¿En compás de espera la reforma litúrgica?

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¿En compás de espera la reforma litúrgica?
Un examen de los decretos promulgados por la Comisión Ptjslconcilíar ele Liturgia señala un hecho interesante: la Conferencia Episcopal de Chile fue la primera
en recibir la confirmación de sus acuerdos sobre la iniroducción de la lengua nacional en la liturgia, con decreta del 30 de abril de 1964; cuatro semanas después
se le daba vigencia en el país. Algunos meses antes —el
16 üe febrero— se había comenzado con las lecturas y
«ración de los fieles en la Misa. Alrededor de la misma
fecha el Episcopado había publicado su Carta Pastoral
sobre la renovación litúrgica y sus principios rectores.
Al mismo tiempo un vasto plan destinado a ilustrar a
los pastores sobre el espíritu y proyecciones de la renovación, se realizaba por medio de jornadas y reunió
nes de decanatos. Se había asegurado asimismo la publicación de. los folletos necesarios para la aplicación
de los nuevus ritos, en espera de la instauración definitiva. A fines del mismo año. es decir, antes de que en
la mayor parte de los países se comenzara la renovación
litúrgica aplicada, la Comisión de Música Sagrada de
Santiago publicaba un Kyrial.LOn tres composiciones musicales para el Ordinario du la Misa.
Los años 1964 y parte de 1965 vieron despertarse un
gran interés por las cosas litúrgicas en los más diversos
círculos, y no sólo entre los "profesionales" de la liturgia. El Instituto de Investigaciones Musicales de la V.
de Chile organizó incluhu un toro sobre los problemas
de la música litúrgica y religiosa, a mediados de 1965.
Polémicas por la prensa en torno a este y otros puntos
señalaban el interés con que los creyentes, y también
los no practicantes, seguían la renovación litúrgica de la
Iglesia Católica.
Breve balance
Ahora, a dos años del comienzo de la renovación,
se hace necesario hacer un breve balance. Una primera
comprobación es que la reforma parece haberse estancado en Chile, Se ha perdido mucho del impulso inicial;
en los ambientes preocupados por una verdadera adecuación entre la liturgia y la comunidad oíante hay desaliento, decepción o fatal desinterés; se mantiene todavía la "mentalidad de los que conciben la renovación
como mero cambio de rúbricas y no entienden todavía
plenamente que se ha cambiado toda la índole de la
Misa como celebración comunitaria" (informe de la Comisión Litúrgica del Episcopado inglés a Roma); hay
muchísimas protestas contra el desorden aparente de
las celebraciones; nadie sabe con exactitud el alcance
de las actuales reformas y la dirección hacia la cual camina la estructura futura de los riLus; la inseguridad
;n cuanto a los textos oficiales es indescriptible.
Algunas iniciativas litúrgicas, de real importancia en
su primera hora, necesitan urgentemente revisión (estructura de la oración de los fieles, p. ej.).
Junto a ello, y en mayor profundidad, se impone otra
comprobación: la liturgia nu es aún aquella fuente primaria del verdadero espíritu cristiano, linalidad eminente
de toda la renovación.
Una visión, aunque .sumaria, del estado de las cosas
debe también dar cuenta de lo realmente positivo que
ha logrado la renovación. Aparte del interés señalado al
comienzo de esta nota, que, por ser periodístico no puede capitalizarse demasiado, ha habido un esfuerzo muy
serio para llegar a integrar a toda la comunidad orante
—celébrame, ministros, fieles— en una sola comunidad
litúrgica, devolviendo o cada uno la función uue le compete e insistiendo en la participación amplia de todos en
la celebración cultual. Se han redescubierlo valores muy
importantes dentro de la doctrina y práctica del universo
sacramental de la Iglesia: la proclamación digna de la
Palabra de Dios, y su correlato necesario: la homilía
realmente evangélica y litúrgica; el carácter de signos que
poseen todas las acciones litúrgicas y, como consecuencia
obligada, el imperativo de hacer aparecer con claridad el
sentido propio del signo y su contenido. A juicio nuestro, ha habido también un aumento perceptible en la
verdadera piedad sólida eucarística, en cuanto la veneración a la Santa Reserva ha recobrado su relación al
Sacrificio que le da origen, por la mejor y más plena
participación de los fieles en la Cena del Señor.
Esta valoración positiva tiene, naturalmente, su contrapartida en Ja extensión relativamente pequeña que ella
alcanza. ¿Hasta dónde la doctrina litúrgica es en verdad
patrimonio de los fieles?
Sin duda es posible encontrar más de una causa para
las deficiencias indicadas anteriormente. No es tan fácil
detectar una sola causal para un proceso tan complejo
como el de la reforma litúrgica. Una visión realista, y
no meramente conformista, optimista o pesimista, de la
fe cristiana, debe tener en cuenta que la renovación litúrgica sigue, como todas las cosas en la Iglesia, aquella
ley de la acción del Espíritu de Jesús en la actuación
responsable de la comunidad creyente. Y esta responsabilidad, de la cual no excusa la asistencia del Espíritu,
es humana. Será, entonces, al modo humano cómo la renovación irá procediendo, en el bien entendido de que
precisamente es posible descubrir, en la explicitación de
esa responsabilidad humana, el testimonio del Espíritu.
La liturgia del occidente latino y romano, creada, deformada y reformada varias veces, ha insumido siglos en
estos procesos. El distinto ritmo moderno garantiza en
esta oportunidad una mayor rapidez —todavía no se cumplen tres años desde la promulgación de la Constitución
de Liturgia, el 4 de diciembre de 1963—, pero no podrá
en absoluto impedir aquella intranquilidad que coge al
creyente al sentir sacudidos sus hábitos de oración, continuar sintiendo la sacudida y no saber exactamente como han de ser los nuevos.
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"Desorden" litúrgico
Creyendo atisbar en esln actitud una posible explicación apane de la actual desa/iin litúrgica, conviene pre.
cisarla. Está ciertamente en la naturaleza de la liturgia
tender a la fijación de ciertas furnias por el hecho mismo de ser una celebración comunitaria. El cambio continuo, la innovación constante, no contribuyen al espíritu
do oración, pues, aparte de exigir una atención no ci>mún. dividen el ánimo del orante distrayéndolo a lo
exlernu del rito sacro. Justamente para favorecer la oración tranquila de la comunidad se ha emprendido la
simplificación gradual del aparato externo litúrgico. La
variación y libertad indefinidas que puede tener la oración individual no pueden aplicarse a la oración comunitaria sin desmedro de su calidad. En la misma medida,
sin embargo, es ajeno a la naturaleza de la liturgia el
inmovilismo hierático, el afán de perpetuar formas caducas, la tenacidad en sacralizar a toda costa simbologias determinadas, atribuyendo a una lengua, a estilos artísticos, a ritos, un carácter irrevocable y definitivamente
religioso. El valur religioso de una simbologia está condicionado, en ultimo término, a la mantención de su plena expresividad de signo. Si el signo religioso pierde la
relación significante con su contenido, podrá ser considerado todavía religioso por el contexto religioso en el
que se halla, pero entonces se acerca peligrosamente a la
categoría de magia, abandonando francamente el ámbito
de la nueva relación creada por Jesús "en Espíritu y en
verdad".
Infantilismo cu la fe
Con todo, no quisiéramos dar tanta categoría a muchas de las críticas que hoy se hacen al "desorden" litúrgico, ya que las más de las veces delatan cierto infantilismo en la fe. Con frecuencia se oye que en tal iglesia
el sacerdote proclama las lecturas bíblicas en un lugar,
y en tal otra iglesia ello sucede en lugar distinto. El disgusto parece no tener limites cuando la "discordia" ocurre en una misma iglesia. A ello podría responderse con
una simple pregunta; el creyente que se inquieta de ello,
¿de qué está preocupado cuando la Presencia de Cristo
se acerca a él en la Palabra de Dios? Dü esa Palabra o
del lugar de donde esa Palabra le será dirigida? Una respuesta de la Comisión Postconciliar de Liturgia nos da
una medida del verdadero espíritu: "no se quite la libertad, prevista por las nuevas rúbricas, de adaptar, de
modo inteligente (las cursivas son de la Comisión), la
celebración a la iglesia o a la comunidad do fieles, de
modo que todo el sagrado rito sea verdaderamente algo
vivo para hombres vivos". Esta respuesta se daba a una
consulta sobre la conveniencia de uniformar en un país
o en una diócesis la observancia ritual en los casos en
que las rúbricas dejaban varias opciones.
Es evidente, por otra parte, que efectivamente en muchas ocasiones la impresión de anarquía proviene de inobservancia de las normas litúrgicas que rigen la celebración comunitaria, ya sea por ignorancia, por desidia
o por afán de experimentación. Este merece comentario
aparte. Es innegable que la renovación litúrgica se ha
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prestado y se presta a toda clase de fantasías litúrgicas.
Es también innegable que cada pastor de almas, consciente de su responsabilidad frente a su comunidad, muchas veces sin evangelizado!] o con un esbozo de ella,
experimenta dolunjsamerile la inadecuación de algunas
formas litúrgicas a la situación espiritual real de ¡os que,
con él, encarnan a la Iglesia en la asamblea cultual, Y
entonces el paso es fácil, bajo la presión de hacer llegar
algo vital en forma vital, a la experimentación por cuenta
propia.
Papel de la Comisión Litúrgica
La misma preocupación pastoral guió, en el fondo, a
los obispos católicos en la aprobación de la renovación
litúrgica. Y nadie puede poner en duda que antes de la
aplicación de los nuevos risos, se requiere un cierto tiempo en que ellos sean sometidos a experimento. Así lo
hizo la propia Comisión Postconciiiar de Liturgia con la
concelcbración y la comunión bajo ambas especies, y se
prepara a hacerlo ahora con el nuevo Ordinario de la
Misa. Es, además, función que compele, denlro de su
ámbito propio, a la Comisión Litúrgica Nacional, según
los términos de los documentos conciliares y postranciliares. Pero, como observa el P. Jairo Mejía, Director del
Departamento Litúrgico del CEI.AM, "cuando no existe el
organismo que pueda promover estos estudios y experiencias, o, si existiendo carece de pleno respaldo y autoridad para llevarlos a cabo, se siguen muchas consecuencias peligrosas y funestas. La renovación litúrgica se
puede frenar indebidamente en un país, o, algo si se quiere peor, se pueden producir pseudo-reformas, de carácter
diocesano o parroquial, que serán absolutamente inevitables, cuando la competente autoridad no facilita y promueve una reforma amplia, disciplinada y jerárquica, por
los cauces sugeridos por la Constitución y la Instrucción".
La ¡noperancia de un organismo del que, de hecho
y de derecho, dependen en gran medida el éxito de la
renovación litúrgica, es una causal muy grave en el desorden, desorientación y falta de desarrollo orgánico de
la renovación. Las iniciativas aisladas permanecen sin
resonancia, faltas del apoyo necesario. Sin principios
rectores, sin la dinámica de una sana confrontaeión de
opiniones, sin ta audacia prudente de buscar nuevos
caminos y dar aliento a los que insinúan nuevas posibilidades, denlro, por supuesto, de las grandes líneas orientadoras del Concilio, todo movimiento se detiene, la confianza desaparece y se crea aquel clima de total indapendencia que lleva justamente a la anarquía.
Las medidas de control, en sí y objetivamente necesarias, pueden entonces ser contraproducentes y llevar
a veces una nota subjetiva de injusticia.
Pero seria injusto concluir esta nota con un tono tan
ubseuro. Hay suficientes rasgos que permiten esperar
para la renovación litúrgica en Chile un nuevo impulso.
Por lo demás, la lectura atenta de los informes oficiales
de las Comisiones de Lüurgia hace ver que, en sus grandes líneas, la renovación se ha enfrentado más o menos
a los mismos problemas en el mundo entero.
L. T.
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