La angustia de vivir en Comala. Entre la añoranza y el desamparo

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La angustia de vivir en Comala.
Entre la añoranza y el desamparo
The anguish of living in Comala.
Between homesic and helplessness
Miguel José PÉREZ
Julia ENCISO
RESUMEN
Se expone la situación del desamparo en que se hallan los habitantes de Comala: por una
parte, por la tiranía económica y psíquica de Pedro Páramo y la violencia sexual que practican tanto éste como su hijo Miguel sobre las comalenses; y, por otra parte, por la opresión que sobre ellos ejerce el padre Rentería, que les impone una religión basada en la
superstición y el miedo.
ABSTRACT
Here do we expose the helplessness situation in which Comala’s inhabitants are: on the
one hand, because of Pedro Páramo’s economic and psichological tyranny and the sexual
violence that both Pedro and his son Miguel practise on them; and, on the other, because of Priest/Father Rentería’s oppression, whose religion is imposed on them based upon
superstition and fear.
RÉSUMÉ
Universidad Complutense, Madrid
Dpto. Didáctica de la Lengua y la Literatura
Facultad de Educación - Ctro. Formación del Profesorado
[email protected]
Nous dénonçons la situation d’abandon dans laquelle se trouvent les habitants de Comala. D’une part, en raison de la tyrannie économique et psychique exercée par Pedro Páramo et de la violence sexuelle pratiquée tant par ce dernier comme par son fils Miguel sur
les Comalais. D’autre part, en raison de l’oppression déployée envers eux par le père Rentería, qui leur impose une religion basée sur la superstition et la peur.
PALABRAS
CLAVE
Pedro Páramo.
Opresión.
Violencia.
Superstición.
Angustia.
KEY
WORDS
Pedro Páramo.
Oppression.
Violence.
Superstition.
Anguish.
MOTS-CLÉS
Pedro Páramo.
Oppression.
Violence.
Superstition.
Angoisse.
SUMARIO 1. Estructura compleja. 2. Comala y el desamparo de la humanidad. 3. El
poder del Cacique. 4. Los ecos del silencio. 5. Tiranía religiosa. 6. Un mundo sin ilusión. 7. Un mundo onírico. 8. Un desierto amedrentado. 9. Final. 10. Referencias
bibliográficas.
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ISSN: 1130-0531
Miguel José Pérez y Julia Enciso
La angustia de vivir en Comala
1. Estructura compleja
Como «introducción» al análisis de lo que dice el título de este trabajo1, es necesario
hacer constar que, tras la lectura de Pedro Páramo, la célebre novela de Juan Rulfo, lo primero que nos llama la atención es su compleja y enigmática estructura, entre otras razones porque los setenta fragmentos de que consta —a modo de capitulillos, no numerados— no siguen un orden narrativo cronológico; también porque hay saltos temáticos en
el acontecer novelesco y las vidas/muertes de los personajes se cuentan de una manera
fragmentaria, siempre en relación con la vida del personaje principal, Pedro Páramo,
dueño absoluto de todo y dominador de las vidas de todos sus habitantes, y de todas sus
posesiones.
Por otra parte, el punto de vista del narrador varía constantemente: En unas determinadas secuencias la narración aparece en primera persona cuando el que narra es Juan Preciado, que viene a Comala con la imagen en sus recuerdos de un pueblo vivo del que le había
hablado su madre, y se encuentra con una Comala muerta, donde «no había niños jugando,
ni palomas, ni tejados azules...» (p. 11). Serán los diversos personajes con los que se encuentra los que le irán informando de Comala y de sus habitantes. En otros momentos, cambia el
sujeto del enunciado y aparece la tercera persona narrativa, que nos informa de la vida de
Pedro Páramo y de su relación con los habitantes de Comala.
Por otra parte, aparece el monólogo interior, sobre todo cuando el sujeto que habla o del
que se habla es Pedro Páramo o Susana San Juan. Es de una gran originalidad la forma que
tiene el autor de tratar el tiempo, ya que ajusta la narración a la situación temporal en que
se halla Pedro Páramo: la vida de los comalenses depende del estado anímico de su cacique, Pedro Páramo; y está contado de tal forma que parece como si dicho tiempo se hubiese dilatado tanto que terminara por desaparecer y hacerse vago, impreciso, fundiéndose
las fronteras temporales en un presente irreal, dudoso, misterioso, sumergiendo, desde el
principio, al lector en un clima de incertidumbre y angustia, tal y como viven los habitantes de Comala.
Para ayudar al lector a internarse en los entresijos de esta novela, y ya que vamos a centrarnos en la angustia en que viven los personajes, presentamos un esquema formado por
tres círculos (véase Figura 1): En el círculo del medio colocamos a los personajes más representativos, los que, de alguna manera, han sido dominados y oprimidos por los personajes
que están en el primero y en el tercero círculos. Estos son, ante todo, Pedro Páramo; luego,
Miguel Páramo (y hasta su caballo, que es y actúa como todo un símbolo de esa opresión), y
el padre Rentería (que es opresor y oprimido). En círculo exterior —o, mejor dicho, fuera
del círculo—, colocamos a Susana San Juan, única persona que se mantiene al margen de
ellos y supera los intentos de Pedro Páramo y del padre Rentería por sojuzgarla, si bien de
alguna manera vive asimismo, y en cierto modo, angustiada y suspirando por los brazos de
Florencio, a quien ya no encuentra, enfrentándose también a Dios al que acusa de habérselo quitado:
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Figura 1.
...Pero tú te ocupas nada más de las almas. Y lo que yo quiero de él es su cuerpo. Desnudo y
caliente de amor; hirviente de deseos; estrujando el temblor de mis senos y de mis brazos. Mi
cuerpo transparente suspendido del suyo. Mi cuerpo liviano sostenido y suelto a sus fuerzas.
¿Qué haré ahora con mis labios sin su boca para llenarlos? ¿Qué haré de mis adoloridos labios?
(p. 83).
En definitiva, todos los habitantes de Comala mueren sin haber visto cumplidas sus ilusiones ni, por tanto, haber encontrado la felicidad en este mundo. Y es que todos se resignan
a vivir su vida como un desdichado y fatal destino, al que irremediablemente creen estar abocados.
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2. Comala y el desamparo de la humanidad
La historia de Comala es, es pues, la historia de un pueblo que ha perdido el Paraíso y permanece envuelto en el sopor que conlleva el sentimiento de culpa. Sin redención ni esperanza posible; sin ley, sin justicia y sin perdón, sus habitantes se encuentran encerrados entre
cuatro paredes vacías, atrapados por el miedo y la angustia. Son personajes que, en alguno de
los caminos de la eternidad, escuchan sus propios lamentos como entre suspiros y susurros.
Pero la historia narrada en esta novela va más allá de Comala. Se convierte en símbolo de
la realidad de México y, más aún, trasciende sus fronteras para llegar a ser símbolo de otra
realidad más amplia: Es el desamparo de la humanidad lo que Rulfo nos retrata.
Tiene razón Mario Muñoz cuando afirma que en Juan Rulfo hay una conjunción de lo singular y lo universal:
Si por una parte hay una densidad de contenidos que remiten a la configuración histórica de
México —como la orfandad, la carencia de identidad, la vigencia del feudalismo, la presencia
constante de la muerte...—, por la otra, enlaza con una tradición temática recurrente, por lo
menos, en la literatura occidental, como es la pérdida del Edén, la búsqueda del origen, la conciencia cristiana de la culpa, la dualidad del padre, la amada imposible (Muñoz, 1985: 385).
Son todos éstos temas que se entrecruzan en la novela de Rulfo. Parece, en efecto, esta
novela una meditación sobre el hombre arrojado del Paraíso y condenado a pagar su culpa.
Insistiremos en esto más adelante.
3. El poder del Cacique
Ése es, creemos, el sentido último de la novela; sentido que se desarrolla bajo el simbolismo de una meditación sobre la tiranía de un cacique: Pedro Páramo.
Ya desde niño, Pedro Páramo da muestras de lo que será después un personaje violento y
opresor. No quiere ser humilde, no quiere ser pobre, no quiere tener paciencia: «Que se
resignen los otros, abuela, yo no estoy para resignaciones» (p. 20).
Al pueblo entero de Comala lo considera como propiedad suya. Lo somete a una ley hecha
a su antojo. Y todo se encuentra bajo el signo de la violencia y el poder: «La ley de ahora en
adelante la vamos a hacer nosotros» (p. 36).
Sus relaciones con los comalenses no van a ser, pues, de amor y convivencia. Muy acertadamente dice, a este respecto, Roberto Cantú:
Pedro Páramo integra bajo su yugo a un pueblo, pero lo hace sin intenciones de formar una
comunidad: la voluntad motriz es la del poder; la necesidad de vengar la muerte de su padre es sólo
un pretexto: la verdadera pasión está detrás del despecho de haber vivido bajo un hogar en desintegración y penuria (Cantú, 1985: 340).
Los habitantes de Comala viven suspirando por el tiempo en que la ciudad fue próspera y
fértil, una tierra que «olía a miel derramada» (p. 19).
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Pero cuando muere Miguel, el hijo de Pedro Páramo, el único que este reconoció, empieza a morirse un poco él también. Aquella noche que enterraron a Miguel el firmamento se llenó de luminarias, signo de mal presagio. Como dice R. Cantú, era
correlato celeste del fuego infernal que es imán de toda culpa y pecaminosidad, y vaticinador de
lo que será Comala en pocos años: lugar de intenso calor, un pueblo muerto (Cantú, 340).
El pueblo entero se siente atemorizado: «Aquel cadáver pesaba mucho en el ánimo de
todos» (p. 24). Hay un sentimiento general de malaugurio: «Había estrellas fugaces. Caían
como si el cielo estuviera lloviznando lumbre» (p. 27). Y una angustia cada vez más honda,
más cercana, se va apoderando lentamente de las gentes de Comala hasta ahogarlas en la
oscuridad: «Había estrellas fugaces. Las luces de Comala se apagaron. Entonces el cielo se
adueñó de la noche» (p. 28).
El mismo padre Rentería —que no sólo se contagia, sino que, dada su profesión, contribuye con todo su oscuro poder sobre las personas a crear aquel ambiente— es la primera víctima de esa angustia: «El padre Rentería se revolcaba en su cama sin poder dormir» (p. 28).
Y, aunque tarde, es el primero en reconocer su culpabilidad:
Todo esto que sucede es por mi culpa —se dijo—. El temor de ofender a quienes me sostienen.
Porque ésta es la verdad; ellos me dan mi mantenimiento. De los pobres no consigo nada; las oraciones no llenan el estómago (p. 28).
Al final, la angustia le lleva a la más absoluta resignación y, lo que es aun peor, a aceptar
como si fuera uno más los malos presagios:
Salió fuera y miró el cielo. Llovían estrellas. Lamentó aquello porque hubiera querido ver un
cielo quieto. Oyó el canto de los gallos. Sintió la envoltura de la noche cubriendo la tierra. La tierra, este «valle de lágrimas» (p. 29).
A partir de ahora, la tristeza se apodera de Comala. Y su secuela, la angustia, la irá ahogando lentamente. Pedro Páramo se da cuenta de que «está empezando a pagar» (p. 57).
Comala principia a morir un poco cada día, hasta que muere Susana San Juan. Entonces
Pedro Páramo «le perdió interés a todo» (p. 67). Se venga de Comala porque se puso en
fiestas: «Me cruzaré de brazos y Comala se morirá de hambre» (p. 95). Fue aquélla una
fiesta de ruidos, de voces, de gritos ensordecidos; pero nadie sabía qué pasaba. Aquel día
murió Comala definitivamente: «Desde entonces la tierra se quedó baldía y como en ruinas» (p. 67).
Y viene la destrucción de los hombres y de la tierra. El paisaje verde se hace gris, se llena
de sombras. Serán ahora tierras ácidas. Así lo reconoce el padre Rentería hablando con el
señor cura de Contla:
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Son ácidas, padre (...). Vivimos en una tierra en que todo se da, gracias a la providencia: pero
todo se da con acidez. Estamos condenados a eso (p. 60).
Son tierras que «saben a desdicha» (p. 69), como le dice Bartolomé San Juan a su hija
Susana cuando se integran en Comala, al arrimo de Pedro Páramo. También ellos añoran el
paraíso perdido:
Allá, de donde venimos ahora, al menos te entretenías mirando el nacimiento de las cosas:
nubes y pájaros, el musgo, ¿te acuerdas? Aquí, en cambio, no sentirás sino ese olor amarillo y acedo que parece destilar por todas partes. Y es que éste es un pueblo desdichado; untado todo de
desdicha (p. 69).
4. Los ecos del silencio
Los habitantes de Comala se resignan al dominio de Pedro Páramo, a «ese rencor vivo»
(p. 9) que es Pedro Páramo, como lo define su hijo Abundio, el parricida. Fueron condenados al silencio por la opresión del cacique y vivieron y murieron sumisos. La vida de cada uno
fue una larga noche, una interminable noche de fatigas; una vida empapada de muerte; una
vida que no es sino un continuo morir arrastrándose en este «valle de lágrimas» (p. 29).
Dorotea, que vive ilusionada por tener un hijo, lamenta desde la tumba la frustración de su
deseo:
Ni siquiera el nido para guardarlo me dio Dios. Sólo esa vida arrastrada que tuve, llevando de
aquí para allá mis ojos tristes que siempre miraron de reojo (p. 51).
Ese silencio en el que se baña la novela la envuelve en un halo de misterio, y nos la deja
sumida en una noche eterna, llena de suspiros y de susurros. Porque no se decían palabras;
era sólo el eco de una palabra anudada en el tiempo lo que se sentía:
Este pueblo está lleno de ecos. Tal parece que estuvieran encerrados en el hueco de las paredes o debajo de las piedras. Cuando caminas, sientes que te van pisando los pasos. Oyes crujidos.
Risas. Unas risas ya muy viejas, como cansadas de reír. Y voces ya desgastadas por el uso (p. 36).
Como ya hemos dicho, Pedro Páramo no se propone integrar en una comunidad a los
comalenses, los cuales, como herederos del propio Pedro Páramo, no pudieron evadirse de
una historia de culpabilidad:
La esperanza ecuménica del Nuevo Testamento (...) está totalmente ausente de la obra de Rulfo (...). El fanatismo, la anarquía social y la voluntad de poder —frutos de un resentimiento acumulado— participan de un sistema correlativo a una religiosidad desviada, a una falta de misión
colectiva (Cantú, 352-53).
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El Dios de Comala es el Dios del Antiguo Testamento. Es un Dios justiciero e implacable,
que no perdona. De hecho, ninguno de ellos recibe el perdón de sus pecados. Vagarán eternamente sin esperanza de salvación. Oímos los lamentos de Dorotea:
El cielo está tan alto, y mis ojos tan sin mirada, que vivía contenta con saber dónde quedaba la
tierra. Además, le perdí todo mi interés desde que el padre Rentería me aseguró que jamás conocería la gloria. Que ni siquiera de lejos la vería... Fue cosa de mis pecados; pero él no debía habérmelo dicho (...). Cuando a una le cierran una puerta y la que queda abierta es nomás la del infierno, más vale no haber nacido... (pp. 55-56).
5. Tiranía religiosa
El padre Rentería ha creado también el infierno de Comala. Nadie recibe su perdón. La
tiranía en la que viven/mueren los habitantes de Comala es, asimismo, religiosa.
El intenso diálogo que mantiene con Susana San Juan, moribunda, es el mejor exponente
de ese terror religioso en el que el padre Rentería sumerge a los habitantes de Comala, como
ejemplo de la actitud de numerosos representantes de la iglesia. Es un diálogo de una gran
fuerza en el que el padre Rentería insiste amenazador:
Aún falta más. La visión de Dios (...). La alegría de los ojos de Dios, última y fugaz visión de los
condenados a la pena eterna (...). El tuétano de nuestros huesos convertido en lumbre y las venas
de nuestra sangre en hilos de fuego (...); atizado siempre por la ira del señor (p. 93).
Finalmente, viéndose derrotado, le dice en voz baja y sacudiéndole los hombros: «Vas a ir
a la presencia de Dios. Y su juicio es inhumano para los pecadores» (p. 94). Pero Susana San
Juan lo va a rechazar definitivamente. Ya con anterioridad le había confesado a Justina —que
creía en el cielo y en el infierno-: «Yo sólo creo en el infierno» (p. 90).
Y un poco antes, en el mismo diálogo con Justina: «¿Y qué crees que es la vida, Justina,
sino un pecado? ¿No oyes? ¿No oyes cómo rechina la tierra?» (p. 89). Por eso, cansada/hastiada ya de la insistencia del padre Rentería, le dice definitiva: «¡Ya váyase, padre! No se mortifique por mí. Estoy tranquila y tengo mucho sueño» (p. 94).
A este respecto, estamos totalmente de acuerdo con Roberto Cantú cuando afirma, y con
gran acierto a nuestro parecer, que
en Rulfo no hay mediación con Dios; la tierra está maldita y sólo da frutos agrios; no existe la idea
de pueblo ni, mucho menos, de una visión nacional (Cantú, 353).
Tampoco el padre Rentería recibe el perdón de sus pecados. Con su actuación, transforma
el miedo en espanto, porque ni siquiera tras la muerte podrá el hombre alcanzar el descanso. De ahí que los personajes de la novela rememoren, tras su muerte, los recuerdos, angustiosos, que vivieron.
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6. Un mundo sin ilusión
Como en toda obra de arte, también aquí se trasciende lo concreto, que adquiere proyección universal. El hombre de Comala es el símbolo de la angustia del hombre en la tierra:
Este mundo que lo aprieta a uno por todos lados, que va vaciando puños de nuestro polvo aquí
y allá, deshaciéndose en pedazos como si rociara la tierra con nuestra sangre. ¿Qué hemos hecho?
¿Por qué se nos ha podrido el alma? (p. 70).
Una tierra, un mundo en donde no es posible la ilusión. Así se lo dice Dorotea a Juan Preciado, que viene a Comala con la ilusión de encontrar a su padre:
—Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi padre. Me trajo la ilusión.
—¿La ilusión? Eso cuesta caro. A mí me costó vivir más de lo debido. Pagué con eso la deuda de
encontrar a mi hijo, que no fue, por decirlo así, sino una ilusión más; porque nunca tuve ningún
hijo (p. 51).
Pedro Páramo también muere sin ver realizada la ilusión de su vida. Él vive dos sentimientos contradictorios y paralelos: un sentimiento externo de pasión y de violencia; y otro
interior de enamorado de Susana San Juan, a la que nunca llegará a poseer:
Pensaba más en Susana San Juan, metida siempre en su cuarto, durmiendo, y, cuando no,
como si durmiera.
Si al menos hubiera sabido qué era aquello que la maltrataba por dentro...
Él creía conocerla. Y aun cuando no hubiera sido así, ¿acaso no era suficiente saber que era la
criatura más querida por él sobre la tierra?...
¿Pero cuál era el mundo de Susana San Juan? Esa fue una de las cosas que Pedro Páramo nunca llegó a saber (p. 78).
Pero ni Pedro Páramo comprende el mundo de Susana San Juan —«una mujer que no era
de este mundo» (p.89)—, que vive ajena al mundo de Pedro Páramo, enajenada, sintiéndose en su locura entre los brazos de Florencio; ni tampoco Susana San Juan entendió la obsesión que Pedro Páramo tenía por ella.
7. Un mundo onírico
Retomamos ahora el tema de la búsqueda del Paraíso perdido, al que aludimos anteriormente.
Juan Preciado, apartado del padre, no ha encontrado fuera sus señas de identidad, y viene
a Comala a exigirle responsabilidades a aquel que le dijeron que era su padre: «un tal Pedro
Páramo» (p. 7). Sigue religiosamente el camino que se le ha impuesto, lleno de sueños y de
deseos por encontrar a «aquel señor llamado Pedro Páramo» (p. 7).
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Un mundo onírico se crea en su mente, que se halla poblada de los recuerdos de lo que le
había dicho su madre:
Hay allí (...) una llanura verde, algo amarilla por el maíz maduro. Desde ese lugar se ve Comala, blanqueando la tierra, iluminándola durante la noche (p. 8).
El plano de la fantasía creado por Juan Preciado, por Pedro Páramo, como enamorado de
Susana San Juan, así como por esta misma, se va a ir interponiendo con el plano real a lo largo del relato novelesco. Así se mezclan en la novela los sueños del pasado próspero de Comala con un presente gris, ácido, que «sabe a desdicha», que es la Comala que se encuentra Juan
Preciado. Un pueblo desolado que es la antítesis de lo que le decía su madre. Un paisaje adormecido por la «canícula de agosto» (p. 7), triste. «Un horizonte gris» (p. 8).
Juan Rulfo sostiene el relato entre el presente y el pasado, mezclando los recuerdos de los
muertos en su vida pasada con los diálogos de los personajes en la tumba. Son diálogos de los
vivos y los muertos, unos muertos contaminados de vida y una vida contaminada de muerte.
Porque, como dice L. Ortega,
Pedro Páramo está concebida como una gran metáfora fundamentada en la muerte, muerte que
es un constante recuerdo de la vida (Ortega, 1984: 371).
Así vamos conociendo retazos de su historia, de una manera discontinua:
Los recuerdos, los ecos, los rumores, las sombras y las apariciones son indicios de la permanencia de otra época incrustada en un orden social diferente (...). Las tierras erosionadas y las
almas sin reposo son formas alusivas de denotar la pauperización del campo y la vigencia de otro
tiempo revolucionario (Muñoz, 1985: 389).
De ahí que sea tan importante el recuerdo, para dejar constancia de que el tiempo real es
el pasado. Que es la historia viva de los muertos.
La idea del Paraíso perdido se recrea también en el paisaje que aparece envuelto en una
atmósfera sin aire, que produce una sensación de asfixia, de ahogo, de falta de vida. Como
dice Luis Ortega,
el paisaje en Pedro Páramo tiene diversas funciones, y una de las más esenciales es presentar una
dicotomía entre lo que fue y lo que es; dicotomía en el tiempo que encamina al hombre al pasado
en busca de una felicidad que no halla en el presente o le hace huir hacia un lugar distinto del que
pisa; por ello insistimos en el paisaje feliz de la otra orilla (Ortega, 89).
8. Un desierto amedrentado
Juan Preciado va a la busca de un pasado remoto y ensoñado, en busca de su origen. Pero
la herencia que recibe del pasado está contaminada también. Le recibe una Comala ahueca187
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da por los ecos de las almas en pena. Sin saberlo, se interna en un camino que no tiene retorno. Pronto siente una bocanada de aire brasiento:
Habíamos dejado el aire caliente allá arriba y nos íbamos hundiendo en el puro calor sin aire
(...). Aquello está sobre las brasas de la tierra, en la mera boca del infierno (p. 9).
No. No era el paraíso lo que empezaba a pisar Juan Preciado. Era una tierra ocre la que lo iba a
cobijar:
Mi cuerpo, que parecía aflojarse, se doblaba ante todo, había soltado sus amarras y cualquiera
podía jugar con él como si fuera un trapo (p. 13).
«El tiempo pasado es irrecuperable», dice Rulfo. Juan Preciado morirá aterrorizado en
aquel laberinto sin salida: después de escuchar aquellas palabras sin voz, aquel suspirar de
ánimas en pena. El miedo agarrotó su garganta, que se quedó sin voz. En aquel pueblo sin
niños, sin ruidos, sin tiempo, Juan Preciado se desintegra igual que se desmoronó su padre,
Pedro Páramo, «como si fuera un montón de piedras» (p. 101).
—Sí, Dorotea. Me mataron los murmullos. Aunque ya traía retrasado el miedo. Se me había
venido juntando, hasta que ya no pude soportarlo...
—Mejor no hubieras salido de tu tierra. ¿Qué viniste a hacer aquí?
—Ya te lo dije en un principio. Vine a buscar a Pedro Páramo, que según parece fue mi padre.
Me trajo la ilusión (pp. 50-51).
¿Es que nos dice Juan Rulfo que es mejor no haber nacido, no haber venido al Paraíso perdido? Como dice L. Ortega,
Rulfo no quiere esclarecer la realidad y deja muchas incógnitas sin despejar. Diríase que el arte
de Rulfo se caracteriza por los grandes silencios. Rulfo ilumina poco a poco sus temas, que van
surgiendo gota a gota, sin preocuparse, como autor, de acabar nada, dejándonos siempre en continuo suspenso y creándonos una situación tambaleante como la de sus protagonistas (Ortega,
1984: 379).
9. Final
La angustia de vivir en Comala es una angustia que anega a los personajes que allí viven
muertos y/o mueren vivos. Todos ellos están dominados por el terror de la oscuridad, de las
voces del silencio:
Sometidos al poder de la tierra y del cacique, los hombres de Rulfo apenas soportan su miserable existencia, y sometidos al poder religioso dejan que vaguen sus almas pecadoras llenando de
murmullos Comala (Ortega, 1984: 373).
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Sí. Esa angustia sentimos que la viven los habitantes de Comala. Pero el lector se siente
sobrecogido por la palabra de Rulfo. Llueve sobre él esa lluvia mansa de la Comala viva y
fecundada por la poesía. Tal vez sea el encuentro con la poesía misma o con un posible cielo
en la tierra lo que hace que el lector guarde consigo, como un tesoro ávidamente acumulado,
todos los susurros.
10. Referencias bibliográficas
Textos de Juan Rulfo.
Juan RULFO: Pedro Páramo; El llano en llamas y otros textos, Barcelona, Seix Barral, 1983.
Bibliografía crítica consultada.
CHA: Cuadernos Hispanoamericanos, n.º 421-423 (1985). Número homenaje de 515 páginas dedicado
todo él a Juan Rulfo.
Roberto CANTÚ, «De nuevo el arte de Juan Rulfo. Pedro Páramo reestructura(n)do», en CHA, n.º 421423 (1985), 305-354. Este artículo (de 50 páginas) analiza la estructura de Pedro Páramo, y cómo los
personajes se integran en ella.
Unos personajes que, desde su soledad, su individualidad, su desvinculación y desafecto de todo lazo
familiar y social —junto a su relación incestuosa en determinados casos—, su excentricidad e incongruencia, su egoísmo en definitiva, acaban desintegrándose como seres humanos, destrozados por su
propia angustia. Esa angustia endurece el carácter de los personajes siguiendo un proceso que —dice—
tiene tres etapas: Paraíso (la Comala del recuerdo). Purgatorio (la Comala dominada por Pedro Páramo), Infierno (la Comala en que muere Juan Preciado). El autor analiza asimismo el comportamiento
de los personajes a partir de la comparación de textos de la novela; e, incluso, compara por oposición
antitética a Pedro Páramo con Abraham.
Mario MUÑOZ, «Dualidad y desencuentro en Pedro Páramo», en CHA, n.º 421-423 (1985), 385-398.
El autor de este artículo analiza —a partir del simbolismo de la novela, la cual,trascendiendo la realidad de México, adquiere un valor universal— el «sinsentido de la existencia» humana, el destino del
hombre en medio de esa existencia y su razón de ser en la tierra. Eso explica la dualidad y desencuentro de los personajes consigo mismos, que, lógicamente, han de conducirles al fracaso y a la desintegración. Unos personajes que buscan afanosamente las raíces perdidas y que, en su vagar por la vida
y/o la muerte, sólo encuentran su propia destrucción.
Luis ORTEGA GALINDO, Expresión y sentido de Juan Rulfo, Madrid, Porrúa, 1984.
Es un amplio estudio de 386 nutridas páginas, en el que nos presenta una visión compacta de toda la
obra de Rulfo: de Pedro Páramo, y de los «cuentos», reunidos, como se sabe, por el autor bajo el título
genérico de El llano en llamas. Analiza todos los aspectos de la obra. En primer lugar, el paisaje. Pero no
sólo el paisaje tal y como se suele entender, sino algo mucho más importante que él llama «la atmósfera»; es decir, un espacio y un lugar donde se fragua —y se intuye— la situación profundamente humana de los personajes. Y todo eso se percibe también a lo largo del libro, mediante un minucioso estudio
de certera intuición científica. Después analiza el lenguaje y, desde él y a partir de él, la fuerza expresi-
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va que en cada situación idiomática adquiere; es decir, el estilo incardinado en la realidad de los hechos.
En la segunda mitad del libro expone la estructura y valor del tiempo y de las formas temporales. Y se
analiza asimismo el carácter, psicología y comportamiento de los personajes. Es precisamente en estos
capítulos donde se alude constantemente —directa o indirectamente— al tema de nuestro estudio, la
angustia ambiental en la que viven zambullidos los personajes, todos los personajes de la novela. En lo
que a la «expresión» y el «sentido» de la obra de Rulfo —es decir, a su comprensión totalizadora— se
refiere, será difícil encontrar un libro tan completo y de análisis tan certero.
Didáctica (Lengua y Literatura)
2003, vol. 15
179-190
190
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