Fecha: jueves 1 julio 2010 Ponentes: Rodolfo Mederos, Silvio Rodríguez Relator: Paula Marcela Moreno, Ministra de cultura de Colombia RELATO Laura Gutiérrez El Quijote porteño Alto, flaco, de pelo blanco y barba frondosa. En lugar de lanza en la mano y de bacía de barbero cabeza, un bandoneón y un tango cadente. Cabalgando en melodías lleva a cabo su lucha sentado, con el instrumento en las rodillas, como si cargara a un niño pequeño y sabio. No existen más que él y el bandoneón cuando está tocando, y al igual que el héroe alienado, al ritmo de sus aventuras es capaz de generar realidades para su lucha caballeresca. El bandoneón parece tener la capacidad de expresar inarticuladamente una visión de mundo en el que Rodolfo Mederos, justifica sus riñas épicas y solitarias. En las melodías melancólicas, al igual que el quijote en sus aventuras, procura una fusión entre los ideales trascendentales de su arte y la realidad cotidiana en que éste se materializa. Como la lanza, su instrumento es filoso y se entierra en el corazón de quienes presencian sus batallas. No necesita la electricidad, su instrumento tiene vida propia: se hincha respirando, como una extensión de su cuerpo, y lo transporta por los mundos que elucubra. Por eso podría llamarse también Dulcinea este jamelgo que relincha con nostalgia No va éste héroe de la pampa contra molinos de viento, sus enemigos son gigantes sin cabeza que arrasan con la memoria. Lucha con ataduras reales, que sin embargo, no son tan evidentes. Lucha con la industria mordaz “que mercadea todo brutal y sutilmente”. Se defiende con el bandoneón, porque éste responde a su propia identidad argentina, porque además es fuente de vida del tango, aquella música libre e incorruptible que prefiere el olvido y los rincones oscuros a empeñar su carácter y su libertad. Por eso, como el Quijote y sus epopeyas literarias, da vida al tango, como lo haría el hidalgo con las novelas de caballería, y de la misma manera que éstas aventuras escribieron la historia del hombre de la mancha, el tango se constituye en la banda sonora de la existencia de Mederos. La música es su doncella, es quien justifica sus gestas y a la que entrega su vida. Una doncella que no debe ser manoseada y que merece el más espiritual y refinado trato. La música debe ser rescatada, no de un dragón, sino de aquella idea que la encasilla en la idea de entretención y espectáculo. Por eso con sensualidad casi delicada, pulsa el bandoneón y lo hace expandirse y contraerse, en un puro acto de amor y de respeto, al mejor estilo de un valeroso y enamorado caballero. La música como el amor, duele, transforma, cambia la vida y la llena de sentido. Sin embargo a éste Quijote porteño, que habla ardientemente de libertades, tradiciones memoria y actos heroicos, es difícil no tomárselo enserio, porque si todos sus argumentos no fueran bastante, su lanza, su jinete, su Dulcinea, justifica la búsqueda de un destino humanizado y definitivo.