55 San Lorenzo Diario del AltoAragón - Lunes, 10 de agosto de 2009 El cura de mi pueblo. Años 1940... Mosén Marcos Mendoza Mendoza, natural de Albero Alto, cura párroco de Grañén y Almuniente Por Mariano BERNAL BARDUZAL JUBILADO C UANDO mosén Marcos, los domingos, allá a las once de la mañana, se remangaba la sotana y montaba en su bicicleta, era para ir a celebrar misa a Almuniente. Tenía dos parroquias: este pueblo y Grañén, separados por unos tres kilómetros. En aquel entonces-años 1940los curas sólo podían celebrar una misa los días de hacienda y los domingos dos; siempre por la mañana. Ya en aquellos años fértiles en devoción y vocación, todos los pueblos no tenían cura. Como yo era monaguillo, estaba un poco al corriente de estas cosas. Por ejemplo, cuando se quería comulgar el domingo, desde el sábado a partir de las doce de la noche, no se podía comer ni beber hasta el día siguiente después de comulgar. Era normal. “¡El que algo quiere, algo le cuesta!”. Pero aquellos fueron otros tiempos. Hoy día, hay misas por la mañana y por la tarde y se puede comulgar sin tener que ayunar. Quiero abrir un largo paréntesis para narrar lo siguiente: En aquellos años de 1940, la fiesta de los hombres o de la comunión Pascual, se celebraba el tercer día de Pascua, festividad de Santa Ana. Después de varios años de interrupción, esta fiesta se ha recuperado hace ya una buena década, celebrándose el primer sábado posterior a Semana Santa. Si en la actualidad es una fiesta profana, en aquellos rígidos años de 1940-1950, había que añadir el cumplimiento pascual eclesiástico. Por la mañana, los hombres de todas las edades cumplían con el rito pascual : confesión, comunión y escuchar misa. Aún no rayaba el alba, que los más entrados en edad, eran los primeros en emprender camino hacia la iglesia. A medida que transcurrían las primeras horas de la mañana, las callejuelas adyacentes a la iglesia se transformaban en un hormiguero varonil. Todos se dirigían de manera aquiescente con el alma repleta de pecados, hacia la iglesia y sus confesores. Los eclesiásticos, en posesión de ese detergente espiritual, los limpiarían de todo pecado. Para esta situación de excepción, mosén Marcos pedía ayuda de manera habitual, a los párrocos de Sangarrén, de Vicién (los más asiduos) y de algún que otro pueblo vecino. Esta ceremonia pues, se desarrollaba durante toda la mañana. Cuántas veces habré pensado en aquellos labradores, que vivían exclusivamente de la tierra, en sus motivos que tendrían durante todo un año para exhalar algún que otro jurón. Aquel “mecagüen” … era para ellos el desahogo de una tensión, de una contrariedad, de un trabajo duro, excesivo y a veces mal recompensado. El jurón era la “válvula de seguridad” que evitaba la explosión. Me atrevo a decir que era algo como una terapia. Ahora, para relajarse y como ocio, se van al Pirineo a coger setas o bien a los baños de Panticosa. El oficio de labrador de aquellos años cuarenta, y no digo antes, era rudo y mal pagado. Trabajar con las caballerías día tras día, ya sea en la labranza, siega y trilla, podía resultar algo conflictivo. Las había que eran un poco retorcidas. Si ya a finales de los años sesenta, gran número de labradores, con sus tractores y furgonetas, iban y venían a los campos lejanos, como van y vienen las papas en la olla, en aquellos difíciles años cuarenta, los medios para desplazarse eran muy diferentes. Para trabajar los mismos campos, Curbe o la Sarda, los labradores, acompañados algunas veces por una mujer de casa, se iban el lunes con las caballerías y el carro, cargado de aperos y vituallas, para regresar el sábado. Toda la santa semana labrando y sembrando. Hacían la comida y dormían en una caseta donde a veces había un fogaril. La paja servía de alimento para los animales y también de litera para las personas. No me olvido del riego. Cuando tocaba el turno de regar en algunos campos, no había horario predilecto. Igual se regaba de día que de noche. Y nada de riego por goteo o aspersión con programación incluida, como en la actualidad. El buen campesino, pantalones remangados, descalzo o con abarcas, previsto de una azada, dirigía el agua que llegaba por un brazal. Recordando aquellos hombres vinculados al campo, su forma de vivir y de trabajar, con tierras ingratas que ofrecían cosechas no siempre a la altura de lo razonablemente esperado, sin ayudas ni subvenciones, me pregunto si Dios no hacía pagar a esa buena gente de la tierra, por encima de sus posibilidades. No creo cometer un error si en aquella época, los labradores, la gente del campo, eran mayoría aplastante en el pueblo. Mi paréntesis cerrado, volvamos con el cura de mi pueblo, con mosén Marcos. Fui monaguillo durante cuatros años (1946-1949) y recuerdo perfectamente a la señora Salvadora, su casera y a una perra peque- Mosén Marcos (a la izquierda) con un misionero, confortablemente rodeados por la juventud femenina de Grañén. Año 1947. FOTO CEDIDA POR MARISOL GUALLARTE Mosén Marcos durante una procesión en Grañén, calle Joaquín Costa (calle Baja). Finales años 1960. FOTO CEDIDA POR JOAQUÍN SUS Almuniente. Iglesia parroquial. Año 2005. FOTO DEL AUTOR Panorámica de Grañén con su iglesia parroquial. Año 2005. FOTO DEL AUTOR ña que tenía mosén, que obedecía al nombre de Zarina. Me acuerdo también de la bicicleta de mosén Marcos. Era de color rojo, de marca “Ráfaga”. No tenía ni cambio de velocidades, ni luz blanca delante, ni farolillo rojo trasero. Era la bicicleta de paseo, corriente de aquel entonces. Pero mosén Marcos tenía su bicicleta en permanencia limpia como una patena, lo que hacía mi admiración. La “guardaba” en su despacho, éste situado al entrar en su casa a derecha. Un domingo, después de celebrar misa, estábamos los monaguillos en la sacristía recogiendo todo y esperando la “perra chi- ca” o la “perra gorda”, cuando me dirigí a mosén Marcos diciéndole: “Para comulgar hay que estar en ayunas. Ud. ahora ha celebrado misa, ha comulgado con la hostia, que la tiene que partir en tres, de grande que es, se ha bebido un “traguico” de vino y se va celebrar otra misa a Almuniente. Y comulgará otra vez con otra hostia grande y otro “traguico” de vino; pero no está en ayunas, puesto que acaba de celebrar misa”. “Ten en cuenta me contestó- que el vino que he bebido se ha transformado en sangre y la hostia en cuerpo de Cristo”. ¡Huy! Qué miedo me entró (tenía ocho años). Me dejó como tres con un ojo. Que preparado iba el hombre. Normal, tenía muchos estudios. La misa acabada, los fieles se habían ido. Una vez todo recogido en la sacristía, los monaguillos salimos de la iglesia y mosén Marcos cerró la puerta con una llave muy grande. Muchos domingos, en la plazuela delante de la iglesia, nos quedábamos un rato y jugábamos a “pitos”, mientras mosén Marcos iba a casa, que estaba cerca, se ponía la boina, se remangaba la sotana, sacaba su bicicleta flamante y montaba en ella. Nada más salir, tenía una buena bajada y, allá al terminar la calle, había una curva que algunas veces la tomaba un poco demasiado deprisa. Nosotros, lo mirábamos cómo se alejaba. “Un día, cogiendo esa curva, se va a dar un “morrazo” que se va a romper la crisma”, dijo uno. “No lo creas -le contesté yo¿no te fijas que mosén saca el pie del pedal por si acaso? Conoce el terreno palmo a palmo; son muchas veces al año que hace el mismo camino, y ya son muchos años que va de Grañén a Almuniente.” Una vez celebrada la misa en este pueblo, otra vez a remangarse la sotana, a coger la bicicleta y camino de vuelta. En verano, cuando el sol calienta de lo lindo, y en Aragón calienta, allá a la una de la tarde, de regreso a casa, con la sotana de tela negra, sabiendo que lo negro atrae el calor, mosén Marcos tenía que sudar a gota gorda. La bajada de ida, se transformaba en subida de vuelta, y esta subida se situaba al final del trayecto. Los monaguillos ya no estábamos allí para verlo llegar, pero más de una vez, subiendo la cuesta, le entraría alguna desgana. Porque, a la una de la tarde, sólo con dos “traguicos” de vino y dos hostias, pocas fuerzas podía tener para darle a los pedales. El alimento sería espiritual, sin duda alguna, pero no corporal. A buen seguro que la “seña Salvadora” le prepararía un buen plato casero, para tomar fuerzas hasta el domingo siguiente. Así perduró durante años esa actividad ciclista entre las iglesias de Grañén y Almuniente, entre Santiago y San Agustín.