10 de agosto - Autores Catolicos

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10 de agosto
Fiesta de san Lorenzo, diácono y
mártir
Juan 12, 24-26
“Si la semilla muere, da fruto”
Dios nuestro, que hiciste resplandecer al diácono san
Lorenzo por su fidelidad al servicio de los demás y su glorioso
martirio, concédenos, por su intercesión, amar a Cristo como él
lo amó y servirlo en los hermanos. Por nuestro Señor
Jesucristo...
2 Corintios 9, 6-10 Dios ama al generoso
Salmo responsorial 111 Dichoso el hombre honrado, que se
compadece y presta.
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Yo les
aseguro que si el grano de
trigo sembrado en la tierra,
no
muere,
queda
infecundo; pero si muere,
producirá mucho fruto. El
que se ama a sí mismo, se
pierde; el que se aborrece
a sí mismo en este mundo,
se asegura
para la vida
eterna.
El
que
quiera
servirme que me siga, para
que donde yo esté, también
esté mi servidor. El que me
sirve será honrado por mi
Padre”
San Lorenzo, diácono y mártir
Su nombre significa: "coronado de laurel".
Lorenzo era uno de los siete diáconos de Roma, o sea uno de los
siete hombres de confianza del Sumo Pontífice Su oficio era de
gran responsabilidad, pues estaba encargado de distribuir las
ayudas a los pobres. En el año 257 el emperador Valeriano
publicó un decreto de persecución en el cual ordenaba que todo
el que se declarara cristiano sería condenado a muerte. El 6 de
agosto el Papa San Sixto estaba celebrando la santa Misa en un
cementerio de Roma cuando fue asesinado junto con cuatro de
sus diáconos por la policía del emperador. Cuatro días después
fue martirizado su diácono San Lorenzo. Antes de morir recogió
todos los dineros y demás bienes que la Iglesia tenía en Roma y
los repartió entre los pobres. Y vendió los cálices de oro,
copones y candeleros valiosos, y el dinero lo dio a las gentes
más necesitadas. Ante la exigencia del alcalde para que le
entregara todos los tesoros, Lorenzo reunió a todos los pobres,
enfermos y menesterosos. Llamó al alcalde diciéndole: "Ya
tengo reunidos todos los tesoros de la iglesia. Le aseguro que
son más valiosos que los que posee el emperador" ¡Estos son
los tesoros más apreciados de la iglesia de Cristo!" El alcalde
rabioso hizo calentar una parrilla de hierro y ahí acostaron al
diácono Lorenzo. San Agustín dice que el gran deseo que el
mártir tenía de ir junto a Cristo le hacía no darle importancia a
los dolores de esa tortura. Después de un rato de estarse
quemando en la parrilla ardiendo el mártir dijo al juez: "Ya estoy
asado por un lado. Ahora que me vuelvan hacia el otro lado para
quedar asado por completo". El verdugo mandó que lo voltearan
y así se quemó por completo. Cuando sintió que ya estaba
completamente asado exclamó: "La carne ya está lista, pueden
comer". Y con una tranquilidad que nadie había imaginado rezó
por la conversión de Roma y la difusión de la religión de Cristo
en todo el mundo, y exhaló su último suspiro. Era el 10 de
agosto del año 258.
En nosotros, muy apegados a esta tierra, el tema de la
muerte es un verdadero tabú. Nos alejamos de todo lo que sea
muerte, sufrimiento y hasta decimos “Cancelado” como palabra
mágica y supersticiosa para vivir en la prosperidad. Y hoy, el
Señor Jesús nos enseña: “Yo les aseguro que si el grano de
trigo sembrado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si
muere, producirá mucho fruto” No es morir por morir en una
forma masoquista o cosa parecida. Es saber vivir, lo que más
importa a los ojos de Dios. Claro, que quien vive mal y hace mal
debe estar muy preocupado con su final. Pero quien vive en las
manos de Dios y vive en el bien, tendrá por delante el dolor,
pero mantendrá la paz para ser verdadera semilla que muere
para dar buen fruto.
Nosotros, al igual que la comunidad de Corintio, no
podemos entender la muerte de Cristo. Ellos no podían ver la
más grande manifestación del amor de Dios en la muerte y
resurrección de Cristo. Nosotros celebramos la semana santa
pero sin comprender el alcance de ese morir de Cristo por
nosotros. Pero, para comprender esto es necesario estar en
sintonía con la propuesta del evangelio y estar dispuesto a
entregar la vida por el reino de Dios en cada momento de la
existencia. La vida de Jesús fue precisamente una entrega total
y generosa. Cayó como semilla buena en el surco de la vida y
produjo frutos abundantes. No retuvo su vida para sí. La entrego
completamente en favor de sus amigos y de la humanidad. Esta
entrega generosa hace de la vida de Jesús y de la vida de sus
seguidores -entre los cuales contamos a Lorenzo-, una buena
cosecha que produce abundantes buenas obras.
Esa cosecha se verá, no tanto al final, sino en cada
situación que nos toque enfrentar. Pues tenemos derecho a
sembrar, pero no a recoger. Aunque es mentira aquello, de que
uno no sabe para quien va a trabajar. Quien siembra deja
recoger. La felicidad no consiste en buscar alocadamente algo
mejor. Sino, que es y será, la vivencia del amor de Dios en cada
uno.
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