velas del corcovado: salidas y ausencias

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II SEMINARIO “CHILOÉ: HISTORIA DEL CONTACTO”
16, 17, y 18 de junio de 2010
VELAS DEL CORCOVADO: SALIDAS Y
AUSENCIAS
Paula de la Fuente Stranger
Antropóloga Social, Universidad de Chile
[email protected]
RESUMEN
Los guaitequeros eran navegantes chilotes, radicados en Chiloé y Melinka, que
viajaban en chalupas y chalupones veleros desde sus lugares de origen hacia “las Guaitecas”
en busca de los recursos de la islería: maderas, cholgas y pescados, y también pieles de gato
y lobo, entre otros. El punto de partida de la investigación es entender el viaje desde una
perspectiva amplia que considera una mirada de género, desde la cual se entiende que los
viajes no habrían estado circunscritos sólo a aquellos que efectivamente partían a trabajar
hacia el sur, sino que habrían involucrado a la comunidad toda. Así, el viaje se presenta
como un fenómeno compuesto por dos partes: la primera, actuada por los guaitequeros,
hombres adolescentes y adultos quienes realizaron los viajes; mientras que la segunda
correspondería a la cotidianidad de los familiares de éstos: mujeres, niños, niñas y adultos
mayores que permanecían en Chiloé y Melinka.
Explorar los viajes guaitequeros desde una mirada de género responde a un interés
de dar cuenta del viaje en tanto fenómeno sociocultural complejo -o tal vez un hecho social
total- que se enlaza con aspectos económicos, ambientales y simbólicos de las culturas
locales, incidiendo en la configuración de historias e identidades.
Palabras claves: viaje, género, distinciones regionales
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16, 17, y 18 de junio de 2010
BREVES SOBRE “VELAS DEL CORCOVADO”
Velas del Corcovado. Etnografía de rutas de los guaitequeros en el siglo XX1 es una
investigación etnográfica cuyos resultados se orientan a contribuir con la visibilización,
difusión y valoración de las historias, conocimientos y prácticas relacionados con los viajes
de los guaitequeros realizados durante el siglo XX2.
Los guaitequeros eran navegantes chilotes, radicados en Chiloé y Melinka, que
viajaban en chalupas y chalupones veleros desde sus lugares de origen hacia el sur, hacia
“las Guaitecas”. Iban en busca de los recursos que ahí había en abundancia: madera de
ciprés, cholgas, pescados, pieles de gato y lobo, entre otros.
El trabajo etnográfico tuvo lugar en Chiloé y Melinka, durante el mes de septiembre
de 2009, en éste se entrevistaron a cerca de 60 individuos, hombres y mujeres,
principalmente adultos mayores, vinculados con los viajes guaitequeros.
EL VIAJE EN DOS PARTES: UNA APROXIMACIÓN TEÓRICA
El punto de partida para abordar la investigación acerca de los guaitequeros es
entender el “viaje” desde una perspectiva amplia que considera una mirada de género. Este
concepto refiere a “la construcción social y cultural de las diferencias sexuales” (Montecino
2008:395), siendo central en la presente investigación la dimensión relacional de género, es
decir, que este concepto hace hincapié en “las relaciones entre mujeres y hombres
entendidas como construcciones culturales” (Stolcke 1996), en el sentido que “cuando
Proyecto FONDART N° 3302-0 (2009), Línea de Conservación y Promoción del Patrimonio Inmaterial,
Modalidad de Investigación. El proyecto fue realizado entre el 13 de agosto de 2009 al 2 de abril de 2010. El
proyecto fue ejecutado por Paula de la Fuente y los co-ejecutores Inés Figueroa (Licenciada en Antropología),
Pablo Zapata (Licenciado en Antropología), Andrea Ponce (Arqueóloga).
2 El producto de difusión de los resultados del proyecto es el relato Velas del Corcovado. Etnografía de Rutas de los
Guaitequeros en el Siglo XX, compuesto por tres capítulos: “Hacia las Guaitecas”, “Mujeres de Chiloé, Mujeres
de Melinka” y “Oreando la cholga, secando el pescado: el trabajo en las Guaitecas”, el cual fue transmitido
por la Radio Estrella del Mar en Chiloé, Palena, Futaleufú y Guaitecas, durante marzo y abril de 2010. La
realización de este relato contó con la valiosa colaboración de los actores Macarena Baeza e Ignacio García, y
el ingeniero de ejecución en sonido, Jorge Aguilera.
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hablamos de identidades de género estamos suponiendo un proceso de identificación y
diferenciación constantes donde, casi como un juego de espejos, hombres y mujeres nos
miramos para reconocernos y desconocernos” (Montecino 2008:395). Dicho de otro
modo, “las identidades de género se constituyen recíprocamente y, por tanto, para
comprender la experiencia de ser mujer en un contexto histórico concreto es
imprescindible tener en cuenta los atributos de ser hombre” (Stolcke 1996) y viceversa.
Mirar los viajes a las Guaitecas desde una perspectiva de género permite suponer
que éstos no habrían estado circunscritos sólo a aquellos que efectivamente partían a
trabajar hacia el sur, sino que habrían involucrado a la comunidad toda. Así, el “viaje” se
presenta como un fenómeno compuesto por al menos dos partes, cada una de las cuales
habría tenido su locus en escenarios distintos, a la vez que habría sido actuada por sujetos
específicos. Si fijamos la mirada en los actores, podríamos llamar a estas fracciones del
fenómeno: los que se van y los que quedan. El primer grupo albergaría a los guaitequeros,
hombres adolescentes y adultos quienes realizaron los viajes; mientras que el segundo
congregaría a los familiares de éstos: mujeres, niños, niñas y adultos mayores que
permanecían en Chiloé y Melinka.
Explorar los viajes de los guaitequeros desde una mirada de género responde al
interés por dar cuenta del viaje en tanto fenómeno sociocultural complejo -o tal vez un
hecho social total- que se enlaza con aspectos económicos, ambientales y simbólicos de las
culturas locales, incidiendo en la configuración de historias e identidades. Asimismo, busca
incluir en las investigaciones acerca de los viajes los testimonios de aquellas mujeres que
tenían presencia efectiva en Chiloé y Melinka durante la ausencia de los viajeros. Esto
porque, si bien existe una amplia literatura acerca de viajeros chilotes (Urbina 1988;
Cárdenas 1971; Mancilla y Rehbien 2007; de la Calle 1992; Munizaga 1988; entre otros), los
relatos dejan poco espacio para aquellas que quedaron en Chiloé y Melinka.
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A MODO DE CONTEXTO: ALGUNAS NOTAS SOBRE LOS GUAITEQUEROS
Arriba se indicó que los guaitequeros eran navegantes chilotes, radicados en Chiloé y
Melinka, que trabajaban en las Guaitecas en la extracción y explotación de diferentes
recursos. Los oficios guaitequeros eran variados: cholguero, pescador guaitequero, cazador
de pieles, lobero, ciprecero (Cárdenas 1971) o, en palabras de Virginia P. (Melinka) “a la
cholga seca, al pescado seco, la caza de popo, de lobo viejo igual po’. Hacían de todo la
gente: a los gatos, a las pieles, en eso trabajaba la gente”.
Huelga destacar que “Las Guaitecas” en el imaginario chilote no sólo contempla las
islas que componen el Archipiélago del mismo nombre, sino que abarca el área insular que
se despliega entre el sur del Golfo del Corcovado y la Laguna San Rafael. Solamente
aquellos que iban a las pieles cruzaban hacia el Golfo de Penas y más al sur, generalmente
haciendo uso del puente terrestre de Ofqui.
Las páginas sucesivas hablan en particular de los viajes cholgueros. Estos
guaitequeros eran originarios, en su mayoría, de las localidades aledañas al estero de
Huildad: Santa Rosa, Candelaria, Auchac y Curanué, ubicadas en la comuna de Quellón.
Otros guaitequeros, chilotes de origen o descendientes de chilotes, estaban radicados en
Melinka, en la Isla Ascensión del Archipiélago de las Guaitecas. Situación que no es de
extrañar si se considera que el origen de esta localidad se entremezcla irremediablemente
con los viajes entre Chiloé y Guaitecas motivados por la explotación de los recursos de la
islería. Sobre este punto, Hilda P. (Melinka) indica que casi toda la gente de Melinka
provenía de Chiloé, “era por cuestión de la abundancia de madera que esos años trabajó,
por eso sería que empezaron a llegar esa gente”. En efecto, el origen y desarrollo de
Melinka se debe a la explotación maderera en el siglo XIX liderada por Felipe Westhoff y
Ciriaco Álvarez (Martinic 2004), siendo chilotes la principal mano de obra.
No obstante, los contactos y vínculo entre la gente de los archipiélagos de Chiloé,
Guaitecas y Chonos se remontaría, al decir de Martinic (2004), a tiempos precontacto
cuando estas áreas eran territorio veliche y chono. Este vínculo entre archipiélagos permite
sostener que en términos culturales “las costas insulares de Aisén constituyen, sin lugar a
dudas, parte del entramado cultural de Chiloé” (Saavedra 2007:48). Hecho que, para los
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habitantes de los archipiélagos es una cosa dada: “[Melinka] es una parte de Quellón,
Melinka es puros chilotes (…) es una prolongación de Chiloé y es como una colonia
chilota, igual que Punta Arenas.” (César B. Quellón)
ORGANIZACIÓN DEL VIAJE (1)
La preparación de las salidas a las Guaitecas dista de ser azarosa ya que, al igual que
otras migraciones chilotas3, se trata de viajes altamente estructurados. En este orden se
presentan al menos dos formas de organización que operaban tanto en Chiloé como en
Melinka: los guaitequeros podían ir “por su cuenta” o “apatronados”, dependiendo de
quien financiaba y organizaba el trabajo.
Salir “apatronados” significa que existía un patrón, un habilitador. La habilitación
consiste en la dotación de los víveres necesarios para la realización del viaje, entonces, el
patrón entregaba los materiales o el dinero para comprarlos. A cambio, la carga obtenida
“se la tenían que entregar a él, por un compromiso, porque él entregó la comida. Y después
que sacara su ganancia recién iba a dar plata para los trabajadores [guaitequeros]” (Ulises M.
Quellón). “Por su cuenta”, en cambio, la organización y financiamiento del viaje corría por
parte de los propios navegantes. De esta manera, las ganancias se repartían directamente
entre quienes realizaban el viaje.
EL TRABAJO
Los viajes de los guaitequeros dedicados a la cholga seca, se desarrollaban por dos
meses, período durante el cual estos navegantes recorrían las islas y canales del sur. En
términos muy generales, en las islas, los cholgueros construían ranchas de junquillo y
Acerca de la estructuración de los viajes se puede consultar a Munizaga, C. (1988) quien refiere a la
organización de los viajes a la Patagonia. Asimismo, Cárdenas (1971) describe la habilitación para los distintos
viajes guaitequeros.
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canutillo donde habitaban los meses que duraba la faena. El trabajo realizado consistía en la
extracción de las cholgas con ganchos, para luego curantearlas, desgranarlas y ensartarlas.
Al regreso, las sartas eran entregadas al patrón o vendidas directamente en los distintos
puertos de Chiloé: Castro, Achao, Ancud, entre otros.
El hacer de los guaitequeros de Chiloé y Melinka, tanto en términos de los puertos
visitados, los campamentos levantados, la duración de los viajes, así como las técnicas para
extraer los recursos y elaborar los productos finales, eran prácticamente las mismas;
asimismo, el tipo de embarcaciones utilizados -chalupones para los chilotes, chalupas para
los melinkanos-, eran muy similares. De modo que sería posible sostener que todos los
guaitequeros compartían una misma tradición vinculada con la apropiación de los recursos
del sur. En este sentido, no es de extrañar que las huellas materiales dejadas por las distintas
cuadrillas –por ejemplo, conchales-, independiente de su lugar de origen, habrían sido muy
similares. No obstante, entre guaitequeros de Chiloé y Melinka se presentarían ciertas
diferencias en lo que respecta a modos de comprender el ambiente y configurar formas de
vida. Asimismo, otras referidas a saberes y haceres vinculados directamente con el habitar
marítimo –el hecho que unos hicieran el cruce del Golfo y los otros no, pone una distancia
no menor entre ambos–. Junto con lo anterior, habrían existido diferencias en las formas
de operar de los ordenamientos de género al norte y al sur del Corcovado.
SALIDAS Y AUSENCIAS
Los guaitequeros, tanto huildeños como melinkanos, realizaban anualmente más de
un viaje. En Chiloé, narran que los hombres partían a las islas dos o tres veces por año,
demorándose cerca de dos meses cada vez. En Melinka, recuerdan que los viajeros andaban
dos o dos meses y medio en las Guaitecas y cuando regresaban permanecían solamente
algunos días para luego volver a salir hacia las islas.
Vemos que la periodicidad y duración de los viajes guaitequeros era tal que los
navegantes estaban cerca de la mitad del año fuera de sus casas. La otra lectura de esta
ausencia es que durante dos, cuatro o seis meses del año, cuando los hombres partían a
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Guaitecas –así como también a la esquila, el salitre o la ballena- quienes quedaban en
Chiloé y Melinka eran mujeres (madres, esposas e hijas), niños pequeños y adultos que ya
habían dejado de trajinar fuera de Chiloé. Serían los integrantes de este grupo los actores de
la vida cotidiana de estos lugares, y de las reestructuraciones y ajustes que ocurrían durante
la ausencia de los viajeros.
MUJERES DE CHILOÉ, MUJERES DE MELINKA
En Chiloé y Melinka las esposas de los ex-guaitequeros cuentan historias similares:
hablan de la preparación del viaje, de cómo se hicieron cargo de sus trabajos y los de sus
maridos; de la espera y la falta de noticias; de la colaboración de familiares y vecinos
durante los tiempos de ausencia. Mas, el elemento compartido por todas, y que se expresa
con mayor fuerza en los discursos de las entrevistadas, es la soledad.
ORGANIZACIÓN DEL VIAJE (2)
La preparación de los viajes consideraba dejar equipados los hogares para que,
durante la ausencia, a las familias no les faltara nada. Así, los hombres antes de partir
dejaban comprados víveres y también dejaban cortada la leña.
Estos víveres debían alcanzar para los días de ausencia. Sin embargo, en algunas
ocasiones se agotaban antes del regreso de los guaitequeros, situación que activaba ciertos
mecanismos vinculados con la organización del trabajo, así como también con relaciones
de reciprocidad y solidaridad entre los miembros de las comunidades. Esto último tendría
relación con que el viaje, la ausencia y la incertidumbre eran compartidos por la mayoría de
las mujeres de la época de la seca de cholgas.
Es así como, en el caso que durante la ausencia de los hombres, a alguna familia se
le terminaran las provisiones: “¡Se las arreglaba sola! Bueno, igual iban a pedir a la casa y
uno le pasaba para el que no tenía” (Virginia B. Curanué); o podía pedirle a los patrones
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que habilitaron el viaje de los maridos algunos alimentos a modo de adelanto del pago. No
obstante, cuentan que los patrones daban muy poco o no daban nada.
La presencia de bienes limitados, sumado a la incertidumbre acerca de los
resultados del viaje y la percepción de éstos como actividades sacrificadas (pero necesarias),
podría haber incidido en la configuración de un discurso y práctica femenino –tal vez un
elemento de las identidades femeninas – que aboga por la austeridad. Las palabras de Berta
V. ejemplifican lo antes expuesto
“Nunca me gustó ser como derrochadora de la plata (…) cuidaba la plata
siempre porque yo sé que era sacrificio para el marido, saliendo lejos a trabajar,
muy lejos, pa’ ganarse la vida, pa’ que junte la plata. Como sé que trabajó con
sacrificio la plata, lo justo y necesario.” (Berta V., Auchac)
DE PAPÁ Y MAMÁ
Los ordenamientos de género imperantes atribuyen la autoridad a los varones. Berta
V. (Auchac) explica lo anterior de la siguiente manera: “cada cosa tiene que ser en su lugar
no más ¿cómo la mujer va a estar mandando más que el marido? para eso el marido es la
cabeza de la casa, del hogar.” Sin embargo, durante la ausencia, las madres quedaban solas
con los hijos, “hacía de papá y mamá” (Hilda P. Melinka), transformándose en la figura de
autoridad al interior de las familias.
En otro ámbito, cabe señalar que en Chiloé, y por continuidad Melinka, se habría
presentado una distribución de trabajos derivada de los ordenamientos de género que, de
acuerdo a Mansilla (2006), asociaría lo femenino al espacio doméstico: el cuidado de los
hijos, hilado y tejido, cuidados de atención primaria en el hogar, entre otros; mientras que
lo masculino se vincularía con el trabajo de la madera, las migraciones estacionales, la
navegación, entre otros. Las tareas agrícolas habrían sido realizadas en conjunto por
hombres y mujeres.
La ausencia masculina gatillaría una serie de reestructuraciones y ajustes de la
cotidianidad, algunas de las cuales se vincularían con la distribución de tareas antes descrita.
En este orden, un elemento que llama la atención es la forma en que las mujeres madres de
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familia, junto con realizar los quehaceres propios, durante los períodos de ausencia asumían
las tareas masculinas, quedando a cargo del campo, de las siembras y cosechas, de la crianza
de los animales y la leña.
Ulises M. (Quellón), hijo de guaitequeros, cuenta que “la mujer hacía el trabajo igual
que un hombre” y, a partir de la multiplicidad de tareas que ellas realizaban, indica que
“siempre ha sido así, es multifacética [la mujer chilota]”; en una línea similar, Bernardino R.
(Quellón) expresa que hay “mucha habilidad en la mujer chilota”. A la vez, al describir la
cantidad y variedad de trabajos realizados por las mujeres, muchos de las entrevistadas y
entrevistados comentaron que “[a la mujer chilota] ningún trabajo le queda grande”.
“Múltiple”, “hábil”, “no le queda grande el trabajo”, son expresiones que
usualmente describen a los chilotes hombres. El hecho que se usen también para referirse a
la aproximación femenina al trabajo daría cuenta que tanto hombres como mujeres
compartirían un mismo modo de afrontar las tareas, entonces, esta aproximación formaría
parte del discurso y práctica identitario de “lo chilote”.
COMUNIDAD: SOLIDARIDAD, RECIPROCIDAD Y MINGAS
En un primer momento del discurso, las entrevistadas plantean que quedaban solas
con las siembras y las cosechas, posteriormente indican que estas tareas las realizaba en
colaboración con otros miembros de la familia. Al respecto, Ulises M. (Quellón) plantea
que los hijos junto a la madre se encargaban de las siembras, cosechas y animales, es decir
de “tener todo ordenado para que cuando llegaran los papás no estuvieran las cosas sin
hacerse”; porque ellos salían “a trabajar afuera para traer la plata o la comida y los que
quedábamos en la casa teníamos que trabajar las otras cosas, cuidar lo que había y hacerlo
producir. Esa era la misión.”
Junto con los familiares, también se contaba con el apoyo de las vecinas y vecinos.
Adela C. (Curanué) explica que:
“la mayoría de las que vivíamos aquí, mis amigas, gente de mi edad, casi todos
sus maridos eran de afuera, de las Guaitecas. Nos apoyábamos, nos
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ayudábamos. Entre otras cosas, en trabajar, en trabajar la agricultura. Le tocaba
a una ir primero a ayudar en las papas y después a la otra, y así.”
Adela C. está hablando de los días cambiados. Otros entrevistados mencionan la
realización de mingas (de cosecha, siembra, aserrar madera a brazo, etc.) que se hacían
durante la ausencia de los guaitequeros.
Sería este apoyo de vecinos y familiares, manifestado a través de las formas de
trabajo comunitario antes mencionadas, lo que haría que el quedarse a cargo del campo y
hacerlo producir, fuera posible. Ésto porque el vacío dejado por lo guaitequeros sería
rellenado por la comunidad. En este sentido, el trabajo comunitario se presentaría como
una condición necesaria para la realización de los viajes.
Por otra parte, junto con los días cambiados y las mingas, había otras formas de
apoyo a las mujeres que quedaban solas: la compañía, porque antes “igual era soledoso y
triste” (Virginia B. Curanué). Así, entre vecinas y familiares se acompañaban: “quedaba
sola, pero tenía la compañía de mi suegra, mis cuñadas que vivían cerca y me venían a
visitar en las noches (…) porque antes hasta miedo daba, noches oscuras, noches de
lluvia”. Es así como dentro de los preparativos para la ausencia, en algunas familias se
estilaba que las esposas quedaran en la casa de las suegras, en particular, si se trataba de
matrimonios jóvenes. Ésto porque la mujer “no podía quedar sola”, y las suegras cumplían el
rol de cuidarlas, a la vez que de ayudarlas a crecer a los hijos pequeños. Chile H. (Quellón)
aclara que en la actualidad todavía en algunos matrimonios ocurriría lo mismo. Los
hombres jóvenes que salen a la pesca o el erizo “se van a trabajar y dejan a la mujer donde
la mamá para que ahí no se sienta sola. Así el hombre se va despreocupado, no va con la
preocupación que dejó sola a la mujer”.
El vivir con la suegra, junto con las visitas de las hermanas y vecinas, constituyen
instancias de sociabilidad femenina en las que se configurarían y reforzarían las identidades
de chilotas y melinkanas, asimismo, podrían incidir en la generación y fortalecimiento de
vínculos de reciprocidad y solidaridad… en el fondo, todas comparten la soledad y generan
estrategias para abordarla.
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DISTINCIONES AL NORTE Y AL SUR DEL CORCOVADO
En páginas precedentes se mencionó que, no obstante de presentarse ciertas
diferencias entre chilotes y melinkanos, los guaitequeros habrían compartido una misma
tradición. Una situación similar habría ocurrido con las mujeres y familiares de estos
navegantes que se quedaron en Chiloé y Melinka, en el sentido que, si bien se observarían
una serie de elementos compartidos, también habrían existido diferencias significativas en
la cotidianidad de estos lugares durante la ausencia de los guaitequeros. Uno de los aspectos
que marcarían diferencias entre melinkanos y huildeños, tendría relación con la
participación de familias completas, esposas e hijos pequeños, en el trabajo de la cholga
seca. En Chiloé el oficio de guaitequero se reservaba sólo para los hombres. En Melinka, en
cambio, se registra un grupo de familias que habrían participado del trabajo en las
Guaitecas.
El porqué desde Chiloé no habrían partido mujeres hacia las Guaitecas podría
vincularse con el Golfo del Corcovado, espacio reconocido por sus difíciles condiciones. Al
respecto Ulises M. (Quellón) cuenta que
“(…) de acá de Chiloé no iba toda la familia a trabajar, no podría haber sido,
por los mismos peligros que había de cruzar el golfo. En cambio en la zona de
las Guaitecas o de Melinka en este caso ellos navegaban en zona de canales, que
también es malo pero hay donde más resguardarse del invierno, hay más buen
puerto.”
Los viajes a los que habrían ido familias completas tenían lugar principalmente en el
verano, una vez terminado el período escolar. En éstos, tanto mujeres, como niñas y niños,
trabajaban a la par que los hombres en la extracción y preparación de las cholgas. Cabe
señalar que, si bien no todas las familias de Melinka habrían ido a trabajar a las Guaitecas, sí
se trataría de una práctica relativamente frecuente.
La participación de familias completas en el trabajo podría haber sido motivada por
razones económicas: en Melinka eran más pobres que en Chiloé. Entonces, el llevar a la
familia a Guaitecas, junto con el aporte que éstos hacían en el trabajo de la cholga, podría
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haber sido una estrategia para garantizar las ganancias de la faena, en el sentido que andar
con ellos implicaría no tener que “habilitar” las casas para los meses de ausencia.
CIERRE
Entender el viaje como un fenómeno de dos partes contribuiría a la descripción
densa del mismo, sacando a la luz distinciones sutiles, pero significativas, entre los
quehaceres y saberes de los viajes guaitequeros del norte y el sur del Golfo del Corcovado.
Asimismo, plantea nuevas preguntas, como, por ejemplo, los vínculos entre el viaje y las
instituciones profundamente arraigadas en la cultura local, como son la minga y otras
expresiones de los lazos de reciprocidad y solidaridad que habrían caracterizado la
economía social de los archipiélagos.
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