es decir, la dependencia original del medio ambiente, especialmente la madre como
extinguidora de tensiones y la reguladora de autoestima, nunca ha sido abandonada; es decir, no se
dio por completo el duelo por los padres de la infancias, sino que la sobreevaluación por los padres
ha sido transferida al medio ambiente. Esta fantasía se refiere al deseo o esperanza de ser
rescatado por una persona, por circunstancias, por privilegios, por buena fortuna o suerte.
En el libro Chacun cherche un père (Cada quien busca un padre), del profesor Marcel Rufo (18), el
autor basándose en su práctica profesional, crea esta obra que habla sobre el lugar y el rol que
desempeña el padre. En el capítulo cuarto, titulado, Los héroes tienen la vida corta, discute que los
adolescentes tarde o temprano bajan al padre del pedestal en donde lo tenían, el papá deja de ser el
héroe, por lo tanto el hijo lo ataca, lo critica y le reprocha sus defectos. En el quinto capítulo,
Rivalidad y ambivalencia, manifiesta la necesidad que tiene un hijo de su padre, pero al mismo
tiempo habla de la admiración que al principio le tiene un hijo a su padre que luego se transforma
en una rivalidad entre ellos; el hijo quiere apropiarse de la fuerza y de sus competencias para ser
como su papá.
Así como los padres son necesarios para que en el retoño se instituya el complejo de Edipo, también
lo son para que el hijo salga de él y pueda acceder a la elección de objetos sexuales no incestuosos
ni parricidas, y a nuevos objetos vocacionales, más allá de los mandatos parentales (19).
La crisis sexual de la adolescencia está basada en la reorganización del erotismo bajo unas nuevas
leyes estructurales. Esta crisis trata de transformar una estructura infantil de funcionamiento erótico
en una estructura adulta del mismo (20).
Las transformaciones pulsionales producen en el orden objetal, la decepción de los objetos infantiles
que en la adolescencia no pueden ser completamente satisfactorios y la búsqueda de nuevos lazos
objetales (21).
A pesar de este duelo los adolescentes siguen necesitando de la aprobación de sus padres, necesitan
que éstos sigan siendo el puerto seguro al que se puedan acercar cuando necesiten palabras de
aliento, necesitan de su presencia física y emocionalmente (22).
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Duelo por el rol y la identidad infantil
El adolescente se ve obligado a renunciar a la dependencia y no le queda más remedio que aceptar
responsabilidades que le eran desconocidas.
Rosenthal y Knobel (16)
mencionan que durante la infancia el niño acepta su impotencia y la
necesidad de que otros se hagan cargo de cierto tipo de funciones yoicas, y además su yo se va
enriqueciendo mediante el proceso de proyección e introyección que configura la identificación. Pero
durante la adolescencia se da una confusión de roles, debido a que ya no es posible mantener la
dependencia infantil pero al mismo tiempo no se puede asumir la independencia adulta, el
adolescente sufre un fracaso de personificación y es así como éste delega en el grupo gran parte de
sus atribuciones, y en los padres, la mayoría de las obligaciones y responsabilidades. Aparece la
típica irresponsabilidad del adolescente, él ya nada tiene que ver con nada y son los otros los que se
hacen cargo del principio de realidad. Otra característica típica es la falta de carácter, una constante
desconsideración por seres y cosas del mundo real hace que todas las relaciones objetales de los
adolescentes adquieran un carácter, lo que explica la inestabilidad afectiva del adolescente, sus
crisis pasionales y sus brotes de indiferencia absoluta.
Lehalle (21) señala que las identificaciones parentales se muestran insuficientes ya que se ha
producido el duelo de las imágenes parentales y la superación del nexo objetal infantil, por lo que
haya que superar, por una parte, las antiguas identificaciones pero, por otro lado, esas
identificaciones antiguas constituyen la persona, de ahí el sentimiento de extrañeza con respecto de
uno mismo y la necesidad de una nueva construcción individual.
Asimismo Rosenthal y Knobel (16) explican que durante la adolescencia se van dando cambios
continuos, a través de los cuales se establece la identidad del joven; lo mecanismos de negación del
duelo y de identificación proyectiva con sus coetáneos y con sus padres, pasa por periodos de
confusión de identidad. El pensamiento comienza a funcionar de acuerdo con las características
grupales, lo que permite mayor estabilidad gracias al apoyo y al agrandamiento que significa el yo
de los demás, con el que el sujeto se identifica.
Conclusiones
La elaboración del proceso de duelo es esencial para el logro gradual de la liberación del objeto
perdido; requiere tiempo y repetición. En la adolescencia la separación de los padres edípicos es un
proceso doloroso que únicamente puede lograrse gradualmente. La etapa narcisista de los
adolescentes no sólo es una acción demoradora o apoyadora causada por repugnancia para
renunciar definitivamente a los objetos tempranos de amor, sino que también representa una etapa
positiva en el proceso de desprendimiento (23).
La necesidad que se apodera del adolescente de dejar de ser “a través de” los padres para llegar a
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ser él mismo requiere el abandono de la imagen tan idealizada y arcaica parental, para encontrar
ideales nuevos en otras figuras (19).
Durante la pubertad, la madurez gonadal y el consecuente cambio genital, hacen que el sistema se
desborde en sensaciones inusuales, encontrando un Yo preparado de manera inmadura para este
evento. Por la tanto, la irrupción en el cuerpo y en su representación mental de este nuevo
erotismo, crea una situación de severo desbalance que conlleva sorpresa, ambivalencia, confusión,
altos niveles de excitación contenida y angustia (20).
Melgoza Magaña (24) dice que el adolescente, debido a su edad y proceso biológico, tiene que
desinvestir al objeto amoroso original e investir a uno nuevo sexual, pero tiene miedo de no ser
aceptado por este último, lo que le puede causar mucha angustia. Aunque a su vez, el noviazgo es
una alternativa a la que puede recurrir el adolescente para disminuir la ansiedad que le provoca el
proceso de separación-individuación.
Lentamente el erotismo se va centrando en la zona genital, lo que se convierte en una zona de
interés para el adolescente, quien tiene la necesidad de masturbarse. El adolescente puberal con
frecuencia
no
puede
registrar
adecuadamente
sus
sensaciones
y
afectos
y
los
traduce
equivocadamente: el miedo en rabia, la angustia en irritabilidad, la envidia en persecución, etc.
(20).
Erik H. Erikson (25) afirma que la adolescencia y el aprendizaje que cada vez son más prolongados
en los últimos años de la escuela secundaria y los años de universidad pueden verse, como una
moratoria psicosocial: un periodo de maduración sexual y cognitiva, y sin embargo, una
postergación sancionada del compromiso definitivo. También el autor afirma que esto proporciona
una relativa libertad para la experimentación de roles, incluida la que se realiza con los roles de
sexo, muy significativa para la autorrenovación adaptativa de la sociedad.
Nasio (10) dice que el adolescente debe perder el cuerpo de niño y su universo familiar, conservar lo
que sintió, percibió en su infancia y conquistar la vida adulta, todo lo anterior lo tiene que hacer a la
vez.
La adolescencia es una etapa de cambios, cada persona lo vive de manera distinta, implica pérdidas,
lo cual puede llevar a una crisis, pero que a su vez permite alcanzar la madurez, la cual es
importante para llegar la adultez plena.
Los adultos necesitan ser pacientes, amorosos y comprensivos con los cambios que van teniendo los
jóvenes; los duelos traen necesariamente altibajos emocionales, pero también una gran oportunidad
de crecimiento.
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