¿Qué es el Destino Manifiesto?

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¿Qué es el Destino Manifiesto?
El Destino Manifiesto es una filosofía nacional que explica la manera en que este país entiende su
lugar en el mundo y se relaciona con otros pueblos. A lo largo de la historia estadounidense, desde
las trece colonias hasta nuestros días, el Destino Manifiesto ha mantenido la convicción nacional de
que Dios eligió a los Estados Unidos para ser una potencia política y económica, una nación
superior.
La frase “Destino Manifiesto” apareció por primera vez en un artículo que escribió el periodista John
L. O’Sullivan, en 1845, en la revista Democratic Review de Nueva York. En su artículo, O’Sullivan
explicaba las razones de la necesaria expansión territorial de los Estados Unidos y apoyaba la
anexión de Texas. Decía: “el cumplimiento de nuestro destino manifiesto es extendernos por todo el
continente que nos ha sido asignado por la Providencia para el desarrollo del gran experimento de
libertad y autogobierno. Es un derecho como el que tiene un árbol de obtener el aire y la tierra
necesarios para el desarrollo pleno de sus capacidades y el crecimiento que tiene como destino”.
Muy pronto, políticos y otros líderes de opinión aludieron al “Destino Manifiesto” para justificar la
expansión imperialista de los Estados Unidos. A través de la doctrina del Destino Manifiesto se
propagó la convicción de que la “misión” que Dios eligió para al pueblo estadounidense era la de
explorar y conquistar nuevas tierras, con el fin de llevar a todos los rincones de Norteamérica la “luz”
de la democracia, la libertad y la civilización. Esto implicaba la creencia de que la república
democrática era la forma de gobierno favorecida por Dios. Aunque originalmente esta doctrina se
oponía al uso de la violencia, desde 1840 se usó para justificar el intervencionismo en la política de
otros países, así como la expansión territorial a través de la guerra, como sucedió en 1846-48 en el
conflicto bélico que concluyó con la anexión de más de la mitad de territorio mexicano.
Se ha dicho que el aspecto positivo de esta doctrina tiene que ver con el entusiasmo, la energía y
determinación que inspiró a los estadounidenses para explorar nuevas regiones, especialmente en
su migración hacia el oeste. También dio forma a uno de los componentes esenciales del “sueño
americano”: la idea de que se pueden obtener la libertad y la independencia en un territorio de
proporciones ilimitadas. En cambio, las consecuencias negativas son de lamentar: la intolerancia
hacia las formas de organización social y política de otros pueblos, el despojo, exterminio y
confinamiento de los pueblos indios de Norteamérica a reservaciones, guerras injustas y
discriminación.
Razones históricas de la expansión territorial
en el siglo XIX
La doctrina del Destino Manifiesto refleja el pensamiento de un siglo en que el expansionismo y el
imperialismo se veían como comportamientos necesarios si una nación quería fortalecerse y
desarrollarse. Entre las razones históricas que explican el desarrollo del Destino Manifiesto están:
• Competencia contra los ingleses por el comercio en Asia. Los estadounidenses sabían de las
ventajas comerciales de tener un puerto en el Pacífico, especialmente en la zona de California, que
pertenecía entonces a México.
• Con el aumento de la población de las 13 colonias la economía de los Estados Unidos se
desarrolló. El deseo de expansión creció con ellos. Para muchos colonos, la tierra significaba
riquezas, autosuficiencia y libertad. La expansión hacia el Oeste ofrecía oportunidades para el
desarrollo personal.
• Sensación de éxito.
En 1803 la compra de Louisiana había duplicado la extensión de la República norteamericana. En
esa época el comercio con Europa era floreciente y el que se tenía con Asia estaba prosperando; los
aventureros extraían fortunas de China y los especuladores ricos buscaban oportunidades para
invertir.
• Ansiedad respecto a Gran Bretaña.
Existía una gran preocupación de que las intrigas de los imperialistas europeos pudieran poner en
peligro las oportunidades y libertades de los estadounidenses.
• Aumento de la población por inmigración y por nuevos nacimientos.
La población aumentó desde 5 millones en 1800 hasta más de 23 millones a mediados del siglo. Se
estima que cerca de 4 millones de estadounidenses ocuparon territorios del Oeste entre 1820 y 1850.
•Los Estados Unidos sufrieron dos depresiones económicas, una en 1818 y la otra en 1839. Estas
crisis orillaron a muchas personas a buscar nuevas oportunidades en tierras de frontera. La tierra de
las fronteras era muy barata y, en algunos casos, gratuita.
• La marcha hacia el Oeste se alentaba por una sensación de infinidad, es decir, la convicción de que
no había límites para lo que el individuo y la nación podían lograr.
• A partir de los años treinta y cuarenta del siglo XIX comenzaron a difundirse varios avances
tecnológicos que facilitaban la vida de los individuos. Un ejemplo es el uso de la máquina de vapor
para el transporte fluvial y terrestre. La locomotora se convirtió en un símbolo del progreso. El
telégrafo magnético comunicó zonas que habían permanecido aisladas. En el campo de la
comunicación, en 1846 la prensa rotativa hizo posible la producción masiva de periódicos de
circulación nacional.
Matices en la aceptación del Destino Manifiesto
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La idea de un Destino Manifiesto fue una de las banderas más proclamadas por la prensa y por los
políticos en la segunda mitad del siglo XIX en Estados Unidos. Sin embargo, no hubo un apoyo
unánime e incondicional a esta doctrina. Las diferencias internas acerca del objetivo de la expansión
territorial determinaron su aceptación o resistencia. Mientras en el noreste se creía que los Estados
Unidos tenían la misión de llevar los ideales de la libertad y la democracia a otros lugares, lo cual
podía conseguirse por medio del crecimiento territorial, los Estados del sur pretendían extender el
área de esclavitud. El conflicto de los abolicionistas del norte contra los esclavistas del sur se hizo
evidente cuando se propuso la anexión de Texas y finalmente desembocó en una guerra interna, la
Guerra de Secesión de 1860-65.
Emmanuel Leutze, 1861.
Otro grupo que veía con escepticismo la expansión territorial, era aquel que pensaba que si los
Estados Unidos crecían demasiado iba a ser difícil continuar con su experimento de autogobierno.
Creían que la democracia sólo podía practicarse en un territorio relativamente pequeño y poco
poblado, y que el crecimiento desmesurado imposibilitaría la formación de una nación.
Expansión territorial e imperialismo de los Estados
Unidos en el siglo XIX
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Para finales del siglo XIX los Estados Unidos eran una nación cuyo territorio abarcaba de la costa
americana del océano Atlántico a las playas del Pacífico. Había expandido su poderío al continente
asiático, donde se apropió de las Filipinas tras la guerra Hispano-norteamericana y se convirtió en
una potencia colonial en el Caribe, aunque sólo ocupó la isla de Puerto Rico. Obtuvo las islas de
Hawai* y la península de Alaska. En Centroamérica, aunque no invadió propiamente ningún país,
ejerció enorme poder político y económico en la región, al grado que en 1903 provocó que Panamá
se independizara de Colombia para obtener el control sobre la zona del Canal transoceánico. De este
modo, Estados Unidos se consolidó como una de las potencias económicas occidentales que
definieron el siglo del Imperialismo.
* En 1893 la reina Lili'Uokalani de Hawai fue destronada por una conspiración organizada por un empresario norteamericano y
los marines. Se estableción un gobierno provisional hasta que el Congreso de Estados Unidos declaró la anexión de las islas
hawaianas el 7 de julio de 1898. En 1900 se le declaró territorio de Estados Unidos. En agosto de 1959 Hawai fue oficialmente
reconocido como un estado más de la Unión.
Los estadounidenses comenzaron su avanzada a partir de su frontera vertical, que en un principio
corría desde New Hampshire hasta Georgia. Una de las primeras adquisiciones territoriales fue la
compra del territorio de la Louisiana y la Florida occidental a los franceses en 1803. El presidente
Thomas Jefferson pagó por estos territorios 15 millones de dólares de aquel entonces. De un golpe,
Estados Unidos se convirtió en una potencia continental, propietaria de vastos recursos que le daban
mayor independencia de Europa. Este primer éxito sentó el precedente de la expansión territorial
futura.
La frontera vertical se movió rápidamente hacia el Oeste. El territorio se formó hasta Missouri y
luego se saltó hasta California hacia 1824. La parte intermedia, las praderas y montañas ubicadas
entre el río Mississipi y la Sierra Nevada, siguió perteneciendo a algunas tribus indígenas hasta
finales del siglo XIX. Louisiana, Florida, Arkansas y Texas comenzaron a poblarse de
estadounidenses en la década de 1830. La primera gran avanzada hacia el Oeste (1824-1848)
coincidió con un intenso flujo de migración de europeos a los Estados Unidos. Entre 1830 y 1850 la
población de los Estados Unidos casi se duplicó, pasando de 12.9 a más de 23 millones.
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A mediados del siglo XIX, el descubrimiento de oro en California provocó la “fiebre del oro”,
misma que triplicó la población en esa zona: de 92 mil habitantes en 1850, a 380 mil en 1860. El
estado de Oregon, al noroeste, también atrajo a miles de personas a partir de 1842, motivados por
informes entusiastas de algunos misioneros interesados tanto por la fertilidad y posibilidades
comerciales de la zona como por la conversión de indios. Para la década de 1850 había dos
fronteras: una que avanzaba hacia el Oeste, más allá del Mississippi; y la otra que iba hacia el Este,
desde California y Oregon, por la región de las Montañas Rocallosas. La brecha entre las dos zonas
de avanzada se cerró en 1847 cuando los mormones llegaron a Utah.
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El impulso imperialista desplazó a tribus enteras de indios norteamericanos de sus tierras. Hubo
traslados forzosos de indios de Nueva York, Michigan y Florida hacia el Medio Oeste. El gobierno
quería conformar una “barrera india permanente”, pero fracasó porque los blancos no tardaron en
conquistar también las regiones indias. Cuando en 1842 se abrió la ruta de Oregon, miles de
pioneros atravesaron las Grandes Planicies e invadieron las tierras indias, arrasaron los pastizales,
perturbaron la cacería y violaron tratados. Hubo comunidades indígenas, como los sioux y los
apaches, que presentaron resistencia, pero al final fueron derrotados. En 1851 se promulgó la ley de
asignaciones indígenas, que encerró a las tribus en “reservaciones”: esto es territorios que les son
exclusivos pero que no les permiten crecer, son cárceles territoriales donde no pueden desarrollarse
plenamente.
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Texas proclamó su independencia en marzo de 1936 y fue una República independiente hasta
1945, cuando se anexó a los Estados Unidos. Esta anexión provocó la guerra entre México y
Estados Unidos, misma que terminó cuando se firmaron los Tratados de Guadalupe Hidalgo. En
1848 Estados Unidos se apropió de 2 millones 500 mil kilómetros cuadrados de territorio mexicano, a
cambio de los cuales se comprometió a pagar 15 millones de dólares. Este enorme territorio
comprendía los actuales estados de California, Nevada, Utah, la mayor parte de Arizona, Nuevo
México, Texas, así como partes de Kansas, Oklahoma, Colorado y Wyoming. En 1853 México se vio
obligado a vender a los Estados Unidos el territorio de La Mesilla (con 110 mil kilómetros cuadrados),
para que se construyera ahí una ruta de ferrocarril a California. Con esta adquisición, la República
transoceánica de los Estados Unidos quedó completa.
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En 1867, Rusia vendió a los Estados Unidos la península de Alaska por 7 millones 200 mil dólares;
y ese mismo año las lejanas y desocupadas islas Midway en el Pacífico también pasaron a formar
parte del imperio norteamericano. En 1898, a raíz de la guerra Hispano-norteamericana que
pretendía “liberar a Cuba del yugo español” (y de paso dotar de un gran mercado a los Estados
Unidos), España les cedió las Filipinas por 20 millones de dólares. España reconoció también la
independencia de Cuba y cedió Puerto Rico y Guam directamente a su vencedor. Entre 1898 y 1899,
las islas de Hawai, las islas Samoa y las Islas Vírgenes fueron anexadas a los Estados Unidos.
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El origen del Destino Manifiesto
Los principios que consolidaron la doctrina del Destino Manifiesto en el siglo XIX, se arraigaron en la
mentalidad de los norteamericanos durante la fundación de las colonias inglesas en Norteamérica en
el siglo XVII. Aunque la manifestación más evidente de esa doctrina nacionalista se expresa en el
campo de la política, su esencia es religiosa. Los ingleses que colonizaron la costa Este del territorio
que sería Estados Unidos estaban profundamente inmersos en su religión (el puritanismo, una de las
ramas del protestantismo) y su vida comunitaria y política se desarrollaron en un estricto apego a la
ley moral, con el convencimiento de que el Nuevo Mundo era la “Tierra Prometida” donde cumplirían
la misión encomendada por Dios. Así, en el periodo colonial se encuentra el punto de partida del
ideal estadounidense de ser un “pueblo elegido” entre los demás del mundo.
Este sentimiento de “excepcionalidad virtuosa” fue uno de los rasgos de identidad que alentó a los
colonos a buscar su independencia de Inglaterra en 1776. Desde su origen como nación, el sueño de
Estados Unidos ha sido encontrar la perfección social a través de un triple compromiso: con la
divinidad (cumpliendo con el destino impuesto por Dios), con la religión (observando una moral
intachable) y con la comunidad (defendiendo su libertad, su seguridad y su propiedad). A lo largo de
la historia, los políticos estadounidenses han invocado el favor de Dios en sus discursos y han
insistido en la “misión trascendente” que la nación tiene que cumplir.
La imagen nacional que los Estados Unidos tienen de sí mismos, como protectores y defensores de
la legalidad, la libertad y la democracia, se funda en la creencia de que poseen una superioridad
moral (porque son el “pueblo elegido”). Esta suposición les ha permitido justificar su intromisión en
los asuntos internos de otros pueblos (que no son “elegidos de Dios”) o de plano la violencia contra
ellos. La primera actitud intervencionista inspirada por el espíritu del “Destino Manifiesto” fue la
obsesión de los colonos ingleses por desplazar de sus tierras (o bien exterminar) a los indígenas
norteamericanos. En cuanto a su relación con otras naciones, Estados Unidos tiende a manejar sus
relaciones exteriores como si se tratara de una cruzada moral. Generalmente justifica sus acciones
con dos argumentos, ya sea el de la “nación fuerte que protege a la débil”, como pueden constatar la
gran mayoría de las naciones americanas; o bien el de “la lucha contra el Mal para defender la
libertad y seguridad del mundo”, como actualmente alega respecto de su invasión de Afganistán.
La historia de las relaciones exteriores de los Estados Unidos provee infinidad de ejemplos de la
política del “Destino Manifiesto”. Algunos de ellos son:
• Doctrina Monroe (1821) declaró que ninguna nación americana independiente debía volver a ser
sometida por Europa y que Estados Unidos intervendría si consideraba que se afectaban sus
intereses
• Anexión de Texas (1845), guerra con México (1846-48) y anexión de más de la mitad de su
territorio
• Guerra con España para libertar a Cuba (1898)
• Construcción del Canal de Panamá (1901-1914)
• Doctrina Truman (1946), mediante la que Estados Unidos comprometía su poder militar y su fuerza
económica para la defensa de países contra el comunismo (entendido como el “Mal”)
• John F. Kennedy expandió la “nueva frontera”, la comercial, a través de la “Alianza por el progreso”
en América Latina (1961)
• La multimillonaria inversión en fuerza militar (“Guerra de las galaxias”) de Ronald Reagan
Aunque la doctrina del Destino Manifiesto se interpretó especialmente en relación con la expansión
territorial, después impulsó otro tipo de destinos: ser potencia mundial a nivel industrial, tecnológico,
económico, deportivo, así como en artes y ciencias.
En el siglo XVI hubo un cisma religioso que dividió a Europa en dos grupos enfrentados: los católicos
y los protestantes. Esta tremenda sacudida política y espiritual se conoce como la Reforma, y dio
inicio a una aguda competencia entre países católicos y protestantes. En el Nuevo Mundo la España
católica y la Inglaterra protestante pretendieron llevar a cabo sus ideales espirituales, políticos y
económicos. Cada potencia compartió en sus inicios colonizadores el mismo furor religioso e ímpetu
evangelizador con respecto a los nativos, pero los principios de cada religión crearon sociedades
coloniales muy distintas.
La base de la tradición cultural estadounidense está constituida por la migración de puritanos
(calvinistas) a Massachusetts, en la costa norte del Atlántico. El puritanismo era una de las iglesias
que derivaron del protestantismo. A Norteamérica también llegó gente perteneciente a otras iglesias
protestantes, como anabaptistas, cuáqueros, presbiterianos, evangelistas, etcétera. Los puritanos
que desembarcaron en Massachusetts en 1626 creían que estaban estableciendo la “Nueva Israel”
en América. Esta idea se enraizó en la imaginación norteamericana al grado que en 1776, para crear
el sello nacional de Estados Unidos, Benjamin Franklin y Thomas Jefferson propusieron la imagen de
la “Tierra Prometida”. Franklin pensó en la representación de Moisés dividiendo el mar Rojo con el
ejército del faraón persiguiendo a los judíos; Jefferson sugirió la de los hebreos guiados a través de
la noche por una antorcha.
Los puritanos, como protestantes radicales que eran, se consideraban elegidos de Dios para
colonizar las nuevas tierras, aun a pesar de la resistencia indígena. El ministro puritano John Cotton
escribió en 1630: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio
especial del Cielo, como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente
con ella. En ese caso tendrán (los colonos) derecho a entablar legalmente una guerra con ellos y a
someterlos a ellos”. Los colonizadores puritanos tenían una misión: engrandecer su nueva patria
para alabar a Dios. El puritano John Winthrop escribió: “Seremos una ciudad en la montaña, los ojos
de todas las personas están sobre nosotros”.
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El protestantismo constituye un modo de vida. Los puritanos actuaban, pensaban y vivían con base
en la ética protestante. Consideraban la religión como un instrumento formativo del carácter nacional.
El protestantismo fue utilizado como la única fuerza que podía unificar a la comunidad, así como dar
orden y coherencia a la vida social. Los principios básicos del protestantismo son:
• El hombre salva su alma a través de la fe y no de los actos. No hay libre albedrío.
• Todos los hombres están predestinados a salvarse o ser réprobos (no salvos). Sólo Dios decide
quién se salva y quién no. El ser humano sabe si se salvó hasta el momento de la muerte.
• La lectura de la Biblia no es exclusiva de las autoridades eclesiásticas. Cada hombre tiene el
derecho, e incluso la obligación, de interpretarla libremente. Por lo tanto todos los protestantes deben
saber leer. Esto se conoce como el “libre examen”.
• Todos los hombres son “sacerdotes”, no se reconoce una jerarquía eclesiástica. La relación con
Dios es más “directa” porque no hay intermediarios. Asimismo, la relación entre creyentes es más
igualitaria.
• No reconocen la virginidad de María ni el culto a las imágenes.
Se ha dicho que la religión protestante es pesimista porque nadie sabe si salvará su alma, a pesar de
las buenas acciones que se empeñe en realizar en vida. Sin embargo, la ética protestante es muy
pragmática y desarrolló una manera de interpretar el destino de los hombres, con el fin de brindar
una esperanza de salvación. Los “signos de salvación” se expresan de la siguiente manera:
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• Dios confirió a cada hombre una vocación (calling) o misión que debe desempeñar en la Tierra. El
ser humano alaba a Dios en la medida en que cumple con su misión. El éxito en el mundo depende
de llevar a buen término la vocación personal, que expresa el deseo de Dios para cada ser humano.
• El hombre glorifica a Dios a través del trabajo (“Laborare este orare”, es decir “trabajar es orar”). El
trabajo que realiza cada ser humano es muy respetable porque cualquiera que sea su profesión, si la
lleva a cabo bien (de manera estable, próspera, exitosa) significa que está cumpliendo con su
vocación. La riqueza que se obtiene a través del trabajo es una señal de aprobación divina, aunque
no es un fin en sí misma. Se condena de manera contundente la ociosidad y la relajación de las
costumbres. Al respecto, nos ilustran las palabras de Benjamín Franklin: “acostarse temprano y
levantarse temprano hacen al hombre rico, sabio y sano”. O bien el dicho que reza: “Ayúdate que
Dios te ayudará”.
• El hombre descubre “signos” de salvación en el éxito que Dios le permite tener en su vida, porque
significa que está cumpliendo con su vocación, aunque nunca puede estar seguro de haberse
salvado. Los réprobos son aquellos que no son bendecidos por Dios, y por lo tanto fracasan en la
vida. El fracaso se expresa como pobreza material o desaprovechamiento de recursos.
Segúnla visión del mundo protestante, el hombre, raza o nación que goza de prosperidad, salud y
felicidad puede estar prácticamente seguro de que ha sido elegido por Dios. Entonces la misión de
los elegidos es guiar a los demás (réprobos) para alcanzar la felicidad, salud y prosperidad. Si un
individuo “fracasa”, también es susceptible de ser “rehabilitado” por lo elegidos, o bien puede ser
eliminado sin remordimientos. La elección divina y misteriosa de unos para ser salvados y la de otros
para no serlo, provoca la discriminación de los que se sienten elegidos hacia los que
“probablemente” no lo serán. Esta discriminación se extiende al campo político y racial.
En el periodo colonial los misioneros pregonaban que Dios dispuso que los ingleses protestantes
trabajaran las extensas tierras de Norteamérica, a cambio de la evangelización de los naturales. Los
colonos creían que confrontaban “fuerzas satánicas” en los nativos americanos, y que su obligación
era llevarles la luz de la civilización y de la religión. Si un nativo infringía alguna de las severas leyes
puritanas, la multa era pagada entregando tierra: así el despojo a los indios adquiría un aspecto
“legal”.
Con la independencia de Estados Unidos los colonos secularizarán al máximo la doctrina, que
acabará siendo la que conocemos como Destino Manifiesto (o bien destino patente o evidente). Una
de las principales justificaciones para el expansionismo estadounidense, se fundamenta en esta idea
de origen religioso: los Estados Unidos deben civilizar a todas aquellas razas o naciones
consideradas réprobas por su pobreza, por su situación de caos a cualquier nivel, por su
incivilización o por representar un peligro para la seguridad de la nación norteamericana. Asimismo,
el “self-made man” (“el hombre que se hace a sí mismo”) se convirtió en el modelo de
norteamericano porque representa al inmigrante que obtiene el éxito a través del trabajo duro, de la
competencia con otros y, sobre todo, rindiéndole cuentas a Dios.
Walt Whitman, el poeta del Destino Manifiesto
Walt Whitman (1819-1892), de quien puede pensarse que es el máximo poeta de la literatura
estadounidense, expresó a través de sus escritos las convicciones del Destino Manifiesto. Whitman
decía que el pueblo norteamericano no debía imitar a la civilización europea porque era ajena a la
realidad de los Estados Unidos. El poeta creía que la fuente de inspiración de la cultura
estadounidense debía emanar de la propia naturaleza americana. Whitman exaltaba todas las
regiones de Norteamérica pero especialmente los territorios del Oeste, pues estaba convencido de
que ahí nacería la auténtica cultura estadounidense. Para él, la costa Este representaba el pasado
porque se había desarrollado bajo la sombra de Europa; en cambio, el futuro se encontraba en los
territorios por explorar. Whitman quería que la Unión americana se expandiera hasta incluir el Caribe
y Centroamérica. Escribió en 1846:
Nos encanta disfrutar con pensamientos acerca de la futura extensión y poderío de esta
república, porque con su crecimiento, crecen la felicidad y libertad humanas.
Según Whitman, para escribir su obra capital, Leaves of Grass, publicada en 1855, tuvo en mente las
regiones del Mississippi y de las grandes llanuras centrales, las montañas Rocallosas y los paisajes
del Pacífico. Otro de sus poemas célebres es “Pioneers! O Pioneers!” (“¡Pioneros! Oh ¡Pioneros!”),
publicado en 1865. Aquí el poeta predice que los norteamericanos conquistarán la naturaleza
indomable y escalarán las montañas que los separan de la costa del Pacífico, donde inaugurarán una
nueva era en la historia de la humanidad. En otros de sus poemas habla de la expansión territorial y
de los beneficios de la civilización, como en “Years of the Unperform’d” donde hace una alabanza a
los colonizadores que llevan la tecnología a donde van, como el barco de vapor, el telégrafo eléctrico,
el periódico, la maquinaria mecánica, etcétera.
Frederic Edwin Church, River Landscape, 1848.
La pintura de paisaje: el Destino Manifiesto en el arte
Uno de los aspectos culturales más notables que produjo la expansión territorial fue la ampliación de
la percepción del paisaje estadounidense. La nueva manera de entender el escenario natural fue
plasmada por la pintura de paisaje, el género artístico más importante del arte estadounidense del
siglo XIX.
Entre 1825 y 1865 los artistas se interesaron primordialmente por dos grandes escenarios, el valle
del río Hudson y las montañas Rocallosas. A medida que la nación expandía su territorio y dominio,
comenzaron a aparecer vistas del Oeste e incluso algunos panoramas sudamericanos pintados por
artistas-exploradores, como Frederic Edwin Church o Albert Bierstadt. La mayoría de estos nuevos
paisajes, encargados por terratenientes y empresarios, cumplieron con la función de dar publicidad a
las posibilidades expansionistas y comerciales que ofrecían tierras lejanas para aquellos
inversionistas que detentaban la doctrina del Destino Manifiesto.
Asher Brown Durand, The Trysting Tree, 1868
El paisaje se convirtió en un símbolo de identidad nacional. Los artistas presentaban el espacio
geográfico americano con proporciones monumentales e iluminado por una luz dorada, implicando
que la tierra era bendecida por Dios. La grandiosidad de la naturaleza norteamericana es presentada
como una revelación del designio divino de fundar en ella el Reino Terrenal de Dios. Cuando en
estos cuadros hay referencias a la civilización dominante, se muestra una relación armónica entre el
hombre (pionero) y el entorno natural. En cambio, cuando retratan indígenas, se les muestra lejanos
de esa civilización, escondidos en los bosques o huyendo de las caravanas de los pioneros, o bien
como “buenos salvajes” que pueden ser integrados.
Otro elemento simbólico que puede encontrarse en la pintura de paisaje es el ferrocarril, capaz de
superar todos los obstáculos naturales. Este titán es convertido en el paradigma del progreso y de la
civilización, pero también en instrumento de la especulación de la tierra, pues abre mercados y da
valor a la tierra que lo rodea. Así, el ferrocarril es asimilado armónicamente a la pintura y convertido
en símbolo del “paisaje civilizado”.
Thomas Cole, Cabin in the Woods, 1848
Frederic Edwin Church, Niagara, 1857
Un rasgo característico de la pintura de paisaje relacionado con el pionero ideal que coloniza, o con
el mito de los aventureros comerciales e industriales que conquistan al mundo, es el punto de vista
del artista, que es una “mirada desde la altura”.Traza una línea visual desde las tierras altas hacia el
panorama bajo que desde ahí se contempla. Esta mirada desde lo alto implica un patriótico deseo de
poder y de control individual sobre lo que se ve. Así representan los artistas al Destino Manifiesto de
los norteamericanos quienes, desde lo alto, buscan nuevos mundos que conquistar. Establecen una
conexión simbólica entre el punto de vista y el ansia de dominación que da forma a la doctrina del
Destino Manifiesto.
Los principales artistas que practicaron la pintura de paisaje son: Thomas Cole, Asher B. Durand,
Albert Bierstadt, Frederic Edwin Church y Emanuel Gottlieb Leutze. Una de las obras más famosas
que trata el tema de la expansión hacia el Oeste es el proyecto de mural para el capitolio de Estados
Unidos, “Hacia el Oeste, el curso del imperio encuentra su camino”, de Emanuel G. Leutze, realizado
en 1861. Aquí Leutze retrató a pioneros hombres y mujeres, guías de montaña, vagones y mulas
avanzando hacia el Oeste, acatando el mandato divino de peregrinar hacia la Tierra Prometida. En
esta obra se destacan los retratos de dos exploradores, el capitán William Clark y Daniel Boone, que
señalan la bahía de San Francisco, en California. En el cielo un águila sostiene la leyenda “Hacia el
oeste, el curso del imperio toma su camino” que da título a la obra, mientras que los indios
americanos escapan de los pioneros
El Monte Rushmore, monumento escultórico del Destino
Manifiesto
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Entre 1927 y 1941, el escultor Gutzon Borglum llevó a cabo una tarea colosal: ayudado por 400
mineros, esculpió en una montaña en Keystone, Dakota del Sur, las efigies colosales de cuatro ex
presidentes estadounidenses: George Washington, Thomas Jefferson, Abraham Lincoln y Theodore
Roosvelt. Esta escultura monumental se conoce como el Mount Rushmore National Memorial; está
ubicada a 1,900 metros sobre el nivel del mar y es uno de los más populares atractivos turísticos de
la cordillera de las Rocallosas y un símbolo de la nación norteamericana.
Las efigies de los de los presidentes norteamericanos son un monumento al mito del Destino
Manifiesto. ¿Qué tienen en común los mandatarios allí representados? Todos contribuyeron al
crecimiento y desarrollo de su nación desde las perspectivas territorial, económica y política.
Washington fomentó intensamente la exploración del entonces desconocido y promisorio Oeste.
Jefferson duplicó el territorio norteamericano con la compra de la Luisiana y envió exploradores para
encontrar una ruta al Pacífico, con lo que promovió la colonización del Oeste y, eventualmente, la
obtención de Texas y del enorme territorio que perteneció a México hasta 1848. Lincoln mantuvo la
cohesión de la Unión y Roosvelt construyó el Canal de Panamá, con lo que se cumplió el sueño de
contar con una vía comercial interoceánica.
El expansionismo del siglo XIX consolidó el dominio continental de los Estados Unidos. En el
transcurso de ese siglo los Estados Unidos se convirtieron en una República transcontinental que se
extendía de un océano a otro. Para 1850 el país casi había alcanzado sus actuales límites
territoriales, con la excepción de Alaska, Hawai y una parte de Arizona que sería adquirida en 1853
por el Tratado Gadsden. El crecimiento geográfico de los Estados Unidos fue el primer paso para la
penetración económica y para la dominación política posterior. Así, el expansionismo se convirtió en
un objetivo nacional que, como se demostró en la guerra contra México (1846-1848), ofrecía a los
norteamericanos la posibilidad de convertirse en una potencia mundial.
Hay que decir también que el monumento del Monte Rushmore es un testimonio del sometimiento de
la población nativa estadounidense. Este monumento se encuentra en uno de los Montes Negros de
la cordillera de las Rocallosas. Los Montes Negros son bien conocidos por la población indígena
americana por ser considerados un sitio sagrado en la tradición Sioux. Ahí se celebraban ceremonias
rituales para los espíritus de los guerreros muertos y se acudía a rezar al “Gran Espíritu”. Después de
la sangrienta guerra Sioux de 1865-67, el gobierno de los Estados Unidos creó la Gran Reservación
Sioux en los Montes Negros. Sin embargo, en 1874, el General Custer violó el acuerdo al internar en
este territorio un ejército de mil soldados que obligó a los Sioux a refugiarse dentro de su propia
reserva. Más adelante, en 1890, el ejército norteamericano perpetró una masacre en la que murieron
más de doscientos indígenas. Todavía a principios de este siglo, el territorio de los Montes Negros
siguió siendo traspasado por el hombre blanco y hacia 1927, el escultor Borglum, con la autorización
del gobierno federal, decidió erigir en ese sitio, sagrado para los Sioux, el monumento a los
presidentes que expandieron la nación americana. Así, mientras que para los Sioux este monumento
es motivo de agravio histórico, los turistas norteamericanos lo visitan con admiración patriótica
porque para ellos representa el sentido expansionista que sigue siendo un componente importante
de su identidad nacional.
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