Poemas de Héctor Vera Tu armadura rodante, calcinada y estática

Anuncio
Poemas de Héctor Vera
A pocas horas de tu trágica partida,
de tu cruel asesinato,
pedimos a Dios reciba tu noble alma
Danilo Anderson.
Tu armadura rodante, calcinada y estática
logró verse desde la ventana cuadrada de luz
aquella noche de consternaciones.
Fue el aleteo de la mariposa,
y el estupor expandió su onda
que atravesó sin más, el alma de tu país.
Y nos hicimos tus hermanos de sangre
por ese horrendo milagro de piedad.
Y comenzamos a ver tu rostro joven
renaciendo de entre las llamas que te alejaron, sin el permiso debido.
Te ultrajaron, nos violaron, te arrebataron.
Ahora… eras.
Era tu estoica y humilde forma
levantada desde el silencio, arrancándole su mascara a la mentira.
Era tu mano, la mano de los caídos de aquel abril,
buscando los rostros sin nombre que te asesinaron desde entonces.
Eran los anhelos:
los tuyos, los nuestros,
los de la dama justa y ciega,
la que ahora, nuevamente embarrada de ignominia,
acompañas en esa sala de espera llamada esperanza.
126
http://laberinto.uma.es
Inmolado:
por tu ingenua forma,
por la cándida forma nuestra, casi suicida
por tu anomia estirpe valerosa,
sacrificado, abnegado, amoroso.
Y nos percatamos entonces, de tu acento de héroe.
Ha sido cegada apenas la carne que eras.
Una lágrima ha descendido, desde ti, desde todos, tan sólo una.
Te levantas ahora,
desde nosotros,
desde la inmensidad creadora del pueblo que somos
transformado en legión de ilusos
que gritaremos hasta acallarlos
más allá de la insustancial figura de la venganza,
con la voz de amor de tu cuerpo inerme y victorioso.
Héctor Vera
20 de noviembre de 2004
127
Poemas de Héctor Vera
Y BAJARON
Abril 13, 2002, sol en el cenit, sobre la cuarta estrella, sábado triste.
Primero fueron un rumor
una leve sustancia,
una llovizna de la nada
un pensamiento rumiado desde los cielos
una idea intranquila que martillaba
una duda que se balanceaba pendulante, de un extremo a otro de las mentes
un vaivén mágico de las almas.
Luego fueron una fe,
una sentencia irrevocable decidida a reconciliarse consigo misma,
derramándose indómita por las calles hasta hacerse presencia, cuerpos delirantes.
Los vi pasar frente a mí
bajando por el cauce seco del concreto
en chancletas, en zapatos de goma tapa amarilla o descalzos
boinas rojas, banderas al hombro, pancartas, Constituciones en mano,
puños al aire
era el paso indomable y redoblado de una conciencia superior llamada pueblo.
Y nos llamaron, y nos llamaron, y nos llamaron...
Mil veces llamaron
nos convocaron al rescate de la esperanza, nuevamente ultrajada y pisoteada.
Muchos no acudimos.
Algunos creyeron que eran saqueadores
otros, simplemente fuimos invadidos por el miedo.
Yo los vi caminar, trajeados con sus franelas rotas
pecho al viento
con el aspecto arruinado
con la infinita humildad de hasta siempre
pero con el rostro en alto de quien va en busca de algo que le fue arrebatado.
Y gritaban y gritaban y gritaban...
Con desesperado dolor gritaban:
“Tienen secuestrado al Presidente, es mentira que renunció, es mentira”
Yo los vi pasar delante de mí
pero la cobarde exhalación de la prudencia me dio su voz de alto
y me sumió en aquella tenebrosa turbación,
en la mórbida expresión del silencio.
No fui capaz de seguirlos
tan sólo pude darles desde lejos
128
http://laberinto.uma.es
el regalo de la mayor de mis sonrisas
y la efímera forma de las lágrimas.
Ellos eran la esperanza que marchaba como una danza llamada Libertad
siguiendo al fantasma de Santa Marta
desde la demencia que les gravita en la miseria
desde la inocencia que les brilla más allá de las cuencas vacías
desde la conciencia Simón
desde la locura Quijote
desde la inspiración Bolívar.
Y marcharon y marcharon y marcharon...
Desde los cuatro puntos
y desde las mismas entrañas de la tierra se levantaron en marcha.
Desde Baruta, desde Las Minas,
o desde el barrio sin ley de Santa Cruz
venían
aquellos que me cruzaron el alma.
Mas no eran los únicos, habían muchos más, miles, que sin yo saberlo
descendieron desde El Valle
y desde Catia, la morena
y desde el 23, la parroquia de los héroes anónimos
y desde Petare, la del caos cotidiano como el pan
y desde La Pastora, la bella olvidada
y desde todos los rincones de la rebelde amada Caracas de siempre.
Y levantaron una vez más
la cruz caída por aquel azar de misterios de hace dos siglos
y la llevaron a hombros
y dijeron patria, Venezuela Bolivariana bonita
y se negaron a perder el nombre.
Y confluyeron
como un río del tiempo
como un torrente de agua bendita vertido desde la pila de San Jacinto
hasta la casa de los fusiles, en llamado honroso al hermano de verde, perdido
o hasta la entrada del palacio del gobierno usurpador e ignominioso,
en frenética quejumbre
o hasta la ventana distante de los mundos,
salpicándoles con el testimonio irreverente de su rezo.
Y bajaron, y bajaron, y bajaron...
y salvaron la democracia.
Héctor Vera
27 de diciembre de 2002 al 09 de enero de 2003.
Héctor Vera es venezolano profesor de la Escuela de Matemáticas de la Universidad Metropolitana de Caracas (Venezuela).
129
Descargar