Todas estas vidas son unas - Universidad de Buenos Aires

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“Todas estas vidas son unas”:
las monjas jerónimas retratadas y
su reticente pintor, José de Sigüenza
(1544-1606)
Raquel Trillia
Universidad de Lethbridge
E
l fraile jerónimo José de Sigüenza (1544-1606), escribiendo hacia 1600
las vidas de algunas de las monjas del convento de San Pablo de Toledo,
concluye que sus lectores “dirán que todas estas vidas son unas” (2000, II,
421).1 Efectivamente, las religiosas que nombra en su Historia se destacan
todas por su virtud y su obediencia. A Sigüenza le sirven de doble ejemplo:
ejemplo cristiano y contra-reformista, y ejemplo femenino. Estas monjas
son las flores de la Orden Jerónima cuya historia está delimitada por el
discurso misógino del siglo XVI sobre la mujer asignándole a ésta un papel
secundario en la sociedad. Por lo tanto, Sigüenza retrata a las monjas y beatas
como mujeres ideales cuyas vidas ejemplares se ajustan a los fundamentos
ideológicos que le exigían a la mujer virtudes pre-establecidas. Sin embargo
su texto también deja vislumbrar la cotidianidad de una comunidad religiosa
renacentista.
Nacido en Sigüenza, en las afueras de Segovia, en 1544, José de Sigüenza
estudió artes y teología. Ingresó en el Monasterio del Parral en Segovia en
1566, y allí fue ordenado sacerdote en 1572. Entre otros cargos, ocupó el de
predicador de El Escorial entre 1575 y 1577, fue prior del Parral de 1584 a
1587, y desde 1591 hasta 1594 fue bibliotecario, archivero y relicario de El
Escorial. También fue procesado por la Inquisición en 1592.2 Hay que tener
en cuenta también que Sigüenza escribe hacia el final del largo y religiosamente turbulento siglo XVI, que escribe después del auto da fe de 1529
donde fueron sentenciados Isabel de la Cruz y su discípulo Alcaraz, después
de los procesos contra María de Cazalla (1532), y después de Trento (15451563) y del Índice de Valdés de 1559. Estos eventos, tanto del siglo como
1 Todas las citas del texto de Sigüenza son de la edición de Campos y Fernández de Sevilla. En
adelante sólo se indicarán el volumen y la página correspondiente a la cita.
2 Según Gregorio de Andrés “la causa más importante que le llevó ante los jueces fue la seducción
que produjo en el P. Sigüenza las ideas bíblicas de Arias Montano, que abrazó con férrea tenacidad
y pública confesión” (1975, 28).
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HISPANISMOS DEL MUNDO: DIÁLOGOS Y DEBATES EN (Y DESDE) EL SUR
de su vida, pueden en parte explicar el que Sigüenza justificara la inclusión
de vidas de mujeres en su Historia porque “[y]a otros lo han hecho y con
esto quedo más disculpado” (II, 424).
José de Sigüenza escribe la Historia de la Orden de San Jerónimo entre
los años 1595 y 1605, época durante la cual las órdenes religiosas sufrían
de una “fiebre editora” estimulada por el deseo de cada orden de mostrarse
antigua y prestigiosa (Campos, 2000, 7-8). Estos textos también pueden
estudiarse como parte del didactismo pos-tridentino que será nutrido en parte
por la hagiografía. Así, en 1595, Sigüenza publica su Vida de San Jerónimo,
y en 1600 y 1605 respectivamente, las Segunda y Tercera parte de la Historia
de la Orden de San Jerónimo en que Sigüenza refiere la historia de los dos
primeros siglos de la orden en España (1373-1573). De 280 capítulos, 11
tratan la historia de la rama femenina de la orden.
La brevedad de la historia de la rama femenina es reconocida por el
mismo Sigüenza quien dice que hará “una memoria y relación breve de las
más notables” (II, 414). La poca extensión de esta historia se explica en
parte porque ésta surge cien años después de la bula de confirmación de la
orden de 1373 (I.84) con la casa de María García, asociada al monasterio de
La Sisla en Toledo a partir de 1464 (I, 637),3 y la fundación del Convento
de Santa Paula en Sevilla en 1473. Sigüenza dispone de menos tiempo que
documentar. Además, las monjas no tomaban parte de concilios, juntas –la
tradición eclesiástica y el derecho canónico no lo permitían–. Sigüenza tiene,
dicho simplemente, menos que historiar. Además, se muestra reticente a
escribir sobre mujeres, reticencia que, según su texto, se debe a la falta de
fuentes y a sus miramientos en tanto sus lectores, siempre reflejando sus
ideas sobre la mujer. Sigüenza explica la pobreza de fuentes documentales
sobre el monasterio de Santa Paula en Sevilla a causa del “descuido que
tuvieron [las monjas] en dejar memoria de la santidad de aquellas primeras fundadoras [… S]ólo ha quedado una voz confusa” (II, 23).4 La falta
de fuentes confiables se atribuye a la negligencia de las mujeres. Además,
“han sido tan recatadas aquellas santas en encubrir los favores que nuestro
Señor les hace, que no les hemos podido sacar nada de ellos, porque dicen
peligra el tesoro cuando se lo saca en público” (II, 24, cf. II, 155). La falta
de información ahora se debe a la modestia de las monjas. Paradójicamente,
lamenta el silencio y la modestia –virtudes femeninas por excelencia– de
las monjas. Similarmente, en otros conventos de jerónimas afirma que “hay
muchas cosas secretas y de admirable ejemplo […]: no quieren comunicarlo
y yo no soy adivino, y así paso a otro sujeto en lo que resta de esta historia”
3 La casa de María García se convertirá en el Convento de San Pablo en 1506 (Sigüenza, II, 411).
4 El monasterio de Santa Paula en Granada fue incorporado a la orden en 1521 (II, 154).
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(II, 428). Insiste en el silencio y la modestia de las monjas para justificar
las limitaciones de su texto.
No obstante la escasez de fuentes, la vida de la beata María García se
basa en “una relación antigua” (I, 636). Sigüenza dirá “lo que ha venido a
[su] noticia de buenos originales” (II, 408). Escribe “lo que otros ya han
publicado y lo que en un cuaderno antiguo de mano he hallado” refiriéndose
al texto de Juan de Corrales (II, 384, cf. II, 404, cf. II, 397, 421). Indica que
las memorias de la religiosa Ana de Zúñiga (m. 1594) documentan hechos
relativos a más de 74 mujeres de San Pablo, posible fuente de información.5
De Teresa de Guevara escribe que: “sólo la digo porque lo dicen” (II, 409,
cf. II, 422), idea que reitera a lo largo del texto (cf. II, 387, 392, 401). Como
buen historiador Sigüenza se basa en fuentes preexistentes (cf. II, 387), pero
a pesar de que se queja de que son “muy cortas” (II, 409) se esconde detrás
de éstas y subraya su cautela al confesar que “estoy escribiendo esto o trasladándolo de quien lo escribió más largo” (II, 422). La importancia de las
fuentes de Sigüenza reside, además de la información que de ellas toma, en
que le permiten escribir sobre mujeres. Confiesa su reticencia y autocensura:
ha basado sus noticias “en lo que h[a] podido haber a las manos; y de ello
h[a] callado mucho y mucho queda sepultado” (II, 421).
Los relatos de las vidas de Teresa de Guevara y de su hija Aldonza
Carrillo revelan la actitud cautelosa de Sigüenza en tanto cronista de vidas
de mujeres. Primero alerta a su lector que no tiene “cumplida relación de
sus vidas,” y que ha tomado los datos de “las relaciones que han quedado
de sus cosas, aunque muy cortas” (II, 409). Confiesa que no existe “más
relación de sus fines” (II, 410), y menciona la “pérdida de una relación […]
antigua” (II, 411). Sin embargo, él se “content[a] con lo dicho” porque “es
harto testimonio de su gran virtud y santidad” (II, 411). Como lo que importa
es notar las virtudes de Teresa, no es necesario poder señalar sus actos (II,
411). Esto no debiera sorprendernos. Ya había escrito respecto de las mujeres de San Pablo que “pudiera sin duda […] comenzar aquí un libro nuevo;
contentaréme con escribir las [vidas] de algunas [religiosas] y hacer alguna
relación de otras y rematar este libro con tan buen gusto” (II, 408, cf. II,
414). Aunque había muchas vidas que historiar se satisface con las fuentes
que tiene e indica que no es necesario “buscar otra cosa” (cf. II, 414, 424).
La consideración del gusto de sus lectores es otro factor que limita lo que
Sigüenza incluye en su historia acerca de las monjas de San Pablo:
5 He cotejado las primeras 50 páginas de una copia del manuscrito de Ana de Zúñiga con el capítulo
sobre María García de Sigüenza, gracias al compositor y musicólogo Roberto Jiménez Silva, de
Toledo, quien tiene en su posesión dicha copia. Es muy probable que ésta sea la “antigua relación”
a la que se refiere Sigüenza. (No he podido obtener una signatura para el texto.)
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Voy como de corrida y atrancando, sin osar detenerme en tan larga letanía,
porque no saldré de este convento si de todas hago memoria y este libro se
hará como un Flos Sanctorum […] Veo bien que agravio a muchas santas de
este convento no haciendo memoria de ellas, mas temo los gustos delicados
de los lectores de nuestro tiempo. Muchos ni aun ponen los ojos en estas
historias de santos, cuanto más de mujeres, ni quieren ni les parece menos
que tiempo perdido. (II, 417, 421).
Asimismo, al introducir a Inés de Cebreros explica que dirá “brevemente
su vida, si hubiere alguno de tanta paciencia que se atreva a llegar en el
discurso de tantas y tan largas historias hasta aquí” (II, 411). Ambas citas
revelan un escritor que cree que las vidas de estas mujeres no serán de interés
para sus lectores, a pesar de la popularidad de la hagiografía en el siglo XVI
a que hace referencia con la mención del Flos Sanctorum (que, curiosamente,
evoca una serie de vidas similares que se destacan por sus virtudes). Así y
todo, trata en un capítulo la vida y hechos de la beata María García, en otro
la vida de Inés de Cebreros, le dedica seis a la beata María de Ajofrín, y tres
capítulos a las vidas del resto de las mujeres de esta comunidad de los siglos
XV y XVI que incluye en su relato.
Los varios capítulos presentan religiosas que no se diferencian significativamente unas de otras: en particular, comparten las virtudes de la humildad y la obediencia. Según Sigüenza, Lucía de Santiago era “humilde por
excelencia” (II, 417). Teresa de Guevara, “si alguna vez conocía que las
otras religiosas […] le tenían algún respeto considerando su nobleza […]
se humillaba más y buscaba ocasiones de derribarse a los pies de todas” (II,
409). En Catalina de San Juan “no parecía en ella la humildad virtud adquirida
sino naturaleza […] y así acudía a todos los oficios humildes del convento”
(II, 417). Y Elvira de la Pasión “era tan humilde y sentía de sí tan bajamente,
[que] no lo entendió cuando la nombraron [priora]” (II, 422). Más allá de
humildes, son obedientes. Elvira de Mendoza vivía con “continuo ejercicio
de obras de caridad, humildad y obediencia” (II, 422) y fue priora humilde
y “por obediencia” (II, 422), lo mismo que Ana de Zúñiga (II, 426). Las
religiosas son ejemplares, descritas de acuerdo con fundamentos ideológicos que les exigían un comportamiento ideal, lo que le permite a Sigüenza
exponer “el buen ejemplo de sus vidas” (I, 631). El parecido de estas vidas
hace que también escriba, acertadamente, que sus lectores “dirán que todas
estas vidas son unas: oración, meditación, caridad, mortificaciones, y aquí
se acaba esto y se repite, y cuando mucho algunas visiones y revelaciones
que podemos creer de ello lo que se nos antoje. Confieso que todo es así,
ni yo puedo fingir otra cosa (II, 421). El recelo de su lector revela su propia
desconfianza en la ejemplaridad de estas mujeres.
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No obstante la homogeneidad de estas virtuosas mujeres sobresalen
dos criterios según los cuales Sigüenza determinó cuáles vidas incluir en
su historia: el linaje de la beata o religiosa, o si se distinguía por factores
extraordinarios. Entre éstos últimos destaca el extremo de su vida ascética, su inteligencia y/o si había tenido experiencias sobrenaturales. Pero lo
extraordinario siempre sirve para subrayar sus virtudes. Algunos ejemplos
servirán para ilustrar el tono de la narración de Sigüenza.
La primera vida que narra es la de la beata María García (c1340-1426)
quien de niña inicia su vida religiosa con un voto de castidad.6 De adolescente, con la viuda doña Mayor Gómez “iban de casa en casa pidiendo
limosna para los pobres encarcelados y miserables, […] repartíanlo […] y
volvíanse a casa sin hablar con ánima ni alzar los ojos” (I, 631). Su familia
la amonestaba por esta “manera de vida” pero María “callaba […] sufriendo
con paciencia la afrenta de los de fuera [otros toledanos] y la persecución
de los de dentro [sus familiares]” (I, 631). Los beneficios y beneficiarios
de las actividades de la beata son menos importantes que cómo María se
comporta –su silencio y su modestia– que pronto hacen que todos la tengan
por “ejemplo de perfección” (I, 631). Con el tiempo María García será la
fundadora de la casa que llevaría su nombre hasta que se incorporara formalmente a la Orden Jerónima en 1506 como el convento de San Pablo. Es de
notar que, según Sigüenza, María García privilegiaba la vida religiosa más
que la vida matrimonial (I, 636), apoyaba la clausura de la vida religiosa
(I, 636, cf. I, 633) y era devota de los Santos. Esta interpretación de su vida
explica su incorporación en el texto de Sigüenza: la vida y hechos de esta
beata refuerzan la ortodoxia de la Iglesia y los preceptos tridentinos además
de permitirle elogiar virtudes ‘femeninas’ ideales.
La vida más larga, la de la beata María de Ajofrín (m 1489), se ajusta a
estos criterios también y a los modelos hagiográficos señalados por Gabriela
Zarri (1996, 234-35, cf. Sánchez Lora, 1988, 453). Además, es descrita como
una mujer de extremado ascetismo y de mucha virtud que tiene visiones
frecuentes como consecuencia de los sacramentos de la eucaristía y la confesión. Se la presenta como medio: Dios habla a través de ella (Sigüenza,
II, 405) por lo que el significado de los mensajes y experiencias de María de
Ajofrín reside en que su origen es Dios. La autoridad de la beata proviene
además de sus cualidades femeninas –su humildad y su obediencia– porque
son “excelente prueba de que todo esto [sus experiencias sobrenaturales]
tenía seguros y buenos fundamentos” (II, 401).
6 María era hija de don Diego García de Toledo. Los García de Toledo eran una de las más viejas
y célebres familias de Toledo, con el sobrenombre de “de la Gallina” (Sigüenza, I, 629, cf. Martz,
2003).
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Según Sigüenza, las mujeres “por su flaqueza están sujetas a recibir
engaños” (II, 384). Sin embargo, loa las experiencias sobrenaturales de
María de Ajofrín y de otras religiosas de San Pablo.7 Cuenta, por ejemplo,
que Inés de Cebreros “en más de cincuenta años jamás comulgó que no
tuviese [arrobamientos], y de muchas horas y tan repentinos” (II, 414, cf.
II, 411-13), que María de la Visitación tuvo una visión del demonio (II,
419), y que a Catalina de los Reyas “le hizo nuestro Señor muchos y muy
extraordinarios favores, visiones y revelaciones grandes” (II, 420). Pero la
importancia de estos eventos no reside en sí mismos. Al presentar las experiencias sobrenaturales de estas monjas en relación con los Sacramentos,
en particular con la eucaristía, Sigüenza realza el papel del sacerdote como
intermediario necesario, y el valor de la religiosa como medio.
A Sigüenza le sorprende que algunas religiosas tengan habilidades intelectuales o cualidades de mando. Señala que Catalina de San Juan era muy
“aventajada y de tanta habilidad […] y para tanto” y “de tan claro y caudaloso entendimiento” (II, 417-18) que fue correctora en la Concepción
Jerónima de Madrid. Llegó a ser maestra de novicias en San Pablo donde
también fue priora durante 24 años. De Ana de Zúñiga dice que después
de dedicarse a leer “libros devotos […] vino a saber mucho de lo que toca
a cosas de conciencia, fruto de los sacramentos, avisos para la oración y
meditación, y estaba tan delante en todo esto, que se podía tratar con ella
más que lo ordinario por tener claro juicio” (II, 426). El papel de los sacramentos vuelve la atención sobre los ritos desvirtuando el logro intelectual
de Ana, o sus habilidades naturales. Y de doña Aldonza Carrillo dice que
“ninguna [hermana] igualaba a su valor, ni a su prudencia, ni al celo de la
religión,” y era “en las cosas de la religión muy cuidadosa y observante”
(II, 410). Su obediencia a la religión es la cualidad que hace a estas mujeres
extraordinarias. Sus habilidades intelectuales les sirvieron a ellas para ser
humildes, generosas, mansas y honestas –según Sigüenza– y a él mismo,
para reforzar el comportamiento correcto de la mujer.
En consonancia con las tradiciones ascética y hagiográfica Sigüenza
resalta el recogimiento y el sufrimiento físico de las religiosas. La penitencia
y las violencias hechas al cuerpo son aspectos notables de la narración. Teresa
de Guevara, deseando entregarse más a Dios, “no descansaba ni dormía”
(II, 409, cf. II, 410). Su hija Aldonza Carrillo “fue muy penitente y rigurosa
consigo misma […] Oraba continuamente: apenas sabían cuándo dormía
o comía” (II, 410). María de la Cena “ayunaba todas las cuaresmas a pan
y agua” (II, 415). Lucía de Santiago vivió más de cien años a causa de “la
gran templanza y abstinencia en el comer y el beber” (II, 417) y Catalina
7 Sólo describe las visiones de María de Ajofrín (conforme el texto de Corrales).
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San Juan “las noches solía pasar de claro en este santo ejercicio [el de la
oración] sin perdonar aquel cuerpo delicado […] De igual medida y rigor era
en otras penitencias, ayunos de pan y agua, disciplinas duras y sangrientas”
(II, 418). El papel del cuerpo negado y sufriente realza el silencio a que
estaba obligada la mujer (conventual). Además apunta al objetivo del texto
de Sigüenza, según quien, “si no hubiese en las comunidades quien hiciese
estos excesos […], no tendríamos vidas de santos que escribir, ni espejos
en que mirar nuestras faltas, y aun espuelas con que avivar nuestra tibieza”
(II, 426). Las mujeres sirven de buen ejemplo católico al enfatizar, contra el
protestantismo, el dogma de la eficacia de la oración, y el ascetismo como
buen camino espiritual.
En tanto la realidad cotidiana de las jerónimas de San Pablo, una lectura
rápida del texto le da al lector la impresión que el mismo Sigüenza tiene
de su relato; una lectura pausada le dará pautas de algunas realidades de la
vida conventual. Como Lehfeldt señala, aunque en los conventos las monjas
sirviesen de intercesoras y de modelos de castidad, ellas estaban frecuentemente enredadas en preocupaciones temporales (2005, 2). Incluso el texto
de Sigüenza permite divisar vidas activas a fin de la administración y la
supervivencia de la comunidad. Un caso concreto lo proveen las limosnas
de la procuradora Lucía de Santiago: “El trigo y el aceite y otras cosas del
sustento de la casa, cuando no se hallaba en otra parte [a causa de la hambruna] sobraba en ella para repartir a muchos” (II, 416). Elvira de la Pasión
prestaba su renta con usura “y los réditos se multiplicaban en el trato y cambio
divino” (II, 423). La mención de hambre y rentas implica que sustentar a la
comunidad no era tarea fácil. Y la alusión a conflictos entre hermanas (II,
427) alude a las dificultades ocasionadas por la vida en comunidad.
Sigüenza menciona “las murmuraciones de las tibias” (II, 426) para aludir
sin duda a que las mujeres son naturalmente chismosas y espiritualmente
imperfectas. Pero en estos siglos de poca libertad para la mujer, la tibia se
encontraría en el convento por alguna peripecia de la vida que ella no podía
controlar. El mismo Sigüenza reconoce que algunas mujeres “entran en
religión por necesidad o violencia, pretendiendo vivir allí con una mediana
vida cuanto basta para llamarse religiosas, determinadas miserablemente a
sufrir aquel encerramiento o privación de sus gustos con la mejor comodidad
que pudieren” (II, 410). El juicio aquí no pasa de ser el de un hombre del
siglo XVI: reconoce la falta de libertad y sus consecuencias para la mujer
pero la condena por tratar de vivir lo mejor que pueda dadas esas realidades.
Porque los cargos que acarrean responsabilidades son “peligrosa carrera”
(II, 426) Sigüenza propone que las mujeres están menos interesadas en
ejercerlos y retrata a las religiosas como excesivamente reacias a aceptar
la dignidad de priora. A Elvira de la Pasión “fue menester forzarla aceptar
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en el extremo rigor de la obediencia” (II, 422); Ana de Zúñiga “aceptó este
oficio por la obediencia, y sólo ésta la pudiera rendir, porque sabía bien las
dificultades que por todas partes trae consigo” (II, 426), y por segunda vez
aceptó el cargo a causa del “lazo apretado de la obediencia [que] la hizo
decir que sí y rendirse” (II, 426, cf. II, 420). Según nuestro historiador, las
monjas nunca desempeñaron cargos por gusto, inclinación o dotes naturales. Siempre se inclinan en obediencia. Mediante su silencio, su devoción
y su obediencia, las vidas de María García, de María de Ajofrín y de sus
sucesoras apoyan y reproducen las nociones patriarcales de clase y religión,
y sancionan el sometimiento de la mujer y de la religiosa. Sin embargo,
Sigüenza insinúa el trabajo y la responsabilidad requeridos para administrar
una casa, y las dificultades de muchos aspectos de la vida conventual, lo
cual nos interesa porque los conventos eran instituciones gobernadas por
mujeres, quienes administraban bienes y asuntos tanto temporales como
espirituales (Lehfeldt, 2005, 8).
Estas vidas, descritas por Sigüenza, transmiten y reafirman prácticas y
doctrinas católicas ortodoxas (cf. Bilinkoff, 2005, 112). El efecto de estos
retratos de virtuosas mujeres es que las únicas distinciones entre ellas son
relativas a su linaje, o a sus cualidades y experiencias extraordinarias, ya
sean su inteligencia, su vida excesivamente ascética o sus experiencias sobrenaturales que, ligadas a los sacramentos, revalidan el papel del sacerdote
en la observancia de la religión. La dificultad del narrador reside en que no
puede ver a la mujer como una persona compleja interesante en sí misma.
La mujer virtuosa –humilde y obediente– sirve a sus propósitos jeronimianos
y post-tridentinos más que a su propósito de historiador. Las vidas de estas
monjas y beatas, de conjunto, sirven de parahagiografía, ya que sus vidas,
de un ascetismo y virtud notables, reflejan los ideales de la contrarreforma.
Pero a través de estos retratos Sigüenza deja entrever la vida individual y
colectiva de las jerónimas de los siglos XV y XVI, vida activa y compleja a
pesar de la ideología que imponía estrictos parámetros religiosos y sociales
sobre la mujer.
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Resumen:
José de Sigüenza, escribiendo hacia 1600 las vidas de algunas de las monjas del convento
jerónimo de San Pablo de Toledo, supone que sus lectores “dirán que todas estas vidas son
unas” (II, 421). Efectivamente, las monjas que nombra en su Historia se destacan todas por
sus ayunos y penitencias, su humildad y obediencia. Las virtuosas monjas retratadas le sirven
a Sigüenza de doble ejemplo: ejemplo cristiano y contrarreformista, y ejemplo femenino, ya
que subraya la humildad y la obediencia –“camino seguro” (II, 415)– como virtudes cardinales
en las religiosas.
Palabras clave:
Renacimiento – José de Sigüenza – Historia de la Orden de San Jerónimo – convento de San
Pablo (Toledo) – jerónimas – actitudes hacia la mujer.
Abstract:
José de Sigüenza, writing towards the year 1600 the lives of some of the beatas and nuns of
the Hieronymite convent of San Pablo in Toledo, conjectures that his readers will think that
“todas estas vidas son unas” (II.421). Indeed, the women he names in his Historia stand out
due to their fasting and penance, their humility and obedience. The virtuous nuns portrayed
by him provide Sigüenza with a dual example: a Christian, Hieronymite and counter Reformist example, and a female example. He thus underscores humility and obedience—“camino
seguro” (II.415)—as the fundamental virtues a nun ought to have.
Keywords:
Renaissance – José de Sigüenza – History of the Hieronymite Order – San Pablo convent
(Toledo) – jerónimas – attitudes towards women.
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