Una preocupación humana por el futuro de la inocencia infantil, el panorama del abuso sexual en niños, niñas y adolescentes Por Edgar Ramiro Luna Cuéllar Ph.D. (*) Existen muchas cosas que nos rodean, pero no las vemos o no las queremos ver, no hacemos conciencia de ellas. Uno de estos casos es el abuso sexual a menores. La literatura especializada reconoce que es un fenómeno que se presenta en todos los países, en todas clases sociales y al parecer acompaña a la humanidad de vieja data. Ya en el año 2002 la Organización Mundial de la Salud -OMS- estimó que 150 millones de niñas y 73 millones de niños menores de 18 años, a nivel mundial, experimentaron relaciones sexuales forzadas u otras formas de violencia sexual con contacto físico. Escuchó además el mundo entero en septiembre del año pasado de parte de UNICEF, que una de cada diez niñas de este planeta ha sido víctima de abuso sexual. Se difunde también en las redes sociales que uno de cada cinco niños es víctima de abuso sexual. Las cifras así presentadas son aterradoras, pero lo más grave es que no son exactas, debido a que no existen mecanismos eficientes en todos los países para llevar las estadísticas y segundo, porque la mayoría de los casos se silencian. No se conoce la dimensión real de este fenómeno debido a su carácter sensible e ilegal. El tema aún es tabú en muchas sociedades. Las víctimas y sus familiares se abstienen de denunciar debido al estigma que se puede generar, al miedo a las represalias, a las consecuencias de la denuncia, o por la falta de confianza en las autoridades. Vemos en Colombia por ejemplo, como en algunos casos a la denuncia del menor precede la presión familiar para que ésta se retire, debido a la inminente destrucción de la paz familiar y a la posible pérdida de recursos económicos provenientes del abusador. Si bien, en un rápido recorrido por la prensa mundial se puede constatar el aumento de las denuncias alrededor de este tema en los últimos años, estas noticias por lo general se centran en casos de famosos y en aquellos en los cuales se transgreden alevosamente los cánones morales de la sociedad. En tiempos recientes los escándalos involucran a príncipes, miembros de diferentes iglesias u orientaciones religiosas, reconocidos cantantes, personajes de la política mundial, entre otros. En estos casos los medios ejercen el control social y logran resultados poco esperados, como el pronunciamiento categórico del Pontífice Francisco I, de tolerancia cero frente a este fenómeno en filas de la iglesia católica. De igual manera la presión social ha logrado que un tribunal especial iniciara la mayor investigación pública desarrollada en el Reino Unido sobre abusos cometidos contra menores en instituciones de la Iglesia Católica y organismos estatales de Irlanda del Norte entre 1922 y 1995. Al respecto se han presentado casi 500 denuncias de abuso sexual contra niños. Pero en sociedades en las que impera la tolerancia social y el tabú, ¿Quién ejerce ese control social? ¿Qué sucede si es verdad que entre el 70 y el 85% de los casos el abuso sexual es intrafamiliar? ¿Qué herramientas o mecanismos de prevención se tienen para el caso de que el abusador sea una persona de confianza? Porque ese es el caso más frecuente, el de adultos que tienen a cargo a menores y abusan de estos, pueden ser padres, padrastros, abuelos, primos, tíos, profesores, policías, vecinos, orientadores espirituales o sociales. El Estudio de Naciones Unidas sobre violencia contra la infancia de 2006 menciona que entre el 14% y el 56% del abuso sexual de niñas y hasta el 25% del abuso sexual de niños fue perpetrado por parientes, padrastros o madrastras. El abuso a menores ocurre generalmente a través del engaño, la fuerza, la mentira o la manipulación y en sus propias comunidades, hogares y escuelas, o en instituciones que los tengan a cargo, y aún en contextos de emergencia, como salió a relucir el caso del eje cafetero luego del terremoto de 1999. El estudio de Save the children de 2012 titulado “Violencia sexual contra los niños y las niñas. Abuso y explotación sexual infantil” resalta que “en todo el mundo, una de cada cinco mujeres y uno de cada 10 hombres afirman haber sufrido abusos sexuales en su infancia”. Asevera además el estudio que “estos niños y niñas tienen mayores probabilidades de verse implicados en otras formas de abuso en su vida futura”. El abuso sexual genera enfermedades, miedos, fobias, síntomas depresivos, ansiedad, baja autoestima, sentimiento de culpa, estigmatización, problemas de relación social, menor cantidad de amigos, menor tiempo de juego con iguales, elevado aislamiento social, pesadillas, pérdida del control de esfínteres, trastornos de la conducta alimentaria, embarazos no deseados, trastornos psicológicos, discriminación y dificultades en la escuela. El sentimiento de culpabilidad acompaña constantemente a las personas abusadas, por lo tanto la amnesia suele ser un mecanismo de defensa para sobrevivir. El mismo estudio reconoce el perfil de los agresores: familias donde se ejerce la violencia de género y donde los estereotipos machistas influyen notoriamente en sus vidas, historias de infancia con presencia de maltrato físico, psicológico o sexual, poca capacidad de empatía, distorsiones cognitivas, consumo de pornografía infantil y trastornos de la personalidad psicopática. El fenómeno por sus largas raíces históricas ha de ser detenido con contundencia, puesto que su reproducción intergeneracional es la norma. Es corriente que el abusado se convierta en abusador; tampoco son pocas las historias de mujeres que fueron abusadas y ven como sus hijas igualmente los son. Es así, como antes que quedarse en promover la denuncia la sociedad ha de promover investigaciones alrededor de quiénes son y cómo piensan los abusadores de menores. Si bien el Papa Francisco quiere "educar" a la cúpula de la Iglesia sobre la cuestión de los abusos sexuales a menores de edad, la idea es generar mecanismos idóneos de prevención, por ejemplo, que los niños aprendan cuándo una caricia no es normal y qué tipo de conducta no es aceptable. Si bien los niños avisan con símbolos, los adultos tenemos que escuchar; y ante todo ha de generarse una política de prevención y educación sexual para que los hombres adultos se reconozcan como dignos varones y no como cobardes infractores. Me pregunto, si un extraterrestre viene y ve esta situación que pensaría de nuestra actual civilización, una en la cual matamos al hermano y generamos dolor en los propios, en los más indefensos. La evolución de la humanidad nos ha de llevar a desterrar este fenómeno del planeta, no sólo por razones morales, ni por la defensa de los derechos de los niños, sino por conciencia de género humano y de sus consecuencias kármicas. (*) Profesor de las Facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario.