Los poderes de Amador

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Los poderes de Amador
Gabriela Lezaeta
A pocos metros de un bosque de araucarias que dividía el azul profundo del
cielo con sus paraguas, vivía el niño que adivinaba los pensamientos.
Su casa, a pesar de encontrarse en la orilla misma del lago, se sumía en
la exuberante vegetación sureña que alocadamente se desbordaba a sus
espaldas, lo que mantenía a su padre en lucha constante para defenderla de
esta amenaza verde y del peligro de las aguas que en invierno subían de nivel.
El aislamiento y soledad de esta familia de pioneros eran casi totales,
y un pequeño bote, meciéndose de continuo en el oleaje, era la única posibilidad
de comunicarse con los sectores poblados.
Amador sentía muy de cerca el amor de sus padres hacia él. Tal vez por
eso mismo ayudaba en el trabajo con tanto esmero y cariño.
Ayudaba a trozar leña, a recoger piñones, a cuidar de los pocos animales
de corral que poseían. También en el acarreo del agua, en el batido de la
leche para conseguir mantequilla.
“¡Por favor, Amador, anda a darles la comida a los chanchos! ¡Amador,
ayúdame a picar la leña, mi hijito!”
Trataba el niño de multiplicarse para aliviar en parte el duro trabajo del
campo. De ser pequeño y débil, cada día que pasaba se hacia más robusto.
Si hubiera tenido otros hermanos, pensaba, sería más entretenido y tendría
con quien compartir juegos y trabajos, pero él era hijo único y esa era su
realidad. Tal vez por eso motivo, al no tener hermanos ni amigos de su edad,
resultó, ser tan intuitivo y obtener poderes especiales. Cuando se aburría
lanzaba piedras al agua en su rutina de juegos solitarios, se metía en el bote
quedándose tranquilo para escuchar el rugiente sonido selvático igual a un
enjambre de abejas, bosque y viento, y a veces el silencio. Así empezó a
comunicarse con la naturaleza. Todo le hablaba: las hojas en su diálogo con
la brisa, la lluvia que golpeaba insistentemente en su ventana en el largo
invierno y los quejidos del bote en sus rezongos. Éste le decía: “Estoy demasiado
viejo para remecerme tanto, para navegar. Llévame a la orilla”. Cuando les
contaba a sus padres las conversaciones que tenía con tantas cosas no le
creían. “Mira qué te va a hablar el bote”, le decían. “eso es tu imaginación”.
Así fue también como los pensamientos de las personas se le hicieron
transparentes. Y era capaz de adivinar cuanto pasaba por sus mentes.
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Cuando sus padres le advirtieron que no se internara solo por el bosque
como de costumbre, no necesitó preguntar por qué. El supo de inmediato que
un puma andaba rondando por el lugar, y dijo: “Yo sé que el puma es peligroso,
pero no me hará daño. No se preocupen”. Sus padres se asombraron pero no
dijeron nada.
Amador podía leer en la frente de las personas como si ésta fuera una
pantalla de cristal. Mientras su madre ensartaba colores vivos en sus tejidos
y lo miraba con cariño, él leía con facilidad la película de sus pensamientos
que casi siempre estaban relacionados con su futuro. ¿Por qué me miras tan
fijo, hijo? Es que me quieres preguntar algo”, le decía ella…Misterioso, él se
reía, la besaba sin contarle sus secretos, pero agregaba: “No te preocupes
tanto por mí, mamá: todo estará bien”.
Dos veces al año fondeaba el barquito que recorría la zona e iba a ofrecer
mercadería. Era una fiesta para ellos cuando se perfilaba en el horizonte con
su tentadora carga.
Haciendo trueque, cambiaba algunas baratijas o artículos de primera
necesidad por las pieles de zorro o de coipo que su padre cazaba.
El capitán del barco llegó a ser gran amigo de Amador. Pero un día, sin
ninguna explicación, apareció en su puesto un hombre muy diferente a él,
ambicioso y sin escrúpulos_ trataba de engañar a la gente sencilla de la zona.
Amador que adivinaba sus malas intenciones, le advertía a su madre que este
hombre quería estafarla. El comerciante se molestaba al ver que un niño era
más capaz que él y que le echaba a perder sus negocios. Así comenzó este
nuevo capitán a darse cuenta que algo especial tenía Amador y que él podía
aprovecharlo.
- Señora – le dijo en una ocasión -, váyase tranquila a atender sus cosas y yo
le mandó después las compras con el niño.
Amador estaba distraído conversando con un pez que saltaba cerca de la
borda, y no se percató de lo que sucedía.
Apenas se fue su madre, Amador miró al hombre, y supo que él se había dado
cuenta de su habilidad para adivinar pensamientos, y que tenía por eso la
intención de raptarlo para llevarlo a un circo recién instalado en el pueblo.
El comerciante sin escrúpulos pensaba que sería la sensación del espectáculo
tener un adivinador. Además, como siempre el circo partía de un lugar a otro
sin destino conocido. El rastro del niño se perdería y nadie sabría más de él.
De esta forma podría obtener mucho dinero.
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Lo amarró de pies y manos dejándolo como un bulto en la bodega, y se dispuso
a zarpar.
- Señor, por favor, suélteme, déjeme, porque acabo de descubrir un tesoro
bajo unas pataguas cercanas y quiero llevarlo cuanto antes a mi casa. Así mi
familia podrá comprar durante toda la vida cuanto necesite.
- Vamos juntos. Y desatándolo agregó, conciliador: Será para los dos.
El niño adivinó que sus proyectos eran quedarse con todo el tesoro y además
cobrar por él en el circo.
Al principio el malhechor lo llevaba fuertemente sujeto de un brazo, pero
cuando la maleza impedía avanzar en pareja debió limitarse a seguir detrás
porque el niño, con su agilidad, se alejaba más y más. Al hombre, las ramas
le herían el rostro, lo golpeaban fuertemente como si quisieran castigarlo. Por
fin se dejó caer vencido de cara al suelo, instante que aprovechó Amador para
huir prontamente por un atajo hasta su hogar. Al llegar a casa la madre lo
miró y le dijo:
- ¿Qué te pasa, hijo? Yo te conozco bien y algo raro te sucede. ¿Quieres
contarme? Tu padre fue a buscarte, estábamos preocupados.
- Mamá, ¿tú adivinas los pensamientos?
- ¡Claro, como todas las madres!... pero menos mal que ese hombre cayó en
su propia trampa- dijo ella.
En sus brazos, Amador recobró la seguridad y le relató los detalles de su
aventura. Así volvió a sentirse feliz, en una tierra sin peligro porque la
naturaleza entera era su amiga al igual que su hermosa madre.
-¡Qué bueno, ahí viene papá! Voy a encontrarlo…
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