Cincuenta años de integración europea y perspectivas de

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Presidente de la Comisión Europea
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Madrid, 7 de febrero de 2002
Señoras y Señores:
Me complace enormemente tener la ocasión de abrir este ciclo de conferencias del
Instituto de España sobre la refundación de las instituciones europeas. Como ya
anuncio en el título, hablaré de los cincuenta últimos años, pero sé que lo que más
os interesa son las perspectivas de futuro.
Permitidme no obstante remontarme al comienzo de la experiencia europea.
Al término de la segunda Guerra Mundial, Europa estaba en ruinas. En aquellos
momentos, era absolutamente necesario encontrar una vía alternativa para
garantizar una paz duradera.
Para reconstruir Europa, era necesaria una nueva filosofía de las relaciones
internacionales que se basara en una igualdad real entre Estados y en la voluntad
de cooperar en proyectos concretos. Una vía completamente original para
establecer lazos de amistad y cooperación entre las naciones y pueblos europeos.
Y esto es exactamente lo que propuso Robert Schuman, entonces Ministro francés
de Asuntos Exteriores, el 9 de mayo de 1950 durante su famosa Declaración.
La idea radicalmente innovadora de ese texto es que las naciones europeas debían
aunar sus recursos y sus soberanías, creando una forma inédita de unión política y
económica situada bajo el control de instituciones supranacionales. Como ya dijo
Jean Monnet: "no se puede hacer nada sin instituciones".
Al principio, el proyecto estaba centrado en la industria del carbón y del acero, pero
en los años siguientes la integración fue englobando poco a poco sectores
económicos cada vez más amplios y, finalmente, la moneda. Es exacta la
expresión del Tratado: "una unión cada vez más estrecha entre los pueblos de
Europa".
Schuman nunca llegó a precisar la unidad con la que soñaba, ni su profundidad, ni
su alcance. Pero estaba claro que, aunque el objeto de la cooperación fuera de
naturaleza económica, los objetivos y las motivaciones eran manifiestamente
políticos. Se trataba de elaborar una nueva convivencia entre Estados y un nuevo
sistema político no oficial, de superar la vieja concepción basada en la coincidencia
entre nación, Estado e instituciones democráticas.
Así es como dio comienzo el proceso de integración europea, y podemos sentirnos
justamente orgullosos de lo que hemos conseguido en 50 años.
La paz y el Estado de Derecho han sido los dos resultados más valiosos de este
haber compartido la soberanía nacional en aras de la búsqueda del interés común y
de un sistema jurídico supranacional. El proceso de construcción comunitaria se ha
venido desarrollando en torno a tres instituciones que de manera distinta y original
ejercen algunas funciones esenciales: la actividad legislativa, la actividad ejecutiva
y el control jurisdiccional. El nuevo sistema de decisión y, posteriormente, la
elección directa del Parlamento Europeo, han caracterizado el sistema de un modo
todavía más original, permitiendo a Europa alcanzar altas metas.
El mercado único ha generado un nivel de prosperidad sin precedentes que el euro
promete incrementar ulteriormente. El euro, en particular, es la máxima expresión
de la cooperación en el ámbito económico, y tiene un gran significado político.
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El euro, si bien se mira, es un hecho eminentemente político. Como ya afirmó
Helmut Kohl, uno de los artífices de esta gran empresa, de la unión monetaria
dependen la paz y la guerra del Siglo XXI. Por eso el éxito del euro reviste un gran
significado, sobre el que todos debemos reflexionar y que debe servirnos de
estímulo para afrontar los nuevos retos que nos esperan.
Entre ellos, figura, por ejemplo, la libertad.
Tras la realización del mercado único, los objetivos de libertad de Europa han
trascendido la dimensión estrictamente económica. Las libertades de las que se
habla actualmente en la Unión son libertades de carácter civil vinculadas al
concepto de ciudadanía europea y al objetivo de realizar un espacio de seguridad y
justicia.
Pero estos objetivos deben hacernos reflexionar sobre el método necesario y
oportuno para seguir avanzando en el proceso de construcción europea.
En efecto, hablar de libertades fundamentales, ciudadanía y justicia significa
abordar unas cuestiones típicamente políticas, que requieren un nuevo método
democrático y un nuevo tipo de legitimidad.
Hasta ahora, la Unión Europea se ha construido siguiendo una serie de "pasos
concretos" que han ido dando progresivamente a nuestros pueblos el sentido de la
unidad y de la identidad europea.
Paso a paso hemos ido avanzando: ¿pero en qué dirección? ¿ Qué es lo que nos
espera al final de este proceso de "unión cada vez más estrecha"? ¿Y qué
instrumentos necesitamos ahora para seguir progresando?
Hemos llegado a un punto en que estas cuestiones ya no se pueden aplazar.
Estamos a punto de realizar una gran ampliación. Nos preparamos para acoger de
aquí a 2004 hasta diez nuevos Estados miembros, a los que seguirán otros.
Los nuevos Estados miembros presentan una gran diversidad de culturas y
aspiraciones. Es pues el momento de llegar a un acuerdo sobre lo que queremos
para nuestro futuro común, y de afirmarlo en un Tratado constitucional.
Ésta es concretamente la razón por la que se ha instituido la Convención, que
empezará a trabajar a finales de este mes y a la que volveré a referirme más
adelante.
La Unión Europea ha llegado a una bifurcación; es más, se encuentra ante una
encrucijada de la que parten numerosos caminos. ¿Cuál de esos caminos
debemos tomar?
Un camino conduce a la unificación política total, otro a la simple cooperación
intergubernamental, un tercero apunta a una integración más avanzada entre todos
los Estados miembros y el último conduce al "refuerzo de la cooperación" entre
distintos grupos de países.
Creo que será imposible llegar a un acuerdo sobre la dirección que hay que tomar
si no definimos antes claramente nuestro objetivo a largo plazo. Debemos en efecto
tener una visión clara del tipo de Europa que queremos realizar.
Llevamos demasiado tiempo hablando sólo de presupuestos y contabilidades, y
centrando exclusivamente nuestra atención en la dimensión económica de Europa.
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Europa no es una empresa, es una familia de naciones y pueblos que un buen día
se unió en busca de objetivos comunes.
Ha llegado pues el momento de abandonar el enfoque contable, levantar los ojos
de los libros de contabilidad y dirigir nuestra mirada al lejano horizonte. Debemos
imaginar juntos la meta que queremos alcanzar.
Me gustaría hoy hablarles de mi visión de Europa.
Estoy profundamente convencido de que es necesario construir Europa sobre la
base de los valores fundamentales que compartimos:
• la paz y la estabilidad
• las libertades y la democracia
• la tolerancia y el respeto de los derechos humanos
• la solidaridad y la justicia social.
La integración ya ha contribuido enormemente al refuerzo de estos grandes valores
europeos.
En primer lugar, la paz y la estabilidad han arraigado en toda Europa durante los
últimos cincuenta años.
Más recientemente, también hemos contribuido a llevar la paz y la estabilidad a las
regiones limítrofes, sobre todo en los Balcanes. Los acuerdos de estabilización y
asociación con los países de la región favorecen la integración entre ellos y abren
la vía a su futura adhesión a la Unión Europea.
La integración ha traído asimismo la estabilidad financiera y económica. La
disciplina impuesta por la unión económica y monetaria ha tonificado la economía
de todos los países. Los fundamentales económicos son buenos, y ahora además
tenemos el euro.
Estoy convencido de que la Unión, partiendo precisamente de estas sólidas bases
económicas internas, debe exportar estabilidad. Ya lo estamos haciendo a través
del proceso de ampliación al Sur y al Este. Debemos seguir en esta vía con una
nueva concepción de las relaciones euromediterráneas y una cooperación cada vez
más estrecha con los "nuevos vecinos" de la Unión ampliada: Rusia, Ucrania y los
países del Cáucaso.
El mercado único, la unión monetaria y las políticas comunes son en realidad
excelentes instrumentos de "política exterior" de la Unión, y deben utilizarse como
tales para reforzar la cooperación con nuestros vecinos y extender más allá de las
fronteras de la Unión esta nueva filosofía de relaciones internacionales que
constituye la raíz del éxito de la integración europea.
Una filosofía basada en la libertad y en la democracia.La libertad de circulación ha
sido la base sobre la que hemos construido la prosperidad de Europa; una
prosperidad que a su vez favorece la libertad individual.
En los últimos diez años, la libertad y la democracia se han extendido también a
Europa Central y Oriental. Por este motivo, la próxima ampliación de la Unión es un
acontecimiento de trascendencia verdaderamente histórica. Por último, nuestro
Continente - dividido durante tanto tiempo - se unifica de nuevo, y esta vez no por
la fuerza sino por libre elección y sobre la base de nuestros valores comunes.
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Las negociaciones de adhesión se están conduciendo atentamente a fin de
consolidar la democracia, los derechos humanos y unas políticas económicas
saneadas en todos los países candidatos.
Simultáneamente, estamos esforzándonos en establecer buenas relaciones con
nuestros vecinos, y no sólo con quiénes se encuentran más allá de las fronteras
orientales, sino también con nuestros vecinos mediterráneos.
Queremos infundir savia nueva al proceso euromediterráneo, con la esperanza de
que nuestra acción contribuya a resolver los conflictos de la región, sobre todo en
Oriente Medio.
En este sentido, nos hemos fijado tres prioridades claras para el Mediterráneo: la
creación de un banco euromediterráneo, el desarrollo de nuevas formas de
cooperación subregional y la profundización del diálogo político y cultural en la
región.
El diálogo entre las culturas reviste una importancia capital y, tras los atentados
terroristas del 11 de septiembre y las operaciones militares que siguieron, se ha
convertido en una tarea muy urgente.
Estas consideraciones conducen naturalmente al siguiente par de valores que
citaba anteriormente: la tolerancia y el mutuo respeto. Se trata de ideales
profundamente arraigados en la tradición humanista europea. En el transcurso de
los siglos, los pueblos de nuestro Continente han aprendido, aunque lentamente y
con sufrimiento, a respetar la cultura y la fe de los otros.
Hoy en Europa necesitamos mucha tolerancia, más que en el pasado, puesto que
en cierto sentido pertenecemos todos a una minoría. Nutro la esperanza de que
gracias a nuestra experiencia secular de convivencia, seremos capaces de dar al
mundo un buen ejemplo.
La tradición cultural y humanista europea es también la fuente de nuestro
compromiso en favor de la solidaridad y la justicia social. Los europeos desean una
sociedad justa y benévola que se haga cargo de las personas más débiles y
garantice a todos la posibilidad de gozar de nuestra prosperidad.
Esto significa redistribuir la riqueza entre los pobres, los parados, los enfermos y
los ancianos; significa también garantizar una enseñanza gratuita para nuestros
hijos.
El Estado del Bienestar, en sus diversas formas nacionales, es una de las más
altas conquistas europeas del Siglo XX. Es un modelo de cómo la sociedad puede
ser a la vez competitiva y solidaria. Y es la prueba de que el progreso económico
puede correr parejas con el progreso social.
Pero nos enfrentamos a grandes retos sociales. La población envejece y la fuerza
de trabajo disminuye. Sin una serie de verdaderas reformas, los sistemas de salud
y jubilación serán muy pronto insostenibles.
Por esta razón, tenemos que modernizar nuestro Estado del Bienestar,
adaptándolo a las realidades del Siglo XXI. Debemos procurar que no desaparezca
y que siga protegiendo a las generaciones futuras.
Paralelamente, es preciso emprender una enérgica reforma de la economía para
reforzarla y dotarla de un mayor grado de dinamismo y competitividad.
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Tanto para las mujeres como para los trabajadores de edad, tiene que resultar más
fácil encontrar y conservar un empleo remunerado digno.
Debemos eliminar todos los factores que les disuaden de buscar trabajo.
Debemos realizar inversiones considerables en formación, movilidad y enseñanza.
En pocas palabras, debemos seguir aplicando con determinación la agenda
acordada en Lisboa en marzo de 2000. Es esencial que la Cumbre que se
celebrará en Barcelona el mes que viene dé un nuevo impulso a esa Agenda.
Como repito a menudo, poner en práctica las decisiones de Lisboa significa
materializar la dimensión microeconómica de la Unión monetaria, significa actuar
con coherencia para que nos sea posible alcanzar todos los ambiciosos objetivos
que nos hemos fijado y responder a algunas de las legítimas expectativas que
nosotros mismos hemos despertado entre nuestros ciudadanos.
Señoras y Señores:
El objetivo último de la Unión consiste en favorecer el bienestar de todos los
ciudadanos, sin discriminación ni exclusión alguna, defender los valores
fundamentales y promoverlos en todo el mundo.
Mi deseo es una Unión fuerte y próspera que permita alcanzar estos objetivos,
capaz de tomar la iniciativa en el ámbito internacional para mantener la paz donde
esté en peligro, garantizar la estabilidad, luchar contra la delincuencia y el
terrorismo, fomentar un desarrollo sostenible y el libre comercio y, por último,
sujetar con firmeza las riendas de la globalización.
La Unión Europea puede y debe ser un modelo para el mundo. Debe demostrar en
la práctica que es posible canalizar las fuerzas de la globalización mediante la
integración regional democrática. Después de todo, también Europa es un ejemplo
de gobierno democrático de la globalización.
Esta es mi visión de Europa.
Para realizarla, Europa debe aprender a hablar y actuar al unísono.
He observado con gran satisfacción que, tras el 11 de septiembre, hemos sido
capaces de expresar muy rápidamente una verdadera intención común.
Debemos proseguir en esta dirección. El mundo quiere más acciones concertadas
a escala europea.
Por ello, en esta difícil encrucijada, creo que Europa debe elegir la vía de una
mayor integración entre todos los Estados miembros. No tiene que haber unas vías
rápidas y otras lentas donde fuésemos dejando atrás a algunos Estados miembros
menos fuertes. Europa es una cosa que se hace entre todos o no se hace.
Señoras y Señores:
Si queremos que el modelo europeo de integración regional sirva de ejemplo al
resto del mundo, tendremos que hacerlo más eficaz.
Las promesas vanas son el mayor peligro para el apoyo popular a Europa.
Debemos reducir la fractura entre las promesas vanas y la realidad. Los
ciudadanos quieren acciones concretas y resultados. Pero también exigen más
legitimidad.
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Bruselas se ha ido alejando demasiado de la vida de los ciudadanos y éstos, con
razón, quieren voz y voto sobre la forma que vaya a tomar la nueva Europa.
También piden una Unión con un liderazgo claro, un centro ejecutivo fácilmente
identificable y políticamente responsable ante el Parlamento y los ciudadanos.
Por eso tenemos que remediar la actual fragmentación de nuestra acción política,
que es la responsable de que el sistema sea difícilmente comprensible y tiende a
debilitar los mecanismos de control.
Debemos aplicar en Europa algunos de los principios básicos de las democracias
liberales pero teniendo en cuenta que la Unión es y debe seguir siendo algo distinto
de un Estado.
Necesitamos también un nuevo sistema de toma de decisiones que evite paralizar
la Unión ampliada.
Ya es difícil conseguir ahora la unanimidad entre 15 Estados miembros. Es fácil
imaginar lo que puede ocurrir cuando seamos 25 o más.
Tenemos que abandonar el sistema de unanimidad y recurrir con mayor frecuencia
al voto por mayoría cualificada en el Consejo. Además, el Consejo de Ministros
deberá revisar sus métodos de trabajo. ¡En una Unión de 25 Estados, tan sólo
conocer la opinión de los participantes a un debate nos llevaría toda la tarde! De
modo que, en todos los casos en que el Tratado lo permita, habrá que votar sin
pretender alcanzar sistemáticamente un consenso unánime.
Convertirse en una verdadera democracia supranacional significa también que será
necesario extender las competencias de toma de decisiones del Parlamento
Europeo al conjunto de la actividad de tipo legislativo.
También convendrá reforzar la base de legitimación democrática y la eficacia de la
Comisión. Estoy convencido, por ejemplo, de que la Comisión deberá convertirse
en un organismo más flexible, que se limite a las tareas más claramente políticas y
delegue la actividad administrativa en agencias europeas o en las autoridades
nacionales.
En efecto, es necesario que en Bruselas nuestro sistema de funcionamiento sea
más sencillo y abierto, concentrando la actividad de las instituciones comunitarias
en los cometidos fundamentales y, simultáneamente, lanzando un tipo de gobierno
nuevo y descentralizado para la Unión de mañana.
El Libro Blanco que la Comisión publicó el verano pasado propone algunas
iniciativas importantes en esta dirección. Propone, por ejemplo, una relación distinta
entre las instituciones europeas y las autoridades nacionales, regionales y locales
que nos permita colaborar juntos y a todos los niveles en el gobierno de la Unión.
La Comisión Europea tiene también la intención de establecer la consulta
sistemática de la sociedad civil.
El objetivo consiste en implicar a los ciudadanos cada vez más estrechamente en la
definición de las políticas de la Unión Europea.
El futuro de Europa debe permanecer firmemente en manos de sus ciudadanos.
Habrá que construirlo desde la base, para los ciudadanos y por los ciudadanos.
Además, habrá que construirlo de manera abierta y responsable, y no a puerta
cerrada.
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Por esto veo con gran satisfacción que la cumbre de Laeken haya tomado la
decisión histórica de organizar una Convención con el fin de preparar el próximo
Tratado de la Unión.
La idea de una Convención que elabore las propuestas de revisión del Tratado es
nueva y revolucionaria. Antes de Niza, esto hubiera sido increíble. Recuerdo que al
dejar el Consejo Europeo de Niza un amanecer de diciembre de hace dos años, me
dije: "No podemos seguir así, con unos Jefes de Estado agotados tomando
decisiones capitales a altas horas de la noche. Necesitamos un sistema mejor para
proyectar nuestro futuro."
¡Inmediatamente después propuse la Convención que hoy es una realidad!
Esta Convención debatirá el futuro de la Unión Europea no sólo entre
representantes de los Gobiernos de los Estados miembros, sino también con los
países candidatos y con los miembros de todos los parlamentos nacionales.
Y la Comisión estará siempre presente y velando por el interés exclusivo de la
Unión.
Al mismo tiempo, se celebrará un foro de la sociedad civil en el que las ONG y
todas las demás organizaciones de ciudadanos puedan expresar sus opiniones
sobre las cuestiones que se discutan en la Convención.
Lo que está en juego es muy importante.
• ¿Cuál es el objetivo de la Unión?
• ¿Cuáles son los objetivos a largo plazo?
• ¿Qué políticas e instituciones comunes son necesarias para realizarlos?
• ¿Cuál será el papel de cada institución y de los parlamentos nacionales en la
nueva arquitectura de la Unión?
• En resumidas cuentas ¿quién va a hacer qué en el nuevo sistema?
Mi Comisión deposita toda su confianza en Valéry Giscard de Estaing, presidente
de la Convención.
La Convención desembocará en una Conferencia Intergubernamental en 2004 que
espero fervientemente traduzca sus recomendaciones en un nuevo Tratado.
Todo dependerá de la forma en que la Convención consiga organizar sus trabajos y
de la calidad de las opciones - o del documento - que consiga proponer. Pero
muchas cosas dependerán también del debate público que deberá acompañar los
trabajos de la Convención y apoyar, más tarde, la Conferencia Intergubernamental.
La información, el debate y la participación de los ciudadanos en las propuestas de
la Convención serán fundamentales.
En efecto, Europa necesita un amplio consenso popular: sería sumamente
peligroso seguir adelante a la carrera y de pronto darse cuenta de que se está solo.
Por eso necesitamos también un Tratado expresado finalmente en términos claros
y sencillos que todos los ciudadanos puedan comprender sin dificultad.
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Señoras y Señores:
Todo lo bueno que Europa ha realizado durante los últimos cincuenta años es
producto de la integración, gracias al método comunitario.
Este método, renovado y reforzado, debe seguir siendo el centro neurálgico de la
Unión. La simple cooperación gubernamental no es una alternativa posible, como
se vio claramente en Niza.
El futuro de la Unión Europea debe proyectarse, aplicarse y dirigirse por el método
comunitario, pero con una participación mucho más amplia de todos los ciudadanos
europeos.
Si hoy los líderes europeos consiguen actuar con valor, podremos dar a los
ciudadanos la Europa que desean, la Europa que esperan las generaciones
futuras.
Una Europa justa, humana y solidaria.
Una Europa apasionante, enérgica y emprendedora.
Una Europa para todos.
Gracias por su atención.
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