DEONTOLOGIA PRACTICA (II) Miguel Albertí Amengual Presidente

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DEONTOLOGIA PRACTICA (II)
Miguel Albertí Amengual
Presidente de la Comisión Deontológica.
El Abogado-Testigo
De un tiempo a esta parte se han venido planteando una serie de consultas en relación a cómo
afecta el deber de secreto profesional al abogado que, sin ser letrado de ninguna de las partes
en el proceso, es citado como testigo.
En primer lugar, debe señalarse que, como cualquier otro ciudadano, tiene el deber inexcusable
de comparecer a presencia judicial, atendiendo a las citaciones o requerimientos emanados de
cualesquiera instancias judiciales, so pena de incurrir en la correspondiente responsabilidad en
caso de incomparecencia.
Cumplido lo anterior, las dudas surgen en la forma en que el abogado deberá hacer valer el
derecho-deber del secreto profesional en relación a aquellos hechos sobre los que vaya a ser
interrogado y que le hayan sido confiados, precisamente, como consecuencia de su ejercicio
profesional como abogado.
Como principio general, debe partirse de que el derecho-deber del secreto profesional es
absoluto, viniendo establecido en art. 542.3 de la L.O.P.J., al señalar que “Los abogados
deberán guardar secreto de todos los hechos o noticias de que conozcan por razón de
cualquiera de las modalidades de su actuación profesional, no pudiendo ser obligados a
declarar sobre los mismos”. Asimismo, tal principio se recoge en la normativa colegial en los
arts. 32.1 del Estatuto General de la Abogacía Española y 30 de los Estatutos del ICAIB, que
reproducen de forma prácticamente literal lo dispuesto en la citada L.O.
Ahora bien, la claridad de los mencionados preceptos se ha visto desgraciadamente enturbiada
por el actual tratamiento del secreto profesional en la Ley de Enjuiciamiento Civil, que sufrió
una importante modificación con ocasión de la aprobación de la Ley 1/2000, de 7 de enero,
sobre Enjuiciamiento Civil, al pasar del principio absoluto de inhabilidad del letrado para prestar
declaración en relación a todos los temas que conociese por razón de su profesión (antiguo art.
1247 del Código Civil, ya derogado), a una regulación mucho más incierta y confusa.
Así, el actual art. 371.1 de la L.E.C., bajo el epígrafe “Testigos con deber de guardar secreto”,
establece que “Cuando, por su estado o profesión, el testigo tenga el deber de guardar secreto
respecto de hechos por los que se le interrogue, lo manifestará razonadamente y el tribunal,
considerando el fundamento de la negativa a declarar, resolverá, mediante providencia, lo que
proceda en Derecho. Si el testigo quedare liberado de responder, se hará constar así en el
acta”.
Al analizar la concreta cuestión de las declaraciones testificales de los abogados en los procesos
civiles, y dando por sentado que el letrado podrá declarar libremente sobre aquellos hechos
controvertidos cuyo conocimiento reservado no hubiera adquirido en el ejercicio de la profesión,
la primera conclusión a la que se llega, vista la regulación del artículo 371.1 antes citado, es la
de que si los hechos por los que se interroga al Letrado están afectados por su deber de
secreto así lo debe manifestar razonadamente ante el Tribunal. Y ello nos lleva directamente a
una primera duda, cual es la de si el Letrado debe manifestar que se atiene al secreto
profesional con carácter previo al inicio de la prueba o en relación a cada una de las cuestiones
concretas que se le vayan planteando en el interrogatorio.
Dejando al margen a algunos autores que opinan que no resulta de aplicación a nuestro
colectivo el citado precepto procesal, parece que la postura más racional y ajustada al tenor
literal del artículo analizado es la de que el Letrado, respetuosamente, debe advertir de la
posibilidad de tenerse que acoger al secreto profesional al responder a las denominadas
“generales de la ley” y en el momento de prestar juramento o promesa. De otra forma, la
apelación al secreto de forma genérica y antes de conocer las concretas preguntas que se le
formulan, podría suponer, de hecho, una negativa injustificada a declarar, no amparada por la
Ley.
Seguidamente, ante cada cuestión o pregunta que se le plantee, se pueden dar dos situaciones:
que sea el propio Juez o Tribunal el que, “motu proprio”, declare la improcedencia de la
pregunta al entender que la misma está afectada por el secreto profesional. O que, no
estimando el Juez la impertinencia, sea el Letrado el que manifieste y mantenga su deber de
guardar secreto respecto de una o varias preguntas, dándose la circunstancia de que,
considerándose dispensado o impedido de contestar, con base y fundamento en el secreto
profesional, el Juez, tras escuchar lo que razonadamente le manifieste el Letrado, le inste a que
declare sobre tales hechos o preguntas concretas.
Ante la segunda de las situaciones, el interrogante capital que surge, a la vista de la dicción “el
tribunal, considerando el fundamento de la negativa a declarar, resolverá, mediante
providencia, lo que proceda en Derecho”, es la de a quién corresponde en último término
determinar si tal o cual hecho sobre el que se le pregunta está cubierto por la obligación de
guardar secreto profesional, ya que ha llegado a su conocimiento como consecuencia de su
actuación como Abogado.
Y la respuesta que la Junta de Gobierno del ICAIB ha venido dando a tal interrogante no ha
sido otra que la de considerar que la decisión de no contestar a una o varias preguntas por
estar vinculado por el secreto profesional corresponde únicamente al Abogado, que deberá
motivarlo sucintamente y, si es así, recibirá el amparo colegial en la decisión de negarse a
contestar (art. 41 E.G.A.E.), puesto que el secreto profesional es uno de los valores
indeclinables de la Abogacía y su preservación está en los fundamentos de los artículos 18 y 24
de la Constitución española, resultando que el alcance del secreto y del derecho-deber que
implica para el letrado sólo puede ser valorado, en última instancia y en conciencia, por éste.
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