El tiempo, el implacable… Alfonso Vázquez * Porque el tiempo, el implacable, el que pasó, siempre una huella triste nos dejó. Pablo Milanés En todas las formaciones culturales se dan ciertos patrones, ciertos axiomas que forman parte de su estructura y que contribuyen a que la gente, actuando sobre la base de sus formas de aparición que disfrazan las estructuras subyacentes esenciales, reconstituye esas estructuras subyacentes. El concepto de tiempo no es, ni mucho menos, uno de los menos impactantes. El concepto del tiempo que domina nuestra sociedad desde hace unos cinco siglos, y que ha ido ganando terreno progresivamente, es el del tiempo Cronos, el tiempo de la medición horaria, del pulso idéntico del reloj de un minuto al otro. Pero esto nunca antes fue así: El tiempo venía definido por las estaciones, por la luz, por los maitines y las vísperas, por el ángelus, por los toques de retirada… Los relojes, en las diferentes culturas antiguas, eran más bien un adorno, un objeto científico, un instrumento lúdico… ¡nunca el acompañante fiel de nuestras pecheras o nuestras muñecas! Este concepto del tiempo, que es fruto y condicionante de la Modernidad, contiene un elemento de orden, de ordenación de conductas, costumbres y actitudes, que contribuye a la organización de actividades de todo tipo (productivas, sociales, familiares, educativas…) y, por expresarlo de manera burda, a su productividad. Pero contiene otro elemento, subyacente a este principio de ordenación, más difuso socialmente, menos evidente: Se trata del dominio (y, en cierto sentido, de la uniformización). En efecto, la organización social del tiempo determina qué debemos hacer en cada periodo (del día, de la semana, o de la vida…), de qué hora a qué hora, y qué resultado debemos esperar del seguimiento de este orden. Es el tiempo de la fábrica, de la máquina, de la cadena de producción, pero extensivo a toda forma social (salvo, en parte, las más privadas). Este dominio queda muy expuesto en el tratamiento que hace Foucault de los “lugares de encierro”: La familia, la escuela, el cuartel, la fábrica, el convento, el manicomio, la prisión… En palabras de Deleuze 1, “Foucault analizó muy bien el proyecto ideal de los lugares de encierro, particularmente visible en la fábrica: concentrar, repartir en el espacio, ordenar en el tiempo, componer en el espacio-tiempo una fuerza productiva cuyo efecto debe ser superior a la suma de las fuerzas elementales.” Así, en las “sociedades disciplinarias”, los signos del transcurrir monótono del tiempo marcan las * Alfonso Vázquez es Socio Director de Hobest y su fundador. Ha trabajado como consultor en decenas de organizaciones de sectores y actividades diversas, incluyendo centros educativos, facilitando procesos de transformación organizacional, desarrollo estratégico y cambio cultural. Su último libro es “Estrategias de la imaginación” (Granica, 2008) 1 G. Deleuze en “Posdata sobre las sociedades de control.” Septiembre 2013 Iraila hobest.edita 5 interrupciones, los cambios de actividad: La sirena de la fábrica, la campana que llama a clase, los toques de diana o retreta, el toque de recuento… Obviamente, nos socializamos en este concepto del tiempo (insistir que en otras sociedades este “tiempo” no existía como dominio) y lo consideramos “natural”, un componente de la naturaleza, y, por tanto, dado. Podemos discutir si hay que trabajar más o menos horas o si hay que dedicar más o menos horas a una asignatura, pero no discutimos, ni mucho menos nos adentramos en el concepto que estamos manejando (y que nos maneja), no reparamos en que es un constructo social, no natural. De esta forma, su función de dominio queda asegurada, toma carta de naturaleza, se convierte en esencia y no en forma. Pero, ¿hay otro tiempo que no sea Cronos? En la Antigua Grecia existían tres dioses del tiempo, o más precisamente, de los diferentes tiempos: • Cronos, el tiempo de la medida, de la repetición, el que va de la nada a la nada, y, no lo olvidemos, el que devora a sus hijos. • Aión, el tiempo circular, el del regreso del pasado y futuro sobre el presente, el del eterno retorno.2 • Kairós, el tiempo de la intensidad, el tiempo del Acontecimiento, el que interrumpe Cronos e introduce Aión. Nuestras sociedades modernas se han ido construyendo sobre la medida, con la absurda pretensión de que “sólo lo que se mide se puede gestionar”, de forma que Cronos ha devorado a los otros dos conceptos del tiempo (Aión y Kairós), con el resultado que hoy podemos contemplar: la conversión del tiempo en valor (o, más exactamente, precio: precio horario, mensual...) ha concluido en que todo viene referido al “equivalente universal”, al dinero, medida social por excelencia. Y ahora, vamos a preguntarnos: ¿Cuál es el tiempo de la educación? El desarrollo del capitalismo en su forma de “civilización industrial” ha ido imponiendo su lógica a todo el entramado social y, en consecuencia, a todo el entramado institucional. Uno de los pilares esenciales de esta lógica lo constituye la organización del tiempo como medida del valor, dividiendo tareas y espacios en función de la producción, estructurándolos sobre el tiempo de la máquina, sobre el tiempo abstracto. Es sólo de esta forma como podemos hablar de tiempos productivos y tiempos improductivos. Y no es una distinción menor el recordar que el tiempo de la reproducción (incluyendo la educación y socialización del niño en el hogar, generalmente a cargo de la madre) ha sido considerado como no productivo, con su correlato de no retribuido. Las instituciones educativas no han escapado a esta lógica: Se organizan, estructuran y son gestionadas en función del tiempo abstracto, bajo el dominio de Cronos. Si exceptuamos la educación primaria, podemos ver sin ninguna dificultad cómo toda la actividad educativa se estructura sobre la división de tareas (la “asignatura”, parcelación del conocimiento, reducción a “contenidos”) y la organización del tiempo y del espacio. 3 Esta estructura de organización y gestión no es neutra (ni tampoco natural), es un artefacto de dominio sobre lo que debe ser aprendido y sobre lo que no debe ser aprendido (al menos en la institución) y, más dañino todavía, 2 Sobre este tiempo y sus consecuencias filosóficas, puede verse G. Deleuze “Lógica del sentido.” Paidós (2005) 3 Para un desarrollo más amplio de este tema, el lector interesado puede consultar A. Vázquez “Lo que el trabajo esconde, lo que la educación revela.” en http://www.hobest.es/publicaciones/articulos-publicados/lo-que-el-trabajo-esconde-loque-la-educacion-revela 41 El tiempo, el implacable… www.hobest.es sobre cómo debe ser aprendido. Los “grados de libertad” de profesores y alumnos quedan gravemente restringidos, son “encajonados” en la lógica del tiempo abstracto. Y, por tanto, nada de extraño tiene que en las “reformas” educativas uno de los debates principales consista en cuántas horas se asignan a cada asignatura y en cómo se distribuye el tiempo entre diferentes contenidos. Es decir, es el tiempo el que determina la importancia oficial que se asigna a cada contenido. En mi recuerdo de mi ya lejana “etapa educativa”, quedan multitud de momentos, de cosas que sucedieron, de cómo escapé de la “enseñanza oficial” para adentrarme en los sótanos clandestinos de las librerías de la época buscando algo de luz para tratar de interpretar lo que ocurría, del descubrimiento al margen de lo institucionalizado. La institución, tiempo ocupado, pero tiempo que se vacía según pasa el tiempo, del que sólo nos va quedando lo que aconteció. Porque, en efecto, el tiempo del aprendizaje no puede ser el tiempo abstracto, el de la repetición interminable de lo mismo, convenientemente pautado y dosificado. No es Cronos. Aprendemos a través de los impactos de Kairós, de lo inesperado, del acontecimiento que interrumpe la normalidad, la norma, de la intensidad que una interrogación nos hace desplegar para descubrir su origen. Es decir, no es Cronos, donde una hora es idéntica a la siguiente y a la anterior, la pauta del aprendizaje, sino Kairós como interrupción, como interrogación para descubrir qué ha pasado, por qué ocurre lo que estamos vivenciando; es el instante, el ¡eureka!, como aprendimos de niños… Así pues, el tiempo de la educación no es ni natural ni neutral, sino que constituye una opción determinada, una opción entre otras posibles. Pero esta realidad queda velada en los discursos dominantes, muy particularmente en los institucionales, en los que se puede debatir sobre el uso (la gestión) del tiempo (de un tiempo) dedicado al “trabajo” educativo, pero no sobre el concepto de tiempo. En consecuencia, un tiempo (Cronos) devora a los otros tiempos, adquiere carta de naturaleza. Este velo, a su vez, oculta otra estructura subyacente: El dominio. Porque este aparente correlato entre educación y uso del tiempo contiene, al igual que en la producción, una estructura de dominio: Selección y distribución de contenidos, control sobre los espacios/tiempos, medición individualizada y colectiva de su uso, y, muy importante, determinación pautada de qué se aprende y qué no, y de qué forma se aprende. Dominio, pues, del significado del aprendizaje, del significado del enseñar, de su control. Sostengo, pues, que abordar la transformación de la educación pasa 'Saturno devora a un hijo', Goya. Saturno es necesariamente por repensar el concepto de tiempos y abordar su el equivalente romano del Cronos griego tratamiento y gestión de una forma completamente diferente a la habitual: Pasar del tiempo del dominio al tiempo de la liberación. Y así, hoy como ayer, sentenciar con Hamlet: “The time is out of joint”. 42