HOMILÍA en la profesión perpetua de tres hermanas de Belén en la

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HOMILÍA en la profesión perpetua de tres hermanas de Belén en la Cartuja de
Santa María de la Defensión de Jerez de la Frontera
(14 de julio de 2014)
Nos convoca hoy el Señor para celebrar la profesión perpetúa de nuestras hermanas Marusia,
Rosalia y Melita, que desde hoy pasan a formar parte de forma plena de la familia monástica de
Belén, de la Asunción de la Virgen y de San Bruno.
En la catequesis monástica que leeré se os recomienda seguir a la Virgen María que abre para toda
la Iglesia el camino de la virginidad voluntaria para preferir a Dios, el Único Necesario y para vivir
en la tierra, en la fe, en comunión con la adoración que Ella misma vive en el corazón de las Tres
personas Divinas.
Y es mirando a María y adentrándonos en el misterio de la Anunciación que hemos escuchado
como podréis vivir con alegría vuestro nuevo ser virginal y maternal que la Iglesia os concede hoy
al recibiros como hermanas de Belén.
La anunciación nos habla de fe y de encuentro fecundo, de misión.
Fe en la Palabra
María es invitada a creer en una maternidad virginal, de la que el Antiguo Testamento no recuerda
ningún precedente. En realidad, el conocido oráculo de Isaías: «He aquí que una doncella está
encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel» (Is 7,14), aunque no excluye
esta perspectiva, ha sido interpretado explícitamente en este sentido sólo después de la venida de
Cristo, y a la luz de la revelación evangélica.
A María se le pide que acepte una verdad jamás enunciada antes. Ella la acoge con sencillez y
audacia. Con la pregunta: «¿Cómo será esto?», expresa su fe en el poder divino de conciliar la
virginidad con su maternidad única y excepcional.
Respondiendo: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra»
(Lc 1,35), el ángel da la inefable solución de Dios a la pregunta formulada por María. La virginidad,
que parecía un obstáculo, resulta ser el contexto concreto en que el Espíritu Santo realizará en ella
la concepción del Hijo de Dios encarnado. La respuesta del ángel abre el camino a la cooperación
de la Virgen con el Espíritu Santo en la generación de Jesús.
Por tanto el sí de María es la fe, la confianza plena de Ella a la palabra del Señor. También hoy
vosotras os abrís a la Palabra de Dios y os consagráis a Él. Es la fe, el encuentro con el Señor
Resucitado el que os mueve a decir “sí” como María y es Ella la que en esta tarde os dice, ánimo
no dudéis del amor de Dios. Esa es la fe. No tengáis miedo que Él estará siempre ayudándoos.
Miradme a mí cuando dije el sí. El demonio me ponía por delante el futuro, que si te van a
apedrear, que si José te va a repudiar, y tus padres ¿qué va a ser de ellos?, pobres Joaquín y Ana,
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que vergüenza en el pueblo con lo buenos que son. Pero ante todas esas proclamas mundanas
María sabía que para Dios no hay nada imposible y que Él abriría caminos de salvación.
Pues ánimo hermanas Marusia, Melita y Rosalia la fe también os dice hoy a vosotras que Jesús os
acompañará y al igual que los Apóstoles os entregáis a seguir a Jesús apoyadas en su Palabra de
“no temáis que yo estaré con vosotros hasta el fin del mundo”. María os invita también a apoyaros
en su Asunción y a contemplarla vestida de Sol escuchando día a día que la victoria final es de
nuestro Dios.
Fecundidad y Misión
También la Anunciación nos habla de fecundidad y de misión.
En la realización del designio divino se da la libre colaboración de la persona humana. María,
creyendo en la palabra del Señor, coopera en el cumplimiento de la maternidad anunciada.
Los Padres de la Iglesia subrayan a menudo este aspecto de la concepción virginal de Jesús. Sobre
todo san Agustín, comentando el evangelio de la Anunciación, afirma: «El ángel anuncia, la Virgen
escucha, cree y concibe» (Sermo 13 in Nat. Dom.). Y añade: «Cree la Virgen en el Cristo que se le
anuncia, y la fe le trae a su seno; desciende la fe a su corazón virginal antes que a sus entrañas la
fecundidad maternal» (Sermo 293).
En definitiva, su sí hace posible concebir la Salvación del Mundo. “concebirás un Hijo y le pondrás
por nombre Jesús”. Este nombre expresa la misión del Hijo de Dios al encarnarse. Revela el motivo
de la encarnación. Jesús quiere decir Yahvéh salva, Dios salva.
Este el nombre que resume toda la Salvación ¡Jesús! Y no existe bajo el cielo otro nombre, dado a
los hombres, en el cual hayamos de salvarnos (Act 4,12).
Y es Jesús la razón de ser de María y es también vuestra razón de consagrar vuestra vida como
hermanas de Belén. Por ello la alegría de toda la Iglesia aquí presente, pues vuestra consagración
hace crecer en el mundo esa salvación que trae Jesús, pues como nos ha recordado el Papa
Francisco en su Exhortación Evangelii Gadium Creer en la Resurrección es saber con certeza que
quien se ofrece y se entrega a Dios por amor seguramente será fecundo (cf. Jn 15,5). Tal
fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que
su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que
no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus
preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde
ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia.
Por tanto, queridos todos alegrémonos y pidamos a María por estas hermanas para que sean
fieles a su Hijo como Ella lo fue.
+ José Mazuelos Pérez
Obispo de Asidonia-Jerez
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