Alejandro Sawa

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Reportaje
cermi.es El periódico de la discapacidad
Una biografía rescata una de las figuras más apasionantes del siglo XIX
Alejandro Sawa
o la lucidez despedazada
En el escritor Alejandro Sawa el juego de duplicidades estalla, confundiéndose en él persona y personaje, ceguera física y oscuridad de alma. Siempre al filo del abismo, su
trágico final, cien años después, todavía sobrecoge. Amalia Correa, profesora de la Universidad de Granada, reconstruye la biografía de un hombre marcado por su inquebrantable autenticidad
Esther Peñas
a calidad literaria no
asegura nunca la gloria póstuma de un autor. Es un proceso en el
que la casualidad, el capricho,
el azar, las circunstancias personales e incluso el momento
vital de una sociedad determinan en buena medida qué
nombres ocuparán un asiento
en el Parnaso de los libros de
textos. Las Parcas, por ejemplo, quisieron que Alejandro
Sawa (Sevilla, 1862, Madrid,
1909) pasase a la posteridad
como personaje de la obra de
teatro de Ramón María de Valle-Inclán ‘Luces de bohemia’ y
no como el seductor y fascinante escritor que fue.
Sin embargo, tras el nombre de
Alejandro Sawa se despliega
toda una experiencia vital
arrastrada al límite. Miseria,
desprecio por una sociedad en-
L
ferma (sobornos, amiguismos,
provecho de unos cuantos
frente a penuria generalizada,
burocracia desesperante…),
hambre, incomprensión, pero
también genialidad y talento
que despertaron la admiración
de quienes sí reconocemos como grandes: Baroja, Darío,
Machado, Verlaine, Villaespesa o Cansinos-Assens.
Amelia Correa, profesora titular de la Universidad de Granada y miembro de la Acade-
“Asombra su
coherencia y
dignidad, era
insobornable e
incapaz de
plegarse a los
intereses políticos”
MAYO 2009
mia de Buenas Letras de la
ciudad, ha buceado por la vida de este bohemio sevillano
para construir una biografía
que subyuga por lo seductor
del personaje. El resultado,
‘Alejandro Sawa, luces de bohemia’ (Fundación José Manuel Lara), obtuvo el Premio
Antonio Domínguez Ortiz de
Biografías 2008.
“Llevo muchísimo tiempo trabajando sobre Sawa porque
me parece un autor muy interesante, un autor que realmente tenía talento y genio
literario. Como persona asom-
bra su coherencia y su dignidad, que mantuvo hasta sus
últimas consecuencias, porque era insobornable e incapaz de plegarse a escribir a favor de tal persona o en un periódico pagado por un político”, explica Correa.
Sawa, de origen griego, ingresó en un seminario malacitano del que salió con cajas destempladas hacia Granada, para estudiar Derecho durante
un año, transcurrido el cual se
dirigió a Madrid, donde conoció la bohemia; no aguantó
mucho en la capital, y se trasladó a París, seducido por la vida artística marcada en ciernes por el simbolismo y el parnasianismo. Allí disfrutó de
sus únicos ‘años dorados’, trabajó para la famosa casa editorial Garnier, que editaba en
ciernes un diccionario enciclo-
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Reportaje
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pédico, tradujo a los hermanos
Goncourt y vivía en la patria
de su admirado Víctor Hugo.
Además, encontró el amor, la
borgoñesa Jeanne Poirier, y su
fruto, su hija Elena Rosa.
Al cabo de siete años, en 1896
regresa a España, donde colabora intensamente con los más
importantes periódicos de la
época (‘El País’, ‘La correspondencia de España’, ‘ABC’, ‘El
Imparcial’…), pero no terminaba de cuajar en ninguno de
ellos y sus obras tampoco alcanzaban el eco que merecían.
Eso frustró al sevillano y fue
Uno de sus últimos
escritos refleja la
honda soledad de
un genio ciego
frente al infinito y
la impotencia
frente a lo caduco
rio Lanza, el ‘Eremita de Getafe’, Eduardo López Bago
(uno de los primeros escritores
calificados como ‘eróticos’, lo
que le valió un puñado de juicios y multitud de escándalos)
enloqueció y murió en unas
circunstancias que, como inmortalizase Valle-Inclán, fueron realmente lamentables”,
resalta la biógrafa.
Obras como ‘Iluminaciones en
la sombra’, ‘La mujer de todo el
mundo’, ‘Crimen ilegal’ o ‘Declaración de un vencido’ son
muestras de una lucidez y de
un talento de un escritor al
que, poco a poco, la decepción,
el hambre, el frío, fueron despedazando. Un escritor que conoció la vulgaridad y la grandeza. Tal y como él mismo escribiese: “Sé muchas cosas del
Arriba, Amelia Correa, profesora titular de la Universidad de Granada y
miembro de la Academia de Buenas Letras de la ciudad, y autora de la
biografia de Sawa, cuya portada aparece a la derecha de la imagen
mellándole en su ánimo, cada
vez más bohemio.
Sawa fue un hombre de capital importancia en los círculos
literarios del momento, desempeñando el crucial papel
de maestro de ceremonias.
Fue quien presentó a Rubén
Darío ante Paul Verlaine y
quien introdujo al francés en
España, mostrando sus versos
a los hermanos Machado, a
Baroja, a Villaespesa, a Cansinos-Assens…
También formaba parte de una
camarilla de escritores con menos fortuna a los que alentó
hasta que él mismo quedó exhausto. Toda gran generación,
y la del ’98 lo fue, queda compuesta por grandes mentores
pero también por un extenso
grupo de autores menores (por
su eco posterior, que no por su
calidad). Junto a Sawa, Silve-
o José Zahonero son esos otros
literatos jamás aclamados como grandes pero que, a su manera, lo fueron.
Como escritor, Sawa se caracteriza por “su agudo sentido de
denuncia social, que jamás
abandonó, así como por su apasionado amor por la belleza, ya
que cree que la
belleza tiene un
poder salvador”,
destaca Correa.
“Eso hizo que pasara muchas calamidades, porque los bohemios
carecen del más
mínimo sentido
práctico, de la
más mínima capacidad de organización. En los
últimos años
perdió la vista,
país Miseria; pero creo que no
habría de sentirme completamente extranjero viajando por
las inmensidades estrelladas”.
Uno de sus últimos escritos
refleja la honda soledad de un
genio ciego frente al infinito,
y la impotencia del mismo
frente a lo caduco: “yo soy
quizás un pecador
cuyas pupilas quedaron abrasadas
por su afán de mirar frente a lo Infinito (…) Soy un
hombre castigado
por el sol (…) y heme aquí herido en
ambos ojos y mirando incesantemente a lo alto de
los días de sol con
mis pupilas ateas
que ya no lo reconocen”.
MAYO 2009
Pasión y muerte de
un cráneo
privilegiado
L
os genios, muchos, al menos, comparten la penuria –espiritual y crematística- de su final. Alejandro Sawa fue uno de los artistas cuyo final tremendo y amargo queda en el recuento
de las cuentas pendientes. “Y es que él
se daba a perder/ como muchos a ganar./
Y su vida, / por falta de querer/ y sobra
de regalar/ fue perdida”. Con estos versos le despedía, a modo de epitafio, su
amigo Manuel Machado.
Los últimos años del escritor le desesperaron. Pese a su prestigio literario, apenas encontraba un trabajo más o menos
estable. Se había quedado ciego y su fuerte carácter, unido a la férrea lealtad a
sus principios, hicieron de él un incómodo periodista insobornable. La puntilla fue
la carta que recibió del periódico ‘El Liberal’, retirándole su colaboración de sesenta pesetas. “Quería matarse”, le comenta Valle-Inclán a Darío en una carta.
Acompañado por algún familiar o por algún lazarillo voluntario, Alejandro todavía
sale de vez en cuando a la calle, pero apenas trabajaba. Desesperado, acude , humillándose, a Jacinto Benavente. “¿Quiere usted, urgentemente y sin pérdida de
momento, venir a verme? Es una voz de
Eternidad la que lo llama a usted”. Benavente nunca respondió a la misiva.
Y el proceso fue el que sigue: primero
hambre, después insomnio, luego locura. Finalmente, la muerte. El 3 de marzo de 1909, fallece. Este año se han cumplido cien de aquel deceso. Eso sí, su
noticia llegó puntualmente a las redacciones de los principales periódicos de la capital, que dieron buena cuenta de los triunfos literarios de un cráneo privilegiado. Durante muchos meses, las semblanzas sobre Sawa eran tema más o menos recurrente en la prensa.
Pero fueron Valle- Inclán, Miguel Sawa, Prudencio Iglesias y Fernando López Martín
quienes consiguieron cumplir el último
gran sueño del escritor bohemio: publicar ‘Iluminaciones en la sombra’, que
saldría a la calle con un emocionante
prólogo de Rubén Darío.
Un poco más tuvo que esperar Sawa, hasta 1924, para convertirse en inmortal gracias a la publicación de ‘Luces de bohemia’, de Valle-Inclán, obra de la que precisamente es protagonista. “Vino el duende que era embajador de la Dicha. Yo estaba ocupado en cosas inútiles, pero
que me placían momentáneamente… Ven
luego, le dije. Y mi vida, desde entonces,
ha transcurrido aguardando desesperadamente al emisario, que no se ha vuelto a presentar jamás”.
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