NARRATIVA MEDIEVAL (Textos) 1. Cantar de Mio Cid: continuación

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NARRATIVA MEDIEVAL (Textos)
1. Cantar de Mio Cid: continuación del texto de la pág. 34 de El Cid Campeador.
El Campeador adeliñó a su posada,
así como llegó a la puerta hallola bien cerrada,
por miedo del rey Alfonso que así la habían parada,
que si no la quebrantase por fuerza,
que no se la abriese nadie.
Los de mio Cid a altas voces llaman,
los de dentro
no les querían tornar palabra.
Aguijó mio Cid,
a la puerta se llegaba,
sacó el pie de la estribera, una herida le daba;
no se abre la puerta,
que bien era cerrada.
Una niña de nueve años,
a sus ojos se paraba:
─¡Ya, Campeador, en buena hora ceñiste espada!
El rey lo ha vedado,
anoche de él entró su carta
con gran secreto
y requetebién sellada.
No os osaremos
abrir ni acoger por nada;
si no, perderíamos
los haberes y las casas,
y además los ojos de las caras.
Cid, en nuestro mal
vos no ganáis nada,
mas el Creador os valga
con todas sus virtudes santas.
Esto la niña dijo
y tornose para su casa.
Ya lo ve el Cid, que del rey no tenía gracia;
partiose de la puerta, por Burgos aguijaba,
llegó a Santa María,
luego descabalga,
hincó los hinojos, de corazón rogaba.
2. Cantar de Mio Cid: episodio del león (comienzo del “Cantar de la afrenta de
Corpes”)
En Valencia, con los suyos, el Cid permaneció,
estaban también sus yernos, los infantes de Carrión.
Un día, en un escaño, dormía el Campeador;
un mal accidente sabed que les ocurrió:
saliose de la jaula, y quedó libre un león.
A todos los presentes les asaltó gran temor;
se ponen el manto al brazo los del Campeador,
y rodean el escaño protegiendo a su señor.
Fernán González, infante de Carrión,
no halló donde subirse, ni abierta alguna habitación;
se escondió bajo el escaño: tanto era su pavor.
Diego González por una puerta salió,
diciendo a grandes gritos: «¡Ya no veré más Carrión!»
Tras una viga lagar se metió con gran pavor;
el manto y el brial muy sucios los sacó.
En esto, despertó el que en buena hora nació.
El escaño rodeado de sus guerreros vio.
─¿Qué ocurre, caballeros, por qué esta alteración?
─Sucede, señor honrado, que un susto nos dio el león.
Hincó el codo mio Cid, tranquilo se levantó;
el manto traía al cuello, y se dirigió al león;
apenas lo vio este, gran vergüenza sitió.
Ante mio Cid, bajó la cabeza y el rostro hincó.
Mio Cid don Rodrigo del cuello lo tomó,
llevándolo de su mano, a la jaula lo volvió.
Todos asombrados quedan al ver a su señor,
y al palacio retornan loando su valor.
Mio Cid por sus yernos preguntó y no los halló;
aunque los llamó a altas voces, ninguno respondió.
Cuando los encontraron, estaban sin color;
nunca hubo tal rechifla como la que allí se armó,
pero ordenó que cesara mio Cid el Campeador.
Muchos tuvieron por deshonrados a los infantes de Carrión,
se sienten humillados por lo que aconteció.
3. Gonzalo de Berceo: Milagros de Nuestra Señora (“Introducción”), s. XIII
Amigos y vasallos de Dios omnipotente,
si escucharme quisierais de grado atentamente
yo os querría contar un suceso excelente:
al cabo lo veréis tal, verdaderamente.
Yo, el maestro Gonzalo de Berceo llamado,
yendo en romería acaecí en un prado
verde, y bien sencillo, de flores bien poblado,
lugar apetecible para el hombre cansado.
Daban olor soberbio las flores bien olientes,
refrescaban al par las caras y las mentes;
manaban cada canto fuentes claras corrientes,
en verano bien frías, en invierno calientes.
Gran abundancia había de buenas arboledas,
higueras y granados, perales, manzanedas,
y muchas otras frutas de diversas monedas,
pero no las había ni podridas ni acedas.
La verdura del prado, el olor de las flores,
las sombras de los árboles de templados sabores
refrescáronme todo, y perdí los sudores:
podría vivir el hombre con aquellos olores. […]
A la sombra yaciendo perdí todos cuidados,
y oí sones de aves dulces y modulados:
nunca oyó ningún hombre órganos más templados
ni que formar pudiesen sones más acordados.
El prado que yo os digo tenía otra bondad:
por calor ni por frío perdía su beldad,
estaba siempre verde toda su integridad,
no ajaba su verdura ninguna tempestad. […]
Amigos y señores: lo que dicho tenemos
es oscura palabra: exponerla queremos.
Quitemos la corteza, en el meollo entramos,
tomemos lo de dentro, los de fuera dejemos.
Todos cuantos vivimos y sobre pies andamos
─aunque acaso en prisión o en un lecho yazgamos─
todos somos romeros que en un camino andamos:
esto dice San Pedro, por él os lo probamos.
Mientras aquí vivimos, en ajeno moramos;
la morada durable arriba la esperamos,
y nuestra romería solamente acabamos
cuando hacia el paraíso nuestras almas enviamos.
En esta romería tenemos un buen prado
en que encuentra refugio el romero cansado:
es la Virgen Gloriosa, madre del buen criado
del cual otro ninguno igual no fue encontrado.
Este prado fue siempre verde en honestidad,
porque nunca hubo mácula en su virginidad;
post partum et in partu fue Virgen de verdad,
ilesa e incorrupta toda su integridad.
Las cuatro fuentes claras que del prado manaban
nuestros cuatro evangelios, eso significaban:
que los evangelistas, los que los redactaban,
cuando los escribían, con la Virgen hablaban. […]
La sombra de los árboles, buena, dulce y sanía,
donde encuentra refugio toda la romería,
muestra las oraciones que hace Santa María,
que por los pecadores ruega noche y día. […]
Los árboles que hacen sombra dulce y donosa
son los santos milagros que hace la Gloriosa,
que son mucho más dulce que la azúcar sabrosa,
la que dan al enfermo en la cuita rabiosa.
Y las aves que organan entre esos frutales,
que tienen dulces voces, dicen cantos leales,
esos son Agustín, Gregorio y otros tales,
todos los que escribieron de sus hechos reales. […]
Volvamos a las flores que componen el prado,
que lo hacen hermoso, apuesto y tan templado:
las flores son los hombres que dan en el dictado
a la Virgo María, madre del buen criado.
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