La Participación e Interacción Social en una Sociedad Compleja. El papel de los jóvenes. Pablo Navarro Universidad de Oviedo 1. La participación social, una noción con buena prensa Antes de entrar a discutir el papel de los jóvenes en una sociedad compleja como la nuestra, conviene dedicar cierta atención a las nociones de participación e interacción social que aparecen en el título de esta charla. La idea de participación social tiene buena prensa en nuestra cultura. En las modernas sociedades democráticas, en efecto, predomina una lógica de la inclusión y del derecho, en contraste con la lógica de la exclusión y del privilegio que es propia de las sociedades tradicionales. De ahí que la nuestra parezca ser, al menos en el terreno de los principios, una sociedad eminentemente participativa. 2. El concepto de participación social Ahora bien, ¿qué se entiende por participación en este terreno? Se supone que participar en un determinado dominio de la vida social significa desempeñarse en éste de manera activa y autónoma, defendiendo las propias actitudes, ideas e intereses. En la medida en que incluye esa condición de autonomía, la noción de participación social parece requerir también cierta voluntariedad por parte del agente, que en general no debe sentirse sometido a una coerción externa insuperable. De acuerdo con esta definición, la idea de participación presupone la existencia de alguna forma de interacción social que le sirva de instrumento. Toda participación se produce por medio de cierta interacción social. Pero no toda interacción social tiene un carácter participativo. La interacción entre un preso y su carcelero, por ejemplo, es en principio de carácter no participativo. El concepto de participación alude pues a una forma específica de interacción social, una forma que implica cierta voluntariedad y autonomía en el agente. 1 3. La participación social como problema En nuestra sociedad se nos invita a practicar esta clase de participación. Pero si la participación constituye uno de nuestros ideales sociales y políticos, ello se debe a que dicha participación es, en nuestras sociedades, algo problemático. Dicho de otro modo, ello se debe a que en nuestras sociedades eso que llamamos participación es algo en buena medida opcional: en ellas, y en un conjunto de terrenos de la vida social cada vez más amplio, podemos quizá participar; pero también podemos no hacerlo. 4. La participación por compulsión de las sociedades tradicionales En las sociedades tradicionales esta opcionalidad apenas se plantea: pues son sociedades regidas por mecanismos envolventes de encuadramiento e integración (se está obligado a hacer lo que se supone que uno, por ser quien es –campesino, noble o clérigo–, debe hacer) y exclusión (se prohíbe hacer lo que se supone que uno, por ser quien es, no debe hacer). Son éstas sociedades en las que casi todo, o bien está prescrito, o bien está proscrito. En la medida en que la autonomía reconocida al individuo es mínima, y éste se halla rígidamente encuadrado en la estructura social de su entorno familiar y comunitario, la participación de ese individuo en la vida colectiva definida por esa estructura es casi inevitable. De ahí que la llamada a la participación carezca prácticamente de sentido. En general, en estas sociedades la participación del individuo en las actividades colectivas tiene un carácter predominantemente compulsivo. De ahí que puedan describirse como sociedades de participación por compulsión. 5. La participación por persuasión de las sociedades modernas La sociedad moderna desarrolla nuevas dimensiones de la vida social, más allá de los vínculos familiares y comunitarios. Son dimensiones en las que la participación del individuo tiene un grado de opcionalidad mucho mayor. Dicho de otro modo: son dimensiones de la vida social en las que la participación del individuo depende sobre todo de su propia predisposición y decisión, que debe pasar por el tamiz de sus intereses. Por ello, es justamente en las sociedades modernas donde el hecho de la participación se convierte en algo problemático. Nos encontramos aquí con una primera paradoja: la participación sólo se convierte en una suerte de ideal regulativo ampliamente asumido por la mayoría, en aquellas sociedades en las que esa participación apenas está asegurada. 2 Como veremos, se esa opcionalidad de la participación de los individuos en los distintos escenarios de la vida social la que obliga a los distintos agentes sociales (y sobre todo los poderes públicos) a desplegar estrategias persuasivas de promoción de esa participación. Frente a la participación compulsiva propia de las sociedades tradicionales, las sociedades modernas se caracterizan por lo que podemos llamar participación por persuasión. 6. El carácter multidimensional de la vida moderna Las sociedades modernas articulan en efecto ámbitos cada vez más diferenciados de vida social. Mientras que en las sociedades tradicionales el ámbito dominante y casi único es el de la vida familiar y comunitaria, en las sociedades modernas cabe distinguir al menos estos otros ámbitos: El ámbito político (antes reservado a las minorías dirigentes, y hoy abierto, en principio, a la participación de todos). El ámbito económico (estructurado por las relaciones de mercado, antes mucho menos desarrolladas). El ámbito educativo y cultural (que se constituye en un dominio aparte, autónomo respecto de la cultura popular). El ámbito científico y tecnológico (desgajado del saber técnico tradicional). El ámbito comunicacional (el de los llamados “medios de comunicación”)... Es esta pluralidad creciente de la vida social moderna la que convierte la participación en un problema. 7. Una participación altamente selectiva Como se ha sugerido, en las sociedades tradicionales la gente estaba naturalmente integrada en su medio, que era el único con el que tenía posibilidades de relacionarse. En el mundo moderno, esas posibilidades de relación y de autorrealización, por una parte, se multiplican en los ámbitos más diversos; mas, por otra, resultan altamente selectivas: no todos los individuos serán capaces de acceder a esas posibilidades, transformándolas en oportunidades reales. Añádase, además, que esa superabundancia de espacios diferenciados de vida social tiende a socavar, o al menos a transformar profundamente, los espacios que resultan más básicos y envolventes para la personalidad del individuo, los de la vida familiar y comunitaria. 3 El relativo desarraigo del individuo moderno es resultado de esa triple condición de multiplicidad, opcionalidad y selectividad que, unida a la desarticulación de las viejas formas de vida familiar y comunitaria, es típica de las sociedades contemporáneas. 8. Una participación multiforme, distribuida y paralela La participación se reviste ahora de un carácter fuertemente contingente. De ahí que en esas circunstancias sí tenga sentido las exhortaciones a participar. Y esas exhortaciones resultan más apremiantes por el hecho de que sólo la integración del individuo en buena parte de los muchos ámbitos en los que se articula la vida social moderna, es garantía de estabilidad para el sistema. La integración del individuo en las sociedades modernas no tiene un carácter monolítico –no se realiza a través de una relación exclusiva de pertenencia a un grupo, a sus valores, creencias, actitudes y comportamientos—, sino que opera de manera distribuida y paralela: se realiza a través de la presencia activa del individuo en una pluralidad de ámbitos, funcionalmente diferenciados pero orgánicamente relacionados, de la vida social. Lo que nos mantiene comprometidos con la vida social en las sociedades modernas no es un conjunto de creencias inquebrantables, sino los mil hilos invisibles que nos ligan a esos ámbitos diversos –el económico, el familiar, el político, el deportivo—que se producen y reproducen los unos a través de los otros y en conjunto mantienen la cohesividad de las sociedades modernas.g Desde este punto de vista, la participación debe concretarse de manera plural, como participación no sólo en el espacio natural de la vida familiar y comunitaria, sino también en los dominios económico, político, educativo, cultural, etc. 9. Las barreras a la participación, y su efecto desestabilizador Nos encontramos, sin embargo, con el hecho ya apuntado de que cuanto más compleja es la vida social, más complicado resulta, para buena parte de la gente, participar en los diversos ámbitos que la componen. Dicho de otro modo: las barreras conceptuales, actitudinales, de poder, etc., que se oponen a esa participación son crecientemente selectivas, y dejan fuera a sectores sociales potencialmente muy amplios. Son esos sectores sociales excluidos los que corren mayor riesgo de convertirse en elementos desestabilizadores del sistema social, al no ser capaces de interiorizar la lógica de esa integración social multifuncional, distribuida y paralela a la que ya se ha aludido. Una lógica que es propia de las sociedades modernas, y a través de la cual se mantiene la estabilidad de éstas. 4 De ahí que los poderes públicos, como encarnación de los mecanismos de control del sistema en su conjunto, deban asumir, como una prioridad política de primar orden, la promoción de la participación de tales sectores. 10. La juventud como largo proceso de articulación en la vida social Definida desde un punto de vista sociológico, la juventud es, hoy en día, el largo proceso a través del cual el individuo logra integrarse y participar en esa estructura multidimensional que es la vida social moderna. Dicho de otro modo, la juventud es el período vital en el que se concreta, a lo largo de cierto recorrido temporal, ese proceso crecientemente complejo de articulación del individuo en la vida social al que se ha hecho referencia. La condición crecientemente compleja y exigente de ese proceso se expresa en la duración cada vez mayor del mismo: si la etapa juvenil es cada vez más larga, ello se debe a que el problema sociológico de integración y participación social que debe resolverse en esa etapa, exhibe unos perfiles cada vez más complejos. De manera que los avatares y la misma expansión de la fase juvenil de la vida son uno de los mejores indicadores de la complejidad creciente que está adquiriendo nuestra vida social. En efecto, lo que hacen los jóvenes en el largo período en el que se comportan sociológicamente como tales es, básicamente, prepararse para la complejidad de la vida social moderna (o, si se prefiere, anudar y estabilizar los vínculos que han de sostener su participación personal en ella). 11. La articulación de los jóvenes en la vida social como proceso dinámico Ocurre, sin embargo, que la articulación de los jóvenes en la vida social es un proceso dinámico. O, mejor, es un proceso doblemente dinámico: por una parte, los jóvenes cambian (deben cambiar) a lo largo de ese proceso. Pero, además, la realidad social que es el objeto de esa articulación cambia también (y en parte como consecuencia del propio proceso de expresión e intervención social de los jóvenes). La razón de que esa realidad cambie es que la complejidad que es propia de la misma no tiene un carácter estático, sino expansivo: se alimenta sin cesar a sí misma. El indicado proceso de articulación es por ello similar al intento (siempre arriesgado) de subirse a un tranvía en marcha. Un tranvía, además, cuya velocidad y dirección va a depender en buena medida de las actitudes, creencias y proyectos de los propios usuarios que lo toman a la carrera. 5 En otras palabras: no hay un punto de llegada estable que pueda ser el objetivo “a priori” del proceso de integración de los jóvenes en la vida social. Ese punto de llegada se crea en el proceso mismo, y depende de los avatares de éste. 12. La paradoja de la integración y la participación juvenil Ese carácter doblemente dinámico del proceso de articulación de los jóvenes en la vida social convierte en paradójico cualquier intento de promover la integración y la participación de esos jóvenes en la sociedad más amplia que les rodea. Pues, por una parte, se supone que los jóvenes todavía no participan plenamente en las tareas, responsabilidades y supuestos privilegios del mundo adulto. Y por otra parte, lo que se les propone es que participen en ese mundo en tanto que jóvenes. En cierto modo, esto equivale a postular que se comporten como adultos siendo jóvenes, es decir, todavía no adultos desde un punto de vista sociológico. Es en este sentido como la noción de participación, aplicada a la juventud, resulta en cierto modo autocontradictoria. Si el joven estuviera en condiciones de participar plenamente en el mundo adulto, habría dejado de ser sociológicamente joven. Pero, además, solicitar a los jóvenes que participen en el mundo de los adultos podría ser también profundamente desorientador; pues el mundo en el que los jóvenes serán adultos puede que sea muy diferente, en varios aspectos, del mundo de los adultos actuales, que se toma como referencia. Instar a los jóvenes a la participación en el mundo actual de los adultos, además de ser utópico (o, mejor dicho, ucrónico), podría ser poco sensato: adoptar esa actitud equivale a negar a los jóvenes una experiencia vital intransferible, a través de la cual debe producirse el aporte de novedad que deberá incorporarse a lo que será su propio mundo adulto. 13. La participación juvenil como exploración y habilitación La participación juvenil debiera enfocarse, más que en términos de amoldamiento al mundo adulto, en términos de exploración y habilitación de oportunidades sociales en proceso de concreción. Los jóvenes son el vector fundamental de innovación social, especialmente en sociedades tan dinámicas y complejas como las nuestras. Ese papel de innovación pasa por que lo jóvenes interioricen dinámicamente la complejidad social, y sean así capaces de reproducirla en formas nuevas y todavía más elaboradas. 6 La exploración del espacio social, y especialmente de los nuevos territorios que surgen en éste, es indisociable del proceso de habilitación o capacitación (cognitiva, actitudinal, tecnológica, política, social...) de los jóvenes. La participación se entendería así como apertura a las propias posibilidades de maduración del joven. 14. La participación juvenil, entre la facilitación y la interiorización Ese proceso de exploración y habilitación puede promoverse en varias direcciones. Puede, por ejemplo, limitarse a facilitar a los jóvenes las iniciativas y los recursos que apetecen, sean buenos, malos o regulares. Si así se hiciera, la demanda de participación se dejaría exclusivamente en manos de los jóvenes, o mejor dicho, de los jóvenes tal y como se identifican sí mismo en su pura condición de presente. El peligro que esa forma de entender la participación acarrea, estriba en la posible cristalización de una actitud a lo “Peter Pan”: una actitud consistente en la reivindicación de la juventud como punto de llegada, y no como fase de transición de la vida humana. La dirección opuesta sería la de considerar la participación como aspecto práctico del proceso de interiorización (de amoldamiento, en suma) de las actividades y roles adultos. Una vía intermedia podría ser la del “empoderamiento” responsable. Es decir, la de la habilitación del joven para la intervención, guiada por un impulso ético de responsabilidad social, en espacios lo más amplios y diferenciados posibles de nuestras complejas sociedades actuales. 15. Oportunidades y peligros de la participación juvenil en la sociedad de la información Habría que aplicar las reflexiones anteriores al escenario histórico nuevo, lleno de oportunidades, pero también de peligros, que representa la llamada sociedad de la información. La sociedad de la información, y el papel de los jóvenes en ella, ejemplifican en efecto de manera inmejorable las ideas anteriores. Pues es esa sociedad informacional la que expresa del modo más claro la complejidad social propia de nuestros días, el carácter dinámico, fuertemente expansivo, de esa complejidad, la emergencia de nuevos espacios de interacción social, y el papel de los jóvenes como vector innovador de todo el proceso de transformaciones al que estamos asistiendo a escala planetaria. 7 ¿Cuáles son las oportunidades que la sociedad de la información ofrece a los jóvenes? Son tantas y tan claras, que casi no merece la pena señalarlas. Me limitaré a señalar tres: accesibilidad, selectividad y deslocalización. La accesibilidad alude a la sobreabundancia de informaciones, relaciones e interacciones potenciales, que la sociedad de la información, y en concreto su encarnación sociotécnica más potente, la Red, pone a nuestro alcance. La selectividad se refiere a la posibilidad de afinar al máximo la especificidad de esas informaciones, relaciones e interacciones disponibles a través de Internet, singularizando así hasta extremos insospechados nuestro perfil sociogénico. La deslocalización señala la el fenómeno de la independencia relativa respecto del entorno social inmediato –una independencia que nunca ha sido tan grande como ahora—. Bien es verdad que cada una de esas oportunidades encierra al menos un peligro. La accesibilidad, el peligro de “sobrecarga informacional” y de pérdida del sentido. La selectividad, el peligro de sectarización y proliferación de conductas marginales. Y la deslocalización, el peligro de irrelevancia pragmática de nuestras relaciones “a larga distancia”. 16. Las nuevas tecnologías como vehículo y como burbuja Se ha hablado bastante, en los últimos años, del peligro que representa la aparición de una posible divisoria digital que escinda nuestras sociedades en dos bloque radicalmente desiguales: el de los capacitados para el acceso y el disfrute de la nuevas tecnologías, y el de los incapaces de sacar partido de ellas. Ese debate, probablemente, está siendo superado por los hechos. Al menos en los países más desarrollados, la verdadera divisoria no se está planteando entre quienes pueden acceder a las nuevas tecnologías y quienes no pueden hacerlo (pues todos, prácticamente, vamos a tener acceso de un modo u otro a ellas). Se está planteando entre quienes pueden usar tales tecnologías de manera creativa y productiva, y quienes sólo están en condiciones de utilizarlas de manera escapista y escasamente provechosa para acrecentar su influencia social. En efecto, hay quien está en condiciones de convertir las nuevas tecnologías en un vehículo eficacísimo de influencia social; y hay quien las utiliza tan sólo como una suerte de burbuja social en la que satisface algunas de sus necesidades más básicas de diversión e interrelación. Ésta es, tal vez, una de las disyuntivas básicas que la actual sociedad de la información plantea a los ciudadanos en general, y a los más jóvenes en particular. 8