439 “Todas estas vidas son unas”: las monjas jerónimas retratadas y su reticente pintor, José de Sigüenza (1544-1606) Raquel Trillia Universidad de Lethbridge E l fraile jerónimo José de Sigüenza (1544-1606), escribiendo hacia 1600 las vidas de algunas de las monjas del convento de San Pablo de Toledo, concluye que sus lectores “dirán que todas estas vidas son unas” (2000, II, 421).1 Efectivamente, las religiosas que nombra en su Historia se destacan todas por su virtud y su obediencia. A Sigüenza le sirven de doble ejemplo: ejemplo cristiano y contra-reformista, y ejemplo femenino. Estas monjas son las flores de la Orden Jerónima cuya historia está delimitada por el discurso misógino del siglo XVI sobre la mujer asignándole a ésta un papel secundario en la sociedad. Por lo tanto, Sigüenza retrata a las monjas y beatas como mujeres ideales cuyas vidas ejemplares se ajustan a los fundamentos ideológicos que le exigían a la mujer virtudes pre-establecidas. Sin embargo su texto también deja vislumbrar la cotidianidad de una comunidad religiosa renacentista. Nacido en Sigüenza, en las afueras de Segovia, en 1544, José de Sigüenza estudió artes y teología. Ingresó en el Monasterio del Parral en Segovia en 1566, y allí fue ordenado sacerdote en 1572. Entre otros cargos, ocupó el de predicador de El Escorial entre 1575 y 1577, fue prior del Parral de 1584 a 1587, y desde 1591 hasta 1594 fue bibliotecario, archivero y relicario de El Escorial. También fue procesado por la Inquisición en 1592.2 Hay que tener en cuenta también que Sigüenza escribe hacia el final del largo y religiosamente turbulento siglo XVI, que escribe después del auto da fe de 1529 donde fueron sentenciados Isabel de la Cruz y su discípulo Alcaraz, después de los procesos contra María de Cazalla (1532), y después de Trento (15451563) y del Índice de Valdés de 1559. Estos eventos, tanto del siglo como 1 Todas las citas del texto de Sigüenza son de la edición de Campos y Fernández de Sevilla. En adelante sólo se indicarán el volumen y la página correspondiente a la cita. 2 Según Gregorio de Andrés “la causa más importante que le llevó ante los jueces fue la seducción que produjo en el P. Sigüenza las ideas bíblicas de Arias Montano, que abrazó con férrea tenacidad y pública confesión” (1975, 28). 440 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR de su vida, pueden en parte explicar el que Sigüenza justificara la inclusión de vidas de mujeres en su Historia porque “[y]a otros lo han hecho y con esto quedo más disculpado” (II, 424). José de Sigüenza escribe la Historia de la Orden de San Jerónimo entre los años 1595 y 1605, época durante la cual las órdenes religiosas sufrían de una “fiebre editora” estimulada por el deseo de cada orden de mostrarse antigua y prestigiosa (Campos, 2000, 7-8). Estos textos también pueden estudiarse como parte del didactismo pos-tridentino que será nutrido en parte por la hagiografía. Así, en 1595, Sigüenza publica su Vida de San Jerónimo, y en 1600 y 1605 respectivamente, las Segunda y Tercera parte de la Historia de la Orden de San Jerónimo en que Sigüenza refiere la historia de los dos primeros siglos de la orden en España (1373-1573). De 280 capítulos, 11 tratan la historia de la rama femenina de la orden. La brevedad de la historia de la rama femenina es reconocida por el mismo Sigüenza quien dice que hará “una memoria y relación breve de las más notables” (II, 414). La poca extensión de esta historia se explica en parte porque ésta surge cien años después de la bula de confirmación de la orden de 1373 (I.84) con la casa de María García, asociada al monasterio de La Sisla en Toledo a partir de 1464 (I, 637),3 y la fundación del Convento de Santa Paula en Sevilla en 1473. Sigüenza dispone de menos tiempo que documentar. Además, las monjas no tomaban parte de concilios, juntas –la tradición eclesiástica y el derecho canónico no lo permitían–. Sigüenza tiene, dicho simplemente, menos que historiar. Además, se muestra reticente a escribir sobre mujeres, reticencia que, según su texto, se debe a la falta de fuentes y a sus miramientos en tanto sus lectores, siempre reflejando sus ideas sobre la mujer. Sigüenza explica la pobreza de fuentes documentales sobre el monasterio de Santa Paula en Sevilla a causa del “descuido que tuvieron [las monjas] en dejar memoria de la santidad de aquellas primeras fundadoras [… S]ólo ha quedado una voz confusa” (II, 23).4 La falta de fuentes confiables se atribuye a la negligencia de las mujeres. Además, “han sido tan recatadas aquellas santas en encubrir los favores que nuestro Señor les hace, que no les hemos podido sacar nada de ellos, porque dicen peligra el tesoro cuando se lo saca en público” (II, 24, cf. II, 155). La falta de información ahora se debe a la modestia de las monjas. Paradójicamente, lamenta el silencio y la modestia –virtudes femeninas por excelencia– de las monjas. Similarmente, en otros conventos de jerónimas afirma que “hay muchas cosas secretas y de admirable ejemplo […]: no quieren comunicarlo y yo no soy adivino, y así paso a otro sujeto en lo que resta de esta historia” 3 La casa de María García se convertirá en el Convento de San Pablo en 1506 (Sigüenza, II, 411). 4 El monasterio de Santa Paula en Granada fue incorporado a la orden en 1521 (II, 154). ANEXO DIGITAL 441 (II, 428). Insiste en el silencio y la modestia de las monjas para justificar las limitaciones de su texto. No obstante la escasez de fuentes, la vida de la beata María García se basa en “una relación antigua” (I, 636). Sigüenza dirá “lo que ha venido a [su] noticia de buenos originales” (II, 408). Escribe “lo que otros ya han publicado y lo que en un cuaderno antiguo de mano he hallado” refiriéndose al texto de Juan de Corrales (II, 384, cf. II, 404, cf. II, 397, 421). Indica que las memorias de la religiosa Ana de Zúñiga (m. 1594) documentan hechos relativos a más de 74 mujeres de San Pablo, posible fuente de información.5 De Teresa de Guevara escribe que: “sólo la digo porque lo dicen” (II, 409, cf. II, 422), idea que reitera a lo largo del texto (cf. II, 387, 392, 401). Como buen historiador Sigüenza se basa en fuentes preexistentes (cf. II, 387), pero a pesar de que se queja de que son “muy cortas” (II, 409) se esconde detrás de éstas y subraya su cautela al confesar que “estoy escribiendo esto o trasladándolo de quien lo escribió más largo” (II, 422). La importancia de las fuentes de Sigüenza reside, además de la información que de ellas toma, en que le permiten escribir sobre mujeres. Confiesa su reticencia y autocensura: ha basado sus noticias “en lo que h[a] podido haber a las manos; y de ello h[a] callado mucho y mucho queda sepultado” (II, 421). Los relatos de las vidas de Teresa de Guevara y de su hija Aldonza Carrillo revelan la actitud cautelosa de Sigüenza en tanto cronista de vidas de mujeres. Primero alerta a su lector que no tiene “cumplida relación de sus vidas,” y que ha tomado los datos de “las relaciones que han quedado de sus cosas, aunque muy cortas” (II, 409). Confiesa que no existe “más relación de sus fines” (II, 410), y menciona la “pérdida de una relación […] antigua” (II, 411). Sin embargo, él se “content[a] con lo dicho” porque “es harto testimonio de su gran virtud y santidad” (II, 411). Como lo que importa es notar las virtudes de Teresa, no es necesario poder señalar sus actos (II, 411). Esto no debiera sorprendernos. Ya había escrito respecto de las mujeres de San Pablo que “pudiera sin duda […] comenzar aquí un libro nuevo; contentaréme con escribir las [vidas] de algunas [religiosas] y hacer alguna relación de otras y rematar este libro con tan buen gusto” (II, 408, cf. II, 414). Aunque había muchas vidas que historiar se satisface con las fuentes que tiene e indica que no es necesario “buscar otra cosa” (cf. II, 414, 424). La consideración del gusto de sus lectores es otro factor que limita lo que Sigüenza incluye en su historia acerca de las monjas de San Pablo: 5 He cotejado las primeras 50 páginas de una copia del manuscrito de Ana de Zúñiga con el capítulo sobre María García de Sigüenza, gracias al compositor y musicólogo Roberto Jiménez Silva, de Toledo, quien tiene en su posesión dicha copia. Es muy probable que ésta sea la “antigua relación” a la que se refiere Sigüenza. (No he podido obtener una signatura para el texto.) 442 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR Voy como de corrida y atrancando, sin osar detenerme en tan larga letanía, porque no saldré de este convento si de todas hago memoria y este libro se hará como un Flos Sanctorum […] Veo bien que agravio a muchas santas de este convento no haciendo memoria de ellas, mas temo los gustos delicados de los lectores de nuestro tiempo. Muchos ni aun ponen los ojos en estas historias de santos, cuanto más de mujeres, ni quieren ni les parece menos que tiempo perdido. (II, 417, 421). Asimismo, al introducir a Inés de Cebreros explica que dirá “brevemente su vida, si hubiere alguno de tanta paciencia que se atreva a llegar en el discurso de tantas y tan largas historias hasta aquí” (II, 411). Ambas citas revelan un escritor que cree que las vidas de estas mujeres no serán de interés para sus lectores, a pesar de la popularidad de la hagiografía en el siglo XVI a que hace referencia con la mención del Flos Sanctorum (que, curiosamente, evoca una serie de vidas similares que se destacan por sus virtudes). Así y todo, trata en un capítulo la vida y hechos de la beata María García, en otro la vida de Inés de Cebreros, le dedica seis a la beata María de Ajofrín, y tres capítulos a las vidas del resto de las mujeres de esta comunidad de los siglos XV y XVI que incluye en su relato. Los varios capítulos presentan religiosas que no se diferencian significativamente unas de otras: en particular, comparten las virtudes de la humildad y la obediencia. Según Sigüenza, Lucía de Santiago era “humilde por excelencia” (II, 417). Teresa de Guevara, “si alguna vez conocía que las otras religiosas […] le tenían algún respeto considerando su nobleza […] se humillaba más y buscaba ocasiones de derribarse a los pies de todas” (II, 409). En Catalina de San Juan “no parecía en ella la humildad virtud adquirida sino naturaleza […] y así acudía a todos los oficios humildes del convento” (II, 417). Y Elvira de la Pasión “era tan humilde y sentía de sí tan bajamente, [que] no lo entendió cuando la nombraron [priora]” (II, 422). Más allá de humildes, son obedientes. Elvira de Mendoza vivía con “continuo ejercicio de obras de caridad, humildad y obediencia” (II, 422) y fue priora humilde y “por obediencia” (II, 422), lo mismo que Ana de Zúñiga (II, 426). Las religiosas son ejemplares, descritas de acuerdo con fundamentos ideológicos que les exigían un comportamiento ideal, lo que le permite a Sigüenza exponer “el buen ejemplo de sus vidas” (I, 631). El parecido de estas vidas hace que también escriba, acertadamente, que sus lectores “dirán que todas estas vidas son unas: oración, meditación, caridad, mortificaciones, y aquí se acaba esto y se repite, y cuando mucho algunas visiones y revelaciones que podemos creer de ello lo que se nos antoje. Confieso que todo es así, ni yo puedo fingir otra cosa (II, 421). El recelo de su lector revela su propia desconfianza en la ejemplaridad de estas mujeres. ANEXO DIGITAL 443 No obstante la homogeneidad de estas virtuosas mujeres sobresalen dos criterios según los cuales Sigüenza determinó cuáles vidas incluir en su historia: el linaje de la beata o religiosa, o si se distinguía por factores extraordinarios. Entre éstos últimos destaca el extremo de su vida ascética, su inteligencia y/o si había tenido experiencias sobrenaturales. Pero lo extraordinario siempre sirve para subrayar sus virtudes. Algunos ejemplos servirán para ilustrar el tono de la narración de Sigüenza. La primera vida que narra es la de la beata María García (c1340-1426) quien de niña inicia su vida religiosa con un voto de castidad.6 De adolescente, con la viuda doña Mayor Gómez “iban de casa en casa pidiendo limosna para los pobres encarcelados y miserables, […] repartíanlo […] y volvíanse a casa sin hablar con ánima ni alzar los ojos” (I, 631). Su familia la amonestaba por esta “manera de vida” pero María “callaba […] sufriendo con paciencia la afrenta de los de fuera [otros toledanos] y la persecución de los de dentro [sus familiares]” (I, 631). Los beneficios y beneficiarios de las actividades de la beata son menos importantes que cómo María se comporta –su silencio y su modestia– que pronto hacen que todos la tengan por “ejemplo de perfección” (I, 631). Con el tiempo María García será la fundadora de la casa que llevaría su nombre hasta que se incorporara formalmente a la Orden Jerónima en 1506 como el convento de San Pablo. Es de notar que, según Sigüenza, María García privilegiaba la vida religiosa más que la vida matrimonial (I, 636), apoyaba la clausura de la vida religiosa (I, 636, cf. I, 633) y era devota de los Santos. Esta interpretación de su vida explica su incorporación en el texto de Sigüenza: la vida y hechos de esta beata refuerzan la ortodoxia de la Iglesia y los preceptos tridentinos además de permitirle elogiar virtudes ‘femeninas’ ideales. La vida más larga, la de la beata María de Ajofrín (m 1489), se ajusta a estos criterios también y a los modelos hagiográficos señalados por Gabriela Zarri (1996, 234-35, cf. Sánchez Lora, 1988, 453). Además, es descrita como una mujer de extremado ascetismo y de mucha virtud que tiene visiones frecuentes como consecuencia de los sacramentos de la eucaristía y la confesión. Se la presenta como medio: Dios habla a través de ella (Sigüenza, II, 405) por lo que el significado de los mensajes y experiencias de María de Ajofrín reside en que su origen es Dios. La autoridad de la beata proviene además de sus cualidades femeninas –su humildad y su obediencia– porque son “excelente prueba de que todo esto [sus experiencias sobrenaturales] tenía seguros y buenos fundamentos” (II, 401). 6 María era hija de don Diego García de Toledo. Los García de Toledo eran una de las más viejas y célebres familias de Toledo, con el sobrenombre de “de la Gallina” (Sigüenza, I, 629, cf. Martz, 2003). 444 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR Según Sigüenza, las mujeres “por su flaqueza están sujetas a recibir engaños” (II, 384). Sin embargo, loa las experiencias sobrenaturales de María de Ajofrín y de otras religiosas de San Pablo.7 Cuenta, por ejemplo, que Inés de Cebreros “en más de cincuenta años jamás comulgó que no tuviese [arrobamientos], y de muchas horas y tan repentinos” (II, 414, cf. II, 411-13), que María de la Visitación tuvo una visión del demonio (II, 419), y que a Catalina de los Reyas “le hizo nuestro Señor muchos y muy extraordinarios favores, visiones y revelaciones grandes” (II, 420). Pero la importancia de estos eventos no reside en sí mismos. Al presentar las experiencias sobrenaturales de estas monjas en relación con los Sacramentos, en particular con la eucaristía, Sigüenza realza el papel del sacerdote como intermediario necesario, y el valor de la religiosa como medio. A Sigüenza le sorprende que algunas religiosas tengan habilidades intelectuales o cualidades de mando. Señala que Catalina de San Juan era muy “aventajada y de tanta habilidad […] y para tanto” y “de tan claro y caudaloso entendimiento” (II, 417-18) que fue correctora en la Concepción Jerónima de Madrid. Llegó a ser maestra de novicias en San Pablo donde también fue priora durante 24 años. De Ana de Zúñiga dice que después de dedicarse a leer “libros devotos […] vino a saber mucho de lo que toca a cosas de conciencia, fruto de los sacramentos, avisos para la oración y meditación, y estaba tan delante en todo esto, que se podía tratar con ella más que lo ordinario por tener claro juicio” (II, 426). El papel de los sacramentos vuelve la atención sobre los ritos desvirtuando el logro intelectual de Ana, o sus habilidades naturales. Y de doña Aldonza Carrillo dice que “ninguna [hermana] igualaba a su valor, ni a su prudencia, ni al celo de la religión,” y era “en las cosas de la religión muy cuidadosa y observante” (II, 410). Su obediencia a la religión es la cualidad que hace a estas mujeres extraordinarias. Sus habilidades intelectuales les sirvieron a ellas para ser humildes, generosas, mansas y honestas –según Sigüenza– y a él mismo, para reforzar el comportamiento correcto de la mujer. En consonancia con las tradiciones ascética y hagiográfica Sigüenza resalta el recogimiento y el sufrimiento físico de las religiosas. La penitencia y las violencias hechas al cuerpo son aspectos notables de la narración. Teresa de Guevara, deseando entregarse más a Dios, “no descansaba ni dormía” (II, 409, cf. II, 410). Su hija Aldonza Carrillo “fue muy penitente y rigurosa consigo misma […] Oraba continuamente: apenas sabían cuándo dormía o comía” (II, 410). María de la Cena “ayunaba todas las cuaresmas a pan y agua” (II, 415). Lucía de Santiago vivió más de cien años a causa de “la gran templanza y abstinencia en el comer y el beber” (II, 417) y Catalina 7 Sólo describe las visiones de María de Ajofrín (conforme el texto de Corrales). ANEXO DIGITAL 445 San Juan “las noches solía pasar de claro en este santo ejercicio [el de la oración] sin perdonar aquel cuerpo delicado […] De igual medida y rigor era en otras penitencias, ayunos de pan y agua, disciplinas duras y sangrientas” (II, 418). El papel del cuerpo negado y sufriente realza el silencio a que estaba obligada la mujer (conventual). Además apunta al objetivo del texto de Sigüenza, según quien, “si no hubiese en las comunidades quien hiciese estos excesos […], no tendríamos vidas de santos que escribir, ni espejos en que mirar nuestras faltas, y aun espuelas con que avivar nuestra tibieza” (II, 426). Las mujeres sirven de buen ejemplo católico al enfatizar, contra el protestantismo, el dogma de la eficacia de la oración, y el ascetismo como buen camino espiritual. En tanto la realidad cotidiana de las jerónimas de San Pablo, una lectura rápida del texto le da al lector la impresión que el mismo Sigüenza tiene de su relato; una lectura pausada le dará pautas de algunas realidades de la vida conventual. Como Lehfeldt señala, aunque en los conventos las monjas sirviesen de intercesoras y de modelos de castidad, ellas estaban frecuentemente enredadas en preocupaciones temporales (2005, 2). Incluso el texto de Sigüenza permite divisar vidas activas a fin de la administración y la supervivencia de la comunidad. Un caso concreto lo proveen las limosnas de la procuradora Lucía de Santiago: “El trigo y el aceite y otras cosas del sustento de la casa, cuando no se hallaba en otra parte [a causa de la hambruna] sobraba en ella para repartir a muchos” (II, 416). Elvira de la Pasión prestaba su renta con usura “y los réditos se multiplicaban en el trato y cambio divino” (II, 423). La mención de hambre y rentas implica que sustentar a la comunidad no era tarea fácil. Y la alusión a conflictos entre hermanas (II, 427) alude a las dificultades ocasionadas por la vida en comunidad. Sigüenza menciona “las murmuraciones de las tibias” (II, 426) para aludir sin duda a que las mujeres son naturalmente chismosas y espiritualmente imperfectas. Pero en estos siglos de poca libertad para la mujer, la tibia se encontraría en el convento por alguna peripecia de la vida que ella no podía controlar. El mismo Sigüenza reconoce que algunas mujeres “entran en religión por necesidad o violencia, pretendiendo vivir allí con una mediana vida cuanto basta para llamarse religiosas, determinadas miserablemente a sufrir aquel encerramiento o privación de sus gustos con la mejor comodidad que pudieren” (II, 410). El juicio aquí no pasa de ser el de un hombre del siglo XVI: reconoce la falta de libertad y sus consecuencias para la mujer pero la condena por tratar de vivir lo mejor que pueda dadas esas realidades. Porque los cargos que acarrean responsabilidades son “peligrosa carrera” (II, 426) Sigüenza propone que las mujeres están menos interesadas en ejercerlos y retrata a las religiosas como excesivamente reacias a aceptar la dignidad de priora. A Elvira de la Pasión “fue menester forzarla aceptar 446 HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR en el extremo rigor de la obediencia” (II, 422); Ana de Zúñiga “aceptó este oficio por la obediencia, y sólo ésta la pudiera rendir, porque sabía bien las dificultades que por todas partes trae consigo” (II, 426), y por segunda vez aceptó el cargo a causa del “lazo apretado de la obediencia [que] la hizo decir que sí y rendirse” (II, 426, cf. II, 420). Según nuestro historiador, las monjas nunca desempeñaron cargos por gusto, inclinación o dotes naturales. Siempre se inclinan en obediencia. Mediante su silencio, su devoción y su obediencia, las vidas de María García, de María de Ajofrín y de sus sucesoras apoyan y reproducen las nociones patriarcales de clase y religión, y sancionan el sometimiento de la mujer y de la religiosa. Sin embargo, Sigüenza insinúa el trabajo y la responsabilidad requeridos para administrar una casa, y las dificultades de muchos aspectos de la vida conventual, lo cual nos interesa porque los conventos eran instituciones gobernadas por mujeres, quienes administraban bienes y asuntos tanto temporales como espirituales (Lehfeldt, 2005, 8). Estas vidas, descritas por Sigüenza, transmiten y reafirman prácticas y doctrinas católicas ortodoxas (cf. Bilinkoff, 2005, 112). El efecto de estos retratos de virtuosas mujeres es que las únicas distinciones entre ellas son relativas a su linaje, o a sus cualidades y experiencias extraordinarias, ya sean su inteligencia, su vida excesivamente ascética o sus experiencias sobrenaturales que, ligadas a los sacramentos, revalidan el papel del sacerdote en la observancia de la religión. La dificultad del narrador reside en que no puede ver a la mujer como una persona compleja interesante en sí misma. La mujer virtuosa –humilde y obediente– sirve a sus propósitos jeronimianos y post-tridentinos más que a su propósito de historiador. Las vidas de estas monjas y beatas, de conjunto, sirven de parahagiografía, ya que sus vidas, de un ascetismo y virtud notables, reflejan los ideales de la contrarreforma. Pero a través de estos retratos Sigüenza deja entrever la vida individual y colectiva de las jerónimas de los siglos XV y XVI, vida activa y compleja a pesar de la ideología que imponía estrictos parámetros religiosos y sociales sobre la mujer. Bibliografía Bilinkoff, Jodi, 2005. Related Lives. Confes- Campos y Fernández de Sevilla, Francisco sors and their Female Penitents, 1450-1750. J., 2000. “Estudio preliminar”, en FranIthaca: Cornell University Press. cisco J. Campos y Fernández de Sevilla y Angel Weruaga Prieto, eds., Historia de la De Andrés, Gregorio, 1975. Proceso InquisiOrden de San Jerónimo, Valladolid: Junta de torial del padre Sigüenza. Madrid: FundaCastilla y León, Consejería de Educación y ción Universitaria Española. Cultura, pp. 7-43. ANEXO DIGITAL 447 Corrales, Juan de. Ms. c-III-3 del Real Monas- Sánchez Lora, José Luis, 1988. Mujeres, conterio de El Escorial (ff. 193-231v). ventos y formas de la religiosidad barroca. Lehfeldt, Elizabeth, 2005. Religious Women in Madrid: Fundación Universitaria Española. Golden Age Spain. The Permeable Cloister. Sigüenza, José de, 2000. Historia de la Orden Hampshire: Ashgate. de San Jerónimo. Ed. de Francisco J. CamMajuelo Apiñániz, Miriam, 2004. “La auto- pos y Fernández de Sevilla y Angel Weruaga ridad en María de Ajofrín y Teresa de Car- Prieto. Valladolid: Junta de Castilla y León, tagena, ¿un desafío?”, Arenal 12.2: 131-44. Consejería de Educación y Cultura, 2 vols. Martz, Linda, 2003. A Network of Converso Zarri, Gabriela, 1996. “Living Saints: A TypolFamilies in Early Modern Toledo. Assimi- ogy of female Sanctity in the Early Sixteenth lating a Minority. Ann Arbor: University of Century”, en Daniel Bornstein, ed., Women and religion in Medieval and Renaissance Michigan Press. Italy. Chicago: Chicago University Press. Resumen: José de Sigüenza, escribiendo hacia 1600 las vidas de algunas de las monjas del convento jerónimo de San Pablo de Toledo, supone que sus lectores “dirán que todas estas vidas son unas” (II, 421). Efectivamente, las monjas que nombra en su Historia se destacan todas por sus ayunos y penitencias, su humildad y obediencia. Las virtuosas monjas retratadas le sirven a Sigüenza de doble ejemplo: ejemplo cristiano y contrarreformista, y ejemplo femenino, ya que subraya la humildad y la obediencia –“camino seguro” (II, 415)– como virtudes cardinales en las religiosas. Palabras clave: Renacimiento – José de Sigüenza – Historia de la Orden de San Jerónimo – convento de San Pablo (Toledo) – jerónimas – actitudes hacia la mujer. Abstract: José de Sigüenza, writing towards the year 1600 the lives of some of the beatas and nuns of the Hieronymite convent of San Pablo in Toledo, conjectures that his readers will think that “todas estas vidas son unas” (II.421). Indeed, the women he names in his Historia stand out due to their fasting and penance, their humility and obedience. The virtuous nuns portrayed by him provide Sigüenza with a dual example: a Christian, Hieronymite and counter Reformist example, and a female example. He thus underscores humility and obedience—“camino seguro” (II.415)—as the fundamental virtues a nun ought to have. Keywords: Renaissance – José de Sigüenza – History of the Hieronymite Order – San Pablo convent (Toledo) – jerónimas – attitudes towards women.