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Yo siempre me paso a la cama de mis papás. Me paso en la mañana para despertarlos y ellos reniegan:
—Déjame dormir. Anoche me acosté tarde —dice mi
papá.
—Ay, Dios, ya son las siete y me muero de sueño
—dice mi mamá.
Como yo quiero jugar, me la agarro con mi papi:
—Una peleíta. No seas flojo.
Pero él, ni caso:
—No he dormido nada. ¡Vete al colegio!
Entonces salgo de la cama todo molesto:
—¡Y tú, anda al trabajo! —le digo y le jalo la colcha.
Bien de noche también me paso a la cama de ellos. Me
despierto, corro a hacer pichi y después me acomodo en el medio. Ahí me acurruco y me duermo.
Al otro día también se despiertan renegando:
—He dormido toda torcida —dice mi mami.
—¡Caramba, me duele el brazo por tu culpa! —se queja
mi papi.
Ninguno de los dos comprende que me encanta dormir
con ellos. Sobre todo con mi mami, que ole rico y es blandita.
9
La otra noche, apenas entré a su cuarto, mi papi me dijo:
—¡Nooo, por favor!
Era bien tarde y él estaba medio dormido y no quería que
me metiera en su cama.
Entonces, tuve que regresarme.
Pasó un rato y empecé a arrastrame como una culebra.
Llegué a su cama y trepé despacio, pero él me sintió:
—¡Qué pasa, Joaquín! ¿Estás loco?
Entonces se me ocurrió decirle:
—Tengo miedo, pa. He soñado con mostros. ¿Me acompañas a mi cama?
—No…
—Sólo un ratito, pa.
—Está bien.
Nos fuimos a mi cama y le dije:
—Tú entra primero. Arrímate bastante para que me dejes
sitio.
Mi papá tenía tanto sueño, que me hizo caso y se tapó
hasta las orejas. Al ratito se quedó dormido.
Yo me fui a su cama y dormí bien apachurrado con mi
mami, sin que nadie me fastidie.
Al otro día, mi papi abrió los ojos y no se acordaba de
nada.
—¿Cómo he llegado acá? —le preguntó a mi mami cuando ella lo despertó.
Pero poco a poco se fue acordando y, cuando nos vimos
en el desayuno, me dijo:
—Eres un tramposín.
Yo me reí.
—No te rías, porque además he soñado con tus monstruos.
Yo me volví a reír.
—Después no te quejes…
10
Esa tarde mi papi fue a recogerme al colegio, pero me
hizo una cosa horrible.
Empezó a silbarme (como me llama siempre) y yo al toque miré a la puerta. Pero no estaba.
Al ratito escuché: «¡Chinchinga!» (así me dice por fastidiar). Y otra vez: «¡Chinchinga!». Yo miré a la puerta del salón,
después a la ventana. Pero no lo veía.
Volví a escuchar: «¡Chinchinga!». Entonces salí del salón
y sólo vi al vigilante. Le pregunté:
—¿Ha venido mi papá?
—No.
—¿Seguro?
—Seguro, y ya entra a tu salón.
Mi profesora había salido y se agachó para preguntarme:
—¿Qué ocurre, Joaquín? ¿Por qué has salido disparado?
—Es que mi papá ha venido a recogerme y no lo veo.
—¿Tu papá? —miró al vigilante y le preguntó—­: ¿Usted
lo ha visto?
—No he visto al señor.
—Pero si yo he escuchado su voz —dije.
—A lo mejor te ha parecido —me dijo la profesora.
—No, porque yo conozco su voz —y pensé: «Además,
nadie más me dice Chinchinga».
—Vamos al salón —me rogó la profesora.
—No, vamos a buscarlo, porque también me ha silbado.
—Cualquiera puede silbar —me dijo ella y se puso a silbar.
—No, porque así no silba mi papá —le dije casi llorando.
De la mano me llevó al salón. Yo me aguantaba, porque
había estado molesto al comienzo pero después me asusté.
Me asusté porque empezaba a creer que mi papi se había
vuelto invisible para siempre.
Cuando mi papi entró al salón, matándose de la risa, yo
ya había llorado bastante y me piqué.
—¿Y esos mocos? —me preguntó.
—Eres un malo. Ya no quiero que seas mi papá.
—Pero ha sido una broma —me dijo.
—¡No me gustan tus bromas!
—¿Y la que me hiciste anoche? —me preguntó.
Entonces comprendí que mi papi se había desquitado,
igual que un chiquito.
Pero yo soy el chiquito, así que tuve una idea buenaza…
En la noche mi papá llegó bien tarde. Apenas lo escuché,
fui a su cuarto. Mi mamá ni me sintió porque estaba seca.
Me escondí en el ropero. Yo me había disfrazado de momia con un montón de papel higiénico.
Después él entró. Por el filito de la puerta vi que se puso
el pijama y agarró su ropa para guardarla.
Cuando abrió la puerta del ropero, me vio.
—¡UAAAA! —grité bien terrorífico.
Entonces mi papá dio un salto y tiró su ropa al techo.
Yo volví a decir «¡UAAAA!» y me moví como si fuera una
momia de verdad.
Mi papi estaba tieso y blanco, como una cartulina.
—¡Casi me matas del susto, hijo!
—Sólo era una broma, pa —y me maté de risa.
—¡Qué sapo!
—Shhh —le hice y le señalé a mi mami que se movía en
la cama.
Sonrió, me abrazó fuerte. Después me dijo:
—Mejor ya no juguemos así.
—Está bien, pero…
—Pero ¿qué?
—¿Puedo dormir en tu cama? —le pregunté.
—¡Claro! —y nos metimos a la cama.
—Hasta mañana, pa…
—Hasta mañaaanaaa.
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Al otro día mi mami volteó para pasarnos la voz y al verme se puso a chillar como loca.
¡Pobre, se había asustado horrible! ¡Es que me había olvidado de quitarme la venda de la cabeza!
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