Rincones de la Historia 247 derse. Gritaban los mendigos, frailes mendicantes y predicadores; gritaban los titiriteros y explotadores de animales amaestrados; gritaba, requiriendo atención con una campanilla, el encargado de notificar los fallecimientos, pidiendo á deudos y amigos oraciones para el difunto; gritaban los soldados ó escuderos del noble caminante, reclamando paso al bridón de su señor; gritaban, con idéntico propósito, los sirvientes de la burguesa rica, que, montada en su hacanea, agitaba, con la gentil cabeza, los bucles natural ó artificialmente rubios, y el cendal de oro ó plata de su primoroso tocado, apartando con los codos el recamado surcot para lucir la gallardía del talle, que acusaba, indiscreta, ceñida túnica; gritaban los compradores, regateando acalorados horas enteras ó discutiendo con el pesador de monedas ó el sórdido banquero judío que las cambiaba; gritaban, en fin, para entenderse, los sesudos magistrados de la ciudad, departiendo á lomos de sus pacíficas muías ó despidiéndose á la puerta de sus arquitectónicas viviendas y mostrando al apearse la gravedad de su empaque, á la cual contribuía no poco el rico cinturón de la bien obrada y repleta escarcela, dibujando la solemne silueta de su abdomen. En ias alegres habitaciones interiores, con luces al patio central, empedrado y provisto de un pozo, ó á la huerta-jardín, por lo común vasta y bien cultivada, las damas y doncellas de la burguesía, rodeadas de muebles todavía no confortabíes pero ya artísticos: camas bajas de elevados doseles, sillas de tijera con muelles cojines, tapices bordados y vidrios decolores, alternaban las faenas domésticas, por ellas siempre realizadas ó presididas, con amables pasatiempos, como la jardinería, el bordado ó la música, ó cambiando con amigas y vecinas murmuraciones, noticias y acertijos. Los niños, cuando no eran amamantados por sus madres, se enviaban á criar á alguna aldea vecina, y los adolescentes, mientras llegaban á edad que les permitiera continuar en su profesión la rara vez interrumpida tradición familiar, distraían sus constantes ocios, no amargados entonces por la perspectiva ó el recuerdo del hoy inevitable abecedario, jugando á la cometa, al higuí, al volante, á la pelota, á las canicas, al columpio, al salto por el aro, ó á los zancos, cuando no se ejercita^ ban en la lucha á brazo, sobre el suelo ó á hombros de personas mayores (1), ó cuando no entraba en la casa el vendedor de barquillos (lo cual sólo en las de judíos se les prohibía) para jugar con ellos á los dados sus golosinas (2). (1) Strutt: The Sports and Pastimes of England. ,(2) Etienne Boileau: Livre des metiérs; pág. 35o de la edición Depping.