ENCUENTROS EN VERINES 2005 Casona de Verines. Pendueles (Asturias) HABLANDO EN VIZCAÍNO: ¿ESTAMOS LOCOS O QUÉ? Joxemari ITURRALDE Se nos cuenta al comienzo del Quijote que al pobre caballero Quijana se le pasaban las noches leyendo de claro en claro, y los días de turbio en turbio, y que así, del poco dormir y del mucho leer libros de caballerías, se le secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio. Vamos, que se volvió loco. Por eso mismo no habría que olvidar que aunque hayan transcurrido cuatrocientos años desde que Cervantes escribió “Don Quijote de la Mancha”, y aunque cuatrocientos sean muchos años, esa obra sigue siendo uno más de entre los libros de caballerías, y que aunque sea el mejor de todos ellos no por eso habría que pensar que dicho libro haya perdido su maléfico poder de secar el cerebro y volver loca a la gente que lo lee. Aclarada esta cuestión la pregunta que se plantea uno a continuación es obligada: ¿Me volveré loco si leo el Quijote? ¿Se me secará un tanto el cerebro? ¿O se me secará completamente? Los jóvenes lo tienen muy claro. No lo leen. Pasan de leer el Quijote, con lo cual evitan la penosa enfermedad. Prueba clara de que son inteligentes y prueba clara, también, de que no se les ha secado el cerebro. Todavía. Claro, porque con los años todos vamos cambiando. También los jóvenes. Puede que alguno de esos jóvenes que evitan ahora, muy inteligentemente, la lectura del Quijote, con el paso de los años cambien de parecer y se encuentren de aquí a quince, veinte o treinta años, de repente y un buen día, no sólo comprando un ejemplar del Quijote sino incluso leyéndolo. Nos dice Cervantes que el pobre caballero Quijana tenía unos cincuenta años cuando enloqueció. Estoy convencido de que cuando tuvo quince o veinte años en ningún momento pensó en ponerse a comprar libros de caballerías, como también estoy seguro de que ningún maestro de escuela le obligó a leer la obra de Cervantes a los once o doce años. Por eso pienso que a esa edad el joven Quijana fue un chico sano, feliz e indocumentado. Y tampoco creo que tuviese la costumbre de ir todos los domingos a la plaza de su pueblo a donde el quiosquero, y volviese a casa con un ejemplar del Quijote de regalo por comprar el periódico. Ahora bien, viendo la avalancha de ediciones, congresos, presentaciones y mesas redondas de y sobre el Quijote que se están celebrando sin interrupción estos últimos meses, viendo la cantidad de ejemplares que se regalan, que se compran, que se venden y que supuestamente se leen, la pregunta sigue siendo la misma: ¿Se vuelve loca la gente si lee el Quijote? Al fin y al cabo es lo que nos enseña Cervantes desde las primeras páginas del libro. Si la respuesta es afirmativa el hecho sería muy preocupante. Echemos un vistazo a nuestro alrededor. Este vecino mío, ¿tiene cara de loco? ¿Está loco? Enfoquemos esta especie de encuesta relámpago de otra forma: Este vecino mío, ¿tiene cara de haber leído el Quijote? Le miro, me mira y, sin necesidad de hablar, la respuesta fluye sola: No. ¡Uf! Respiro tranquilo, un loco menos. Voy paseando por la calle mientras continúo con mi encuesta secreta. No encuentro por mi camino a nadie que parezca haber leído el Quijote. ¡Qué tranquilidad! ¡Qué seguridad! No hay locos por aquí. Pero yo, que sí he leído el Quijote y, por lo tanto, y con seguridad, debo estar loco, continúo llenando mi cerebro de preguntas. ¿Esto ha sido siempre así? Hay dudas. Se está investigando el asunto. Recuerdo que ya en mis tiempos - desgraciadamente lejanos – de universidad estudiaba a Rodríguez Marín lamentándose de la escasez de lectores del Quijote. Yo entonces, iletrado de mí, también me lamentaba junto con el maestro de dicha situación sin caer en la cuenta de que así nos estábamos evitando el peligro de encontrar las calles plagadas de gente que ha perdido el juicio. Recuerdo todavía aquellos días de universidad. Inexorablemente se aproximaba la fecha de examen y pregunté a mi compañero de clase: ¿Te has leído el libro? El libro era, claro, el Quijote. ¿Has terminado el ensayo? ¿Has entregado los comentarios? Y mi compañero, que era castellano, me miraba, a mí que era vizcaíno, y me respondía con mucha tranquilidad, con el mismo sosiego con que don Quijote respondió al vizcaíno don Sancho de Azpeitia: “¿Leer el libro? ¿Entero? ¡Tú estás loco! Claro, el loco era yo, que me lo leí entero, y no él, que lo que hizo fue coger el libro de Miguel de Unamuno sobre don Quijote y Sancho Panza y fusilarlo. Hablando de don Miguel, otro vizcaíno, aunque un poquillo renegado, seguro que leyó muchas veces la obra de Cervantes y seguro que por eso se volvió loco. Vizcaíno un poquillo renegado. ¡Vaya por Dios! Suspendió las oposiciones para la cátedra de vascuence y se fue, renegando, a Salamanca. Una vez volvió a su querida Bilbao y en plena plaza del Arenal lanzó un mitin despotricando contra el vascuence. El vascuence no valía – según él -para la vida moderna y era mejor que desapareciese para siempre del mapa. Eso sí – dijo – el funeral que le haremos será con todos los honores. Estaría loco, quizá, pero es seguro que no fue ni vidente ni profeta. Afortunadamente. Un hermano suyo, y que por lo tanto le conocía muy bien, iba paseando el día del mitin bilbaíno entre la gente del Arenal con un cartel a sus espaldas en donde se podía leer con letras grandes: “No hacer caso al asno de mi hermano”. La gente se reía. La característica principal de los hermanos Unamuno debía de ser llevar la contraria. Llevar la contraria en todo y a todos. Acabo de pronunciar dos palabras (vizcaíno, bilbaíno) que sulfuraban a don Miguel. Aunque durante la época de Cervantes se pronunciaban así, sin diptongo, para él, quizá por eso de llevar la contraria, la pronunciación correcta era viz-cai-no y bil-bai-no. Él prefería la pronunciación con diptongo. Decía el profesor de Salamanca: “Hay dos clases de vizcaínos y hay dos clases de bilbaínos, como hay dos modos de guisar el bacalao, a la vizcaina y a la vizcaína. Pertenece a la primera el bilbaino (léase bil-bái-no) trisílabo, con salsa verde, y alegre o por lo menos agridulce, y entra en la segunda el bilbaíno cuadrisílabo, en vías de formación, “con salsa roja, que es el bilbaíno según le forjan y aun le fantasean fuera de Bilbao, el de exportación”. Hay que decir esta vez a favor de don Miguel que aunque Cervantes y todos los diccionarios escriben “vizcaíno”, los vascos convertimos en diptongo el “ai”, sin duda por tendencia general del euskera y decimos “vizcáino, bilbáino”, etc. Bien. Visto que hay dos tipos de vascos (o vizcaínos) e incluso dos modos de guisar el bacalao, y que incluso hay vascos de exportación, yo sigo – por lo menos hasta que llegue la hora de comer - haciendo preguntas. Por ejemplo, ésta: ¿Cómo ha sido recibido el Quijote en el País Vasco por la gente que lo ha leído, que como hemos visto antes ha sido más bien poca? Pues de las dos únicas formas posibles – esto es como guisar el bacalao –, o muy bien o muy mal. Ha existido, sobre todo a comienzos del siglo pasado, una corriente de opinión, sustentada por cierta gente, que afirmaba que Cervantes odiaba a los vascos y ha habido otro sector contrario que afirmaba que Cervantes era, dicho literalmente, vascófilo. Seguro que hay ahora alguien que me quiere hacer la siguiente pregunta – no voy a ser yo el que pregunte siempre. ¿Y que pasa con la gente a quien no le gusta el bacalao? Porque hay gente que en vez de pescado prefiere un buen chuletón a la parrilla. Pues nada. No pasa nada. Simplemente que pasan de Cervantes y pasan del Quijote, ya lo hemos visto antes. Ha habido quien ha dicho que Cervantes odiaba lo vasco e incluso ha detallado esas críticas basándose en tres puntos. Primero, Cervantes ataca a los vascos a causa del carácter duro, tenaz, iracundo e irrespetuoso que poseen éstos. “La gente no pudo ponerlos en paz, porque decía el vizcaíno en sus mal trabadas razones que si no le dejaban acabar su batalla, que él mismo había de matar a su ama y a toda la gente que se lo estorbase”. ¿Qué es eso de matar a la persona a quien se tiene que proteger? ¿Qué carácter más innoble es ese? Segundo punto, Cervantes se burla también del idioma vizcaíno. Dice don Sancho de Azpeitia en mala lengua castellana y peor vizcaína: “Anda, caballero que mal andes por el Dios que criome, que, si no dejas coche, así te matas como estás ahí vizcaíno” Y luego a continuación: ¿Yo no caballero? Juro a Dios tan mientes como cristiano. Si lanza arrojas y espada sacas, ¡el agua cuán presto verás que al gato llevas! Vizcaíno por tierra, hidalgo por mar, hidalgo por el diablo, y mientes que mira si otra dices cosa”. Tercer punto, Cervantes sentía envidia de los vascos porque estos acaparaban en su época los cargos públicos, algunos de ellos muy importantes, que él nunca pudo lograr, secretarías del despacho, etc.… Las referencias serían abundantes. Por ejemplo, “Venía en el coche, como después se supo, una señora vizcaína que iba a Sevilla, donde estaba su marido, que pasaba a las Indias con un muy hermoso cargo”. O esta otra cita en la que Sancho Panza pregunta: “Quién es aquí mi Secretario? Y uno de los que presentes estaban respondió: Yo, señor, porque sé leer y escribir, y soy vizcaíno. Con esa añadidura – dijo Sancho – bien podéis ser Secretario del mismo Emperador”. A esta tesis anti-vascófila de Cervantes, exagerada sin duda, le sucedió otra igual y de sentido contrario, e incluso más exagerada que la anterior si cabe. Esta tesis defendía que Cervantes fue vascófilo y que tuvo en gran estima a los vascos y a su lenguaje. Haya o no punto de verdad en esto no conviene olvidar que los bilbaínos y, por extensión, los vizcaínos somos dados a exagerar mucho. Ya en el siglo XVI en el “Libro de los chistes” de Luis de Pinedo se cuenta esta exageración: “En Monzón de Campos estaba un hidalgo que había venido de las Indias, y un día contando cosas de aquellas partes a otros vecinos, dijo: Yo vi una berza en las Indias tan grande, que a la sombra de ella podían estar trescientos de a caballo, sin que les diese ningún sol. - Dijo otro, criado del Marqués de Poza: No lo tengo en mucho; porque yo vi en un lugar de Vizcaya que hacían una caldera, en la cual martillaban doscientos hombres, y había tanta distancia del uno al otro, que las martilladas del uno no oía el otro. Maravillándose mucho el indiano, dijo: Señor, y ¿para qué era esa caldera? – Respondió el otro: Señor, para cocer esa berza que acabáis de decir”. Vayamos ahora con los otros, con los que preparan el bacalao de la otra forma. La tesis vascófila presenta a Cervantes como defensor de los vascos y de su lengua, a los que tendría en gran estima según sus defensores. No sé si Cervantes tuvo en gran estima a todos los vascos o solamente a unos pocos, o quizá a ninguno, pero lo que sí se puede afirmar es que salió más de una vez en defensa del vascuence, no así otros muchos escritores de su época. Mariana opinaba que “el lenguaje vasco es grosero y bárbaro y que no recibe elegancia” y Quevedo incluso se atrevió a dar reglas prácticas: “Si quieres saber vizcaíno trueca las primeras personas en segundas con los verbos, y cátate vizcaíno: como Juancho quitas leguas, buenos andas vizcaíno, y de rato en rato, Jaungoicoá”. Scalígero decía que “aunque los vascongados dicen que se entienden él no lo cree”. Por el contrario Cervantes nunca desestimó el vascuence ni su uso, es más, afirma y sostiene que todo artista de la palabra tiene el deber de cultivar su propia lengua. Así habla el hidalgo manchego con el discreto caballero del verde gabán: “Y a lo que decís, señor, que vuestro hijo no estima mucho la poesía de romance, doime a entender que no anda muy acertado en ello, y la razón es ésta: el grande Homero no escribió en latín, porque era griego, ni Virgilio no escribió en griego, porque era latino; en resolución, todos los poetas antiguos escribieron en la lengua que mamaron en la leche, y no fueron a buscar la extranjeras para declarar la alteza de sus conceptos; y siendo esto así, razón sería se extendiese esta costumbre por todas las naciones, y que no se desestimase el poeta alemán porque escribe en su lengua, ni el castellano, ni aun el vizcaíno que escribe en la suya”. Viendo que esto es lo que se dice en el Quijote sobre la lengua vasca, los que preparan el bacalao de esta forma precisa, es decir, los que defienden o defendían la tesis vascófila se lanzan a tumba abierta a buscar más señales favorables dejadas por el ilustre manco y, por supuesto, las encuentran. Y así llegan a decir que Cervantes tenía en tal aprecio a los nacidos en Vizcaya que siempre antepuso el tratamiento de Don al nombre de los vascongados, incluso en el caso del escudero que se batió contra el hidalgo manchego, pues aparece con el nombre de Don Sancho de Azpeitia. Y dicen también los que defienden esta tesis, como última razón y más importante, que en el Quijote aparece mucha gente nada respetable y nada ejemplar proveniente de casi todas las zonas y provincias de España, pero que nunca aparecen vizcaínos entre ese grupo de gente tan poco recomendable. “Lo cierto es que nos encontramos en el Quijote con un ventero andaluz, socarrón y no menos ladrón que Caco, dos mujeres del partido, de Toledo y Antequera respectivamente, unos yangüeses o gallegos desalmados, gente soez, canalla y de baja ralea, una moza asturiana tan deforme como deshonesta y un libidinoso arriero de Arévalo, cuatro perailes de Segovia, tres agujeros del Potro de Córdoba y dos vecinos de la Heria de Sevilla, gente alegre, bien intencionada, maleante y juguetona, que mantea sin piedad a Panza, un galeote de Piedrahita, otro al parecer de Toledo y otros de diversos países, un eclesiástico de ánimo estrecho, probablemente aragonés, a quien se pinta a más intransigente y grosero, una ridícula dueña quintañona natural de las Asturias de Oviedo, chismosa como todas la dueñas, un aragonés usurpador de la quijotesca historia, una cuadrilla de bandidos catalanes y otras muchas gentes torcidas y aviesas, cuya patria no se declara explícitamente. Mas en tan vastísimos cuadros satíricos, entre tan “recomendables” personas – dicen los defensores de esta tesis – no hay una sola vascongada, ni la más remota alusión a los vizcaínos”. Bueno, ¿y tú qué?, me preguntará ahora alguien. ¿Tú de qué bando eres? ¿De los del bacalao en salsa roja o en salsa verde? Ni de uno ni de otro. Yo voy picando de las dos cazuelas. Voy cogiendo de una y de otra, porque yo soy de los del chuletón. Doy la razón a unos u otros o se la quito según y cuando. O me invento mis propias razones cuando me pongo a fantasear. Por ejemplo ahora. Fantaseo y pienso que una de las damas que arman caballero a don Quijote en la venta, la que se llamaba la Tolosa, la misma que después de la ceremonia es autorizada por don Quijote a que se pusiese don y se llamase en adelante “doña Tolosa”, pienso que esa dama se llamaba así porque provenía de la misma villa de donde yo provengo, que es Tolosa. Me da igual que fuera o no mujer del oficio, yo la quiero reivindicar para mi pueblo, aunque sea enfrentándome a uno de los argumentos utilizados por los que defienden la tesis vascófila. Y me apoyo en algún otro que ha dicho que en la historia de don Quijote se podría quitar a Sancho Panza pero a doña Tolosa no. Puestos a fantasear podemos decir que eso es verdad ya que don Quijote salió de casa la primera vez sin la ayuda de Sancho, pero sin la ayuda de doña Tolosa nunca habría sido armado caballero. Por eso reivindico a doña Tolosa diciendo que era de Tolosa y que me da lo mismo que fuera de una profesión u otra. Puedo decir lo que quiero. Los que hemos leído el libro, como estamos locos, podemos decir lo que queramos. ¿Estoy yo loco? ¡Pues claro que sí! Estoy loco por el Quijote.