LOS GUARDIANES DEL BOSQUE Había una vez una niña llamada Fiona que vivía en lo alto de un edificio en una ciudad no muy alegre. Ella siempre había deseado visitar el bosque situado al lado de la ciudad porque no le gustaba nada la contaminación. Un día después del colegio metió en una mochila, algo de comida y agua, y partió hacia el bosque sin despedirse de nadie. Al cabo de unas horas se vio perdida entre la espesura del bosque. Muerta de miedo, empezó a correr sin saber dónde iba. Tropezó con una rama y cayó colina abajo, perdiendo el conocimiento. Al despertar, se encontró rodeada de unos duendes que la miraban con ojos saltones. Al principio se estremeció, pero luego se fue acostumbrando. Los duendes, educadamente, le ofrecieron cobijo hasta que retomara su camino. La acompañaron a través de un túnel subterráneo hasta llegar a una aldea. “¿Por qué vivís ocultos?” Preguntó Fiona. “Hemos estado escondidos desde que unos dragones han comenzado a arrasar el bosque quemándolo con su aliento ardiente y ni siquiera los guardianes del bosque han podido vencerlos” Entonces Fiona, una vez recuperadas sus fuerzas, se dispuso a buscar a aquellos que protegían el bosque. Cuando se despidió de los duendes ellos le dieron unos polvos mágicos que le ayudarían en su viaje. Tras caminar mucho tiempo, se hizo de noche y encendió una hoguera. Le costó dormirse pensando que la podría atacar un oso. A la mañana siguiente, despertó al lado de un cíclope que la vigilaba atentamente con su único ojo. El cíclope le dijo que le acompañase porque debía llevarla ante su rey. Fiona, aún somnolienta, no opuso resistencia y obedeció. Al cabo de un rato se encontraron ante un castillo y cuando cruzaron sus puertas se adentraron en un salón muy grande donde al fondo esperaba el rey cíclope sentado en su trono de oro. Éste, con voz grave, le dijo “Entrégame esos polvos que llevas contigo, pues son demasiado poderosos para alguien como tú” La niña indignada se acercó a él y lo miró fijamente a su único ojo. En su defensa, le dijo: “Soy más poderosa de lo que crees. No os dejéis engañar por mi tamaño” Entonces, el cíclope soltó una sonora carcajada y Fiona, aprovechando su distracción, consiguió escapar del castillo. “¿Cómo saben que tengo unos polvos? ¿Por qué los querrán los cíclopes?” Pensó sin parar de correr. Tras un rato huyendo se adentró en una parte del bosque totalmente quemada. Se paró un momento para contemplar el tétrico paisaje. De repente, oyó unos llantos que provenían de una casita de madera carbonizada. “¿Qué te pasa?” preguntó a una niña que estaba llorando. “No encuentro a mis papás desde que los dragones arrasaron mi aldea” contestó la pequeña. Fiona se fijó en su piel, que era de un tono azulado, pero no le preguntó por ello. Sí que le preguntó si sabía dónde se encontraban los guardianes del bosque y la niña le contestó que en los cuentos que le habían contado ellos vivían en una zona oculta del bosque que ella conocía muy bien y que si quería ella podía ser su guía. Fiona aceptó encantada y las dos partieron hacia su destino. Se volvió a hacer de noche y esta vez Fiona durmió con la niña, pero tras un par de horas se percató de que la niña no estaba. Pensó en llamarla a gritos pero se acordó de que no sabía su nombre. Entonces no tuvo más remedio que ir en su busca. No lejos de allí había un riachuelo y allí encontró a la niña con la cabeza metida en el agua. Fiona le tocó el hombro para llamar su atención y la niña sacó la cabeza mojada. “¿Qué haces?” Le preguntó Fiona. “He visto a mis padres” Le contestó feliz “¿En el agua?” Insistió extrañada “¿Acaso son peces?” La niña la miró fijamente con sus ojos azules y le contestó “Bueno, mi padre es humano como tú, pero mi madre es una sirena”. Fiona sorprendida se quedó mirándola y consiguió preguntarle “¿Cómo te llamas?”. “No lo sé. Nunca he sabido mi nombre” contestó la niña. “Entonces te llamaré… Emma” le dijo Fiona. La niña pareció satisfecha pero no dijo nada. Cuando caminaban hacia su campamento Fiona se acordó de su encuentro con el rey ciclope que le había pedido sus polvos mágicos. “¡Oh, no!” gritó “¡Mis polvos mágicos!” Y salió corriendo hacia su lugar de descanso. Cuando llegaron, su campamento estaba destruido. Fiona no se pudo contener y empezó a llorar. Pero después supo que tenía que hacer algo y salió corriendo al castillo del Rey Cíclope y, tras ella, Emma. Cuando se estaba acercando al castillo, se dio cuenta de que estaba demasiado bien protegido y que necesitaría una buena estrategia para poder acceder. Decidió que la mejor manera de entrar sería utilizando a la niña que acababa de conocer. La niña se hizo pasar por una vendedora de pescado. A la niña no le gustó mucho la idea porque ella misma era medio pez, pero al final accedió a seguir el plan ideado por Fiona. Encontraron una carreta abandonada y Fiona se escondió dentro. La niña pudo entrar sin problema, ya que a ningún guardián le pareció sospechoso el disfraz de la niña. Una vez dentro del castillo se ocultaron en las cocinas, que se encontraban vacías. Fiona susurró a Emma ¿Cómo encontraremos ahora los polvos? Emma le contó que aquel castillo había sido construido por su familia hace muchos años hasta que los cíclopes, aliados con los dragones, se lo habían arrebatado. Ella conocía por las leyendas que contaba su pueblo, que existía un pasadizo que conducía directamente de los aposentos del Rey al salón del trono. “¿Y qué haremos con los guardias del salón del trono?” preguntó Fiona. Emma le explicó que había una sala de armas al lado de las cocinas. En la sala encontraron la espada legendaria de los antepasados de Emma. Emma se la cedió a Fiona, que la cogió encantada y, de repente, se sintió con valor suficiente para dirigirse a la sala del trono y enfrentarse a los guardias que la custodiaban. Tuvo lugar una formidable lucha, de la que Fiona salió victoriosa. Emma y Fiona buscaron la entrada del pasadizo secreto, que finalmente encontraron en la chimenea. Recorrieron un largo túnel y entraron con mucho cuidado en la habitación donde dormía el rey. Con gran sigilo le quitaron los polvos del cuello y abandonaron el castillo sin ser vistas. Pasaron varios días buscando a los guardianes, pasando por zonas arrasadas. Estaban perdiendo la esperanza cuando Fiona decidió utilizar los polvos. Tuvo el presentimiento de que si se los rociaba por la cabeza sucedería algo mágico. Por si acaso, utilizó una pequeña cantidad. No sintió nada, por lo que se decepcionó. Sin embargo, Emma gritó “¡Eh, tu piel está cambiando de color!” Fiona miró su reflejo en el agua y vio que su piel se había vuelto de un tono verdoso y su pelo era azul como el cielo. Después de un rato contemplando su imagen, el agua se separó dejando ver la tierra mojada. De repente oyeron un grito y vieron una llamarada. Fiona se levantó imponente y deseó con todas sus fuerzas que ocurriera algo. En ese momento se estaban acercando un gran número de dragones atraídos por su presencia. Cuando estaban rozando el suelo con sus patas, surgieron de la tierra unas plantas trepadoras que les agarraron, dejándoles inmovilizados. Fiona deseó que las plantas continuaran estrujando con más fuerza a los dragones hasta dejarles sin respiración, pero Emma se dio cuenta de sus intenciones y le dijo “¡No, espera! Un auténtico guardián del bosque no haría daño a ninguna criatura” Fiona entonces se acercó a los dragones y comenzó a acariciarlos uno por uno. De repente, el color rojo brillante de sus escamas se volvió plateado y parecieron calmarse. Fiona les dejó libres y ellos volaron con la misión de expulsar a los cíclopes y mantener la paz en el bosque para siempre jamás. Desde entonces Emma y su familia volvieron a ocupar el castillo, donde Fiona sería siempre bien recibida. Ella volvió a su hogar, satisfecha de la aventura que había vivido y que jamás olvidaría. FIN