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Barcelona: Síntesis de la Evolución de
una Ciudad
Introducción
1. Condicionantes geográficos
2. Antecedentes de la ciudad industrial
3. La ciudad industrial
4. Hacia la Barcelona metropolitana
5. La Barcelona del Desarrollismo
6. La Barcelona de la crisis
7. La Barcelona post-industrial
Créditos
Dr. A. Remesar
2000.01.06 05:06:12 +01'00'
(C)2000
Barcelona
Barcelona: Síntesis de la Evolución de
una Ciudad
El mito
fundacional
M. Vázquez Montalban,
Barcelonas,
¿Por qué no Hércules? Las ciudades con historia siempre han tratado de buscar sus
orígenes en la leyenda. Así como Roma necesitó urdir un encuentro de amor entre Dido y
Eneas para que del despecho y la fuga del caudillo troyano naciera el prestigio de la
capital del imperio, Barcelona reclamó la mirada de Hércules para nacer. Fue Hércules
quien, llegado a las costas mediterráneas de Iberia, se subió a la primera montaña que
encontró y contempló entre dos ríos un paisaje de olivos, pinares, almendros y laurcles
tapizando suaves colinas menores, a manera de anticipo geológico, hasta que sus ojos
tropezaron con la barrera serrana de Collserola. Se ignora si Hércules, como todo buen
colonizador, puso nombre a lo que sus ojos descubrían o si, en cambio, entretenido por
sus muchos trabajos, practicó el turismo visual y se fue por donde había venido. Mosén
Cinto Verdaguer, el pocta angular del idioma literario catalán contemporáneo, se imagina
la escena con la grandilocuencia necesaria para que un viaje de Hércules no pueda
banalizarse:
“Quan a la falda et miro de Montjuic Segada m’apar veure’t als bracos d’àlcides gegantí,
que per guardarsa filia del seu costat nascuda en Serra transformant-se s ‘hagués quedar aquí.”
Hija pues de la mirada de Hércules, sin discutir la autoridad de la elevada cita, habría que
preguntarse qué hacía Hércules en un lugar tan alejado de sus costas de origen. En Històries
i conquestes dels excellentíssims e catholichs reys d’Aragó, Pere Tomic da todas las
explicaciones precisas y acumuladas desde la Edad Media por una historiografía local
más política que científica. Al parecer, Hércules, después de su lucha contra los Geriones,
se dedica a colonizar Sevilla, Tarazona, Tarragona, La Seu d’Urgell, Balaguer, Manresa y
Vic, y cuando pretendía marchar hacia los Pirineos en pos de la unidad europea, recibe
una embajada de ilustres griegos en demanda de que participe en la guerra de Troya. La
embajada le llega diezmada porque una tempestad ha hundido la mayor parte de las
naves frente a una extraña montaña denominada MontJovis, la actual Montjuic, y Hércules,
Barcelona: Síntesis de la Evolución de
una Ciudad
tras aceptar el encargo, funda una pequeña colonia en la montaña que ha contemplado la
fatídica tormenta. Los pobladores serán precisamente los supervivientes de la novena
embarcación; obsérvese la astucia etimológica del historiador: novena barca, barca novena, barca nona, barcinona, Barcelona.
Pero dejemos de momento historias y leyendas, para retener el hecho de que esta Ciudad
nació en una de las colinas que han dado carácter a su evolución, en lucha dialéctica entre
la ciudad de piedra domesticada y la tierra que desde el mar se alzaba suavemente hacia
su horizonte preferido de montañas. Pocas ciudades del mundo tienen el privilegio de
nacer con miradores naturales y de tener los puntos cardinales dibujados por la geografía.
En Barcelona los puntos cardinales no son referenciales o imaginarios. Son el mar, Mediterráneo se llama, dos ríos, Besos y Llobregat, y finalmente un hipotético norte de montañas en el que domina el promontorio del Tibidabo. Esos puntos cardinales se veían nítidamente cuando Hércules hizo el gesto, pero el crecimiento de la ciudad ha creado un tejido
urbano que ha cubierto implacablemente las colinas menores y convertido los ríos en canales amenazados por la geometría de las calles y las casas. Desde Montjuic puede
percibirse el suave promontorio Táber, centro radial de la primera Barcelona histórica, a
pocos metros del mar. Algo más pronunciadas las colinas de Monterols, el Putget, la Creuta,
el Carmel, la Muntanya Pelada y el Turó de la Peira—antes de enfrentarse a la aparente
rotundidad de la sierra de Collserola con su cumbre dominante, el Tibidabo, apenas quinientos cuarenta y dos metros—, pero lo suficientemente bien situadas como para abotonar el horizonte de la ciudad.
Desde Montjuic, con Hércules o sin Hércules, los primitivos habitantes de estas tierras, los
layetanos, dominaban todos los caminos amenazadores, fueran de mar o de tierra. Luego
la historia continuaría desde el monte Táber, y Laye quedaría como una referencia ibérica
casi legendaria, recuperada muchos, muchos años después para poner nombre a una vía
que destruía buena parte de la Barcelona vieja, la Vía Layetana....
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