Heraldo de Aragón l Domingo 21 de diciembre de 2014 EDITA: HERALDO DE ARAGÓN EDITORA, S. L. U. Presidenta Editora: Pilar de Yarza Mompeón Vicepresidente: Fernando de Yarza Mompeón Director General: José Manuel Lozano Orús TRIBUNA l 29 Director: Miguel Iturbe Mach Subdirectores: Encarna Samitier (Opinión), Ángel Gorri (Información). Redactores Jefe: Enrique Mored (Aragón), Santiago Mendive. Jefe de Política: José Luis Valero. España, Mundo y Economía: José Javier Rueda. Deportes: José Miguel Tafalla. Cultura: Santiago Paniagua. Internet: Esperanza Pamplona. Cierre: Mariano Gállego. Gerente: José Andrés Nalda Mejino Comercializa: Metha. Gestión & Medios, S. L. Imprime: Impresa Norte, S. L. Distribuye: DASA. Distribuidora de Aragón, S. L. ŢŢ I El debate sobre la oportunidad de una reforma constitucional o el desgaste generado por la renuncia del fiscal general del Estado ejemplifican los múltiples frentes a los que debe dar respuesta el Gobierno popular Por Mikel Iturbe \ŢŢ:8ŢŢ Ángel Gorri Frentes abiertos LAS NAVIDADES DE LA RECUPERACIÓN TAL vez porque son fechas dadas a los excesos, se empieza a hablar con llamativa insistencia de las Navidades de la recuperación. De momento, cabe aferrarse a la ilusión del momento porque la recuperación, lo que se dice recuperación, sigue sin llegar a muchas casas. Desde luego, no a la de miles de familias que hace años que no llegan a fin de mes ni a la de aquellas en las que el paro sigue dominando sus vidas. Como ha acabado admitiendo el presidente Rajoy para modular la euforia desmedida del discurso preelectoral, nadie responsablemente debería afirmar que la crisis es historia del pasado hasta que todo el mundo tenga un trabajo con el que subsistir. Y la realidad sigue siendo la que es: Aragón acabará el año con cerca de 100.000 desempleados; incumpliendo el déficit que obliga a mantener los ajustes; con un crecimiento inferior a la media nacional; y una caída del consumo también única en España, que no encontrará compensación en el espejismo de las galerías y los comercios abarrotados en estos días de artificios y dispendios. De momento, las verdaderas Navidades de la recuperación tendrán que aguardar, sin que eso obligue a nadie a renunciar a la esperanza y a la ilusión. HERALDO LA Fundación Giménez Abad, un espacio plural de estudio político abierto al debate y a la que PNV y Amaiur han decidido vetar en el reparto de fondos procedentes de los presupuestos generales del Estado, presentaba esta semana con el marchamo de su marca y reputación una interesante publicación sobre los cambios que podría sufrir nuestra Constitución. Bajo el título ‘Pautas para una reforma constitucional’, una veintena de expertos coordinados por Javier García Roca analizan, sin haber recibido «encargo de partido político alguno» ni financiación de ninguna naturaleza, las posibilidades, inconvenientes, necesidades y ventajas de una revisión de la Carta Magna. Son muchas las conclusiones que ofrece esta publicación, algunas de profundo calado y otras más acordes a las evidencias descritas con el tiempo que nos ha tocado vivir –por ejemplo, la necesidad de recoger el compromiso y la vocación europeas–, pero quizá sean dos las ideas fuerza que resumen con mayor acierto las aportaciones de los autores. La primera hace referencia a la necesidad de «vivir en Constitución». Desde la aceptación y el reconocimiento de la existencia de posiciones diversas resulta evidente que «es posible alcanzar consensos practicando el diálogo, la transacción y el compromiso». La segunda idea señala que la reforma de la Constitución «no puede ser labor de académicos y juristas, sino de políticos, pues se trata de una decisión política por antonomasia. Sólo los representantes tienen legitimidad democrática para ponderar la oportunidad de los cambios, y resolver los tiempos en que deban realizarse». La recuperación del diálogo entre partidos como herramienta básica para asuntos de especial trascendencia como lo es una reforma constitucional exige de la presencia de la política en el primer plano de la discusión. En los últimos años, la política ha sido apartada de la escena pública en beneficio de una visión que ha priorizado los formatos de perfil supuestamente tecnócrata aunque siempre dotados de ideología propia. Los abusos producidos por la mala praxis política, resumidos en las múltiples intromisiones en sectores donde nunca debieron instalarse, o los comportamientos sencillamente delictivos protagonizados por algunos de los representantes públicos, han rociado de descrédito una actividad que no puede ser orillada. Conviene retomar el pacto y la cultura del acuerdo pero, de forma especialísima, urge esforzarse l*.Ţ 4+ -/*.Ţ. ĝ')Ţ ,1 Ţ'Ţ+*.$' Ţ- !*-(Ţ Ţ 'Ţ*)./$/1$Ğ)Ţ 'Ţ?@Ţ)*Ţ +1 Ţ. -Ţ'*-Ţv )Ţ 4'1p .$2wŢ Ţą($*.Ţ5Ţ%1p -$./.\Ţ.$)*Ţ Ţ+*'Đ/$*.m por recuperar el crédito y el prestigio de las instituciones que conforman nuestro Estado de derecho. Duele descubrir las dificultades con las que convive la política, aunque aún duele más reconocer su persistencia en la equivocación. Provocada por la injerencia, la dimisión el pasado jueves del fiscal general del Estado Eduardo Torres-Dulce traduce la siempre peligrosa entrada de la política en los ámbitos que le deben ser, por simple definición, completamente ajenos. La falta de respeto a la división de poderes defendida por Montesquieu sitúa al Gobierno del presidente Rajoy en un ámbito de descrédito que daña su imagen política, tanto dentro como fuera de España. Torres-Dulce, que pese a su perfil supuestamente flexible y afín al Gobierno ha demostrado un firme convencimiento en la defensa del papel de la Fiscalía General del Estado, ha puesto de manifiesto dónde se encuentran los límites que ningún gobierno puede superar. Rajoy, que habría de aceptar que en este último tramo de la legislatura aún cuenta con la capacidad suficiente como para corregir esa tendencia alejada del riesgo, debe de ser consciente de que el país demanda una severa revisión política. Fiar en exclusiva su futuro y el de su partido a la recuperación económica o a los pactos que puedan producirse tras la noche electoral no hace sino acelerar el desencanto de una sociedad que ha dejado de ser comprensiva con sus políticos. ŢŢ Javier Usoz Culpar a Baudelaire ES una bendición disponer de personas allegadas a las que pedir y de las que recibir recomendaciones. Unas veces yo soy el recomendado ante ciertas instancias, que de esta forma tienen una idea más certera de mi valía, y otras, en cambio, pido que se me recomiende a un tercero que cumpla una misión por la que estoy dispuesto a pagar. Y es que esta virtuosa costumbre de recomendar cumple funciones sociales de primer orden. Para empezar, en términos de pura economía, evita cuantiosos ‘costes de transacción’, como el tiempo, el esfuerzo y los gastos que conlleva contratar correctamente. Así, cuando recientemente hube de cambiar de domicilio con mi familia, en lugar de buscar una empresa de mudanzas por mi cuenta, acudí a un amigo que había pasado por ello hacía poco tiempo, para que me recomendara a los profesionales con los que tan satisfecho se quedó. No hice más indagaciones. Además, otra gran ventaja de la recomendación radica en que, si resulta ser un fiasco, siempre se puede culpar de los cristales rotos a quien la hizo, librándose uno de toda responsabilidad. Esta actitud constituye una auténtica pasión nacional, hasta el punto de que, tengo que confesarlo, me fastidió que la mudanza fuera perfecta, ya que no tuve el menor motivo de agravio con el amigo en cuestión. Echar la culpa a otro, qué oscura delicia. La misma, y me tomo la libertad de hacer una recomendación, que sugiere el reciente libro de Enrique López Viejo, ‘La culpa fue de Baudelaire’ (El Desvelo, 2014), en el que el autor atribuye maliciosamente al jardinero del mal francés la responsabilidad de haberle convertido, con premeditación y alevosía, en un individuo original y respetuosamente transgresor de los usos, costumbres y creencias que le estaban reservados, por su origen burgués de provincias en la España interior. Qué gozoso privilegio culpar a Baudelaire de todos los excesos de la juventud de una época, la de la España de la Transición menos tópica y más desconocida, por menos política y más hedonista. Y qué gozoso privilegio poder recomendar el deleite de su lectura, inesperado y raro en nuestras letras. De no ser así, cúlpenme sin remilgos. Ser culpable también tiene lo suyo. [email protected]